Capítulo 11

Beverly cerró los ojos y dejó caer el preservativo al suelo mientras Mason le quitaba el caftán y acariciaba sus costados con sus dedos cálidos y sensuales, provocándole un estremecimiento por todo el cuerpo.

Abrió los ojos y se encontró con su mirada ardiente. Estaba de pie ante él, vestida únicamente con la ropa interior de blanco encaje y algodón.

Él le desabrochó el sujetador, deslizó los tirantes por los brazos y comenzó a frotarle los pezones con los pulgares. Le sonrió y ella se inclinó ligeramente hacia delante. No podría haber soñado con una situación más excitante. Parecía que Mason no pudiera saciarse con ella.

Le quitó las braguitas y se arrodilló ante ella. Estaba completamente desnuda, expuesta y vulnerable a su seducción.

A sus labios y su lengua...

La besó allí, entre las piernas, y sorbió igual que saborearía un Pinot Noir, un Merlot o un Cabernet Sauvignon.

Beverly le agarró el pelo. Era su Mason. Su amante. Seguía enteramente vestido con el jersey, los vaqueros y las botas. Se frotó contra su boca, incapaz de refrenarse.

Consumida por el calor abrasador de los juegos preliminares.

Las sensaciones se sucedían, a un ritmo trepidante, cada vez más fuertes, intensas y deliciosamente carnales. Mason lamía y chupaba, haciéndole enloquecer. La miró desde abajo y a Beverly le flaquearon las rodillas. El temor de enamorarse la asaltó como una amenaza largamente reprimida. Nunca se había permitido intimar tanto con nadie, al menos en lo que se refería a los sentimientos.

Todo el cuerpo siguió el ritmo alocado de su corazón y creó un efecto alienante e incontenible que barrió sus sentidos hasta explotar en un orgasmo cegador. Abrumada por lo que acababa de vivir, agarró a Mason por el pelo y lo pegó a ella.

El clímax la sacudió con una fuerza abrumadora.

Él se alzó en toda su estatura y la besó. Le metió la lengua en la boca y la devoró con un hambre voraz, llevándola a otro nivel de sensaciones enajenantes.

Al separarse Beverly estaba tan necesitada de aire que aspiró todo lo que le permitían los pulmones. Le agarró el jersey y se lo quitó violentamente por encima de la cabeza.

Tropezaron con la cama y cayeron sobre las sábanas arrugadas. Mason se quitó las botas con los pies y Beverly le bajó la cremallera con tanta fuerza que casi rompió los dientes metálicos. No llevaba ropa interior. Ni calzoncillos ni bóxes.

—Mason —pronunció su nombre y él se tumbó encima de ella, sujetándola por las muñecas.

Convirtiéndola en su prisionera.