WOREF SE paró ante Qurong en la cámara del consejo, escuchando al anciano echar chispas acerca de los libros de historias. Esa mañana, el bibliotecario, Christoph, informó que esos libros habían desparecido. Los escribanos habían revuelto todo buscándolos, pero sin éxito.
—¿Cómo pueden mil volúmenes desaparecer así sin más en el aire? —refunfuñó Qurong—. Quiero hallarlos. No me importa si tienen que buscar en todas las casas de la ciudad.
—Lo haremos, su alteza. Pero ahora tengo otros asuntos.
—¿Qué otros asuntos? ¿Son más urgentes tus asuntos que los míos?
El necio vejete no podía mantener un pensamiento fijo por más de unos cuantos minutos. Su obsesión con estos libros estaba interfiriendo con asuntos más importantes; sin duda él lo sabía.
Una imagen de Teeleh relampagueó en la mente de Woref, y él apretó la mandíbula. Había decidido rechazar a la bestia. Poseería a Chelise, sí. Y la amaría como él sabía amar. Ella sería suya y si se le resistía usaría cualquier forma de persuasión adecuada en el momento. Pero Teeleh habló de amor como si fuera una fuerza aplastante. El pensamiento le produjo náuseas.
—Tengo una boda mañana.
—¿Y tienen tus bodas prioridad sobre mis libros? ¿Esperas que yo asista en este estado a la boda de mi propia hija?
—No, señor. Nunca —contestó el general, por cuyo corazón corrió un rayo de ira al comprender que Qurong podría posponer la boda por un asunto trivial como este.
—Esto tiene prioridad —declaró Qurong andando de un lado a otro refunfuñando—. Nada sucederá hasta que hallemos los libros.
—Señor, me atrevo a sugerir que tal vez a su esposa no le parezca muy comprensivo un aplazamiento…
—Mi esposa hará lo que yo diga. Se trata de ti, Woref. Tu encendida pasión compromete tu propia lealtad a tu rey. Has estado acosando por años a mi hija y, cuando finalmente te la entrego, ¡de inmediato cuestionas mi autoridad! Debería olvidarme de todo el asunto.
Woref reprimió su furia. Tomaré a tu hija. Y luego tomaré tu reino.
Las palabras de Teeleh susurraron en su memoria. La haré mía.
—Usted tiene mi lealtad eterna, mi rey. Suspenderé nuestra búsqueda de los albinos restantes y personalmente me encargaré de encontrar sus libros.
En vez de expresar la debida ansiedad ante la sugerencia de Woref de hacer una pausa en la campaña militar, Qurong estuvo de acuerdo.
—Bueno. Revuelve cada piedra. Eso es todo —ordenó, recogió su copa y se alejó, dejando a Woref en un ligero estado de shock.
Qurong se detuvo en la puerta como si de pronto se le acabara de ocurrir algo.
—¿Quieres casarte con mi hija? Entonces empieza con ella. Nadie conoce la biblioteca como ella —manifestó, se volvió y miró cuidadosamente a Woref—. Veremos si tienes las habilidades necesarias para domar a una moza. Ella está en su cámara.
Woref tembló de ira. ¿Cómo podía un padre hablar de tal manera respecto de la mujer que iba a ser suya? Una novia tan preciosa, que conserva su belleza natural, que descansa en este mismo instante en su habitación mientras su propio padre la difama.
Teeleh, sí. ¡Pero el padre!
Woref puso la mano sobre la mesa para calmarse. El día de atravesar una daga por el vientre de Qurong llegaría más pronto de lo que cualquiera se podría imaginar.
Estás enojado porque Qurong es siervo de Teeleh y ahora sabes que tú también lo eres.
Hizo rechinar las muelas y resopló. Sí, era cierto, y se despreció por eso. Woref atravesó el salón, entró al pasillo cubierto y miró las escaleras que subían de piso en piso, hasta el quinto, donde esperaba en silencio, la cámara de Chelise. El hombre miró alrededor, vio que se hallaba solo, y salió corriendo hacia las escaleras.
El deseo le hervía en el vientre. No tocaría a Chelise, naturalmente. En ese sentido él para nada era como Qurong. Y nunca le haría daño a ella. ¡Qurong golpeaba a su esposa! No era apropiado en la realeza. Sea como sea, Woref no podría lastimar a su tierna novia.
Pero también…
No. Solo quería verla. Mirarle el rostro, sabiendo que mañana la iba a poseer. Él nunca había estado en el quinto piso, mucho menos en la habitación de ella. Pero ahora Qurong le había dado permiso. Los libros. No olvidaría preguntarle por los libros.
Trepó rápidamente, temiendo que en cualquier momento saliera la esposa de Qurong y le exigiera irse. Se haría como dijera Patricia. Un día también tendría que silenciarla.
Quizás la tome como segunda esposa. Era una mujer que a él le gustaría golpear.
Pero no a la hija. Nunca a Chelise.
Se paró ante la puerta y tocó suavemente.
—Adelante.
Woref abrió la puerta. La joven se hallaba sentada sobre la cama con su sirvienta. Los ojos de ambas centellearon con sorpresa.
—Discúlpame —expresó él inclinando la cabeza—. Temo que Qurong insistió en que hablara de inmediato contigo.
—Entonces usted debió enviar a que una criada me buscara —contestó Chelise.
—Él insistió en que viniera. Es un asunto de grave importancia —declaró, y miró a la criada—. Déjenos solos.
La mujer miró a Chelise y, al no objetar ella, se retiró.
Woref cerró la puerta y miró a su novia, quien ahora estaba de pie al lado de la cama. Tenía blanca y hermosa la piel. No tan blanca como cuando llevaba puesto el morst, pero él la prefería de este modo. La fragancia de piel sin tratar, lo agitaba de una forma que solo entendería un verdadero guerrero. Los ojos de ella eran blancos, como lunas gemelas. Tenía la boca redonda y el cuerpo esbelto en la larga y suelta túnica.
Nunca había visto una criatura tan hermosa.
—¿De qué se trata? —exigió saber la joven.
Él se acercó a ella, cuidando de no parecer muy ansioso.
—Qurong está preocupado acerca de algunos libros que han desaparecido de la biblioteca —anunció Woref—. Él cree que tú podrías ayudarnos a encontrarlos.
—¿Qué libros?
—Los libros de historias en blanco.
—¿Han desaparecido?
—Todos.
—¿Cómo es posible eso? ¡Hay demasiados!
Woref se acercó más. Ahora podía olerle el aliento, la fragancia de almizcle del amor.
—Por favor, no se acerque más —pidió ella.
Él se detuvo, sorprendido por la petición.
—No fue mi intención ofenderte.
—De ninguna manera. Pero aún no estamos casados.
—Eres mía por compromiso matrimonial. Estaremos casados.
—Mañana.
Lo irritó el tono con que Chelise lo dijo. Era como si ella estuviera insistiendo en mañana en vez de ahora. Como si pudiera esperar disfrutar un último día separada de él. ¿No lo ansiaba ella como él la deseaba?
—Sí, desde luego —contestó él apoyándose en el otro pie.
—¿Qué tengo que ver con esto? —preguntó ella.
Aumentó la irritación de Woref. Habló rápidamente para cubrir su bochorno.
—Parece que tu padre cree que podrías saber algo respecto de los libros. Has pasado más tiempo en la biblioteca incluso que él.
—No tengo idea de qué les pudo haber pasado a esos libros. No veo por qué lo ha enviado a interrogarme acerca de sus asuntos. No se permiten hombres en este piso. Mamá no lo aprobaría.
—No creo que comprendas la importancia de esto para el líder Supremo. Y no veo qué tiene que ver la opinión de tu madre, sobre mi llegada aquí, con que te ofendas. Me fuiste dada a mí, no a ella.
—Dígale a mi padre que no sé nada respecto de los libros y yo le diré a mi madre que usted desaprueba sus reglas.
—Las reglas de ella no significarán nada mañana. Viviremos por mis reglas. Nuestras reglas.
—Usted pudo haber ganado mi mano, Woref —objetó ella sonriendo—. No lo discuto. Pero también tendrá que ganarse mi corazón, Podría empezar enterándose de que soy hija de mi madre. Ahora puede salir.
Woref no estaba seguro de haberla oído correctamente. ¿Estaba ella provocándolo? ¿Tentándolo? ¿Rogándole que la sometiera?
—La situación es más grave de lo que podrías comprender —afirmó él, decidido a probarla acercándosele más—. Qurong pospondrá nuestra boda hasta que se encuentren los libros.
Ella volvió a sonreír. Esta vez él estaba seguro de que se trató de una risa tentadora. Sintió que la mente se le mareaba de deseo. Se acercó otro paso, suficientemente cerca para tocarla.
—Posponer nuestra boda podría ser prudente. Le daría tiempo a usted de aprender a respetar los deseos de una mujer.
La visión de Woref se ensombreció. ¡Cómo se atrevía ella a conspirar con Qurong para retener lo que le pertenecía! Ella seguía burlándose de él con esta sonrisa, a gusto, rechazándolo.
Él hizo oscilar la mano sin pensar. La golpeó contra la mejilla de ella con un fuerte chasquido. Ella gimió y salió volando de espaldas sobre la cama.
—¡Nunca! —rugió él.
—∞∞∞—
EL ASOMBRO al ser golpeada fue mayor que el dolor. Chelise era consciente de que había estado jugando con las emociones de Woref, pero no más de lo que había hecho antes un centenar de veces con otros hombres. En realidad había descubierto que era excitante la presencia del general en su habitación. Naturalmente no tendría nada que ver con someterse bajo sus manos… ¿qué clase de señal enviaría eso? Él creería que ella no era más que una muñeca que podría arrojar a su capricho hasta que se cansara por completo de ella. Mamá le había dicho exactamente lo mismo anoche. Chelise giró hacia él, horrorizada. Woref temblaba de pies a cabeza.
—¡Nunca! —volvió a rugir.
Ella se hallaba demasiado asombrada para pensar correctamente. ¡La había golpeado!
Súbitamente se dibujó en el rostro de Woref la comprensión de lo que acababa de hacer. Regresó a mirar la puerta, y cuando volvió a mirar a la muchacha tenía los ojos embargados con temor.
—¿Qué he hecho? —manifestó él, y alargó la mano hacia ella—. Mi preciosa…
—¡Aléjese de mí! —gritó ella, estirando la mano hacia un lado; rodó en la cama y se puso de pie en el lado opuesto—. ¡No se me acerque!
—No, no, no quise lastimarte —rogó él caminando rápidamente alrededor de la cama, presa del pánico.
—¡Atrás!
—Te lo ruego, ¡perdóname! —suplicó, dejándose caer sobre una rodilla.
—¡Deje de implorar! ¡Póngase de pie! —Él se levantó.
—¡Cómo se atreve a golpearme! ¿Espera usted que me case con un bruto? ¡Yo estaba jugando con usted!
La espantosa equivocación de él quedó patente de manera definitiva y terrible. Se agarró la cabeza con ambas manos y se fue hasta el pie de la cama. El repentino poder de ella sobre él no lo había abandonado. Le dolía la mandíbula. Ella no se casaría con este hombre hasta enderezar algunas cosas entre ellos, pero en general él le había dado su regalo más grande. Le había descubierto su debilidad.
—¿Cómo me puedo casar con un hombre como usted? —inquirió ella.
—Cualquier cosa —expresó él, girando otra vez—. Juro que te daré cualquier cosa.
—Me dará hoy cualquier cosa, ¿y luego me quitará mañana la vida en un ataque de ira? ¿Parezco tonta?
—No, querida mía. Lo juro, nunca más. Mi honor como el más grande general de esta tierra está en tus manos.
—Una palabra a mi madre y usted lo perdería todo.
—Y pasar una eternidad sufriendo por el temor de perderte en un momento. No soporto la idea de demorar nuestra boda, ni siquiera un día.
Ella le había vuelto la espalda y miraba por la ventana, sorprendida por la satisfacción que sintió al verlo postrarse. Despojado de su rango era un simple hombre, motivado por pasión y temor. Quizás más malvado que la mayoría. Pero aún deshecho por su deseo hacia una mujer.
Ella usaría esto para su ventaja. La realidad era que hoy tenía en la mente más que su boda mañana. Pensamientos de los libros de historias le habían colmado los sueños y la habían despertado temprano ese día. Su anhelo de entender los misterios ocultos en esas páginas era más grande que cualquier deseo que ella hubiera conocido.
Chelise enfrentó a Woref, quien se había recuperado de sus súplicas y la contemplaba con algo que parecía más desprecio que remordimiento.
—Um. ¿Me dará lo que yo quiera?
—Cualquier cosa que esté en mi poder. Debo tener tu amor. Lo que sea.
—Entonces le dirá a mi padre que la boda se deberá retrasar hasta que se hallen los libros en blanco… los dos insistiremos. El rostro de él se ensombreció.
—Ese es el precio por su falta de control. Si quiere ganar mi amor, puede empezar por mostrarme que es un hombre que puede castigar y ser castigado.
—Como quieras —asintió él bajando la cabeza.
—Y además quiero también un regalo de su parte.
—Sí, por supuesto. Lo que sea.
—Quiero un nuevo criado.
—Te daré diez.
—No solo cualquier criado. Quiero al albino. Thomas de Hunter. Ella le podría haber lanzado agua en el rostro.
—Eso es imposible.
—¿Lo es? Extraño, sí. Desagradable, sin duda. Pero he oído que este hombre puede interpretar los libros de historias. ¿Pretende usted ejecutar al único hombre que puede cumplir mi sueño de revelarme los libros? Su muerte no solo me afrentaría sino que sería demasiado honorable para él. Mejor es mantenerlo encadenado a un escritorio como esclavo. El pueblo se lo agradecería a usted.
Ella había tomado la decisión de manera impulsiva, exactamente ahora motivada tanto por un rencor como por lo que Thomas podría brindarle. Que ella supiera, él solo pretendía leer de los libros para prolongarse la vida.
—Qurong nunca permitiría que un albino viviera en este castillo —declaró él, con menos convicción de la debida.
—No vivirá en este castillo. Vivirá en el jardín real. En el sótano de la biblioteca, bajo mi supervisión. Si él puede leer los libros, mi padre estará de acuerdo.
A Woref no le gustó la idea, pero efectivamente ella lo tenía agarrado de los tobillos. Había cierta lógica en toda la idea.
—Ciphus no estará de acuerdo.
—Ciphus no es tonto. Verá mi razonamiento.
¿Y qué hay de ti, Woref? ¿Eres un tonto?
—Considérelo un regalo anticipado de bodas —siguió diciendo Chelise antes de que él cavilara demasiado sobre la insinuación de ella—. Estoy pidiendo a Thomas de Hunter encadenado, un regalo más apropiado para mí que su cabeza en una bandeja.
El solamente la miraba.
—Usted dijo: «Cualquier cosa». ¿Le asusta Thomas de Hunter? Una mirada de desprecio le cruzó el rostro a Woref. Ella había ido demasiado lejos. Él se volvió y salió de la habitación.