Capítulo Veitidos

SONNET volvió al mundo que mejor conocía, en Manhattan. Allí todo le resultaba familiar: el ruido del tráfico, el olor a humo de tubo de escape, a basura y a comida de los puestos callejeros, los empujones de la multitud, el ajetreo… Y, sin embargo, sentía que ya no encajaba en aquella vida. No se imaginaba volviendo a vivir como había vivido… antes. Antes de que su madre se pusiera enferma, antes de que naciera el bebé, antes de volver a Willow Lake.

Antes de haber mirado a la cara a su mejor amigo y haber encontrado algo especial y raro con Zach, una pasión profunda y un amor que nunca había sentido. Y, sin embargo, pese a lo que sabía su corazón, se preguntaba si podría durar. Los dos entendían el precio que tendrían que pagar por estar juntos. Ella tendría que renunciar a sus planes para el futuro. La vida con la que siempre había soñado le imponía dejarlo todo atrás, incluido a Zach. Por lo menos, temporalmente.

Se sintió muy sola mientras hacía las maletas y empaquetaba cosas para dejarlas en un guardamuebles o donarlas a alguna organización caritativa. Echaba de menos a los niños de Camp Kioga, y le preocupaba que algunos de ellos hubieran tenido que volver a una vida llena de peligros y de riesgos, en la ciudad. Echaba de menos a Jezebel, y su trabajo con el resto del equipo. Echaba de menos a su familia, y no podía dejar de pensar en Zach.

Así de desanimada, fue a ver a su padre, con la esperanza de oír alguna palabra de ánimo. Él la invitó a una cena de despedida en su casa, lo cual era una oportunidad poco frecuente para Sonnet. Su esposa y sus hijas se comportaron con la misma cordialidad de siempre, y no mencionaron la fealdad del escándalo. Sonnet se daba cuenta de que siempre sería la intrusa, por muchos sueños que hubiera tenido y lo que hubiera conseguido. Su verdadera familia no estaba allí, en aquella casa lujosa y confortable. Su lugar estaba junto a Nina, su madre, que lo había sacrificado todo con tal de darle una buena vida. Su padre no había sacrificado nada por ella, y su interés dependía de lo que ella consiguiera.

Después de la cena, Sonnet abrió la caja de bombones que había llevado.

- Entonces, ¿estás contenta por irte a Bután? -le preguntó Layla.

- Mucho. Tengo mucha suerte de poder seguir optando a esa beca.

- La suerte no ha tenido nada que ver.

- Ah, gracias. Te agradezco el voto de confianza.

- No, no me refiero a eso. Bueno, ya sé que eres muy inteligente, pero, ¿suerte? Eso lo ha hecho papá.

Sonnet sintió un escalofrío.

- ¿Te lo ha dicho él?

- No. Le oí contárselo a Orlando.

¿Orlando?

Su expresión debió de delatarla. Layla le tocó el brazo con suavidad.

- Mira, sé que seguramente piensas que con nuestro padre siempre hemos tenido una vida perfecta. No me malinterpretes; es fantástico, pero con nosotras es el mismo hombre que es contigo: exigente y difícil. Mi madre es una perfeccionista. Yo también siento la presión, y no es fácil.

- Vaya… Yo… Gracias por decirme eso -murmuró. De repente, se sintió más cerca de su hermanastra-. Toma otro bombón -dijo. A ella se le habían pasado las ganas por completo-. Me gustaría que me contaras más cosas.

Un poco después, fue a ver a su padre a su despacho. Aquella estancia era como el Despacho Oval en miniatura. Tenía un escritorio enorme junto a uno de los ventanales, una alfombra azul marino y una consola sobre la que descansaban varios ordenadores portátiles, con diferentes ventanas abiertas. Aquel espacio irradiaba poder y control, y en cierto modo, era un reflejo de su padre.

Él estaba sentado, escribiendo algo en un cuaderno. Era zurdo, como ella. A Sonnet siempre le había gustado que los dos fueran zurdos.

- He venido a despedirme -le dijo.

Él sonrió y se puso en pie.

- Seguro que tendrás que recoger muchas cosas y hacer el equipaje.

- Sí, tú lo sabes bien.

El tono de voz de Sonnet hizo que al general se le borrara la sonrisa de los labios.

- ¿El qué?

- Todo lo que es necesario hacer con tal de sacarme del país.

A él se le escapó una carcajada.

- ¿Por qué me da la sensación de que has venido a reprocharme algo?

- Porque he venido a eso. Tú amañaste la concesión de la beca en ambas ocasiones, solo para librarte de mí durante la campaña.

- Estás muy bien cualificada para ese trabajo. Quienes han ganado esa beca en el pasado lograron el reconocimiento mundial.

Sonnet se recordó que su padre era un político, y un político muy bueno. No estaba dispuesto a admitir nada. En vez de aceptar la responsabilidad de lo que había hecho, estaba intentando halagarla. Su padre había tramado un plan para enviarla al extranjero y no tener que responder preguntas sobre el pasado. Después, cuando ella había renunciado a la beca, había intentando que se comprometiera con Orlando para que fuera más respetable. Eso también había fallado, así que él había vuelto a aferrarse a la solución de la beca. Sonnet debería haber sabido que aquel puesto no se lo hubieran ofrecido nunca por el solo mérito de su cualificación.

- En realidad, no quiero discutir. Solo quiero que sepas que tengo otros planes. Tú eres un candidato maravilloso, y sin duda, saldrás elegido, pese a lo que digan sobre tu pasado tus oponentes. Eso no me preocupa en absoluto.

- Sonnet.

- Ya está. Ahora, te dejo. Veo que estás ocupado.

Se sintió liberada de una forma extraña. No iba a permitir que su padre la manipulara más. No podía estar siempre bajo su influencia. A su manera, su padre le tenía afecto, pero aquello era muy limitado. Su amor por ella estaba siempre condicionado a que consiguiera metas muy altas, a que sus logros estuvieran reconocidos con una corona de laurel.

Por hábito, miró los mensajes del teléfono móvil. Tenía uno de Zach: Tu amigo Orlando fue quien filtró el vídeo. Pregúntaselo.

Ella metió el teléfono en el bolso, lentamente.

- En cuanto al vídeo…

Él frunció el ceño.

- Como ya te he dicho, Orlando se está ocupando de ello.

- Querrás decir que Orlando se ocupó de ello. ¿Por qué no le preguntas quién lo filtró?

- ¿Qué estás diciendo?

- Que fue él. No sé cómo, pero creo que sé por qué.

- Él nunca haría algo tan perjudicial para mi campaña.

- A no ser que le esté haciendo un favor a Delvecchio.

Era muy probable que Orlando quisiera ponerse de parte del ganador, y ahora que Delvecchio iba por delante, él había podido cambiar de lealtades fácilmente. Porque, para un tipo como Orlando, la lealtad era algo relativo.

- Eso es absurdo.

- Entonces, seguro que no te importará preguntárselo.

- Muy bien, lo haré. Pero son imaginaciones tuyas, Sonnet.

- Pregúntaselo.

- He dicho que lo haré. Cuanto antes dejemos atrás todo esto, antes podremos seguir avanzando. Supongo que sigues pensando en aceptar la beca.

Ella estuvo a punto de echarse a reír. Su padre, simplemente, no lo entendía.

- No. Tengo otros planes.

- Mira, me parece que te has disgustado por algo, pero no permitas que los niños de Bután sufran por ello. Te necesitan, Sonnet. Tú has sido elegida por un motivo, y esto puede abrirte muchas puertas.

Aquella era la misma perorata que llevaba oyendo desde que había conseguido una plaza en la Universidad Americana y él la había tomado bajo su protección. Sonnet tenía que admitir que su padre era persuasivo, como cualquier buen político.

Claramente, la beca sería un importante triunfo personal, y una forma de conseguir que su padre se sintiera orgulloso, pero ya estaba cansada de vivir para su padre.

- Siempre lo he planeado todo y, en cierto modo, eso ha sido mi fracaso -le confesó-. Estaba tan ocupada haciendo planes y cumpliéndolos que se me olvidó quién soy. Perdí mi camino. Solo espero poder encontrar el camino para volver a casa.

- Estás en casa -dijo él-. Tu madre está bien. Ese era tu objetivo cuando volviste a Willow Lake a cuidar de ella. Ahora tienes que volver a tomar el rumbo correcto.

- Eso es exactamente lo que voy a hacer -replicó ella, y se fue hacia la puerta-. Buena suerte con las elecciones. Siempre has tenido mi voto.