Capítulo 1
Beverly se quedó inmóvil tras el volante, aturdida por el impacto. Acababa de embestir a una camioneta de costado con su Karmann Ghia en la región vinícola de Napa Valley, California.
Su refugio y escondite se había convertido de repente en su peor pesadilla.
Toda la culpa era suya. Conducía con la cabeza en otra parte y al llegar al cruce no se detuvo ante la señal de Stop para cederle el paso al otro vehículo.
El conductor se bajó del Dodge grande y negro. Era alto, más de metro ochenta, con el pelo rubio y alborotado. Vestía unos vaqueros deshilachados y unas botas llenas de arañazos, y debía de tener unos veinticinco años, más o menos igual que ella.
Beverly rezó por que no insistiera en rellenar el parte de accidente, porque entonces habría que llamar a la policía y ella tendría que mostrarle su carné falso a un agente de la ley. Y si descubrían el engaño, la detendrían para interrogarla y...
Levantó la mirada cuando el conductor llegó junto a la ventanilla. Hizo acopio de valor y bajó el cristal. El hombre se inclinó hacia delante para ofrecerle una imagen clara y despejada de su rostro. Sus ojos eran de un azul eléctrico y sus rasgos rezumaban un encanto infantil a pesar de la barba incipiente que ensombrecía su recia mandíbula. Seguramente se le formaban hoyuelos al sonreír.
Pero en aquellos momentos no estaba sonriendo, lógicamente.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó el hombre.
Ella se limitó a asentir.
—¿Está segura?
—Sí —agarró la manija de la puerta y él se apartó para permitirle salir del coche. Tenía que demostrarle que se encontraba bien, aunque no dejaran de temblarle las rodillas—. Lo siento muchísimo... Si puede hacer una estimación de los daños se los pagaré enseguida. Y en metálico —añadió rápidamente para disuadirlo de contactar con la compañía de seguros. Llevaba con ella mucho dinero, aunque se cuidaba de no aparentarlo.
Los dos se acercaron al lugar del impacto. Ambos vehículos presentaban abolladuras, pero poco más. Beverly suspiró con alivio. Había temido que el morro de su Ghia amarillo pareciera una margarita aplastada.
Se pusieron a intercambiar los datos. El hombre se llamaba Mason Lucas Sheppard y vivía en una finca llamada Los Viñedos.
—Mi familia es la propietaria de los Viñedos Lauret —le explicó—. Se encuentran aquí, en el valle, pero yo paso casi todo el tiempo recorriendo las bodegas de Francia. Estoy estudiando vinicultura —sonrió y, efectivamente, se le formaron hoyuelos—. Es el mejor trabajo del mundo... aunque de vez en cuando sienta nostalgia. Pero esto no se lo digas a nadie. Dañaría mi imagen internacional.
Estaba siendo muy pródigo en detalles, pensó Beverly, sobre todo con alguien que acababa de embestir su camioneta. Intentó devolverle la sonrisa, pero no tenía fuerzas para fingir. Sentía como la traspasaban aquellos ojos llenos de preocupación.
Él le puso una mano en el hombro, muy suavemente, casi sin rozarla.
—¿De verdad está bien? ¿No ha sufrido ninguna herida?
Su tono de sincero interés le llegó al corazón. Beverly llevaba más heridas en su interior de lo que él pudiera imaginar.
—Ha sido un día horrible...
Sus ojos volvieron a encontrarse y Beverly se dio cuenta de que estaban en medio de una carretera desierta, mirándose el uno al otro. Pensó en lo pálida que debía parecer, con su pelo teñido de negro acentuando la blancura de su piel.
Él, en cambio, parecía fuerte, seguro e imponente.
—¿Me permite invitarla a cenar? —le preguntó inesperadamente—. Una forma de compensar un día horrible...
Santo Dios. Aquel hombre le estaba proponiendo una cita. A ella. A la impostora Beverly Clark.
Quería salir con él, permitirse soñar y fingir que un guapo desconocido podía cambiarle la vida. Pero lo que hizo fue sacudir la cabeza y declinar su invitación.
Tenía que protegerse contra todo y contra todos.