Capítulo 2
—¿Llevo el anillo de sangre de mi madre? —preguntó Lorkin cuando Dannyl entró por la puerta abierta en sus aposentos de la Casa del Gremio.
Dannyl bajó la vista hacia el anillo que Lorkin sostenía en la mano, una esfera de vidrio rojo engastada en una montura de oro. «Si algo saliera mal durante esta reunión con el rey de Sachaka, sería conveniente que ambos tuviéramos un medio de comunicarnos con el Gremio —pensó—. Por otro lado, si las cosas se torcieran hasta ese punto, encontrarían los anillos de sangre de los dos, nos los quitarían y podrían utilizarlos como instrumentos de tormento y distracción contra Osen y Sonea».
Ésa era la limitación de las gemas de sangre; transmitían los pensamientos del portador al mago cuya sangre se había utilizado para elaborarlas. El inconveniente residía en que el creador no podía dejar de percibir los pensamientos del portador, lo que resultaba especialmente desagradable si alguien lo torturaba.
Era lo que uno de los desterrados sachakanos —también llamados ichanis— que habían invadido Kyralia veinte años atrás le había hecho a Rothen, su viejo amigo y mentor. El hombre había capturado a Rothen, pero, en vez de matarlo, había fabricado una gema a partir de su sangre y se la había puesto a cada una de sus víctimas a fin de bombardear a Rothen con un torrente de sensaciones de kyralianos aterrorizados y agonizantes.
¿A quién afectaría más que se apoderaran de su anillo, a la Maga Negra Sonea o al administrador Osen? Dannyl se estremeció cuando le vino a la mente la respuesta más obvia.
—Déjalo —aconsejó—. Yo llevaré el anillo de Osen. Dame el de Sonea y lo esconderé, por si te leen la mente y se enteran de su existencia.
Lorkin miró a Dannyl con una expresión extraña y medio irónica.
—No te preocupes, no me leerán nada —aseveró.
Dannyl contempló al joven mago, sorprendido.
—¿Sabes cómo…?
—Dentro de ciertos límites. No tuve tiempo de aprender a engañar a quien trate de leerme el pensamiento, una habilidad que poseen los Traidores. Si alguien lo intenta conmigo, no lo conseguirá, pero notará que se lo estoy impidiendo.
—Espero que no llegue a darse esa situación —dijo Dannyl. Retrocedió un paso hacia la puerta—. Voy a esconder esto. Nos vemos en la sala maestra.
Lorkin asintió.
Dannyl regresó con paso rápido a sus aposentos y, tras ordenar al esclavo que se retirara y no dejara entrar a nadie, buscó un lugar donde guardar la gema. «¡Lorkin sabe cómo bloquear una lectura mental! —El ashaki Achati, el consejero del rey con quien Dannyl había entablado amistad desde su llegada a Arvice, había dicho que los Traidores tenían un sistema para ello. ¿Cómo, si no, evitaban los espías disfrazados de esclavos que los descubrieran?—. Me pregunto qué otras cosas no me ha contado Lorkin. —Lo acometió un sentimiento de frustración. Desde que había vuelto a Arvice, Lorkin se había mostrado reacio a hablar de la sociedad rebelde con la que había convivido durante los últimos meses. Dannyl era consciente de que a su ex ayudante le habían confiado secretos que no podía revelar sin poner muchas vidas en peligro—. Pero da la impresión de que su lealtad está más con ellos que con el Gremio y con Kyralia».
El joven mago había vuelto a vestir con túnica, lo que indicaba claramente que aún se consideraba un mago del Gremio, a pesar de que, cuando se había encontrado con Dannyl en las montañas, le había dicho que el Gremio debía actuar como si él ya no fuera un miembro.
Las patas del baúl de viaje de Dannyl estaban talladas de modo que parecieran tocones de árbol, con una corteza áspera y retorcida. Dannyl se había valido de la magia para desprender un segmento de una de las curvas y practicar un pequeño hueco detrás, por si algún día tenía que esconder el anillo de Osen. Aflojó la pieza suelta, introdujo el anillo de Sonea en el agujero y la colocó de nuevo en su sitio. A continuación, se encaminó hacia la sala maestra, la parte de una casa sachakana tradicional donde el cabeza de familia recibía y agasajaba a los invitados.
El Gremio nunca había declarado oficialmente que Lorkin ya no perteneciera a él, a pesar de la situación incómoda que esto había provocado entre Sachaka y Kyralia. Los magos superiores no solo querían ahorrarle a Sonea el dolor que le habría ocasionado semejante medida, sino también evitar dar la sensación de que se daban por vencidos fácilmente en la búsqueda de magos díscolos. Sin embargo, habían corrido el riesgo de que su inacción fuera interpretada como una señal de que el Gremio aprobaba la relación de Lorkin con los rebeldes, lo que habría generado aún más tensión entre las Tierras Aliadas y el rey de Sachaka.
El regreso a Arvice quizá habría aliviado aquella tensión, de no ser porque el rey sachakano estaba ansioso por saber qué había averiguado Lorkin sobre sus enemigos. Estaba a punto de llevarse un chasco.
En cuanto se le comunicó que el joven mago había vuelto, el rey Amakira había dictado la prohibición de que Lorkin saliera de la ciudad. Dannyl había supuesto que el joven sería llamado a palacio poco después, pero habían transcurrido varios días y no habían recibido más noticias. Sin duda el rey había estado consultando a sus consejeros.
«Entre ellos el ashaki Achati, a juzgar por su ausencia».
El consejero no le había hecho visitas ni enviado mensajes desde el día en que Dannyl, Tayend y él habían llegado a casa de su viaje de investigación a Dunea. Al recordar la expedición, Dannyl notó que la rabia crecía en su interior. Tayend había manipulado a Achati para que le permitiera acompañarlos, y luego había impedido de forma deliberada y artera que Dannyl y Achati se hicieran amantes.
«Es curioso, pero esto ha alimentado mis ganas de estar con él, pese a que antes de partir estaba lleno de dudas por las posibles consecuencias políticas de esa relación».
Aunque los motivos de Tayend para interferir fueran los mismos que habían dado lugar a las dudas de su ex amante, y aunque en las circunstancias actuales un amorío con Achati con toda seguridad acarrearía problemas, a Dannyl no le resultaba fácil perdonar a Tayend por haberse interpuesto.
Dannyl no podía evitar desear que la situación de Lorkin fuera lo único que mantenía alejado a Achati, y que este no hubiera renunciado a él.
Tampoco podía evitar sentir una punzada de culpabilidad. Aunque se convirtiera en amante de Achati, siempre habría secretos que tendrían que ocultarse el uno al otro. Secretos como la propuesta de los dúneos de establecer una alianza o un acuerdo comercial con el Gremio. El asunto prácticamente había quedado olvidado desde el retorno de Lorkin. En otra época, el Gremio habría acogido con entusiasmo la oportunidad de adquirir una nueva forma de magia, pero la posibilidad de cerrar un trato similar con los Traidores, unos aliados potenciales más poderosos, había eclipsado la propuesta.
Dannyl no sabía con exactitud qué mensaje habían pedido los Traidores a Lorkin que transmitiera al Gremio. Osen había decidido que lo mejor era no informar de ello a Dannyl, por si se daba el caso improbable de que le leyeran la mente. El embajador de Kyralia frunció el ceño. «Sin duda Osen sabe que Lorkin puede bloquear la lectura mental. Lorkin no me desvelará nada que no le haya contado ya a Osen».
Cuando llegó a la sala maestra, vio que Lorkin ya se encontraba allí. Tayend, lady Merria, la ayudante de Dannyl, y él estaban sentados en taburetes, conversando en voz baja. Se pusieron de pie en cuanto Dannyl entró.
—¿Listo? —le preguntó este a Lorkin, que asintió.
Tayend posó la vista en el joven mago con expresión seria.
—Buena suerte.
—Gracias, embajador —respondió Lorkin.
—Los dos hemos preguntado a nuestros amigos sachakanos qué creen que hará el rey —añadió Tayend, mirando fugazmente a Merria—. Nadie se atreve a hacer pronósticos, pero todos esperan que el monarca no tome una decisión que disguste a las Tierras Aliadas.
—¿Y creen que debería romper mi promesa y revelarlo todo sobre los Traidores? —inquirió Lorkin.
—Sí —respondió Tayend con mala cara.
Merria asintió como para corroborarlo.
Los labios de Lorkin se curvaron en una sonrisa breve.
—No me sorprende demasiado. —Pese a su aparente buen humor, tenía un brillo de determinación en los ojos que de pronto recordó a Dannyl a la Maga Negra Sonea. Al pensar en lo testaruda que era la madre de Lorkin cuando tenía su edad, dejó de parecerle tan terrible la perspectiva de que el joven tuviera que afrontar las preguntas y la intimidación del rey de Sachaka. «Esperemos que no pase de la intimidación».
—Tú también ten cuidado —dijo Merria.
Cuando Dannyl se percató de que la frase iba dirigida a él, parpadeó, sorprendido. Ella había estado echándole miradas sombrías desde que había regresado, dándole a entender que no lo había perdonado por no dejar que lo acompañara a Dunea. No estaba seguro de cómo reaccionar a su muestra de inquietud, sobre todo porque no quería pensar en lo que le ocurriría a él si la situación empeoraba.
—No te preocupes por mí —le dijo—. Por nosotros —se corrigió. Tayend contemplaba a Dannyl con una ansiedad evidente en la que Dannyl tampoco quería pensar, por lo que se volvió hacia el pasillo que conducía a la salida de la Casa del Gremio—. Bueno, no hagamos esperar al rey.
—No —convino Lorkin en voz baja.
Dannyl fijó la vista en Kai, que ahora era su esclavo personal. Merria se había enterado por boca de sus amigas de que un ardid típico de los esclavos consistía en cambiar de tarea a menudo, pues al amo le resultaba más difícil averiguar a quién debía castigar por un error concreto si había muchos culpables posibles. Cuantos más esclavos viera un amo, más le costaría recordar sus nombres, lo que también dificultaba la aplicación de castigos.
Merria había exigido que cada ocupante de la Casa del Gremio tuviera uno o dos esclavos que se dedicaran exclusivamente a atender a las necesidades de sus amos respectivos. Sin embargo, aunque esta solución era lo más parecido a tener un criado, también presentaba inconvenientes. Los criados hacían preguntas. Los criados advertían al patrón si algo era imposible o difícil de conseguir. Los criados no se postraban en el suelo cada vez que uno llegaba a su presencia. Pese a que Dannyl había tenido algunos sirvientes irritantemente insolentes a lo largo de los años, prefería esto a la incomodidad de la obediencia incondicional.
—Avisa a los esclavos cocheros que estamos listos, Kai —le pidió Dannyl.
Kai se adelantó a toda prisa. Dannyl guió a Lorkin por el pasillo hasta la puerta principal. Cuando salieron, la intensa luz del sol deslumbró al embajador, que se colocó la mano a modo de visera. El cielo estaba azul y despejado, y se percibía en el aire un calor y una sequedad que en Kyralia él habría relacionado con la llegada del verano. No obstante, solo estaban a principios de primavera. Como de costumbre, los esclavos echaron cuerpo a tierra. Dannyl les ordenó que se levantaran, y él y Lorkin subieron al carruaje que los esperaba.
Viajaron en silencio. Dannyl repasó en su mente todo lo que Osen le había indicado que dijera y se abstuviera de decir. Deseó estar mejor informado sobre los planes de Lorkin y el Gremio. Lo incomodaba no saber toda la verdad. Antes de lo que esperaba, el coche enfiló la avenida ancha y bordeada de árboles que llevaba al palacio y se detuvo frente al edificio. Los esclavos se descolgaron del vehículo y abrieron la portezuela.
Dannyl se apeó y aguardó a que Lorkin bajara también.
—Qué bonito —comentó Lorkin, admirando la construcción. «Claro, es la primera vez que ve el palacio», pensó Dannyl. Alzó la mirada hacia las paredes blancas y curvas, y la rutilante cúpula dorada que apenas sobresalía por encima, y recordó cuánto lo había impresionado su primera visita. Ahora estaba demasiado angustiado ante la audiencia con el rey para maravillarse.
Devolvió su atención a la entrada y guió a Lorkin hacia el interior. Avanzaron con grandes zancadas por el amplio pasillo, pasaron entre los guardias y llegaron a una estancia enorme y repleta de columnas: la sala maestra del rey. A Dannyl se le aceleró el pulso cuando vio a mucha más gente que en sus entrevistas anteriores con el monarca. En vez de grupos de dos o tres personas aquí y allá, había una pequeña multitud. A juzgar por sus chaquetas cortas profusamente adornadas y la seguridad en sí mismos que rezumaban, en su mayoría eran ashakis. Dannyl hizo un cálculo rápido. «Cincuenta, más o menos».
Al tomar conciencia de que estaba rodeado por tantos magos negros, un escalofrío desagradable le bajó por el espinazo. Se concentró en mantener el rostro impasible y en caminar con dignidad, esperando que su intento de disimular el miedo no fuera inútil.
El rey Amakira estaba sentado en su trono. Pese a su avanzada edad, parecía tan tenso y alerta como los sachakanos más jóvenes de la sala. No despegó los ojos de Lorkin hasta que Dannyl se detuvo e hincó una rodilla en tierra.
—En pie, embajador Dannyl —dijo el soberano.
Dannyl se irguió y resistió el impulso de mirar a Lorkin, que debía permanecer arrodillado hasta que se le ordenara lo contrario. El rey había clavado una mirada penetrante en el joven mago.
—En pie, lord Lorkin.
Lorkin se enderezó, miró al monarca y bajó la vista cortésmente.
—Bienvenido de nuevo —dijo el rey.
—Gracias, majestad.
—¿Te has recuperado de tu viaje a Arvice?
—Sí, majestad.
—Me alegra oír eso. —El rey se volvió hacia Dannyl, y una especie de sarcasmo frío asomó a sus ojos—. Embajador, me gustaría que Lorkin me relatara toda su historia, desde que se marchó de Arvice hasta su vuelta, pasando por el período en que vivió con los Traidores.
Dannyl asintió.
—Contaba con que así lo pidierais, majestad —respondió, forzando una sonrisa. Fijó los ojos en Lorkin—. Refiérele todo lo que me has contado a mí, lord Lorkin.
El joven mago miró a Dannyl con expresión divertida, casi de reproche, antes de volverse de nuevo hacia el rey. El embajador contuvo las ganas de sonreír. «Si les cuenta lo mismo que a mí, no les revelará gran cosa».
—La noche que me marché de la Casa del Gremio —comenzó Lorkin—, una esclava se metió sigilosamente en mi cama e intentó matarme. Me salvó otra esclava que me convenció de que si no me iba con ella enviarían a otros asesinos a terminar el trabajo. Mi salvadora, como sin duda ya habréis adivinado, no era en realidad una esclava, sino una Traidora.
»Me explicó que la comunidad a la que pertenecía se había fundado antes de la guerra Sachakana, cuando varias mujeres se vieron impulsadas a unirse por los malos tratos que recibían por parte de la sociedad de Sachaka. La guerra las obligó a retirarse a las montañas, donde dieron origen a un pueblo nuevo que rechazaba la esclavitud y la desigualdad entre hombres y mujeres.
—Están gobernados por mujeres —lo interrumpió el rey—. ¿Dónde está la igualdad en eso?
Lorkin se encogió de hombros.
—No es un sistema perfecto, pero aun así es mucho más justo que los otros que he conocido o de los que he oído hablar.
—Entonces, ¿estuviste en su base?
—Sí. Era el lugar más seguro al que podíamos ir, ya que los asesinos seguían buscándome.
—¿Serías capaz de localizarlo?
Lorkin sacudió la cabeza.
—No. Me habían vendado los ojos.
El rey entornó los párpados.
—¿De qué tamaño es su base? ¿Cuántos Traidores hay allí?
—Pues… en realidad, no sabría decíroslo.
—¿No sabes o no quieres?
—Debido a las características del lugar, no era fácil contar a la gente que vivía allí.
—Haz un cálculo aproximado, de todos modos.
Lorkin extendió las manos a sus costados.
—Más de cien.
—¿Conseguiste formarte una idea de su fuerza de combate?
Lorkin negó con la cabeza una vez más.
—Nunca los vi luchar. Algunos de ellos son magos. Eso ya lo sabéis. No puedo facilitaros información sobre su número, su poderío militar o su grado de entrenamiento.
Un movimiento entre los ashakis cercanos al trono captó la atención de Dannyl, y el corazón le dio un vuelco cuando reconoció a Achati. El hombre lo miró a los ojos por unos instantes, pero su expresión solo reflejaba ensimismamiento. Se inclinó hacia el soberano y murmuró algo. El rey no apartó la mirada de Lorkin, pero bajó las cejas ligeramente.
—¿Qué hiciste mientras estabas con los Traidores? —inquirió.
—Ayudé a atender a sus enfermos.
—¿Confiaron en que tú, un extranjero, los curaría?
—Sí.
—¿Les enseñaste algo?
—Algunas cosas. Y aprendí otras.
—¿Qué les enseñaste?
—Varios remedios nuevos, y ellos me enseñaron unos cuantos a mí, aunque algunos requieren plantas que no crecen en Kyralia.
—¿Por qué te marchaste de allí?
Lorkin se quedó callado por un momento, pues claramente no esperaba que le hicieran aquella pregunta tan pronto.
—Porque quería regresar a mi hogar.
—¿Por qué no te fuiste antes?
—Por lo general, no dejan marchar a los extranjeros, pero en mi caso hicieron una excepción.
—¿Por qué?
—No tenían motivos para impedírmelo. Como no había descubierto nada importante, no podía divulgar nada importante. Cuando partí, se aseguraron de que jamás pudiera encontrar el camino de vuelta hacia allí.
El rey lo contempló con aire pensativo.
—Aun así, conoces la base de los Traidores mucho mejor que cualquier otra persona que no sea uno de ellos. Es posible que haya detalles cuya relevancia no comprendes. Esos rebeldes representan una amenaza para este país, y quizá un día la representen también para otros países de la zona, incluido el tuyo. ¿Accedes a someterte a una lectura mental?
Lorkin se quedó inmóvil. Reinaba un silencio absoluto en la sala cuando abrió la boca para responder.
—No, majestad.
—Le encomendaré la labor a mi lector mental más hábil. No rebuscará en tus pensamientos, pero dejará que le presentes tus recuerdos.
—Os lo agradezco, pero estoy obligado a proteger los conocimientos que me impartió el Gremio. No me queda otra opción que negarme.
El monarca desplazó la mirada hacia Dannyl, con una expresión indescifrable.
—Embajador, ¿está dispuesto a obligar a lord Lorkin a colaborar con un lector mental?
Dannyl respiró hondo.
—Con el debido respeto, majestad, no puedo. Carezco de la autoridad necesaria para ello.
El rey frunció el entrecejo.
—Pero tiene un anillo de sangre que le permite comunicarse con el Gremio. Póngase en contacto con ellos. Encárguese de que quienquiera que posea la autoridad necesaria le dé la autorización.
Dannyl se disponía a protestar, pero cambió de idea. Debía mostrarse complaciente. Llevó la mano al interior de su túnica, extrajo el anillo de Osen del bolsillo y se lo puso en el dedo.
¿Osen?
Dannyl, fue la respuesta inmediata. El administrador había prometido que procuraría no estar ocupado mientras se celebrara la audiencia con el rey de Sachaka, y Dannyl no detectó el menor signo de sorpresa ante su comunicación.
Quieren que el Gremio ordene a Lorkin que se someta a una lectura mental.
Ah. Era de esperar. No creen una palabra de lo que dice.
¿Qué les contesto?
Que Merin es el único que tiene autoridad para ordenarlo, y que solo se planteará la posibilidad cuando haya entrevistado a Lorkin en persona y en privado.
Dannyl se estremeció. El rey de Kyralia solo podía expresar con mayor claridad su voluntad si abandonaba la formalidad y exigía a Amakira que enviara a Lorkin de vuelta.
¿Algo más?
Por el momento, no. Veamos qué responde Amakira a eso.
Dannyl se quitó el anillo y, sujetándolo en una mano, alzó la vista hacia el rey de Sachaka y le comunicó el mensaje de Osen.
Amakira observó a Dannyl durante lo que pareció un rato muy, muy largo. Por fin se movió, después de que los músculos de la mandíbula se le tensaran, dejando traslucir la ira que el mensaje había despertado en él.
—Eso es inoportuno —murmuró— y me obliga a preguntarme si debería dejar a un lado los esfuerzos de colaboración entre nuestras naciones para proteger la mía, o al menos aminorar mis esfuerzos para que sean equivalentes a los de Kyralia. —Frunció los labios y miró a dos de los ashakis—. Tengan la bondad de acompañar a lord Lorkin al calabozo.
Lorkin dio un pequeño paso hacia atrás y se detuvo. Cuando los dos ashakis se acercaron, Dannyl se dirigió al frente.
—¡Protesto, majestad! —exclamó—. En nombre de las Tierras Aliadas os pido que respetéis el acuerdo…
—O lord Lorkin va al calabozo, o el embajador Dannyl se marcha de Sachaka y lord Lorkin acaba en el calabozo de todas formas —advirtió el rey en voz lo bastante alta para ahogar las palabras de Dannyl.
Deja que se lo lleven.
Dannyl estuvo a punto de soltar un grito de sorpresa al oír la voz en su cabeza. Se percató de que tenía el anillo agarrado con fuerza, de modo que la gema le tocaba la piel y transmitía sus pensamientos a Osen.
¿Estás seguro?
Sí, respondió el administrador. Albergábamos la esperanza de que esto no ocurriera, desde luego, pero si tenemos que perder a Lorkin, preferimos que no te expulsen de Sachaka. Vuelve a la Casa del Gremio y empieza a presionar a Amakira para que libere a Lorkin. Haremos todo cuanto esté en nuestra mano desde aquí.
A Dannyl se le cayó el alma a los pies cuando los dos ashakis pasaron junto a él y se apostaron a cada lado de Lorkin. El joven mago parecía resignado e inquieto, pero cuando clavó la vista en los ojos de Dannyl, consiguió esbozar una sonrisa lánguida.
—Estaré bien —aseguró, y dejó que los dos hombres lo escoltaran fuera de la sala.
Dannyl devolvió su atención al rey.
—Encerradlo si lo estimáis necesario, majestad, pero no le hagáis daño —advirtió—, o las posibilidades de establecer un pacto de paz entre las Tierras Aliadas y Sachaka en el futuro se verán muy reducidas. Sería una verdadera lástima.
Amakira le sostuvo la mirada con firmeza, pero cuando habló, su voz sonó más suave.
—Regrese a la Casa del Gremio, embajador. Ésta reunión ha llegado a su fin.
Antes incluso de abrir los ojos, Sonea sabía que era demasiado temprano para despertarse. Se volvió hacia la persiana que cubría la ventana de su alcoba y frunció el ceño al ver que la luz del alba se reflejaba en la pared del otro lado. La claridad del amanecer, que siempre tenía una cualidad que la distinguía del crepúsculo, le indicaba que había dormido un par de horas.
Un golpe en la puerta de la sala principal le reveló por qué estaba despierta.
Con un gruñido, se tapó los ojos con los brazos y esperó. Todas las mañanas, salvo en los dialibres, el Mago Negro Kallen pasaba por allí para acompañar a Lilia a sus clases. Por lo general, la aprendiza se preparaba para su día en la universidad de forma lo bastante silenciosa para no despertar a Sonea. En cambio, Kallen había tardado un tiempo en comprender que debía llamar a la puerta con suavidad, después de que Sonea le comentara varias veces, a modo de indirecta, que solía trabajar en el turno de noche.
Por lo visto, aquella mañana lo había olvidado.
Los golpes sonaron de nuevo, aún más fuertes. Sonea gruñó de nuevo. ¿Por qué no abría la puerta Lilia? Suspirando, echó las mantas a un lado y se levantó con un gran esfuerzo. Se alisó el cabello con las manos, cogió una sobretúnica y se la puso descuidadamente sobre la ropa de dormir. Salió a la sala principal, se dirigió hacia la puerta y proyectó un poco de magia para hacer girar el pomo.
Cuando la puerta se abrió hacia dentro, un Kallen ceñudo alzó la vista hacia ella, y sus cejas se fruncieron aún más. Bajó fugazmente la mirada hacia la sobretúnica de Sonea antes de posarla de nuevo en sus ojos, sin cambiar de expresión.
—Buenos días, Maga Negra Sonea —saludó—. Lamento molestarla. ¿Está aquí Lilia?
Sonea se volvió hacia la puerta cerrada de la habitación de Lilia, al fondo de la sala, y se encaminó hacia allí. Llamó suavemente, luego con más fuerza, y finalmente la abrió. No había nadie en el dormitorio. Sin embargo, la cama estaba hecha, lo que evidenciaba que Jonna, la tía y sirvienta de Sonea, había estado allí y se había ido.
—No —dijo cuando regresó frente a la puerta principal—. Y no, no sé dónde está. En cuanto lo sepa, le avisaré.
—Gracias. —Aunque visiblemente disgustado, Kallen asintió y se alejó.
Tras cerrar la puerta, Sonea echó a andar otra vez hacia la habitación y se detuvo. No era normal que Lilia estuviese ausente por la mañana. Aunque no tenía un carácter conflictivo o problemático, era necesario vigilarla, pues había demostrado su propensión a dejarse llevar por mal camino.
«Aunque quizá no sea tan propensa como antes. Al fin y al cabo, si tu amiga más íntima te convence de que aprendas magia negra para luego incriminarte por un asesinato cometido por ella, supongo que empiezas a pensártelo dos veces antes de confiar en alguien». Y eso no era todo: Lilia había descubierto que Lorandra, la maga renegada a quien había ayudado a fugarse de la cárcel, pretendía devolverle el favor entregándosela a su hijo Skellin, ladrón de siniestra fama, a fin de que la joven le enseñara magia negra.
Si bien Sonea confiaba en que Lilia no se metería en apuros graves por su voluntad, podía encontrarse en dificultades sin quererlo. Sonea también estaba obligada a fingir que vigilaba a los otros magos negros. Aunque no era la tutora oficial de Lilia —responsabilidad que correspondía a Kallen—, el hecho de que alojara a la chica en sus aposentos había dado a todos la impresión de que la había tomado a su cargo.
Sonea paseó la mirada por la habitación y vio una esquina de un papel que asomaba por debajo de una jarra de agua en la mesilla. Atravesó la alcoba y lo cogió.
Me he ido temprano para ver a una amiga. Dile al MNK[1] que iré directamente a clase desde allí. Lilia.
Sonea suspiró y puso los ojos en blanco, pero la exasperación se le pasó enseguida. El mensaje seguramente no iba dirigido a ella, sino a Jonna. O la criada lo había pasado por alto, o no había podido esperar a que llegara Kallen. O tal vez lo había buscado pero no había dado con él.
La amiga era sin duda Anyi, que había salvado a Lilia de caer en manos de Skellin. Como Anyi era la hija de Cery, Sonea no estaba muy convencida de que la joven no descarriaría a Lilia de algún modo.
«Cery no permitiría que las chicas se metieran en líos. Aun así…, me pregunto por qué Lilia ha ido a reunirse con Anyi a estas horas… y dónde». Sonea dejó la nota en la mesa. Sabía que Anyi se colaba en sus aposentos por donde Cery entraba de vez en cuando: una puerta oculta en la sala de invitados. Pero que Lilia se hubiera marchado para encontrarse con Anyi significaba que iban a juntarse en otro sitio, y eso resultaba preocupante. Por su condición de maga negra nueva, Lilia tenía prohibido salir del recinto del Gremio.
«Quizá se ha ido por la trampilla con Anyi». El acceso a los túneles que discurrían por debajo del Gremio estaba vedado para todos salvo para los magos superiores, oficialmente porque eran inestables y peligrosos, pero sobre todo porque no había una buena razón para que nadie bajara allí. No obstante, esto no era lo que más inquietaba a Sonea respecto a que Lilia se hubiera ido a ver a Anyi.
Skellin quería quitar a Cery de en medio. Esto implicaba que cualquiera que ayudara a Cery se convertiría en un posible objetivo. Hasta la fecha, Cery había conseguido mantener en secreto el hecho de que Anyi era su hija. De cara al público, ella seguía siendo una guardaespaldas, lo que también la ponía en una posición de peligro. Aunque Lilia fuera capaz de protegerse con magia, tendría problemas si la atacaban Skellin o Lorandra, su madre, pues ambos eran magos.
«¿Y si se ha ido porque Cery necesita su ayuda? Claro que, en ese caso, él se pondría en contacto conmigo primero». Arrugó el entrecejo. Últimamente Cery no resultaba fácil de localizar, y en las pocas ocasiones en que conseguía reunirse con él, estaba demacrado e intranquilo. Ella sospechaba que exageraba cuando hablaba de sus intentos de encontrar a Skellin y que en realidad dedicaba todas sus energías a mantenerse fuera del alcance del mago renegado.
Suspirando por tercera vez, Sonea regresó a su dormitorio, pero no para dormir. Era improbable que pudiera conciliar el sueño ahora que estaba preocupada tanto por Cery como por Lilia. Se lavó, se vistió e invocó un poco de su magia para mitigar el cansancio. Estaba preparando una taza de raka cuando alguien llamó a la puerta principal.
Reprimiendo otro suspiro —ya había suspirado bastante por hoy—, ella dirigió la mirada hacia atrás y abrió la puerta con magia.
El administrador Osen cruzó el umbral. Ella parpadeó, sorprendida.
—Administrador.
—Maga Negra Sonea —dijo él con una inclinación cortés de la cabeza—. ¿Puedo pasar?
—Por supuesto —respondió ella, volviéndose hacia él. Osen cerró la puerta—. ¿Le apetece un poco de raka o sumi?
Él sacudió la cabeza.
—Tengo una noticia mala pero no del todo inesperada.
La embargó la sensación incómoda de que todos sus órganos internos se volvían líquidos. «Lorkin».
Osen apretó los labios en un gesto de solidaridad.
—No es la peor noticia posible. De ser así, se la comunicaría con menos rodeos. Lorkin ha rehusado someterse a una lectura mental. El rey Amakira ha exigido que le ordenemos ceder. El rey Merin se ha negado. Amakira ha enviado a Lorkin al calabozo.
Un escalofrío bajó por la espalda de Sonea, y el estómago le dio un vuelco. Una imagen de Lorkin encadenado en una celda fría, húmeda y lóbrega le vino a la cabeza y le provocó náuseas. En su mente, él no era más que un muchacho asustado. «Pero no lo es. Es un hombre adulto. Sabía que esto podía suceder, y aun así se ha negado a desvelar lo que sabe sobre los Traidores. Tengo que confiar en su convicción de que merecen ser salvados». Hizo un esfuerzo por devolver su atención a Osen.
—¿Y ahora qué? —preguntó, aunque los magos superiores habían discutido esta eventualidad en muchas ocasiones.
—Nos pondremos a trabajar para liberarlo. Me refiero al Gremio, el rey y el monarca de Elyne. Si Lorkin no tiene razón respecto a su capacidad de impedir que le lean la mente, debemos convencer a Amakira de que dejarlo en libertad es el camino más fácil para obtener más información sobre los Traidores. Allí es donde interviene usted en escena.
Sonea asintió, invadida por un alivio tardío. Su misión de entrevistarse con los Traidores en nombre del Gremio se había complicado cuando había quedado claro que el rey Amakira no permitiría que Lorkin se marchara de Sachaka sin antes haberle extraído toda la información posible. El Gremio había decidido enviarla a Arvice también para negociar la liberación de su hijo. Las circunstancias aún más difíciles en que Lorkin se encontraba ahora podían haberlos hecho cambiar de idea.
Como los magos superiores habían llegado a la conclusión de que solo un mago negro impondría el respeto necesario para entablar negociaciones con el soberano de Sachaka, tenían que elegir entre ella y Kallen, ya que Lilia era muy joven y no había completado su formación. Tenían razones poderosas para no escoger a ninguno de los dos. Aunque en la sociedad sachakana las mujeres ocupaban un rango inferior al de los hombres, y el hecho de que fuera la madre de Lorkin la exponía al chantaje, la adicción de Kallen a la craña lo convertía en una persona poco fiable e igual de vulnerable a la coacción.
«Y quizá saber que he matado sachakanos en el pasado y estoy dispuesta a volverlo hacer para salvar a mi hijo impulse a Amakira a dejarlo marchar».
Por supuesto, era posible que el rey sachakano amenazara con hacer daño a Lorkin para forzarla a colaborar, pero no tenía mucho que ganar con ello. Sonea no sabía qué querían averiguar ni podía obligar a Lorkin a hablar. A lo sumo podía prometer que intentaría persuadirlo si lo soltaban.
«A menos, claro, que él confiese antes bajo tortura». Pero no quería pensar en eso. Se volvió hacia Osen.
—Bien, ¿cuándo he de partir?
La luz tenue que se derramaba por una puerta más adelante le indicó a Lilia que Anyi y ella estaban a punto de llegar a su destino. Sorteando escombros en el pasillo, siguió a su amiga hasta la abertura y la habitación que había al otro lado.
Cery estaba sentado en una de las viejas cajas de madera que Anyi había encontrado y que utilizaban como asientos. Bajo sus manos, tendido sobre algunos de los cojines gastados de la pila en la que Lilia y Anyi se habían repantigado tantas veces, estaba Gol. Incluso al brillo mortecino de las velas, se apreciaba su palidez. Ella le acercó su globo luminoso y lo hizo más intenso. El hombretón tenía la frente empapada en sudor, y la mirada enardecida por la fiebre y el dolor.
Lilia bajó la vista hacia él, paralizada por la inseguridad. «¿Tengo conocimientos suficientes de sanación para salvarlo?».
—Tú solo… inténtalo —la apremió Anyi.
Lilia miró de reojo a su amiga e hizo un gesto afirmativo. Con un esfuerzo de voluntad, se arrodilló junto a Gol. Cery le apretaba el abdomen con las manos manchadas de sangre.
—¿Aflojo la presión? —preguntó Cery.
—Pues… no estoy muy segura —reconoció Lilia—. Antes de nada… echaré un vistazo.
Apartó aún más la camisa de Gol, posó una palma sobre su piel y a continuación cerró los ojos y proyectó sus sentidos hacia el interior de su cuerpo.
Al principio, solo percibía caos, pero echó mano de lo que le habían enseñado y lo que había leído, así como de los ejercicios con los que había aprendido a interpretar todas las señales. Lo más notorio era el dolor. Estuvo a punto de soltar un grito ahogado cuando lo notó, y se sintió orgullosa por no haber perdido la concentración a pesar de todo. Eliminar el dolor resultaba sencillo; era una de las primeras lecciones que se impartían a los sanadores. En cuanto se hubo encargado de ello, buscó más información. Su mente se vio atraída hacia la parte dañada, por donde estaban perdiéndose líquidos esenciales, y otros muy tóxicos se derramaban y emponzoñaban los sistemas sanos.
«El cuchillo con que lo han apuñalado le ha perforado las tripas. Si el derrame llega a ser más grande, él ya estaría muerto. Está claro que eso es lo primero que tengo que arreglar…».
Invocó magia y la vertió sobre la rotura de tal manera que los bordes de la herida se juntaron y cicatrizaron mucho más deprisa que en condiciones normales.
«Ahora tengo que detener la salida de sangre. Pero antes, debo encargarme de este veneno de las entrañas y la sangre que se encharca en su interior. Utilizaré una cosa para limpiar la otra». Esperando que Cery y Anyi no se horrorizaran, se valió de la magia para expulsar los líquidos por la herida. Encontró más resistencia de la que imaginaba. Entonces se acordó de que Cery seguía presionando la herida. Lilia dirigió su atención hacia su propio cuerpo hasta recuperar el control sobre sus cuerdas vocales.
—Puedes dejar de apretar —se obligó a decir.
En cuanto se percató de que la sangre volvía a manar, se concentró para alinear y sanar la carne y la piel separadas. Al recordar las advertencias de sus profesores, se aseguró de que no hubiera desgarros internos que ocasionaran que la hemorragia continuara dentro del organismo. Había que reparar algunos conductos. No le costó mucho esfuerzo.
Tras una comprobación final, retrajo sus sentidos, respiró hondo y abrió los ojos. Gol ya no tenía el rostro rígido de dolor. Levantó la mirada hacia ella y sonrió.
—¿Te encuentras mejor? —preguntó Lilia.
Él asintió.
—Sí, pero… cansado. Muy cansado. —Frunció el entrecejo—. Y con sed.
—No es de extrañar. Has perdido sangre y es posible que el veneno te haya provocado una inflamación.
—¿La hoja del cuchillo tenía veneno? —inquirió Cery, alarmado.
—No, pero penetró en las entrañas. Las sustancias que hay dentro actúan como veneno si se cuelan en el resto del organismo.
Cery contempló al hombretón, con aire meditabundo.
—No servirás para el entrenamiento de combate durante una temporada. —Miró a Lilia—. ¿Cuánto tardará en recuperarse del todo?
Ella se encogió de hombros.
—No estoy segura, pero se curará más deprisa si le dais buena comida y agua limpia. —Se volvió hacia Anyi—. Si me acompañas, iré a ver si Jonna ha dejado algo en mi habitación. Como mínimo, habrá un poco de agua.
—Ya vas a llegar lo bastante tarde a clase —señaló Anyi—. Deberías ir directa a la universidad.
—¿Con esta pinta? —Lilia bajó la vista hacia su túnica de aprendiz. Estaba raída y sucia por haber descendido por el hueco estrecho situado entre las paredes del alojamiento de los magos que le permitía escabullirse de los aposentos de Sonea hacia los pasajes subterráneos. Por lo general, Anyi le llevaba ropa vieja para que se cambiara, pero en esta ocasión se había presentado con las manos vacías. No guardaban dichas prendas en los aposentos de Sonea, pues habrían corrido el riesgo de que Jonna, su sirvienta, las viera. Lilia no había intentado encontrar otra cosa que ponerse por temor a que Gol muriera mientras ella buscaba.
Anyi observó la túnica de Lilia.
—¿No puedes remendarla con magia?
—Puedo intentarlo —suspiró Lilia—. Depende de lo estropeada que esté. Podría llevarme más tiempo arreglarla que regresar.
Anyi la inspeccionó.
—No está tan mal. Puedes explicarlo diciendo que has tropezado y te has caído en un seto.
—¿Y lo de ir a por comida y agua?
Anyi se encogió de hombros.
—Ya me encargo yo.
—Sonea se pasará todo el día en sus aposentos.
—Trabaja en el turno de noche en el hospital, ¿no? O sea que estará dormida.
—¿Y si no lo está, o si se despierta?
—Entonces le diré que he pasado a visitarte y que tenía hambre.
—Si lo único que necesitamos es agua, sé donde hay tuberías que gotean —terció Cery—. Pero nuestra situación empeorará si te saltas una clase o alguien descubre que has estado deambulando por debajo del Gremio. Tendremos que quedarnos aquí durante un tiempo, y necesitamos que puedas venir a vernos, Lilia.
Ella desplazó la mirada de él a Anyi. Tenía razón, por supuesto. Aunque ir a la universidad parecía poco importante en comparación con la seguridad y el bienestar de sus amigos, si faltaba a clase solo despertaría sospechas. Se maldijo una vez más por haberse dejado llevar por la curiosidad y haber seguido las instrucciones sobre el uso de la magia negra que aparecían en el libro de Naki. Nadie le prestaba atención cuando era una aprendiz del montón. Suspiró y asintió con la cabeza.
—De acuerdo, pero esta noche volveré para traeros la cena a todos.
—¿Cómo te las ingeniarás? —preguntó Cery, arqueando una ceja.
—Oh, Jonna siempre insiste en que debo comer más y me deja tentempiés para que pique mientras estudio. Ésta noche tendré un apetito fuera de lo común.