Capítulo 30
Savara había ocupado de nuevo los aposentos principales de una mansión que había requisado para utilizarla como base. Ésta vez, aquellos que habían solicitado audiencia o a quienes ella había hecho llamar aguardaban en la sala maestra. Mientras las personas acudían y se marchaban tras presentar informes sobre los avances de los Traidores en el proceso de hacerse con el control de la ciudad, Lorkin y Tyvara permanecían sentados a su izquierda, vigilando.
Los Traidores ya habían registrado todas las casas cercanas al paseo. Habían encontrado a unos pocos ashakis emboscados en su interior y se habían encargado de ellos. También habían descubierto a varias mujeres libres con sus niños. Sus esposos, padres e hijos habían estado tan convencidos de la victoria que no se habían molestado en enviar a sus familias a un lugar seguro. Algunas de las mansiones estaban llenas de cadáveres de esclavos que no habían conseguido huir antes de que sus amos los mataran para absorber su energía mágica.
Se había elegido una mansión en la que albergar a las mujeres y los niños sanos e ilesos hasta que los Traidores decidieran qué hacer con ellos. «Seguramente será lo mismo que han hecho con otras familias con las que nos hemos encontrado —pensó Lorkin—. Tendrán que hacerse un lugar entre los esclavos liberados, lo que probablemente significa que se pondrán a trabajar por primera vez en su vida».
—Hubo esclavos que atacaron a las familias de sus amos antes de marcharse de la ciudad —explicó la portavoz Shaiya a la reina—. Algunas mujeres libres la tomaron con los esclavos al enterarse de la derrota de los ashakis. Hemos enviado a todos los heridos a una mansión que está al otro lado del paseo. Algunas esclavas y una mujer libre se han puesto de parto. Todos los Traidores con experiencia como sanadores han acudido para atenderlas.
—¿Son suficientes?
Shaiya negó con un gesto.
—Necesitamos más. ¿Cuándo llegarán los kyralianos?
—Dentro de un día, más o menos.
—Iré yo —se ofreció Lorkin.
—No. —Savara se volvió hacia él—. Por lo pronto te necesito aquí.
La portavoz bajó la vista.
—Sé lo que opináis sobre Kalia, pero…
Savara sacudió la cabeza con el ceño fruncido.
—No me fío de ella.
—No tenéis que fiaros, solo dejar que haga aquello para lo que se formó.
Lorkin contuvo la respiración mientras Savara clavaba los ojos en la portavoz. La reina no podía revelar las malas intenciones de Kalia a los Traidores sin revelar también la facultad de Lorkin de leer pensamientos superficiales. «Entonces será mejor que me prepare para atenerme a las consecuencias».
—Tráela a mi presencia —ordenó la reina.
Cuando los pasos de Shaiya se extinguieron, Savara lo miró.
—Tu don podría resultarme muy útil, Lorkin. ¿Estás dispuesto a ponerlo al servicio de los Traidores?
Él la contempló parpadeando, sorprendido.
—Pues… supongo que sí. ¿Quieres que lo utilice con Kalia? No te prometo que pueda decirte gran cosa.
Savara sonrió.
—Solo quiero que me digas si percibes que miente. No aclares cómo lo sabes. No menciones tu poder a nadie a menos que yo te lo indique.
Oyeron de nuevo el sonido de las pisadas de Shaiya, junto con las de otra persona. Cuando Kalia entró en la habitación, alzó la vista hacia Savara antes de fijarla en el suelo. Se llevó la mano al corazón.
—Déjanos solos, Shaiya.
La portavoz se quedó quieta por un momento, asintió y se marchó. Savara se levantó y se acercó a Kalia hasta quedarse de pie frente a ella. La mujer no levantó la mirada. Tenía los ojos muy abiertos y la respiración agitada. Lorkin se concentró en ella hasta captar una presencia conocida, además de un sentimiento de culpa.
—Sabes lo que hiciste —le dijo Savara, y miró a Lorkin y a Tyvara—. Sabemos lo que hiciste.
El miedo y la vergüenza se apoderaron de Kalia.
—Lo que no entiendo es… ¿por qué Halana? —prosiguió Savara—. Todos la querían. No tenía enemigos. —Meneó la cabeza—. Su experiencia y sus conocimientos sobre la elaboración de piedras… Su talento… Por mucho que la odiaras, ¿por qué nos arrebataste todo eso?
—No la odiaba —replicó Kalia—. Yo… —Alzó los ojos y enseguida los bajó de nuevo.
—¿Tú qué?
—No tenía la intención de matarla.
—Pero a nosotros sí. —Savara regresó a su silla—. Carezco de pruebas, pero puedo demostrar que tuviste algo que ver con la muerte de Halana. Si me convences de que fue un accidente… —Suspiró—. Detesto admitirlo, pero te necesitamos, Kalia. Convénceme, atiende a los heridos, y yo no distraeré ni desmoralizaré a mi pueblo en estos momentos decisivos con acusaciones de un intento de asesinato contra una de las suyas.
Kalia tragó saliva y asintió.
—Anoche, cuando estabais en la azotea —comenzó—, vi que estabais sola con… —Sus ojos se volvieron fugazmente hacia Lorkin y Tyvara—. Nadie más habría resultado herido si os atacaban. Simplemente tenía que llamar la atención sobre vos. Así que me escabullí por una puerta para esclavos, me topé con unos ashakis y los guié de vuelta hacia la mansión. Ellos os avistaron, pero cuando yo corría hacia la entrada para esclavos, Halana salió de otra. Creo que estaba colocando piedras de escudo. Ella… no los vio. La… —Se le escapó un sollozo—. Intenté avisarla, pero todo sucedió muy deprisa. No quería que ella muriera.
Savara miró a Lorkin, que sacudió la cabeza. Todo lo que Kalia había dicho era cierto. La reina clavó de nuevo la vista en ella, con cara de haber tomado un bocado de algo nauseabundo. Pero no era solo repugnancia por los actos de Kalia. «Desea castigarla, pero no lo hará. Yo en su lugar la encerraría y me enviaría a mí a sanar a los heridos. —Los conocimientos de sanación de Kalia no eran excepcionales. De pronto, un estremecimiento de comprensión recorrió a Lorkin—. Pero mi capacidad de leer la mente sí».
—Entonces jura que nunca hablarás de ello con nadie, a menos que yo te lo ordene —dijo la reina—. Y jura que jamás volverás a intentar hacernos daño a Tyvara, Lorkin o a mí.
Kalia agachó la cabeza.
—Lo juro.
—Puedes retirarte. Shaiya te indicará cómo llegar a la mansión en la que se encuentran los heridos.
Mientras la mujer se alejaba a toda prisa, Savara se frotó las rodillas con las manos, como si se las limpiara.
—Bueno, al menos tenemos algo con lo que mantenerla a raya a partir de ahora.
Unos pasos rápidos se acercaron por el pasillo, y esta vez fue la portavoz Lanna quien entró en la habitación.
—¿Estáis lista para recibir a los kyralianos?
Savara respiró hondo y soltó el aire despacio.
—¿Lo estoy? —se preguntó a su vez.
Lanna frunció el ceño.
—Primero hay algo que debo deciros.
—¿Ah, sí?
La portavoz apretó los labios en una sonrisa forzada.
—Cuando me topé con la Maga Negra Sonea, ella estaba luchando contra un par de ashakis. Tayvla y Call, la pareja que dio con ellos, me dijeron que los ashakis los habían atacado primero. Sonea intervino, lo que les permitió huir.
Lorkin se volvió hacia Savara y se quedó perplejo al ver que esta ponía mala cara al oír la noticia. La reina lo miró y soltó un resoplido suave.
—Vaya, esto echa a perder mis planes. —Dirigió la vista hacia Lorkin y descruzó los brazos—. Tu madre desobedeció la orden de quedarse donde su escolta la dejó. Yo tenía la esperanza de tratar este asunto con Sonea y obtener algo de ella a modo de disculpa.
Él arqueó las cejas.
—Dudo que consiguieras algo con esa táctica.
—Entonces, ¿cómo sugieres que la persuada de que nos haga un favor?
—Soy la persona menos indicada para darte consejos sobre eso. Ella me conoce demasiado bien.
—Pero eres su hijo. Tal vez debería aprovecharme de esa circunstancia.
Lorkin torció el gesto.
—Solo si te sientes especialmente valiente. Yo, esto…, te recomendaría que te informaras mejor sobre ella antes de poner a prueba su paciencia.
Savara lo contempló con los labios fruncidos y asintió.
—Quieres volver a verla, y regresar a tu país algún día.
—A la larga, me gustaría llevarme a Tyvara conmigo, así que estaría bien que Sachaka y las Tierras Aliadas mantuvieran relaciones cordiales.
Savara devolvió su atención a Lanna.
—Haz pasar a los kyralianos. Y también al elyneo.
A Lorkin el corazón se le aceleró ligeramente. «Ni mi madre ni Dannyl ni los demás pueden albergar dudas sobre a quién he entregado mi lealtad. Supongo que estoy a punto de averiguar qué opinan al respecto».
Su madre entró en la habitación, seguida por los demás. Formaron una fila ante Savara y se arrodillaron. Se impuso un silencio cargado de extrañeza y con un matiz de vergüenza. Lorkin sintió que un escalofrío ligero y extraño le bajaba por el espinazo. Para los kyralianos y elyneos, aquella era la genuflexión tradicional que se ejecutaba ante un monarca, pero para los Traidores era un gesto excesivo.
—En pie —dijo Savara con voz débil. Cuando los cinco extranjeros se enderezaron, sonrió—. Más tarde, Lorkin les enseñará cómo saludan los Traidores a un líder. —Recorrió la fila con la vista—. Soy la reina Savara, y ellos son Tyvara y Lorkin. Preséntense, por favor.
—Como ya sabéis por nuestra reunión anterior, soy la Maga Negra Sonea, del Gremio de Magos de Kyralia —comenzó su madre. A continuación, presentó a los demás por orden de jerarquía, empezando por Dannyl.
«Dannyl parece…, más que incómodo, como si intentara disimular su incomodidad —pensó Lorkin—. ¿Estará herido? No, es otra cosa. Tal vez simplemente el nerviosismo por haber visto a estas personas matar a muchas otras que él… —Notó una sensación de pesadez en el estómago cuando cayó en la cuenta de que Dannyl, Tayend y Merria habían entablado amistad con la élite sachakana—. Quizá acaban de ver morir a sus amigos».
Cuando su madre pronunció el nombre de Regin, Lorkin recordó la insinuación de Tyvara de que era algo más que el ayudante y la fuente de Sonea. Regin, con expresión solemne, posó la mirada en Lorkin e inclinó levemente la cabeza. Lorkin le devolvió el saludo. «Eso no me ha aclarado nada», concluyó.
—Bien —dijo Savara, levantándose de su asiento y situándose frente a Dannyl—. ¿Tiene la intención de quedarse en Sachaka, embajador Dannyl? Me imagino que necesitaremos a un representante del Gremio aquí, una vez que lleguen los sanadores.
Lorkin advirtió que las cejas de su madre descendían de forma casi imperceptible. Como la persona de mayor autoridad entre los magos del Gremio, la pregunta habría debido ir dirigida a ella. Tal vez, al planteársela a Dannyl, Savara estaba dando a entender que lo prefería como representante del Gremio antes que a Sonea.
—Si el Gremio lo permite y vos dais vuestro consentimiento, majestad —contestó Dannyl.
Savara asintió.
—Usted nos servirá por el momento. —Se colocó delante de Tayend—. En cuanto a usted, embajador Tayend, ¿continuará representando a Elyne?
—Ya he recibido instrucciones de mi rey de solicitar mi permanencia en el cargo, majestad —respondió él—. De hecho, me ha pedido que memorice y os transmita un mensaje, en espera de una misiva más larga que os remitirá más tarde.
—¿De veras? Transmítamelo, pues.
Tayend le dedicó una reverencia cortesana.
—El rey Lerend de Elyne os felicita por vuestro éxito en la conquista de Sachaka. Espera tener la oportunidad de conoceros y de hablar con vos de las muchas maneras en que nuestros países respectivos pueden establecer relaciones de beneficio mutuo. Que vuestro futuro os depare paz y prosperidad.
Savara sonrió.
—Hágale llegar mi agradecimiento por sus buenos deseos en su próxima comunicación con él. Estoy deseando recibir su misiva más larga. No veo motivo alguno para no permitir que se quede usted como embajador. —Pasó frente a Merria y a Regin y se detuvo.
Lorkin observó el semblante de su madre cuando la reina se colocó de cara a ella. Vio un cambio de expresión que le era muy familiar, en el que la sutil aflicción que reflejaban sus ojos casi en todo momento daba paso a la mirada fija y omnisciente que él nunca había sido capaz de sostener durante mucho rato.
—Maga Negra Sonea —dijo Savara en un tono que ya no era cordial, pero tampoco frío—. Usted desobedeció mi orden de permanecer en la casa donde la dejó su escolta.
—Así es, majestad.
—No me complació enterarme de ello.
—No esperaba que os complaciera.
—¿Por qué lo hizo?
—Los embajadores Dannyl y Tayend, así como lady Merria, creían estar en peligro. Saral y Temi se habían marchado, por lo que yo no podía pedirles permiso para acudir en auxilio de mis colegas, o solicitar protección para ellos. Cumplí con vuestra condición inicial de no ponerme de parte de los ashakis, y con el deseo de las Tierras Aliadas de no intervenir en la batalla.
—Y no obstante intervino después.
Sonea enarcó las cejas.
—¿Acaso hice mal?
Savara ladeó la cabeza ligeramente.
—¿Qué opinión les merece esto a las Tierras Aliadas?
—Aún no he tenido ocasión de preguntárselo. Saben que hay decisiones que deben tomarse con rapidez. La guerra ya estaba ganada, y quería asegurarme de que nuestros sanadores estuvieran a salvo aquí.
—Lo estarán. —Savara se apartó y regresó a su asiento—. Sin embargo, los sanadores están aún a una jornada de viaje de aquí. Mientras llegan, ¿podrían usted y los otros magos del Gremio atender a los heridos de mayor gravedad?
Sonea alzó la barbilla, y un brillo que Lorkin conocía muy bien asomó a sus ojos. Contuvo la respiración y exhaló un suspiro apenas audible.
—Por supuesto —respondió ella.
Savara asintió.
—Lorkin les acompañará a la mansión donde hemos recogido a los enfermos y heridos, después de que hable con él en privado. Pueden retirarse.
Lorkin siguió con la mirada a su madre, sus ex colegas y sus amigos mientras se marchaban. Cuando desaparecieron en el pasillo, Savara se volvió hacia él.
—¿Ha sido una imprudencia pedirles que sanen a los pacientes?
Así que ella había oído su reacción. Se encogió de hombros.
—Mi madre organizó los hospitales de Imardin. Si le encargas esta tarea, tal vez nunca vuelva a casa.
Savara arrugó el entrecejo.
—Y yo que pensaba que tú serías el verdadero motivo por el que querría quedarse. No era mi intención dificultar tu trabajo.
—¿Mi trabajo?
—Persuadir a tu madre para que regrese a Kyralia, o conseguirlo por otros medios. No es nada personal, ni tengo nada contra ella, pero sospecho que no me gustaría tenerla cerca.
—No —convino él. Hizo una pausa para reflexionar—. La forma de conseguir que mi madre vuelva a Kyralia es que Dannyl se lo recomiende al Gremio. Él quizá acceda a hacerlo si lo convenzo de que es una buena idea, o tal vez como favor hacia mí. Pero me temo que el mero hecho de intentarlo lo lleve a desconfiar de mis motivos. Por otro lado…, hay algo más que podemos ofrecerle para demostrarle que nuestras intenciones son pacíficas, si a ti te parece bien.
Savara se inclinó hacia delante.
—¿De qué se trata?
Mientras Lorkin los guiaba hacia el exterior de la mansión, Sonea lo examinó con ojo crítico. Parecía más delgado, aunque tal vez era solo un efecto causado por la ropa de estilo Traidor que llevaba. La túnica de mago tendía a tapar gran parte del cuerpo y, aunque realzaba los hombros y la cintura, ocultaba lo demás. El ajustado chaleco de Traidor se ceñía a su torso. La tela del jubón y de los pantalones era tosca y no estaba teñida. En contraste con este humilde atuendo, sus dedos estaban cargados de anillos, lo que le habría dado a Sonea una impresión de lujo y ostentación, de no ser porque suponía que las gemas eran mágicas.
Lorkin se encaminó hacia el otro lado del paseo. Ella advirtió que su andar destilaba calma y seguridad, pero que él estaba siempre alerta, escrutando el entorno con la mirada. «Se siente a salvo aquí entre los Traidores y no tiene nada que temer del Gremio salvo tal vez su desaprobación, pero sabe que la ciudad no es aún del todo segura».
Su hijo volvió la vista hacia ella y aflojó el paso hasta situarse a su lado.
—Quería ponerme en contacto contigo antes de la batalla —aseguró—, pero todo ocurrió muy deprisa. En un momento estábamos haciendo planes, y al momento siguiente salíamos corriendo a enfrentarnos a los ashakis.
—¿Qué has hecho con mi anillo de sangre?
Él le dedicó una mueca de disculpa.
—Lo llevo encima. Debería haberlo escondido, pero…
—No, prefiero que no te desprendas de él para que puedas utilizarlo si lo necesitas.
—Bueno…, supongo que es posible que, si me hubieran matado, el anillo hubiera quedado destruido también.
Un escalofrío bajó por la columna de Sonea.
—Mejor no hablemos de eso.
Él sonrió de oreja a oreja.
—Por mí, de acuerdo.
—Bueno, ¿y qué piensas hacer ahora?
La expresión de Lorkin se tornó seria.
—Eso depende de Savara. Y de Tyvara. Es evidente que la reina tiene planes para Tyvara, y como las mujeres Traidoras ejercen toda la responsabilidad y el poder, y se supone que los hombres deben avenirse a todo, acabaré yendo a donde vaya ella.
—¿Estás contento con eso?
Él sonrió de nuevo.
—En general, sí. Quiero a Tyvara, mamá. Me encanta la naturalidad con que asume el papel dominante, aunque en ocasiones resulta frustrante. También me gusta ser quien cuestione su autoridad.
Sonea reprimió un suspiro.
—O sea que no regresarás a Kyralia.
Él sacudió la cabeza.
—Supongo que no en un futuro próximo. Savara sabe que me gustaría poder visitarte e ir al Gremio. Sigo queriendo transmitir los conocimientos elementales sobre la elaboración de piedras, como deseaba la reina Zarala. Tal vez el Gremio podría aprovecharlos para otros usos. Quizá se descubran cuevas de gemas en las Tierras Aliadas. Si existen, lo más probable es que estén en la parte norte de las montañas de Elyne, donde…
Se oyó un grito procedente de un grupo de personas que enfilaba el paseo desde una calle lateral cercana. Lorkin se detuvo, interponiéndose entre Sonea y ellos, y luego se volvió hacia su madre con una sonrisa.
—Por lo visto habrá un poco de jolgorio esta noche.
Sonea dirigió la vista hacia la multitud que estaba detrás de él y reparó en que hombres y mujeres iban cargados con muebles. Como no iban vestidos como Traidores, ella supuso que eran esclavos liberados. Al mirar alrededor, se percató de que se estaban formando varios grupos más de ex esclavos en la calzada. Más allá, ardía una hoguera. Oyó que Dannyl mascullaba una palabrota cuando dejaron caer los muebles al suelo y comenzaron a romperlos. Dos de los ex esclavos se encaminaron de vuelta hacia una casa próxima.
—¡Coged un poco de leña! —les gritó alguien desde la multitud.
—¡Y vino!
Sin hacerles caso, Lorkin continuó cruzando el paseo.
—Van a desvalijar las casas, ¿verdad? —preguntó Dannyl, sin dirigirse a nadie en particular.
—Probablemente —contestó Merria.
Dannyl suspiró.
—Debería haber cerrado la biblioteca con llave —murmuró.
La mansión a la que los condujo Lorkin era más grande que casi todas las demás. Un par de Traidores flanqueaba la puerta. Se quedaron mirando a los extranjeros, pero no protestaron cuando Lorkin los hizo pasar. En el interior, el caos y el ruido los envolvieron. El pasillo corto de rigor habitual estaba repleto de gente, y la sala maestra aún más. Algunos yacían en el suelo, con las heridas mal vendadas en el mejor de los casos. En torno a ellos había personas de pie que claramente no habían sufrido daño alguno; hasta cuatro por paciente. Los Traidores iban y venían a paso veloz de un pasillo lateral a otro, tropezando con extremidades y toda clase de objetos, desde cestas de comida hasta botellas de vino. Uno de los heridos sujetaba una caja grande de oro, pese a que el corte que tenía en la pierna sangraba profusamente. De algún lugar situado al otro lado de la habitación llegaban alaridos y gritos apagados.
—¡Qué desastre! —exclamó Sonea—. ¿Es que nadie está al mando aquí?
El barullo de la sala se redujo ligeramente. Varias cabezas se habían vuelto hacia ella. Una Traidora que acababa de entrar se detuvo y la fulminó con la mirada. Sonea maldijo para sus adentros. No había sido su intención hablar tan alto.
—¿Dónde está Kalia? —le preguntó Lorkin a la mujer.
—Atendiendo a alguien —respondió esta.
—¿Quién examina a los pacientes recién llegados?
La mujer se encogió de hombros y echó un vistazo alrededor.
—Alguien…
Lorkin hizo un gesto de impaciencia.
—Vete a hacer lo que tengas que hacer. Ya me ocupo yo de esto.
La mujer se alejó a toda prisa. Lorkin bajó la vista hacia sus anillos y pulsó la piedra de uno de ellos. Se quedó inmóvil y con la mirada ausente durante largo rato, antes de dar una cabezada y enderezarse. Se volvió hacia Sonea.
—Savara enviará a una portavoz hacia aquí. Se asegurará de que aquí todos obedezcan tus órdenes. En Refugio, Kalia era la encargada de tratar a los enfermos, pero quebrantó unas cuantas leyes y…, bueno ya no es la misma de antes. Solo está aquí porque necesitamos de su experiencia. —Su antipatía hacia ella era evidente—. Sabe un poco sobre sanación mágica. Creo que la mejor manera de lidiar con ella es asignarle pacientes para que los atienda, pero sin dejar que tome decisiones.
Sonea arqueó las cejas con incredulidad.
—¿Savara va a ponerme al mando?
—Solo por esta noche. —Él torció el gesto—. Me ha costado bastante convencerla. Creíamos que podríamos dejarlo en manos de Kalia, pero… —Hizo un gesto de impotencia—. No puedo contarte los detalles, pero cometió un error que ha destrozado su seguridad en sí misma. Es una buena sanadora; entregada a su trabajo. Puedes confiar en que lo hará bien. —Dio un paso hacia la salida—. La portavoz Yvali llegará enseguida. He de marcharme. El embajador Dannyl debe regresar conmigo.
Las cejas de Dannyl se elevaron, pero no parecía preocupado cuando salió del edificio en pos de Lorkin. Sonea miró a Merria, que estaba recorriendo la sala con la vista y sacudiendo la cabeza.
—No tardaré en arreglar esto —le aseguró Sonea—. Siempre y cuando la gente haga lo que le pidamos.
Merria asintió con entusiasmo.
—Siempre había soñado con montar un hospital. Después de conocer mundo.
Sonea contempló a la joven con renovado interés. «¿Dónde la tenías escondida, Vinara? —pensó. Más de una vez había sospechado que la jefa de sanadores mantenía a su servicio a los aprendices más aventajados—. Seguramente yo en su lugar también lo haría. Pero, al parecer, dejó que esta se le escurriera entre los dedos. Tal vez un día, cuando Merria haya satisfecho sus ansias de viajar, regrese para trabajar conmigo».
Una Traidora emergió de las sombras del atestado pasillo de entrada y su mirada se cruzó con la de Sonea. Ésta se puso derecha y sonrió. Dejando a un lado los planes para el futuro de Merria, se dirigió al encuentro de la portavoz y comenzó a explicarle lo que ella y los enfermos y heridos de Arvice necesitaban.
Dannyl descubrió que las hogueras de celebración no se restringían al paseo, mientras se dirigía hacia la Casa del Gremio con Tayend, Lorkin y los ex esclavos de Achati. Estaban encendiéndolas por todo Arvice, y la idea de que aquellas piezas delicadas y costosas se estuvieran usando como leña le revolvía un poco el estómago.
«Solo son objetos», se dijo. Aun así, esto le entristecía, y no podía engañarse a sí mismo negando en su fuero interno que se estuvieran destruyendo unos conocimientos valiosos junto con las cosas que simplemente eran bellas. ¿Cómo iban a tomar conciencia unos ex esclavos, en su mayoría analfabetos, de que tal vez estaban quemando algo que podría ser beneficioso para ellos y sus descendientes? Tal vez los dos que los seguían se darían cuenta. Después de todo, se habían escondido en la biblioteca de Achati. «¿Estará ardiendo en este momento esa biblioteca? Y si no, ¿podría persuadir a los Traidores de que la protejan?».
Se fijó en el joven que caminaba a su lado. Lorkin lo comprendería. Tal vez no podría hacer nada al respecto, pero Dannyl tenía que pedírselo al menos, por si existía alguna posibilidad de que su petición sirviera de algo.
Lo que le había impedido intentarlo era el recuerdo de Lorkin luchando junto con los Traidores; de los ashakis cayendo bajo sus azotes; la idea de que tal vez había sido Lorkin quien había matado a Achati.
Por el silencio incómodo que se había instalado entre ambos, Dannyl supuso que Lorkin por lo menos era consciente de que al luchar del lado de los Traidores había enturbiado su relación con Dannyl y con el Gremio. «Pero es imposible que sepa por qué, en mi caso. Solo Tayend estaba enterado de que Achati y yo éramos más que amigos». Tayend, por su parte, no decía una palabra.
—¿Has avanzado con tu libro? —preguntó Lorkin.
—No desde hace un tiempo —respondió Dannyl.
—¿Han llegado al Gremio las copias que hiciste?
—Aún no.
Siguieron adelante sin hablar durante varios minutos, eludiendo a otro grupo de jaraneros. Finalmente, al doblar una esquina, vieron ante sí la verja de la Casa del Gremio. Por fortuna, no había hogueras allí, pero la calle estaba a oscuras. Cuando se acercaban, Dannyl oyó que Tayend inspiraba bruscamente. Al mismo tiempo, vio que las puertas de la verja colgaban de los goznes en un ángulo raro. Alguien las había forzado.
Lorkin llevó la mano a un bolsillo de su chaleco y sacó algo. Lo sujetó entre dos dedos, a la altura del pecho, caminando hacia la verja. Se agachó para examinar el metal torcido y emitió un sonido bajo.
—Esto solo han podido hacerlo con magia —murmuró. Se enderezó y contempló el edificio del otro lado con expresión ceñuda—. La puerta está abierta. —Permanecieron de pie sin moverse mientras Lorkin miraba fijamente la puerta—. Creo que deberíamos volver a por refuer…
—Iré a echar un vistazo —dijo Lak, avanzando con paso decidido. Vata lo siguió.
—Esperad, no… —empezó a protestar Lorkin, pero los ex esclavos cruzaron el patio en silencio sin hacerle caso y entraron en el edificio. Lorkin suspiró y se volvió hacia Dannyl—. Debes de caerles bien.
Dannyl le devolvió la mirada.
—Eran los esclavos de Achati.
Lorkin parpadeó y una expresión de pena se dibujó en su rostro.
—No sobrevivió, ¿verdad?
—Claro que no. Era uno de los consejeros más allegados al rey.
—Menuda recompensa por haberme ayudado a salir de Arvice. —El tono de Lorkin denotaba pesar.
—Te habría entregado al rey con la misma facilidad si hubiera creído que eso beneficiaba a Sachaka —dijo Tayend.
Dannyl lo miró con dureza. El elyneo no apartó la vista. «Me está retando a negarlo —pensó Dannyl, compungido—. No puedo. Aunque quisiera pensar que, si Achati hubiera traicionado a Lorkin, se habría sentido mal por ello».
Lorkin bajó los ojos al objeto que sostenía y sacudió la cabeza. Al estudiarlo más de cerca, Dannyl vio que la luz se reflejaba en algo que estaba en el centro.
—No está bien permitir que corran un riesgo semejante por nosotros. Quedaos aquí. Que nadie os vea. —Echó a andar hacia la puerta. Dannyl y Tayend intercambiaron una mirada, y ambos se apresuraron a ir tras Lorkin. Cuando este reparó en ello, suspiró—. No os apartéis de mí, entonces. Manteneos dentro de mi escudo.
En el momento en que entraron en el edificio, Dannyl percibió la vibración de un escudo que los rodeaba. El interior estaba oscuro. Lorkin creó un globo de luz y lo hizo flotar ante ellos. Llegaron a una sala maestra desierta. Lorkin eligió el pasillo de la derecha. «Si los intrusos buscaban magia u objetos valiosos que robar, se habrán dirigido hacia los aposentos de la persona de mayor rango de la casa». Al llegar frente a las habitaciones de Dannyl, Lorkin entró en ellas. Estaban vacías, pero por lo visto alguien había registrado los arcones y los armarios, arrojando casi todo el contenido a un lado. Cuando dieron media vuelta para marcharse, se toparon con Lak, que sujetaba un farol.
—No hay nadie en la casa —informó el esclavo—. Vata ha ido a echar una ojeada a las caballerizas y el alojamiento de los esclavos. Pero no creo que un ashaki se haya escondido aquí.
Lorkin exhaló un suspiro de alivio. Se volvió hacia Tayend.
—¿Quieres que te acompañe mientras vas a buscar el anillo de sangre?
Tayend negó con la cabeza.
—Vuelvo enseguida. —Le hizo una seña a Lak para que lo siguiera, y ambos se alejaron por el pasillo.
Imperaba un silencio absoluto. Dannyl inspeccionó la habitación. «Se han llevado muy poca cosa. ¿Para qué querría alguien túnicas del Gremio o libros viejos? ¿Debería llevarme mi material de investigación? ¿Dónde lo guardo? No hay ningún lugar seguro, pero tal vez pueda hacer algo para remediarlo». Miró a Lorkin, extrajo la carta de Achati del interior de su túnica y se la tendió. Lorkin la cogió, la desdobló y la leyó. Se la devolvió con expresión de abatimiento.
—¿Permitirán los Traidores que me quede con la biblioteca de Achati? —preguntó Dannyl—. Si aún no la han saqueado, claro.
Lorkin arrugó el entrecejo y jugueteó con sus anillos mientras cavilaba.
—Savara dice que te concede acceso a ellos —respondió al cabo de un rato—. Si le indicas dónde está, enviará a alguien a protegerla.
«¿Savara dice…? —Dannyl se fijó en los anillos y advirtió que Lorkin estaba tocando una de las piedras—. Interesante».
Lorkin bajó las manos a sus costados de nuevo.
—¿Podrías hacerme un favor a cambio?
Dannyl se encogió de hombros.
—Depende del favor.
—Que consigas que mi madre regrese a Imardin lo antes posible. —Hizo una mueca—. Sé que no interferirá a propósito, pero su mera presencia aquí causará problemas. No hablo en mi nombre, sino en el de los Traidores. Necesitan ser los que mandan aquí.
—¿También sobre los sanadores del Gremio?
—¿La han puesto a ella al mando?
—En realidad, no. —Dannyl alzó y bajó los hombros—. Estarán a las órdenes de su líder, y él responderá ante mí.
Lorkin se sintió aliviado.
—Entonces, ¿no hay ningún otro motivo para que continúe aquí?
—Aparte de cerciorarse de que tú, Merria y yo estemos a salvo…, no. Pero Savara le ha encargado la organización del hospital.
—Solo por esta noche —dijo Lorkin con firmeza. Se frotó las sienes y suspiró—. ¿Puedes dar a entender a Osen que mantenerla aquí tensaría las relaciones entre Sachaka y las Tierras Aliadas?
—Puedo transmitirle tus preocupaciones y los deseos de la reina.
Lorkin sacudió la cabeza.
—Si mi madre llega a olerse que yo estoy detrás de esto, se empeñará aún más en quedarse. La idea tiene que salir de ti, Dannyl. Además… En fin… Ya no soy un mago del Gremio.
Dannyl hizo una pausa para contemplar al joven mago que había llevado consigo a Sachaka como ayudante. «Está realmente decidido a quedarse con los Traidores. Ha renunciado a todo por ellos. Y también por amor, supongo. No creo que yo hubiera sido capaz de algo así, ni siquiera por Achati. ¿Lo habría hecho por Tayend, en la época en que éramos jóvenes y estábamos tan entregados el uno al otro? —Notó los rescoldos de ese sentimiento en su interior—. Sí, creo que sí».
Lorkin bajó la mirada a sus manos otra vez. Se quitó uno de los anillos y se lo ofreció a Dannyl.
—Ésta es la razón por la que debes mandar a mi madre de regreso a casa; la razón por la que las Tierras Aliadas deberían entablar buenas relaciones con Sachaka.
Dannyl cogió el anillo y lo examinó. La montura era de plata, y la piedra engastada era transparente.
—¿Qué es?
—Una piedra de almacenaje.
A Dannyl se le cortó la respiración. Recordó las palabras de Achati: «Si aún hubiera alguna, o alguien la fabricara, las consecuencias podrían ser nefastas para todos los países».
—Contiene la energía de solo un puñado de magos. Lo malo de las piedras de almacenaje es que nunca se sabe cuánta magia pueden acumular. Si se sobrecargan, se rompen y liberan toda su energía. Sería más seguro tener varias piedras de almacenaje con un poco de magia cada una que una sola que contenga una gran cantidad. Aun así, podrían ser la solución para defender las Tierras Aliadas sin recurrir a la magia negra.
—Así que los Traidores mintieron. Sí que saben cómo fabricarlas —siseó Dannyl.
—No, pero tienen piedras muy similares. Me temo que yo… que nosotros les dimos la idea de intentarlo. Por el momento solo han elaborado unas pocas, pero no veo motivo para que no hagan más o mejoren el método. —Lorkin posó la vista en el anillo y de nuevo en Dannyl—. Savara dice que puedes quedarte con la piedra.
—¿Es un soborno? —inquirió Dannyl con gesto adusto.
—El primer pago por los servicios de los sanadores.
—¿Cómo se usa?
—Tocándola y asimilando su energía como cuando uno absorbe la de otro mago. Tendrás que usarla enseguida, pues no sabes cómo almacenar magia. El proceso para cargarla es el mismo: se le envía energía como a otro mago.
—Y no hay que almacenar demasiada energía en ella.
—No.
Dannyl dejó caer a su costado la mano con el anillo. Escrutó el rostro de Lorkin, ponderando todo lo que su ex ayudante le había dicho. Entonces asintió.
—Esto sin duda persuadirá al Gremio de que ordene a tu madre que regrese.
Lorkin sonrió.
—Gracias. A pesar de todo, espero tener la oportunidad de pasar un rato con ella antes de que se marche. La verdad es que la echo de menos. Y a mis amigos. Y a Rothen. Ah, hay algo que quería preguntarte acerca de lord Regin. ¿Mi madre y él están…? —Se interrumpió y se volvió hacia la puerta—. Embajador. ¿Lo has encontrado?
Tayend había entrado en la habitación con Lak y Vata. Sostenía en alto un anillo pequeño, su medio de contacto con el rey de Elyne.
—Justo donde lo dejé.
—Bien —dijo Lorkin—. Y ahora, ¿queréis quedaros aquí o regresar conmigo? —Miró a Dannyl—. Para cuando lleguemos, sabremos si la biblioteca de Achati sigue intacta. La mejor manera de evitar que la saqueen sería ocupar el edificio, y creo que a Savara le parecerá bien tener cerca a sus principales contactos con el Gremio y las Tierras Aliadas.
Dannyl suspiró aliviado y vio que un brillo de esperanza aparecía en los ojos de Tayend.
—Recogeré algunas cosas y luego aceptaremos de buen grado tu oferta de alojamiento.