Antes de cenar, yo habíale informado ya de los sucesos de la jornada y, aunque al parecer me escuchaba, no formuló ni una sola pregunta ni hizo el menor comentario. Naturalmente, a las horas de comer, quedaba excluida toda conversación, pero era de esperar que durante la digestión mi jefe aventurase un par de sugerencias. Sin embargo, no fue así.
Yo me instalé en mi escritorio y procedí a limpiar y engrasar mi arsenal, consistente en dos revólveres y un automático. Cuando Wolfe terminó el segundo turno de lectura, dedicada esta vez a Introducción a la Lógica Simbólica, y dejó el libro a un lado para tomar Amor desde Londres, inquirí respetuosamente:
–¿Dónde está Saúl?
–¿Saúl? – repitió con aire de tratar de dilucidar si me refería a Saúl de Tarso o a Saúl Soda-. ¡Ah, sí! No me pareció bien gastar el dinero de un cliente en balde. ¿Le necesitabas para algo? Creo que actualmente trabaja en un caso de falsificación, para el señor Bascom.
–Total que estoy haciendo un solo, ¿eh? ¿Qué prefiere usted, que me suba arriba a dormir o que me quede para darle una oportunidad de pretender que nos ganamos el pan juntos?
–Archie -suspiró Wolfe, tomando el libro-. No tengo intención de empezar a poner orden en un caos. De momento, este caso es meramente una ininteligible babel. Si el señor Naylor mató al señor Moore, es muy posible que lleve su broma demasiado lejos. Si no hizo tal cosa y sabe que otra persona fue la autora del crimen, cabe el mismo comentario. Si no es ni una cosa ni otra, la Compañía está gastando el dinero tontamente, pero nosotros no somos accionistas. Probablemente, sabremos algo más concreto después de mi entrevista con el señor Naylor el lunes por la tarde. Hasta entonces, sería inútil que me devanara los sesos pensando. Además, en realidad tú no quieres que haga tal cosa. Estás en tu elemento, con centenares de muchachas asequibles, indefensas y enteramente a tu merced.
–En primer lugar -gruñí, cerrando el cajón donde guardaba mi arsenal y poniéndome en pie-, no estoy en mi elemento. Y en segundo -agregué, dirigiéndome a la puerta del vestíbulo-, esas chicas no están a mi merced., sino al contrario, soy yo el que está a la suya. De modo que si en aquella casa caigo en alguna trampa y usted tiene que acudir a rescatarme, no me lo reproche.