Del capítulo X
CIERTO SAMURÁI AL SERVICIO de Ikeda Shingen discutió con otro, lo arrojó al suelo, le dio una buena paliza y lo pisoteó, hasta que acudieron sus compañeros y los separaron. Los ancianos debatieron la cuestión, y dictaminaron: «El hombre que fue pisoteado debe ser castigado». Shingen lo oyó, y dijo: «Las peleas deben llevarse hasta el final. El hombre que olvida el Camino del Samurái y no se sirve de su espada será maldito de los dioses y de los budas. Para dar ejemplo a los samuráis del futuro, los dos serán crucificados». Los que los separaron fueron desterrados.
En el manual militar de Yui Shosetsu, titulado El Camino de las Tres Esencias, se lee un pasaje sobre el carácter del karma[29]. El autor había recibido una instrucción oral de unos dieciocho capítulos sobre el Valor Mayor y el Valor Menor. Ni la tomó por escrito ni llegó a aprendérsela de memoria, sino que más bien se olvidó por completo. Después, cuando se encontraba ante situaciones reales, se guiaba por sus propios impulsos, y las cosas que había aprendido se convirtieron en sabiduría propia suya. Este es el carácter del karma.
En las situaciones dramáticas, úntate un poco de saliva en el lóbulo de la oreja y respira hondo, y así podrás superar cualquier cosa. Esta es una técnica secreta. Además, si se te sube la sangre a la cabeza, se te bajará en seguida si te aplicas saliva en la parte superior de la oreja.
Cuando Tzu Ch’an estaba en su lecho de muerte, alguien le preguntó cómo debía gobernarse el país. Respondió:
Nada mejor que gobernar con benevolencia. Sin embargo, es difícil aplicar la benevolencia suficiente para dirigir el país. Si se hace con tibieza, se caerá en el descuido. Si resulta difícil gobernar con benevolencia, lo mejor es gobernar con rigor. Gobernar con rigor significa ser rigurosos ante las cosas que surgen, y hacer las cosas de modo que no surjan males. Ser rigurosos cuando ya ha surgido el mal es como poner una trampa. Las personas que se han quemado una vez suelen manejar el fuego con precaución. Las que no tienen respeto al agua suelen acabar ahogándose.
Cierta persona dijo: «Conozco la forma de la Razón y la de la Mujer». Cuando le pidieron que se explicase, dijo: «La Razón es cuadrada y no se mueve, ni siquiera en circunstancias extremas. La Mujer es redonda. Se puede decir que no distingue el bien del mal y que siempre va rodando de un lado a otro».
La etiqueta consiste, en esencia, en ser rápidos al principio y al final, y tranquilos en medio. Cuando Mitani Chizaemon oyó esto, dijo: «Es lo mismo que hacer de kaishaku».
Fukae Angen fue a ver al sacerdote Tesshu de Osaka, acompañado de un amigo suyo, y dijo a solas al sacerdote: «Este hombre quiere estudiar el budismo y confía en recibir tus enseñanzas. Es un hombre de miras bastante elevadas».
Poco después de la entrevista, el sacerdote dijo: «Angen es un hombre que hace daño a los demás. Dijo que este hombre era bueno, pero ¿dónde está su bondad?». Tesshu no veía en él ninguna bondad. No es recomendable alabar a las personas descuidadamente. Tanto los sabios como los necios se vuelven engreídos cuando los alaban. Alabar es hacer daño.
Cuando Hotta Kaga no kami Masamori era paje del shogún, era tan terco que el shogún quiso poner a prueba su corazón[30]. Para ello, calentó unas tenazas y las dejó en el hogar. Masamori tenía la costumbre de pasar al otro lado del hogar, coger las tenazas y saludar al señor. Esta vez, en cuanto cogió las tenazas sin sospechar nada, se quemó las manos. Sin embargo, hizo la reverencia sin inmutarse, y el shogún se levantó al instante y le quitó las tenazas.
Cierta persona dijo: «Cuando se va a rendir una fortaleza, mientras queden dentro uno o dos hombres decididos a resistir, no habrá unanimidad entre los defensores, y al final nadie defenderá la fortaleza.
»Cuando se adelanta el jefe de los asaltantes a recibir las llaves de la fortaleza, si el hombre o los hombres que están dispuestos a no rendirse le disparan desde las sombras, el asaltante se alarmará y tendrá que seguir la batalla. En tal caso, habrá que tomar la fortaleza por la fuerza, aunque sea a disgusto. Esto es lo que llaman verse obligados a asediar una fortaleza por los defensores».
El sacerdote budista Ryozan escribió algunos comentarios sobre las batallas de Takanobu. Otro sacerdote lo vio y le criticó, diciendo: «No es adecuado que un sacerdote escriba sobre un jefe militar. Por muy bueno que sea su estilo de escritor, puede interpretar mal las opiniones de un general famoso, por su falta de familiaridad con los asuntos militares. Es una falta de respeto dejar a las generaciones posteriores ideas falsas sobre un general famoso».
Cierta persona dijo: «En el mausoleo del Santo está escrita una poesía, que dice así:
Al que sigue en su corazón
El camino de la sinceridad,
¿No lo protegerán los dioses,
Aunque no rece?[31]
»¿Cuál es este camino de la sinceridad?».
Otro le respondió, diciéndole: «Parece que te gusta la poesía. Te responderé con otra:
Como todo en el mundo es ilusión,
La única sinceridad es la muerte.
»Se dice que seguir el camino de la sinceridad consiste en hacer nuestra vida diaria como si estuviésemos muertos».
Se dice que si das un corte en una cara a lo largo, orinas encima y la pisas con sandalias de paja, se le desprende la piel. El sacerdote Gyojaku lo oyó decir cuando estuvo en Kyoto. Es un dato que merece la pena recordar.
Un samurái al servicio de Matsudaira Sagami no kami viajó a Kyoto para encargarse de cobrar unas rentas y se alojó en una casa de la ciudad, donde alquiló una habitación. Un día que estaba en la puerta de la casa viendo pasar a la gente, oyó decir a un transeúnte: «Dicen que los hombres del señor Matsudaira tienen una pelea». El samurái pensó: «Me inquieta que mis compañeros tengan una pelea. Han venido algunos para relevar a los que están en Edo. Puede que sean esos». Preguntó al transeúnte dónde era la pelea, pero cuando llegó allí, sin aliento, ya habían abatido a sus compañeros, y sus rivales se disponían a rematarlos. Soltó un alarido, mató a los dos hombres y se volvió a su alojamiento.
El hecho llegó a oídos de un funcionario del shogunato, que hizo llamar al hombre para interrogarlo.
«Interviniste en la reyerta de tus compañeros, contraviniendo así las ordenanzas gubernamentales. Esto es así sin ningún género de duda, ¿no es así?».
El hombre respondió: «Excelencia, yo soy hombre de campo y no entiendo todo lo que dice vuestra excelencia. ¿Le importa repetir lo que ha dicho?».
El funcionario se enfadó, y dijo: «¿Es que estás mal de los oídos? ¿Acaso no interviniste en una reyerta, vertiste sangre, contraviniste las ordenanzas del Gobierno y transgrediste la ley?».
Entonces, el hombre respondió: «Me parece que ya entiendo lo que dice vuestra excelencia. Aunque dice que he transgredido la ley y que he contravenido las ordenanzas del Gobierno, no he hecho tal cosa de ningún modo. Lo digo porque todos los seres vivos valoran sus vidas, y tanto más los seres humanos. Yo valoro mi vida más que nadie. Sin embargo, me pareció que si se oye decir que los amigos de uno tienen una pelea y se hace como que no se ha oído, eso no es seguir el Camino del Samurái; por eso fui corriendo al lugar de la pelea. Si me hubiera vuelto a mi casa con toda desvergüenza después de ver que habían matado a mis amigos, seguramente habría vivido más años, pero eso también habría sido transgredir el Camino. Para seguir el Camino hay que dar la vida, con todo lo valiosa que es. Así pues, para seguir el Camino del Samurái y no transgredir las Ordenanzas de los Samuráis, di mi vida al momento en ese lugar. Ruego a vuestra excelencia que me haga ejecutar en seguida».
El funcionario se quedó muy impresionado y acabó por indultarle, y mandó decir al señor Matsudaira: «Tienes a tu servicio un samurái muy capacitado. Cuídalo bien».
Esta es una de las sentencias del sacerdote Bankei.
No apoyarse en las fuerzas del otro ni confiar en las fuerzas propias; suspender los pensamientos del pasado y del futuro y no vivir en la mente cotidiana… Así tendrás ante los ojos el Gran Camino[32].
El árbol genealógico del señor Soma, con el título de Chiken marokashi, era el mejor de Japón. Una vez se declaró un incendio, y cuando su mansión ardía por los cuatro costados, el señor Soma dijo: «No me importan la casa ni los muebles, aunque se queme todo, porque son cosas que se pueden sustituir más adelante. Lo único que lamento es no haber podido salvar el árbol genealógico, que es el tesoro más preciado de nuestra familia».
Uno de sus samuráis dijo: «Iré a sacarlo».
El señor Soma y los demás se rieron, mas el señor dijo: «La casa ya está envuelta en llamas. ¿Cómo podrás sacarlo?».
Aquel hombre no había sido nunca hablador ni había destacado por sus servicios, pero lo habían aceptado como asistente porque era hombre que hacía las cosas de principio a fin. Dijo entonces: «No he prestado nunca grandes servicios a mi señor por lo descuidado que soy, pero he vivido con la determinación de que mi vida le resultase útil algún día. Parece que ha llegado ese día». Y saltó a las llamas.
Cuando se hubo apagado el incendio, dijo el señor: «Buscad sus restos. ¡Qué lástima!».
Lo buscaron por todas partes y el cadáver, quemado, apareció en el jardín contiguo a los dormitorios. Cuando lo movieron, le salió sangre del vientre. El hombre se había abierto el vientre para guardarse dentro el árbol genealógico, que no había sufrido ningún desperfecto. Desde entonces, lo llamaron «el árbol genealógico de la sangre».
Cierta persona enseñaba lo siguiente. «Dentro de la tradición del I Ching, es un error suponer que sirve para la adivinación. Su esencia no es adivinatoria. Esto se aprecia en el hecho de que el ideograma chino “I” se interpreta como “cambio”. Aunque uno adivine buena suerte, si obra mal se convertirá en mala suerte. Y si adivina mala suerte, se convertirá en buena suerte si hace el bien.
»El dicho de Confucio: “Si me aplico muchos años a la labor y acabo por aprender el cambio [I], no cometeré grandes errores”, no se refiere al estudio del I Ching. Significa que si se estudia la esencia del cambio y se sigue durante muchos años el Camino del Bien no se cometen errores».
Hirano Gonbei fue uno de los Hombres de las Siete Lanzas que atacaron la colina en la batalla de Shizugadake[33]. Después de la batalla, le ofrecieron el cargo de hatamoto del señor Ieyasu. En cierta ocasión, estando invitado en casa del señor Hosokawa, este dijo: «El valor del señor Gonbei es bien conocido en Japón. Es una verdadera lástima que un hombre tan valeroso ocupe un cargo tan bajo como el que ejerce ahora. No debes estar a gusto. Si quisieras ser samurái mío, te daría la mitad de mis dominios».
Gonbei no respondió; se levantó de pronto de su asiento, salió a la galería, se puso cara a la pared de la casa y orinó. Después dijo: «Si yo fuera samurái del señor, estaría mal visto que orinara aquí dentro».
El sacerdote Daiyu, de Sanshu, fue a visitar a un enfermo en cierto lugar, pero cuando llegó le dijeron: «Acaba de morir». El sacerdote Daiyu dijo: «No debería haber muerto todavía. ¿No habrá sido por un descuido del médico? ¡Qué lástima!».
Resultó que estaba presente el médico y oyó estas palabras desde el otro lado del shoji. Salió muy enfadado, y dijo: «He oído decir a vuestra reverencia que el hombre ha muerto por un descuido del médico. Bien puede ser así, ya que soy un médico muy torpe. He oído decir que en los sacerdotes se encierra la fuerza del Dharma. Hágame vuestra reverencia una demostración devolviendo a la vida a este hombre, pues el budismo no vale nada sin estas pruebas».
Daiyu se quedó desconcertado con esto, pero le pareció imperdonable que un médico arrojara un baldón sobre el budismo, y dijo: «Te demostraré, en efecto, cómo se le devuelve la vida por medio de la oración. Haz el favor de esperar un momento. Debo ir a prepararme». Y regresó al templo. Volvió al poco tiempo y se sentó en meditación junto al cadáver. El muerto empezó a respirar poco después y, por fin, resucitó del todo. Se dice que vivió medio año más. Esto lo oyó contar el sacerdote Tannen en persona, de modo que no hay posibilidad de error.
Cuando preguntaron a Daiyu cómo oró, respondió: «Yo no conocía ninguna oración apropiada, ya que en nuestra secta no se realizan estas prácticas. Me limité a poner mi corazón en el Dharma, volví al templo, tomé una espada corta que alguien había dejado en el templo a modo de ofrenda, la afilé y me la guardé en la túnica. Después, me senté ante el muerto y oré diciendo: “Si existe la fuerza del Dharma, vuelve a la vida ahora mismo”. En mi situación de compromiso, había tomado la resolución de abrirme el vientre y morir abrazado al cadáver si no volvía a la vida».
Cuando Yamamoto Gorozaemon acudió al sacerdote Tetsugyu, de Edo, para que le diera algunas lecciones de budismo, Tetsugyu le dijo: «El budismo es liberarse de la mente discriminadora. No es más que eso. Te puedo dar un ejemplo con el vocabulario del guerrero. El ideograma chino que significa “cobardía” [ 憶 ] se compone del ideograma “significado” [ 意 ] con el radical de “mente”. Pues bien, “significado” es “discriminación”, y cuando un hombre piensa con discriminación, se vuelve cobarde. ¿Acaso puede ser valeroso un hombre que sigue el Camino del Samurái cuando surge la discriminación? Supongo que esto te lo deja claro»[34].
Según dijo un anciano, el que vence a un enemigo señalado en el campo de batalla es como el halcón que apresa a un pajarillo. Aunque se adentre entre una bandada de mil pájaros, no presta atención más que al que había elegido desde el primer momento.
Llamamos tezuke no kubi a la cabeza de un enemigo al que se vence después de haber anunciado: «Voy a vencer a ese guerrero que lleva la armadura de tales y tales señas»[35].
En el Koyogunkan, un personaje dice: «Cuando estoy frente al enemigo, me siento como si acabara de quedarme a oscuras. Por eso sufro graves heridas. Tú has luchado con muchos guerreros famosos y no te han herido nunca. ¿Por qué?».
El segundo personaje le responde: «Cuando estoy frente al enemigo, es como si estuviera a oscuras, por supuesto. Pero si tranquilizo entonces la mente, es como una noche iluminada por una Luna pálida. Si ataco desde ese punto, tengo la sensación de que no me herirán». Esta es la situación a la hora de la verdad.
Si una bala de mosquete da en la superficie del agua, rebota. Se dice que si se hace una muesca en la bala con un cuchillo o mordiéndola, penetra en el agua. Por otra parte, cuando el señor sale de caza o en ocasiones parecidas, puede ser muy útil llevar marcadas las propias balas con una señal, para determinar responsabilidades en caso de accidente.
Un día, cuando los señores Owari, Kii y Mito tenían unos diez años, el señor Ieyasu estaba con ellos en el jardín y derribó un avispero grande[36]. Salieron muchas avispas, y los señores Owari y Kii se asustaron y huyeron. Pero el señor Mito se quitó de la cara las avispas, las tiró una a una y no huyó.
En otra ocasión, el señor Ieyasu estaba asando una gran sartén de castañas e invitó a los niños a que lo acompañaran. Cuando las castañas se calentaron, todas empezaron a estallar a la vez. Dos de los niños se asustaron y se retiraron. Pero el señor Mito no se asustó en absoluto, cogió las que habían saltado y volvió a echarlas a la sartén.
Eguchi Toan fue a estudiar medicina a casa del anciano Yoshida Ichian, en el barrio de Bancho, en Edo. Había por entonces en el barrio un maestro de esgrima, y Toan asistía a veces a sus lecciones. Otro alumno, que era ronin, se despidió un día de Toan, y le dijo: «Ahora voy a cumplir un viejo deseo, que tenía desde hacía muchos años. Si te lo digo es porque siempre has sido amable conmigo». Y se marchó. Esto intranquilizó a Toan, que lo siguió, y vio venir a un hombre que llevaba un sombrero de paja trenzada.
El maestro de esgrima caminaba a seis u ocho metros por delante del ronin, y cuando se cruzó con el hombre del sombrero le dio un golpe fuerte en la vaina de la espada con la suya. Cuando el hombre volvió la vista, el ronin le tiró el sombrero al suelo de un golpe y gritó que quería venganza. Aquella confusión distrajo al hombre, al que mató con facilidad. De las mansiones y casas próximas surgieron grandes aclamaciones. Se dice que hasta hicieron una colecta a su favor. Esta era una de las anécdotas favoritas de Toan.
Una vez que el sacerdote Ungo de Matsushima cruzaba las montañas de noche, lo detuvieron unos bandidos. Ungo dijo: «Soy un hombre de esta región, no soy peregrino. No llevo ningún dinero, pero podéis quedaros esta ropa si queréis. Os ruego que me perdonéis la vida».
Los bandidos dijeron: «Nuestro trabajo ha sido en vano. No necesitamos ropa». Y se marcharon.
Cuando estaban a cosa de doscientos metros de distancia, Ungo volvió atrás, y les dijo: «He quebrantado el mandamiento que prohíbe mentir. Olvidé, en mi confusión, que llevaba una moneda de plata en la faltriquera. Lamento mucho haber dicho que no llevaba nada. Aquí la tenéis; tomadla, os lo ruego». Los bandidos de las montañas se quedaron muy impresionados, se cortaron el pelo ahí mismo y se hicieron discípulos suyos.
En Edo se reunieron una noche cuatro o cinco hatamotos a jugar una partida de go. En un momento dado, se levantó uno para ir al retrete, y durante su ausencia surgió una disputa. Dieron una cuchillada a un hombre, se apagaron las luces y reinaba la confusión. Cuando volvió corriendo el que había salido, gritó: «¡Tranquilos todos! Aquí no ha pasado nada. Volved a encender las luces, yo me haré cargo de esto».
Cuando volvieron a encender las luces y se hubieron tranquilizado todos, el hombre cortó de pronto la cabeza al otro que había intervenido en la reyerta. Dijo después: «Para mi desgracia como samurái, no estuve presente en la pelea. Si esto se interpretara como un acto de cobardía, me mandarían que me hiciera el seppuku. Aunque así no fuera, no tendría excusa si dijeran que había huido al retrete, y tampoco me quedaría más recurso que el seppuku. Si he hecho esto ha sido porque prefiero morir habiendo matado a un rival que por haberme deshonrado yo solo».
Cuando el shogún se enteró de esto, transmitió su felicitación a aquel hombre.
Una vez viajaban juntos por las montañas diez masajistas ciegos, y cuando tuvieron que pasar por lo alto de un precipicio empezaron a andar con mucha cautela, les temblaban las piernas y les dominó el terror. Entonces, el que iba por delante tropezó y se cayó por el precipicio. Los que quedaron, gritaron todos: «¡Ay! ¡Ay! ¡Qué pena!».
Pero el masajista que había caído, gritó desde el fondo del precipicio: «No os asustéis. Aunque he caído no ha sido nada. Ahora estoy bastante tranquilo. Antes de caer, no hacía más que pensar: “¿Qué haré si me caigo?”, y mi angustia no tenía límites. Pero ahora ya estoy tranquilo[37]. ¡Si vosotros queréis quedaros tranquilos también, caed en seguida!».
Hojo Awa no kami reunió una vez a sus discípulos de artes marciales e hizo venir a un fisonomista de Edo, que era famoso por entonces, para que dictaminara si eran valientes o cobardes. Hizo que el hombre los inspeccionara uno a uno, y les decía: «Si te declara valiente, deberás esforzarte todavía más. Si te declara cobarde, deberás esforzarte hasta entregar la vida. El carácter es cosa de nacimiento, no hay de qué avergonzarse».
Hirose Denzaemon tenía entonces doce o trece años. Cuando se sentó ante el fisonomista, le dijo con voz áspera: «¡Si me declaras cobarde, te mato de un solo tajo!».
Cuando hay que decir algo, es mejor decirlo en seguida. Si se dice más tarde, parecerá una excusa. Además, a veces es bueno abrumar a tu adversario. Podemos añadir que si no sólo dices lo suficiente, sino que enseñas a tu adversario algo que le beneficie, habrás alcanzado la mejor de las victorias. Este principio se ciñe al Camino.
El sacerdote Ryoi dijo:
A los samuráis antiguos les mortificaba la idea de morir en la cama: su máximo deseo era morir en el campo de batalla. También el sacerdote debe tener esta determinación si quiere seguir el Camino. El hombre que se recluye y evita el trato con los hombres es un cobarde. La idea de que se puede hacer algún bien recluyéndose es fruto de los malos pensamientos. Pues aunque ese hombre consiga algo a base de recluirse, no podrá abrir el camino para las generaciones posteriores transmitiendo las tradiciones del clan.
Amari Bizen no kami, samurái al servicio de Takeda Shingen, murió en combate, y su hijo Tozo, de dieciocho años, pasó a ocupar el cargo de su padre, el de guerrero de a caballo adjunto a un general. Una vez, un hombre de su grupo sufrió una herida grave y, como no se le cortaba la hemorragia, Tozo le mandó que bebiera estiércol de caballo rucio desleído en agua. El herido dijo: «¿Cómo voy a beber estiércol de caballo? Tengo apego a la vida».
Tozo lo oyó, y dijo: «¡Qué valor tan admirable el de este guerrero! Lo que dices es razonable. Sin embargo, la lealtad más elemental nos exige que conservemos la vida y venzamos en el campo de batalla sirviendo a nuestro señor. Lo beberé yo, entonces». Y bebió un poco de la medicina. Entregó después el cuenco al hombre, que se la bebió de buena gana y se recuperó.