Capítulo 14
Mason miró expectante a Beverly, esperando su respuesta.
Ella negó con la cabeza.
—No. No conozco personalmente a Spencer Ashton.
—Entonces ¿dónde está el problema? ¿Por qué te comportas de un modo tan extraño?
“Porque tu relación con una de las familias más famosas del país podría poner mi identidad en peligro”, pensó ella.
—He leído sobre Spencer en la revista Fortuna. Es el dueño de uno de los bancos de inversión más importantes de San Francisco, y también del viñedo más próspero de Napa Valley —miró la foto—. La gente hace cola por visitar sus bodegas, y todas las parejas quieren casarse en su finca.
—Es multimillonario, ¿y qué?
—No es solo rico. También famoso, igual que su mujer —levantó el periódico—. La prensa siempre habla de ella.
—¿Lilah? —pronunció el nombre con desprecio—. No es nadie, Beverly. Era la secretaria de Spencer, con quien él engañó a mi madre.
—Puede ser, pero ella se ha hecho un hueco en la alta sociedad. La haut monde —añadió en su limitado francés.
—¿Y eso qué tiene que ver contigo? —Mason se removió en la cama—. ¿Tú también has sido una persona conocida y ahora intentas pasar desapercibida?
—No —pero si la prensa descubriera que se estaba acostando con un familiar de Ashton la vida de Mason no volvería a ser la misma, ni tampoco la suya.
Mason debió de darse cuenta de que no sacaría más, porque dejó de insistir.
Nerviosa, Beverly puso la bandeja con los platos vacíos en la mesita de noche. El incienso seguía ardiendo y la fragancia a pachuli impregnaba la habitación.
—Me resultas familiar —le dijo él de repente, y se acercó a ella para tocarle la cara—. Puede que hayamos sido amantes en otra vida...
A Beverly la conmovieron sus especulaciones románticas. Mason intentaba explicarse a toda costa, incluso sugiriendo lo sobrenatural, algo que no podía entender.
—Pareces la misma y sin embargo diferente —le acarició la mandíbula—. Tus ojos, tus labios, tu sonrisa... Como si fueras alguien que una vez me importó.
Beverly reprimió las ganas de llorar. No quería que la mujer que había sido se interpusiera entre ellos.
—Lo que sientes no es real. Solo es una ilusión, Mason —el pasado volvía a acosarla—. No hemos sido amantes en otra vida. Y en esta vida solo hace dos días que nos conocemos.
Mason le trazó el contorno de los labios con un dedo, como si estuviera dibujándola en su mente.
—Entonces ¿por qué me resultas tan familiar?
—No lo sé —mintió ella.
—Me estoy enamorando de ti, Beverly. Sé que parece una locura, pero es lo que siento.
Beverly no pudo seguir conteniendo las lágrimas.
—Eres todo con lo que siempre he soñado —murmuró. El hombre que le robaba el corazón—. Pero me estás confundiendo con otra persona.
—Eso no tiene ningún sentido.
Desde luego que tenía sentido. Pero por doloroso que fuera, no podía ni quería aclarárselo.