Del capítulo IX
ESTANDO SHIMOMURA SHOUN de servicio en el castillo, el señor Naoshige dijo: «Qué maravilloso es que Katsushige tenga tanto vigor y fuerza para su edad. Vence en combates de sumo hasta a sus compañeros de mayor edad».
Shoun respondió: «Aunque yo soy un viejo, apuesto a que lo venzo en un combate de lucha sentados». Dicho esto, levantó a Katsushige de un tirón y lo arrojó con tanta fuerza que le hizo daño. Añadió después: «Si presumes de fuerza antes de tener bien forjado el carácter, es muy posible que quedes avergonzado delante de la gente. Eres más débil de lo que pareces». Y se retiró.
En la época en que Matsuda Yohei era amigo íntimo de Ishii Jinku, aquel riñó con Nozoe Jinbei. Yohei envió a Jinvei un mensaje, diciéndole: «Haz el favor de venir para que arreglemos esta cuestión de una vez por todas». Entonces ambos salieron juntos y llegaron a la mansión de Yamabushi, en Kihara, cruzaron el único puente que había y lo destruyeron. Allí debatieron las circunstancias de la disputa, y la examinaron desde todos los puntos de vista, llegando a la conclusión de que no tenían motivos para batirse en duelo. Pero cuando decidieron volverse a sus casas, recordaron que no tenían por dónde pasar.
Mientras buscaban un medio para cruzar el foso, vieron que se acercaban furtivamente los testigos a los que habían convocado los dos. Entonces se dijeron: «Ya no podemos volvernos atrás, y más nos vale pelear que quedar deshonrados por no hacerlo».
El combate duró algún tiempo. Yohei cayó gravemente herido en la zanja que separaba dos campos de labor. Jinbei recibió también una herida grave y, con los ojos llenos de sangre, no encontraba a Yohei. Mientras Jinbei lo buscaba a tientas, Yohei pudo defenderse desde el suelo y lo abatió por fin. Pero cuando intentaba rematarlo, le faltaron las fuerzas en la mano y degolló a Jinbei empujando la espada con el pie.
Entonces llegaron los amigos de Yohei, que se lo llevaron a su casa. Cuando se restableció de sus heridas, le mandaron que se hiciera el seppuku. Llamó entonces a su amigo Jinku para beberse una copa de despedida con él.
Okubo Toemon, de Shioda, regentaba una taberna propiedad de Nabeshima Kenmotsu. El señor Okura, hijo de Nabeshima Kai no kami, era inválido y no salía de su casa, que estaba en una finca llamada Mino. Acogía a los luchadores de sumo y le gustaba tratarse con hombres pendencieros.
Los luchadores solían ir a los pueblos próximos y alborotar. Una vez fueron a la taberna de Toemon, bebieron sake y dijeron inconveniencias, hasta que riñeron con Toemon. Él se enfrentó a ellos con una alabarda, pero como los otros eran dos, lo mataron.
Su hijo, Kannosuke, tenía quince años y estaba estudiando en el templo Jozeiji cuando se enteró del suceso. Salió al galope, se armó de una espada corta, de unos cuarenta centímetros de hoja, luchó contra los dos hombretones y los mató en poco tiempo. Aunque Kannosuke recibió trece heridas, se recuperó. Más tarde se llamó Doko, y dicen que fue un gran masajista.
Se dice que Tokunaga Kichizaemon se quejaba siempre de esta manera: «Ya estoy tan viejo que, aunque hubiera una batalla, no podría hacer nada. Con todo, me gustaría morir adentrándome al galope en las filas enemigas para que me mataran. Sería vergonzoso morir en la cama, sin más».
Se dice que el sacerdote Gyojaku oyó contar esto cuando era novicio. Gyojaku tuvo por maestro al sacerdote Yomon, que era el hijo menor de Kichizaemon.
Cuando pidieron a Sagara Kyuma que ocupara el cargo de samurái jefe, dijo a Nabeshima Heizaemon: «El señor me trata cada vez mejor, sin que yo lo merezca, y ahora me ha pedido que ejerza un alto cargo. No podré llevar bien mis asuntos, porque no tengo un buen samurái a mi servicio. Te pido que me traspases a tu samurái Takase Jibusaemon». Heizaemon le escuchó y le dio su consentimiento, diciendo: «Me agrada mucho que te hayas fijado en mi samurái. Haré lo que me pides».
Pero cuando contó esto a Jibusaemon, este dijo: «Daré yo mismo la respuesta al señor Kyuma». Fue entonces a casa de Kyuma y habló con él. Jibusaemon dijo a Kyuma: «Sé que es un gran honor que hayas pensado en mí y hayas pedido esto. Pero un samurái es una persona que no puede cambiar de señor. Como tú eres de categoría alta, si fuera samurái tuyo, yo viviría en la abundancia, pero esa abundancia sería penosa para mí. Heizaemon es de poca categoría y pobre, y nos sustentamos de gachas de arroz. Pero esa vida es dulce para mí. Te ruego que reflexiones sobre esto».
Kyuma se quedó muy impresionado.
Cierto hombre salió de viaje y, al volver a su casa en plena noche, descubrió que se había metido en la casa un hombre que estaba cometiendo adulterio con su mujer. Mató entonces al hombre. A continuación, rompió un tabique y cambió de sitio un saco de arroz, y después de disponer así las cosas declaró ante las autoridades que había matado a un ladrón. De esta manera no le pasó nada. Al cabo de algún tiempo se divorció de su mujer, y así terminó la cosa.
Cierta persona regresó a su casa, de viaje, y se encontró que su esposa estaba cometiendo adulterio con un samurái suyo en el dormitorio. Cuando se acercó a los dos, el samurái huyó por la cocina. El hombre pasó entonces al dormitorio y mató a su mujer.
Llamó a la criada, le explicó lo sucedido, y le dijo: «Para librar de la deshonra a los hijos, debe hacerse pasar por una muerte por enfermedad, y tendrás que ayudarme. Si te niegas, bien puedo matarte a ti también por haber sido encubridora de este grave delito». «Si me perdonas la vida, haré como que no sé nada», respondió ella.
La criada ordenó la habitación y vistió el cadáver con la ropa de noche. Después, enviaron sucesivamente a dos o tres mensajeros a casa del médico con el recado de que la mujer había caído enferma repentinamente y mandaron, por último, a otro mensajero con el encargo de que era demasiado tarde y ya no era preciso que viniera el médico. Llamaron al tío de la mujer y le explicaron la enfermedad, y quedó convencido. Todo se hizo pasar por una muerte por enfermedad y nadie supo la verdad. Al samurái lo despidieron más tarde. Este caso sucedió en Edo.
Era el día de Año Nuevo del año tercero de Keicho, en un lugar de Corea llamado Yolsan, cuando se presentaron los ejércitos de los Ming con cientos de miles de hombres, y los del ejército japonés se quedaron atónitos y sin habla. El señor Naoshige dijo: «Vaya, vaya. ¡Sí que son muchos! Me pregunto cuántos centenares de miles serán».
Jin’emon dijo: «En Japón, cuando algo es incontable, decimos: “Tantos como los pelos de una ternera de tres años”. ¡Estos sí que serán tantos como los pelos de una ternera de tres años!». Se dice que todos rieron y recobraron el ánimo.
Tiempo después, el señor Katushige le contó esto a Nakano Matabei cuando estaban de caza en el monte Shiroishi: «Nadie pronunciaba palabra, a excepción de tu padre, que dijo lo que te he contado».
Nakano Jin’emon decía siempre: «El que sirve cuando el señor lo trata bien, no es samurái. Pero el que sirve cuando el señor es despiadado e irracional, ese sí que es samurái. Debéis comprender bien este principio».
Cuando Yamamoto Jin’emon tenía ochenta años, cayó enfermo. Pareció en un momento dado que estaba a punto de suspirar, y alguien le dijo: «Adelante, suspira, te aliviarás». Pero él respondió: «No haré tal cosa. Todos conocen el nombre de Yamamoto Jin’emon, que he llevado con honra durante toda una vida. No estaría bien que los míos me oyeran suspirar en el último momento». Se dice que no soltó un solo suspiro hasta el final.
Un hijo de Mori Monbei tuvo una pelea y volvió a su casa herido. Monbei le preguntó: «¿Qué hiciste a tu rival?», y su hijo le respondió: «Lo maté».
Cuando Monbei le preguntó: «¿Le diste el golpe de gracia?», su hijo respondió: «Claro que sí»[28].
Entonces Monbei dijo: «Lo has hecho muy bien, sin duda, y no hay nada de qué lamentarse. Ahora, aunque huyeras, tendrías que hacerte el seppuku igualmente. Cuando estés más animado, hazte el seppuku, y es mejor que mueras a manos de tu padre que en las de otro». Y al poco tiempo hizo de kaishaku de su propio hijo.
Un hombre del mismo grupo de Aiura Genzaemon cometió un acto vil y el jefe del grupo le entregó una nota en la que lo condenaba a muerte, diciéndole que la llevara a casa de Genzaemon. Genzaemon leyó la nota, y dijo al hombre: «Aquí dice que debo matarte, de modo que acabaré contigo en el lado oriental del foso. Has practicado la esgrima…, ahora lucharás con todas tus fuerzas».
«Haré lo que dices», respondió el hombre, y salieron de la casa los dos solos.
Cuando habían avanzado unos veinte metros por el borde del foso, un samurái al servicio de Genzaemon gritó: «¡Eh! ¡Eh!», desde el otro lado. Cuando Genzaemon se volvía, el condenado le atacó con la espada. Genzaemon lo esquivó retrocediendo, sacó la espada y mató al hombre. Después, volvió a su casa.
Se quitó la ropa que llevaba y la guardó en un cofre, y no volvió a enseñarla a nadie durante el resto de su vida. Tras su muerte, examinaron la ropa y vieron que estaba rasgada. Esto lo contó su hijo, Genzaemon.
Se dice que Okubo Doko observó:
Todo el mundo dice que el planeta se está acabando y no surgirán maestros de las artes. Me considero incapaz de entenderlo. Las plantas, tales como las peonías, las azaleas y las camelias, seguirán dando flores hermosas aunque se esté acabando el mundo. Si los hombres reflexionaran un poco sobre esto, lo entenderían. Y si la gente observara a los maestros que hay, incluso en nuestros tiempos, dirían que sí hay maestros de las diversas artes. Pero a la gente se le ha metido en la cabeza la idea de que el mundo se está acabando, y ya no se esfuerzan. Es una pena. La culpa no es de los tiempos.
Cuando Fukahori Magoroku vivía todavía con su padre en calidad de hijo segundo no emancipado, fue una vez a cazar a Fukahori, y el samurái que estaba a su servicio lo tomó por un jabalí entre la maleza y le disparó con la escopeta, hiriéndolo en la rodilla y haciéndolo despeñarse por un barranco. El samurái, muy alterado, se desnudó de cintura para arriba y se disponía a hacerse el seppuku, cuando Magoroku le dijo: «Podrás abrirte el vientre más tarde. Ahora no me encuentro bien, tráeme agua para que beba». El samurái salió corriendo y trajo agua a su señor. Cuando volvió, estaba más tranquilo. El samurái intentó hacerse el seppuku de nuevo, pero Magoroku se lo impidió a la fuerza. Cuando volvieron, después de dar la contraseña al centinela, Magoroku pidió a su padre, Kanzaemon, que perdonara al samurái.
Kanzaemon dijo al samurái: «Ha sido un error imprevisto, de modo que no te preocupes. No hay que acusar a nadie. Sigue haciendo tu trabajo».
Un hombre llamado Takagi tuvo una discusión con tres labradores de su aldea, le dieron una paliza en el campo y volvió a su casa. Su mujer le dijo: «¿Has olvidado cómo hay que morir?».
«¡Claro que no!», respondió él.
Su mujer repuso entonces: «En todo caso, sólo se muere una vez. Con todas las maneras de morir que existen: de enfermedad, en combate, haciéndose el seppuku o siendo decapitado, sería una vergüenza morir de manera ignominiosa». Y la mujer salió de la casa. Volvió al cabo de un rato, y al caer la noche acostó cuidadosamente a sus dos hijos, preparó unas antorchas, se vistió para entrar en combate, y dijo: «He salido antes a explorar el terreno y me ha parecido que los tres hombres estaban reunidos juntos, charlando. Este es el momento. ¡Vamos, aprisa!».
Dicho esto, salieron los dos, con el marido en cabeza y provistos de antorchas y de espadas cortas. Irrumpieron donde estaban reunidos sus rivales y los dispersaron a cuchilladas; mataron a dos e hirieron al otro. Más tarde, el marido recibió la orden de hacerse el seppuku.