Capítulo 8
Lilia bajó el libro en el que no conseguía concentrarse, paseó la vista por la sala de invitados de Sonea y suspiró.
Aunque Sonea solía estar ausente o dormida, sus aposentos parecían extrañamente vacíos ahora que había partido hacia Sachaka. De pronto, la conciencia de Lilia de que estaba sola y de que no era probable que la visitara alguien —al menos un mago— se había agudizado.
«Bueno, tal vez Kallen venga a verme si no me presento a clase a tiempo, pero no acostumbra a hacer visitas de cortesía».
Aún era posible que Anyi se colara de noche por la abertura secreta abierta entre los paneles de la sala, pero ahora que Cery, Gol y ella vivían debajo del Gremio, era menos peligroso que Lilia los visitara a ellos. Siempre había existido el riesgo de que alguien sorprendiera a Anyi en las habitaciones de Sonea y cayera en la cuenta de que no la había visto entrar o salir por la puerta.
La única otra persona que acudía a ver a Lilia con regularidad era Jonna, sirvienta y tía de Sonea. Se pasaba por sus aposentos dos veces al día para servirle las comidas. «Pero seguro que además viene a limpiar cuando yo estoy en clase», pensó Lilia, al recordar que por lo general cuando regresaba lo encontraba todo ordenado. Si bien Jonna solía entrar en la habitación de Sonea después de la cena para cambiar la ropa de cama y llevarse las túnicas que había que lavar, solo lo hacía porque Sonea había trabajado en el turno de noche en alguno de los hospitales.
Lilia dirigió la vista hacia la puerta abierta de su dormitorio y contempló la bolsa que utilizaba para transportar los libros de texto y los cuadernos. Había metido en ella la comida que había cogido en el refectorio ese día, un poco de jabón y toallas limpias de los baños, con el fin de llevárselo todo a sus amigos. También tenía noticias de Kallen que transmitirles, pero Lilia no podía escabullirse hasta que Jonna llegara con la cena.
Mientras tanto, intentaba estudiar. Bajó la mirada hacia el libro que tenía entre las manos. No había conseguido ponerse al día en las lecciones que se había perdido cuando estaba presa en la atalaya. Los profesores lo notarían si se retrasaba aún más.
«En cuanto Cery, Anyi y Gol estén bien instalados, podré volver a mis estudios —se dijo—. Tal vez estudie durante todo el siguiente dialibre. Si mi plan da resultado esta noche, al menos tendré una cosa menos de la que preocuparme».
Unos golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos. Lilia se puso de pie por si se trataba de un mago y abrió la puerta con magia. Para su alivio, Jonna entró con paso apresurado en la sala. Aunque iba cargada con una caja lacada y una jarra grande, la mujer se las arregló para hacer una reverencia antes de depositarlo todo sobre la mesa.
—Buenas tardes, lady Lilia.
—Buenas… tardes —titubeó Lilia mientras abría la caja y comprobaba, desilusionada, que contenía un tazón con una sopa espesa y un solo panecillo, además de un postre con crema. «Es lógico. A partir de ahora, traerá comida para una sola persona». Esto hacía que fuera aún más importante que el plan de Lilia saliera bien.
—¿Ocurre algo? —preguntó Jonna.
—Es que… esperaba que Anyi viniera a verme esta noche.
A Lilia le había sorprendido descubrir que Jonna ya sabía que Anyi era hija de Cery y que conocía la entrada secreta a los aposentos de Sonea, pero luego se había enterado de que la mujer era tía de Sonea. Esto explicaba que Jonna se comportara como una mandona con Sonea en privado, sin miedo y sin consideración hacia su posición social.
Jonna sonrió mientras pasaba los alimentos de la bandeja a la mesa.
—Viene muy a menudo últimamente.
Lilia asintió.
—Al menos aquí está a salvo.
—Y puede comer como es debido —añadió Jonna. Enderezó la espalda—. Iré a buscar algo para ella. Algún plato que esté bueno aunque se sirva frío, para que pueda llevárselo si ya ha cenado.
—¿Podrías…? —Lilia hizo una mueca—. ¿Podrías traerle algo todas las noches? Aunque no se lo coma, hay otras personas a las que quiere ayudar…, es decir, a las que quiero ayudar. Y… ¿podrías traer aceite de lámpara para que no tenga que venir a oscuras?
Jonna asintió con aire comprensivo.
—Claro.
—Y… supongo que no… Si no es demasiado pedir… ¿Qué hace el Gremio con la ropa de cama vieja y los muebles rotos?
La criada arqueó las cejas.
—Por aquí los muebles no suelen romperse. Están tan bien hechos que duran cientos de años. Si algo se rompe, lo arreglamos, y si ya no está en condiciones lo bastante buenas para los magos, se lo regalamos a la servidumbre. —Se encogió de hombros—. Lo mismo ocurre con las sábanas viejas. Cuando están demasiado raídas para los criados, hacemos trapos con ellas. —Miró a Lilia—. Pero hay más sábanas y mantas que muebles. Puedo intentar conseguir algunas.
Lilia asintió.
—Gracias. Le compraría esas cosas yo misma, pero no se me permite salir del recinto del Gremio para ir de tiendas.
—Puedo comprarlas por ti —se ofreció Jonna—, si me das una lista por escrito.
—¿Tienes tiempo? Debes de estar ocupada.
—No tanto como cabría esperar, sobre todo ahora que Sonea no está. Conseguir cosas para ti forma parte de mi trabajo.
—Pues… gracias. Te lo agradecería mucho.
Jonna señaló el cuenco.
—Ahora, tómate eso antes de que se enfríe. Yo iré a ver qué encuentro para Anyi.
Cuando la puerta se cerró tras la sirvienta, Lilia exhaló un suspiro de alivio y satisfacción. Su plan había funcionado, pero ella se sentía un poco culpable por haber insinuado que lo que pedía era para personas necesitadas, cuando en realidad era para Cery, Gol y Anyi. «Aunque lo cierto es que lo necesitan».
Tras bajar la vista hacia la cena que Jonna le había servido, decidió comérsela y dar los alimentos que había cogido en el refectorio a Cery y a Gol. La sopa era mucho más difícil de transportar, y el postre seguramente se derramaría. Al menos si Jonna veía indicios de que Lilia se comía una parte de lo que ella le había llevado, no le preocuparía que la joven no estuviera alimentándose bien, o que estuviera regalándolo todo.
Mientras cenaba, pensó en la importancia que podían llegar a cobrar detalles insignificantes y cotidianos como aquellos. Cery, su amigo y su hija estaban más seguros en los túneles del Gremio, sobre todo ahora que el pasaje que comunicaba con el Camino de los Ladrones estaba destruido, y no obstante algo tan trivial como hacerles llegar alimentos constituía una dificultad y un riesgo diarios. De no ser porque Lilia tenía que buscar constantemente víveres para ellos, habría resultado mucho más sencillo ocultarlos del Gremio.
«Además, yo quisiera hacer algo más que llevarles comida —pensó—. Me gustaría que estuvieran cómodos. No puedo pedirle a Jonna que compre cosas lujosas, pues eso despertaría sus sospechas. A menos que… le dijera que son para mí…».
Tras terminarse la sopa, se levantó, se procuró papel, una pluma y tinta, y comenzó a escribir una lista.
Mientras pestañeaba intentando despabilarse, Sonea se maravilló por haber sido capaz de dormir pese a los tumbos que daba el carruaje. Al dirigir la mirada a Regin, que iba en el asiento de enfrente, vio que estaba despierto y la observaba. El hombre le dedicó una sonrisa leve y desvió la vista cortésmente.
«¿Cuánto rato habré dormido? —Sonea apartó la cortina que cubría la ventanilla de la portezuela. Los rodeaban unas colinas verdes teñidas del dorado del atardecer—. Bastante. Pobre Regin. Seguramente se ha pasado buena parte del día despierto y aburrido».
La noche anterior, durante las primeras horas de su viaje, su conversación había girado en torno a las disposiciones que habían tomado para ocuparse de las cosas durante su ausencia, los progresos y el futuro de Lilia, los lugares en los que seguramente pararían a lo largo del trayecto, y la información que les habían facilitado sobre la sociedad sachakana. Cuando Regin había empezado a bostezar, ella le había insistido en que intentara dormir. Al final él le había hecho caso, con una almohada de viaje aprisionada entre su cabeza y un lado del coche. Los tramos de carretera más próximos a la ciudad eran más llanos que los que se adentraban en la campiña, por lo que el vehículo no daba muchas sacudidas bruscas que lo despertaran.
Ella se había pasado la noche mirando por la ventanilla, pensando en las misiones que se le habían encomendado y preocupándose por Lorkin. Los recuerdos de la última vez que había recorrido aquel camino, cuando seguía a Akkarin hacia el destierro, evocaron en ella ecos de emociones de veinte años atrás: miedo, rechazo, esperanza y amor, todo ello mitigado por el tiempo. Sonea los abrazó, se aferró a ellos por unos instantes y luego dejó que se desvanecieran en el pasado.
Éste viaje provocaba en ella emociones nuevas e interesantes. Aparte del temor y la inquietud respecto a Lorkin, y la ansiedad por la posibilidad de que todo les saliera mal a Regin y a ella, notaba una extraña euforia. Tras mantenerla veinte años confinada en los terrenos del Gremio, de pronto la habían dejado en libertad.
«Bueno, no del todo. No puedo ir a donde se me antoje. Tengo que cumplir una misión».
—¿En qué piensas?
La pregunta de Regin la sacó de su ensimismamiento. Ella se encogió de hombros.
—En que no estamos en la ciudad. Daba por sentado que jamás volvería a salir de ella.
Él emitió un leve bufido de indignación.
—Deberían confiar más en ti.
Ella sacudió la cabeza.
—No creo que el problema fuera la falta de confianza. No les quedaba otro remedio que fiarse de mí. Creo que tenían miedo de lo que pasaría si se producía una nueva invasión y yo no estaba cerca para defender Imardin. O si Kallen se volvía contra ellos.
—¿Crees que Kallen se aprovechará de tu ausencia?
Sonea negó con un gesto, pero entonces se acordó de un rasgo de Kallen que no le gustaba y frunció el ceño.
—¿Qué ocurre?
Ella suspiró. «Si soy tan transparente para Regin, ¿cómo me irá cuando me reúna con el rey Amakira y con los Traidores? Supongo que aún no estoy lo bastante despierta y en guardia. Pero jamás me lo perdonaría si fracasara en el intento de liberar a Lorkin o de establecer una alianza por estar soñolienta».
¿Qué podía decir? Era evidente que Regin había reparado en las dudas que ella albergaba respecto a Kallen, y se imaginaría toda clase de motivos si ella no le daba uno. Algo tenía que decirle.
«La verdad. No se trata precisamente de un secreto, de todos modos».
—La carroña —declaró—. La craña. Ésa es su debilidad. Si yo quisiera corromper a Kallen, empezaría por controlar su acceso a la droga.
Las cejas de Regin se juntaron.
—¿Cuántas personas conocen esta debilidad?
—Vinara la conoce. Rothen también. Sospecho que muchos de los magos superiores lo saben, aunque no hemos tocado el tema. O, al menos, ellos no lo han tocado en mi presencia.
—Quien sea que se la venda lo sabe también —agregó Regin.
—Sí.
—Lilia también consumía craña, ¿verdad?
—Cuando estaba con Naki. Por lo visto, Lilia no se ha vuelto adicta. De hecho, ahora siente aversión por la craña y sus consumidores. Creo que achaca a la droga algunas de las imprudencias que Naki y ella cometieron.
Regin se quedó pensativo.
—O sea que en el Gremio hay un mago negro adicto a la craña, y una maga negra resistente a ella.
—Y otra que no la probaría ni aunque le pagaran —añadió Sonea, estremeciéndose.
Él la miró y sonrió.
—Eres demasiado inteligente para eso. No te dejas dominar por nada ni por nadie.
Sonea notó que se le encendían las mejillas.
—Excepto por el Gremio.
—Una excepción respetable. —Apartó la vista—. Ojalá yo hubiera tenido tu determinación y tu fuerza de voluntad para desafiar los convencionalismos cuando era más joven.
Ella meneó la cabeza.
—¿Falta de determinación, tú? Siempre tuve la impresión de que estabas totalmente seguro de ti mismo y de lo que querías en la vida.
—Sí…, pero nunca tuve que tomar decisiones. Me enseñaron que todo debía ser de una manera determinada porque eso garantizaba la seguridad, el poder y la riqueza de todo el mundo, y yo no lo ponía en duda. Pero conforme me hacía mayor, empecé a cuestionarlo. Empecé a darme cuenta de que si no me resistía era por miedo a que no me aceptaran mis iguales. Comprendí que las únicas personas cuya seguridad, poder y riqueza protegíamos eran mi familia y la Casa; que las Casas se oponían al cambio porque temían que disminuyera su poder y su seguridad. Y aún lo temen.
—Kyralia ha cambiado mucho en los últimos veinte años, y no por ello las Casas han perdido poder o riqueza.
Regin sacudió la cabeza.
—Los perderán. Quizá falte mucho tiempo, pero tarde o temprano sucederá. Las señales de advertencia están allí, si uno sabe qué buscar. ¿Y sabes qué he descubierto? —Se volvió hacia ella y se encogió de hombros—. Que me da igual. Por mí, las Casas pueden irse al garete. Se sustentan sobre la mentira y la codicia.
Sonea se sintió ligeramente identificada con estas palabras. Desde su sonada separación de su esposa, Regin tenía tendencia a dejar caer comentarios despectivos y desafiantes sobre las costumbres y expectativas de la clase superior. Aunque en parte los aprobaba y en parte los comprendía, Sonea se preguntaba hasta qué punto perduraría el desencanto de Regin cuando su dolor personal remitiera.
—Estoy segura de que no pensarías lo mismo si acabaras como un mendigo en la calle —señaló con delicadeza.
Regin posó los ojos en ella y se encorvó un poco.
—Probablemente. Pero tal vez sería un hombre mejor, quizá incluso más feliz. Al admitir alumnos de origen humilde, el Gremio ha hecho posible que la gente supere las barreras entre clases. Veo que los recién llegados se jactan de ello, y me dan ganas de advertirles que hay un precio que pagar. Pero luego… luego veo que ellos no tienen que pagar ese precio y entonces siento, bueno, envidia. De algún modo ellos consiguen la riqueza, el poder y la magia, sin estar obligados a respetar acuerdos o tradiciones antiguos, o a relacionarse únicamente con las personas que gozan de la aprobación de su Casa, o a casarse con la mujer elegida por su familia.
—Quizá al final tengan que hacerlo.
Regin negó con la cabeza.
—No. Fíjate en ti. —Alzó la vista hacia ella—. Nadie te obligó a casarte.
—Estoy segura de que si hubiera optado por casarme, mi elección habría dado mucho que hablar.
—Pero nadie se habría atrevido a decirte que no lo hicieras.
—Solo porque soy la primera maga negra del Gremio. Una excepción. Nadie puede hacer predicciones sobre mí basándose en otros casos.
Regin le lanzó una mirada extraña, abrió la boca para hablar, arrugó el entrecejo y la cerró de nuevo. Sus ojos se apartaron de ella. La curiosidad de Sonea se avivó.
—¿Qué ibas a decir? —inquirió.
Él la miró con expresión vacilante.
—Iba… iba a preguntarte por qué no te habías casado, pero supongo que la respuesta es evidente… y preguntártelo sería una descortesía por mi parte.
Ella se encogió de hombros.
—Una descortesía, no. Y el motivo no es el que tú crees. Es cierto que, después de la muerte de Akkarin, ni siquiera me habría planteado la idea de casarme durante una larga temporada, pero no durante los últimos veinte años. Podría haberme casado con Dorrien si las circunstancias no se hubieran conjurado en nuestra contra, pero conoció a otra persona mucho antes de que yo estuviera preparada. —«Y menos mal que ocurrió así»—. Creo que no habríamos congeniado del todo. Para empezar, él adora el campo y habría tenido que mudarse al Gremio para vivir conmigo, pues yo no tenía permitido marcharme.
Regin la observaba con un interés que rayaba en la culpabilidad. «Seguramente es una pregunta que mucha gente querría hacerme», pensó ella.
—Cuando yo ya estaba preparada, nadie se mostró interesado —prosiguió—. Los hombres de mi edad no habían dejado atrás sus prejuicios contra los magos de clase baja, y los únicos magos de clase baja que había eran demasiado jóvenes. Algunos de los magos superiores me dieron a entender que creían que un esposo sería un punto débil que alguien podría aprovechar para hacerme chantaje…, como si Lorkin no lo fuera ya. Por otro lado, estaba él. Siempre ha sido muy celoso de los otros hombres de mi vida.
Regin frunció el ceño.
—¿Qué…? —Hizo una pausa y sacudió la cabeza.
—¿Sí?
Él torció el gesto.
—¿Qué harás si el rey Amakira amenaza a Lorkin?
Sonea, que no esperaba el cambio de tema, notó que se le helaba el corazón. Guardó silencio por un instante para respirar hondo y exhalar despacio antes de contestar.
—Recalcaré que es Lorkin quien tiene información sobre los Traidores, no yo, y que por tanto es mucho más lógico que me torturen a mí para obligarlo a hablar.
Regin se quedó boquiabierto y luego tragó saliva.
—¿Es prudente que sugieras al rey la idea de torturarte?
Ella se encogió de hombros.
—Estoy segura de que se le ocurrirá a él solo en cuanto se entere de que me dirijo hacia allí. Si está dispuesto a torturarme a mí, debemos concluir que ha dejado de lado toda renuencia a incurrir en la ira del Gremio y las Tierras Aliadas. En cualquier caso, no tendré la menor posibilidad de recuperar a Lorkin.
Un orgullo desesperado se apoderó de ella por haber conseguido que la voz no se le entrecortara al pronunciar la última frase, aunque había estado a punto. «Si logro seguir así, quizá pueda disimular mis sentimientos delante de sachakanos y Traidores».
—Espero por el bien de todos que la situación no llegue a ese extremo —dijo Regin con sinceridad.
Ella asintió en señal de que estaba de acuerdo. Si el rey Amakira no tenía reparo en torturarla, Regin tampoco estaría a salvo.
Él se deslizó en el asiento hasta quedar sentado enfrente de ella y le tendió las manos.
—Ha transcurrido un día entero desde la reunión, y he recobrado las fuerzas. Deberías absorber mi energía ahora, antes de que lleguemos a la casa de queda.
Ella fijó la vista en él, paralizada de nuevo por la reticencia. «Esto es absurdo. No debería vacilar en aceptar la energía que alguien me ofrece de buen grado, cuando estoy autorizada para ello y es posible que la necesite. —Cayó en la cuenta de que no se había sentido tan cohibida durante la reunión. Por algún motivo, practicar la magia negra con otra persona en privado le parecía un acto perturbadoramente… íntimo—. E ilícito, tal vez porque la única otra ocasión en que lo realicé en privado fue con Akkarin».
Regin la estudiaba, con las cejas juntas en un gesto de desconcierto creciente. Tras inspirar profundamente, Sonea le tomó las manos. Percibió la magia que fluía desde el cuerpo de Regin, y comenzó a almacenarla en su interior.
—Lo siento. No consigo acostumbrarme a esto —reconoció, meneando la cabeza.
Él asintió.
—Es comprensible. Fue algo que se te prohibió durante mucho tiempo. De hecho, yo pensaba que tal vez habías olvidado cómo se hacía, después de todos estos años. —Sus labios se curvaron por un momento en una sonrisa socarrona.
Sonea consiguió sonreír también.
—Ojalá pudiera olvidarlo.
—Despejado —dijo Gol.
Cery movió la cabeza afirmativamente. Había enviado a Gol delante para que comprobara que nadie había descubierto su escondrijo. Costaba abandonar los viejos hábitos de seguridad. Recogieron su carga y la llevaron a través de los pasadizos hasta la habitación. Cery dejó en el suelo dos sillas viejas y maltratadas, Anyi dejó caer dos balas de paja que transportaba a hombros y Gol tiró un montón de sacos junto a la caja que había estado utilizando como asiento.
A continuación, sacaron de sus bolsillos las frutas, verduras y otros objetos que habían encontrado en los edificios de la granja y alrededores. Cery alzó la mirada hacia Gol, que tenía en la mano un carrete de hilo basto.
—¿Dónde lo has encontrado?
Gol se encogió de hombros.
—En uno de los cobertizos. Había una cesta repleta, así que he supuesto que si me llevaba uno, nadie lo echaría en falta. También he cogido esto. —Se abrió la chaqueta para revelar una aguja larga y curva clavada en el forro del interior—. Si voy a hacer colchones, la necesitaré.
Cery contempló a su amigo con aire dubitativo.
—¿Tú vas a hacer colchones?
—Anyi dice que no sabe coser.
—¿Ah, sí? —Cery sonrió ante la mentira de su hija—. ¿Y tú sí sabes?
—Lo suficiente para esto. Ayudaba a mi padre a remendar las velas. —Pasó la punta del hilo por el ojo de la aguja con una destreza reveladora.
—Eres un hombre de talentos ocultos, Gol —comentó Cery. Se sentó en una de las sillas y sonrió al recordar su visita clandestina a la granja. Su creencia de que las chozas estaban ocupadas por sirvientes había resultado ser falsa. Todas se encontraban deshabitadas. Aunque habían podido moverse libremente por el lugar, Gol, Anyi y él habían procurado no dejar huellas de su allanamiento, y no se habían llevado nada que no hubiera en abundancia. Anyi había propuesto que cambiaran de lugar las otras sillas, como si alguien se hubiera limitado a trasladarlas de un sitio a otro con algún propósito y hubiera olvidado colocarlas donde estaban, para que no se notara que faltaban algunas.
Anyi palpó la fruta.
—Está verde —dictaminó—. Le faltaba un poco para madurar. A oscuras no se notaba. ¿Cómo vamos a cocer estas verduras?
—Solo he cogido las que pueden comerse sin cocer —dijo Gol.
Ella arrugó la nariz con desagrado.
—¿Crudas? Tengo hambre, pero no tanta.
Él arqueó las cejas.
—Algunas están más buenas crudas, sobre todo cuando son frescas. Pruébalas y verás.
Anyi no parecía muy convencida.
—Esperaré a Lilia. Ella puede cocerlas con magia.
—Tal vez no siempre le sea posible traernos comida —le recordó Cery—. Cuantas menos veces venga a vernos, menor será el riesgo de que el Gremio nos descubra aquí.
—Entonces tendré que encontrar una entrada secreta a las cocinas del Gremio. —Anyi se puso de pie—. Voy a ver si necesita ayuda para traer algo.
Gol sacudió la cabeza mientras ella cogía un farol y se marchaba.
—No sabe lo que se pierde —murmuró.
Cery miró a su amigo.
—Esperaba que tardarais más de tres días en empezar a sacaros de quicio el uno al otro.
—Puede que no tengamos elección respecto a… —Gol se interrumpió, levantó la vista y vio la expresión de Cery—. Ya. Intentaré evitarlo. A ella tampoco le gusta estar metida bajo tierra.
—No —convino Cery. Al oír un sonido, se acercó a la puerta de la habitación. Unas voces sonoras llegaron hasta sus oídos, aunque no alcanzó a distinguir qué decían—. Al parecer, Lilia ya venía hacia aquí.
Se sentó de nuevo a esperar a que llegaran las chicas. Lilia llevaba la caja lacada de siempre, que esta vez estaba llena de bollos rellenos de carne con especias y pegajosos pastelitos de semillas.
—Esto sí que es comida de verdad —dijo Anyi mientras cogía un bollo.
Lilia sonrió de oreja a oreja.
—He conseguido que Jonna acceda a llevarme comida todas las noches para Anyi y para los pobres, y a conseguirme mantas y aceite para lámparas. Cree que estoy siendo caritativa.
Esto alarmó a Cery.
—No le habrás hablado de nosotros, ¿verdad?
—No. —Lilia miró las sillas, la paja y a Gol, que estaba cosiendo sacos—. ¿Habéis sacado todo esto de la granja?
Sin duda Anyi le había contado su correría nocturna.
—Sí.
—¿No lo echarán en falta?
—Hemos tomado precauciones —le aseguró Anyi.
Lilia se sentó en una de las cajas.
—Por si acaso, manteneos alejados de ahí durante unos días. Estaré atenta a cualquier comentario sobre allanadores o ladrones. Bueno…, os traigo noticias de Kallen.
A Cery el corazón le dio un vuelco.
—¿Sí?
—Dice que en la ciudad empiezan a correr rumores sobre tu ausencia. Unos creen que estás muerto. Otros dicen que Skellin te ha encerrado o acorralado en algún sitio.
—Eso no está muy alejado de la realidad —farfulló Gol.
Lilia lo miró de reojo y luego clavó la vista en él cuando se percató de lo que estaba haciendo. Enarcó las cejas pero no hizo comentarios sobre la habilidad de Gol como costurero.
—Los hombres de Skellin han estado hablando de tu… —Agitó una mano—. De eso a lo que te dedicas.
—Prestar dinero, proteger a la gente, administrar negocios, presentar unas personas a otras, vender… —empezó a enumerar Cery.
—No sigas —lo cortó Lilia—. Como dice Sonea, prefiero no saberlo para que no me acusen de estar involucrada en algo.
—Creía que se me daba bien lo de hacer que todo pareciera legal. —Cery se volvió hacia Anyi, que puso cara de circunstancias.
—¿Algunos de los hombres de Skellin creen que Cery ha muerto? —inquirió Gol.
Lilia se encogió de hombros.
—Kallen no ha especificado tanto. Pero quiere saber si Cery planea retomar el control de esos… negocios.
—Dile que no estaré en posición de hacerlo hasta que él se deshaga de Skellin. ¿Ha hecho progresos en esa dirección?
La joven negó con la cabeza.
—No me lo ha dicho. Creo que esperaba que le resultaras tan útil como a Sonea.
Cery suspiró y desvió la vista.
—Será mejor que le dejes muy claro que ya no le resulto útil a nadie.
Anyi emitió un gemido de protesta.
—A nosotros sí.
Cery le lanzó una mirada de incredulidad.
—De no ser por mí, no estaríais metidos aquí abajo. En este sitio no soy más que una carga para Lilia.
Ésta arrugó el entrecejo.
—No eres una carga. Al menos no una carga muy pesada.
Anyi le posó una mano en el hombro.
Él torció el gesto.
—Lo máximo a lo que puedo aspirar es a ser una preocupación pequeña pero permanente para Skellin. Aunque se rumoree que he muerto, él no se lo creerá del todo porque no ha visto el cadáver. Tiene que considerar la posibilidad de que esté vivo y tramando algo.
«Se apoderará de mi territorio con cautela, tras interrogar a todos aquellos que puedan conocer mi paradero. —Se le encogió el corazón a causa del sentimiento de culpa—. Mi gente preferirá creer que he muerto, pues si estoy vivo y no lucho contra Skellin parecerá que los he abandonado. Si se enteran de que estoy escondido debajo del Gremio, se imaginarán que llevo una vida de lujos en compañía de mis amigos magos, y no esto».
Lamentó no poder obtener otro provecho de su estancia debajo del Gremio que el de la mera supervivencia.
«Estamos aislados del resto de la ciudad. Los magos no están lejos, y una en particular (Lilia) nos ayuda. Pocas personas se atreverían a bajar aquí si lo supieran. —Cery frunció el ceño—. ¿Se atrevería Skellin?».
Tal vez sí, si tuviera una buena razón para ello.
«Si llegara a venir, tendría mucho cuidado. Enviaría primero a unos exploradores para asegurarse de que no hay peligro. Luego, no vendría él en persona a menos que tuviera una buena razón para adentrarse en los pasadizos. Independientemente de cómo se entere de la existencia de los túneles y de la manera de acceder a ellos, sin duda sospechará que alguien le ha hecho llegar esa información deliberadamente para tenderle una trampa.
»Después de todo, es lo que pensaría yo en su lugar».
Por otra parte, si hubiera algo allí que Skellin estuviera ansioso por conseguir, tal vez correría ese riesgo. Bastaría con que Cery ideara un cebo lo bastante atractivo para hacerlo morder el anzuelo. Ésta vez tendría que tratarse de algo mucho más tentador que unos libros sobre magia.