CAPÍTULO 23
Sin Dalveen, Tycho y luego Golear, Torpoint parecía vacío. Sin embargo, cuando llegaba la noche el único deseo de Bethan era quedarse a solas. Despedía a sus damas y se retiraba a sus habitaciones.
Invadida por la melancolía, se sentaba durante un rato ante el tocador, y luego peinaba su largo cabello rubio delante del espejo. Finalmente pasaba el cepillo por él. A continuación se observaba.
Aquella noche, sin embargo, apareció otra imagen junto a la suya en el espejo. Era la de Avoch-Dar, que se encontraba detrás de ella.
Bethan dio un grito. Luego, giró en redondo y se llevó una mano a la boca. El hechicero sonrió maliciosamente. Antes de que ella pudiera hablar, le dijo:
—Llama a los guardias cuanto quieras. No te oirán.
Ya sabía ella que decía la verdad. No había la menor duda de que sus poderes mágicos podrían amortiguar el sonido de los gritos si pedía ayuda. Determinada a mostrar una actitud regia, le miró fijamente, en actitud desafiante.
—¿Qué quieres de mí, sabandija? —le preguntó.
Él recibió su entereza con una breve y fría sonrisa.
—Simplemente consolarte por tu pérdida.
—Ya te has burlado de la muerte de mi padre.
—No me refería a tu padre, sino a Nightshade.
—Mentiroso. Él sigue vivo.
—La pérdida puede adoptar muchas formas, querida. La muerte es una de ellas. La decisión de un hombre de emprender una nueva vida es otra. Cualquiera de ellas haría que no le vieras de nuevo.
—¿Qué quieres decir?
—Me refiero, por supuesto, al afecto de Leandor por Shani Vanya. ¡Oh! ¡No me digas que no conocías los sentimientos del uno hacia el otro!
—Son amigos, compañeros de armas; nada más.
—Si tú lo dices…
—Dar a entender algo distinto es una vil calumnia.
—Tal vez, pero ¿no se te ha ocurrido nunca pensar que Leandor tendría más en común con un ser que fuera otro guerrero que con una dama de noble cuna como tú? Seguro que encuentras lógico que sintieran una cierta afinidad. Es completamente natural que les tentara compartir un destino común.
—Tus sucias intenciones no lograrán convencerme…
—Lo verás de un modo diferente cuando pase el tiempo y Leandor no vuelva. Pero esperemos por tu propio bien que sea la muerte quien se le lleve. Eso sería mejor que estar preguntándose constantemente qué es lo que él y ella…
—¡Ya está bien! Me han prevenido sobre tus engaños, hechicero.
—Desde luego, es un buen aviso. Pero piensa, querida, de quién puede provenir todo eso.
Ella no tenía respuesta. A pesar de su resolución, temblaba.
—Es realmente triste —prosiguió con fingida sinceridad— que te veas privada de un rey que se siente a tu derecha y te ayude a gobernar. Desde luego, mis servicios están todavía…
—¡Desalmado! —le gritó ella lanzándole una polvera de plata.
Se la arrojó con todas sus fuerzas, pero la polvera pasó a través del hechicero y rebotó sobre la alfombra más lejana. La imagen de un Avoch-Dar riéndose se fue desdibujando hasta desvanecerse. Las mejillas de Bethan se llenaron de lágrimas. Sabía que el hechicero era un maestro en el arte de mentir. Pero no podía apartar de su mente el pensamiento de que hubiera algo de verdad en sus palabras.
Drew Hadzor pensaba en lo agradable que sería morir. Era su único alivio en la cruel cautividad a que Avoch-Dar le tenía sometido. El monje había insto y oído demasiadas cosas, y eso era peor que la más terrible de las pesadillas. La muerte resultaría una bendición. Atado a la columna de mármol en la gran sala de Pandemónium, incapaz de decidir de alguna manera su propio destino, los acontecimientos que tenían lugar a su alrededor le parecían algo así como un sueño. O peor aún, como otra pesadilla en vías de formarse. Avoch-Dar y Berith no se molestaron en esconderle ninguno de sus horrores, lira como si le tuvieran en menor consideración que al más ínfimo animal. Los Sygazon parecían pensar del mismo modo respecto a cualquier vida humana. Con la única excepción del hechicero, claro. Agotado física y mentalmente, ardiendo de fiebre, Hadzor apenas se bahía dado cuenta de que el depravado hechicero y la criatura infernal se hallaban conversando cerca de donde él estaba.
—No hay ninguna duda —decía el demonio— de que una fuerza externa interfirió en el conjuro de la tormenta. La tempestad debería haber azotado el barco hasta sumirlo en el olvido; sin embargo, algo impidió que alcanzara todo su poder, por completo irresistible.
—¿Sabes quién o qué lo impidió?
—Tenemos nuestras sospechas, y a su debido tiempo las conocerás.
—Pero al menos se ha acabado con los hombres de Delgarvo. En cuanto a Leandor, es como si estuviera muerto, teniendo en cuenta en qué manos ha caído.
—Tanto si es así como si no, ha llegado el momento de pasar a la siguiente fase de nuestro plan. El libro es vital para ello. Tal y como habíamos previsto, su hambre aumentará enormemente, y los dones de los que nos proveerá a cambio serán en verdad maravillosos. Recuerda, Avoch-Dar, que debe ser alimentado, y de forma ininterrumpida.
Hadzor volvió sus ojos temerosos y fatigados hacia el Libro de las Sombras. Pensó entonces que si la muerte no era posible, tal vez el olvido que trae consigo la locura le supondría un alivio.
Shani y Tycho estuvieron a la deriva durante horas. Cayó la noche. El agua helada no afectaba al homúnculo, pero los miembros de Shani se hallaban tan entumecidos que casi no los sentía.
A pesar de la oscuridad, descubrieron que les arrastraba la corriente hacia una gran franja de tierra. Pensaron que sería la isla de Nordelph. Cuando finalmente pudieron distinguir la playa, Tycho sumó su fuerza a la de la corriente, y la especie de balsa fue arrojada sobre la arena. Shani estaba exhausta. Se arrastró unos pasos y se tumbó de espaldas, jadeando para tomar aliento. Tycho la dejó descansar un rato. Luego, le preguntó:
—¿Te sientes mejor?
—Un poco.
—¿Como para poder caminar? Éste es un sitio muy expuesto, y deberíamos tratar de encontrar algún lugar en el que refugiarnos.
Ella estuvo de acuerdo, y ambos se dirigieron hacia la maraña de maleza que crecía en la parte más elevada de la playa. Se escondieron allí durante algunas horas más, hasta que el magullado cuerpo de Shani se recuperó algo. Sentada con la espalda apoyada en un tronco, y ya con la conciencia de haber recobrado algo de su fuerza, preguntó:
—¿Qué crees que le habrá ocurrido a Dalveen?
—No lo sé. Pero no olvidemos que su destreza en la lucha no se ha visto nunca superada.
—Creo que dices eso sólo para que me sienta mejor. Incluso un luchador tan bueno como él habrá encontrado la desproporción de fuerzas abrumadora.
—No tenemos ninguna prueba de que esté muerto. Y si vamos a ayudarle, debemos ayudarnos primero a nosotros mismos.
—El único hecho cierto es que no nos encontramos en la mejor de las situaciones. Esta isla es una dictadura, gobernada por algún tirano de pacotilla, así que no parece probable que lo encontremos muy acogedor. En un nivel puramente práctico, tú no puedes luchar, y yo no estoy en lo que podría llamarse perfectas condiciones, por el momento. No tengo ni siquiera un machete, ya que lo perdí cuando saltamos, y sólo me quedan dos cuchillos. Y, habida cuenta de que no podemos ni siquiera salir de esta isla, nosotros…
—Sí, Shani, soy consciente de las dificultades. Debemos ir paso a paso. Nuestro primer movimiento será encontrar un pueblo o una ciudad. Afortunadamente, no necesito ni comida ni bebida. Pero tú sí. Cuando nos hayamos recuperado de esto, podremos obtener un arma para ti. Luego, buscaremos un barco para que nos saque de aquí.
—Haces que todo suene muy sencillo, Tycho. Pero lo que dices es cierto; incluso el viaje más largo comienza con el primer paso. Pongámonos en movimiento.
Se dirigieron hacia el interior, siguiendo uno de los pocos caminos que encontraron, pero apartándose de él para no ser vistos. El terreno estaba constituido, en su mayor parte, por marismas, lo que hacía la marcha mucho más dura para Shani. Finalmente llegaron a un pequeño pueblo y se escondieron entre los árboles mientras lo examinaban.
—Bien, esto no parece una ciudad —comentó ella—, pero quizá encontremos lo que necesitamos.
—¿Tienes algunas monedas de oro con las que poder adquirir algo? ¿O será necesario robar los artículos que necesitemos?
—Siempre llevo algo de dinero dentro de una bota por si surge una emergencia. Es mejor pagar; robar resulta demasiado arriesgado.
—Muy bien. Pero quizá no sea una buena idea que te acompañe. Mi apariencia…
—Sí, ya había pensado en ello. Tendrás que quedarte aquí, fuera de la vista. Regresaré lo antes posible.
Shani se sacudió el polvo, se echó hacia atrás el cabello y se deslizó entre los árboles.
No había demasiada gente por los alrededores, pero aquellos a los que vio parecían acobardados y huraños. Seguramente como resultado del duro gobierno de Nordelph, pensó ella.
El lugar apenas podría ser llamado pueblo, ya que consistía simplemente en unas pocas casas, un par de establos, una herrería y una taberna. No vio ningún sitio donde pareciera que se pudiera vender algo. Reacia como estaba a atraer la atención sobre sí misma, decidió preguntaren la taberna. Sólo había tres clientes, los tres eran hombres y se encontraban sentados solos. La persona que servía era una mujer rechoncha y de mediana edad.
—¿Qué te sirvo? —le preguntó amablemente.
Shani pidió un vaso de vino y se apoyó en el mostrador. Tomó un sorbo y dijo:
—Necesito comprar algunas cosas. ¿Dónde podría encontrar un comercio?
—Aquí no hay ninguno, querida. ¿Es comida lo que necesitas? ¿Verdura, carne y cosas por el estilo?
—Sí, y algo más.
—Entonces toma el camino que lleva hacia el oeste; después de cabalgar durante veinte minutos, llegarás a una granja. Allí te venderán lo que necesites.
Shani pensó que sería mejor no mencionar que no tenía caballo. Quizá debería planteárselo al herrero.
—Gracias. ¿Puedes decirme también dónde hay un armero por aquí cerca?
—¿Un armero? —la mujer la miró sorprendida—. Eres extranjera, ¿verdad?
—Sí. ¿Por qué?
—Eso explica que no conozcas lo que manda la ley. Los ciudadanos tienen prohibido poseer armas en Nordelph bajo pena de muerte.
—Ahora que lo mencionas, recuerdo que me lo dijeron. ¡Tonta de mí!
Shani acabó su bebida rápidamente.
—Bien, debo irme ya. ¡Gracias de nuevo!
Se fue rápidamente, temiendo haber despertado la curiosidad de la tabernera.
Cuando salió, la mujer se dirigió a uno de los bebedores solitarios. Hablaron algo en susurros. A continuación, el hombre salió corriendo por la puerta trasera. Shani lamentaba el modo en que había transcurrido la conversación, así que decidió que lo mejor sería hacerse con un par de caballos lo antes posible y reunirse con Tycho. La entrada principal de la herrería estaba cerrada, cosa nada extraña, habida cuenta de la hora que era; pero una nota escrita a toda prisa la remitía a otra puerta, situada en la parte trasera del edificio. Se introdujo en el callejón que bordeaba la casa.
A mitad de camino, su instinto le avisó de que no estaba sola. Se dio la vuelta. Cuatro hombres la seguían. A la luz de la luna, comprobó que llevaban espadas, aunque la ley lo prohibiera. Ella aguardó.
Enseguida aparecieron cuatro hombres más, también armados, por el otro extremo del callejón.
Shani sacó uno de los dos cuchillos que le quedaban. Entonces advirtió que se hallaba junto a la puerta lateral de la herrería. Los dos grupos de hombres se acercaban. Empujó la puerta y se abrió.
Dentro se vio envuelta por una oscuridad total. Incapaz de distinguir nada, avanzó con precaución dando tan sólo un par de pasos.
Alguien la agarró y le sujetó un brazo por detrás de la espalda. Intentó luchar. Entonces notó una hoja de acero frío y afilado junto a la garganta. Empezó a temblar.
La puerta por la que había entrado se abrió. Distinguió las siluetas de varios hombres mientras cruzaban el umbral, sin duda los que la acechaban. Alguien encendió un farol.
La forzaron a mirar hacia un semicírculo que formaban unos individuos con actitud hostil. El hombre que la tenía sujeta, al que aún no había podido ver, la seguía amenazando con la daga. Luego, un hombre algo mayor, que podía ser el líder del grupo, señaló el cuchillo que Shani sostenía en la mano.
—Déjalo caer —le dijo.
Shani dudó unos segundos. Si iban a matarla de todos modos, no se perdería nada luchando. Sus viejos hábitos guerreros le hacían preguntarse qué oportunidades tendría de quitarse de encima al hombre que se encontraba detrás de ella antes de que empezara a rajarla.
Pero estaba demasiado cansada y muy desanimada.
—Al infierno con él —murmuró, y lanzó hacia un lado el cuchillo.
Uno de los hombres se le acercó y la registró. Encontró tan sólo el otro cuchillo que le quedaba, y se lo guardó. Entonces el hombre que la sujetaba la dejó libre, y ella empezó a frotarse el brazo que había tenido doblado.
—¿Quiénes sois? —les preguntó, advirtiendo que no llevaban ninguna clase de uniforme, por lo que era improbable que pertenecieran a una milicia.
—Eso no importa de momento —replicó el que ella creía que era el jefe—, pero queremos que vengas con nosotros.
—¿Tengo otra elección?
—Verdaderamente, no. Ya que te has mostrado sensata, espero que sigas igual, porque tendremos que vendarte los ojos.
Tuvo que someterse a eso, y a llevar las manos atadas detrás de la espalda.
—No hagas el menor ruido —añadió el jefe—. Hay tan sólo un paseo hasta donde vamos, y te prometo que luego te desataremos. ¿De acuerdo?
Ella asintió.
La sacaron del edificio. El paseo no resultó tan corto como le habían dicho. O tal vez le pareció más largo porque no podía ver nada. También se le ocurrió que podrían haber estado dando vueltas para confundirla. Finalmente, llegaron ante otra puerta y la empujaron para que entrara. Después anduvieron a través de lo que debería de ser un cuarto, porque las pisadas retumbaban en la madera.
—Deteneos aquí —les ordenó el jefe.
A continuación le quitaron la venda. Se encontró frente a otra puerta. Alguien se acercó y la abrió. Un tramo de escaleras llevaba hacia la oscuridad. Probablemente hasta una celda.
—Lo siento —le dijo el jefe—, pero tendrás que ser nuestro huésped durante un tiempo.
Luego, le cortó las cuerdas que le ataban las manos y sintió un ligero empujón sobre los riñones. Suspirando, empezó a bajar las escaleras. Tras ella se oyó el mido producido al cerrar con llave la puerta. Cuando llegó al fondo, descubrió que la celda no estaba a oscuras del todo. Una vela ardía sobre una desvencijada mesa de madera. Aparte de eso, había tan sólo un par de sillas y un montón de paja desparramada por todo el lugar. No se veía ninguna ventana ni otra salida, aparte de la puerta.
No tenía la más mínima idea de qué estaba pasando ni de quiénes eran sus raptores. Tampoco podía imaginar qué era lo que querían de ella. Al menos se consolaba pensando que no habían podido coger a Tycho.
En aquel momento, notó que un montón de paja en un rincón se movía. Tensa, se preparó para defenderse. La paja se agitó de nuevo. Alguien o algo se estaba quedando al descubierto. No sabía si era un hombre, una mujer o una cosa. Levantó una de las sillas para usarla como arma. La figura se puso en pie.
Avanzó hacia ella y entró en el círculo que iluminaba la vela.
—¡Hola, Shani! —saludó Tycho.
Con una mezcla de alivio y contrariedad, bajó la silla.
—Así que también te han atrapado a ti. Esperaba que te las hubieras podido arreglar para escapar.
—Lo intenté, pero llegó un momento en el que habría tenido que usar la violencia, y, desde luego, no podía actuar.
El homúnculo parecía extrañamente sombrío, incluso dadas las circunstancias.
—¿Estás bien? —le preguntó ella.
—Sí. Bueno, no. No me hirieron físicamente, como sabes, pero…
Shani estaba sorprendida.
—Continúa.
—El daño recibido no ha sido en mi cuerpo; sin embargo, siento un gran dolor.
—Lo que dices no tiene sentido —ella estaba preocupada—. ¿Dónde sientes el dolor? ¿Cuál es la causa?
—Supongo que en mi mente. No estoy seguro. Tengo poca experiencia sobre esos sentimientos que los humanos llamáis emociones. En cuanto a la causa, lo originaron unas palabras.
—¿Unas palabras?
—Sí. Me sentí herido cuando los hombres que me trajeron aquí me dijeron algo —titubeó un momento y prosiguió—; algo sobre un amigo.
Un terrible presentimiento atravesó el corazón de la muchacha.
—¿Qué es lo que te dijeron? —preguntó casi en un susurro.
—Shani… ¡Dalveen ha muerto!