Del capítulo VIII

LA NOCHE DEL DÍA trece del mes noveno del año cuarto de Teikyo había un grupo de diez actores del teatro No contemplando la Luna en casa de Nakayama Mosuke, soldado de a pie, en Sayanomoto. Empezando por Naotsuka Kanzaemon, todos se burlaron del soldado de a pie Araki Kyuzaemon por su baja estatura. Araki se enfadó, mató a Kanzaemon con su espada y atacó a los demás.

Aunque a Matsumoto Rokuzaemon le habían cortado una mano, bajó al jardín, sujetó a Araki por la espalda con la otra mano, y dijo: «¡A gente como tú les puedo arrancar la cabeza con una mano!». Quitó la espada a Araki y lo empujó con la rodilla contra el umbral de la puerta, pero cuando iba a cogerlo del cuello perdió las fuerzas y fue dominado.

Araki se levantó de un salto y volvió a atacar a los que lo rodeaban, pero entonces le salió al paso el señor Hayata (llamado después Jirozaemon) armado de una lanza. Al final, lo redujeron entre varios. Más tarde, se ordenó a Araki que se hiciera el seppuku, y a todos los demás que intervinieron se les degradó a ronin por su indiscreción, aunque a Hayata lo perdonaron más tarde.

Tsunetomo no recuerda esta historia con claridad; deberíamos consultar a otros para conocerla mejor.

Hace unos años se celebró una lectura de los sutras en el Jissoin de Kawakami. Asistieron al acto religioso cinco o seis hombres de Kon’yamachi y de la zona de Tashiro, y en el camino de vuelta estuvieron bebiendo. Entre ellos estaba un samurái al servicio de Kizuka Kyuzaemon que no quiso ir con sus compañeros, pues tenía motivos para volver a su casa temprano. Los otros, no obstante, se enzarzaron más tarde en una pelea con unos hombres y los mataron a todos.

El samurái de Kyuzaemon se enteró más tarde, aquella misma noche, y fue con prontitud a la residencia de sus compañeros. Después de enterarse de los detalles, dijo: «Me figuro que os tomarán declaración. Debéis decir que yo estaba también e intervine en la muerte de esos hombres. Cuando regrese a mi casa, diré lo mismo a Kyuzaemon. En vista de que una pelea nos afecta a todos, debo afrontar la misma pena de muerte que vosotros, y es mi máximo deseo. Esto se debe a que aunque yo explicase a mi señor que me había retirado temprano, jamás lo aceptaría como cierto. Kyuzaemon ha sido siempre hombre severo, y aunque los jueces me absolviesen, lo más probable es que me hiciera ejecutar por cobarde ahí mismo. En tal caso, sería muy lamentable morir con la mala reputación de haber huido por cobarde.

»Como me espera el mismo destino de morir, prefiero hacerlo acusado de haber matado a un hombre. Si no estáis de acuerdo, me abriré el vientre aquí mismo».

Sus compañeros, viendo que no tenían otra opción, declararon en el sentido que les había pedido el samurái. Después, en el juicio, aunque los hechos se expusieron así, salió a relucir que el samurái se había retirado temprano a su casa. Todos los jueces se quedaron impresionados, e incluso alabaron a aquel hombre.

Sólo me contaron las líneas generales de este caso; procuraré enterarme de los detalles más adelante.

Una vez, Nabeshima Aki no kami Shigetake recibió una visita inesperada cuando estaba comiendo y se dejó parte de la comida en la bandeja. Más tarde, cierto samurái suyo se sentó ante la bandeja y se puso a comer el pescado frito que estaba en el plato. Entonces volvió el señor Aki y lo vio, y el hombre se quedó desconcertado y huyó. El señor Aki le gritó: «¡Eres un vil esclavo, capaz de comerte las sobras de otra persona!», y se sentó y terminó de comerse el pescado.

Es una de las anécdotas que contaba Jin’emon. Se cuenta que aquel samurái fue uno de los que se hicieron el tsuifuku a la muerte de su señor.

Yamamoto Jin’emon decía siempre a sus samuráis: «Jugad, mentid: el hombre que no te cuenta siete mentiras en cien pasos no sirve de nada como hombre». En tiempos pasados, la gente decía estas cosas porque lo único que les importaba era la actitud del hombre hacia las cuestiones militares, y consideraban que el hombre que era «correcto» no haría nunca grandes obras. También pasaban por alto las faltas de conducta de los hombres, y quitaban importancia a estas cuestiones, diciendo: «También hacen cosas buenas…».

Los hombres como Sagara Kyuma disculpaban también a los samuráis que habían cometido robos y adulterios y los iba formando poco a poco. Decía: «Si no fuera por personas como estas, no tendríamos ningún hombre útil».

Ikuno Oribe decía: «Si el samurái no piensa más que en lo que tiene que hacer ese día, será capaz de hacer cualquier cosa. La labor de un solo día siempre se puede aguantar. Mañana no será más que un solo día».

En la época en que el señor Nabeshima Tsunashige no había heredado todavía el señorío, el sacerdote zen Kurotakiyama Choon lo convirtió y lo adoctrinó en el budismo. Como había alcanzado la iluminación, el sacerdote se disponía a otorgarle el sello, y esto se supo en toda la casa[26]. Por entonces, se había encomendado a Yamamoto Gorozaemon el cargo de asistente y guardián de Tsunashige. Cuando se enteró de esto, comprendió que no podía ser de ninguna manera y pensó presentar una solicitud a Choon y, en caso de que este no accediera, matarlo. Fue a la casa del sacerdote, en Edo, y entró; el sacerdote lo tomó por un peregrino y lo recibió con dignidad.

Gorozaemon se acercó a él, y dijo: «Tengo que hablarte en secreto ahora mismo. Te ruego que hagas salir a los sacerdotes adjuntos.

»Se dice que dentro de poco vas a otorgar el sello a Tsunashige por su dominio del budismo. Y bien, como eres de Hizen, debes de conocer en buena medida las costumbres de los clanes Ryuzoji y Nabeshima. Nuestro país se gobierna con armonía entre las clases sociales porque, a diferencia de otras, ha tenido una línea regular de herederos a lo largo de las generaciones. Los daimyos no han recibido el sello budista desde hace siglos. Si ofreces ahora el sello a Tsunashige, lo más probable es que se considere iluminado y desprecie por completo las palabras de sus samuráis. Un hombre grande se volverá soberbio. No le otorgues ese título de ninguna manera. Si no accedes a ello, yo también he tomado mi resolución»[27], dijo, muy decidido.

El sacerdote palideció, pero dijo: «Bien, bien. Tus intenciones son leales, y veo que entiendes bien los asuntos de tu clan. Eres un servidor digno de confianza…».

Pero Gorozaemon dijo: «¡No! Ese truco ya me lo sé. No he venido aquí a oír alabanzas. Dime claramente, sin añadir nada más, si piensas otorgar el sello o no».

Choon dijo: «Lo que dices es razonable. No otorgaré el sello, decididamente».

Gorozaemon se aseguró de ello y se retiró.

Toda esta historia se la contó a Tsunetomo el propio Gorozaemon.

Un grupo de ocho samuráis salieron juntos a divertirse un poco. Dos de ellos, Komori Eijun y Otsubo Jin’emon, entraron en un salón de té que estaba ante el templo de Kannon, en Asakusa, tuvieron una disputa con los empleados y recibieron una paliza. Esto lo oyeron los demás, que daban un paseo en barca, y Muto Rokuemon dijo: «Debemos volver y vengarnos». Yoshii Yoichiemon y Ezoe Jinbei estuvieron de acuerdo con ello.

Sin embargo, los demás les disuadieron, diciendo: «Eso causaría disgustos al clan». Y se volvieron todos a casa.

Cuando llegaron a la mansión, Rokuemon volvió a decir: «¡Debemos vengarnos, decididamente!», pero los demás le disuadieron. Aunque Eijun y Jin’emon tenían graves heridas en las piernas, mataron a los empleados del salón de té, y el señor castigó a los que habían regresado.

Más tarde, hubo debates sobre los detalles del caso. Alguien dijo: «Los asuntos como la venganza no se acaban nunca si se espera a recibir el consentimiento de los demás. Hay que tener la determinación de ir uno solo, aunque lo maten. La persona que habla con vehemencia de vengarse pero no hace nada al respecto es un hipócrita. Los astutos no hacen más que proteger su reputación para más adelante a base de hablar. Pero el verdadero valiente es el que sale en secreto sin decir nada y muere. No es necesario que consiga su propósito: ya es valiente por haberse hecho matar. Es muy probable que una persona así consiga lo que pretende».

Ichiyuken era un pinche de cocina del señor Takanobu. Por una discusión sobre un combate de sumo, mató a seis o siete hombres y le mandaron que se suicidara. Pero cuando el señor Takanobu se enteró, indultó al hombre, y dijo: «En estos tiempos en que hay tantas guerras en nuestro país, los valientes son importantes. Parece que este hombre es valeroso». Así pues, el señor Takanobu se llevó a Ichiyuken a la batalla del río Uji, y este ganó fama sin igual adentrándose en cabeza y saqueando al enemigo en todos los encuentros.

En la batalla de Takagi, Ichiyuken se adentró tanto en las líneas enemigas que al señor Takanobu le pesó y le mandó a gritos que volviera. Como la primera línea no había podido avanzar, el señor Takanobu sólo pudo hacerlo volver adelantándose rápidamente él mismo y tirándole de la manga de la armadura. Por entonces, Ichiyuken había recibido muchas heridas en la cabeza, pero se las había vendado con hojas verdes atadas con una toalla delgada.

El primer día del asedio al castillo de Hara, Tsuruta Yashichibei fue a transmitir a Oki Hyobu un mensaje del señor Mimasaka; pero cuando estaba comunicando el mensaje le atravesó la pelvis una bala que habían disparado del castillo y cayó de bruces. Se levantó y terminó de comunicar el mensaje, lo hirieron por segunda vez y murió. Taira Chihyoei llevó el cuerpo de Yashichibei al campamento. Cuando Chihyoei regresaba al campamento de Hyobu, lo mataron también de un tiro de fusil.

Denko nació en Taku, y vivían por entonces su hermano mayor, Jirobei; su hermano menor, y su madre. Hacia el mes noveno, la madre de Denko se llevó al hijo de Jirobei a oír un sermón. Cuando llegó la hora de volver a casa, el niño, al ponerse las sandalias, pisó sin querer a un hombre que estaba a su lado. El hombre riñó al niño, se enzarzaron en una disputa y por fin el hombre desenvainó la espada corta y lo mató. La madre de Jirobei se quedó pasmada, sujetó al hombre, y este la mató también. Hecho esto, el hombre se volvió a su casa.

Aquel hombre se llamaba Gorouemon y era hijo de un ronin llamado Nakajima Moan. Su hermano menor, Chuzobo, era un asceta que vivía en la montaña. Moan era asesor del señor Mimasaka, y Gorouemon percibía también sueldo de él.

Cuando se conocieron los hechos en casa de Jirobei, su hermano menor salió camino de la casa de Gorouemon. Al ver que la puerta estaba cerrada por dentro y no salía nadie, habló disimulando su voz haciéndose pasar por un visitante. Cuando abrieron la puerta, gritó su nombre verdadero y cruzó la espada con la de su enemigo. Ambos cayeron al montón de la basura, pero al final murió Gorouemon. Entonces intervino Chuzobo, que mató al hermano menor de Jirobei.

Denko, al enterarse del incidente, fue inmediatamente a casa de Jirobei, y le dijo: «Sólo ha muerto uno de nuestros enemigos, mientras que nosotros hemos perdido a tres. Esto es muy lamentable; ¿por qué no matas a Chuzobo?». Pero Jirobei no quiso hacerlo.

A Denko le pareció que aquello era francamente vergonzoso, y aunque él era sacerdote budista, decidió matar al asesino de su madre, de su hermano menor y de su sobrino. Sin embargo, sabía que como él no era más que un sacerdote corriente, era muy posible que el señor Mimasaka tomara represalias, y por ello trabajó mucho y llegó a alcanzar el cargo de sacerdote principal del Ryuunji. Después, acudió al fabricante de espadas Iyonojo y le encargó una espada larga y otra corta, ofreciéndose a ejercer de aprendiz suyo, y hasta le permitieron participar en la forja de las espadas.

El día veintitrés del mes noveno del año siguiente ya estuvo dispuesto para partir. Había llegado casualmente un huésped al templo. Denko mandó que se le sirviera de comer y salió en secreto de sus habitaciones de sacerdote principal disfrazado de seglar. Se dirigió a Taku y, cuando preguntó por Chuzobo, le dijeron que estaba con otros muchos que habían ido a contemplar la salida de la Luna, y comprendió, por tanto, que no podría hacer gran cosa. No quería perder tiempo, y le pareció que cumpliría con su intención matando al padre, Moan. Fue a la casa de Moan, se abrió camino hasta los dormitorios, anunció su nombre y, cuando el hombre se estaba levantando, lo mató con la espada. Cuando la gente del barrio acudió corriendo y lo rodeó, explicó la situación, tiró las espadas y se volvió a su casa. La noticia llegó a Saga antes que él, y bastantes feligreses de Denko salieron de inmediato y lo acompañaron en el camino de vuelta.

El señor Mimasaka se indignó mucho, pero no podía hacer nada, porque Denko era sacerdote principal de un templo del clan Nabeshima. Por fin, por mediación de Nabeshima Toneri, envió un mensaje a Tannen, sacerdote principal del Kodenji, al que mandó decir: «Cuando un sacerdote ha matado a un hombre, debe ser sentenciado a muerte». La respuesta de Tannen fue: «El castigo de un religioso depende del Kodenji. Te ruego que no intervengas».

El señor Mimasaka se enfadó todavía más, y preguntó: «¿Qué clase de castigo será ese?». Tannen respondió: «Aunque de nada sirve que lo sepas, ya que insistes en preguntarlo te daré una respuesta. La Ley [budista] dice que el sacerdote apóstata sea despojado de su túnica y expulsado».

Despojaron a Denko de su túnica en el Kodenji y, cuando lo expulsaron, algunos novicios se pusieron las espadas largas y cortas, y muchos feligreses salieron a protegerlo y lo acompañaron hasta Todoroki. Por el camino aparecieron algunos hombres que parecían cazadores y preguntaron si el grupo procedía de Taku. Denko vivió desde entonces en Chikuzen, era bien recibido por todos y se trataba en términos de amistad con los samuráis. La historia circuló mucho, y se dice que lo trataron bien en todas partes.

Horie San’emon cometió el delito de robar el dinero del almacén de Nabeshima y huyó a otra provincia. Lo detuvieron, y confesó. La sentencia fue la siguiente: «Por este grave delito, se le dará tormento hasta que muera», y se designó a Nakano Daigaku como oficial encargado de la ejecución. Primero le quemaron todo el pelo del cuerpo y le arrancaron las uñas. Después le cortaron los tendones, lo perforaron con taladros y le aplicaron otros tormentos. Él no hizo nunca ni un gesto de dolor, ni le cambió el color del rostro. Por fin, le partieron la espalda, lo cocieron en salsa de soja y le dejaron el cuerpo doblado en dos hacia atrás.

Una vez, cuando Fukuchi Rokurouemon salía del castillo, pasaba ante la mansión del señor Taku el palanquín de una mujer que parecía de bastante categoría, y un hombre que estaba allí hizo la reverencia debida. Pero un alabardero del séquito del palanquín dijo al hombre: «No te has inclinado lo suficiente», y le dio un golpe en la cabeza con el asta de la alabarda.

Cuando el hombre se tocó la cabeza, vio que sangraba. Sangrando como estaba, se levantó, y dijo: «Has cometido un ultraje, a pesar de que yo me había comportado con cortesía. Tanto peor para ti». Dicho esto, abatió al alabardero de un solo tajo.

El palanquín siguió su camino, pero Rokurouemon tomó su lanza, se encaró al hombre, y le dijo: «Guarda la espada. Está prohibido empuñar espadas en los terrenos del castillo».

El hombre dijo: «Lo que ha pasado era inevitable y he obrado obligado por las circunstancias. Tú lo habrás visto también, sin duda. Aunque quisiera envainar la espada, me resulta difícil hacerlo por el tono con que me has hablado. Sintiéndolo mucho, estoy dispuesto a aceptar tu desafío».

Rokurouemon soltó la lanza al momento y dijo en tono cortés: «Lo que has dicho es razonable. Me llamo Fukuchi Rokurouemon. Daré fe de que tu conducta ha sido admirable. Además, te apoyaré aunque me cueste la vida. Ahora, guarda la espada».

«Con mucho gusto», dijo el hombre, y envainó la espada.

Rokurouemon preguntó al hombre de dónde era, y este le respondió que era un samurái al servicio de Taku Nagato no kami Yasuyori. Así pues, Rokurouemon le acompañó y explicó las circunstancias. Sin embargo, el señor Nagato sabía que la mujer del palanquín era la esposa de un noble, y mandó a su samurái que se hiciera el seppuku.

Rokurouemon se adelantó, y dijo: «Como he dado mi palabra de samurái, si a este hombre le mandan que se haga el seppuku, me lo haré yo antes».

Se dice que acabó así el caso sin que nadie acabara mal.

El señor Shima envió a su padre un mensajero con este recado: «Quisiera hacer la peregrinación al santuario de Atago, en Kyoto». El señor Aki preguntó: «¿Por qué motivo?». El mensajero respondió: «Atago es el dios del tiro con arco, y sus intenciones son pedir buena ventura en la guerra».

El señor Aki se enfadó, y respondió: «¡Eso es absolutamente inútil! ¿Es que la primera fila de los Nabeshima tiene algo que pedir a Atago? Aunque la reencarnación de Atago combatiera en las filas enemigas, los de nuestra primera fila podrían cortarlo limpiamente en dos de un tajo».

Dohaku vivía en Kurotsuchibaru. Su hijo se llamaba Gorobei. Una vez, Gorobei llevaba un saco de arroz y se cruzó con un ronin del señor Kumashiro Sakyo, llamado Iwamura Kyunai. Los dos estaban reñidos por algún incidente previo, y Gorobei golpeó a Kyunai con su saco de arroz, provocó una discusión, le pegó y lo tiró a una zanja, y después se volvió a su casa. Kyunai gritó unas amenazas a Gorobei y se volvió a su casa, donde contó el caso a su hermano mayor, Gen’emon. Los dos se dirigieron a casa de Gorobei a vengarse.

Cuando llegaron, la puerta estaba entornada y Gorobei los esperaba detrás con la espada en la mano. Gen’emon entró sin saberlo y Gorobei le dio un tajo en horizontal. Gen’emon, gravemente herido, salió a la calle cojeando y apoyándose en la espada a modo de bastón. Entonces, se abalanzó al interior Kyunai, que lanzó un tajo a Katsuemon, yerno de Dohaku, que estaba sentado junto a la lumbre. Rozó con la espada el gancho de colgar la olla y arrancó a Katsuemon la mitad de la cara. Entre Dohaku y su esposa quitaron la espada a Kyunai.

Kyunai se disculpó, y dijo: «Ya me doy por satisfecho. Os ruego que me devolváis mi espada, y acompañaré a mi hermano a casa». Pero cuando Dohaku se la entregó, Kyunay le hirió en la espalda cortándole la mitad del cuello. Después volvió a cruzar la espada con Gorobei y los dos salieron de la casa y combatieron igualados, hasta que Kyunai cortó un brazo a Gorobei.

Entonces, Kyunai, que también tenía muchas heridas, se echó al hombro a su hermano mayor, Gen’emon, y volvió a su casa. Pero Gen’emon murió por el camino.

Las heridas de Gorobei eran numerosas. Aunque se le contuvo la hemorragia, murió por haber bebido agua.

La mujer de Dohaku perdió varios dedos. Dohaku tenía cortado el espinazo por el cuello, y como sólo tenía intacta la garganta, le colgaba la cabeza por delante. Dohaku fue a ver al cirujano sujetándose la cabeza con las manos.

El cirujano le aplicó el tratamiento siguiente. En primer lugar, aplicó a la mandíbula de Dohaku una mezcla de resina de pino y aceite y se la ató con ramio. Después, le ató la coronilla a una viga con una cuerda, le cosió la herida y le enterró el cuerpo en arroz para que no pudiera moverse.

Dohaku no perdió el conocimiento en ningún momento ni perdió su actitud normal, ni siquiera tomó ginseng. Se dice que sólo le dieron un poco de medicina estimulante el tercer día, cuando tuvo una hemorragia. Al final, se le soldaron los huesos y se recuperó sin secuelas.

Cuando el señor Mitsushige contrajo la viruela en Shimonoseki, Ikushima Sakuan le dio una medicina. Era un ataque de viruela muy grave, y sus sirvientes de todas las categorías estaban bastante inquietos. De pronto, se le pusieron negras las pústulas. Los que le cuidaban se desanimaron y avisaron en secreto a Sakuan, que acudió al instante. Dijo: «Y bien, debemos dar gracias. Las pústulas se están curando. Pronto se habrá recuperado del todo sin complicaciones. Os lo garantizo».

Los que acompañaban al señor Mitsushige, al oírlo, pensaron: «Sakuan parece un poco trastornado. La situación se vuelve más desesperada todavía».

Sakuan rodeó entonces al enfermo de biombos, salió al cabo de un rato y administró al señor Mitsushige una dosis de medicina. Al paciente le sanaron muy pronto las pústulas y se recuperó por completo. Sakuan dijo más tarde, en confianza, a cierta persona: «Cuando administré al señor esa única dosis de medicina, había tomado la determinación de que, en vista de que lo estaba tratando a solas, si no se recuperaba me abriría el vientre y moriría con él».

Cuando Nakano Takumi se estaba muriendo, se reunieron todos los de su casa, y él les dijo: «Debéis comprender que la determinación de un samurái está sujeta a tres condiciones: la condición de la voluntad del señor, la condición de la vitalidad y la condición de la propia muerte».

En cierta ocasión, se habían reunido algunos hombres en la plataforma de la ciudadela del castillo, y uno dijo a Uchida Shouemon: «Se dice que eres maestro del arte de la espada; pero a juzgar por tu actitud cotidiana, tus enseñanzas deben de ser extrañísimas. Me imagino que si te pidieran que hicieras de kaishaku, en vez de cortar el cuello cortarías al hombre la tapa de los sesos».

Shouemon replicó: «No es así. Mira; píntate un punto con tinta en el cuello, y verás cómo corto sin desviarme ni un pelo».

Nagayama Rokurozaemon viajaba por la carretera de Tokaido y llegó a Hamamatsu. Cuando pasaba ante una posada, se presentó ante su palanquín un mendigo, que le dijo: «Soy un ronin de Echigo. Estoy sin dinero y en circunstancias apuradas. De guerrero a guerrero, te ruego que me ayudes».

Rokurozaemon se enfadó, y dijo: «Eso de que los dos somos guerreros es una falta de cortesía. Yo en tu lugar, me abriría el vientre. ¡En vez de ir mendigando por los caminos y cubriéndote de oprobio, ábrete el vientre aquí mismo!».

Se cuenta que el mendigo se marchó.

Makiguchi Yohei hizo de kaishaku para muchos hombres. Cuando un tal Kanahara tuvo que hacerse el seppuku, Yohei accedió a hacerle de kaishaku. Kanahara se clavó la espada en el vientre, pero cuando tenía que hacer el movimiento horizontal no pudo seguir. Yohei se acercó a su lado, y gritó: «¡Hey!», y dio un pisotón en el suelo. Este impulso permitió a Kanahara darse el corte horizontal en el vientre. Se dice que, una vez terminado el kaishaku, Yohei derramó lágrimas, y dijo: «Aunque fue buen amigo mío…».

Contaba esta historia el señor Sukeemon.

Cuando cierta persona se hizo el seppuku, al cortarle la cabeza el kaishaku quedó colgando un poco de piel y la cabeza no se separó del cuerpo por completo. El inspector oficial dijo: «Queda algo». El kaishaku se enfadó, cogió la cabeza y, cortándola del todo, la levantó a la altura de la vista, y dijo: «¡Mírala bien!». Se dice que aquello fue bastante espeluznante. Lo contaba el señor Sukeemon.

Antiguamente, se daban casos en que la cabeza salía despedida. Se dijo que era mejor dejar un poco de piel al cortar para que no saliese despedida hacia los inspectores oficiales. Sin embargo, en la actualidad, es mejor cortarla limpiamente.

Un hombre que había cortado cincuenta cabezas, dijo una vez: «En función de la cabeza, hay veces en que hasta el tronco del cuerpo te produce reacción. Cuando cortas sólo tres cabezas, no hay ninguna reacción al principio y puedes cortar bien. Pero cuando llegas a la cuarta o a la quinta, sientes bastante reacción. En cualquier caso, con lo importante que es esta cuestión, no cometerás errores si no piensas más que en hacer caer la cabeza».

Cuando el señor Nabeshima Tsunashige era niño, ascendieron a Iwamura Kuranosuke a la categoría de anciano. En cierta ocasión, Kuranosuke vio que el pequeño Tsunashige tenía delante unas monedas de oro, y preguntó al samurái asistente: «¿Por qué has puesto esas monedas delante del joven señor?». El asistente respondió: «El señor acaba de enterarse de que ha recibido un regalo. Dijo que no lo había visto todavía, de modo que lo traje para que lo viera». Kuranosuke riñó mucho a aquel hombre, diciéndole: «Poner estas cosas viles ante un personaje importante es el colmo del descuido. Deberías saber que tampoco se deben poner delante del hijo del señor. Los samuráis asistentes deberán tener mucho cuidado con estas cosas de ahora en adelante».

En otra ocasión, cuando el señor Tsunashige tenía unos veinte años, fue una vez a la mansión de Naekiyama para asistir a una fiesta. Cuando el grupo se acercaba a la mansión, el señor Tsunashige pidió un bastón. Su portador de sandalias, Miura Jibuzaemon, cortó un palo y se dispuso a entregárselo al joven señor. Kuranosuke, al verlo, arrebató en seguida el palo a Jibuzaemon y le reprendió gravemente, diciéndole: «¿Es que quieres que nuestro joven señor se convierta en un perezoso? No se le debe dar un bastón aunque lo pida. Esto es un descuido por parte del samurái asistente».

Jibuzaemon fue ascendido más tarde a la categoría de teakiyari, y Tsunetomo oyó esta anécdota de sus propios labios.