CAPITULO IV

 

MELONIA intentó caminar a la cabeza del grupo, pero Ascanio, con la pala sobre el hombro, se mantenía cerca de ella y miraba de vez en cuando a las facciones pálidas y rígidas que hacía poco habían sido tan frescas y lozanas como la flor del loto. El bosque le había gustado cuando su padre y él habían nadado en el Tíber con Delfos, y habían charlado sobre las ciudades que habían sido quemadas y las que había que construir, y había visto cómo Melonia aparecía entre los árboles, una muchacha de pelo verde y orejas puntiagudas y una curiosidad que podía rivalizar con la de Pandora. Entonces había pensado: por lo menos mi padre ha encontrado un país en el que edificar su segunda Troya, cumplir su destino y satisfacer a los dioses... un lugar donde descansar y rejuvenecer conmigo. Quizá también ha encontrado una esposa que le ayude a olvidar a aquella Dido de cara larga. Hasta Orestes consiguió al final escapar de las Furias.

No obstante, persistía una duda. Melonia era más que una muchacha; vivía en un roble y hablaba de misterios y ocultaba tanto como decía. ¿No había acaso abierto Pandora una caja de desgracias para el mundo?

Ahora se sentía dominado por las dudas e incluso asustado, y había que reconocer que el miedo era raro en Ascanio; lo que sentía no era precaución, sino un temor que descendía por su cuerpo helándole la sangre. No se sentía especialmente pesaroso por haber matado al centauro. Por el contrario, imaginaba que los centauros, al ser mitad caballo, tenían limitaciones en su inteligencia y sus sentimientos. Había matado hombres en combate de forma deliberada y el número había sido considerable. ¿Por qué debería sentir pesar de haber matado a un hombre-caballo al que había confundido con un ciervo?

No obstante, podía sentir el dolor de su padre con una intensidad casi física.

Esa era la bendición de Ascanio, pero también su maldición, amar a Eneas más que a ningún otro hombre, mujer o dios. Por su parte, él era un guerrero, ni más ni menos; le gustaba luchar; no era un asesino, pero tampoco sentía escrúpulos a la hora de matar; incluso le gustaba aquella vida errante y pensaba además que preferiría ser pirata en lugar de tener que habitar en una ciudad a cuyas reglas sociales tendría que someterse. La verdad es que nunca se había lamentado por las ciudades que había incendiado con su antorcha. Era como si aquellos seres implacables, los Hados, hubieran tejido su destino en la misma pieza que el de Eneas. Si se cortaba un solo hilo, ambos hombres sufrirían la misma desgracia. Podían haber sido Castor y Pólux, hermano y hermano, en lugar de padre e hijo. Si su padre se lo hubiera pedido, habría incluso edificado una de aquellas famosas pirámides egipcias (con la ayuda de unos pocos miles de esclavos).

Pero se negaba a hacer una cosa: permitir que Eneas fuera puesto en peligro por una chica desconcertante que vivía en un árbol pero que, a pesar de su aire virginal, probablemente se refocilaba en la hierba con cualquier centauro que le relinchara un poquito. Había sido demasiado joven cuando tuvo que proteger a su padre de Dido, aquella reina retorcida de ojos de pez ardiente y voz de pájaro tropical sorprendido por un león. La suave pero firme autoridad de Eneas había llevado a los exilados troyanos a través de aventuras incluso más peligrosas que las que Odiseo había tenido que arrostrar, pero sus defensas contra una mujer desvalida o con apariencia de serlo, desgraciadamente, no eran las de Odiseo; resultaban tan poco prácticas como intentar vencer a las amazonas tirándoles bellotas. Pero Ascanio tenía ahora cinco años más de experiencia en ese terreno que a él le gustaba llamar «la cueva de Dido». Conocía a las mujeres: para que valían (salvo su madre, para poco más que para alegrar la vista y calentar la cama); y cuando había que protegerse de ellas (la mayor parte del tiempo y especialmente cuando gritaban o sonreían o evitaban mirarte).

El silencio del bosque empezó a hacerse intolerable. Ascanio era casi indiferente a las flores. Vagamente se dio cuenta de que había una abundancia de margaritas en los espacios abiertos, pero no hubiera podido decir cuál era el nombre de aquellas altas flores de color púrpura que había situadas en lo alto de tallos espinosos. Pero instantáneamente notaba sonidos, huellas de pisadas y señales de peligro. Ahora no había sonidos, excepto los de sus propios pies pisando la hierba, Melonia descalza, y su padre y él calzados con sandalias de cuero de antílope egipcio, y eso de por sí ya era una mala señal. A medida que seguían la corriente del Tíber, con Melonia situada en el lado que daba al bosque, se iba sintiendo relativamente seguro, pero cuando se apartaron del río y se internaron entre los robles como un barco que se hunde, sus músculos se tensaron, su visión se intensificó y miró a Melonia como un cormorán que vigila a un pez, pero con la sospecha a veces de que ella era el cormorán mientras que su padre y él eran el pez (aquí en el bosque quizá podía cambiar su símil por el del águila y la liebre).

«

Padre», dijo. «¿Te das cuenta de que estamos a dos millas de los barcos?

Creo que deberíamos dejar que Melonia y sus amigos se ocuparan de enterrar al centauro.» el pelo levantado de la dríada le caía sobre las orejas; había desgarrado su túnica en varios sitios provocativos (uno de sus pechos casi quedaba al descubierto). Tal y como él lo veía se trataba de un esfuerzo calculado hasta el último detalle para dar la apariencia de que se trataba de una dríada en dificultades.

«

No está lejos», dijo Melonia rápidamente. «Nada más pasar aquel grupo de olmos.

»
«

¿Cómo entierran los centauros a sus muertos?», preguntó Eneas. Su voz era grave y seria; había en sus ojos una ternura tal que Ascanio sintió la tentación de sacudir a la desdichada muchacha por explotar la simpatía que su padre sentía hacia ella.

«

Poniéndolos bajo tierra, ¿corno si no?

»
(

También le encantaría sacudirla por impertinente.

)
«

Lo que quiero decir es si no les levantan una pira funeraria y queman el cuerpo antes.

»
«

No. Cavan un lugar y lo disponen con hierba. Después colocan el cuerpo como si estuviera dormido e incluyen algunas pocas posesiones que pudieran resultarle útiles en su viaje al Mundo Inferior.

»
«

¿Qué oraciones le rezan?

»
«

Recitan una oración especial para la ocasión. Son poetas por naturaleza y las palabras se les ocurren con facilidad.

»

El cuerpo de Saltarín no había sido movido ni tocado. Excepto por el rictus de miedo que había en su rostro, seguía teniendo el desconcertante aspecto de alguien que yace dormido al sol. Eneas se arrodilló a su lado y suavizó las líneas de dolor que había en torno a sus ojos y a su boca.

«

Era sólo un muchacho. ¿Cuál era su nombre, Melonia?

»
«

Saltarín.

»
«

¿Cómo lo encontraste?

»
«

Bonus Eventus me trajo aquí.

»
«

¿Creía Saltarín en los Campos Elíseos?

»
«

No sé lo que significan esas palabras. Hablaba acerca de una pradera y un robledal donde nunca se producía el Sueño Blanco y las dríadas se casaban con los centauros. Una vez me dijo que le gustaría casarse conmigo. Pensé que estaba bromeando.

»
«

¿Tu gente no se casa con los centauros? Parecen una raza noble.» (Noble. Bueno, había cierta nobleza en los caballos que tiraban del carro de un gran guerrero —el corcel Janto que pertenecía a Aquiles sería un ejemplo de ello—. ¿Pero quién desearía casarse con ellos?)

«

Jamás.

»
«

Lo siento. Tengo la impresión de que te amó mucho.

»
«

Me besó una vez. No estoy segura de lo que quería dar a entender con ello.

Parece ser que le gustó.

»
«

¿Lo amabas?

»
«

¿Amarlo? El hizo que me gustara correr por la hierba y nadar en el río. Me hizo pensar acerca del principio de las cosas. Una vez fui con él a ver a su hermano recién nacido. Estaba comenzando a caminar con sus patas larguiruchas y me sentí feliz cuando consiguió sostenerse sobre ellas. Lo alimenté con pasteles de miel y me hubiera gustado tener un hijo propio. Incluso aunque el niño hubiera tenido cuernos. Eso es todo lo que sé. A veces me enfadaba con él pero nunca •por mucho tiempo.

»
«

¿Si no os casáis con los centauros, quién es el padre de vuestros hijos? Nunca he oído hablar de dríadas machos.

»
«

Vamos a nuestro Árbol Sagrado y esperamos a nuestro dios Rumino. Pero haced el favor... No deseo que hablemos de esas cosas ahora.» Les hizo cruzar la pradera para llegar a un lugar de arena y guijarros.

«

Aquí está el lugar en el que hay que cavar la tumba. Hay flores alrededor pero el lugar concreto se encuentra despejado. Un rayo cayó aquí. No mató nada salvo un poco de hierba.

»

Melonia se apartó de ellos mientras contemplaba sus esfuerzos con una mezcla de curiosidad y perplejidad. ¿Acaso no se esperaba que desollaran al centauro y se hicieran una alfombra con su piel? Ascanio, a su vez, la miraba, ocultamente pero con la astucia de aquel que nunca ha vivido un período de paz ni ha navegado por el mar sin la amenaza de una tempestad. La horquilla en forma de> abeja brillaba en su pelo. Miró las manos de la dríada.

Dispusieron hierbas de agradable olor en la tumba y colocaron con ternura el cuerpo en medio de las mismas.

«

Ponedle violetas. Son unas flores bonitas pero que sienten poco. No sienten dolor cuando se les parte el cuello. A él le gustaban. Y dejad la bolsa alrededor de su cuello. Nunca iba a ningún sitio sin su peine y su frasco de perfume.

»

Eneas se sacó el anillo que llevaba en el dedo, era una perla negra que le había sido entregada por su padre, y a su padre por Afrodita. Le era muy querido, grande como un carbón pequeño, tenía un tono gris humo que brillaba al sol.

«

Para pagar a Caronte», dijo. «En Troya acostumbrábamos a colocar una moneda bajo la lengua de los muertos antes de colocar su cuerpo en la pira funeraria.

»
«

Es un hermoso anillo», dijo Melonia. «Me hubiera gustado... Me hubiera gustado que Saltarín hubiera podido utilizar un anillo así mientras aún estaba vivo. Era muy orgulloso en su forma de vestir. Yo tenía la costumbre de burlarme de él. Le decía que era un vanidoso y él me contestaba que sí y que lo hacía para complacerme.

»
«

¿Puedo decir una oración ahora?

»
«

Sí.

»

 

 

 

«

Perséfone, tú has sabido lo que es ser privado del sol y llevado a la oscuridad. Tu tenías aproximadamente la edad de Saltarín, creo, cuando Hades te llevó al Mundo Inferior. Tú también gustabas de las violetas, de los jacintos y de las colombinas. Acompaña a Saltarín en su soledad primera. Muéstrale que los asfódelos son también flores. Teje para él una guirnalda que pueda llevar en torno a su cuello.

»

 

 

 

Melonia no interrumpió la oración, sino que la continuó, pero sustituyó el nombre griego de la deidad por el latino

:

 

 

 

«

Proserpina, peínale el pelo, ¿querrás? Sus brazos no son lo suficientemente largos como para llegar hasta el final de su crin. Adiós, Saltarín. Sueña conmigo mientras duermes y yo te traeré violetas y te besaré en los labios.

»

 

 

 

«Si sueñas con Fénix y conmigo», dijo Eneas, «que sea en calidad de hombres, que por equivocación te hicieron un gran daño aunque hubieran querido ser tus amigos.» Después musitó un poema que, como gran parte de su poesía, complació a Ascanio pero también le dejó perplejo:

 

 

 

«

La distancia es púrpura;

Hay jacintos en lo alto de la colina

,

y murex de Tiro.

La distancia es solamente púrpura

:

las violetas se marchitan en la mano.

»

 

 

 

Se apartó de la tumba y silenciosa y quietamente comenzó a llorar. Cuando era un niño pequeño, Ascanio había visto a su padre llorar cuando Creusa se perdió entre las ruinas de Troya; volvió a verlo cuando dejaron Cartago y Eneas vio el humo de la pira funeraria de Dido, y otra vez más después de una batalla en la que había muerto un amigo.

Ascanio lo rodeó con sus brazos como si consolara a un niño pequeño.

«

Vamos, vamos. No debes llorar por la estupidez que hice.

»

Eneas le devolvió el abrazo; se olvidaba lo fuerte que era hasta que se sentían sus brazos poderoso. Al igual que otros hombres olían a cuero o a bronce, Eneas olía a mar... a su espuma y a sus vientos frescos y salados. Hasta su pelo de plata, apretado contra la mejilla de Ascanio, estaba lleno de sal. Ascanio sabía que no lloraba por la muerte de un centauro; sus penas se habían acumulado como la helada en la cubierta de un barco, y lloraba porque el mundo había perdido su juventud; porque la ciudad dorada había sido abatida por un fuego también dorado; por aquellos que lo habían amado habían ido a reunirse con Perséfone. En ocasiones así sólo podía abrazarlo y ofrecerle abrigo contra la helada que procedía de su memoria.

Sólo en ese instante Ascanio olvidó vigilar a Melonia. Cuando se acordó de mirarla, la dríada se había quitado la horquilla del pelo y estaba tan rígida como el árbol en el que pretendía vivir. Podría haber nacido de la tierra en lugar de proceder de una madre dríada. Hasta sus brazos, levantados enfrente de ella, parecían helados en el aire como si fueran ramas delicadas.

Saltó sobre ella, la rodeó con sus brazos, que eran todo salvo delicados, y apretó cruelmente su muñeca hasta que dejó caer la horquilla. La cólera le quemaba como si fuera un fuego al rojo. Sentía deseos de romperle el cuello a la dríada.

«

¿A quién ibas a atacar?

»
«

Primero a Eneas y después a ti si tenía la oportunidad.

»

La dríada no suplicó misericordia ni parecía estar encolerizada o asustada.

Hubiera deseado aplastarla entre sus brazos. Qué pequeña era. Aquellos huesos diminutos —y el rápido y liviano latido del corazón— ¿cómo podían sostener a un ser tan pequeño? Su pelo parecía formado por hojas y rayos de sol.

Y no obstante había tenido la intención de matarlos a ambos.

«

Pero no lo hiciste», dijo Eneas. «¿Por qué no lo hiciste, Dama de las Abejas?

»
«

Al principio pensé que habíais matado a Saltarín por diversión, por obtener comida. Pero después vi cómo cavabais la tumba y recogíais violetas, y vuestros ojos eran ventanas de vuestra alma y vi un dolor que me hizo compadecerte.

»
«

¿Y mi hijo?

»
«

Te ama. Es parte de ti. No podía hacerle daño.

»
«

Déjala marcharse, Fénix.

»

A regañadientes, Ascanio la soltó y rápidamente le devolvió la horquilla letal.

«

No hubiera dudado en matarte», dijo, «de haber sabido que planeabas herir a mi padre.

»

La dríada le sonrió. «Pero eso hubiera significado una clase de amor, ¿verdad? No puedo sentirme irritada contigo, Fénix. Nos parecemos mucho a fin de cuentas. Estamos dispuestos a matar por aquellos que amamos.

»
«

¿Seremos amigos, Melonia?», preguntó Eneas. Era una de esas invitaciones a las que nadie se negaba. Ascanio se sintió admirado. La única vez que había sentido envidia hacia su padre fue cuando Eneas realizó una conquista con una sonrisa y después rehusó quedarse con lo que había ganado, mientras que él, Ascanio, a pesar de su aspecto —y eso que no solía ponerse delante de un espejo— siempre tenía que recurrir a los regalos y a los halagos.

La dríada tomó la mano de Eneas y se la apretó contra la mejilla. No había coquetería en aquel movimiento. Era tan sencillo y tan poco artificioso como cuando Ascanio abrazaba a su padre.

«

Tienes una mano muy pequeña para ser un gran guerrero. Es más joven incluso que tu rostro. Es la mano de un muchacho», dijo la dríada. «Saltarín no querría que siguiéramos estando tristes por él. Yo tampoco lo deseo.

»

Soltó la mano de Eneas y sacudió la cabeza violentamente. Un rizo se deslizó sobre su oreja como si fuera un pámpano. «No puedo ser tu amiga aunque lo deseo.

»
«

¿Qué quieres decir?

»
«

Mi pueblo se ha juramentado para matarte. No deberías estar aquí ahora. Vuelve a tus barcos y nunca vuelvas con tus hombres. Nunca nades en el Tíber con Delfos. Y cuídate de los robles. Especialmente de aquellos que tienen aspecto de estar escuchando.

»

Eneas puso una mano en el hombro de la dríada. «Melonia, ¿no irás a marcharte de nuevo, verdad?

»
«

Debo hacerlo.

»
«

¿Pero cómo podremos volver a verte?

»
«

Debo hablar con Volumna, pero creo que...

»
«

¿Qué, Melonia?

»
«

Que no cambiará de opinión. Que me dirá que soy una muchacha estúpida y que ya va siendo hora de que visite el Árbol.

»
«

¿Para quedarte embarazada?

»
«

Sí. Volumna dice que un hijo cura a su madre de las fantasías infantiles. Si es varón, endurece su espíritu como lo hace un tronco con el árbol al que pertenece. Si es hembra, aprende autosacrificio, como un árbol que ofrece sus ramas a los pájaros.

»
«

No termino de comprender lo de ese árbol. ¿Dices que un dios acude a él?

»
«

Vendrá en un sueño y me proporcionará un hijo.

»
«

Pero los dioses no se aparecen en sueños si desean tener hijos. Tampoco lo hacen las diosas si quieren ser madres. Cuando Afrodita fue a ver a mi padre, era muy real. Mi padre nunca se cansó de hablar de ella. Su cabello era de color lapislázuli. Su vestido era vaporoso como si lo hubiera tejido una araña. Y... bueno, ejem, daba unos detalles tan específicos y en tal cantidad que es imposible que los hubiera soñado.» (Ascanio se dio cuenta de que su padre se estaba comportando con discreción; aquellos «detalles específicos» incluían un manual para hacer el amor que sólo la diosa del amor o una cortesana de una habilidad muy considerable hubiera podido dominar y enseñar). «Bueno, incluso le dio el anillo que coloqué en el dedo de Saltarín.

»
«

Nuestro dios es diferente. Se podría decir que introduce al niño en nuestros vientres mediante susurros. Por favor, dejadme marchar. Es muy real el peligro que os amenaza a ambos. Los árboles de las dríadas —los robles que escuchan— están a cierta distancia, pero Volumna a menudo viene a esta pradera a coger violetas.

»

Eneas la soltó inmediatamente. «Ven a mis barcos otra vez...

»

Pero las hojas de los robles se habían vuelto a cerrar detrás de ella como si hubiera abierto una puerta y ésta se hubiera vuelto a cerrar.

Eneas dio unos pasos para seguirla pero Ascanio le cogió con fuerza del brazo —a su propio padre, al hijo de una diosa— y se colocó enfrente de él.

«

Padre, no. ¿No la oíste? Conseguirías que te mataran a ti y a ella también y yo me vería obligado a derribar todos los árboles que hay en este bosque olvidado de Zeus para apoderarme de esa puta a la que llama reina.

»

Había fuego en los ojos de Eneas. El calmado y reflexivo Eneas encolerizado. Un puñetazo suyo me destrozaría la mandíbula, pensó Ascanio. Pero, al menos, le habré impedido que persiga a Melonia. Tendría que llevarme al campamento y se sentiría demasiado avergonzado como para dejar de estar a mi lado antes de asegurarse de que me curaré.

«

Hay otra posibilidad», suplicó Ascanio, aunque preparándose para que le rompiera la mandíbula. «Podríamos encontrar el Árbol con la ayuda de Desastre. También podríamos averiguar algo más sobre Volumna. Después de eso te seguiré en cualquier cosa que decidas.

»

Ascanio sintió que su padre se relajaba. «¿Me hubieras golpeado, Fénix, verdad? Para mantenerme fuera de peligro.

»
«

Por lo menos lo hubiera intentado. Te hubiera cargado sobre mi hombro y te habría llevado de vuelta al campamento. Eso, claro está, si hubiera sido yo el primero en golpear, lo que resulta bastante poco posible. La otra posibilidad era que habrías sido tú el que habrías tenido que cargar conmigo. Si quedaba algo de mí que se pudiera aprovechar todavía.

»
«

Creo», dijo Eneas, «que es la primera vez en mi vida que le agradezco a alguien que quiera darme un golpe y dejarme inconsciente. No, la segunda. ¿Recuerdas la vez que Aquiles estuvo a punto de matarme? ¿Que volcó mi carro e intentó hacerme huir?

»
«

No tenía ni cinco años de edad. Pero sí, me acuerdo. ¿Cómo podría haberlo olvidado? Toda la ciudad miraba desde las murallas, incluyendo a mamá y a mí.

»
«

Al día siguiente me vi obligado a enfrentarme de nuevo con él conduciendo un carro baqueteado y tirado por caballos cansados. Aquella noche tu madre me besó y me sirvió vino. Es una cosecha especial, dijo, y resulta todavía más especial después de un asedio tan prolongado como el que está sufriendo Troya.

Te ayudará a dormir. El vino estaba muy drogado. Dormí durante tres días.

En ese espacio de tiempo, a Aquiles le clavaron una flecha en el talón.

»
«

Me parece que heredé el egoísmo de mamá. Yo tampoco quiero perderte.

»

Cuando llegaron al campamento se encontraron con que Desastre estaba divirtiendo a los hombres con una danza y una canción tan penetrantemente dulce que daba la impresión de que había un ruiseñor atrapado en su flauta. La danza era una curiosa mezcla de saltos y cabriolas, y bailaba con una gracia que nadie hubiera esperado al ver sus cascos y su figura desgarbada. Animaba la sangre, llevaba a los pies a moverse a su ritmo, los entresijos ansiaban a la mujer que nunca habían encontrado con anterioridad, la nereida que se esconde en la ola o la diosa oculta en su nube

:

Reinas caminan a la luz del crepúsculo.

Escuchad.

Sus sandalias de antílope pisan la hierba.

¿Helena, enmudecida

,

olvidará los junquillos de su pelo

a los que se ha privado de tocado

?

Reinas caminan a la luz del crepúsculo.

Eneas sintió también la magia. La música era un vino para él y a menudo había dirigido a los hombres en la ejecución de la Danza de la Grulla, aprendida de los antiguos cretenses.

«

Desastre», dijo finalmente, sacudiéndose para librarse del hechizo.

«

¿Quieres venir a mi tienda?

»

Desastre entregó la flauta a Eurialo y partió en pos de Eneas y Ascanio. Su cabeza estaba inclinada a un lado; la piel de sus flancos similares a los de un carnero estaban llenos de arrugas; mostraba una sonrisa perpetua sin mezcla de engaño. La música le había convertido en un semidiós; ahora era un payaso. Sin embargo, Ascanio no le consideraba tan estúpido como aparentaba ser.

«

Desastre», preguntó Eneas, «¿no hay faunos hembras en Italia, verdad?

»
«

Desastre movió la cabeza. Olía a sudor y a pescado rancio.» (Los faunos pescaban anguilas en el Tíber con redes hechas con piel de animales.)

«

No, majestad.

»

Nadie más llamaba a Eneas «majestad», aunque durante la guerra de Troya se había sentado en un trono de yeso y gobernado Dardania. No le gustaba el tratamiento. Le hacía recordar a la que había sido su reina.

«

Pero necesitaréis mujeres. En la parte del mundo de la que yo procedo, vuestra gente, a la que llamamos sátiros, siempre ha sido conocida por su afición a las mujeres. ¿O acaso sois como los aqueos —Aquiles y Patroclo— que se satisfacían mutuamente?

»
«

Sólo si hay escasez de mujeres.

»
«

¿Y cuando no hay dónde las encontráis?

»
«

Las mujeres volscas gobiernan a sus esposos en sus hogares. Pero en los bosques les gusta divertirse un poco y nosotros las gobernamos a ellas.

»

Resultaba difícil imaginarse a ninguna mujer sucumbiendo ante Desastre.

Quizá exhalaba en algunas ocasiones un aroma irresistible, pensó Ascanio. Eso, y su música, y sus atributos más que generosos, una característica envidiable de su raza, y el hecho de que la mayoría de las mujeres quieren tanto que las lleven a la cama como los hombres quieren llevarlas, quizá podía explicar su jactancia.

«

¿No hay nadie más? Los volscos viven a cierta distancia, según creo. El rey Latino y su gente todavía más lejos.

»
«

Las dríadas. Son las mejores. Son dulces como la miel.

»
«

Pero Melonia me dijo que nunca toman esposos o amantes.

»
«

Pero nosotros las tomamos a ellas.

»
«

¿Las violáis?

»
«

Puedes decirlo así. Mientras están durmiendo en ese árbol hueco que tienen.

Está a mitad de camino entre este campamento y el círculo de los robles de las dríadas. Se sigue el Tíber hasta que se llega a un tocón herido por el rayo.

Luego a un tiro de jabalina del río se encuentra el Árbol. Por supuesto, es un árbol muerto. Nudoso y retorcido. Como una gran víbora gris que se irguiera sobre su cola.

»
«

Deben dormir muy profundamente.

»

Una enorme sonrisa llenó su rostro. Sus dientes eran sorprendentemente limpios y pequeños.

«

Efectivamente. Generalmente tres o cuatro de nosotros podemos visitar a la misma dríada. Verás, resulta que se drogan con el jugo de las amapolas.

»
«

¿Pero no intentan deteneros las otras dríadas?

»
«

No están lo suficientemente cerca. Es una de sus costumbres. La dríada que desea un niño viene sola al árbol. Entra y atranca la puerta con una gran barra de madera de roble. Pero hace mucho tiempo, excavamos un túnel que atraviesa las raíces y entra en la cámara donde duerme. Está muy oscuro el Árbol. Incluso si la dríada se despertara, no nos vería llegar. Tampoco se daría cuenta de que nos marchamos, como me ha pasado a mí una o dos veces. Estaba muy excitado y la saqué de su sueño.

»
«

Y después dan a luz a sus hijos y se lo agradecen a Rumino.

»
«

Que entra como un susurro en sus vientres...» Musitó Ascanio.

«

Sí, y debe gustarles incluso dormidas. Siempre vuelven. Ya sabéis que las dríadas viven tanto como sus árboles. A menudo tienen hasta veinte hijos. Si el hijo es hembra, lo guardan porque las niñas se parecen a sus madres. Tienen las orejas puntiagudas y cosas así. Si el niño es varón —cola, cascos, flancos peludos—, lo abandonan porque se parece a nosotros, aunque por supuesto no saben a qué se debe. Tienen la estúpida leyenda de que hace mucho tiempo una de ellas se acostó con un fauno y arrojó una maldición sobre la raza, y esa maldición se repite en todos los varones. Lo abandonan bajo un árbol para que los leones se lo coman. Rescatamos a algunos de ellos y los criamos para que se conviertan en nuestros hijos.

»
«

¿Y nunca ha sospechado nadie?

»
«

No lo sé. Volumna no es tonta. Pero si lo sabe se lo guarda. Mi padre se acostó con ella. Y mi abuelo. Dicen que no estaba mal. Quizá me espera.

»
«

¿Conoces a la dríada que se llama Melonia?

»
«

¿Cómo no? La llamamos la Dama de las Abejas. La pobre todavía es virgen y teme visitar el Árbol. Pero Volumna va a obligaría a hacerlo dentro de poco.

La oí hablar con la tía de la muchacha, Segeta. ¿Os he dicho lo que queríais saber?

»
«

Sí.

»
«

Dadme un daga.

»
«

Tus cascos son armas suficientemente fuertes.

»
«

¿Una pelliza entonces?

»
«

¿Con todo ese pelo? Ya has nacido con la pelliza puesta.

»
«

Los centauros varones se burlan de mi desnudez. Así me dejarían ir con ellos.

»
«

Muy bien.

»
«

¿Y una flauta? La mía es de madera. Eurialo tiene una de concha de tortuga. Prefieren la suya.

»
«

Hablaré con Eurialo.

»
«

Y anillos de oro para mis cuernos.

»
«

No tenemos ninguno. Somos muy pobres.» Desastre gruñó. «Entonces dadme de cenar. Algo que sea distinto de las raíces y las bayas y los huevos de pájaro carpintero.

»
«

Di a los hombres que te den de comer. Niso te dará algunos pasteles de carne. Y, Desastre... una cosa más.

»
«

Sí, rey Eneas.

»
«

Si tocáis a Melonia» —su tono de voz hubiera helado la sangre en las venas al mismo Aquiles— «tú o tus amigos, os mataré y usaré vuestra piel para hacerme una alfombra para mi tienda.

»

La sonrisa se borró del rostro de Desastre. No hubo nada inadecuado en la manera en que se fue. Sólo dejó en pos de sí unas pocas huellas de cascos y un olor a pescado.

«

Creo», sonrió Eneas, «que deberíamos quemar algunas ramas de laurel en nuestra tienda». Después dijo con voz más seria: «Debemos advertir a Melonia.

No confío en Desastre. Ni en sus amigos. «¿Cómo daremos con ella?

»
«

Ya sabemos cómo encontrar el Árbol. Y Desastre, sin duda, sabe cuando ha planeado "esperar al Dios". Parece saber todo. ¿Te has dado cuenta del tamaño de sus orejas? Iré solo y la protegeré personalmente.

»
«

No vas a ir solo a ninguna parte. Su gente puede vigilarnos durante todo el camino. Por estos pagos, al parecer, hasta las abejas cuentan historias. Iré contigo y vigilaré en la boca del túnel.

»
«

¿Y si te pido que te quedes en el campamento?

»
«

;No

«

¿Y si te lo ordeno?

»
«

No.

»
«

Supongo que tendré que dejarte venir conmigo si no quiero derribarte de un puñetazo y luego tener que cargar contigo como si fueras un ciervo herido.

»
«

Es muy considerado por tu parte, padre. Resulta tan horrible pensar que un fauno pueda tomar a Melonia. Espero que todos no serán como Desastre. Y ella parecía querer un hijo. Si no fuera por los faunos su raza desaparecería.

»
«

Nadie va a tomarla, sea fauno o cualquier otro. No lo harán contra su voluntad.

»
«

Padre, no habías tenido ese aspecto desde que te encontraste con Dido.

Cuando te encuentras con algunas mujeres me creas un verdadero problema.

Las confundes con diosas y te olvidas de que hasta los habitantes del Olimpo tienen sus fallos. La abuela no fue exactamente lo que se dice una esposa fiel, ¿verdad? Quiero decir que se casó con Hefesto pero eso no la mantuvo apañada de Ares o de Zeus o del abuelo. A veces me pregunto si alguna vez llegarás a una edad avanzada y segura.

»
«

No te preguntes, Fénix. No tengo intención de tomarla. Tampoco pienso casarme con ella.

»
«

¿Por qué no? No es que me agrade especialmente la idea de tener a una dríada como madrastra... ésta es demasiado bonita. Pero la harías objeto de un honor singular.

»
«

Tengo más del doble de su edad.

»
«

¿Cuántas veces la gente te ha tomado por mi hermano en lugar de por mi padre? Uno de estos días, soy yo el que va a parecer tu padre. Además andas bastante lejos del último viaje en barco hasta la Estigia*.

»
«

Sí, ¿pero y Melonia lo está también? Quiero decir, ¿lo estará si se casa conmigo?

»