CAPÍTULO 5

Así como tras el día llega la noche, el viaje del anciano rey a través de la vida llegaba a su fin. A excepción del canto fúnebre musitado casi entre dientes por el gran sacerdote, el cuarto se hallaba en silencio. Durante un rato la cámara apenas iluminada quedó como muda y la atmósfera que allí se respiraba era de total abatimiento. Bethan, Leandor y Golear Quixwood se hallaban sentados junto a la cama del monarca. La vigilia había durado varias horas. Ninguno de los presentes esperaba que durara mucho más. Con gran tristeza reflejada en el rostro, la princesa Bethan agarraba la mano de su padre. El monarca mantenía aún los ojos abiertos, y todavía conservaban algo de su antiguo brillo, pero se iban apagando poco a poco. Intentó decir algo. La princesa se acercó, y le susurró suavemente al oído:

—Sí, padre, estoy aquí. Golear y Dalveen también se encuentran ahora aquí.

Sus labios temblaban. Ella se le aproximó un poco más.

—Padre, no puedo…

Una espada…

Bethan no le entendía.

Una… espada.

Leandor y Quixwcxxi intercambiaron sus miradas.

—Sabemos lo que quiere —dijo Quixwood amablemente.

Ella hizo un gesto de asentimiento a Leandor. Dalveen se puso en pie y sacó su espada. Con cuidado dejó la empuñadura de modo que la palma de la mano del rey pudiera tocarla. Los dedos de Eldrick fueron agarrándola muy despacio. Esbozó después una breve sonrisa.

Un hombre… río podría tener… un mejor paso… a la otra vida.

—Es lo apropiado —dijo Quixwood, con la voz afectada por la emoción—. En la guerra o en la paz, un guerrero debe morir con una espada en la mano.

El rey se agitó débilmente. La tensión con que tenía agarrada la espada y la mano de Bethan se fue aflojando poco a poco.

Mi lugar… mi… lugar en la… mesa del banquete en la… Gran Sala de los dioses… está… asegurado.

Su mirada se fijó sobre otro escenario. Un escenario que se hallaba más allá de la cámara y de los que se encontraban allí, a su alrededor. Luego, sus ojos se cerraron por última vez en esta vida.

Un médico avanzó hacia el monarca y le cogió la muñeca. Después de unos segundos hizo un gesto triste con la cabeza comunicando a los demás el fallecimiento. Quixwood se puso en pie fatigosamente y declaró con la voz entrecortada:

—¡Eldrick de Lance ha muerto!

A continuación las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas.

—¡Larga vida para la reina Bethan!

Los médicos y el sacerdote repitieron estas palabras y se arrodillaron ante ella. Quixwood inclinó su cabeza y se arrodilló también.

Leandor se acercó a Bethan. Ella dio rienda suelta a sus sentimientos y empezó a llorar. Él la abrazó estrechamente.

Horas más tarde, cuando la tormenta de las emociones hubo pasado, Dalveen y Bethan permanecían solos en la gran sala de Torpoint. Ella recorría con los dedos tiernamente el brazo del trono vacío de su padre. Sus ojos estaban empapados por la tristeza. Leandor creía que se pondría a llorar de nuevo, pero ahora parecía en completa posesión de sí misma. Él apoyó la mano sobre su brazo.

—Lo era todo para mí; lo sabes. Junto con Golear, siempre le vi como a un padre. Y pocos hombres son tan afortunados como para tener dos padres, además tan maravillosos.

Ella le dedicó una sonrisa.

—El rey no querría que te dejaras llevar por la desesperación —añadió él—. Te das cuenta de ello, ¿verdad?

—Sí, Dalveen, lo sé —apareció en su rostro una mirada decidida—. No cederé, por respeto a su memoria y debido a las responsabilidades que tendré que enfrentar en el futuro. Los preparativos para mi coronación están ya en marcha. Como decía mi padre, no se deben dejar estas cosas sin resolver durante mucho tiempo.

—Desde luego.

—Y también se deben tener hechos los preparativos para su… funeral.

Él asintió con un gesto de simpatía.

—Pero, Dalveen —prosiguió ella—, recuerda las palabras de mi padre acerca de que una reina necesita un consorte. Te quiero a mi lado para que me ayudes a sobrellevar el peso del gobierno de Delgarvo. Nada me satisfaría más que fijar una fecha para nuestra boda, de modo que podamos sentarnos juntos los dos —dijo señalando el par de tronos que se hallaban en la sala—. Tú también deseas eso, ¿no?

Él se encontraba inquieto.

—Desde luego que lo deseo, pero…

—¿Pero qué?

—Hay asuntos aún por resolver.

—¿Y a quién conciernen?

—No te entiendo —dijo sorprendido.

—¿Puede ser que haya alguien más en tu mente?

—No puedo imaginarme a quién puedes referirte.

—¿No? ¿Y qué pasa con Shani? ¿Ocupa ella una mayor parte de tus pensamientos que yo?

A Leandor le cogió esto de improviso.

—¡No! Quiero decir… Yo pienso en ella, naturalmente. Fuimos compañeros de armas en la búsqueda del libro que emprendí. Ella nos ayudó en la lucha contra el hechicero. Desde luego que me preocupa cómo se encuentre, pero sólo como una amiga. Sólo eso.

Ella no parecía convencida del todo. A Leandor le preocupaba que dudara de su lealtad, incluso sabiendo que sus propios sentimientos sobre el tema habían sido muy confusos últimamente. Pero antes de que pudiera asegurarle de nuevo que estaba con ella, Bethan le interrumpió.

—Así que los pensamientos del pasado aún continúan afectándote —lanzó una mirada a la manga vacía—. Ese bruto de Avoch-Dar… Y el maldito libro… A pesar del consejo de mi padre, persistes en tu fijación. Debes librarte de ella.

La severidad de su actitud le sorprendió.

—No eres la única en decirme eso —le contestó vacilante—. Y me parece descorazonador ir en contra de los deseos de aquéllos tan próximos a mí. Pero debes darte cuenta de que es mi destino el hacer que se cumpla la profecía que Melva me transmitió antes de morir.

—¿No te ha pasado por la mente la idea de que puede que ya la hayas cumplido? —ella, en ese momento, señaló la gran sala con un movimiento de su brazo—. ¿Has olvidado que en esta misma cámara se le negó a Avoch-Dar su triunfo final? —su genio se iba encendiendo—. ¿No es esto suficiente para ti?

—No hubo ningún punto final en nada de lo que ocurrió aquí, Bethan. Para el hechicero fue sólo una dilación, no una derrota.

—¿Crees eso de verdad?

—Sí. Mientras viva Avoch-Dar y tenga el control del Libro de las Sombras, nadie estará seguro. Mi parte en este drama no se ha representado aún.

—¿Qué intentas hacer? —en sus palabras se apreciaba un cierto tono de frialdad.

—Debo encontrar a Avoch-Dar y recobrar el libro. Tal vez eso me ayude a recuperar el brazo. Y luego podríamos casarnos, sabiendo que todo está bien.

—¿Es que nunca habrá paz para nosotros? —dijo suspirando.

—No, si dejamos libre al hechicero. Él tiene el poder sobre el libro, y está aliado con los demonios. Mis dioses, Bethan, no olvidan que sus acciones provocaron la herida de tu padre y apresuraron su final. Nada importa, ni siquiera nuestra boda, frente a la amenaza que él supone.

—Así que ese desalmado es más importante para ti que el reino y yo —se quejó ella.

—¡No, Bethan! Pero si no se detiene a Avoch-Dar, no habrá ningún reino, ni ningún lugar seguro en este mundo, ni para hombres ni para mujeres.

—Incluso si hubiera algo de verdad en lo que dices, ¿por qué va a impedirnos eso que nos casemos?

—Déjame que te hable con franqueza. Como consorte de la reina no podría evitar verme comprometido con el gobierno del reino. Ahora no es momento de que yo me dedique a los asuntos del Estado. Eso sólo obstaculizaría mi misión.

—¿Misión? Obsesión, diría yo.

—Me entristece que hables de obsesiones, Bethan. Necesito tu apoyo más que ningún otro.

—¡Y yo necesito el tuyo! —le contestó con amargura—. ¡Nunca te he necesitado más de lo que te necesito ahora!

Él comprendió que ella ya no sabía qué decir, y que no aguantaba más.

—Tal vez no sea éste el mejor momento para discutir sobre eso —le dijo en plan apaciguador—. Pero te juro que te ayudaré todo lo que pueda en tus obligaciones.

—¿Mientras buscas al hechicero y el libro? ¿Y mientras te pones en tan horrible peligro? No, Dalveen. Debes decidir si vas a dedicarle tu tiempo a Delgarvo y a mí o a tu locura.

—Bethan, yo…

—Tú no has perdido sólo el brazo; has perdido la habilidad para ver lo que esta obcecación te está haciendo a ti y a los que te aman. ¡Estás ciego, Dalveen! Ciego ante el abismo que se presenta en tu camino.

Se volvió y se dirigió corriendo hacia la puerta.

¡Bethan!

Quixwood entraba en ese momento. Ella pasó llorosa junto a él.

—¿Mi señora? —la llamó—. ¿Qué ocurre? ¡Mi señora!

Pero ella salió corriendo sin contestarle. Leandor marchó tras ella, con intención de seguirla, pero Quixwood le agarró del brazo.

—No, muchacho. Déjala sola un rato. Tiene que desahogarse.

—Pero, Golear…

Déjala por ahora —y observando el triste aspecto de Leandor, le dijo—; se trata de la boda, ¿no es cierto?

—Sí. Y a Bethan se le ha metido en la cabeza la insensata idea de que Shani tiene algo que ver. Parecía estar casi… celosa. Así están las cosas, Golear. ¿Cómo puedo casarme con ella y quedarme aquí en la capital mientras Avoch-Dar constituye aún un peligro? Y yo me encuentro mutilado…

Deherías casarte con Bethan. Ella necesita urgentemente tu ayuda para gobernar el reino. Y, como ya te he dicho anteriormente, lo mejor que puedes hacer con respecto a Avoch-Dar y el resto de ese grupo infernal es dejarlo atrás.

—Tú no puedes honestamente esperar…

—Respecto a Shani —prosiguió Quixwood—, no puedo culpar a la princesa por sentirse así.

¿Qué?

—Míralo desde su punto de vista, hombre. Rehúsas verte obligado a contraer matrimonio. Ahora también se junta la conmoción por el fallecimiento de su padre. Todo esto la hace sentirse insegura. Y en estas circunstancias es perfectamente natural que sospeche que tiene una rival en sus afectos.

—¡Eso es absurdo! Shani no cuenta en esto. Ella ni siquiera se encuentra aquí. Mi preocupación concierne al hechicero y al libro. Tiene que ver con el intento de recuperar mi brazo y de cumplir la profecía. ¿No puede nadie ver eso?

—Eso es lo que debe ser, Dalveen. Pero tenemos que tomar la vida como viene, y aceptar nuestro destino.

—Eso estoy intentando hacer, Golear. Pensé que al menos tú, entre todos, podrías entenderlo.

—Lo entiendo, pero esto es una cuestión de prioridades. Tú tienes que…

La puerta se abrió de repente y Tycho entró en la cámara.

—¡Dalveen y Golear, perdonadme! Pero…

—Aquí llega al fin un aliado —dijo Leandor—. Tycho, ¿estás de acuerdo conmigo en que nos enfrentamos al peligro que aún supone Avoch-Dar?

—Desde luego que sí. Esa es la razón por la que estoy aquí. Acerté al visitar las cámaras que él usaba, porque algo extraordinario ha sucedido a su bola de cristal espía.

Un escalofrío recorrió la espalda de Leandor.

—¿Qué ha sido?

—¡Parece…, parece estar actirada!