9. El ayudante de Akkarin
La habitación era demasiado pequeña para ponerse a caminar de un lado a otro. Una sola lámpara pendía del techo y proyectaba su luz amarillenta sobre las toscas paredes de ladrillo. Cery cruzó los brazos y se maldijo en voz baja. Akkarin le había dicho que debían evitar verse a menos que surgiese una cuestión de vital importancia que solo pudieran tratar en persona.
«La seguridad de Sonea es de vital importancia —razonó Cery—, y esta cuestión solo puede tratarse en persona.»
Pero era poco probable que el Gran Lord estuviese de acuerdo. Cery sintió otra punzada de ansiedad. Hasta entonces, no se había arrepentido de ninguno de los trabajos que había llevado a cabo como pago por haber sido rescatado de lord Fergun y por la ayuda que había recibido de Akkarin para hacerse un lugar entre los ladrones. Rastrear a los asesinos le había resultado batante fácil. Cuando uno sabía exactamente lo que estaba buscando, distinguirlos era tan sencillo como descubrir a un guardia en el escondrijo de un contrabandista. Para deshacerse después de los cadáveres seguía un procedimiento corriente, aunque tirarlos al río ya no era una opción, pues la Guardia lo mantenía vigilado.
Pero involucrar a Sonea en aquel asunto era pasarse de la raya. Cery no podía decidir por ella, cierto… Aun así, quería asegurarse al menos de que Akkarin supiera que él se oponía a ello.
El Gran Lord le necesitaba, de eso estaba seguro. Tal vez ese mismo día descubriría hasta qué punto.
Cery tamborileó con los dedos sobre su manga. «Si el Gran Lord se digna aparecer, claro está.» Pocos hombres en la ciudad se atreverían a llegar tarde a una cita con un ladrón. Solo el rey, la mayoría de los miembros de las Casas, el Gremio en su totalidad…
Suspiró y repasó mentalmente la única novedad que tenía para el líder del Gremio: que se había visto a otro sachakano entrar en la ciudad. Tal vez ese retazo de información aplacaría a Akkarin cuando se enterase del verdadero motivo por el que Cery había solicitado el encuentro. Cery se preguntó, y no por primera vez, cómo reaccionaría Akkarin si supiese de dónde procedía la información. Soltó una risita al pensar en Savara. Esa sonrisa. Esa forma de andar… No cabía duda de que era una persona de la que convenía mantenerse alejado.
Claro que, últimamente, también de él.
Unos golpecitos lo devolvieron al presente. Echó un vistazo por la mirilla de la puerta. Una figura de elevada estatura se encontraba junto a la robusta silueta de Gol, con el rostro oculto bajo la capucha de su capa. Gol hizo la señal que confirmaba que el visitante era el Gran Lord.
Cery respiró hondo y abrió la puerta. Akkarin entró a paso veloz. La capa se abrió ligeramente para revelar la túnica negra de debajo. Un escalofrío recorrió la espalda de Cery. Akkarin solía vestir con prendas sencillas cuando tomaba el Camino de los Ladrones. ¿Había optado por ese otro atuendo de forma deliberada para recordar a Cery con quién estaba tratando?
—Ceryni —saludó Akkarin, al tiempo que se retiraba con parsimonia la capucha de la cabeza.
—Gran Lord.
—No dispongo de mucho tiempo. ¿De qué tenías que hablarme?
Cery titubeó.
—Creo que tenemos a otro… asesino en la ciudad —había estado a punto de decir «esclavo», pero se había mordido la lengua justo a tiempo. Si hubiese empleado ese término habría evidenciado que estaba en contacto con alguien de Sachaka.
Akkarin arrugó el ceño, y las sombras de sus cejas le ocultaron los ojos casi por completo.
—¿«Crees»?
—Sí —Cery sonrió—. Aún no se ha cometido ningún asesinato, pero el último asesino llegó tan poco tiempo después del anterior que he estado prestando más atención de la habitual a los rumores. Se dice que ella no pasa desapercibida. No creo que cueste mucho capturarla.
—¿«Ella»? —repitió Akkarin—. Una mujer. O sea, que si los ladrones se enteran de esto, sabrán que hay más de un asesino. ¿Supondría esto un problema para ti?
Cery se encogió de hombros.
—No cambiaría nada. Quizá incluso me mostrarían un poco más de respeto. Pero más vale que la pillemos cuanto antes, para que no lleguen a enterarse.
Akkarin asintió.
—¿Eso es todo?
Cery cabiló unos instantes. Inspiró profundamente y dejó a un lado sus dudas.
—Trajisteis a Sonea.
Akkarin irguió la espalda. La luz de la lámpara se reflejó en sus ojos. Daba la impresión de que aquella situación le hacía gracia.
—Sí.
—¿Por qué?
—Tengo mis razones.
—Buenas razones, espero —dijo Cery, esforzándose por sostener la mirada a Akkarin.
Los ojos del Gran Lord permanecieron imperturbables.
—Sí. Ella no se expuso a un gran peligro.
—¿Pensáis implicarla en este asunto?
—Un poco. Pero no de la manera que crees, así que no temas. Necesito que alguien en el Gremio esté al tanto de lo que hago.
Cery se armó de valor para formular la pregunta siguiente. Solo de pensar en ella lo asaltaron sentimientos complejos y encontrados.
—¿Volveréis a traerla?
—No, no tengo esa intención.
Cery exhaló un breve suspiro de alivio.
—¿Sabe ella… lo que yo hago?
—No.
Sintió una decepción teñida de melancolía. No le habría importado alardear un poco de su éxito. Había progresado mucho en los últimos años. Aunque sabía que ella no tenía un gran concepto de los ladrones.
—¿Eso es todo? —preguntó Akkarin, con un deje de respeto en la voz. ¿O era solo de tolerancia?
Cery hizo un gesto afirmativo.
—Sí, gracias.
Observó al Gran Lord, quien se dirigió hacia la puerta y la abrió. «Cuidad de ella», pensó. Akkarin se volvió, asintió y se alejó por el pasadizo dando grandes zancadas, con la capa ondeando en torno a sus tobillos.
«Bueno, la cosa ha ido mejor de lo que esperaba», se dijo Cery.
Los aposentos de Dannyl en la Casa del Gremio de Capia eran amplios y lujosos. Disponía de un dormitorio, un despacho y una sala de visitas para él solo, y para llamar a un sirviente le bastaba con hacer sonar una de las muchas campanillas que había por doquier.
Uno de ellos acababa de llevarle una taza humeante de sumi cuando otro entró en el despacho para anunciar a una visita.
—Tayend de Tremmelin ha venido a verle —comunicó el sirviente.
Dannyl dejó la taza, sorprendido. Tayend rara vez lo visitaba allí. Preferían la intimidad de la Gran Biblioteca, donde no tenían que preocuparse de que la servidumbre percibiera algo raro en la forma en que se comportaban el uno con el otro.
—Que pase.
Tayend llevaba un atuendo apropiado para una reunión con un personaje importante. Aunque Dannyl empezaba a acostumbrarse al vistoso traje de la corte de Elyne, seguía haciéndole gracia. No obstante, aquellas prendas ajustadas, que daban un aspecto tan ridículo a los cortesanos de más edad, favorecían a Tayend.
—Embajador Dannyl —dijo Tayend, con una graciosa reverencia—. He estado leyendo el libro de Dem Marane, y contiene información muy interesante.
Dannyl señaló una de las sillas que había frente a su escritorio.
—Por favor, siéntate. Enseguida… estoy contigo —las palabras de Tayend le habían recordado algo. Tomó una hoja de papel en blanco y se puso a redactar una carta breve.
—¿Qué estás escribiendo? —preguntó Tayend.
—Una carta para Dem Marane en la que lamento profundamente no poder asistir a la cena de gala de esta noche, debido a unos asuntos imprevistos de trabajo de los que debo ocuparme sin demora.
—¿Y Farand?
—Sobrevivirá. Es cierto que tengo trabajo, pero también me interesa hacerles esperar un poco. Cuando termine de enseñar a Farand a controlar sus poderes, ya no me necesitarán, y tal vez nuestros nuevos amigos emprendan un viaje inesperado a otro país.
—Eso sería una tontería por su parte. ¿Creen que dedicaste tantos años a entrenarte por nada?
—No saben valorar lo que no entienden.
—¿O sea, que los detendrás en cuanto Farand esté preparado?
—No lo sé. Aún no lo he decidido. Tal vez valga la pena arriesgarnos a que pongan tierra por medio. Estoy seguro de que todavía no conocemos a todos los implicados. Si dejo pasar el tiempo suficiente, tal vez me presenten a otros miembros del grupo.
—¿Seguro que no necesitas que yo te acompañe a Kyralia cuando los hayas detenido? El Gremio podría necesitar a otro testigo.
—Farand sería prueba más que suficiente —Dannyl alzó la vista y agitó un dedo—. Tú lo que quieres es ir a conocer el Gremio. Pero cuando nuestros amigos tomen represalias y propaguen rumores sobre nosotros, no será muy conveniente que nos vean juntos.
—Pero no estaremos juntos todo el rato. No sería necesario que me alojara en el Gremio. Tengo parientes lejanos en Imardin. Además, dijiste que Akkarin contaría a todos que no era más que una trampa.
Dannyl suspiró. No quería dejar a Tayend, ni siquiera durante unas pocas semanas. De haber estado seguro de que regresar al Gremio en compañía del académico no le acarrearía problemas, habría hecho preparativos para que le acompañase. Quizá el hecho de que la gente los viese comportándose de manera «normal» le ayudaría incluso a disipar los rumores de una vez por todas. Pero era plenamente consciente de que el menor indicio de la verdad bastaría para dar que pensar a las mentes suspicaces, y sabía muy bien que había unas cuantas en el Gremio.
—Volveré por mar —recordó a Tayend—. Pensaba que no te haría demasiada ilusión pasar por eso.
El rostro de Tayend se ensombreció, pero solo durante un momento.
—Puedo soportar un poco de mareo si la compañía es grata.
—Esta vez no —dijo Dannyl con firmeza—. Un día viajaremos en carruaje a Imardin. Entonces tú también serás una compañía grata —sonrió al advertir la mirada de indignación de Tayend; luego firmó la carta y la dejó a un lado—. Bueno, ¿qué has averiguado?
—¿Recuerdas que, según la inscripción que había sobre la sepultura de la mujer en las Tumbas de las Lágrimas Blancas, ella practicaba «magia superior»?
Dannyl asintió con la cabeza. La visita a Vin en busca de evidencias de magia ancestral le parecía ahora muy lejana.
—Las palabras «magia superior» se representaban con un jeroglífico compuesto de una media luna y una mano —Tayend abrió el libro del Dem y lo empujó sobre el escritorio en dirección a Dannyl—. Es un ejemplar de un libro escrito hace dos siglos, cuando se forjó la Alianza y se implantó la ley que establecía que todos los magos debían someterse al adiestramiento y el control del Gremio. La mayoría de los magos que no eran de Kyralia formaban parte del Gremio, pero no todos. Este libro pertenecía a alguien que no era miembro.
Dannyl tiró del libro hacia sí y vio que en la parte superior de la página aparecía el mismo jeroglífico sobre el que llevaban más de un año haciendo conjeturas. Comenzó a leer el texto escrito bajo aquellos signos:
La expresión «magia superior» comprende varias habilidades que en otro tiempo fueron de uso común a lo largo y ancho de estas tierras. Entre las habilidades menores está la de crear piedras o gemas de sangre que incrementan la capacidad de mentehablar con otra persona a distancia, así como gemas o piedras de almacenaje, que permiten retener y liberar magia de maneras concretas.
La característica de la magia superior, en su forma principal, es la avidez. Si un mago posee el conocimiento, puede absorber energía de seres vivos para aumentar sus reservas.
Dannyl contuvo el aliento y se quedó mirando la página, horrorizado. Aquella descripción era muy similar a la de… Un escalofrío le bajó despacio por la espalda. Sus ojos siguieron recorriendo las palabras, como dirigidos por una voluntad ajena.
Para conseguir este efecto, la barrera natural que protege a la criatura o planta debe romperse o debilitarse. Con este fin, se practica un corte lo bastante profundo para que mane sangre o savia. Otros sistemas se basan en abatir la barrera con o sin el consentimiento del sujeto. Con la práctica, es posible llegar a retirar la barrera voluntariamente. Durante la culminación del placer sexual, la barrera tiende a «flaquear», lo que permite la absorción de energía por unos instantes.
Dannyl se había quedado completamente helado. Cuando se preparaba para ocupar el cargo de embajador le habían proporcionado información que estaba vedada a los magos comunes. Parte de esa información era de naturaleza política, y parte tenía que ver con la magia. Le enseñaron a reconocer varios signos de advertencia mágicos, entre ellos los de la magia negra.
Y allí estaba, con un libro de «instrucciones» sobre su uso entre las manos. Solo por leerlo estaba infringiendo la ley.
—¿Dannyl? ¿Te encuentras bien?
Alzó la vista hacia Tayend, pero no consiguió articular palabra. Tayend le devolvió la mirada, con una expresión ceñuda de preocupación.
—Te has puesto blanco como la nieve. He pensado… bueno, que si lo que dice este libro es verdad, hemos descubierto qué es la magia superior.
Dannyl abrió la boca, pero la cerró y miró el libro. Se quedó contemplando el signo de la media luna y la mano. Se dio cuenta de que no se trataba de una media luna. Era un sable. La magia superior era la magia negra.
Akkarin había estado investigando sobre la magia negra.
«No, él no podía saberlo. No llegó tan lejos —se recordó Dannyl—. Seguramente continúa sin saberlo. De lo contrario no me habría alentado a seguir adelante con mi investigación.» Aspiró con fuerza y soltó el aire muy despacio.
—Tayend, creo que ya es hora de hablar a Errend de los rebeldes. Tal vez tenga que emprender ese viaje antes de lo previsto.
A Sonea se le aceleró el pulso conforme se aproximaba a la residencia del Gran Lord. Se había pasado todo el día esperando ese momento. Le había resultado difícil concentrarse en clase, y más difícil todavía soportar los intentos de Jullen de hacer que su castigo en la biblioteca fuera lo más tedioso posible.
El edificio de piedra gris se alzaba imponente sobre ella en la oscuridad. Sonea se detuvo para respirar hondo y armarse de valor. Instantes después, se acercó a la puerta y rozó el picaporte con los dedos. Este se accionó con un chasquido, y la puerta se abrió hacia dentro.
Como siempre, Akkarin estaba sentado en uno de los sillones de la sala de invitados. Tenía sus largos dedos ceñidos en torno a una copa llena de un vino tinto oscuro.
—Buenas tardes, Sonea. ¿Qué tal las clases de hoy?
Ella tenía la boca seca. Tragó saliva, respiró hondo de nuevo, pasó al interior y oyó que la puerta se cerraba a su espalda.
—Quiero ayudar —anunció a Akkarin.
Él bajó las cejas y la miró con fijeza. La chica luchó por sostenerle la mirada, pero acabó por desviar la vista al suelo. El silencio se instaló entre ellos. De pronto, Akkarin se levantó y dejó la copa a un lado con un solo movimiento.
—Muy bien. Ven conmigo.
Se dirigió a la puerta de la escalera que conducía a la sala subterránea. La abrió e indicó a Sonea con señas que la atravesara. Aunque con paso inseguro, ella consiguió avanzar.
Cuando llegó junto al Gran Lord, oyeron golpes en la puerta principal y se quedaron paralizados.
—Sigue adelante —murmuró él—. Es Lorlen. Takan se ocupará de él.
Por un momento, ella se preguntó cómo sabía Akkarin que se trataba de Lorlen. Entonces un destello de claridad le reveló la respuesta. El anillo de Lorlen llevaba, en efecto, una piedra preciosa como la que contenía el diente del espía.
Cuando descendía los escalones oyó pisadas arriba, en la sala de invitados. Akkarin cerró con cuidado la puerta de la escalera y bajó tras Sonea. La chica se detuvo frente a la puerta de la sala subterránea y se hizo a un lado para dejar paso a su tutor. Bastó un toque de su mano para que la puerta se abriese.
La habitación que había al otro lado estaba oscura, pero quedó iluminada cuando aparecieron dos globos de luz. Sonea miró las dos mesas, el viejo y estropeado arcón, las estanterías y los armarios. En realidad, nada de aquello resultaba amenazador.
Akkarin parecía estar esperando a que ella entrara. Sonea dio unos pasos hacia el interior y luego se volvió hacia él. El Gran Lord alzó la vista al techo e hizo una mueca.
—Se ha ido. Tengo algo que decirle, pero no es urgente.
—Tal vez deberíais… deberíamos hacer esto más tarde, ¿no? —aventuró ella, con la vaga esperanza de que el Gran Lord se mostrara de acuerdo.
La mirada que él le lanzó, directa como la de un depredador, la hizo recular.
—No —respondió Akkarin—. Esto es más importante —cruzó los brazos, y la comisura de sus labios se curvó para formar una media sonrisa—. Bien, ¿cómo piensas ayudarme?
—Pues… vos… —de pronto le faltaba el aire—. Aprendiendo magia negra —consiguió balbucir al fin.
La sonrisa de Akkarin se desvaneció.
—No —descruzó los brazos—. No puedo enseñarte eso, Sonea.
Ella lo miró estupefacta.
—En… en ese caso, ¿por qué me mostrasteis la verdad? ¿Por qué me hablasteis de los ichanis si no queríais que colaborase con vos?
—Nunca he tenido la intención de enseñarte magia negra —dijo él con firmeza—. No haría nada que pusiera en peligro tu futuro en el Gremio. Y aunque ello no me importara en absoluto, no transmitiría esos conocimientos a nadie.
—Entonces… ¿cómo puedo ayudaros?
—Mi propósito… —titubeó unos instantes; luego suspiró y apartó la mirada—. Mi propósito era convertirte en una fuente voluntaria de energía, como Takan.
Sonea sintió un estremecimiento, pero enseguida se recuperó. «Por supuesto —pensó—. Esa era la conclusión lógica de todo esto.»
—Tal vez los ichanis nunca nos invadan —prosiguió Akkarin—. Si aprendes magia negra, quizá pondrías en riesgo tu futuro inútilmente.
—Es un riesgo que estoy dispuesta a asumir —replicó la chica, y su voz sonó débil en aquella espaciosa cámara.
Akkarin alzó la cara y le lanzó una mirada de desaprobación.
—¿Tan fácilmente romperías tu juramento?
Ella le sostuvo la mirada.
—Si fuera la única forma de proteger Kyralia, sí.
La fiereza en los ojos de Akkarin se atenuó. Sonea no sabía cómo interpretar la expresión que había adoptado.
—Iniciadla, amo.
Los dos se volvieron al oír aquella tercera voz. Takan, desde la entrada de la cámara, observaba al Gran Lord con fijeza.
—Iniciadla —repitió—. Necesitáis un aliado.
—No —repuso Akkarin—. ¿Qué utilidad tendría ella para mí entonces? Si la despojo de su fuerza, no servirá como maga negra. Si se convierte en maga negra, ¿de quién extraerá la fuerza? ¿De ti? No, la carga que llevas en ese sentido ya es demasiado pesada.
Takan mantuvo la mirada firme.
—Alguien tiene que conocer ese secreto aparte de vos, amo. No hace falta que Sonea lo ponga en práctica, bastará con que sea capaz de ocupar vuestro lugar si vos fallecéis.
Los ojos de Akkarin se posaron en los de su sirviente. Permanecieron largo rato observándose en silencio.
—No —dijo Akkarin al fin—. Pero… reconsideraré mi posición si atacan Kyralia.
—Entonces será demasiado tarde —señaló Takan con serenidad—. Ellos no atacarán hasta que os hayan quitado de en medio.
—Tiene razón —terció Sonea con voz trémula—. Iniciadme y utilizadme como fuente. No usaré la magia negra a menos que no tenga alternativa.
Akkarin la miró con frialdad.
—¿Sabes cuál es la pena por aprender y practicar la magia negra?
Sonea meditó unos instantes y luego sacudió la cabeza.
—La ejecución. Ningún otro delito se castiga así. Solo por mostrar interés en aprender magia negra podrían expulsarme del Gremio.
Se le erizó el vello. Los labios de Akkarin se torcieron en una sonrisa lúgubre.
—Pero puedes serme útil sin necesidad de cometer un delito. No existe una ley que prohíba donar energía a otro mago. De hecho, eso ya lo has aprendido en las clases de habilidades de guerrero. La única diferencia está en que yo sabría almacenar la energía que tú me des.
Ella parpadeó, sorprendida. ¿No era imprescindible el cuchillo, cortar la piel? No, por supuesto que no.
—Solo te hizo falta una noche de descanso para recuperar casi todas tus fuerzas después de enfrentarte a Regin y a sus seguidores —continuó él—. Sin embargo, habrá que ir con cuidado para que no cedas demasiada energía si tienes clase de habilidades de guerrero al día siguiente. Y si de verdad pretendes estar en condiciones de luchar contra esos espías en mi lugar, tendré que tomar parte en tu entrenamiento.
De pronto Sonea se sintió mareada. ¿Clases de habilidades de guerrero? ¿Con Akkarin?
—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó él.
Sonea inspiró profundamente otra vez.
—Sí.
El Gran Lord la contempló un momento, preocupado.
—Absorberé un poco de tu fuerza esta noche. Mañana veremos si sigues queriendo ayudarme —le indicó con un gesto que se acercara—. Dame las manos.
Sonea avanzó unos pasos y se las ofreció. Los largos dedos de Akkarin se entrelazaron con los suyos, y la joven se estremeció.
—Proyecta tu energía, como has aprendido en la clase de habilidades de guerrero.
Sonea reunió energía y la hizo manar de sus manos. La expresión del Gran Lord cambió ligeramente cuando percibió la energía y la atrajo hacia sí. La chica se preguntó cómo la almacenaba. Aunque le habían enseñado a recibir energía de otros aprendices, ella siempre la había canalizado hacia los azotes o la había incorporado a su escudo.
—Guarda un poco de energía para las clases —murmuró él.
Sonea se encogió de hombros.
—Casi no la uso, ni siquiera en las clases de habilidades de guerrero.
—Pronto la usarás —los dedos del Gran Lord dejaron de apretarla—. Es suficiente.
Sonea dejó de proyectar energía. Cuando él le soltó las manos, ella retrocedió. Akkarin echó una mirada a Takan, y al instante asintió en dirección a la joven.
—Gracias, Sonea. Ve a descansar. Da a Takan una copia de tu horario por la mañana para que evitemos interferir en tus clases de habilidades de guerrero. Si todavía estás dispuesta, continuaremos con esto mañana por la noche.
Sonea movió afirmativamente la cabeza. Dio un paso hacia la puerta; antes de salir, se detuvo e hizo una reverencia.
—Buenas noches, Gran Lord.
Él la miró, imperturbable.
—Buenas noches, Sonea.
El corazón volvía a latirle con fuerza. Mientras subía la escalera cayó en la cuenta de que ya no era a causa del miedo. Tenía el pulso acelerado debido a un extraño tipo de entusiasmo.
«Tal vez no esté ayudándolo del modo en que esperaba —pensó—, pero lo estoy ayudando.»
Soltó una risita, algo arrepentida.
«Aunque quizá eso ya no me haga tanta ilusión cuando Akkarin empiece a reforzar mis clases de habilidades de guerrero.»