Capítulo 18

—¿Te hizo daño? —Mason le puso una mano en la rodilla—. ¿No era el marido de tu madre?

—Sí, pero también era nuestro mánager. Se encargaba de mi carrera y de la de Tracy antes de casarse con mamá —se sentía agradecida por la compañía y el tacto de Mason. Era la clase de apoyo que solo un amigo de confianza podía dar—. Alan era, y sigue siendo, un peso pesado en Hollywood. Mi madre creía que tenerlo con nosotras era mejor que ganar la lotería. Estaba absolutamente fascinada con él. No lo creía capaz de hacer nada malo. 

—¿Como una especie de santo?

—Exacto. Pero al principio no consiguió que nuestras carreras despegaran. No conseguíamos ningún papel importante y Alan convenció a mi madre de que la culpa era nuestra por no esforzarnos lo suficiente.

Mason sacudió la cabeza con rabia contenida.

—Solo erais unas niñas.

—Pero se esperaba de nosotras que nos convirtiéramos en estrellas... en las niñas más queridas de Hollywood.

—¿Qué pasó? —preguntó él—. ¿Qué os hizo ese cerdo?

—Primero empezó a hacerle daño a Tracy. Era la más buena y la más fácil de manipular —agarró una hoja caída y la sostuvo en la mano—. Si no estaba satisfecho con nuestro trabajo, la castigaba duramente. Le tiraba del pelo y le retorcía los brazos a la espalda. Y eso fue solo el comienzo... Luego se volvió más y más violento.

Mason también miraba la hoja.

—¿Dónde estaba tu madre mientras tanto?

—En el trabajo. Confiaba ciegamente en Alan y nos dejaba a su cargo. Y luego se casó con él y así nos tuvo a su merced todo el tiempo.

Mason hundió los talones en la tierra.

—¿Abusó sexualmente de vosotras?

—No, pero a veces venía a nuestra habitación por la noche para hacerle daño a Tracy. Yo intentaba protegerla e hice todo lo posible por mantenerlo alejado de ella. Como hermanas estábamos muy unidas, pero aquel infierno nos unió aún más. Yo era todo lo que ella tenía.

—¿No se lo contaste a tu madre?

—Tracy me suplicó que no lo hiciera. Alan nos amenazó para que no dijéramos nada. Además, teníamos miedo de que mamá no nos creyera. Alan nunca le dejaba marcas a Tracy, de modo que no teníamos pruebas.

—¿Cuándo empezó a hacerte daño a ti?

—Siempre me estaba amenazando, pero no empezó a hacerme daño hasta después de la muerte de mi hermana. Yo estaba destrozada por la pérdida y él debió de verme como una presa fácil. Pero encontré una forma de luchar. Decidí emplearme con todas mis esfuerzas para convertirme en estrella. Y cuando me hiciera rica y famosa despediría a Alan y lo echaría para siempre de mi vida —dejó la hoja en el suelo, con cuidado de no aplastarla. Recordaba cuánto le había gustado a Tracy jugar en el bosque y en el parque—. Demostraría que era más poderosa que él.

—¿Lo despediste?

—Sí. Al cumplir los dieciocho. Alan se hizo el héroe herido y mi madre me acusó de ser una traidora y una ingrata. Yo ya había tenido suficiente y le dije todo lo que Alan nos había hecho a Tracy y a mí.

—Pero ella no te creyó...

—No. Y me aseguró que sin Alan mi carrera se resentiría. Efectivamente, así fue. Al pasar de estrella infantil a actriz adulta tuve que volver a demostrar mi valía. Fue muy duro —soltó un profundo suspiro—. Alan y mi madre dejaron de prestarme atención, convencidos de que nunca más volvería a tener éxito.

—¿No le contaste a la prensa lo que había hecho Alan?

—No lo hice hasta más tarde, después de que mi madre escribiera aquel libro, pero para entonces ya era demasiado tarde. Casi nadie me creyó. Todos pensaban que solo intentaba vengarme de mi madre.

—¿Por qué escribió ese libro? Ya no tenías nada que ver con ella. ¿Qué intentaba conseguir?

—Creo que lo hizo por resentimiento. Yo acababa de encauzar otra vez mi carrera y ella estaba celosa de que lo hubiera conseguido sin ella y sin Alan —el pecho le dolía por la traición que le había roto el corazón—. Aquel libro me destruyó. Mi madre lo tergiversó todo. Me mostró como un bicho malo, una niña mimada y difícil que intentaba arruinar el matrimonio de su madre. Después de eso, los paparazzi no me dejaban en paz. Me seguían a todas partes y se inventaban toda clase de historias escabrosas sobre mí.

Frunció el ceño y se preparó para recitar la peor parte.

—¿Te acuerdas de la película Querídisima mamá? Bien, pues el libro La ingenua va a ser llevado al cine y están pensando en titular la película Queridísima hija.

Mason le agarró la mano.

—¿Por qué cambiaste de aspecto? ¿Para convertirte en otra persona?

Ella entrelazó los dedos con los suyos.

—Necesitaba algo de paz y llevar una normal. Me estaba volviendo loca.

—Lo entiendo, Beverly. De verdad que lo entiendo. Pero ¿cuánto tiempo podrás seguir escondiéndote y huyendo como una fugitiva? Lo que estás viviendo ahora no es una vida normal.

—Sí, para mí sí lo es.

—No, no lo es —replicó él—. Ven a casa conmigo. Conoce a mi familia. Forma parte de algo real.

Beverly contuvo las lágrimas a duras penas. Su noble Mason con un corazón de oro. Se preocupaba de verdad por ella, pero lo que sugería no podría salir bien.

—¿No te das cuenta del daño que podría causarnos a todos? A tu familia, a ti, a mí...

—¿Por qué? Nadie sabe quién eres.

—Tú lo has descubierto. Y si me ven con una conocida familia del valle alguien empezará a atar cabos sueltos —le agarró la mano con fuerza—. Los Ashton, los Sheppard y Darby Quinn... La prensa se frotaría las manos.

Era el peor escenario que podía imaginar.