3
Traslaciones inesperadas
Eremis la estaba tocando. Por supuesto que la estaba tocando.
Nunca había sido lo bastante fuerte contra él. Su concentración nunca había sido lo bastante fuerte. Mientras se acercaba a ella en la sala de audiencias, mientras amenazaba a Geraden, mientras luchaba con el Tor, ella había intentado algo que no sabía cómo hacer, algo de lo que nunca antes había oído hablar: loca por la rabia y la desesperación, había intentando tenderse hacia el espejo que lo había traído a él hasta allí y cambiarlo.
A algún nivel, sabía que aquello era imposible. Estaba en el lado equivocado del espejo, el lado de la Imagen, no el lado del Imagero. Pero ese conocimiento no significaba nada para ella. Si podía sentir cuando tenía lugar una traslación, seguro que eso le proporcionaba un vínculo, un canal. Y no tenía ninguna otra forma de luchar. Su necesidad era así de extrema: no le importaba que lo que estaba intentando fuera probablemente una locura. Su extraño y no medido talento era su única arma. Si podía desvanecerse, si podía ir lo suficientemente lejos como para alcanzar aquel espejo…
Las manos de él hicieron aquello imposible. La obligaron a salir a la superficie de sí misma cuando ella lo que más necesitaba era hundirse lejos de allí.
Primero fue la presa sobre su mano. La hizo girar hacia el punto de traslación como si fuera una pared contra la que pretendía romper todos sus huesos. Pero no la soltó.
Luego fue el instante sin fondo de la traslación, la eterna disolución.
Luego fue un tipo completamente distinto de luz.
Era naranja y caliente, en parte horno, en parte antorchas…, lleno de humo y de un olor acre. Había otro hombre allí, alguien que ella no había visto antes, una figura imprecisa mientras Eremis la empujaba más allá de él, la mantenía girando. Gilbur y Gart iban inmediatamente detrás de ello, tan imprecisos como todo lo demás.
Y Eremis estaba gritando:
—¡Las luces! ¡Apagad las luces!
Antes de que pudiera enfocar los ojos, ver nada con claridad, las antorchas fueron hundidas en cubos de arena; un clang cerró la puerta del horno. La oscuridad la abofeteó como una oleada de calor.
—¿Qué fue mal? —preguntó alguien con voz resonante.
—Geraden —restalló el Maestro Eremis—. Sigue vivo. No debemos permitir que vea este lugar.
—Yo intenté matarle —gruñó Gilbur—. Le golpeé duramente. Pero ese cachorro es más fuerte de lo que parece.
—Ella no debe verlo —siguió Eremis—. Ella es la creación de él. ¿Quién sabe los lazos que existen entre ellos? Quizá sean capaces de compartir Imágenes en sus mentes.
La primera voz, el hombre al que no conocía, hizo un ruido de asentimiento.
—Entonces será mejor que nos preparemos para esa eventualidad. Si estuviéramos en la sala de las Imágenes… —Un momento más tarde, añadió—: Sería interesante averiguar lo que hace cuando recobre el conocimiento.
—Siempre que no pueda encontrarnos —murmuró el Maestro Gilbur.
—¿En la oscuridad? —rió el Maestro Eremis—. No tengas miedo de eso. —Sonaba exultante, casi feliz. Su presa sobre Terisa cambió; con una mano, sujetó sus dos brazos a su espalda—. Ella es mía ahora…, y ellos son nuestros. No importa que Geraden siga con vida, y Kragen. Eso no hace más que añadir especia a la salsa. Harán exactamente lo que queremos.
—¿Y Joyse? —preguntó la voz resonante.
—Tú lo viste —raspó Gilbur—. Huyó cuando aparecimos. Sin duda está escondido en algún agujero, esperando a que el loco Havelock acuda a salvarlo.
El tono de la risa de Eremis sugirió que dudaba de la afirmación de Gilbur. No discutió, sin embargo. En vez de ello, dijo:
—Será seguro renovar las luces cuando la puerta esté cerrada.
Firmemente, irresistiblemente, empujó a Terisa ante él hacia la oscuridad.
Y durante todo aquel tiempo, ella seguía intentando concentrarse, intentando desvanecerse.
Ahora, por supuesto, no se tendía hacia el espejo que Eremis había usado; estaba luchando por hallar la provisión de espejos del Adepto Havelock, esforzándose por sentir el potencial para la traslación a través de la distancia. Podía sentir las traslaciones cuando se producían. Era sensible a la abertura del abismo entre lugares. Eso tenía que significar algo. Debía de haber alguna forma en que pudiera usarlo.
Pero la presa de Eremis lo hacía todo imposible.
La sujetaba demasiado rudamente, de tal modo que le dolían los brazos; la empujó demasiado lejos delante de él, a la ciega oscuridad. A través de una puerta, a lo largo de un pasadizo sin luz, a través de otra puerta: el miedo visceral a chocar contra algo impedía a Terisa apartar de allí su mente y su corazón. La forma en que el Maestro reía entre dientes la llenaba de ira y desesperación.
No soy tuya. Nunca. Encontraré alguna forma de matarte. No importa lo que ocurra. Lo juro.
Era imposible desvanecerse mientras estaba tan llena de furia.
Y, entonces, la forma en que él la sujetaba cambió.
A través de la segunda puerta y por un suelo irregular, la empujó bruscamente. No pudo parar el golpe porque no soltó sus brazos: cayó pesadamente sobre algo blando, una cama. Diestramente, él le dio la vuelta de modo que quedó tendida de espaldas, con sus muñecas unidas ahora por encima de su cabeza, sujetas por una de las manos de él. Entonces cerró algo de hierro en torno a su muñeca izquierda; oyó un clic, un débil tintinear de cadenas. Pese al grillete, sin embargo, siguió manteniendo sus brazos sujetos juntos.
Siguió riendo quedamente mientras su otra mano soltaba los cierres de su suave blusa de piel, dejando expuestos sus pechos, su vulnerable vientre.
—Debo encadenarte —murmuró él placenteramente—, una pequeña precaución contra tus extraños talentos…, y los de Geraden. Pero eso no impedirá que satisfaga mi derecho a ti. Descubrirás que no resulta fácil satisfacerme. Por otra parte, tenemos todo el tiempo del mundo.
»Si eres dócil, mantendré sus ataduras tan poco como sea posible.
Ella se debatió en la oscuridad; deseaba aplastar su rostro, deseaba sentir su sangre en sus manos. Él, sin embargo, la retuvo sujeta fácilmente; sabía cómo impedir que las mujeres escaparan de él. Cuando ella hizo una pausa para reunir sus fuerzas e impedir llorar, él retorció su lengua como húmedo y culebreante fuego en torno a cada uno de sus pezones, y su mano abrió y deslizó a los lados el cinturón de sus pantalones.
Jadeando al borde de las lágrimas, ella intentó retorcerse fuera de su presa, fracasó.
Bruscamente, se envaró, dejó que su resistencia desapareciera de sus músculos. No estaba consiguiendo nada; no hacía más que contribuir a su propia derrota con aquel comportamiento alocado. No podía concentrarse… Era mejor dejar que él pensara que su inmovilidad era una forma de rendición. Si era tan arrogante como eso.
—Aceptarás completamente mi masculinidad —murmuró él—. Tomaré posesión de ti en todas las formas. Y no me sentiré satisfecho hasta que me supliques que entre en ti de la forma y cuando lo desee.
Su boca se aferró a sus pezones, poniéndolos involuntariamente rígidos, acariciándolos y probándolos. Al mismo tiempo, su mano descendió en sus abiertos pantalones hasta el lugar entre sus piernas que sólo Geraden conocía. Sus dedos la acariciaron allí como si creyera que ella estaba siendo seducida.
Muy profundo en su mente, ella imaginaba la muerte de él.
Cuando él empezó a tirar de sus pantalones muslos abajo, sin embargo, volvió a defenderse. Sus ojos empezaban a ajustarse…, y aquella habitación no estaba completamente a oscuras. Asomos de iluminación se filtraban en el aire de lo que podía ser muy bien una imperfectamente sellada ventana en la pared encima de ella. La cabeza de Eremis era una silueta de oscuridad más profunda inclinada sobre sus pechos, haciendo que le dolieran. No podía luchar contra él físicamente. Pero aún podía luchar.
Aprovechando el hecho de que su boca estaba libre, dijo:
—Gilbur cree que el Rey Joyse es un cobarde, pero tú no estás de acuerdo con él. —Su tono hubiera debido advertirle: no estaba lo suficientemente alterada, lo suficientemente asustada, como para señalar rendición—. ¿Por qué?
—Porque, mi dulce dama —estaba demasiado lleno de victoria para negarse a contestarle— tú lo traicionaste a mí.
Pudo notar que sonreía encima de ella en la oscuridad.
—Hubiera podido creer que era un estúpido, o un cobarde, o un loco. Pero tú viniste a mí mientras Lebbick me tenía en aquella mazmorra, y me abriste los ojos. En un momento en que hubiera podido seguir inocente de todo conocimiento, tú me mostraste que el Rey Joyse comprendía sus propias acciones…, que hacía lo que hacía de una forma deliberada.
El espíritu de Terisa se encogió ante aquel pensamiento; pero mantuvo su cuerpo pasivo.
—Esta revelación me permitió ajustar mis planes para acomodar la posibilidad de que él hubiera estado preparando trampas propias. Si me hubiera visto obligado a esperar hasta que Quillón se descubrió finalmente, a él mismo y al Rey, rescatándote, hubiera podido verme en dificultades. Pero tú —Eremis la penetró maliciosamente con los dedos, haciéndola estremecer— me diste tiempo para preparar un señuelo más personal…, tiempo para disponer el secuestro de la Reina Madin, para minar el suelo bajo los pies de Joyse exactamente en el momento en que yo podía estar más expuesto para contraatacar.
»Tú hiciste eso posible, mi dama. —Su cabeza estaba vuelta hacia ella ahora, dejando momentáneamente sus pechos. Irradiaba, apenas era capaz de contener su triunfo. En aquel momento, hubiera podido estar dispuesto a decírselo todo—. Tú me permitiste perfeccionar mis planes contra un oponente que hubiera podido resultar más fuerte de lo que parecía.
Mientras él hablaba, la mente de Terisa se volvió fría y enferma. Era cierto: ella había entregado al Rey Joyse a sus enemigos.
—Mereces el destino de Saddith por intentar engañarme. Pero, puesto que me siento agradecido, usaré contigo sólo tanta fuerza como exijas.
Rió de nuevo…, una carcajada de placer y desdén. Los sentidos de Terisa estaban llenos de él. Eremis olía a sudor y confianza.
—Gart deseaba matarte cuando abandonasteis la Casa del Valle, pero yo no se lo permití. Indudablemente, tu muerte y la de Geraden hubiera repercutido en beneficio nuestro. Pero, entonces, ¿quién hubiera llevado la noticia del secuestro de la Reina al Rey Joyse? ¿De qué otro modo hubiera podido arreglar las cosas para dominaros tanto a ti como a Joyse al mismo tiempo, excepto dejándote vivir?
»Me has servido perfectamente, pese a tu oposición. —Sus dedos siguieron trabajando entre sus piernas—. Lo único que lamento es no tener todavía a Geraden en mi poder. Pero eso llegará. Ya he dicho que debo pensar en algo realmente especial para recompensarle por su interferencia, su obcecada enemistad, y lo haré.
»Si tú eres dócil y obediente, mi dama, vivirás una vida que muchas mujeres envidiarían. Pero a él—los dedos de Ere-mis le hicieron daño, casi la obligaron a jadear—, a él lo destruiré.
—Lo dudo —dijo ella, respirando pesadamente para contrarrestar el dolor. Lo mataría. Todo lo que tenía que hacer era permanecer con vida el tiempo suficiente—. Puede efectuar traslaciones que tú no comprendes. Traslaciones que ni siquiera sabías que fueran posibles hasta que él me trajo a Orison.
Por un momento, la risa de Eremis sonó casi como un gruñido.
—Eso es cierto. Y me ofende. Pero de nuevo he sido abundantemente advertido con anticipación. El augurio de la Cofradía me hizo sospechar de Geraden. Y Gilbur averiguó mucho mientras le enseñaba a modelar su espejo. Eso me permitió poner en marcha todos los peligros y distracciones que os han impedido tanto a él como a ti explorar vuestros talentos, averiguar cuáles eran. Y me ha permitido conservar la desconfianza que los Maestros sentían hacia él, de modo que la Cofradía no intentara ayudarte.
»En ese sentido, ganamos una gran cantidad de valioso tiempo.
»Y ahora, por supuesto, él se halla impotente. Tú no puedes amenazarme con su poder. Él no puede trasladar nada que no pueda ver.
—Sé eso —respondió secamente Terisa…, demasiado secamente. No tenía intención de dejar traslucir tanta de su furia—. Pero tú tampoco puedes ver. Necesitarás luz en algún momento…, a menos que planees renunciar a Orison y Mordant y Alend y pasar el resto de tu vida simplemente violándome. —Lo notó sonreír encima de ella—. Y, cuando salgas a la luz —hizo todo lo posible por clavar cada una de sus palabras como un cuchillo en sus partes vitales—, descubrirás que sabe demasiado acerca de ti. Sabe cómo utilizas los espejos planos sin volverte loco.
La reacción de Eremis fue más fuerte de lo que ella esperaba. Se envaró; su aliento siseó entre sus dientes; su mano ascendió por su vientre como para golpear sus pechos o abofetear su rostro.
—¿Cómo es eso, mi dama?
Tendida inmóvil, expresando su desafío sólo con su voz, respondió:
—Pones el espejo plano dentro de uno curvado y efectúas ambas traslaciones al mismo tiempo.
Tan rápidamente como la había conseguido, perdió su ventaja. El Maestro se relajó tangiblemente; sus dedos acariciaron sus pezones mientras la tensión huía de él.
—Completamente cierto —comentó—. Y debo decir que me siento impresionado por la habilidad de Geraden de razonar de esta forma tan cerca de la verdad. Pero en estos momentos, sin embargo, Barsonage ha descubierto que la técnica que describes es imposible. El espejo trasladado a través de otro espejo simplemente se hace añicos.
»El auténtico secreto, mi dama, reside en el óxido que prepara el espejo curvo. Ése es mi descubrimiento, el resultado de mi sudor y mis estudios. Yo aprendí cómo hacer un espejo dentro del cual puedan ser trasladados otros espejos.
En aquel momento, la determinación de matarle era todo lo que la impedía sumirse en la desesperación. Simplemente no quedaba sitio en ella para tanta furia y el horror de ver derrumbarse su última esperanza.
—La mayor parte de mis colegas Imageros —prosiguió Eremis— se hubieran echado a reír hasta morirse si hubieran sabido cómo he pasado mis años como Imagero. Y, sin embargo, todo el mundo gravita sobre mi pequeño descubrimiento. Cuando haya terminado con ellos, todo Mordant y Alend y Cadwal estarán a mi servicio, e incluso el Gran Rey Festten reconocerá mi supremacía.
La perspectiva lo llenaba de pasión. Empezó a besar de nuevo a Terisa, y esta vez ella pudo sentir su hambre en la forma en que su boca rodeaba y chupaba sus pezones, la forma en que su lengua los sacudía. Su mano libre estaba de vuelta a sus pantalones, tirando de ellos hacia abajo, preparándola para él.
Si hubiera soltado sus brazos —aunque sólo fuera por un segundo—, Terisa hubiera hecho todo lo posible por sacarle los ojos. Pese a su triunfo, sin embargo, él no soltó la presa que la mantenía bajo control.
Terisa no tenía ninguna forma de detenerle.
No necesitó detenerle. La desconocida y resonante voz dijo hoscamente desde la oscuridad:
—Festten quiere verte.
Casi atragantándose de furia, el Maestro Eremis saltó en pie y se apartó bruscamente de Terisa.
—¿Tengo que ser interrumpido siempre que estoy con ella? Es mía, te lo he dicho siempre; me la he ganado. ¡Festten no me da órdenes!
La otra voz dio la impresión de alguien que se encogía de hombros.
—Tiene veinte mil hombres que creen otra cosa. Y desea un informe.
Sus brazos estaban libres ahora. Los bajó, saco las piernas de la cama, se sentó; probó la cadena. No era lo bastante larga como para permitirle alcanzar a Eremis. La fría argolla en su muñeca no cedió.
—Infórmale tú mismo —respondió Eremis—. Envía a Gilbur a informar. Envía a Gart. Yo no voy de un lado a otro siguiendo los deseos del Gran Rey.
—Eremis —advirtió la resonante voz—, piensa. El Gran Rey confía en mí. Siempre ha confiado en mí. Pero no confía en ti. Acepta tu liderazgo, hace lo que tú quieres, sólo porque consigues resultados que le complacen. Lo has llevado más cerca de la victoria de lo que nunca ha estado.
»Pero ahora has arriesgado una incursión en el corazón mismo de Orison, y no has conseguido nada excepto la muerte de Lebbick y la captura de ella. El Gran Rey Festten considera que hasta ahora todas sus acciones bajo tu guía no han dado ningún resultado. Su única satisfacción ha sido la aniquilación del Perdon.
»Quiere un informe.
—Ese jodeovejas —gruñó disgustado Eremis—. Un hombre que ha perdido su interés en las mujeres, un hombre que sólo puede hallar placer con los animales…, no es apto para ser rey.
Sin embargo, su tono expresaba aquiescencia. Pese a su furia y su frustración, el Maestro dejó a Terisa a solas. Murmurando obscenidades para sí misma, se alejó a grandes zancadas en la oscuridad.
Porque ella aún no había terminado —porque nunca se había sentido más lejos de rendirse y deseaba conocer a su enemigo—, Terisa preguntó secamente tras él:
—¿Por qué haces esto?
Él debió hacer una pausa. Su tono fue a la vez duro y alegre; maligno; jubiloso.
—Porque puedo.
Casi inmediatamente, ella supo que se había ido.
Durante lo que pareció un largo momento no se movió. Había entregado al Rey Joyse a sus enemigos. El secuestro de la Reina Madin era culpa suya. Había ido a Eremis en las mazmorras, y le había dicho lo que él necesitaba saber, y le había permitido que la hiciera traicionar a Geraden, y ¿cómo podía haber sido tan estúpida? Y Geraden no conocía el secreto de la oxidación. No podía luchar contra el Maestro. No podía hallarla a ella en la oscuridad.
Realmente, tenía que olvidar toda esperanza.
No importaba aquello. Probablemente tampoco quedaba lugar para la esperanza. Su anhelo de la sangre de Eremis era demasiado grande: arrojaba fuera todo lo demás. Hacía imposible el tipo de concentración que necesitaba. Estaba indefensa precisamente porque su ansia de poder era tan intensa.
La cadena le dejaba espacio suficiente para moverse en torno a la cama. Hoscamente, volvió a subirse los pantalones, apretó fuertemente el cinturón, y empezó a abrocharse de nuevo la blusa.
—Una lástima —murmuró la resonante voz.
Se inmovilizó.
¿Cuánta gente la estaba observando…, gente a la que no podía ver?
—Veo bien sin luz. La oscuridad no guarda ningún secreto para mí. Pero las oportunidades de ser testigo de una tal desnudez han sido raras en los últimos años. —La voz sonaba como guijarros arrojados contra un cristal—. Una mujer con unos pechos tan orgullosos, y sin embargo tan llena de miedo. Una provocadora combinación. Y hay tiempo. Eremis estará un buen rato fuera. Festten lo interrogará detalladamente antes de dejarle seguir adelante con sus planes.
Terisa deseó acabar de abrocharse la blusa, pero no podía mover los dedos. ¿Cuánta gente…? Hasta ahora, sólo había sentido miedo de Eremis, no de la propia oscuridad, no del lugar donde él la había dejado.
—Desgraciadamente, sin embargo, a Eremis no le gusta la carne usada. Y a mí tampoco me gusta lo suficiente la carne como para arriesgar por ella mi alianza con él. Oculta tus pechos o alardea de ellos…, como gustes. —Oyó deleite al mismo tiempo que burla en la voz—. No me inducirán.
Como si hubiera estado aguardando su permiso, Terisa terminó de abrocharse la blusa.
Finalmente, sus ojos estaban ajustándose a la oscuridad. Cuando miró atentamente, fue capaz de discernir la silueta de una figura cerca de donde supuso que estaba la puerta. La voz procedía de aquella dirección.
Apretando los dientes para reunir su valor, se puso en pie y probó la cadena.
Podía agitar los brazos antes de llegar a sus límites. Siguiéndola hasta el otro lado, descubrió que estaba atada a la pared a la cabecera de la cama…, unos tres metros de ella, lo suficiente como para permitirle realizar casi cualquier gimnasia concebible en la cama, pero no lo suficiente como para permitirle eludir a la imprecisa figura en la puerta. Sin embargo, se sintió reconfortada de tener tanto radio de movimiento. Si todo lo demás fallaba, al menos tenía una oportunidad de golpear al Maestro Eremis antes de que volviera a tocarla.
Deliberadamente, enrolló algo de la cadena en torno a su puño para darle peso. Apoyó la espalda contra la pared. Luego se enfrentó a la figura de la voz resonante.
—Tú eres Vagel. —No necesitó confirmación: estaba segura de ello—. El famoso archi-Imagero. El hombre que volvió loco a Havelock. ¿Por qué lo haces?
—¿Hacer qué?
—Unirte a él. Tú lo llamas una alianza, pero probablemente él te trata como un sirviente. Tú eres el archi-Imagero. El hombre más poderoso del que nadie haya oído hablar nunca. ¿Por qué le sirves? ¿Por qué no es al revés?
La silueta de la figura sugirió un encogerse de hombros.
—El poder —dijo, como piedras golpeteando contra un espejo— es a menudo un asunto de posición más que de talento. En cierto modo, él te dijo la verdad. Todo el mundo gravita sobre el pequeño descubrimiento que le permite trasladar espejos a través de espejos. Pero ése no es su auténtico poder.
—¿De veras? —No pudo resistir el impulso de incitar a Vagel. Estaba demasiado asustada y furiosa para cualquier otro enfoque. Al parecer, Vagel había estado escuchando, observando, mientras Eremis la tenía desnuda—. ¿Cuál es?
—Su auténtico poder —resonó el archi-Imagero— es que él es irremplazable para todos sus aliados…, debido a sus talentos, por supuesto, pero también debido a su posición, en la Cofradía, en Orison. ¿Qué acceso tengo yo a sus recursos, a su libertad de movimientos? Gilbur, te lo garantizo, también se halla favorablemente situado. Pero en él es su talento lo que es reemplazable. Es simplemente rápido, sorprendentemente rápido, antes que brillante. Y odia demasiado a todo el mundo para formar alianzas…, a todo el mundo excepto a Eremis.
»No, el auténtico poder de Eremis es que puede conseguir lo que desea con cualquiera.
»Lo ha conseguido conmigo, pese a que mi Imagería sobrepasa con mucho a la suya…, y pese a que yo soy el vínculo que le ha permitido iniciar sus tratos con Festten, hace años, cuando me rescató de la renegada destitución entre los Feudos de Alend. Conseguirá lo que quiere con Festten, pese al gusto del Gran Rey por la absoluta autoridad. Conseguirá lo que quiere contigo —Vagel dejó escapar una risita maligna— hasta que la única cosa que te impida suplicar la muerte sea que él no te deje hablar.
»Incluso conseguirá lo que quiere con el Rey Joyse al final. —Ahora el tono de Vagel sugería cosas duras…, cosas rotas con bordes afilados—. Por esa razón no me preocupa lo absolutamente que le sirvo.
Inesperadamente, Terisa había dejado de escuchar. Los Feudos de Alend. La forma en que él dijo aquellas palabras desencadenó un pequeño salto de intuición, hizo encajar en su lugar un detalle pequeño y extraño. Sorprendida, dijo:
—Palomas mensajeras.
Vagel guardó silencio, como si ella le hubiera sorprendido.
—Tú eres el que trajo aquí las palomas mensajeras. Tú las llevaste a los Feudos de Alend.
—Esos sucios barones —gruñó el archi-Imagero—. Su escualidez y sus mezquinas ambiciones casi me volvieron loco. Exigían, exigían, Poder. Imagería. Tuve que satisfacerles para mantenerme con vida, yo, el mayor Imagero que jamás se haya conocido. Y, sin embargo, se sintieron satisfechos con unos pájaros que podían llevar mensajes. Los hubiera destruido hace mucho tiempo, le hubiera exigido eso a Eremis, si no fueran unos hombrecillos tan pequeños.
»Por eso también, por la humillación que me causaron, Joyce sufrirá.
—Venganza —murmuró Terisa. Su atención volvió a Vagel—. Él y Havelock te hicieron retroceder cuando pensabas que ibas a convertirte en el dueño del mundo, y no puedes vivir con ello. Ahora no te importa quién tenga el poder. No te importa cuánto te humille Eremis. Todo lo que te importa es hacerle daño a la gente que te mostró que estabas equivocado respecto a ti mismo.
»Lo que te está haciendo Eremis es mucho peor que cualquier cosa que te haya hecho nunca el Rey Joyse.
—¿De veras? —La voz de Vagel ronroneó como una lluvia de piedrecillas—. Piensas de una forma muy extraña. Tu derrota se vuelve cada vez menos sorprendente, pese a las casi inimaginables implicaciones de tu talento.
»La actitud de Eremis es degradante, pero las recompensas que ofrece no. ¿Crees que tanto Joyse como Havelock demostraron ser mejores hombres que yo…, más meritorios, más poderosos? No. Solamente demostraron ser más traidores. Y tú has visto en el declive de Mordant y el colapso de Orison que no existe nada tan deseable, valioso o poderoso que no pueda ser traicionado. Fui vencido, no por un buen Imagero o un buen rey, sino por un buen espía.
Terisa esperó que el archi-Imagero se adelantara, pero no lo hizo.
—No desprecio la venganza. A menos que esté muy equivocado —se estaba riendo de ella—, tú misma no tienes otra pasión.
»En tu caso, sin embargo, la venganza fracasará. Tú no sirves a ningún hombre capaz de hacer un espejo de la arena empapada en la sangre de tus deseos. Eremis conseguirá lo que quiere contigo, y entonces la verdad de ti quedará absolutamente demostrada.
—Lo mismo puede decirse de ti —respondió ella, contraatacando para que lo que él decía no la aplastara—. Te está utilizando…, está consiguiendo lo que quiere contigo. Y, cuando haya acabado, simplemente te echará a un lado. Después de todo, no conseguirás tu venganza. Él desea toda la diversión para sí.
Vagel emitió un sonido seco y sibilante. Después de eso hubo un largo silencio. Terisa tensó su presa sobre la cadena, aunque la vaga figura no se había movido.
—No —dijo al fin, como si ella hubiera provocado su sinceridad—. Todos sus aliados deben temer lo mismo…, pero él no me echará a un lado a mí. Festten confía en mí. Los complots de Eremis puede que no hubieran conducido a nada, si yo no lo hubiera respaldado ante el Gran Rey. Necesita demasiado a Cadwal como para arriesgarse a perder esa alianza echándome a un lado.
»Y, sin mí, toda la fuerza de la Imagería a su disposición se convertiría en un instrumento sin filo…, capaz de golpear duro, pero incapaz de golpear a voluntad. Inútil. Yo soy el archi-Imagero, como habrás observado. El procedimiento mediante el cual modelamos los espejos que muestran las Imágenes que deseamos son míos. ¿Crees que nuestros éxitos hubieran podido ser conseguidos al azar? Ese Gilbur, con toda su rapidez, ¿hubiera podido hacer los espejos que necesitamos mezclando simplemente combinaciones accidentales de tintes y óxidos, arena y superficie? Te lo digo, hubiera podido sudar y sudar hasta que se le reventara el corazón sin llegar a producir nunca un espejo que nos diera acceso a la Casa del Valle…, o uno que mostrara la sala de audiencias de Orison. Esa victoria es mía.
»Yo solo he derribado los dogmas de la Imagería, y nadie de la estúpida Cofradía de Joyse puede compararse conmigo.
La voz de Vagel se intensificó.
—Eremis no puede seguir sin mí. Su necesidad de espejos que sólo yo puedo proporcionar no terminará nunca. Y, debido a eso —pareció controlar su impulso de gritar—, antes de que yo haya terminado, asaré las entrañas de Joyse a fuego lento. Le oiré aullar hasta que pierda la razón, y conseguiré mi satisfacción a través del propio Eremis.
Un temblor visceral agitó a Terisa en lo más hondo, tan intenso que fue incapaz de hablar.
Bruscamente, el archi-Imagero se volvió para marcharse.
—Recuerda eso —restalló, mientras su voz se alejaba—. Quizá yo te inspire a rendirte a él prematuramente, y entonces su placer en ti se verá considerablemente disminuido.
La dejó con la cadena enrollada en torno a su puño y a nadie a quien golpear.
No confió en su partida. Sus sentidos se tensaron en la oscuridad, buscando alguna evidencia de que no estaba sola. Pero no oyó nada, no sintió nada. En cuanto a su visión…, podía discernir un asomo de la puerta, pero los rincones de la habitación eran tan oscuros como pozos. Cuando volvió los ojos a la pared detrás de la cama, sin embargo, consiguió delimitar la fuente de la escasa iluminación. Sus primeras suposiciones habían sido acertadas: la luz procedía de una ventana no perfectamente sellada.
Dejando caer la cadena para incrementar su radio de movimiento, se subió a la cama y tendió los brazos hacia la ventana. Desde aquella posición, podía apoyar las manos sobre los tableros clavados al marco. Desgraciadamente, sus dedos no hallaron ningún punto de apoyo, ni en los bordes ni en las rendijas. Lo intentó hasta que sus yemas empezaron a sangrar y su autocontrol amenazó con desmoronarse; luego, para no empezar a sollozar, bajó de la cama.
Calma. Lo más esencial era mantenerse calmada. Conservar algo parecido a la calma hasta que se convirtiera en auténtica calma. A fin de poder concentrarse, aunque por supuesto era imposible trasladarse fuera de allí con una cadena en su muñeca, no, no pienses en cosas como ésta, no lo hagas. Permanece calmada. Concéntrate.
Desvanécete.
Apretó las manos contra su rostro, se sentó en el borde de la cama e intentó desvanecerse.
No podía hacerlo: estaba demasiado furiosa y asustada, privada de esperanza. Se estremecía tan violentamente que su corazón saltaba alocado. Había traicionado al Rey Joyse, y Vagel iba a hacerle aullar…, y Geraden no tenía ninguna forma de hallarla, de rescatarla. Demasiada gente podía estar aún observándola, oculta tras agujeros espía, escondida en los rincones…
Eremis volvería tan pronto como hubiera terminado con el Gran Rey Festten.
Necesitaba tiempo para controlarse.
En busca de calma, decidió explorar la habitación hasta tanto como le permitía la cadena. ¿Qué otra cosa podía hacer? Quizá, si fracasaba en hallar nada, recobrara algo de su autodominio.
Temblando violentamente, demasiado furiosa para preocuparle el hecho de que pareciera actuar estúpidamente ante cualquier espectador, se situó junto a la argolla que sujetaba su cadena a la pared y, desde allí, empezó a tantear su camino hacia la esquina, comprobando la fría y basta piedra con los dedos.
Cuando su mano encontró hierro en la pared, casi retrocedió.
Hierro: otra argolla.
Una corta cadena fijada a la argolla. Un grillete.
Una muñeca en el grillete.
Aquello la hizo retroceder. Regresó hasta la cama, se sentó, miró hacia la oscuridad. Su respiración era entrecortada.
Había tocado una muñeca. Piel. Una mano que se retiró rápidamente ante su contacto.
Otro prisionero. Había alguien más encadenado en el rincón.
Eremis había intentado violarla ante testigos.
¿Quién eres?, jadeó. Por un momento, las palabras se negaron a brotar de su garganta. Casi como un vómito, las obligó a salir:
—¿Quién eres?
Ninguna respuesta. Quizá, debido a que respiraba tan afanosamente, no podía oír ninguna señal de vida a su alrededor.
—¿Estás herido? —Eso era otra posibilidad. ¿Quién podía decir lo que Eremis o Vagel o Gilbur, o Gart, podían hacerles a sus enemigos? Si ella no hubiera sentido el calor de la piel y el movimiento, se hubiera sentido tentada a imaginar un esqueleto. O un cadáver.
»¿Puedes oírme? —Se levantó de la cama y recorrió de nuevo la pared, lentamente, lentamente, intentando controlar su alarma con la cautela—. ¿Estás bien?
Encontró la argolla, la corta cadena. La mano en el grillete intentó evitar su contacto. Sin embargo, ella prosiguió, tanteando más allá de la encadenada muñeca, a lo largo de un brazo. Estaba envuelto con una tela suelta…, ¿la manga de una capa? La tela era áspera y cálida; estambre, quizá.
Halló un hombro cubierto, un cuello desnudo. El hombro y el cuello se retorcieron violentamente, pero no podían alejarse; el otro brazo debía estar encadenado también. Maldita fuera aquella oscuridad. El prisionero era sólo un poco más alto que ella. Aunque Terisa estaba casi al límite de su propia cadena, no tuvo dificultad en palpar un rostro sin afeitar, que se tensó, intentando alejarse de ella; aterrado de ella.
—¿Estás herido? —susurró—. ¿Quién eres?
Ásperamente, él alzó la cabeza e inspiró de forma estrangulada.
—Está bien. Me has hallado. Me dijeron que no hiciera ningún ruido, que no te dejara saber que estaba aquí, pero no es culpa mía.
Su voz le era familiar. Su amargura le era familiar.
Nyle. El hermano «asesinado» de Geraden.
Por un momento, se alegró tanto de hallarlo vivo que apenas pudo soportarlo. Así que era Underwell quien había sido muerto, desfigurado. El complot de Eremis era tan vil como ella había imaginado que debía serlo.
Y Nyle estaba allí; prisionero desde hacía, ¿cuánto tiempo ya? Retenido en caso de que fuera necesario de nuevo contra su hermano.
—Oh, Nyle —susurró, aliviada y presa de una repentina náusea—. Lo lamento tanto. ¿Qué te han hecho?
—Lo mismo que van a hacerte a ti. —Su amargura era peor que la furia; había ido demasiado más allá de toda esperanza—. Una especie de violación. Simplemente soy afortunado de que Eremis aún me desee con vida. A Gilbur le gusta lo que ellos llaman «carne masculina», pero tiene tendencia a matar a sus juguetes, así que Eremis hace que me deje tranquilo. La mayor parte del tiempo.
»Me necesitan para asegurarse de que Geraden no haga nada impredecible. O el Rey Joyse.
Oh, Nyle.
No podía seguir de pie. La náusea extirpaba de ella todo alivio. Sin pensar, se retiró a su cama, se sentó de nuevo. Por alguna razón, ya no estaba temblando. Pero iba a ponerse enferma… Si no se dominaba, iba a vomitar hasta el corazón.
—Es la misma razón por la que te han cogido a ti. —Ahora que Nyle había empezado a hablar, parecía decidido a continuar—. Sólo los detalles son distintos. Somos rehenes. Y cebo. Estamos aquí para asegurar que Geraden y el Rey Joyse harán lo que Eremis desea.
»Creí realmente que alguien intentaría rescatarme. —Su tono hizo que Terisa sintiera deseos de vomitar. A Gilbur le gustaba la carne masculina—. Pero me equivoqué. Quizá también te olviden a ti. Ésa es tu única esperanza ahora…, que Eremis haya cometido un error trayéndote aquí.
Luchando contra la bilis, Terisa se obligó a decir:
—Nadie en Orison sabía que necesitaras ser rescatado. ¿No sabes lo que hicieron? Mataron a ese médico, Underwell. Dejaron que unos monstruos devoraran su rostro —no pienses en ello, no pienses en ello—, y lo vistieron con tus ropas para que todo el mundo creyera que eras tú. Todo el mundo pensó que estabas muerto. —Porque tenía que decirlo, concluyó—: Pensaron que Geraden te había matado. Al menos conseguiste eso.
—Sé todo esto. —Nyle tosió suavemente, como si estuviera demasiado débil y maltratado como para maldecir—. Enviaron a Gart y a un par de sus Aprs a la habitación para dejar sin sentido a los guardias y a Underwell. Para que no hubiera ningún ruido. Luego me trasladaron aquí. Luego enviaron a algunas de sus criaturas para que se ocuparan de los cuerpos. Me lo contaron todo.
»¿Crees que es eso lo que yo deseaba? ¿Crees que tuve alguna elección?
No, era cruel acusarle, cruel, llevaba ya un tiempo prisionero de Eremis y Gilbur ahora, y las decisiones que había tomado que le habían puesto en esta situación estaban basadas todas en la política de absurda pasividad del Rey Joyse, no era justo incluirle en su furia. Sin embargo, dijo:
—Todo el mundo tiene una elección.
Ella había tenido una elección, ¿no? Ella estaba encadenada a la pared en la oscuridad, y Eremis tenía intención de usarla para su placer hasta que su espíritu se rompiera, y no había ninguna forma en que pudiera ser rescatada, y pese a todo había tenido una elección. Sólo los muertos no tienen elecciones.
Nyle tosió de nuevo, como un hombre cuyos pulmones estuvieran llenos de seca podredumbre. Pudo imaginarlo en sus grilletes, con la boca colgando abierta en su sucia barba y ninguna fuerza en su cuerpo.
—Estás equivocada —murmuró cuando dejó de toser—. Eres como Elega. No sabéis. No he tenido ninguna elección respecto a nada desde que Geraden me golpeó con aquel palo.
Oh, estupendo. Terisa apenas pudo contener la risa. Ahora iba a empezar a culpar a Geraden. Su estómago intentó trepar por su garganta; tuvo que impedírselo con toda su voluntad. Ya había sido más dura de lo que deseaba ser. En vez de seguir con lo que Nyle había dicho, preguntó con voz densa:
—¿Sabes dónde estamos? ¿Conoces este lugar?
—Todo lo que yo deseaba era salvar Orison y Mordant. —Quizá no la había oído—. No puedes decir que me merezca esto. Puedes pensar que me equivoqué, pero no puedes decir que fui malicioso. No iba a conseguir nada para mí mismo. Ni siquiera para Elega… Aunque no estuviera equivocado, mi familia iba a odiarme igualmente. Nunca hubiera podido volver a mi casa. Todos ellos creían personalmente en el Rey Joyse, no en las ideas que hacían de él un buen rey…, no en la Cofradía y Orison y Mordant. Nunca iban a perdonarme el traicionar a su héroe, aunque todo hubiera ido bien.
»No lo hice por mí mismo.
—Oh, Nyle —jadeó suavemente ella—. No lo entiendes. Por supuesto que te perdonarán. Ya te han perdonado.
Pero quizás él era incapaz de oírla. Tal vez había pasado demasiado tiempo impotente, atrapado en una perenne reiteración de lo que había hecho y por qué —y lo que había costado—, sin ninguna forma de romper el círculo. En vez de reaccionar a lo que ella acababa de decir, siguió explicándose.
Intentando justificarse en la oscuridad.
—Pero Geraden me destruyó. Sé que no es eso lo que él deseaba, pero él me arrojó a todo esto. Cuando fue tras de mí, en vez de concentrarse en el Príncipe Kragen… Si no estuviera tan decidido a sufrir accidentes…
»Me hizo encerrar. Como un asesino. Como si fuera alguien peligroso para todas las personas decentes que hubiera a mi alrededor. Si hubiera sido un granjero que se volvió loco y empezó a matar a todos sus amigos y familia con un hacha, me hubieran encerrado, pero no se hubieran reído de mí. No hubiera sido despreciado.
»¿No me comprendes? Yo también amaba al Rey Joyse. Siempre lo amé, pese a que no me dejó que le sirviera…, pese a que no me quiso a su alrededor. Pero algunos amores son más importantes que otros. Él no estaba interesado en mi lealtad…, y eso duele, porque estaba tan obviamente interesado en mis hermanos. Artagel. Geraden. Pero yo aún podía seguir amando sus victorias, sus ideales, sus creencias.
»¿Qué piensas que hubiera debido hacer? —Por un momento, la voz de Nyle tuvo un toque de pasión en la oscuridad—. ¿Abandonar todo lo que hacía valioso Mordant en bien de un viejo decadente al que no le importaba si yo vivía o moría?
»Entonces Geraden me detuvo, y me arrojaron a las mazmorras. ¿Sabes lo que significa eso? —Lo dominó un acceso de tos, que se llevó consigo toda su intensidad—. Deberías.
»Significa que no podía escapar.
»Artagel vino y alardeó de sus heridas ante mí. Y yo no podía escapar. El Castellano Lebbick practicó sus obscenidades conmigo durante un tiempo. Y yo no podía escapar.
»Y luego vino el Maestro Eremis…
—Nyle, espera. —Terisa no deseaba oírle. Sabía lo que venía a continuación, y no deseaba oírlo—. Eso no sirve de nada. No haces más que atormentarte a ti mismo. —Todo lo que deseaba era alguna forma de contener el horror que brotaba de la parte de atrás de su garganta a fin de poder concentrarse, enfocar su furia y sus temores y su ansia de sangre—. ¿Sabes dónde estamos?
—Simplemente así —prosiguió Nyle, como si ella no hubiera dicho nada—. Simplemente entró en la celda. Abrió la cerradura y me sacó. Y yo no podía escapar. —Su tono era deshilachado, rasgado por la amargura y la fatiga y la tos, por una furia que no tenía ningún otro lugar donde ir—. Me llevó un corto trecho por el pasillo. Luego hizo alguna especie de gesto, y fuimos trasladados aquí. A su laborium personal. Y yo no pude escapar de él.
»¿Sabes lo que me hizo?
—¡Sí! —Luchando por defenderse contra el dolor, Terisa saltó en pie—. Lo sé. —Cuando se movió, su cadena resonó ligeramente contra la pared. La sujetó rápidamente en su puño y la agitó más duramente, hizo resonar la piedra—. Sé lo que te hizo.
Por supuesto, en realidad no lo sabía: no había sufrido la misma experiencia. Pero sabía lo suficiente…, más de lo que su estómago podía soportar. Ferozmente, siguió hablando:
—Te mostró un espejo con Houseldon en la Imagen. —Agitó la cadena—. Y te mostró otros espejos. —Los eslabones de hierro tintinearon contra la pared—. Espejos con felinos de fuego. Espejos con lobos corruptos. Espejos con avalanchas…, espejos con devoracadáveres. —Cada vez, agitó más duramente la cabeza—. Y te hizo creer que podía arrojarlo todo contra tu hogar y tu familia sin ninguna advertencia previa si tú no hacías lo que él quería. Si no le ayudabas a volver la Cofradía contra Geraden.
Jadeando, atragantándose, se detuvo.
El silencio de Nyle fue todo el asentimiento que necesitaba.
—Así que aceptaste, porque pensaste que así salvabas a la gente a la que más amabas. E imaginaste que alguien iba a darse cuenta finalmente de que en realidad no estabas muerto…, lo cual salvaría a Geraden y volvería las cosas contra Eremis. Y, de alguna forma, conseguiste evitar la simple deducción de que Eremis sabía lo bastante acerca de los fallos de sus planes como tú.
»Nyle, hiciste una elección. Geraden no te hizo nada de esto. Tú mismo te lo hiciste.
Ya estaba dicho. Ahora había empezado a atacar a la gente que estaba encadenada a las paredes, a acusarla de una mala lógica además de una débil fibra moral. Como si ellos mismos hubieran causado las cosas que sus enemigos les habían hecho. ¿Qué iba a hacer a continuación? ¿Empezar a golpear a los tullidos?
Y, sin embargo, en su propio caso, no podía culpar a nadie excepto a ella misma por el hecho de que hubiera sido tan lenta en desconfiar del Maestro Eremis, tan apagada en oponérsele.
Desde la oscuridad, Nyle preguntó, con un viejo dolor:
—¿Qué otra elección tenía? ¿Qué podía haber hecho?
Oh, mierda. Obligó a sus dedos a soltar la cadena.
—Hubieras podido negarte.
—¿No te has escuchado a ti misma? —Después de todo, aún quedaba algo de ira en él—. Si hubiera hecho esto, él hubiera destruido Houseldon. Hubiera matado a toda mi familia, a todo el mundo con quien crecí…, mi hogar, todo ello.
—No, Nyle —suspiró ella. Gradualmente, consiguió dominar su náusea, su acelerado pulso, su deseo de herir algo. Ya le estaba hiriendo lo suficiente. No necesitaba incrementar la fuerza del golpe—. Tú eres el que no está escuchando. Destruyó Houseldon pese a todo. Lo quemó hasta sus cimientos mientras Geraden y yo estábamos allí, intentando matarnos. Tu cooperación no significó ninguna diferencia. Cediste por nada.
Bien. Ya lo había dicho.
Muy lejos de ella, Nyle gruñó suavemente, como si ella acabara de deslizar un cuchillo entre sus costillas…, como si acabara de cortar las defensas, las autojustificaciones, que aún lo mantenían vivo entre sus grilletes.
Avanzó hacia él, sintiéndose a la vez tan brutal como un niño incordiador y tan vulnerable como un niño incordiado.
—Nyle, lo siento. —Intentando consolarle, acarició su rostro. Su mano regresó húmeda de lágrimas—. Saldremos de algún modo de aquí. En algún momento. He hablado con toda tu familia. Sé que ellos te comprenden. Te conocen. Saben que no traicionarías a Geraden a menos que estuvieras intentando protegerles a ellos. Y hubiera funcionado, si él no hubiera escapado…, si él y yo no hubiéramos ido a Houseldon.
Luego, susurrando como una plegaria de modo que nadie pudiera oírla, nadie pudiera utilizar lo que iba a decir contra ella, acercó su boca al oído de él y murmuró:
—Están a salvo. Todos escaparon. Fueron al Puño Cerrado y se ocultaron allí. Para defenderse.
»Eremis no sabe eso.
Temblando ante el riesgo que había corrido, retrocedió de nuevo hasta la cama y aguardó.
Nyle no reaccionó. Ella no tenía forma de saber si la había oído o no. Pero había hecho todo lo que había podido por él. Tenía sus propias necesidades que considerar. Al cabo de un rato, regresó a su primera pregunta…, la única de sus preguntas que él podía estar en condiciones de contestar.
—Nyle, ¿sabes dónde estamos?
Al cabo de un momento, él inspiró temblorosamente; pareció alzar la cabeza.
—En Esmerel, supongo. No lo sé. Nunca había visto este lugar hasta que él me trajo aquí…, me trasladó hasta aquí. Pero dijo que era Esmerel.
—Nyle —la casual amenaza en la voz del Maestro Eremis era inconfundible—, te dije que no hablaras con ella.
Con una sacudida, casi presa del pánico, Terisa se volvió para enfrentarse al Maestro.
Pero no era pánico: estaba demasiado furiosa y dolida y enfocada para el pánico.
—¿Por qué? —preguntó, antes incluso de tener tiempo de pensar, tiempo de dudar. La forma del Imagero, tan vaga como la de Vagel, se acercó a ella desde la oscuridad más profunda de la puerta—. Ya has conseguido todo lo que querías. ¿Por qué le haces esto a él? No puede hacerte ningún daño.
—¿Qué, mi dama? —dijo Eremis con voz lenta—. ¿Preguntas? ¿Desafíos? Es un mal comienzo para iniciar nuestro amor. —Sonaba confiado, inmaculadamente seguro de sí mismo…, y más afilado que antes, como si hubiera pasado su ausencia soportando mezquinas vejaciones—. Me sorprende que no exijas saber lo que el Gran Rey y yo nos hemos dicho. Terisa echó a un lado aquellas palabras. —No me importa el Gran Rey. Estoy hablando de Nyle. ¿Para qué lo necesitas? ¿Por qué no lo dejas ir?
¿Por qué nos has encadenado juntos? ¿Por qué quieres que él sepa todo lo que me haces? Enfoque. Concentración.
Un espacio vacío en la oscuridad, un abismo de existencia. Furia y sangre.
—Por la misma razón que te necesito a ti, mi dama. —El tono del Maestro estaba lleno de regocijo y burla—. Para perfeccionar mi triunfo. Tu captura exigirá que mis enemigos avancen contra mí. Deberán intentar rescatar a dama Terisa de Morgan y sus extraños talentos. Formarán una alianza, o no lo harán. Se destruirán entre sí, o no lo harán. Ocurra lo que ocurra, terminarán teniendo que acudir a Esmerel.
»Entonces soltaré a Nyle. No soy dan duro como me consideras…, no lo atormento gratuitamente. Será testigo de lo que te ocurre mientras aguardamos a tus rescatadores. —El rudo placer en su voz la atravesó como un estremecimiento—. Y, cuando esté preparado, lo enviaré para que les diga todo lo que te he hecho.
»Entonces Geraden empezará a comprender el peso que ha arrojado sobre sus hombros oponiéndose a mí. No. Nunca. Nunca. Concentración. Enfoque. —Eres un bastardo.
Ahora estaba ya lo suficientemente cerca como para tocarla. Hubiera podido golpearla. Terisa sintió su presencia, la presión que emanaba de él; creyó poder oler su lujuria. Pero no la golpeó.
—Oh, vamos, mi dama —dijo, como si estuviera seguro de ella—. ¿Es así como le hablas al hombre que te dominará? —Su mano se tendió; un dedo acarició la línea de su mejilla. Cuando ella no retrocedió, cerró la mano en torno a su nuca, dentro de su blusa. Lentamente, su presa se hizo más fuerte—. ¿Debo emplear la fuerza para enseñarte humildad?
Un espacio vacío; un abismo entre ellos. Terisa se estaba desvaneciendo en la oscuridad, tanteando más y más lejos de él; tanteando… Su mente estaba llena de Imágenes, todas ellas insustanciales; pensamientos ansiosos.
—No —dijo, desde tan lejos que él nunca sería capaz de poseerla—. Suelta mi cadena. Déjame mostrarte lo que he aprendido de Geraden.
No hizo ningún esfuerzo por sonar seductora o indefensa, por ocultar la distancia que la separaba de él.
La trampa que tendió para él era como la que él había preparado para sus enemigos. Obvia. E irresistible. ¿Cómo podía él dudar de que era demasiado para ella, que podía controlarla, dominarla, derrotarla siempre que quisiera? La resistencia no haría más que convertir su sumisión final en algo más abrumador para ella.
Riendo, sujetó su brazo y liberó el grillete con un clic. Puesto que estaba tan lejos, ella no hizo nada para traicionarse. Y puesto que estaba tan llena de ira, no vaciló.
Antes de que él pudiera asegurar su presa, alzó su pierna con todas sus fuerzas y le pateó en las ingles.
Eremis jadeó tanto por la sorpresa como por el dolor; retrocedió violentamente de ella.
Casi de inmediato recobró el equilibrio, se recuperó de la sorpresa y el dolor. Ella deseó oírle maldecir en su agonía, espumear por la boca; pero no le dio ese placer. La maldición que escupió hacia ella fue simplemente vindicativa, una promesa de que había ido demasiado lejos y de que iba a sufrir terriblemente por ello.
Rápidamente, saltó hacia delante para sujetarla, para castigarla.
Pero no lo bastante rápido. Mientras estaba aún de camino hacia ella, Terisa tocó un momento de eternidad.
Apenas era más largo que el espacio entre un asustado latido de su corazón y el siguiente…, pero bastaba. Las imágenes cuajaron, adquirieron luz y forma: docenas de ellas; caos y fragmentos por todas partes. Sin embargo, ella sólo necesitaba una, la Imagen más nítida, aquella con los detalles tan precisos e inalienables que podían haber sido grabados con ácido en su mente.
Una duna de arena encajada en el abismo sin tiempo entre los altos vientos y la no existencia.
No tenía la menor idea de dónde podía haber visto antes aquella Imagen. No le importaba. Tan pronto como la vio, supo que era suya…
…y sintió el roce de un frío tan suave como una pluma y tan agudo como una hoja de acero deslizarse directamente a través del centro de su abdomen.
Eremis tendía las manos hacia ella, intentando aferraría por los hombros y golpearla al mismo tiempo. Sólo el reflejo de un salto intuitivo le permitió apartarse del peligro cuando ella se desvaneció ante él y cayó de espaldas contra la pared.
A la luz de las lámparas; tan pesadamente contra el suelo que se quedó sin aliento.
Durante un largo momento fue incapaz de hablar. No pudo hacer nada excepto mirar con la boca abierta al Adepto Havelock, al Maestro Barsonage y a Geraden, que estaban contemplándola como si acabara de salir de un ataúd.