No es de extrañar que, una vez que el autor conoció el valor del tesoro, dedicase más y más tiempo a analizar las otras dos hojas de cifras, sobre todo la primera cifra Beale, que describe la ubicación del tesoro. A pesar de sus esfuerzos extenuantes, fracasó, y lo único que obtuvo de las cifras fue pesares:
Como consecuencia del tiempo perdido en la mencionada investigación, me he visto reducido de una relativa riqueza a la más absoluta miseria, acarreando sufrimiento a quienes era mi deber proteger, y esto, también, a pesar de sus amonestaciones. Mis ojos se abrieron por fin a su situación y decidí romper de inmediato, y para siempre, toda la conexión con el asunto, y reparar, en lo posible, mis errores. Para hacerlo, como mejor medio para evitar exponerme a la tentación, he decidido hacer público todo el asunto, y pasar la responsabilidad que recae sobre mis hombros al Sr. Morriss.
De esta manera, las cifras, y todo lo demás que sabía el autor, fueron publicadas en 1885. Aunque un incendio en un almacén destruyó la mayoría de los folletos, los que sobrevivieron causaron gran revuelo en Lynchburg. Entre los más ardientes cazadores de tesoros atraídos por las cifras Beale estaban los hermanos Hart, George y Clayton. Se pasaron años estudiando las dos cifras que quedaban, intentando diversas formas de ataque criptoanalítico, y a veces engañándose a sí mismos creyendo que tenían una solución. Una falsa línea de ataque a veces genera unas pocas palabras tentadoras en medio de un mar de galimatías, lo que anima al criptoanalista a inventar una serie de disculpas para justificar el galimatías. Para un observador imparcial, el desciframiento obviamente no es más que una ilusión, pero para el cegado cazador de tesoros tiene absoluto sentido. Uno de los desciframientos tentativos de los Hart los animó a usar dinamita para excavar un lugar determinado; por desgracia, el cráter resultante no produjo oro. Aunque Clayton Hart desistió en 1912, George continuó ocupándose de las cifras Beale hasta 1952. Un fanático de esas cifras aún más persistente ha sido Hiram Herbert, hijo, que se interesó en ellas en 1923, y cuya obsesión continuó hasta la década de los setenta. Tampoco a él le ha reportado su trabajo ningún beneficio.
Varios criptoanalistas profesionales se han lanzado también a seguir la pista al tesoro Beale. Herbert O. Yardley, que fundó el U. S. Cipher Bureau (Oficina de Cifras de Estados Unidos) —conocida como la Cámara Negra Americana— al final de la primera guerra mundial, se sintió intrigado por las cifras Beale, así como el coronel William Friedman, la figura dominante del criptoanálisis norteamericano durante la primera mitad del siglo XX. Mientras era el responsable del Signal Intelligence Service (Servicio de Inteligencia de Señales) convirtió a las cifras Beale en parte del programa de adiestramiento, presumiblemente porque, como dijo una vez su esposa, creía que las cifras poseían un «ingenio infernal, diseñado específicamente para seducir al lector incauto». El archivo Friedman, establecido tras su muerte en 1969 en el Centro de Investigación George C. Marshall, es frecuentemente consultado por los historiadores militares, pero la gran mayoría de los visitantes son ansiosos adeptos de Beale, que confían seguir algunas de las pistas del gran hombre. Más recientemente, una de las mayores figuras a la caza del tesoro Beale ha sido Carl Hammer, el director retirado de un servicio de ordenadores de Sperry Univac y uno de los pioneros del criptoanálisis por ordenador. Según Hammer, «las cifras Beale han ocupado al menos al 10 por 100 de las mejores mentes criptoanalíticas del país. Y ni un céntimo de este esfuerzo debería ser escatimado. El trabajo —incluso las líneas que han conducido a callejones sin salida— ha compensado con creces haciendo avanzar y perfeccionando la investigación de los ordenadores». Hammer ha sido un miembro destacado de la Asociación de la Cifra y el Tesoro Beale, fundada en los años sesenta para fomentar el interés en el misterio Beale. Inicialmente, la Asociación requería que cualquier miembro que descubriese el tesoro lo compartiera con los demás miembros, pero esta obligación parecía disuadir de afiliarse a muchos buscadores del tesoro, de forma que la Asociación no tardó en abandonar esa condición.
A pesar de los esfuerzos combinados de la Asociación, los cazadores de tesoros aficionados y los criptoanalistas profesionales, la primera y la tercera cifras Beale han seguido siendo un misterio durante más de un siglo y el oro, la plata y las joyas aún no han sido encontrados. Muchos intentos de desciframiento han girado en torno a la Declaración de la Independencia, que fue la clave para la segunda cifra Beale. Aunque una numeración directa de las palabras de la Declaración no ofrece nada de provecho para las cifras primera y tercera, los criptoanalistas han probado varias otras combinaciones, como numerar al revés, o numerar las palabras alternas, pero hasta ahora nada ha dado resultado. Un problema que se presenta es que la primera cifra contiene números tan altos como 2906, mientras que la Declaración sólo contiene 1322 palabras. Se han considerado otros textos y libros como claves potenciales y muchos criptoanalistas han contemplado la posibilidad de un sistema de codificación completamente diferente.
Puede que sorprenda la solidez de las cifras Beale aún no descifradas, especialmente si se tiene en cuenta que cuando dejamos la batalla continúa entre los codificadores y los descifradores, éstos llevaban la delantera. Babbage y Kasiski habían inventado una manera de descifrar la cifra Vigenère, y los codificadores se esforzaban por encontrar algo que la reemplazara. ¿Cómo pudo Beale crear algo tan formidable? La respuesta es que las cifras Beale fueron creadas en circunstancias que daban una gran ventaja al criptógrafo. Los mensajes eran algo único, y como se relacionaban con un tesoro tan valioso, puede que Beale estuviera dispuesto a crear un texto-clave especial y único para las cifras primera y tercera. Efectivamente, si el texto-clave estuviera escrito por el propio Beale, esto explicaría por qué las búsquedas de material publicado no lo han revelado. Podemos imaginar que Beale habría escrito un ensayo privado de 2000 palabras sobre el tema de la caza de búfalos, del que sólo habría una copia. Sólo el poseedor de este ensayo, el texto-clave único, sería capaz de descifrar las cifras primera y tercera. Beale mencionó que había dejado la clave «en manos de un amigo» en San Luis, pero si el amigo perdió o destruyó la clave, puede que los criptoanalistas nunca sean capaces de descifrar las cifras Beale.
Crear un texto-clave único para un mensaje es mucho más seguro que utilizar una clave basada en un libro publicado, pero sólo resulta práctico si el emisor dispone de tiempo para crear el texto-clave y es capaz de transmitirlo al receptor a quien va dirigido el mensaje, requisitos éstos que no resultan factibles para las comunicaciones rutinarias, cotidianas. En el caso de Beale, él pudo componer su texto en sus ratos de ocio, entregarlo a su amigo en San Luis cuando pasaba por allí y luego hacer que fuera enviado o recogido en alguna fecha arbitraria en el futuro, cuando el tesoro debía ser recuperado.
Una teoría alternativa para explicar la indescifrabilidad de las cifras Beale es que el autor del folleto las saboteó deliberadamente antes de publicarlas. Quizá el autor simplemente quería hacer que apareciera la clave, que estaba aparentemente en manos del amigo de Beale en San Luis. Si hubiera publicado las cifras con exactitud, el amigo habría podido descifrarlas y recoger el oro, y el autor no habría visto recompensados sus esfuerzos. Sin embargo, si las cifras aparecían viciadas de alguna forma, el amigo se daría cuenta al fin de que necesitaba la ayuda del autor y se pondría en contacto con el editor, Ward, que a su vez contactaría con el autor. Entonces, el autor podría entregar las cifras exactas a cambio de una parte del tesoro.
También es posible que el tesoro haya sido encontrado hace muchos años, y que el descubridor se esfumó sin ser visto por los residentes locales. Los entusiastas de Beale con predilección por las teorías conspiratorias han sugerido que la NSA ya ha encontrado el tesoro. La oficina de claves del gobierno central norteamericano tiene acceso a los ordenadores más potentes y a algunas de las mentes más brillantes del mundo y puede que haya descubierto algo sobre las cifras que se le ha escapado a todos los demás. La ausencia de cualquier anuncio estaría en consonancia con la reputación secretista de la NSA: se ha sugerido que las siglas NSA no significan National Security Agency, sino más bien «Never Say Anything» («Nunca Digas Nada») o «No Such Agency» («No Hay Tal Agencia»).
Finalmente, no podemos excluir la posibilidad de que las cifras Beale sean un elaborado engaño y que Beale nunca existió. Los escépticos han sugerido que el desconocido autor, inspirado en El escarabajo de oro de Poe, inventó toda la historia y publicó el folleto para aprovecharse de la avaricia de los demás. Los partidarios de la teoría del engaño han buscado inconsistencias y fallos en la historia de Beale. Por ejemplo, según el folleto, la carta de Beale, que estaba encerrada en la caja de hierro y escrita supuestamente en 1822, contiene la palabra «estampida», pero esta palabra no se vio en ningún texto publicado hasta 1834. Sin embargo, es bastante posible que la palabra fuera de uso común en el salvaje Oeste muchísimo antes y Beale podría haberla aprendido en sus viajes.
Uno de los principales incrédulos es el criptógrafo Louis Kruh, que afirma haber encontrado pruebas de que el autor del folleto escribió también las cartas de Beale, la que fue supuestamente enviada desde San Luis y la que supuestamente estaba en la caja. Kruh realizó un análisis textual de las palabras atribuidas al autor y las atribuidas a Beale para ver si presentaban características similares. Comparó aspectos tales como el porcentaje de frases que comienzan con «El», «Si» e «Y», el promedio de comas y puntos y comas por frase, y el estilo de escribir: el uso de negativos, pasivas negativas, infinitivos, frases compuestas, etcétera. Además de las palabras del autor y las cartas de Beale, el análisis incluyó también escritos de otros tres virginianos del siglo XIX. De los cinco casos de escritura, el de Beale y el del autor del folleto mostraron el parecido más cercano, sugiriendo que podrían haber sido escritos por la misma persona. En otras palabras, esto sugiere que el autor falsificó las cartas atribuidas a Beale e inventó toda la historia.
Por otra parte, varias fuentes proporcionan pruebas de la integridad de las cifras Beale. Primero, si las cifras no descifradas fueran engaños, se esperaría que el falsificador habría elegido los números con poca o ninguna atención. Sin embargo, los números dan lugar a varios patrones intricados. Uno de los patrones se puede encontrar utilizando la Declaración de la Independencia como clave para la primera cifra. Esto no produce palabras perceptibles, pero sí da lugar a secuencias como abfdefghiijklmmnohpp. Aunque no es una lista alfabética perfecta, ciertamente tampoco es una lista al azar. James Gillogly, presidente de la American Cryptogram Association, estimó que las posibilidades de que ésta y otras secuencias aparezcan por casualidad son de menos de una entre cien billones, dando a entender que hay un principio criptográfico subyacente en la primera cifra. Una teoría es que la Declaración es efectivamente la clave, pero el texto resultante requiere una segunda fase de desciframiento; en otras palabras, la primera cifra Beale fue codificada mediante un proceso de dos etapas, lo que se denomina supercodificación. Si esto es así, la secuencia alfabética podría haberse puesto ahí como señal de aliento, como pista de que la primera etapa de desciframiento se había completado con éxito.
Evidencia adicional a favor de la probidad de las cifras la ofrece la investigación histórica, que se puede utilizar para verificar la historia de Thomas Beale. Peter Viemeister, un historiador local, ha reunido gran parte de la investigación en su libro El tesoro Beale —Historia de un misterio. Viemeister comenzó preguntando si había pruebas de que Thomas Beale existió realmente. Usando el censo de 1790 y otros documentos, Viemeister ha identificado varios Thomas Beale que nacieron en Virginia y cuyos orígenes encajan con los pocos detalles conocidos. Viemeister ha tratado también de corroborar los otros detalles del folleto, como el viaje de Beale a Santa Fe y su descubrimiento del oro. Por ejemplo, hay una leyenda cheyenne que se remonta hacia 1820 que trata de oro y plata que se tomaron del Oeste para ser enterrados en las montañas del Este. También, la lista de correos de San Luis de 1820 contiene a un «Thomas Beall», lo que encaja con lo que afirma el folleto respecto a que Beale pasó por la ciudad en 1820 en su viaje hacia el Oeste tras dejar Lynchburg. El folleto también dice que Beale envió una carta desde San Luis en 1822.
Así que la historia de las cifras Beale parece tener base y, por consiguiente, continúa cautivando a criptoanalistas y cazadores de tesoros, como Joseph Jancik, Marilyn Parsons y su perro Muffin. En febrero de 1983 fueron acusados de «violar un sepulcro», tras ser capturados cavando en el cementerio de Mountain View Church en mitad de la noche. Sin haber descubierto otra cosa que un féretro, pasaron el resto del fin de semana en la cárcel del condado y finalmente tuvieron que pagar una multa de 500 dólares. Estos sepultureros aficionados pueden consolarse a sí mismos sabiendo que apenas tuvieron menos éxito que Mel Fisher, el cazador de tesoros profesional que salvó un cargamento de oro valorado en 40 millones de dólares del galeón español hundido Nuestra Señora de Atocha, que descubrió cerca de Key West, Florida, en 1985. En noviembre de 1989, Fisher recibió una información de un experto en Beale de Florida, que creía que el tesoro de Beale estaba enterrado en Graham’s Mill, en el condado de Bedford, Virginia. Apoyado por un equipo de ricos inversores, Fisher compró el lugar bajo el nombre de mister Voda, para no despertar sospechas. A pesar de una larga excavación, no descubrió nada.
Algunos cazadores de tesoros han abandonado la esperanza de resolver las dos hojas que quedan por descifrar, y en vez de ello se han concentrado en extraer pistas de la cifra que ha sido descifrada. Por ejemplo, además de describir el contenido del tesoro enterrado, la cifra resuelta afirma que está depositado «a unas cuatro millas de Buford», lo que probablemente remite a la localidad de Buford o, más específicamente a la taberna Buford’s, situada en el centro de la figura 25. La cifra menciona también que «la excavación está más o menos bordeada de piedras», por lo que muchos cazadores de tesoros han buscado a lo largo de Goose Creek, un lugar lleno de grandes piedras. Cada verano la región atrae a muchos aspirantes esperanzados, algunos de ellos armados con detectores de metal, otros acompañados de médiums o adivinos. La cercana ciudad de Bedford tiene varios negocios que gustosamente alquilan equipamiento, incluso excavadoras industriales. Los granjeros locales tienden a ser menos acogedores con los extraños, que a menudo entran sin permiso en su tierra, dañan sus cercas y cavan hoyos gigantes.
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Después de leer la historia de las cifras Beale, puede que usted se anime a tomar el desafío. El aliciente de una cifra del siglo XIX aún sin descifrar, junto a un tesoro valorado en 20 millones de dólares, puede resultar irresistible. Sin embargo, antes de ponerse a seguir el rastro del tesoro, preste atención al consejo ofrecido por el autor del folleto:
Antes de entregar los papeles al público, me gustaría decir unas palabras a los que pueden interesarse en ellos y darles un pequeño consejo, adquirido por amarga experiencia. Es que dediquen a la tarea sólo el tiempo que les reste de sus ocupaciones legítimas, y si no les queda nada de tiempo, que se olviden del asunto… De nuevo, nunca sacrifique, como he hecho yo, sus propios intereses y los de su familia por lo que podría resultar ser una ilusión; pero, como ya he dicho, cuando ya haya hecho su trabajo del día y esté cómodamente sentado junto a un buen fuego, un poco de tiempo dedicado al tema no hará daño a nadie y puede verse bien recompensado.