Capítulo Diecinueve

- LE he traído una cosa a tu madre -dijo Zach, que se acercaba por el camino hacia la casa de Greg y Nina.

Sonnet apartó su ordenador portátil. Estaba sentada en su sitio favorito del porche, organizando la información para la empresa de relaciones públicas que había contratado Mickey Flick Productions. Era raro pensar que la grabación del programa estuviera terminando. Las largas horas y las semanas de filmación habían creado un gran archivo. Con aquel archivo se montaría el programa.

Sonnet se puso en pie y se cruzó de brazos.

- ¿Más marihuana?

- No, hoy no.

Zach llevaba unos pantalones vaqueros estrechos, una camiseta negra y unas zapatillas de deporte, y con el pelo despeinado, estaba increíblemente sexy. Por mucho que ella intentara verlo como al viejo Zach, el niño con el que había crecido, no podía negar que había cambiado.

- Entonces, ¿qué?

- Ven conmigo -le dijo él, y le tendió la mano.

Sonnet vaciló. Después la tomó y lo siguió hacia la furgoneta. Sus manos se unieron con una facilidad

asombrosa, y ella sintió ternura y confusión. Zach abrió la puerta y sacó una pequeña caja de madera.

- He encontrado una cosa.

- ¿El qué? ¿Un animal salvaje?

- Es una perra. Iba y venía por la carretera, de aquí a Camp Kioga y vuelta -explicó Zach. Abrió el cajón y sacó un bulto de color plateado que se no dejaba de moverse-. La llevé al refugio, pero no la reclamó nadie. Así que hoy la he recogido otra vez.

La perrita saltó al suelo y se puso a corretear entre sus piernas.

Sin poder evitarlo, Sonnet se rió al verla.

- ¿Y por qué le has traído esto a mi madre?

- Para ver si quiere adoptarla. Mi casero no me deja tener animales en el apartamento, así que he pensado que tal vez tu madre y Greg…

- Zach, es fantástico. Una buenísima idea.

- ¿De verdad?

- No te sorprendas tanto.

- Creía que me ibas a gritar.

- Yo nunca te grito.

- Me gritas todo el tiempo.

- Claro que no -dijo ella. Notó que estaba alzando la voz, y se dio la vuelta-. Vamos a ver si mi madre quiere adoptarla. Greg y ella acaban de terminar de cenar.

La perrita recorrió el camino como si ya fuera la propietaria de la casa, y entró por la puerta en cuanto Sonnet la abrió. Greg y su madre estaban viendo la televisión. Nina se había quitado la peluca antes de acostarse. Sonnet ya se había acostumbrado a verla sin pelo; de hecho, pensaba que tenía un aspecto muy cool, con la cabeza tan suave y tan pálida como la luna llena. Nina vio a Zach y alzó una mano.

- Hombre, hola -dijo. Entonces se fijó en la perrita-. ¿Quién es?

- Es una perra abandonada -dijo Zach-. Acabo de sacarla del refugio de animales. Está vacunada, y necesita una familia. ¿Te interesa?

- ¿Nos has traído una perra? -preguntó Greg.

- Me ha traído una perra a mí -puntualizó Nina-. Comenté que quería tener perro. Y, sí, estoy absolutamente interesada.

Se inclinó hacia abajo y se dio unas palmaditas en el muslo. La perrita saltó ágilmente a su regazo, trepó por su vientre abultado, posó las patitas en sus hombros y se colocó como si le estuviera sonriendo.

- Voy a llamarla Jolie -dijo Nina.

- ¿Como Angelina Jolie? -preguntó Zach.

- Por favor. No. Como Jolie Madame. Es el perfume favorito de mi madre. Jolie significa «bonita» en francés. Oh, Greg. Mira qué guapa es.

Greg puso cara de indulgencia mientras observaba a la perrita. Era un animal que solo podía parecerle guapo a una madre amorosa. Era un cruce de caniche y, por sus patitas cortas, tal vez de dachshund, además de una combinación misteriosa de otras razas.

- Creo que ha sido un éxito -le dijo Sonnet a Zach.

- Yo sé que ha sido un éxito -dijo Nina-. Muchas gracias, Zach.

- ¿Y no va a ser demasiado, además del bebé? - preguntó Greg.

Nina se echó a reír.

- ¿Es que no puedes con todos nosotros? -le preguntó a su marido.

- Eh, estoy preocupado por ti.

- Después de este verano, yo puedo con todo.

- Estupendo -dijo Zach, y se metió las manos en los bolsillos traseros del pantalón, como si fuera un tío orgulloso. Después se volvió hacia Sonnet-. ¿Me ayudas a traer las cosas de Jolie?

- Claro -dijo Sonnet, y lo siguió hasta la furgoneta-. Bueno, hoy he estado paseando con Jezebel, ¿sabes? -le comentó, en un tono algo nervioso-. Y ella me ha dicho que debería contarte que he roto con Orlando.

A él se le pusieron los hombros tensos.

- ¿Y por qué deberías contármelo?

- Porque somos amigos, ¿no? Nos contamos las cosas. Así que yo te lo estoy contando. Si quieres más detalles…

- Nooo. No me interesan demasiado los detalles de tu ruptura con un hombre con el que no deberías haber estado nunca, para empezar.

- Eres muy grosero. Te estoy contando algo personal, y tú te pones grosero.

- ¿Estás destrozada? ¿Se te ha roto el corazón? ¿O ya te has olvidado de ese tipo?

- No. Solo estoy… decepcionada conmigo misma.

- Entonces, ¿esto es una insinuación? -le preguntó él sin rodeos.

- ¡Zach! -exclamó ella, con las mejillas ardiendo-. No puedo empezar otra relación en medio de lo que está pasando con mi madre.

- Claro que sí. Todo es cuestión de motivación.

- Lo tomaré en consideración -dijo ella, y cuando iban hacia la furgoneta, añadió-: Has sido muy bueno al pensar en esto.

- Soy bueno -dijo él-. Siempre he sido buena persona.

- Totalmente de acuerdo.

- Entonces, ¿por qué lo estás pasando tan mal al enamorarte de mí?

- ¡No es cierto!

- ¿No es cierto qué? ¿Que lo estás pasando mal, o que te estás enamorando de mí?

- Ninguna de las dos cosas. Zach…

- Sonnet -dijo Greg desde el porche.

Ella se quedó petrificada. En su tono de voz y su expresión había algo que galvanizó todas las células de su cuerpo. Zach estaba muy cerca de ella. En un segundo, Sonnet lo percibió todo: cómo le movía el pelo el viento, y cómo se le relajaban los músculos de los brazos cuando se detuvo con la caja de cosas de la perra. Oyó su propia respiración acelerada, y el crujido de la gravilla bajo sus pies, cuando se giró hacia él para decirle algo que él ya sabía:

- Ocurre algo.

La sala de espera del hospital estaba abarrotada. Entre los Romano y los Bellamy, las visitas ocupaban todos los bancos y los asientos disponible, aunque muchos de ellos estuvieran paseándose de un lado a otro, hablando en voz baja mientras esperaban noticias.

Sonnet estaba aterrorizada. Todos intentaban consolarla y darle ánimos, pero ella no asimilaba sus palabras. Nina era muy querida, y por eso estaba allí todo el mundo, pero nadie podía saber lo que estaba pasando Sonnet en aquel momento. Se trataba de su madre. Su madre.

La abuela estaba sentada entre las tías y los tíos de Sonnet, moviendo las cuentas del rosario lentamente entre los dedos temblorosos. Por parte de los Bellamy estaban los padres de Greg, Charles y Jane, con aspecto de agotamiento y desesperación. Como la abuela, se habían puesto eufóricos al saber que iban a tener un nieto, pero estaban consumidos por la preocupación.

La tensión y el miedo que se respiraban en la sala de espera eran como un cepo invisible alrededor del pecho de Sonnet. Estaba junto a la ventana, agarrada al alféizar, mirando hacia fuera. El hospital estaba en la confluencia del río Schuyler con el Hudson, y los Catskills se veían en la distancia. Sonnet solo podía mirar al aparcamiento, donde la gente iba y venía. Personal sanitario, visitas, pacientes, equipos de urgencias…

Cuando la furgoneta de Zach apareció en el aparcamiento, Sonnet no se libró de la preocupación, pero al menos notó que el estrés disminuía un poco. No tenía sentido, pero solo el hecho de verlo la calmaba.

- Voy a tomar un poco el aire -dijo, a todo el mundo en general, y salió hacia el ascensor.

Se encontró con Zach en el aparcamiento. Él abrió los brazos, y ella se estrechó contra él. No tuvieron que decir nada. Ella notaba la preocupación de su amigo, y sabía que él podía sentir la suya. Se quedaron inmóviles durante unos segundos, y después él retrocedió.

- Cuéntame.

- Rompió aguas -empezó a explicar Sonnet mientras volvían a la sala de espera-. Se supone que todavía faltaban cinco semanas, así que el niño no tiene los pulmones completamente desarrollados. Van a darle a mi madre antibióticos y esteroides para ayudar a que maduren los pulmones del bebé y para que ella lo retenga un poco más.

Sonnet podía decir con sinceridad que ya no odiaba al bebé. Nadie tenía la culpa de que Nina se hubiera puesto enferma, y mucho menos el bebé.

Greg apareció en la sala de espera con la bata médica arrugada y con la mirada perdida. No, pensó Sonnet. Por favor, no…

Greg se apoyó en la pared, tomó aire y miró a todos los que estaban en la sala de espera.

- Es un niño -dijo-. Lucas Romano Bellamy y su madre están bien.

Hubo un momento de silencio. Después, todo el mundo estalló en felicitaciones y preguntas, en expresiones de alivio, carcajadas y lágrimas. Sonnet se abrió paso hacia Greg.

- ¿Puedo ver a mi madre?

- Pronto -dijo él-. Eres la primera de la fila. ¿Dónde demonios está Max? Por fin tiene al hermanito que quería desde que era pequeño.

- Voy a ver si puedo dar con él.

Sonnet sacó su teléfono. «Demonio de Max. Tan poco fiable como siempre», pensó Sonnet. Seguro que estaba tardando en llegar con la esperanza de perderse el drama.

Max respondió al teléfono al tercer tono.

- ¿Diga?

- ¿Dónde estás?

- ¿Cómo está Nina?

- Está bien. El bebé también.

- Dios Santo. Eso es un alivio.

- ¿Dónde estás?

- Llegando. Baja al aparcamiento.

- Max…

La comunicación se cortó.

- ¿Va todo bien? -preguntó Zach, reuniéndose con ella en el ascensor.

Antes de poder contenerse, Sonnet se desplomó contra él, abrumada por el alivio.

Zach no dijo nada. Ninguno de los dos dijo nada mientras bajaban. Cuando se abrieron las puertas, se separó de Zach e intentó recuperar la compostura.

Salieron del ascensor. Al mismo tiempo, Daisy entró por las puertas giratorias al vestíbulo. Las chicas corrieron una hacia la otra y se abrazaron.

- Oh, cuánto me alegro de verte otra vez -dijo Sonnet, y se apartó para observar a su hermanastra, rubia, sonriente, de ojos azules y brillantes.

- Te he echado mucho de menos -dijo Daisy-. Mi padre me ha dicho que tu madre y el bebé están bien.

- Sí. Vamos a subir. ¿Has venido sola?

- Es la primera vez que dejo al niño con su padre. Tenía que suceder en algún momento -dijo Daisy. Entonces, vio a Zach junto al ascensor-. Eh, hola. ¡Cuánto tiempo! - exclamó, y lo abrazó a él también.

- Me alegro de verte, Daze -dijo Zach-. Eh, Max, hola.

Los cuatro entraron de nuevo al ascensor, Sonnet se sintió muy reconfortada por un sentimiento increíble. Cuando la familia y los amigos se reunían para apoyarse, se producía una magia especial.

- Esta fotografía es de un genio -dijo Sonnet, observando la pantalla del ordenador por encima del hombro de Daisy. Estaban mirando las fotografías que había tomado Daisy.

- Gracias. Aunque no es muy difícil hacer un buen

trabajo fotografiando a una madre y a su recién nacido.

- Mi madre tiene un recién nacido -repitió Sonnet-. Es tan… raro. De una buena manera.

Daisy se había superado a sí misma documentando el día del nacimiento del bebé. La fotografía no era solo su trabajo, sino también su pasión. Al contrario que Sonnet, Daisy nunca se cuestionaba su profesión. Era vocacional.

- En esta foto estás muy feliz -dijo Daisy, mostrándole a Sonnet una imagen de sí misma con el bebé en brazos, un niño de dos kilos setecientos gramos que solo había pasado unas horas en la incubadora hasta que los médicos lo declararon sano pese a haber sido prematuro-. Dios Santo, el pelo corto te queda maravillosamente.

- ¿Tú crees? -preguntó Sonnet, observando el monitor-. ¿Crees que debería llevarlo siempre corto?

Daisy hizo clic con el ratón y le mostró otra imagen, en la que Sonnet estaba mostrándole orgullosamente el bebé a Zach.

- A él lo vuelve loco. Está loco por ti, creo.

Sonnet se ruborizó y apartó la mirada.

- ¿Qué pasa? -le preguntó Daisy-. Vosotros dos… siempre habéis estado muy unidos, pero ahora hay algo más. Lo he notado. Y ya sabes lo que dicen: la cámara no miente.

- Tampoco yo puedo mentirte a ti, Daze. Tengo problemas. Problemas de hombres. He roto con Orlando.

- ¿De verdad? Oh, Sonnet, lo siento. Creía que os iban bien las cosas.

- Sí… y no. Las cosas llevaban tensas una temporada. Pero, de todos modos, tienes razón: éramos compatibles. Así que ni siquiera ahora estoy segura de que haya hecho bien rompiendo con él.

- No dudes de ti misma. Haz lo que te diga tu corazón.

- Zach y yo estamos… No puedo dejar de pensar en él, y eso no es bueno. Me estoy haciendo un lío.

- Creo que tú no tienes ningún problema -dijo Daisy.

- No es tan fácil. Nosotros no… No podemos…

- Tal vez sí puedes, Sonnet. Pregúntatelo a ti misma, no a mí.

- Zach le trae marihuana y perritos a mi madre. Me hace reír, y no está siempre ocupado, corriendo de un sitio a otro… Me abraza cuando no hay palabras. Pero Orlando le consiguió una consulta con la mejor oncóloga del país. ¿Soy idiota por no haberlo elegido?

- ¿Y si eliges basándote en lo que sientes por el hombre en cuestión, y no por cuánto ha ayudado a tu madre?

- Sí, claro. Pero en este momento no soy capaz de separar ambas cosas. Ah, Daisy. No sé qué hacer.

- No te fíes de mis consejos. Yo no soy ninguna experta a la hora de elegir entre dos hombres. Tardé toda la vida en conseguirlo.

- Yo no tengo tanto tiempo.

- Tómate las cosas con calma. No tomes ninguna decisión importante hasta que hayas terminado las cosas en Avalon.

- Ahí está el quid de la cuestión. Ya he terminado. Por supuesto, voy a quedarme una temporada más para ayudar a mi madre en todo lo que necesite, pero tanto Greg como ella quieren recuperar su privacidad. Y eso es lo que más miedo me da: No tengo ni idea de qué voy a hacer.

Aunque fuera pequeño, el bebé tenía buenos pulmones y un apetito voraz, y la cara de manzana madura. Tenía el pelo oscuro, unos rasgos adorables de duende y unos ojos oscuros, profundos, hipnóticos.

Ver tan de cerca el comienzo de una nueva vida había tenido un impacto en Sonnet. Aquello era la esencia de la vida, lo más elemental, y resultaba aún más valioso por los riesgos y el dolor que había soportado Nina. Sonnet tenía el corazón lleno de gratitud. Veía a su madre, al mundo, a sí misma y al pueblo con nuevos ojos. Antes pensaba que Avalon era el pueblo más pequeño e insignificante del mundo, pero ya no se sentía así. La enorme fuerza que había sentido cuando toda la comunidad se había reunido alrededor de su madre le resultó asombrosa. La ternura de un hombre cuando sonríe a su esposa, el olor del pan recién hecho por las manos de un amigo, los sonidos que tan a menudo ahogaba el ruido de ciudad, los ladridos de los perros, las risas de los niños, el rumor del agua de un río… Se preguntó por qué tenía tantas ganas de marcharse cuando estaba creciendo allí.