Capítulo 38
En el compartimento trasero de la ambulancia, el joven enfermero se apuntaló para contrarrestar el balanceo y conectó la radio con objeto de informar a su superior en la sala de urgencias. Tuvo que levantar la voz para apagar el aullido de la sirena.
—Se encuentra en estado comatoso pero mantiene las constantes vitales, Tiene la presión correcta. Uno treinta sobre noventa. Sí, noventa. Pulso, ochenta y cinco. Presenta cortes profundos en la cara, heridas de labios elevados, un ojo enucleado. He añadido presión a la cara y le he colocado un conducto respiratorio. Es posible que haya recibido un disparo en la cabeza, aunque no puedo afirmarlo.
A sus espaldas, en la camilla, los puños ensangrentados y apretados relajan la tensión bajo la correa que sujeta al herido por la cintura. La mano derecha sale deslizándose y busca la hebilla de la cinta que lo mantiene sujeto por el pecho.
—Me da miedo aplicar demasiada presión a la cabeza; ha efectuado movimientos convulsivos antes de tenderle en la camilla. Sí, claro que lo he colocado en la posición de FowIer.
A espaldas del joven, la mano agarró el vendaje quirúrgico y se restregó los ojos.
El enfermero oyó el silbido del conducto respiratorio, se dio la vuelta, vio la cara ensangrentada a muy poca distancia de la suya y no vio la pistola que al descender descargó un golpe acertándole de lleno junto a la oreja.
La ambulancia frenando hasta detenerse en medio del tráfico de la autopista de seis carriles; detrás de ella, los conductores desconcertados, tocando la bocina, sin atreverse a adelantar a un vehículo de emergencia. Dos leves detonaciones, como tantas falsas explosiones de cualquier motor, y la ambulancia de nuevo en marcha, sorteando el tráfico, enderezando la dirección, desplazándose hacia el carril de la derecha.
Se aproximaba la salida del aeropuerto. La ambulancia avanzando lentamente por el carril de la derecha, con los intermitentes y luces de emergencia encendiéndose en marcha y apagándose, los limpiaparabrisas poniéndose en marcha y deteniéndose, luego la sirena aminorando su sonido, sonando de nuevo con fuerza y finalmente extinguiéndose, así como las luces de emergencia que al fin se apagan. La ambulancia avanzando silenciosa hacia el aeropuerto internacional de Memphis, el hermoso edificio de la terminal resplandeciente de luz en aquella noche de invierno. Enfiló la curva de asfalto hasta las vallas automáticas que señalaban la entrada del inmenso aparcamiento subterráneo. Una mano ensangrentada salió de la ventanilla para coger el billete de entrada. Y la ambulancia desapareció por el túnel que descendía a los sótanos del aparcamiento.