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UN CREPÚSCULO pintaba de anaranjado el oscuro cielo sobre el blanco desierto. Thomas se hallaba sobre su caballo al borde de un pequeño valle que se parecía a un perfecto cráter de casi cien metros de ancho. La hondonada albergaba un oasis, y en su centro se hallaba un estanque rojo entre grandes rocas. Un círculo de árboles frutales se levantaba de la rica tierra al lado de la piedra caliza que contenía este estanque particular. Veinticuatro antorchas ardían en un círculo perfecto alrededor del estanque. Los salientes de rocas alrededor del agua tenía como cincuenta metros de diámetro, y mantenía al estanque tan claro que desde la posición elevada en que se hallaba Thomas casi lograba ver el fondo, aunque sabía que este tenía al menos quince metros de profundidad.
Esta noche Thomas de Hunter se casaría otra vez. Chelise, a quien ahora preparaban las mujeres mayores, pronto entraría al círculo de antorchas y se presentaría para unirse con Thomas como se acostumbraba en el bosque colorido. A los más de cuatrocientos miembros de esta tribu se les habían unido otros dos mil de esas tribus bastante cercanas que pudieron viajar para la ocasión. Estaban congregados en una cuesta lejana, más allá de las antorchas.
La mente de Thomas recordó brevemente a Rachelle. La extrañaba, siempre lo haría. Pero el dolor de la pérdida lo había suavizado su amor por Chelise. Pensó que Rachelle no solamente lo aprobaría, sino que insistiría.
Habían pasado diez días desde el ahogamiento de Chelise. En ese tiempo casi cinco mil miembros de las hordas se habían unido al Círculo, motivados por la apasionada voz de Chelise. Si había un profeta en el Círculo, esa era ella. Con la propia hija de Qurong ahora entre los albinos había desaparecido la amenaza de las hordas. Al menos por el momento. Teeleh no esperaría mucho tiempo antes de retomar su vana persecución, pero hasta entonces el decreto de Qurong protegería al Círculo de cualquier ataque no autorizado. Se rumoreaba que Ciphus se había visto obligado a tragarse su desaprobación. Había secado el lago y lo estaba rellenando de nuevo. Pronto su religión volvería a estar a pleno desarrollo.
Suzan y Johan montaban caballos negros al lado de Thomas. Se casarían dentro de dos días en una ceremonia parecida. Mikil y Jamous se hallaban al otro lado. Todos ellos estaban locos de amor. El Gran Romance los había absorbido por completo y este regalo de amor entre matrimonios era un constante recordatorio, de lo más extravagante.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Thomas.
—Paciencia —contestó Mikil—. El embellecimiento es un proceso para disfrutarse.
—¿Y no lo es el matrimonio? No veo cómo le podrían agregar belleza a ella.
Suzan rio.
Thomas levantó la mirada y observó la puesta del sol. Esto era un paraíso, pensó. No como el bosque colorido, pero bastante cercano. Con Chelise a su lado y Elyon en el horizonte de su mente, más que un paraíso.
—¿Todavía no has soñado? —inquirió Mikil.
Los sueños.
—Sueño cada noche —contestó él—. Pero no con las historias, no. Durante dieciséis años la única manera en que yo podía escapar de las historias era comiendo la fruta de rambután. Ahora no puedo soñar con las historias aunque lo intente.
—Pero existieron —intervino Johan—. Yo mismo estuve allí.
—¿Existieron? Bueno, sí, las historias existieron. Pero cuando finalmente tengamos acceso a los libros en la biblioteca de Qurong…
—¿Ha estado él de acuerdo? —indagó Suzan.
—Finalmente pondremos nuestras manos en esos libros. Estoy seguro de que nos favorecerá el hecho de que podamos leerlos. Pero no sé lo que encontraremos cuando tengamos acceso a ellos. Sucedió; estoy seguro de que sucedió. Sin embargo, ¿estará todo registrado? No lo sé. De cualquier modo, no vivo en las historias. Vivo aquí. Una sonrisa insegura se dibujó en los labios de Mikil. Thomas miró hacia la roca alrededor de la cual Chelise aparecería pronto. ¿Qué las estaba deteniendo?
—¿No crees que sucedió, Suzan? —preguntó él—. Cuéntale, Johan. ¿Ocurrió de veras, o solo se trató de un sueño?
—Si fue un sueño, fue el sueño más increíblemente real que nunca he tenido.
—¿Dije que no creía? —objetó Suzan—. Pero seamos sinceros, Thomas. Ni siquiera tú sabes exactamente qué creer acerca de estos sueños. Mikil tiene sus ideas respecto de cambios en el tiempo; tú hablas de cambios entre dimensiones. No estoy diciendo que los sueños no sucedieran, Elyon nos libre. Pero para mí tienen tanto sentido como los estanques rojos para las hordas.
—¡Exactamente! —exclamó Thomas, impresionado—. Para un encostrado es absurda la idea de ahogarse a fin de hallar nueva vida. Y para todos nosotros es un absurdo la idea de entrar a una dimensión diferente mediante sueños. Pero la falta de entendimiento no debilita la realidad de una y otra experiencia.
—Debo decir que la memoria se está desvaneciendo —comentó Mikil—. Ya apenas se siente real. Todo lo que era tan importante para Kara parece muy lejano. Lo que consumía a ese mundo apenas importa aquí.
—No, lo que sucedió allí ayudó a definirme —opinó Thomas.
Aunque él debía estar de acuerdo. La humanidad se había enfrentado a la amenaza de extinción, pero el drama de allá, lo eclipsaba el drama de aquí.
—Pero veo tu argumento, y creo que así había de ser —continuó él—. ¿Cómo se puede comparar con el Gran Romance el ascenso y la caída de naciones? Piensa en eso. Toda una civilización estaba allá en riesgo, y al principio eso me aterró en gran manera. Pero al final las luchas en esta realidad me parecieron mucho más importantes; sin duda mucho más interesantes. Las luchas de la carne y la sangre no se pueden comparar con la batalla por el corazón.
Thomas respiró hondo.
—Por otra parte, los libros en blanco han desaparecido. Eso es interesante; así como la manera en que llegaron a existir desde un principio. Y también cómo uní estas dos realidades.
—Tengo una teoría —comentó Johan, mirándolo con ojos resplandecientes—. Nunca sabremos por qué y cómo entró Thomas en un principio al bosque negro, porque perdió la memoria; ¿pero y si de pronto se hubiera caído, golpeado la cabeza, y sangrado precisamente en el mismo instante en que se golpeó la cabeza en la otra realidad? Esto pudo haber formado un nexo entre lo visible y lo invisible.
—¿Aún existe entonces la Tierra, la otra Tierra? —preguntó Suzan.
—Podría ser —contestó Johan—. Y lo más probable es que los libros en blanco estén allá.
—A menos que estés de acuerdo con la teoría de Mikil de que Elyon usó los sueños de Thomas para enviarlo a otra época —insistió Suzan—. ¿Ves a lo que me refiero? Ambas teorías tienen sentido solo si utilizas cantidades generosas de imaginación,
—Principados y poderes —explicó Thomas distraídamente—. No luchamos contra seres humanos sino contra principados y poderes.
—¿Qué?
—Algo que ahora recuerdo de la otra realidad. Allá no era menos obvio cómo obraban estos aspectos. Lo llamaban dimensión natural y dimensión espiritual.
—Espiritual. ¿Cómo de espíritus? —inquirió Suzan.
—Como de los shataikis aquí. No podemos verlos, pero en realidad nuestra batalla es contra ellos, no contra las hordas.
—Bueno, sabemos que los shataikis son muy reales —expresó Johan—. ¿Por qué no los sueños?
Llegó hasta ellos un distante estruendo como el sonido del trueno desde el extremo lejano de la tierra.
—¿Oís eso? —preguntó Thomas ladeando la cabeza.
Todos lo oían ahora. El estruendo se hacía cada vez más fuerte. El caballo de Thomas relinchó y corcoveó nerviosamente.
—¡La tierra está temblando! —exclamó Suzan—. ¿Un terremoto?
—Demasiado largo.
Ahora todos los caballos estaban inquietos, extraño en bestias entrenadas para permanecer tranquilas en batalla.
—¡Polvo! —gritó Mikil, señalando hacia el desierto.
Se volvieron al unísono, exactamente cuando las primeras bestias llegaban a lo alto de las largas dunas en el desierto cercano. Luego aparecieron más, miles, que se extendían bastante hacia la izquierda y la derecha.
El primer pensamiento de Thomas fue que las hordas habían organizado un gigantesco ataque. Pero de inmediato rechazó la idea. Johan manifestó lo que tenía en mente.
—¡Roushims! —gritó.
Mil, diez mil… no había manera de contar tan gran cantidad. Los enormes leones blancos que Thomas viera por última vez alrededor del lago en lo alto, la primera vez que se reuniera con el niño, se movían sobre las dunas como una niebla ondulante.
Las bestias se separaron en la mitad. Allí, ligeramente delante de los leones, cabalgaba un guerrero solitario sobre un caballo blanco.
Justin.
Johan, Mikil, luego Jamous y Suzan se bajaron de sus monturas y se arrodillaron apoyándose en una pierna. Era la primera vez que lo veían desde que huyeron de las hordas después de su muerte. El ruido de los espectadores frente a ellos se había acallado, pero todos se levantaron a una y miraban hacia el oeste.
Thomas terminaba de salir de su impresión y empezaba a desmontar cuando Chelise salió de entre las rocas debajo de ellos. Más que caminar parecía que estuviera danzando. Su novia vestía una larga túnica blanca que barría la arena detrás de ella. Una corona de blancas flores de tuhan se posaba delicadamente sobre su cabeza.
Thomas se quedó paralizado. Sin duda Chelise había oído el estruendo que se aproximaba, pero no podía ver lo mismo que él desde el lugar más bajo en que ella se hallaba. La novia debió haber supuesto que se trataba del redoble de tambores o algo relacionado con la ceremonia, porque tenía los ojos fijos en él, no en el desierto.
Lo traspasó con la mirada y sonrió. Ah, cómo sonreía.
Ella llegó hasta el círculo, se puso frente a Thomas y levantó ligeramente la barbilla. El medallón negro, rojo y blanco le colgaba del cuello, amarrado por una correa de cuero.
A la izquierda de Thomas los leones roushims seguían corriendo, guiados por Justin. Thomas se percató de que aún estaba parado en un estribo. El novio desmontó, dio un paso adelante y se apoyó sobre una rodilla. Chelise le siguió la mirada.
Los leones se separaron e hicieron un amplio círculo, colocándose alrededor como si esta hondonada en el desierto estuviera protegida por una fuerza invisible.
Justin, por otra parte, llevó su corcel hacía el frente, exactamente sobre la franja que rodeaba el pequeño valle, directamente hacia Chelise.
Ahora ella lo vio.
Justin frenó el caballo a diez metros de la joven, quien se hallaba en asombrado silencio. El corcel relinchó y se alzó sobre las patas traseras. Los ojos de Justin destellaban como solo podían resplandecer los suyos. Hizo que el caballo bajara las cuatro patas, él se deslizó en la arena y dio tres pasos hacia la joven antes de detenerse. Él vestía una túnica blanca, con brazaletes dorados y botas de cuero atadas hasta arriba. Una banda roja le atravesaba el pecho.
Aún llegaban leones alrededor del valle, dando un amplio espacio a la gente, veinte metros detrás de Thomas.
Justin miró a Thomas, luego otra vez a Chelise, como un padre orgulloso. ¿O como un esposo orgulloso?
Entró al círculo, fue hasta donde la novia, le agarró la mano y se inclinó sobre una rodilla. Luego le besó la mano y la miró a los ojos. Chelise se llevó la mano libre hasta los labios y ahogó un grito. Ella podría ser una mujer fuerte, pero lo que vio en los ojos de él desarmaría al más fuerte.
Justin se irguió, le soltó la mano, y retrocedió. Se puso las manos en las caderas, luego las levantó directamente hacia el cielo y miró las estrellas.
—¡Ella es perfecta!
Se volvió hacia la multitud congregada, que en su mayor parte había caído de rodillas.
—¡Y cada uno de ustedes, nada menos! ¡Perfectos!
Justin se dirigió a su caballo, saltó a la silla, agarró las riendas y subió la ladera al galope, directo hacia Thomas.
Los roushims habían completado el círculo y ahora miraban al valle. Cayeron sobre sus vientres en un suave revoloteo y bajaron sus hocicos a la arena en el momento en que Justin abrió los labios. La escena produjo un nudo en la garganta de Thomas y él mismo quiso tirarse a la arena y adorar como lo hacían los leones, pero no podía quitar la mirada de Justin, que corría hacia él.
—Elyon… —susurró Johan.
Justin viró a la derecha. Luego el sonido de metal deslizándose contra metal rasgó el aire tranquilo. Justin sacó su espada, se inclinó en su montura y con fuerza clavó la punta de la hoja en la arena.
Hizo girar el caballo alrededor y se alejó de Thomas, montando inclinado en veloz carrera, su largo cabello fluía al viento, arrastrando la espada en la arena. Los melodiosos gritos de gozo se unieron al ruido sordo de los cascos de su caballo. Todos sabían lo que Justin estaba haciendo. Todos habían oído las historias.
Justin estaba trazando su círculo.
Y lo trazaba alrededor de todos ellos, reclamándolos a cada uno como su novia. El círculo era simbólico.
Justin, por otra parte, no lo era.
Completó el circuito detrás de Thomas y volvió de nuevo el caballo hacia ellos. Thomas se sintió obligado a inclinar la cabeza. El caballo de Justin caminó lenta y pesadamente, relinchando. El cuero crujía.
Se detuvo en lo alto de la ladera, a diez metros de donde se hallaba Thomas arrodillado.
Por un momento hubo silencio. Incluso quienes habían estado gritando en la ladera opuesta se quedaron callados.
Luego se oyó una carcajada. Una risita queda que se hacía fuerte.
Sorprendido, Thomas levantó la mirada hacia Justin. El guerrero amante que también era Elyon había echado la cabeza para atrás y había comenzado a reír con murmullos de contagioso deleite. Lanzó ambos puños al aire y rio, con el rostro hacia el cielo, y los ojos apretados.
Thomas sonrió tontamente ante la escena. Entonces las risas comenzaron a cambiar. Sinceramente, Thomas ya no estaba muy seguro de si se trataba de risas o de sollozos.
La sonrisa se desvaneció en el rostro de Justin, Estaba llorando.
De repente Justin bajó los brazos, se irguió en los estribos.
—¡El Gran Romance! —gritó de tal modo que todos pudieron oírlo, miró a su izquierda, y Thomas le vio las lágrimas en las mejillas—. Desde el principio siempre se trató del Gran Romance.
Se sentó y giró su corcel hasta que este se enfrentó al valle.
—Siempre se trató de este momento. Aun antes de que Tanis cruzara el puente, en formas que ustedes no logran comprender.
Justin examinó la multitud.
—Amados míos, ustedes me han escogido. Han sido cortejados por mi adversario, pero me han escogido a mí. Han contestado mi llamada al Círculo, y hoy los llamo mi novia.
Miró por largo rato a las personas que llenaban el valle con los sonidos de resuellos y lloros. Chelise estaba arrodillada ahora sobre sus propias lágrimas.
Justin se volvió hacia Thomas e instigó ligeramente el caballo.
—En pie, Thomas.
Thomas se puso de pie, le temblaban las piernas. Levantó la mirada hacia Justin, pero tuvo dificultad para mirar, dentro de esos ojos esmeralda por más de unos segundos.
—No, mírame a los ojos.
Esos pozos de creación. De profundo significado y cruda emoción. Thomas sintió deseos de llorar. Quería reír. Volvía a estar en el lago, respirando un tonificante poder que venía de esos ojos.
—Bien hecho, Thomas. No dejes que ellos olviden mi amor, ni el precio que he pagado por su amor.
No lo haré, intentó decir Thomas, pero no le salió nada.
Justin miró a los otros y asintió a cada uno.
—Suzan, Johan. Jamous, Mikil —profirió, y dejó que las lágrimas le bajaran por las mejillas—. ¡Caramba! Qué buenas cosas hemos hecho aquí.
La mandíbula se le apretó y resopló con satisfacción.
—Qué cosa tan maravillosa.
Luego hizo girar el corcel.
—¡Upa!
El caballo salió disparado. A su debido momento, los roushims que formaban el gran círculo se pararon y rugieron. La tierra se estremeció.
Chelise corrió desde el estanque rojo, subió la ladera hacia Thomas. Se puso al lado de él, mirando a Justin. Thomas la apretó contra sí y en silencio observaron al séquito en retirada.
Justin entró al galope al desierto, seguido por el cortejo de leones blancos a cada lado. El desierto volvió a acallarse.
Por largo rato ninguno habló.
Y entonces Thomas se casó con Chelise, rodeados por un alegre círculo desbordante de vida y entusiasmo aún fortificado por el amor de Justin.