MIDDLE BUMLEY

El inmaculado «Rolls 1931» de Sir Wilfred hizo crujir la gravilla que cubría la larga avenida particular hasta detenerse bajo la puerta del garaje del heterogéneo edificio, cuyo mayor encanto residía precisamente en el desorden estético de haberse construido sin ningún plan previo y siguiendo únicamente muchos impulsos arquitectónicos.

Una robusta mujer, de edad indefinida, y dos jóvenes que rondarían los veinte años, atravesaron el prado para salir a recibirles.

—Creo que aquí te divertirás, Nicholai —le dijo Sir Wilfred—. Nuestro anfitrión es un asno, pero no rondará por aquí. La mujer está algo chiflada, pero las hijas son sumamente complacientes. De hecho, han adquirido cierta fama por esa cualidad ¿Qué te parece la casa?

—Considerando tu tendencia británica hacia la fanfarronería pasando por la humildad, esa clase de cosa que hace que llames a tu «Rolls» un cacharro, me sorprende que no hubieras descrito la casa como victoriana de estilo reciente.

—¡Ah, Lady Jessica! —exclamó Sir Wilfred a la mujer mayor, mientras ésta se acercaba vestida con una frívola bata veraniega de un color vago que ella hubiera llamado «cenizas de rosas»—. Éste es el invitado del que le he hablado por teléfono. Nicholai Hel.

Lady Jessica apretó con su mano húmeda la de Hel.

—Encantada de tenerle aquí. Es decir, de conocerle. Ésta es mi hija, Broderick.

Hel estrechó la mano de una muchacha demasiado delgada, cuyos ojos parecían enormes en su enflaquecido rostro.

—Sé que no es un nombre corriente para una chica —continuó Lady Jessica—, pero mi esposo estaba decidido a tener un muchacho, quiero decir que deseaba tener un chico en el sentido de ser padre de un hijo, no en el otro sentido, Dios mío, ¿qué va a pensar usted de él?

Pero tuvo a Broderick en vez de un chico, es decir, tuvimos.

—¿En el sentido de que ustedes eran sus padres? —Hel trató de soltar la mano de la joven flaca.

—Broderick es modelo —explicó la madre.

Hel lo había adivinado. Mostraba cierta expresión de vacío, cierta flojedad en su postura y la curvatura de la espina dorsal, que señalaban la modelo de moda del momento.

—Nada importante realmente —dijo Broderick, intentando ruborizarse bajo su pesado maquillaje—. Únicamente algún trabajillo ocasional para una revista internacional.

La madre dio un golpecito en el brazo de la hija.

—¡No digas que haces «trabajillos»! ¿Qué va a pensar Mr. Hel?

Un aclaramiento de la garganta de la segunda hija impulsó a Lady Jessica a decir:

—¡Ah, sí! Aquí está Melpomene. Es probable que algún día llegue a actuar.

Melpomene era una chica musculosa, de busto grueso, tobillo y antebrazo, rosadas mejillas y de mirada clara. De algún modo, parecía que estaría incompleta sin su bastón de hockey. Su apretón de manos era firme y decidido.

—Llámeme Pom. Todos lo hacen.

—¡Ah…! ¿Si pudiéramos refrescarnos un poquito? —sugirió Sir Wilfred.

—¡Oh, naturalmente! Las chicas se lo mostrarán todo… quiero decir, naturalmente, en donde están sus habitaciones y lo demás. ¿Qué pensarán ustedes?

Mientras Hel sacaba sus cosas de la bolsa de viaje, Sir Wilfred llamó a la puerta y entró.

—Bueno, ¿qué piensas de este lugar? Durante un par de días estaremos aquí como peces en el agua, mientras los amos reflexionan sobre lo inevitable, ¿eh? He hablado con ellos por teléfono, y me dicen que mañana tomarán una decisión.

—Dime, Fred. ¿Tus muchachos han estado vigilando a los de «Setiembre Negro»?

—¿Tus blancos? Naturalmente.

—Suponiendo que el Gobierno acepte mi propuesta, necesitaré todo el material informativo que tengas.

—No esperaba menos. Y hablando de ello, aseguré a los amos que tú podías acabar con éxito este asunto, si ellos decidieran que lo hicieras, sin que pudiera sospecharse remotamente de nosotros ni se nos pudiera atribuir ninguna responsabilidad. Es así, ¿no es verdad?

—No por completo. Pero puedo arreglarlo de modo que, cualesquiera que fuesen sus sospechas, la Organización Madre no podría probar ninguna conclusión.

—Supongo que eso es lo mejor que puede esperarse.

—Afortunadamente, me detuviste antes de que pasara por el control de pasaportes, de modo que mi llegada no estará en vuestros ordenadores, y, por consiguiente, tampoco figurará en los suyos.

—Yo no confiaría demasiado en eso. La Organización Madre tiene un millón de orejas y ojos.

—Cierto. ¿Estás absolutamente seguro de que esta casa es segura?

—¡Oh, sí! Las damas no son lo que pudiéramos llamar sutiles, pero poseen otra cualidad lo mismo de buena: son totalmente ignorantes. No tienen ni la más remota idea de lo que nosotros estamos haciendo aquí. Y el hombre de la casa, si es que puedes llamarle de ese modo, no representa problema alguno. Raramente le permitimos estar en el país, ¿sabes?

Sir Wilfred continuó explicando que Lord Biffen vivía en Dordoña, donde era el líder social de un hatajo de geriátricos evasores de impuestos que infectaron esa zona de Francia, con gran disgusto e inquietud de los campesinos de la localidad. Los Biffen eran un típico ejemplo de su especie: nobles irlandeses que en generaciones alternadas fortalecían sus finanzas decrecientes introduciendo una inyección de sangre de carnicero yanqui. El caballero se había excedido en su ansia por evadir los impuestos y se había metido en un par de asuntos turbios en los puertos libres de las Bahamas. Eso había proporcionado al Gobierno una oportunidad para ejercer presión sobre él y sus fondos británicos, de modo que se mostró dispuesto a prestar la máxima colaboración, permaneciendo en Francia cuando así se le ordenaba, en donde practicaba su versión del astuto comerciante engañando a las mujeres locales y adquiriendo muebles antiguos o automóviles, interceptando cuidadosamente las cartas de su esposa para evitar que ésta descubriera sus pequeñas villanías.

—Un viejo estúpido, realmente. Ya conoces el tipo. Corbatas extranjeras; pantalones cortos de paseo con zapatos de calle y calcetines hasta el tobillo. Pero la mujer y las hijas, y su pequeña sociedad local de vez en cuando nos resultan útiles. ¿Qué te ha parecido la madre?

—Algo obsesionada.

—Hum… Ya entiendo lo que quieres decir. Pero si hubieras pasado teniendo que conformarte con lo que su marido ofrecía, tú también hubieras terminado con cierta obsesión espermática. En fin, ¿vamos a reunirnos con ellas?

Después del desayuno, al día siguiente, Sir Wilfred despachó a las damas y volvió a sentarse para tomar su última taza de café.

—Esta mañana he estado hablando por teléfono con los amos. Han decidido dejarte el campo libre, aunque, naturalmente, con un par de condiciones.

—Mejor que sean menores.

—En primer lugar, quieren la seguridad de que esta información nunca será usada contra ellos en el futuro.

—Esta seguridad ya habrías podido avanzarla. Sabes que el hombre que tú llamas el Gnomo siempre destruye los originales cuando se ha hecho el trato. Su reputación va en ello.

—Sí, tienes razón. Me encargaré de darles esa seguridad al respecto. Su segunda condición es que yo les informe, una vez haya examinado cuidadosamente tu plan y lo considere infalible y absolutamente seguro para que no se vea implicado el Gobierno, ni siquiera de modo indirecto.

—En estos asuntos nunca hay infalibilidad.

—De acuerdo. Lo más infalible que sea razonable suponer. Por tanto, me temo que tendrás que confiar en mí, familiarizarme con los detalles de las temerosas maquinaciones, y todo eso.

—Hay ciertos detalles que no podré darte hasta que haya visto vuestros informes sobre «Setiembre Negro». Pero puedo hacerte un esquema del asunto en general.

Al cabo de una hora, todos estaban de acuerdo con la propuesta de Hel, aunque Sir Wilfred tenía algunas reservas sobre la pérdida del avión, pues «se trata de un «Concorde»… y bastantes problemas hemos tenido ya para hacer pasar ese maldito aparato por la garganta del mundo…».

—Yo no tengo la culpa de que el avión en cuestión sea ese monstruo antieconómico y contaminador.

—Ciertamente. Ciertamente.

—De modo que eso es todo, Fred. Si tu gente cumple bien su parte, el golpe debería salir bien sin que la Organización Madre cuente con prueba alguna de vuestra complicidad. Es el mejor plan que he podido trazar, teniendo en cuenta que sólo he tenido un par de días para pensar en ello. ¿Qué dices?

—No me atrevo a confiar a mis amos todos los detalles. Son hombres políticos… en quienes menos se puede confiar. Pero informaré de que opino que el plan vale la pena y merece la colaboración.

—Bien. ¿Cuándo recibiré los informes sobre «Setiembre Negro»?

—Esta misma tarde los traerá un mensajero. ¿Sabes?, acaba de ocurrírseme algo, Nicholai. Considerando el carácter de tu plan, realmente no tienes por qué mezclarte en absoluto. Nosotros podríamos disponer por nuestra cuenta de los árabes, y tú podrías regresar en seguida a Francia.

Hel estuvo mirando fijamente el rostro de Sir Wilfred durante diez buenos segundos. Después, los dos se echaron a reír al mismo tiempo.

—¡Ah, bueno! —dijo Wilfred, agitando una mano—. No puedes culparme por haberlo intentado. Vayamos a comer algo. Y quizá quede tiempo para hacer una pequeña siesta antes de que venga el mensajero.

—Casi no me atrevo a ir a mi habitación.

—¡Oh…! ¿También te visitaron la noche pasada?

—Sí, y las eché fuera.

—Como yo digo siempre, lo que se desperdicia no se necesita.

Sir Wilfred estuvo dormitando en su butaca, confortado por el calor del sol poniente más allá de la terraza. Al otro lado de la mesa metálica blanca, Hel estaba examinando los informes de las actividades de los terroristas de la Organización de la Liberación de Palestina.

—Aquí está —dijo finalmente.

—¿Qué? Hum… ¿Qué es lo que está ahí?

—Estaba buscando algo en la lista de los contactos y conocidos que los del «Setiembre Negro» han visto desde su llegada.

—¿Y…?

—En dos ocasiones han pasado tiempo con el hombre que vosotros identificáis como «Pilgrim Y». Trabaja en un servicio de preparación de alimentos para las aerolíneas.

—¿Realmente? No he leído el expediente. Me arrastraron a este asunto, podría decir de mala gana, cuando tú te enredaste en él. ¿Qué es todo esto de la preparación de alimentos?

—Bueno, es evidente que «Setiembre Negro» no intentará introducir las armas pasando por vuestros mecanismos de detección. Ellos ignoraban que cuentan con la colaboración pasiva de tu Gobierno. De modo que yo debía saber cómo iban a introducir sus armas a bordo. Han recurrido a un método muy usado. Las armas subirán a bordo con las cenas preparadas. Los vehículos que transportan la comida son revisados sumariamente. Se puede pasar cualquier cosa con ellos.

—De modo que ahora ya sabes dónde estarán sus armas. ¿Y qué?

—Sé dónde tendrán que ir a recogerlas. Y allí es en donde yo estaré también.

—Y en cuanto a ti, ¿cómo vas a conseguir entrar con tus armas sin dejar ninguna huella de tu complicidad en todo esto?

—Mis armas pasarán simplemente por el control.

—Ah, claro. Ya me había olvidado por un momento del Naked-Kill y todo eso. Apuñalar a un hombre con una pajita para beber. Cuántos problemas nos ha proporcionado eso durante tantos años…

Hel cerró el informe.

—Disponemos de dos días antes de que parta el avión. ¿Cómo emplearemos nuestro tiempo?

—Vagabundear por aquí, supongo. Tenerte oculto.

—¿Vas a vestirte formalmente para la cena?

—No. Creo que hoy no cenaré. Debería haber seguido tu ejemplo y renunciar a mi revolcón del mediodía. Tuve que contender con las dos. Probablemente, caminaré cojo durante el resto de mi vida.