LO INTENTÓ, pero no pudo dormir. Y decidió que no soñaría, no hasta que se hubiera ganado el amor de ella. Probablemente el virus lo iba a matar en unos cuantos días del tiempo de la otra realidad, y él no permitiría que eso interfiriera con el drama que se desenvolvía aquí. Simplemente comería la fruta de rambután todas las noches. Una semana, un mes, lo que se necesitara. Cuando finalmente soñara, solo habrían pasado unas cuantas horas donde dormía ahora, en la Casa Blanca.

Se apoyó contra la roca al lado de Suzan, mirando a Chelise, quien dormía a tres metros de los dos.

—Por Dios, Thomas, duerme —susurró Suzan—. Pronto amanecerá.

—No estoy cansado.

—Lo estarás. Y me molesta que estés sentado de ese modo.

—¿Estás celosa?

—¿De ella? Si fueras otro hombre, quizás… sin faltarte al respeto, pero mi corazón ya ha sido tomado.

—¿Ah, sí? —exclamó él, quien sorprendido puso toda su atención en Suzan—. Nunca has dicho nada.

—Es mejor mantener algunas cosas en secreto.

—¿Quién es?

—No te lo voy a decir. Pero lo conoces —expuso ella apoyándose en el codo—. Sin embargo, debo decir que este nuevo Thomas es digno de admiración.

—No hay nada nuevo de mí.

—No te había conocido permaneciendo así despierto, mirando a una mujer dormida que no te ama. O mostrarte tan interesado en a quién amo. Siempre había creído que te importaba más blandir una espada que cortejar a una mujer.

—Es obvio que no me has conocido. Cortejé a Rachelle en el bosque colorido, ¿no es así? —objetó él, y miró las estrellas—. Esos eran los días en que el romance se sentía en el aire.

—Yo era demasiado joven para recordar —expresó ella tranquilamente.

—Ya no lo eres.

—Así que supongo que estás cediendo a este impulso —afirmó ella—. De modo incondicional.

—Nacimos para el Gran Romance —declaró Thomas evitando una respuesta directa.

—Por supuesto.

—Solo estoy siguiendo mi corazón.

—Tal vez yo te podría mostrar algunas cosas, Sr. Poeta —alegó Suzan.

—Entonces revélanos a tu hombre y déjanos ver cómo os cortejáis mutuamente.

—Escúchame. Sigues hablando como un poeta.

—Tonterías —respondió él sonriendo—. Siempre he sido elocuente. Una vez mi palabra fue mi espada, pero ahora es un canto de amor para la doncella que yace allí. ¿O es aquí?

—Veo que deberé enseñarte los puntos más exquisitos de la poesía.

—¿Quieres verdadera poesía? —expuso Thomas bajando la voz mientras sus ojos se posaban en la durmiente mujer—. Entonces oye esto: He perdido mi corazón. Ahora su dueña es Chelise, esta asombrosa criatura que pacífica duerme. Cuando frunce el ceño, veo una sonrisa; cuando se burla, veo una sonrisa. Cabalgamos codo a codo durante dos horas, eligiendo nuestro camino a través del oscuro bosque sin pronunciar palabra alguna, pero oía su corazón susurrándome palabras de amor cada vez que su caballo ponía el casco en tierra. Ahora dormir no logro porque el amor es mi sueño y he tenido suficiente para que dure una semana. Ella finge no amarme, porque la enfermedad la ha rebosado de vergüenza, pero puedo verle los ojos penetrando el corazón donde ella revela sus verdaderos deseos.

—Si la mitad de eso es cierto, entonces estás muy entusiasmado, Thomas de Hunter —manifestó Suzan riendo socarronamente.

—Lo estoy —contestó él, desvaneciendo la sonrisa y desviando la mirada.

Chelise se movió de repente. Se volvió hacia ellos.

—¿Vais a hablar toda la noche? Estoy tratando de dormir.

—Estás despierta —comentó Thomas parpadeando.

—Y tú estás hablando demasiado. No sé cómo los albinos cortejan a sus mujeres, pero tal vez quieras considerar un poco de sutileza. Se hizo silencio en el campamento.

—Tiene razón —declaró finalmente Suzan.

—Yo… yo no sabía que estabas escuchando —titubeó Thomas; en la oscuridad logró ver que Chelise sonreía—. Muy bien, entonces, imagino que es hora de dormir.

Se acostó, inseguro de si debía estar avergonzado o emocionado de que ella hubiera oído lo que él decía.

Yacieron en silencio por largo tiempo.

Entonces Chelise habló en voz baja.

—Gracias, Thomas. Fueron palabras muy amables.

—De nada —manifestó él tragando saliva.

—Solo recuerda nuestro trato —pidió ella volviéndose.

—Sí, desde luego.

El acuerdo que tenían. Él casi lo había olvidado.

—∞∞∞—

CHELISE Y Suzan dejaron dormir a Thomas hasta la salida del sol. Ambas se habían levantado una hora antes y decidieron que podían esperar otra hora antes de entrar al desierto. Era remota la posibilidad de que algún encostrado los encontrara en el pequeño cañón en que habían hecho el campamento.

Suzan se había bañado en un pequeño riachuelo cercano, y Chelise también decidió bañarse. Esperó hasta que Suzan terminara antes de meterse cautelosamente al agua. Aunque se había acostumbrado al ritual del baño en el lago, el agua fría le hizo arder la piel.

De no ser por Thomas, Chelise nunca se habría bañado en un arroyo, pero se sintió obligada a presentarse en una manera que no fuera ofensiva para los albinos. Soportó el dolor y se lavó bien la piel. Luego con cuidado se aplicó el aromático morst usando una pequeña laguna como espejo. Recogió varias de las flores más pequeñas y perfumadas de tuhan y se las puso en el pelo. Todo esto por él.

¿Y por qué, Chelise? ¿Por qué te preocupa tanto agradar a Thomas? No pudo contestar esa pregunta. Quizás porque él era muy amable con ella. Albino o no, él era un hombre y ella difícilmente podía hacer caso omiso a este afecto irracional que él había mostrado al rescatarla.

Chelise miró a Suzan, tratando de no mirarle la piel oscura. Muy diferente de su propia carne blanca. El colgante que usaban los albinos le colgaba del cuello.

—¿Por qué usas el pendiente? —le preguntó a Suzan.

La albina levantó el medallón en la mano y lo miró.

—Estos son los colores del Círculo. Verde por el bosque colorido, luego negro por el mal que nos destruyó a todos. Después rojo, ¿ves? —explicó, indicando las dos franjas que cruzaban el cuero rojo—. La sangre de Justin. Y finalmente, un círculo blanco.

—¿Y por qué blanco?

—Blanco —señaló Suzan mirándola directo a los ojos—. Somos la novia de Justin.

Qué extraña manera de ver las cosas. Incluso ridícula. ¿Quién ha oído alguna vez ser la novia de un guerrero asesinado? Por supuesto, ellos creían que él aún estaba vivo.

Absurdo.

—¿Deberíamos despertarlo? —preguntó Chelise mirando a Thomas.

—Me cuesta creer que aún esté durmiendo —contestó Suzan sonriendo—. Debiste haberlo agotado anoche.

—¡Ja! Creo que él me está agotando con todo su entusiasmo.

—¿Sientes algo por él? —inquirió Suzan, asegurando la montura extra que Thomas trajera de la ciudad.

Chelise no había esperado una pregunta tan directa. No supo qué decir.

—Allí yace Thomas de Hunter, leyenda de los guardianes del bosque, enamorado de ti, hija de su agente de perdición, Qurong. Es un cuento de hadas en ciernes.

—Él es un albino —objetó Chelise.

—Eso no significa que sea demasiado bueno para ti —replicó Suzan al tiempo que ponía la mano sobre la silla y miraba de frente a la princesa.

—Eso no es lo que quise decir.

—No, pero es lo que sientes. Por eso te bañaste y por eso cubres tu piel para él. Que conste, estoy de acuerdo con Thomas. Creo que eres bastante hermosa. Y no creo que tengas idea de cuán afortunada eres de que este hombre te ame.

Chelise se sintió súbitamente emocionada. Miró a Thomas. Allí se hallaba el rey de los albinos. ¿O era Justin su rey? A pesar de los intentos de Thomas por quitarse el morst que se había aplicado la noche anterior, este aún le cubría partes del rostro.

—Sin embargo te hace sentir bien, ¿no es verdad? —indagó Suzan.

—¿Qué?

—Ser amada.

—Sí —contestó ella después de titubear.

No estaba segura de haberse sentido nunca tan incómoda. ¿Tenía razón Thomas al decir que ella estaba cubriendo su vergüenza? Y ahora Suzan le había dicho lo mismo. Ella nunca lo había pensado en esos términos.

—Creo que lo mereces —opinó Suzan.

Creció el nudo en la garganta de Chelise, y debió tragar saliva para no llorar. No sabía de dónde había salido la repentina emoción, pero no era la primera vez que los albinos la afectaban con tanta facilidad. Las lecciones en la biblioteca con Thomas habían sido parecidas.

Ella decidió entonces, mirando hacia la selva para que Suzan no pudiera ver las lágrimas que intentaba reprimir, que le gustaban los albinos.

—¿Por qué no lo despiertas? —preguntó Suzan—. Debemos irnos.

—Despierta —expresó Chelise yendo hacia él, contenta por el descubrimiento.

Thomas gimió y giró la cabeza, perdido aún para el mundo. Ella miro a Suzan, pero la mujer estaba muy ocupada ensillando otro caballo.

—Despierta, Thomas —ordenó la muchacha inclinándose y tocándolo.

Él despertó sobresaltado, miró alrededor, luego la vio y volvió en sí. $e levantó y se sacudió la capa.

—¿Qué hora es? ¿Me dejaste dormir?

—Parecías cansado.

Él miró a Suzan, luego analizó a Chelise.

—Volveré en un instante —anunció él y se fue corriendo en dirección al riachuelo.

Era interesante esta obsesión de los albinos con la limpieza. Thomas volvió diez minutos después, con el radiante rostro limpio del morst.

—Me siento como un hombre nuevo. No pretendo ofender, pero la cosa esa me produce picazón en la piel.

—¿De veras? Para mí es muy calmante.

—Te quedan bien. Las flores blancas son un complemento perfecto.

—Gracias —manifestó ella sonriendo; ¿creía él de verdad que ella era hermosa, o la estaba tratando con condescendencia?

Montaron y se dirigieron al sur alejándose de la ciudad, hacia el desierto. Thomas las guio a lo largo de un sendero de caza, lejos de todas las rutas frecuentemente transitadas.

—∞∞∞—

CABALGARON DURANTE una hora sin hablar, Suzan en la retaguardia.

—¿Soñaste a gusto, Thomas? —preguntó Chelise, rompiendo finalmente el silencio.

—No soñé en absoluto. Comí el rambután.

—Pensé que querías soñar. Casi pierdo la vida por tus sueños.

—Hice un juramento: nada de sueños mientras esté contigo. Ella no sabía lo que él podría tener en mente, pero no forzó ninguna explicación.

—¿Has decidido lo que deberíamos exigir a cambio de tu regreso? —inquirió Thomas acercando su caballo al de ella.

—Podríamos cambiarme por Woref, como sugeriste —respondió ella—. Lo podrías convertir en albino. Eso le serviría a la bestia.

—Por desgracia, el ahogamiento funciona solamente si se hace de manera voluntaria. De otro modo reuniríamos encostrados por montones y los obligaríamos a meterse en el agua, ¿no es así, Suzan? —dijo Thomas riendo entre dientes.

—Así se haría —contestó ella.

—Qué horrible muerte sería —comentó Chelise encogiéndose de hombros.

—¿Parezco muerto? —objetó Thomas—. Más vivo de lo que nunca has visto.

Luego estiró el brazo.

—Cuando muevo el brazo, no hay dolor en mis articulaciones. Y no es porque me haya acostumbrado a sufrir.

El pensamiento de ahogarse la aterraba. Se había acostumbrado tanto al dolor en las articulaciones que sencillamente le hacía caso omiso la mayor parte del tiempo.

—Podríamos exigir asilo para tu Círculo —opinó Chelise.

—¿Harías eso?

—¿Por qué no? —respondió ella encogiendo los hombros.

—Suzan, creo que se nos está animando.

Solamente ayer Chelise habría respondido con un comentario cortante para aclararle las cosas a Thomas. Ahora sentía ridículo tal comentario, por lo que ella lo desechó.

—Quizás deberíamos dejar que mi padre sufra durante uno o dos días —comentó la joven; no estoy en posición de chantajearlo muy a menudo.

—Perfecto. Entonces esperaremos una semana.

—¿Una semana? Yo no sabría qué hacer aquí durante una semana.

—Cabalgarás con nosotros.

—¿Y hacia dónde exactamente estamos cabalgando?

—Aún no lo he decidido —anunció él—. Lejos de las hordas. Fuera de peligro. ¿Te gustaría visitar nuestro Círculo?

—No, no. No podría hacer eso. ¡Se asustarían! Y yo de ellos. A cualquier parte menos a una de tus tribus.

—Entonces simplemente nos dirigiremos al sur —declaró él sonriendo—. Mientras esté contigo para mantenerte a salvo, y estés cómoda, cabalgaremos.

—Parece justo —convino ella, quien no podía mirarlo sin sentirse incomoda.

El sol pasó por encima y comenzó a descender hacia el horizonte occidental. Suzan se salió varias veces del camino para inspeccionar la ruta, a veces Chelise se preguntaba si Thomas y su teniente no habían planeado las prolongadas desapariciones para que él pudiera estar a solas con ella. No es que eso le importara mucho.

Thomas le contó historias de sus días como comandante de los guardianes del bosque y ella le correspondió con recuerdos de sus días en el desierto: cómo habían hecho uso de la paja del desierto, dónde hallaban el agua, cómo fue criarse jugando con otros niños que no tenían sangre real.

Él parecía especialmente conmovido por las historias de ella acerca de los niños e hizo muchas preguntas sobre cómo aprendieron a sobrellevar la enfermedad, como él la llamaba. En realidad él pensaba que la condición de la piel de los encostrados era una anormalidad. Y, desde luego, lo era para él, igual que la condición de él lo era para ella. Sin embargo, como señalaba Chelise, si se tomara el mundo como un todo y se compararan los millones de encostrados con solo mil albinos, ¿quién sería anormal? ¿Y quién estaría enfermo?

Él gentilmente cambió de tema. No había manera de reconciliar las enfermedades de ellos.

—Te conocí una vez en el desierto —le confesó él con una sonrisa.

—¿Antes? ¿Cómo pudiste haberlo hecho?

—Roland.

—¿Roland? Pero Roland era de las hordas.

—Roland era Thomas, comandante de los guardianes del bosque, quien se había extraviado y contraído la enfermedad. Naturalmente, me vi obligado a mentirte.

—¿Eras Roland? ¿Tuve la vida de Thomas de Hunter en mis manos? ¡Debí haberte degollado!

—Entonces te habrías privado del placer de cabalgar hoy conmigo.

—Sinceramente, me cayó muy bien Roland. Recuerdo eso.

—Si te volviera a suceder, ¿me degollarías? —inquirió él.

—Sabiendo lo que sé hoy, sabiendo que estaría en posición de chantajear a mi padre, no —confesó ella mirando hacia abajo las bamboleantes patas del caballo.

—¿Aun sabiendo que yo seguiría matando a muchos de tus guerreros en las guerras posteriores a ese día? —planteó él.

—Entonces sí, siento decir que te habría cortado el pescuezo.

—Bueno. Me gusta una mujer sincera.

Los dos rieron.

Era obvio. Thomas de Hunter, este famoso guerrero que cabalgaba al lado de ella, quería ganarse su amor.

Para cuando llegaron al desierto, ella no estaba segura de no sentir algo por Thomas. Por una vez él cabalgó delante para localizar a Suzan, y sorprendentemente Chelise se sintió abandonada. Solitaria. No, más que solitaria, añorando la compañía de él. Y cuando él reapareció cinco minutos después con una tonta sonrisa, ella sintió alivio.

—¿Me has echado de menos? —quiso saber él.

—Ah, lo siento. ¿Te habías ido? —contestó ella, pero al instante quiso retirar la broma—. Me sentí sola.

—¿Cuándo había sucedido todo esto? ¿En la biblioteca?

Suzan galopó hacia ellos, saludando con las manos. Thomas se echó atrás en su montura.

—Encontró algo.

—¿Las hordas?

—No lo creo. ¡Vamos!

Los dos salieron corriendo al encuentro de la teniente.

—Johan está esperando con Mikil y Jamous —informó Suzan frenando, con mirada vivaracha—. Han debido enviar a William hacia delante con los demás.

—¿Dónde?

—Tienen un campamento en el cañón —señaló ella—. A poco más de tres kilómetros.

—¡Excelente! —exclamó Thomas mirando a Chelise—. Se trata de Martyn.

—¿Está él aquí?

—En carne y hueso —anunció Thomas haciendo girar el caballo—. ¡Cabalguemos!

Chelise se hallaba aterrada por este súbito descubrimiento… Thomas y Suzan eran una cosa, pero la posibilidad de encontrar a más de los del Círculo no le apetecía en absoluto. ¡Además, Martyn! Después de Thomas, no había otro nombre al que ella hubiera llegado a odiar más.

La princesa cabalgó.