Capítulo 16

Beverly abrió la puerta y se encontró con la extraña expresión de Mason. La miraba como si estuviera viendo a un fantasma.

Los nervios se apoderaron de ella. ¿Lo habría descubierto todo?

—Hola —lo saludó en el tono más despreocupado posible—. No esperaba verte hoy —se echó hacia atrás para dejarlo pasar.

Él entró en la casa y a Beverly le pareció oír los latidos de su corazón. ¿O sería el suyo propio?

Mason iba vestido para el tiempo de enero. Varias capas de tela vaquera y con una chaqueta, cinturón y botas de color terroso, como el suelo de donde crecían las uvas. El pelo le caía sobre la frente y sus ojos brillaban intensamente.

Como el cielo de un día inestable.

Beverly deseó que sonriera. Quería ver sus hoyuelos y la expresión juvenil que la atrajo desde el primer momento.

Entonces bajó la mirada y vio la revista que llevaba enrollada en la mano. No era un periódico sensacionalista, pero eso no significaba que no hablaran de Darby en ella. Las publicaciones serias también publicaban fotos y artículos sobre ella.

—Di algo, Mason.

Él le tendió la revista.

—Mercedes me ha dado esto.

Beverly no la abrió. La mantuvo enrollada, igual que había hecho él.

—¿Por qué te la ha dado?

—Porque pensó que el artículo sobre Darby Quinn podría interesarme. Estaba enamorado de Darby y pasé gran parte de mi juventud viéndola en televisión y en el cine —hizo una pausa para respirar—. Siempre me pareció que se sentía sola y desamparada. Una chica suave y angelical a la que yo quería proteger —volvió a respirar—. Como tú.

Beverly rezó por que no le hubiera hablado a su hermana de ella.

—¿Estás enfadado?

—No. Estoy confundido. No sé si lo que dice el artículo es cierto.

—Yo tampoco. No lo he leído ni quiero hacerlo —arrojó la revista a la mesita. Las páginas se agitaron como el abanico de una geisha.

—Necesito respuestas.

Ella asintió. No podía seguir negándole la verdad. Nunca se la había negado a nadie. Le había contado a la prensa su versión de la historia, pero los medios se habían dedicado a magnificar las mentiras.

Como en el libro La ingenua.

—Preferiría hablar fuera —empezaba a sentir claustrofobia entre aquellas paredes—. Voy a ponerme el abrigo y los zapatos.

Él accedió y Beverly fue a su habitación. Sacó una chaqueta de piel del armario y se puso unas botas similares a las que llevaba Mason. El terreno boscoso que rodeaba la casa era muy accidentado, con senderos de tierra y vegetación autóctona.

Volvió al salón, donde la esperaba Mason. Sus miradas se encontraron y ella quiso buscar consuelo en sus brazos y fingir que él la llevaba a un mundo de fantasía donde no había paparazzi. Pero era demasiado realista. Tenía que enfrentarse a la situación, al presente, y seguir ocultándose de la prensa.

—¿Lista?

—Sí —sintió que quería tocarla, pero Mason se mostraba muy cauto y receloso para no verse atrapado otra vez por sus emociones.

Salieron y caminaron entre los árboles. El viento mecía las hojas y algunas caían lentamente al suelo. Y entonces Mason se giró hacia ella y la hizo detenerse.

—¿Eres Darby Quinn? —le preguntó—. ¿O eres su hermana?