17. La terrible realidad
Sonea cerró los ojos cuando Akkarin comenzó a contar su historia. Relató brevemente su búsqueda de conocimientos de magia ancestral, y cómo lo que había descubierto lo había llevado a Sachaka. Hablaba de sí mismo en un tono burlón, como si despreciase la poca inteligencia del joven que había sido.
A continuación describió su encuentro con Dakova, el ichani. A pesar de que Sonea ya se lo había oído contar, en aquella ocasión había estado demasiado absorta en lo que le decía para notar en su voz el ligero deje de aflicción y horror por aquellos sucesos del pasado. Luego se apoderó de él la amargura cuando rememoró sus años de esclavitud y las costumbres crueles del ichani.
Sonea pensó de pronto que probablemente Akkarin no había hablado a nadie de aquellos recuerdos hasta el día en que le había contado a ella la historia junto al manantial. El Gran Lord había mantenido en secreto esa parte de su vida durante años, y no solo porque revelarla implicaba confesar que había aprendido y utilizado la magia negra, sino también porque referir lo que había visto y sufrido era doloroso y humillante para él.
Al abrir los ojos, Sonea casi esperaba ver señales de ese dolor en su rostro, pero aunque su expresión era grave, Akkarin no reflejaba emoción alguna.
A los magos de la sala les pareció que mostraba una tranquilidad y un dominio de sí mismo absolutos. Probablemente no percibían la tensión en su voz. Sonea tampoco la habría percibido hacía unos meses. En cierto modo se había familiarizado tanto con su forma de actuar que llegaba a intuir sus verdaderos sentimientos subyacentes.
Había detectado arrepentimiento en su voz mientras Akkarin hablaba de los ichanis que se habían ofrecido a enseñarle magia negra para que pudiera asesinar a su amo. Explicó que no esperaba sobrevivir; que, aun si lograba matar a Dakova, Kariko, el hermano del ichani, le daría caza para vengarse. Con fría concisión, contó que había matado a los otros esclavos y luego a Dakova. Acto seguido describió su largo viaje de vuelta a casa con unas cuantas frases breves.
El tono de voz de Akkarin se suavizó un poco cuando habló del alivio que sintió al llegar al Gremio y de su deseo de olvidarse de Sachaka y de la magia negra. Refirió que había aceptado el cargo de Gran Lord para mantenerse ocupado y para poder mantener vigilados a los ichanis. Hizo una pausa, y la sala permaneció en absoluto silencio.
—Dos años después de mi designación, me llegaron rumores de unos extraños asesinatos rituales en la ciudad —dijo—. Según la Guardia, las víctimas estaban marcadas de cierta manera para indicar que las habían castigado los ladrones. Yo sabía que no era así.
»Seguí con atención el desarrollo de las investigaciones y me disfracé para internarme en las barriadas donde se habían cometido los crímenes con el fin de hacer preguntas y escuchar. Cuando di con el asesino, resultó ser justo lo que yo sospechaba: un mago negro sachakano.
»Por fortuna, era débil y resultó sencillo reducirlo. Leí en su mente que era un esclavo a quien habían liberado y enseñado magia negra a cambio de que se embarcara en una misión peligrosa. Kariko lo había enviado para medir la fuerza del Gremio y para asesinarme, si se presentaba la ocasión.
»Dakova había referido a Kariko mucho de lo que había averiguado a través de mí, como el hecho de que el Gremio había prohibido la magia negra y estaba mucho más indefenso que en el pasado. Pero Kariko no se atrevía a atacar al Gremio solo. Tenía que convencer a otros de que se adhiriesen a su plan. Si conseguía demostrar que el Gremio era tan débil como su hermano le había asegurado, encontraría aliados entre los ichanis fácilmente.
Akkarin alzó la vista. Al seguir la dirección de su mirada, Sonea advirtió que estaba observando al rey. El monarca escrutaba a Akkarin con atención. La joven sintió un atisbo de esperanza. Aunque el rey no se creyera del todo la historia del Gran Lord, sin duda consideraría prudente comprobar su veracidad. Tal vez permitiría que Akkarin siguiera con vida y permaneciese en el Gremio hasta que…
De pronto, el monarca volvió la mirada hacia Sonea, que se encontró contemplando unos ojos verdes imperturbables. Tragó con fuerza y se obligó a sostenerle la mirada. «Es verdad —pensó, como hablando con él—. Creedlo.»
—¿Qué hiciste con el esclavo que hallaste en la ciudad? —preguntó Lorlen.
Sonea bajó de nuevo la vista hacia el administrador, y luego hacia Akkarin.
—No podía dejarlo libre para que continuase atacando a la gente de Imardin —respondió Akkarin—. Tampoco podía traerlo al Gremio, pues él habría transmitido a Kariko todo lo que viese, incluidos nuestros puntos débiles. No me quedaba otra alternativa que matarlo.
Lorlen enarcó las cejas. Antes de que pudiera formularle más preguntas, Akkarin prosiguió, en un tono grave de advertencia.
—En los últimos cinco años he rastreado y matado a nueve de esos espías. A través de ellos, he visto fracasar dos veces los intentos de Kariko de unir a los ichanis. Esta vez me temo que lo logrará —Akkarin entornó los párpados—. La última espía que envió no era una esclava. Era una ichani, y sin duda, tras leer la mente a lord Jolen, se enteró de todo aquello que yo esperaba evitar que los sachakanos descubriesen. Si ella hubiese procurado que la causa de la muerte de Jolen pareciera natural, y dejado con vida a su familia y sus sirvientes, ninguno de nosotros habría sospechado nada, y seguramente yo no habría averiguado que los ichanis sabían la verdad acerca del Gremio. En cambio, al sembrar pruebas falsas que me apuntaban a mí como culpable del asesinato, me ha obligado a revelaros la existencia de los ichanis —sacudió la cabeza—. Solo desearía que esto fuera ventajoso para vosotros.
—¿De modo que crees que esa mujer ichani mató a lord Jolen?
—Sí.
—¿Y fue debido a esos espías que volviste a practicar la magia negra?
—Sí.
—¿Por qué no nos hablaste de esto hace cinco años?
—La amenaza no era tan grande entonces. Eliminando a los espías uno tras otro, esperaba convencer a los demás ichanis de que el Gremio no era tan débil como sostenía Kariko… o que él acabaría por desistir en su intento de obtener su apoyo. O tal vez uno de los ichanis lo asesinaría aprovechando que ya no contaba con la protección de su hermano.
—Sin embargo, deberías haber dejado esa decisión en nuestras manos.
—Era demasiado arriesgado —replicó Akkarin—. Si se me acusaba públicamente de utilizar magia negra, los ichanis podían enterarse y concluir que Kariko estaba en lo cierto. Si yo conseguía convenceros de la verdad, quizá decidiríais que la única manera de proteger Kyralia era que vosotros mismos aprendieseis magia negra. No quería llevar esa carga sobre la conciencia.
Los magos superiores intercambiaron miradas. Lorlen se quedó pensativo.
—Has hecho uso de la magia negra para absorber energías, a fin de poder combatir a esos espías y a la mujer ichani —explicó despacio el administrador.
—Así es —asintió Akkarin—. Pero eran energías cedidas por mi sirviente y, recientemente, por Sonea en un acto voluntario.
Ella oyó gritos ahogados de sorpresa.
—¿Ejerciste la magia negra sobre Sonea? —exclamó lady Vinara.
—No —Akkarin sonrió—. No fue necesario. Al ser ella un mago, puede ceder su fuerza a otro de forma más convencional.
Lorlen frunció el entrecejo y miró a Sonea.
—¿Qué sabía Sonea de todo esto antes de hoy?
—Todo —respondió Akkarin—. Como ha señalado lord Rothen, Sonea había descubierto por accidente más de lo que era conveniente, de modo que tuve que tomar medidas para asegurarme de que ella y su antiguo tutor guardaran silencio. Hace poco decidí permitir que conociera toda la verdad.
—¿Por qué?
—Llegué a la conclusión de que alguien aparte de mí debía estar al corriente de la amenaza de los ichanis.
Lorlen achicó los ojos.
—¿Y elegiste a una aprendiz, en vez de a alguien versado en la magia, o a uno de los magos superiores?
—Sí. Sonea es fuerte, y su conocimiento de las barriadas ha resultado útil.
—¿Cómo la convenciste?
—La llevé a ver a uno de los espías y le enseñé a leerle la mente. Lo que vio fue más que suficiente para persuadirla de que lo que le había contado sobre mis experiencias en Sachaka era cierto.
Un murmullo inundó la sala cuando los asistentes comprendieron las implicaciones de esa afirmación. Los ojos de los magos superiores se volvieron hacia Sonea. Ella sintió calor en las mejillas y apartó la mirada.
—Me dijiste que no podías enseñar esa técnica a nadie —dijo Lorlen en voz baja—. Mentías.
—No, no era mentira. —Akkarin sonrió—. No podía enseñarla a nadie en ese momento, pues de lo contrario habrías descubierto que me la habían enseñado a mí y me habrías preguntado de quién la había aprendido.
Lorlen arrugó el ceño.
—¿Qué más has enseñado a Sonea?
Al oír la pregunta, Sonea sintió que se le helaba la sangre.
Akkarin titubeó.
—Le he dado a leer algunos libros, para que entienda mejor a nuestro enemigo.
—¿Los libros del arcón? ¿Cómo los conseguiste?
—Los encontré en los túneles subterráneos de la universidad. El Gremio los depositó allí cuando se prohibió la magia negra, por si los conocimientos que contenían volvían a ser necesarios. Estoy seguro de que has leído lo suficiente sobre ellos para saber que es verdad.
Lorlen miró de nuevo a lord Sarrin.
El viejo alquimista asintió con la cabeza.
—Es verdad, según los documentos que he encontrado en el arcón. Los he estudiado minuciosamente y todo parece indicar que son auténticos. En ellos se asegura que, antes de que el Gremio proscribiera la magia negra hace cinco siglos, su uso era común. Los magos tomaban a su servicio aprendices, que les cedían su energía a cambio de conocimientos. Uno de esos aprendices mató a su amo y asesinó a miles en su intento de dominar el país. Cuando murió, el Gremio prohibió la magia negra.
La sala se llenó de un rumor de voces que pronto se elevó hasta convertirse en un clamor. Sonea aguzó el oído y captó fragmentos de conversaciones.
—¿Cómo vamos a saber si hay algo de cierto en lo que está diciendo?
—¿Cómo es que nunca habíamos oído hablar de esos ichanis?
Lorlen levantó los brazos y exigió silencio. El vocerío se apagó.
—¿Tienen los magos superiores alguna pregunta que hacer a Akkarin?
—Sí —murmuró Balkan—. ¿Cuántos de esos magos desterrados hay por ahí?
—Por ahí, entre diez y veinte —respondió Akkarin, arrancando carcajadas a algunos de los presentes—. Todos los días absorben energía de sus esclavos, cuyo potencial mágico es tan grande como el de cualquiera de nosotros. Imaginaos a un mago negro que tenga diez esclavos. Bastaría con que cada pocos días se fortaleciera con la energía de la mitad de ellos para que, al cabo de unas semanas, fuese cientos de veces más poderoso que un mago del Gremio.
El silencio siguió a sus palabras.
—Aun así, esa energía disminuye conforme se utiliza —observó Balkan—. Las batallas debilitan a los magos.
—Así es —concedió Akkarin.
—Un agresor inteligente mataría primero a los esclavos —dijo Balkan con aire pensativo.
—¿Por qué no sabíamos de la existencia de los ichanis? —La voz del administrador Kito resonó a través de la sala—. Los mercaderes viajan a Sachaka todos los años. Algunos nos han informado de encuentros en Arvice con magos, pero no con magos negros.
—Los ichanis son desterrados. Viven en páramos y no se habla de ellos públicamente en Arvice —explicó Akkarin—. La corte de Arvice es un peligroso campo de batalla político. Los magos sachakanos no dejan que otros conozcan los límites de sus habilidades ni de su poder. Jamás permitirían que los mercaderes y los embajadores kyralianos descubriesen lo que ellos ocultan a sus propios compatriotas.
—¿Por qué quieren invadir Kyralia los ichanis? —preguntó Balkan.
Akkarin se encogió de hombros.
—Por muchas razones. Creo que la principal es su deseo de huir del páramo y recuperar sus posiciones de poder en Arvice, pero sé que existe cierta sed de venganza entre ellos por lo ocurrido en la guerra Sachakana.
Balkan frunció el ceño.
—Una expedición a Arvice podría confirmar la veracidad de lo que cuentas.
—Los ichanis matarán a todo aquel que se les acerque y que resulte identificable como mago del Gremio —advirtió Akkarin—. Además, sospecho que en Arvice hay pocas personas al corriente de los planes de Kariko.
—¿De qué otro modo podemos saber que no mientes? —preguntó Vinara—. ¿Estás dispuesto a someterte a una lectura de la verdad?
—No.
—Eso no refuerza precisamente nuestra confianza en ti.
—El lector podría descubrir en mi mente el secreto de la magia negra —alegó Akkarin—. No puedo correr ese riesgo.
Vinara entornó los ojos y miró a Sonea.
—¿Podemos leer la mente a Sonea, entonces?
—No.
—¿Acaso ella también ha aprendido magia negra?
—No —repuso—, pero le he confiado información que no quiero que nadie más conozca, salvo en caso de necesidad extrema.
A Sonea el corazón le latía con fuerza. Bajó la vista al suelo. Él había mentido sobre ella.
—¿Es veraz el testimonio de Rothen? —inquirió Vinara.
—Lo es.
—¿Reconoces haber reclamado la tutela de Sonea solo para obligarlos a ella y a Rothen a guardar silencio?
—No, también reclamé la tutela de Sonea por su gran potencial, que no había recibido la atención que merecía. Descubrí en ella a una joven honrada, trabajadora y con aptitudes excepcionales.
Sonea lo miró, sorprendida. De pronto sintió un impulso incontenible de sonreír, pero logró reprimirlo.
Entonces se quedó helada, al comprender al instante lo que Akkarin estaba haciendo.
Los estaba convenciendo de que la mantuvieran dentro del Gremio asegurándoles que poseía habilidades e información que podrían llegar a necesitar. Incluso si no le creían, tal vez se compadecerían de ella. Había sido su rehén. Él la había engañado para que lo ayudase. Hasta cabía la posibilidad de que el Gremio la indultara. Después de todo, no había hecho más que leer unos libros, y además por instigación de Akkarin.
Arrugó el entrecejo. Aquello, por otro lado, lo hacía quedar peor a él. Y les estaba dando pie a que viesen las cosas desde ese prisma. Desde que Sonea se había enterado de la existencia de los ichanis, había albergado la esperanza de que el Gremio, si descubría la verdad, lo perdonara. Pero ahora se preguntaba si Akkarin se había planteado siquiera esa posibilidad.
Si no esperaba un indulto, ¿cuáles eran sus planes? ¿Acaso pensaba permitir que lo ejecutasen?
No; si llegaba ese momento, Akkarin lucharía por su vida e intentaría huir. ¿Lo conseguiría?
Volvió a preguntarse cuánta energía había consumido él en su pelea con la mujer ichani. Se le aceleró el pulso cuando se le ocurrió que Akkarin seguramente estaría demasiado débil para escapar del Gremio.
A menos que ella le cediera toda su fuerza, incluida la que había absorbido de la mujer ichani.
Para ello, bastaba con que lo tocara y le transmitiese la energía. Pero los guerreros que los rodeaban intentarían impedírselo… Tendría que entablar combate con ellos.
Sin embargo, se percatarían de que ella estaba utilizando más energía de la que en principio debía tener.
Y entonces ya no se sentirían tan inclinados a perdonarla.
Así pues, la única manera de salvar a Akkarin consistía en confesar que ella también había usado magia negra.
—Sonea.
Alzó la vista; los ojos de Lorlen la escrutaban.
—Sí, administrador.
Él entrecerró los ojos.
—¿Te enseñó Akkarin a leer la mente de una persona sin su consentimiento?
—Sí.
—¿Y estás segura de que lo que viste en la mente del espía es cierto?
—Estoy segura.
—¿Dónde estabas la noche del asesinato de lord Jolen?
—Con el Gran Lord.
Lorlen adoptó una expresión severa.
—¿Qué estabais haciendo?
Sonea pensó qué debía responder. Había llegado el momento de revelar lo que ocultaba sobre sí misma. Pero tal vez Akkarin tenía algún motivo para esperar que no lo hiciera.
«Quiere que alguien que conozca la verdad permanezca en el Gremio.
»Pero ¿de qué servirá que yo esté aquí si él muere? Lo mejor será que huyamos juntos. Si el Gremio necesita nuestra ayuda, podrá ponerse en contacto con nosotros a través del anillo de sangre de Lorlen.»
—¿Sonea?
«De una cosa estoy segura: no puedo permitir que maten a Akkarin.»
Respiró hondo y miró a Lorlen a los ojos.
—Me estaba enseñando magia negra.
Se oyeron gritos ahogados y exclamaciones por toda la sala. Por el rabillo del ojo, Sonea vio que Akkarin posaba la mirada en ella, pero ella no apartaba la vista de Lorlen. El corazón le martilleaba el pecho y sintió náuseas; sin embargo, se obligó a continuar.
—Yo le pedí que me enseñara. En un principio se negó. No fue hasta que lo hirió la espía ichani cuando yo…
—¡Aprendiste magia negra voluntariamente! —exclamó Vinara.
Sonea asintió.
—Sí, milady. Cuando el Gran Lord resultó herido, comprendí que si él moría no quedaría nadie capaz de seguir luchando.
Lorlen se volvió hacia Akkarin.
—Pues ya no quedará nadie.
Sus palabras provocaron un escalofrío a Sonea. Era evidente que Lorlen había adivinado las intenciones del Gran Lord. Ver confirmadas sus sospechas solo proporcionó a la chica una amarga satisfacción.
Al fijarse en Akkarin, la impresionó la ira que reflejaba su rostro. Apartó la vista rápidamente. «Prometí hacer lo que se me indicara —notó que las dudas empezaban a apoderarse de ella—. ¿Estaba equivocada? ¿He estropeado algún plan que no he sido lo bastante lista para entender?»
Pero sin duda Akkarin sabía que Sonea comprendería que se estaba sacrificando para que ella pudiera quedarse en el Gremio. Tenía que haber contemplado la posibilidad de que la joven se negara a abandonarlo.
—Sonea.
Con el corazón latiéndole aún con fuerza, ella hizo un esfuerzo para mirar a Lorlen.
—¿Mató Akkarin a lord Jolen?
—No.
—¿Mató a la testigo?
Se le hizo un nudo en el estómago al oír la pregunta.
—No lo sé. No había visto a esa testigo, así que no puedo saberlo. Sí puedo afirmar que nunca le he visto matar a una mujer.
Lorlen asintió y levantó la vista hacia los magos superiores.
—¿Alguna pregunta más?
—Sí —dijo Balkan—. Cuando llegamos a la residencia de Akkarin, ni tú ni él estabais allí. Llegasteis juntos más tarde. ¿Adónde habíais ido?
—Habíamos ido a la ciudad.
—¿Por qué?
—Para enfrentarnos a otro espía.
—¿Mató Akkarin a ese espía?
—No.
Balkan miró a Sonea con expectación, pero se quedó callado. Lorlen miró a los magos superiores y a continuación se volvió hacia el resto de la sala.
—¿Tiene alguien alguna otra pregunta que hacer?
No obtuvo otra respuesta que el silencio.
—Entonces, procederemos a hablar de lo que hemos…
—¡Esperad!
Lorlen dirigió de nuevo la vista al frente.
—¿Sí, lord Balkan?
—Tengo una última pregunta. Para Sonea.
Sonea se obligó a mirar a Balkan a los ojos.
—¿Mataste tú a la mujer ichani?
Un intenso frío la recorrió. Se fijó en Akkarin, que tenía los ojos clavados en el suelo, con una expresión sombría y resignada.
«¿Qué cambiaría si les dijera la verdad? —pensó ella—. Solo demostraría que creo en lo que él dice.» Levantó la barbilla y sostuvo la mirada a Balkan.
—Sí.
Un estallido de exclamaciones retumbó en la sala. Balkan suspiró y se frotó las sienes.
—Os advertí que no había que dejar que estuvieran cerca el uno del otro —farfulló.