19. Una petición


Sonea se removió en la silla de montar y flexionó sus doloridos muslos. Aunque todas las noches empleaba sus dotes de sanación para eliminar el dolor, al poco rato de cabalgar ya volvía a dolerle todo el cuerpo. Lord Osen le había asegurado que se acostumbraría a la silla si no se sanaba a sí misma, pero ella no veía ningún sentido a convertirse en una amazona curtida… si pronto iban a dejarla sin caballo.

Suspiró y contempló las montañas que se elevaban a lo lejos. Habían asomado por encima del horizonte el día anterior. Poco a poco sus siluetas oscuras se habían hecho más grandes, y, esa mañana, el sol había revelado unas laderas accidentadas con peñascos y bosques, que ascendían hasta las altas cimas. Las montañas parecían salvajes e infranqueables, pero ahora que la comitiva había llegado a las colinas situadas en la falda, Sonea alcanzaba a ver un sendero blanco que serpenteaba entre los árboles hacia una hondonada situada en medio de dos de las crestas. Al final de ese camino se encontraban el Fuerte y la puerta de Sachaka.

El paisaje, que cambiaba gradualmente, tenía fascinada a Sonea. Nunca antes se había aventurado más allá del límite de la ciudad de Imardin. Viajar era una experiencia nueva para ella, y sin duda la habría disfrutado en otras circunstancias.

En un principio, el camino discurría entre campos sembrados con hileras de plantas distintas. Los campesinos que labraban la tierra, sembraban o cosechaban eran hombres y mujeres de todas las edades. Veía tanto a adultos como a niños pastorear animales domésticos de tamaños diferentes en grandes extensiones de terreno. Sonea se preguntó si aquellas personas vivían felices en su aislamiento.

De vez en cuando el sendero pasaba por un caserío. En algunas de aquellas aldeas, lord Balkan enviaba a uno de sus guerreros a comprar comida. Durante los dos días anteriores, al mediodía, se habían encontrado con un mago y varios lugareños que los esperaban con caballos frescos. Cambiaban de monturas para que el grupo pudiera proseguir el viaje durante la noche. La comitiva no hacía paradas ni se detenía para dormir, por lo que Sonea suponía que todos se sanaban mágicamente para mitigar el cansancio. Cuando preguntó a lord Osen por qué no reanimaban a los caballos por medio del poder de sanación, él le respondió que los animales, a diferencia de los humanos, no soportaban la fatiga mental que el cansancio físico llevaba consigo.

Ella tenía la sensación de que por el momento estaba sobrellevando bastante bien la falta de sueño. La primera noche el cielo estaba despejado, y la luna y las estrellas habían iluminado su camino. Sonea había conseguido dormitar a lomos del caballo, pese a la incomodidad. La noche siguiente, las nubes cubrían el cielo, y habían avanzado bajo un enjambre de globos de luz.

Al ver las montañas erguirse tan cercanas, Sonea se preguntó si pasarían una tercera noche en Kyralia.

—¡Alto!

El ruido de las pisadas de los caballos dio paso al roce de cascos contra el suelo cuando la comitiva se detuvo. La montura de Sonea avanzó hasta emparejarse con la de Akkarin. Ella sintió una chispa de esperanza cuando él se volvió para mirarla. No le había dirigido la palabra, ni a ella ni a nadie, desde que habían salido de Imardin.

Pero, sin decir nada, apartó la vista de ella para observar a lord Balkan.

El líder de guerreros entregó algo a uno de sus magos. Dinero para comprar alimentos en la próxima aldea, supuso Sonea. Miró en derredor y se percató de que estaban en una encrucijada. Un camino seguía adelante hacia las montañas; el otro, una senda más pequeña, descendía hacia un valle poblado de algunos árboles en el que había un grupo de casas apiñadas junto a un arroyo estrecho.

—Lord Balkan —dijo Akkarin.

Todos los ojos se fijaron en él. Sonea reprimió el impulso de sonreír al ver la expresión de alarma y sorpresa en el rostro de los escoltas. «Así que por fin se ha decidido a hablar.»

Balkan miró a Akkarin con recelo.

—¿Sí?

—Si entramos en Sachaka con esta ropa, nos reconocerán. ¿Nos permitirás vestirnos de paisano?

La mirada de Balkan pasó a Sonea y luego regresó a Akkarin. Asintió con la cabeza y a continuación se volvió hacia el guerrero, que esperaba su respuesta.

—De acuerdo, compra ropa también. Nada muy llamativo ni de colores vivos.

El mago hizo un gesto afirmativo y midió a Akkarin y a Sonea con la mirada antes de alejarse montado sobre su caballo.

Sonea sintió que el nudo que oprimía su estómago se tensaba. ¿Significaba eso que estaban cerca de la frontera? ¿Llegarían allí ese mismo día? Alzó la vista a las montañas y se estremeció.

Había deseado muchas veces oír una llamada mental de Lorlen en la que les ordenase que regresaran, pero no creía que fuera a producirse. El modo en que habían partido de Imardin había dejado claro a todos que ni ella ni Akkarin volverían a ser bien recibidos en Kyralia.

Hizo una mueca al acordarse de ello. Para cruzar la ciudad, Balkan había elegido un trayecto sinuoso que los llevaba por todas las cuadernas. Se habían detenido en todos los cruces de calles importantes y Balkan había interrumpido las actividades de los vecinos para proclamar los crímenes de Sonea y Akkarin, así como la pena que les había impuesto el Gremio. El semblante de Akkarin se había ensombrecido de rabia. Había tachado a los magos de necios y se había negado a decir una palabra más desde ese momento.

La procesión había atraído a grandes multitudes, y para cuando llegó a la Puerta Norte, se había formado una turba expectante de gente de las barriadas. Al ver que le arrojaban piedras, Sonea rápidamente se había envuelto en un escudo.

La terrible sensación de que la habían traicionado se había apoderado de ella mientras los losdes le gritaban y le tiraban objetos, pero había remitido enseguida. Seguramente los losdes no veían en ellos más que a dos magos malos del Gremio, al que despreciaban de todos modos, y habían aprovechado la ocasión para lanzarles piedras e insultos impunemente.

Sonea se volvió en su silla hacia el camino que habían dejado atrás. La ciudad estaba ya muy por debajo del horizonte. Los guerreros situados a su espalda no le quitaban ojo.

Lord Osen estaba entre ellos. Su expresión se tornó más severa cuando sus miradas se encontraron. Durante el viaje había hablado con ella varias veces, sobre todo para ayudarla con sus sucesivas monturas.

En más de una ocasión le había insinuado que tal vez el Gremio la dejaría regresar a Imardin si se arrepentía de su decisión. La chica había optado por no responder cuando lord Osen tocara el tema.

Pero el miedo, la incomodidad y el silencio de Akkarin habían minado su determinación. Apartó la vista de Osen para contemplar de nuevo a Akkarin. Todos sus intentos de iniciar una conversación con él habían topado con un silencio sepulcral. Parecía decidido a ignorarla.

No obstante, de cuando en cuando, se percataba de que Akkarin la observaba. Si no daba señales de haberle descubierto, él la miraba durante largo rato, pero si Sonea se volvía hacia Akkarin, este dirigía su atención a otra parte.

Aquella actitud irritaba y a la vez intrigaba a Sonea. No le molestaba que Akkarin la mirase, sino que no quisiera que ella lo sorprendiese mirándola. Sonrió con ironía. ¿Era posible que estuviese empezando a echar en falta esas miradas penetrantes y difíciles de sostener que había evitado durante tanto tiempo?

Se tranquilizó un poco. Sin duda Akkarin pretendía hacerle sentir que estaba de más para que diera media vuelta y regresara a toda prisa al Gremio. O tal vez la razón era más sencilla. Quizá realmente no quería tenerla cerca. Sonea se había preguntado muchas veces si él la culpaba de que hubiera salido a la luz el secreto que compartían. ¿Habría entrado Balkan por la fuerza en la cámara subterránea de Akkarin si no hubiera encontrado libros de magia negra en la habitación de Sonea? Akkarin le había advertido que los mantuviese ocultos. Y ella los había escondido, aunque era evidente que no lo había hecho bien.

Tal vez él sencillamente pensaba que estaría mejor sin ella.

«Pues en ese caso se equivoca», se dijo. Sin una compañera de quien extraer energía, Akkarin se debilitaría cada vez que utilizara sus poderes. Estando Sonea allí, podría defenderse de un ataque de los ichanis. «Tanto da que no le guste tenerme cerca.»

«Ah, pero sería mucho mejor que le gustara.»

¿Se mostraría más amable con ella cuando llegaran a Sachaka y ya no tuviese ningún sentido que intentase convencerla de que se marchara? ¿Respetaría él su decisión, o seguiría estando enfadado con ella por haberlo desobedecido? Sonea frunció el entrecejo. ¿Acaso Akkarin no era consciente de que ella había renunciado a todo por salvarlo?

Sacudió la cabeza. Daba igual. No quería su gratitud. Podía quedarse tan callado y enfurruñado como quisiera. Ella solo pretendía asegurarse de que Akkarin siguiera con vida, y no únicamente para que pudiese volver al Gremio y ayudar a salvarlo de los ichanis. Si no le hubiese importado su seguridad, se habría quedado en Imardin, aunque fuera como prisionera del Gremio. No, había decidido acompañar a Akkarin porque no soportaba la idea de abandonarlo después de todo por lo que había pasado.

«He ocupado el lugar de Takan», pensó de pronto. El que en otro tiempo fuera esclavo había seguido a Akkarin hasta salir de Sachaka y se había convertido en su fiel sirviente. Ahora ella iba a seguir a Akkarin hasta Sachaka. ¿Qué cualidad tenía él que inspiraba tanta lealtad?

«¿Yo, leal a Akkarin? —Por poco se le escapó una carcajada—. Han cambiado tantas cosas… Creo que incluso he llegado a apreciarlo.»

El corazón empezó a latirle con más fuerza.

«¿O es más que eso?»

Reflexionó sobre ello detenidamente. Sin duda, si hubiese algo más, lo habría notado antes. De pronto, recordó la noche en que había matado a la ichani. Más tarde, Akkarin le había quitado algo del pelo. Su contacto la había dejado con una sensación extraña. Se sentía ligera. Eufórica.

Pero eso no había sido más que un efecto de la batalla. Era de esperar que la invadiese la euforia tras sobrevivir a un lance con la muerte. No significaba que estuviera… Se sentía…

«Solo tengo que mirarlo. Entonces lo sabré.»

De pronto, le dio miedo mirarlo. ¿Y si resultaba ser cierto? ¿Y si él la sorprendía mirándolo y leía algo vergonzoso en su expresión? Se empeñaría aún más en obligarla a quedarse en Kyralia.

Un rumor entre los escoltas la salvó de sus cavilaciones. Al alzar la vista, vio que el guerrero que había ido a la aldea se acercaba. Llevaba atravesados sobre las rodillas un saco y un fardo. Entregó este último a Balkan cuando llegó junto al grupo.

Balkan lo desató y sacó de él una camisa de tejido basto, unos pantalones de pernera estrecha y un sayo de lana como los que Sonea había visto llevar a algunas aldeanas. Después, el líder de guerreros se volvió hacia Akkarin.

—¿Te parecen adecuadas?

Akkarin asintió.

—Servirán.

Balkan volvió a enrollar las prendas y arrojó el atado a Akkarin. Sonea lo vio descabalgar y dudó si debía imitarlo, pero enseguida obligó a sus doloridas piernas a moverse. Cuando sus pies tocaron el suelo, Akkarin le colocó en las manos el sayo y un segundo par de pantalones.

—No miréis —ordenó Balkan.

Al volverse, Sonea vio que los otros magos le daban la espalda. Oyó el sonido de un desgarro cuando Akkarin se arrancó la parte de arriba de la túnica y la tiró al suelo. La tela relucía al sol, y los jirones ondeaban al viento. Akkarin se quedó contemplándolos con una expresión inescrutable, antes de enderezarse y llevarse las manos a la cintura del pantalón.

Sonea apartó la vista de inmediato, con las mejillas encendidas. Bajó la mirada a su propia túnica y tragó saliva.

«Más vale acabar con esto de una vez.»

Tras respirar hondo, se soltó la faja y se quitó rápidamente la parte de arriba de la túnica. Su caballo se alejó unos pasos, nervioso, mientras ella dejaba caer la prenda al suelo y se apresuraba a ponerse el sayo por la cabeza.

Se alegró de que fuera tan largo que casi le llegaba a las rodillas mientras se enfundaba los pantalones. Cuando se dio la vuelta, se encontró con que Akkarin examinaba con atención las riendas de su caballo. Dirigió una mirada fugaz a Sonea, antes de montar de un salto.

Sonea se percató de que Balkan había permanecido de cara a ellos. «Bueno, alguien tenía que vigilarnos», pensó con sarcasmo. Se acercó a su montura, apoyó la bota en el estribo y consiguió auparse a la silla.

Akkarin tenía un aspecto extraño con aquella ropa tan recia. La camisa formaba pliegues poco elegantes en torno a su delgado cuerpo. Una barba incipiente le oscurecía el mentón. Apenas quedaba rastro del imponente Gran Lord que había intimidado a buena parte del Gremio durante tanto tiempo.

Sonea se miró a sí misma y soltó un resoplido suave. Ella tampoco era precisamente un dechado de elegancia. El sayo que llevaba a buen seguro lo había desechado la esposa de un campesino. Notaba el tejido áspero al tacto, pero no era peor que la ropa que usaba antes de ingresar en el Gremio.

—¿Tienes hambre?

Sonea se sobresaltó al advertir que el caballo de lord Osen avanzaba junto al suyo. Osen le tendió un trozo de pan correoso y una taza. Ella los aceptó agradecida, y se puso a comer y a regar el pan con grandes tragos de vino aguado. Aunque era barato y amargo, mitigó un poco el dolor de sus músculos. Devolvió la taza.

Cuando la comitiva terminó de comer reanudó la marcha, y el caballo de Sonea echó a andar de nuevo con su paso tambaleante. Ella contuvo un gruñido y se resignó a soportar muchas horas más de viaje a caballo y músculos doloridos.

Cuando Gol entró en el despacho en que Cery recibía a sus visitas, se le fueron los ojos hacia Savara. La saludó con un cortés movimiento de cabeza y se volvió hacia Cery.

—Takan dice que están cerca de la frontera —informó—. Llegarán al Fuerte mañana por la noche.

Cery asintió. Había proporcionado a Takan una confortable habitación subterránea para que se instalara en ella, pero había tomado la precaución de contratar sirvientes que no hubiesen oído hablar de la misteriosa extranjera con la que Ceryni había intimado. Savara le había pedido que se asegurase de que Takan jamás averiguara nada sobre ella. Había supuesto acertadamente que Akkarin podía comunicarse con su sirviente, y explicó que si los ichanis capturaban al depuesto Gran Lord, podían enterarse a través de él de la presencia de ella en Kyralia. «Existe una gran enemistad entre mi pueblo y los ichanis», había dicho. No había precisado por qué, pero Cery sabía que presionarla para que revelara más información resultaría contraproducente.

Gol se sentó y suspiró.

—¿Qué vas a hacer?

—Nada —respondió Cery.

Gol arrugó el entrecejo.

—¿Y si llega otro asesino a la ciudad?

Cery miró a Savara y sonrió.

—Creo que podríamos encargarnos de él. Prometí a Savara que le dejaría el próximo.

Para su sorpresa, ella negó con la cabeza.

—No puedo ayudarte, ahora que Akkarin se ha ido. Los ichanis sospecharán que hay otros implicados si sus esclavos continúan muriendo.

Cery la miró con expresión seria.

—Eso les quitaría las ganas de seguir enviándolos, ¿no?

—Tal vez, pero tengo órdenes de no llamar la atención sobre mi gente.

—Bueno. Entonces tendremos que espabilarnos solos. ¿Cómo sugieres que los matemos?

—No creo que sea necesario. Ya han conseguido aquello por lo que habían enviado a sus esclavos.

—¿De modo que iban por Akkarin? —preguntó Gol.

—Sí y no —contestó ella—. Lo matarán si pueden, pero ahora que conocen el punto débil del Gremio, este será su objetivo.

Gol la miró fijamente.

—¿Van a atacar al Gremio?

—Sí.

—¿Cuándo?

—Pronto. El Gremio quizá dispondría de tiempo para prepararse si hubiese desterrado a Akkarin discretamente. Pero han informado sobre él a todas las tierras.

Cery suspiró y se masajeó las sienes.

—La procesión.

—No —repuso ella—. Aunque fue una estupidez de su parte anunciar públicamente el delito y la condena de Akkarin, la noticia habría tardado días o tal vez un par de semanas en llegar a conocimiento de los ichanis —sacudió la cabeza—. Los magos del Gremio llevan días discutiendo mentalmente sobre Akkarin. Seguro que los ichanis se han enterado de todo.

—¿Tiene alguna posibilidad el Gremio? —preguntó Gol.

Savara pareció entristecerse.

—No.

Gol la miró con ojos desorbitados.

—¿El Gremio no puede detenerlos?

—No sin servirse de la magia superior.

Cery se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación.

—¿Cuántos son los ichanis?

—Veintiocho, pero aquellos por los que debes preocuparte forman un grupo de unos diez.

—¡Yep! ¿Solo diez?

—Cada uno de ellos posee una fuerza mucho mayor que la de cualquier mago gremial. Juntos podrían vencer al Gremio fácilmente.

—Ah —Cery cruzó la habitación varias veces más—. Según tú, podrías haber matado a la mujer ichani sin ayuda. Eso quiere decir que eres más poderosa que los magos del Gremio.

Savara sonrió.

—Mucho más.

Cery se percató de que Gol se había puesto un poco pálido.

—¿Qué me dices del resto de tu pueblo?

—Muchos son tan fuertes como yo, o más.

Se mordió el labio, pensativo.

—¿Qué pediría tu pueblo a cambio de ayudar a Kyralia?

—Tu gente no aceptaría de mejor grado la ayuda de mi pueblo que el dominio de los ichanis. Nosotros también utilizamos lo que el Gremio llama magia negra.

Cery restó importancia a las palabras de Savara con un gesto.

—Si los ichanis nos invaden, seguro que mi gente cambia de opinión al respecto.

—Es posible. Pero mi pueblo no saldrá de la clandestinidad.

—Pero dices que no quieren que los ichanis ataquen Kyralia.

—Sí, es cierto. Pero no intervendrán si eso supone un riesgo para ellos. No somos más que una de las facciones que hay en Sachaka, una facción temida por muchas personas poderosas que quieren destruirnos. Nuestra capacidad de acción es limitada.

—¿Y tú? ¿Nos ayudarás? —preguntó Gol.

Ella exhaló un suspiro profundo.

—Ojalá pudiera, pero tengo órdenes de permanecer al margen de este conflicto. Tengo órdenes… —Miró a Cery antes de añadir—: De volver a casa.

Cery asintió despacio. De modo que iba a marcharse. Él lo sabía desde aquella noche que estuvieron en el tejado. No sería fácil decir adiós, pero él tampoco podía permitir que su corazón primara sobre su cabeza.

—¿Cuándo?

Savara bajó la vista.

—Cuanto antes. Será un viaje largo. Los ichanis estarán vigilando la frontera con Kyralia. Tendré que entrar por Elyne. Pero… —esbozó una sonrisa maliciosa—. No creo que cambien mucho las cosas si me voy mañana por la mañana en vez de esta noche.

Gol se tapó la boca con la mano y tosió.

—No sé —replicó Cery—. Podrían cambiar muchas cosas. Por el bien de Kyralia, debo hacer lo posible para convencerte de que no te vayas. Con un buen rasuk asado y una botella de Anuren oscuro…

Savara enarcó las cejas.

—¿Anuren oscuro? Veo que los ladrones vivís mejor de lo que yo pensaba.

—De hecho, tengo tratos con algunos contrabandistas de vino.

—Claro que los tienes —comentó ella con una amplia sonrisa.

Al oír unos golpes en la puerta principal de sus aposentos, Rothen suspiró y la abrió por medio de su voluntad, sin molestarse en mirar a su visitante.

—¿Ya has vuelto, Dannyl? Has pasado más tiempo en mis aposentos que en los tuyos desde que llegaste. ¿No hay ningún rebelde o una misión secreta de la que tengas que ocuparte?

—No hasta la semana que viene —respondió Dannyl con una risita—. En el ínterin, he pensado que podía conversar con mi viejo amigo para ponernos al día antes de que vuelvan a mandarme lejos —entró en el semicírculo de sillones de la sala de invitados y se sentó frente a Rothen—. He supuesto que hoy no irías al Salón de Noche a la caída de la tarde.

Rothen levantó la vista hacia los ojos comprensivos de Dannyl.

—No.

Dannyl suspiró.

—La verdad es que debería irme. Hacer frente a los cotilleos y todo eso, pero…

«No es fácil», pensó Rothen, completando su frase. Dannyl le había explicado en qué consistía el plan de Akkarin para capturar a los rebeldes. Los rumores que Dem Marane había lanzado sobre su captor ya habían llegado a todos los rincones del Gremio. Aunque la mayoría de los magos parecía no darles mucho crédito, Rothen sabía que siempre había algunos dispuestos a creer cualquier detalle escandaloso que les contaran.

Rothen mismo había tenido que soportar las miradas de curiosidad y desaprobación dos años atrás, cuando el Gremio había puesto en duda la conveniencia de que Sonea se alojara en sus aposentos. Enfrentarse a los chismorreos había sido duro pero necesario, y en aquel entonces le había ayudado mucho que Yaldin y Ezrille lo apoyasen.

«Como yo debería apoyar a Dannyl ahora.»

Rothen inspiró profundamente y se levantó de su asiento.

—Bien, entonces más vale que nos pongamos en marcha si no queremos perdernos la diversión.

Dannyl se quedó mirándolo, sorprendido.

—Creía que tú no…

—Me guste o no, hay dos antiguos aprendices míos a los que tengo que cuidar —Rothen se encogió de hombros—. No os haré ningún favor a ninguno de los dos si me encierro en mis aposentos alicaído.

Dannyl se levantó.

—¿Estás seguro?

—Sí.

—Gracias.

Rothen sonrió al percibir la gratitud en la voz de Dannyl. Comprobar que su amigo seguía siendo el de siempre, en privado, había sido un alivio para él. Dannyl no parecía ser consciente de ello, pero en público adoptaba una actitud distinta. Su porte destilaba una seguridad y una autoridad que, sumadas a su estatura, le conferían una presencia imponente.

«Es increíble cómo cambian las personas cuando adquieren un poco de responsabilidad», pensó Rothen.

Dannyl lo siguió por el pasillo, y luego escalera abajo hasta la entrada del alojamiento de los magos. Atardecía, y el patio exterior estaba teñido de una luz entre naranja y rojiza. Lo cruzaron en dirección a la puerta del Salón de Noche.

Dentro reinaba un ambiente caldeado y ruidoso. Rothen se fijó en todos los magos que se volvían hacia ellos al reparar en su presencia y los seguían con la mirada. No pasó mucho tiempo antes de que se les acercaran los primeros para hacerles preguntas.

Durante más de una hora, a Dannyl y a él los abordaron magos que querían saber más sobre los rebeldes. Rothen veía en sus rostros respeto y curiosidad, pero muy poca suspicacia. Dannyl, algo receloso al principio, sentía cada vez más confianza. Cuando un grupo de sanadores se marchó tras debatir las instrucciones de Vinara para salvar al descarriado del envenenamiento, Dannyl se volvió hacia Rothen, con una sonrisa de disculpa.

—Me temo que estoy acaparando toda la atención, amigo mío.

Rothen se encogió de hombros.

—¿Qué atención? Apenas he tenido que eludir preguntas sobre Sonea.

—No. Tal vez han decidido dejarte en paz, para variar.

—Eso no es probable. Es solo que…

—Embajador Dannyl.

Al volverse vieron que lord Garrel se acercaba. Rothen frunció el ceño mientras el guerrero inclinaba la cabeza en señal de respeto. Nunca había tenido una buena opinión de Garrel, y seguía pensando que el mago habría podido esforzarse un poco más en convencer a Regin, su favorito, de que dejara de hostigar a Sonea.

—Lord Garrel —respondió Dannyl.

—Bienvenido a casa —dijo el guerrero—. ¿Está contento de haber regresado?

Dannyl se encogió de hombros.

—Sí, es agradable reencontrarme con mis amigos.

Garrel echó una mirada a Rothen.

—Nos ha prestado usted otro servicio encomiable. Y, por lo que he oído, ha sido un gran sacrificio para usted —se inclinó ligeramente hacia él—. Admiro su valor. Yo mismo no habría corrido un riesgo semejante. Pero, por otro lado, yo prefiero la acción directa a los subterfugios.

—Y además se le da mucho mejor, por lo que me han contado —contestó Dannyl.

Rothen se quedó estupefacto, y se volvió hacia otro lado para ocultar una sonrisa. A medida que se desarrollaba la conversación, él se alegraba cada vez más de haber acudido al Salón de Noche. Saltaba a la vista que en la corte de Elyne el embajador Dannyl no solo había aprendido a comportarse y hablar con mayor autoridad.

—Lord Garrel —dijo una voz nueva. Un joven alquimista rodeó el hombro del guerrero. Era lord Larkin, el profesor de arquitectura y construcción.

—¿Sí? —respondió Garrel.

—He pensado que le interesaría saber que Harsin ha expresado su deseo de hablar con usted sobre los progresos de su aprendiz en la asignatura de enfermedades.

El guerrero parecía contrariado.

—Entonces más vale que vaya a buscarlo —dijo—. Buenas noches, lord Rothen, embajador Dannyl.

Mientras Garrel se alejaba, Larkin hizo una mueca.

—Me ha parecido que les vendría bien que les rescatase —dijo el joven mago—. No porque usted lo necesitara, embajador. Lo que ocurre es que algunos hemos notado que aquellos con quienes Garrel entabla conversación tienden a ansiar una interrupción tarde o temprano. Por lo general temprano.

—Gracias, lord Larkin —dijo Dannyl. Se volvió hacia Rothen y le hizo una mueca—. Creía que éramos los únicos que nos habíamos dado cuenta.

—Bueno, dominar el arte de hacer que la gente se sienta incómoda requiere práctica. Suponía que Garrel le consideraría un objetivo fácil, después del escándalo que se ha montado por una minucia.

Dannyl arqueó las cejas, sorprendido.

—¿Usted cree?

—Bueno, no es algo ni remotamente tan terrible como… practicar la magia negra —dijo el joven mago. Miró a Rothen y se sonrojó—. No es que me crea lo que dice el rebelde, claro está, pero… —Tras echar un vistazo en torno al salón, retrocedió un paso—. Discúlpenme, embajador, lord Rothen. Lord Sarrin acaba de indicarme por señas que quiere hablar conmigo.

Larkin se despidió de ambos con una inclinación de cabeza y se alejó a toda prisa. Dannyl paseó la vista por la sala.

—Qué interesante. Sarrin ni siquiera está aquí.

—En efecto —respondió Rothen—. Es interesante, sobre todo eso de que necesitabas que te rescataran. Es evidente que no lo necesitas, Dannyl. De hecho, creo que ni siquiera te hacía falta que yo te acompañase —exhaló un suspiro exagerado—. En realidad resulta algo frustrante.

Dannyl sonrió de oreja a oreja y le dio unas palmaditas en el hombro.

—Debe de ser una gran desilusión, eso de ver a tus aprendices llegar lejos.

Rothen se encogió de hombros, y su sonrisa se transformó en una mueca.

—Ah, ojalá llegaran lejos, sí… pero no hasta Sachaka.