Del capítulo VI
CUANDO EL SEÑOR TAKANOBU estaba en la batalla de Bungo, llegó un mensajero del campamento enemigo que traía un regalo de sake y comida. Takanobu se dispuso a probarlos, pero sus acompañantes le dijeron: «Los regalos del campamento enemigo pueden estar envenenados. No debe probarlos el general».
Takanobu les dejó hablar, y dijo: «Aunque estuvieran envenenados, ¿acaso cambiarían mucho las cosas? ¡Que venga aquí el mensajero!». Abrió entonces el barril, delante del mensajero, se bebió tres grandes vasos de sake, ofreció otro al mensajero, le comunicó la respuesta a su mensaje y lo hizo volver a su campamento.
Takagi Akifusa se rebeló contra el clan Ryuzoji y acudió a Maeda Yyo no kami Iesada, que le dio asilo. Akifusa era un guerrero de valor sin igual, espadachín consumado y ágil. Tenía a su servicio a los samuráis Ingazaemon y Fudozaemon, guerreros en nada inferiores a Akifusa y que no se apartaban de su lado ni de día ni de noche. Sucedió que el señor Takanobu envió un mensaje a Iesada pidiéndole que matara a Akifusa.
Akifusa estaba sentado en la galería e Ingazaemon le lavaba los pies cuando llegó corriendo Iesada por la espalda y le cortó la cabeza. Antes de que a Akifusa le cayera la cabeza al suelo, sacó la espada corta y se volvió para devolver el golpe, pero lo que hizo fue cortar la cabeza a Ingazaemon. Las dos cabezas cayeron juntas en la palangana. Después, la cabeza de Akifusa se alzó sola entre los presentes. Él siempre dominó estas técnicas mágicas.
El sacerdote Tannen decía en sus charlas diarias:
El monje no puede seguir el Camino del budismo si no manifiesta compasión exterior y acumula constantemente valor interior. Y el guerrero que no manifieste valor exterior y tenga compasión interior hasta que no le quepa el corazón en el pecho, no puede llegar a ser samurái. Así pues, el monje aspira a tener valor, sirviéndose del guerrero como modelo, y el guerrero aspira a tener la compasión del monje.
He viajado muchos años y he conocido a hombres sabios, pero no he encontrado jamás el medio de alcanzar el conocimiento. Por eso, siempre que he oído decir que en tal o cual parte había un hombre valeroso, he ido a visitarle, por muy penoso que fuera el viaje. He aprendido, sin lugar a dudas, que estos relatos del Camino del Samurái sirven de mucho en la vía del budismo.
El guerrero se adentra en el campamento enemigo con su armadura, y esa armadura es su fuerza. ¿Os habéis creído que un monje con su rosario puede arrojarse entre las lanzas y los sables, sin más armas que la mansedumbre y la compasión? No se arrojará si no tiene mucho valor. Como prueba de ello, vemos temblar a veces al sacerdote que hace la ofrenda de incienso en los actos conmemorativos solemnes budistas, y esto es porque no tiene valor.
Las cosas tales como resucitar a un hombre de entre los muertos, o sacar del infierno a todas las criaturas vivas, son actos de valor. Sin embargo, los monjes de estos tiempos albergan ideas falsas, y lo que desean es ser amables y apreciados por todos; no hay ninguno que llegue hasta el final del Camino. Lo que es más, hay entre los guerreros algunos cobardes que predican el budismo. Es muy de lamentar. Es un gran error que un samurái joven estudie el budismo, pues verá las cosas de dos formas. La persona que no apunta en un solo camino no servirá de nada. Está bien que los ancianos retirados estudien el budismo como pasatiempo, pero al guerrero le basta con echarse a un hombro la carga de la lealtad y la piedad filial, y al otro la del valor y la compasión, y llevar estas dos cargas día y noche hasta que se le desgasten los hombros: así llegará a samurái.
Más le vale recitar el nombre de su señor en el culto de la mañana y de la noche, y en el transcurso del día. Equivale perfectamente a los nombres del buda y a las palabras sagradas. Además, debe estar en armonía con sus dioses familiares. Esto afecta a nuestro destino. La compasión es como una madre que nutre nuestro destino. Existen ejemplos notables de guerreros del presente y del pasado que no tenían compasión y acabaron mal.
En el transcurso de cierta conversación, un samurái del señor Nabeshima Naohiro dijo: «Aquí no hay hombres en los que puedas confiar de verdad, señor. Aunque yo soy un inútil, soy el único que estaría dispuesto a dar su vida por ti».
Se dice que el señor Naohiro montó en cólera, y dijo: «¡Entre todos nuestros samuráis no hay ni uno solo que tenga apego a su vida! ¡Estás hablando con arrogancia!». Y se disponía a golpear a aquel hombre, cuando a este se lo llevaron otros de los presentes.
En cierta ocasión, cuando el maestro Tanesada, fundador de la familia Chiba, viajaba por mar hacia la isla de Shikoku, se levantó un viento fuerte que causó desperfectos en la barca. La barca se salvó porque se cubrieron de mejillones las partes dañadas. Desde entonces, ningún miembro de la familia Chiba ni sus servidores comieron mejillones. Si alguno se comía un mejillón por error, se dice que se le cubría el cuerpo de erupciones que tenían forma de mejillones.
En la toma del castillo de Arima, en el vigésimo octavo día del asedio, Mitsuse Genbei se sentó en un foso próximo al último reducto. Nakano Shigetoshi pasó a su lado y le preguntó por qué se había sentado. Mitsuse le respondió: «Tengo dolor de vientre y no puedo dar un paso más. Ya he enviado por delante a los de mi grupo; te ruego que tomes tú el mando». El inspector dio parte del caso, se dictaminó que había sido un acto de cobardía, y se ordenó a Mitsuse que se hiciera el seppuku.
En tiempos pasados, a los dolores de vientre se les llamaba «la hierba de la cobardía». Se decía así porque aparecen de pronto e inmovilizan a la persona.
A la muerte del señor Nabeshima Naohiro, el señor Mitsushige prohibió a los samuráis al servicio de Naohiro que se hicieran el tsuifuku. Su mensajero llegó a la mansión de Naohiro y anunció la orden, pero los que la oyeron no pudieron estar de acuerdo con ella de ningún modo. Tomó la palabra Ishimaru Uneme, que después se llamaría Seizaemon y que por aquel tiempo ocupaba el asiento de menor categoría. «Aunque no está bien que hable yo, que soy de los más jóvenes, opino que lo que ha dicho el señor Katsushige es razonable. El señor me protegió cuando era niño, y yo estaba decidido de todo corazón a hacerme el tsuifuku. Pero después de oír el edicto del señor Katsushige y de quedar convencido por su razonamiento, renuncio a la idea de hacerme el tsuifuku, con independencia de lo que hagan los demás, y pasaré a servir al sucesor del señor». Los demás, al oírle, le imitaron.
El señor Masaie jugaba un día al shogi con el señor Hideyoshi, con varios daimyos entre los espectadores. Cuando llegó la hora de retirarse, aunque el señor Masaie se mantenía de pie, este los tenía entumecidos y no era capaz de andar. Tuvo que retirarse a gatas, suscitando las risas de todos, porque el señor Masaie era corpulento y obeso y no tenía costumbre de arrodillarse. Desde entonces le pareció que ya no estaba en condiciones de cumplir con este deber, y desde entonces se disculpó de ello[23].
Nakano Uemonnosuke Tadaaki murió el día doce del mes octavo del sexto año de Eiroku, en la batalla entre los señores Goto e Hirai de Suko, en la isla de Kabashima, del distrito de Kishima. Cuando Uemonnosuke salía para el frente, abrazó en el jardín de su casa a su hijo Shikibu (que después se llamó Jin’emon), y, aunque Shikibu era muy joven, le dijo: «¡Cuando seas mayor, alcanza honra en el Camino del Samurái!».
Cuando los niños de su familia eran todavía muy pequeños, Yamamoto Jin’emon los tomaba en brazos, y les decía: «Hazte un buen guerrero y sirve a tu señor». Decía: «Es bueno decir a los niños estas cosas al oído, aunque sean demasiado pequeños para entenderlas».
Cuando Sahei Kiyoji, hijo legítimo de Ogawa Toshikiyo, murió en su juventud, un joven samurái a su servicio fue al templo al galope y se hizo el seppuku.
Cuando falleció Taku Nagato no kami Yasuyori, Koga Yataemon dijo que había sido incapaz de devolver al señor el bien que este le había hecho, y se hizo el tsuifuku.