1. La cifra de María Estuardo, reina de Escocia

La mañana del miércoles 15 de octubre de 1586, la reina María Estuardo entró en la abarrotada sala de justicia del castillo de Fotheringhay. Los años de encarcelamiento y el reumatismo habían hecho sentir su huella, pero ella permanecía digna, tranquila e indiscutiblemente regia. Ayudada por su médico, fue pasando ante los jueces, funcionarios y espectadores, y se aproximó al trono que había a mitad de camino de la larga y estrecha sala. María había creído que el trono era un gesto de respeto hacia ella, pero se equivocaba. El trono simbolizaba a la ausente reina Isabel, su enemiga y acusadora. Con delicadeza, María fue separada del trono y guiada hacia el otro extremo de la habitación, al asiento de los acusados, una silla de terciopelo carmesí.

Se juzgaba a María, reina de Escocia, por traición. Había sido acusada de conspirar para asesinar a la reina Isabel para hacerse con la corona inglesa. Sir Francis Walsingham, el secretario principal de Isabel, ya había arrestado a los demás conspiradores, logrando que confesaran, y los había ejecutado. Ahora planeaba demostrar que María estaba en el centro de la conspiración y que, por tanto, era igualmente culpable e igualmente merecedora de la muerte.

Walsingham sabía que antes de poder ejecutar a María tendría que convencer a la reina Isabel de su culpabilidad. Aunque Isabel odiaba a María, tenía varias razones para mostrarse reacia a verla condenada a muerte. En primer lugar, María era una reina escocesa y muchos cuestionaban si un tribunal inglés tenía autoridad para ejecutar a un cabeza de Estado extranjero. En segundo lugar, ejecutar a María podría establecer un precedente incómodo —si al Estado le está permitido matar a una reina, entonces quizá los rebeldes podrían tener menos reservas a la hora de matar a otra reina, concretamente a Isabel—. En tercer lugar, Isabel y María eran primas, y su lazo de sangre hacía que Isabel se sintiera mucho más impresionable con respecto a ordenar su ejecución. En resumidas cuentas, Isabel sólo aprobaría la ejecución de María si Walsingham podía probar más allá de cualquier vestigio de duda que ésta había tomado parte en la conspiración para asesinarla.