Capítulo 10
Lorkin yacía en el suelo frío y duro de la celda, intentando no escuchar la respiración anhelosa de la esclava.
«Ni siquiera sé cómo se llama —pensó. Como mínimo debería saber cómo se llamaba la mujer que tanto dolor estaba sufriendo por su causa—. Y por la causa de los Traidores», se recordó a sí mismo. Pero no logró reunir el valor suficiente para preguntárselo, ahora que estaba conteniendo deliberadamente el impulso de sanarla.
Si la sanaba, el interrogador volvería a hacerle daño.
Si no, tal vez moriría, y el interrogador encontraría algún otro esclavo al que torturar. Al principio, Lorkin se había guiado por el razonamiento de que lo mejor era que el menor número posible de personas resultaran heridas o muertas, pero ella le había dicho entre dientes que no se acercara cuando se había dirigido hacia ella, y luego otra vez cuando él había intentado explicarle que al menos podía aliviar el dolor. Aunque ella no habría podido evitar que Lorkin la sanara, si quería morir para huir de aquella espantosa situación, él decidió que debía respetar sus deseos. Quizá el dolor acabaría por ser tan insoportable que ella le pediría ayuda.
Había sido un día largo. Los momentos terribles se sucedían de forma continua. Lorkin perdió toda noción del tiempo, que se alargaba indefinidamente. En ocasiones Lorkin se sentía atrapado en una pesadilla que no cesaría nunca. El interrogador no parecía cansarse de su trabajo, ni dejaban de ocurrírsele maneras de causar a un ser humano el mayor dolor posible sin acabar con su vida. Lorkin había visto cosas que jamás olvidaría. Había oído sonidos que lo atormentarían durante el resto de su vida. Había percibido olores que ninguna persona civilizada debía percibir.
Aunque sabía que dormir le resultaría imposible, lo intentó. Cuando desistió, fingió que dormía.
La esclava emitió un siseo entrecortado, y al instante Lorkin se puso alerta, con el corazón latiéndole a toda prisa. Trató de convencerse de que ella solo estaba expresando su dolor, no llamando su atención, pero entonces oyó de nuevo la misma serie de sonidos. Despacio, lleno de aprensión, se volvió hacia ella.
Estaba tendida de costado, hecha un ovillo y sujetándose el brazo roto con la otra mano. Tenía los ojos desorbitados y clavados en él. Cuando él la miró a la cara, sus labios se movieron y, aunque de ellos no salió sonido alguno, las palabras eran claras, como si las hubiera transmitido a la mente de Lorkin. Se le heló la sangre cuando comprendió lo que ella le pedía.
«Mátame».
Fijó la vista en la esclava con incredulidad. «No, incredulidad no. La muerte es su única salida. Si me dejara, podría librarla del dolor, pero eso solo representa la parte física de la tortura. No puedo librarla del horror, la humillación o el miedo».
Aun así…
Se le retorcieron las entrañas.
«No puedo matarla. —Apartó los ojos, embargado por el sentimiento de culpa—. Todo es culpa mía. —Sacudió la cabeza—. No, no lo es. Pero no puedo fingir que no soy responsable en parte de lo que le está pasando. Si hay algo que pueda hacer…».
¿Algo? «Pero nunca he matado a nadie. No me lo pensaría dos veces si tuviera que defender a otra persona o a mí mismo, pero matar a alguien que no pretende hacer daño a nadie está mal».
Los labios de la mujer articularon la súplica de nuevo.
Lorkin recordó algo que le había dicho su madre hacía mucho tiempo: «Como sanadores podemos hacer muchas cosas para evitar la muerte, pero los límites de nuestro poder a veces entran en conflicto con lo que debemos hacer. Cuando una persona ya no tiene posibilidad de curarse y lo único que desea es morir, mantenerla con vida es una forma de crueldad».
Al escuchar el resuello de la esclava, supo que sería una crueldad dejar que sufriera sin la menor esperanza de salvarse.
«Pero ¿cómo lo hago?». El celador ashaki estaba sentado fuera de la celda, vigilándolos. Lorkin tendría que actuar de forma sigilosa y sutil para no atraer su atención.
«No puedo creer que esté planteándomelo siquiera».
Acabarían por descubrir la muerte de la esclava. ¿Qué harían cuando supieran que Lorkin la había matado? Un alivio traicionero se apoderó de él cuando la respuesta le vino a la mente. «Es propiedad del rey…, o de alguna otra persona. No sé si destruir la propiedad de alguien se considera un delito muy grave, pero no cabe duda de que lo utilizarían en mi contra».
Tal vez estaban deseando que la matara. Quizá eso les proporcionaría la excusa que necesitaban para leerle la mente, o tomar alguna medida peor. En cuanto lo declararan oficialmente un delincuente, podrían hacerle cualquier cosa.
Cuantas más vueltas daba al asunto, más convencido estaba de que ese era su plan. ¿Por qué si no la encerraban en la celda con él todas las noches? Si continuaba sanándola, acabaría por agotar la energía que Tyvara le había cedido. Pero ese no podía ser su único objetivo. Había muchas otras maneras de debilitarlo, si eso era lo que querían. Si solo pretendían minar su determinación torturando a otras personas, ¿por qué dejaban a la esclava en su celda? Podían encerrarla cerca de allí, fuera de su alcance, para que presenciara su sufrimiento sin poder ayudarla.
De pronto, le entraron ganas de matarla solo para fastidiarlos.
«No, de eso nada», se apresuró a decirse, estremeciéndose ante la idea de convertirse en un asesino con tanta facilidad.
—Mátame —le pidió el susurro de nuevo, ocasionando que un escalofrío le recorriera la columna.
¿Había algún modo de matarla sin dejar pruebas que lo señalaran a él como el responsable? «Si las heridas inferidas por el interrogador fueran lo bastante graves… No, sin duda se ha asegurado de que no lo sean». No obstante, a juzgar por el sonido de su respiración, tenía alguna lesión en el pecho. Tal vez una costilla astillada o rota. Si pudiera manipularla…
Pero eso supondría usar su poder de sanación para matar. El cometido de los sanadores era sanar, no hacer daño.
«Bueno, siempre ha sido una filosofía complicada. Abrir un cuerpo para extirpar un tumor implica hacer daño para sanar. Por otro lado, está el argumento a favor de dejar morir a la gente. Y mi madre se valió de la sanación como arma defensiva, para matar a algunos de los invasores ichanis».
—Aaaa…
El sonido suave y áspero procedía de la joven. Lorkin volvió la cabeza hacia ella de mala gana. Tenía el brazo extendido hacia él. «No —se corrigió—, hacia mis piernas».
—Aaaagua —gimió.
Se sintió aliviado al comprender que ahora solo le pedía algo de beber. Se apoyó en las manos para incorporarse. El esclavo que los atendía les había llevado comida. Lorkin había intentado compartirla con la esclava, pero esta se había negado a comer. Se dispuso a coger la jarra de agua pero se quedó paralizado al recordar los jeroglíficos que advertían que era peligroso.
«Me pregunto hasta qué punto…».
Ahuyentó este pensamiento de su mente, pero lo asaltó de nuevo. Si el agua estaba envenenada y la esclava bebía de ella, quizá conseguiría la muerte que deseaba sin que nadie supiera que el culpable era él. «Bueno, nadie salvo los Traidores que dejaron la advertencia». Un repeluzno le subió por la espalda.
Si la esclava era una Traidora, debía de estar informada sobre las advertencias. Quizá era consciente de que el agua la mataría. Se volvió para mirarla. Ella le sostuvo la mirada, con unos ojos que parecían implorarle: «Sí, libérame».
Si era una Traidora, ellos debían de saber que estaba allí. ¿Le habían proporcionado un medio para suicidarse?
Pero ¿la mataría el agua? Dejó caer el brazo. El ashaki debía de ser quien adulteraba la comida de Lorkin. Le costaba creer que estuvieran intentando matarlo. Muerto no les serviría de nada. Lo más probable era que el propósito del veneno del agua fuera provocarle malestar u obligarlo a gastar más energía para sanarse. Por otro lado, podían haber concluido que cuanto más fuerte fuera el tóxico, más magia tendría que utilizar. Quizá fuera una dosis letal.
La mujer soltó un quejido bajo y extendió su brazo sano hacia la botella. Fuera de la celda, el celador los observaba.
«Mátame. Libérame».
Lorkin trasladó la vista de ella al agua. Tenía que tomar una decisión. Y ninguna era acertada. Decidiera lo que decidiese, las consecuencias serían espeluznantes. Decidiera lo que decidiese, jamás volvería a ser la misma persona.
Por el modo en que Lilia había reconocido haberle contado a la tía de Sonea que Cery, Gol y Anyi vivían debajo del Gremio, era evidente que temía que ellos se enfadaran. «Lo que resulta divertido y entrañable, considerando que ella es maga y nosotros personas comunes y corrientes», pensó Cery. Ella había caminado de un lado a otro mientras explicaba que la sirvienta la había seguido y la discusión que se había producido después. Ahora se mostraba sorprendida de que nadie estuviera preocupado por la noticia.
—Si tiene que saberlo alguien de allá arriba, mejor que sea Jonna —comentó Anyi—. De hecho, podría sernos útil.
—Nunca le caí bien a Jonna —les dijo Cery—, pero aquello fue en la época en que yo era joven y ella creía que estaba llevando a Sonea por mal camino. Aunque sabe que he estado colándome en la habitación de Sonea de vez en cuando durante los últimos veinte años, nunca le ha hablado a nadie de ello. Lo más seguro es que sea de fiar.
—Si Sonea se fía de ella, supongo —convino Gol.
Los ojos de Lilia se habían iluminado con un brillo extraño.
—¿Has estado viendo a Sonea durante los últimos veinte años? —le preguntó a Cery.
Él se encogió de hombros.
—Claro. ¿O creías que esa norma que prohíbe tratarse con delincuentes le impediría hablar con sus viejos amigos?
—No, no me imagino que una cosa así pudiera disuadiros a ninguno de los dos. Me pregunto qué diría la gente si se enterara. Apuesto a que se armaría un escándalo. —Lilia sonrió y se sentó junto a Anyi—. También entenderían por fin por qué Sonea jamás se ha casado.
Cery arrugó el entrecejo al percatarse de que ella había supuesto que las visitas eran de carácter romántico.
—Un momento. Yo no… No era por eso por lo que la visitaba.
Gol rompió a reír.
—Tal como lo has dicho, ha dado toda la impresión de que lo era. Por un momento, he pensado que habías conseguido ocultarme algo durante todo este tiempo.
Anyi agitó el dedo, mirando a Lilia.
—Mi padre estuvo felizmente casado durante la mayor parte de los últimos veinte años —dijo con indignación. Luego torció el gesto—. Bueno, al menos durante su segundo matrimonio. Antes de eso estuvo casado con mi madre, aunque no fue precisamente lo que se dice un matrimonio feliz.
—Lo siento. No pretendía insinuar que fuera infiel —se disculpó Lilia.
Gol soltó una risita de complicidad.
Cery decidió que había llegado el momento de cambiar de tema.
—He estado meditando sobre lo que debemos hacer a continuación —dijo. Todos los ojos se posaron en él de inmediato. Anyi parecía impaciente, Lilia aliviada y Gol, que entornó los párpados, sin duda se preparaba para encontrar cualquier fallo que pudiera tener el plan de Cery—. La solución obvia me vino a la cabeza en cuanto dejé de pensar tanto en lo incómodos que estamos aquí y empecé a pensar más en cómo sacar partido del hecho de estar aquí.
Ahora el rostro de Lilia reflejó una ligera preocupación.
—Estamos a salvo en este sitio, no porque Skellin no haya adivinado que hemos buscado la protección del Gremio, sino porque no se arriesgará a venir —prosiguió—. Dará por sentado que si estamos aquí, nos hemos instalado en uno de los edificios del Gremio, bajo protección mágica. Si descubriera que estamos debajo del Gremio y de que los magos no lo saben, vendría con sigilo y nos mataría a todos. Y se sentiría muy ufano por haberlo conseguido sin que se enterara el Gremio.
—Pero el Gremio sí que se enteraría —señaló Anyi—. Lilia sabe que estamos aquí y se lo impediría, o si no pudiera buscaría ayuda.
—Sí, pero eso Skellin no lo sabe —replicó Cery.
Gol emitió un gruñido bajo.
—No —dijo.
Cery se volvió hacia su amigo, divertido ante su reparo monosilábico.
—¿Por qué no?
—Éste es nuestro último y único refugio seguro —dijo Gol—. No podemos correr el riesgo de perderlo.
—Tenemos otro refugio. —Cery apuntó hacia arriba con el dedo—. La protección de la que Skellin cree que disfrutamos. —Hizo un gesto amplio alrededor—. También es nuestra última y única oportunidad de atraerlo hacia una trampa.
—Una trampa que, si sale mal, será tu fin —declaró Gol.
—Lilia lo protegerá —aseveró Anyi, con los ojos centelleantes ante la perspectiva de hacer algo por fin.
Lilia asintió.
—También Kallen. Planeas decírselo a Kallen, ¿verdad?
—Sí —respondió Cery—. Sería pedirle demasiado a Lilia que cargara con todo el peso de la protección mágica con vistas a un enfrentamiento con dos magos renegados, si Skellin se presenta con su madre.
Anyi se frotó las manos, entusiasmada.
—Bueno, ¿qué usaremos como cebo?
Gol soltó un resoplido.
—Es evidente. Tu padre pretende atraer aquí a Skellin con algo que desea más que cualquier otra cosa.
Lilia palideció un poco.
—¿Magia negra?
—No —respondió Gol—. Skellin quiere saber que tiene el control absoluto de los bajos fondos. Si se entera de que Cery vive, sabrá que existe el peligro de que este quiera recuperarlo, con la ayuda del Gremio. Se jugará el todo por el todo para matarlo.
La sonrisa ansiosa de Anyi se desvaneció. Fijó la vista en Cery y escrutó su rostro en busca de alguna señal de que estuviera bromeando. Cuando Cery asintió, ella puso mala cara y cruzó los brazos.
—Gol tiene razón. Es demasiado peligroso.
—¿Se te ocurre alguna otra propuesta? ¿Qué otra cosa lo tentaría a correr el riesgo de acercarse tanto al Gremio?
Anyi miró a Lilia.
—La magia negra…
—No se atreverá a intentar capturarla. Ella podría ser muchas veces más poderosa que él. De hecho, para que esto dé resultado, tiene que ser obvio que Lilia no está aquí. Tal vez él suponga que el Gremio no sabe que estoy aquí, pero no se creerá tan fácilmente que ella tampoco lo sabe. Para que Skellin venga a buscarme, es importante que Lilia sea vista en algún otro sitio.
—Pero necesitaréis contar con un mago aquí —objetó Lilia—, o no podréis evitar que os mate a todos.
Él asintió.
—Sí. Con Kallen. Dile que tenemos un plan para atrapar a Skellin y pregúntale cómo debemos comunicarnos con él cuando estemos preparados. Naturalmente, no debes revelarle dónde tenderemos la trampa. Tengo la sensación de que mantener a la gente alejada de estos pasadizos sería más importante para él que echarle el guante a Skellin.
Lilia movió la cabeza afirmativamente. Anyi sacudió la suya.
—No me gusta —declaró.
Cery cruzó los brazos.
—¿Por qué?
—Me… —Apartó la vista, ceñuda. De repente, se puso de pie, agarró un farol y salió de la habitación a grandes zancadas.
El silencio se impuso por unos instantes. Después de echar una mirada a Cery y a Gol, Lilia salió tras ella a toda prisa.
Cery contempló el vano de la puerta por donde las dos habían desaparecido. Le oprimía el corazón una sensación dolorosa y a la vez agradable. No quería poner en peligro la vida de nadie, empezando por la suya propia, pero no podían quedarse allí eternamente.
Al recordar otra época, le vino a la memoria la joven airada y rebelde con la que había intentado mantener el contacto después de separarse de su madre. Anyi lo había odiado por ello, o al menos se había comportado como si lo odiara. Saber que había conseguido ganarse su afecto le producía un placer agridulce. El precio había sido la seguridad de Anyi.
Por otro lado, ella llevaba una vida de riesgo por el mero hecho de estar emparentada con él, sobre todo mientras un ladrón y mago renegado que detestaba a Cery controlara los bajos fondos.
—Por una vez, tu hija y yo estamos de acuerdo —murmuró Gol—. Es demasiado peligroso.
—Veamos qué opina Kallen —contestó Cery.
Unos pasos más adelante, Anyi aflojó la marcha para dejar que Lilia la alcanzara, pero no se detuvo.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Lilia.
Anyi negó con la cabeza.
—No. Sí. Necesito… necesito pensar.
Su tono daba a entender que no estaba de humor para conversar, así que Lilia guardó silencio. Invocó magia para crear un globo de luz, y, sin decir una palabra, Anyi redujo la intensidad de la llama de su farol para ahorrar aceite. No avanzaron mucho. Después de unos centenares de pasos, Anyi empezó a andar con aire más resuelto, y pronto quedó de manifiesto que estaba guiando a Lilia a unas cámaras más próximas a la universidad que había descubierto hacía poco.
Eligió un cuarto al azar y, como no había sillas, se sentó en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Lilia se sentó a su lado y se percató de que allí había un plato roto y cubierto de polvo. Limpió la superficie con los dedos, dejando al descubierto un símbolo del Gremio grabado en la parte de abajo. «No es muy antiguo. Me pregunto cómo llegó hasta aquí».
—No debería importarme —dijo Anyi.
Lilia se volvió hacia ella.
—Claro que debería importarte. Es tu padre.
Los labios de Anyi se torcieron en una sonrisa amarga.
—Menudo padre. No me hizo ningún caso durante casi toda mi vida. Solo empezó a prestarme atención cuando asesinaron a su otra familia.
Como no estaba muy segura de qué decir, Lilia se quedó callada.
—Bueno, eso no es del todo justo —añadió Anyi en voz más suave y baja—. Mi madre lo dejó. Decía que no estaría a salvo mientras fuera la esposa de un ladrón, y que no soportaba vivir escondida. Creo que no se debe obligar a dos personas a estar juntas si ellas no quieren.
—¿Cómo fue que Cery se casó por segunda vez? —preguntó Lilia. Solo el rey poseía la autoridad para conceder divorcios. Ella no era capaz de imaginar a un ladrón pidiéndole al rey que pusiese fin a su matrimonio.
Anyi se encogió de hombros.
—Ocurrió sin más.
—Pero eso es…
—¿Bigamia? —Anyi miró a Lilia y volvió a encogerse de hombros—. En realidad, no. Nadie en los bajos fondos puede permitirse una boda legal. Supongo que Cery podría, pero ¿por qué acatar una de las leyes del rey cuando se hace caso omiso de todas las demás? Tenemos nuestras propias maneras de declararnos casados… o descasados.
Lilia meneó la cabeza, admirada.
—Es otro mundo. —Hizo un gesto dubitativo—. Aunque podría decir lo mismo de la familia para la que trabajaban mis padres. Tal vez formábamos parte de su mundo, pero no vivíamos en ese mundo. Habría estado bien ser tan ricos, poder dar órdenes a la gente, pero a veces ellos tenían incluso menos libertad sobre su vida que nosotros. No pueden decidir con quién se casan, y ellos sí tienen que pedir permiso al rey para divorciarse…, cosa que no consiguen siempre.
—Tal vez por eso Sonea nunca se ha casado. Como no es miembro de las Casas, no está obligada a aceptar por esposo al hombre que elija su familia, pero si decidiera casarse tendría que celebrar una boda legal, y para acabar con su matrimonio estaría a merced del rey.
Lilia rió entre dientes.
—No la imagino obedeciendo las órdenes de un hombre.
Anyi desplegó una gran sonrisa.
—No. Seguramente ocurriría justo lo contrario. —Pero cuando miró a Lilia a los ojos se puso seria de nuevo. Desvió la vista y suspiró—. Va a conseguir que lo maten. Ahora que por fin me ha introducido en su mundo, voy a perderlo.
—Solo si las cosas salen mal, y nos aseguraremos de que no sea así.
Anyi le lanzó una mirada acusadora.
—Crees que tiene razón.
—No. —Lilia sacudió la cabeza—. Pero me temo que nuestra opinión no cuenta demasiado en esto.
La otra chica frunció el entrecejo, antes de quedarse meditabunda.
—Podrías decirle que Kallen no quiere participar en el plan. Eso desanimaría a Cery durante un tiempo.
Lilia asintió.
—Podría, pero él es capaz de intentarlo sin Kallen. —Reflexionó sobre las palabras de Cery—. Tengo que reconocer que está en lo cierto respecto a una cosa: Skellin deducirá que estáis todos aquí abajo. ¿Adónde más podríais ir? Probablemente sabe que hay túneles; no es un secreto en el Gremio, así que dudo que lo sea fuera. Tarde o temprano vendrá a echar una ojeada. Cuando lo haga, es evidente que os encontrará. Y si en ese momento estoy en clase, no podré impedir que os mate a todos.
Anyi clavó la vista en Lilia, con el entrecejo arrugado por la preocupación.
—Tal vez solo estaréis seguros bajo la protección del Gremio —prosiguió Lilia—. Sé que a ninguno de vosotros os seduce la idea, pero si el ardid de Cery fracasa, tendréis que recurrir a ella de todos modos. Algo me dice que al Gremio tampoco le hará gracia, pero estarán más dispuestos a protegeros si hay pruebas de que Skellin ha entrado en los pasadizos subterráneos del Gremio.
Anyi soltó un gruñido y se frotó la cara con las manos.
—Lo que dices tiene sentido, y no me gusta.
—A mí tampoco —admitió Lilia—. Sin embargo, sé que no puedo ser la protectora que necesitáis, sobre todo porque no paso mucho tiempo aquí, pero también porque ignoro cuán poderoso es Skellin. Si baja aquí con Lorandra, dudo que pueda defenderme, y mucho menos defender a los demás. Y, aunque no la traiga consigo, ¿cómo me avisaréis cuando necesitéis mi ayuda? ¿Y si no llego a tiempo?
—Usaremos una ruta de huida.
—¿Y si no lográis escapar? Aunque lo consiguierais, saldríais a los terrenos del Gremio y, si él aún os sigue, tendríais que pedir ayuda al Gremio de todas maneras. —Lilia exhaló un suspiro y notó que la frustración y la inquietud que había acumulado durante las últimas semanas estallaban—. No estáis a salvo aquí abajo, podríais vivir con más comodidades, y es muy difícil conseguiros comida y… te echo de menos.
Con esta confesión, el torrente de palabras que brotaba de sus labios se secó. Se percató de que tenía el rostro encendido y miró a Anyi con timidez. La otra chica tenía una expresión extraña y sorprendida.
—Quiero decir que echo de menos estar a solas contigo. Tal vez eso sea un poco egoísta por mi parte —dijo—. Lo…
Pero no llegó a disculparse, porque Anyi se inclinó hacia delante, la sujetó de la barbilla y la besó.
—Yo también te echo de menos —afirmó en voz baja pero con vehemencia.
Luego estrechó a Lilia contra sí. Permanecieron un rato abrazadas, disfrutando simplemente de la calidez física y la proximidad de la otra. Antes de lo que Lilia habría deseado, Anyi suspiró y se apartó.
—Cery estará preguntándose dónde nos hemos metido —murmuró.
Se puso de pie y tendió una mano a Lilia. Ésta la tomó y Anyi tiró de ella para ayudarla a levantarse, pero con el mismo movimiento la atrajo hacia sí y la besó de nuevo. Fue un beso prolongado, como si hubiera olvidado sus últimas palabras.
El sonido de un paso seguido de un grito ahogado devolvió bruscamente a Lilia a la realidad. Las dos se separaron de golpe y se volvieron con rapidez hacia la puerta, Anyi en postura de combate. Lilia había invocado magia para crear un escudo antes de advertir que era Cery quien estaba en la puerta.
Tenía el rostro paralizado por la estupefacción. Cuando Anyi profirió una palabrota, la expresión de Cery reflejó una mezcla de vergüenza y socarronería.
—No era mi intención interrumpir —dijo, retrocediendo un paso—. Volved cuando terminéis.
Conteniendo a duras penas una sonrisa, dio media vuelta y se alejó a toda prisa.
Anyi se cubrió la cara con las manos y soltó un lamento. Lilia le posó una mano en el hombro en un gesto de solidaridad. «Por nada del mundo querría que mi padre me sorprendiera besando a otra mujer». Cuando Anyi empezó a sacudir los hombros y a emitir sonidos entrecortados, se le encogió el corazón, hasta que vio que su amiga se llevaba las manos a la boca y cayó en la cuenta de que estaba riéndose.
—En fin —dijo Lilia mientras esperaba a que Anyi callara—. No es la reacción que yo esperaba.
Anyi sacudió la cabeza.
—No. Me lo imagino. —Respiró hondo dos veces, y solo se le escapó la risa en una ocasión—. Llevo meses cavilando sobre cómo decírselo. Ahora ya no hace falta.
—¿Ibas a contarle lo nuestro?
—Claro.
—Pero… ¿no estará enfadado?
—No. Un poco consternado, quizá. ¿Te he comentado alguna vez dónde nació y se crió?
Lilia negó con la cabeza.
—Bueno, en realidad es él quien debería contarte la historia. Varias historias, de hecho. Era un lugar donde uno se encontraba con personas que tenían gustos e ideas de todo tipo. —Tomó a Lilia de la mano—. Vamos. Deberíamos volver, o creerá que estamos demasiado molestas o avergonzadas para regresar. Y quiero asegurarme de que el plan de este tonto sea lo más a prueba de tontos posible.