CAPÍTULO 13

No es que Shani estuviera exactamente deseosa de compañía, pero después de tres días de soledad agradecería ver a otra persona. Además necesitaba cambiar una de las herraduras del caballo. Llegó a un pequeño conjunto de casas. No parecía un pueblo, y si tenía nombre, ella no vio ningún lugar en donde apareciera éste. Aquella improvisada colección de destartaladas viviendas se levantaba en las márgenes de un río que nacía en las montañas. Llegó a la conclusión de que se trataba del emplazamiento de un grupo de buscadores de oro. Quiso probar si serían amistosos y cabalgó hacia allí. Las marcas sobre el barro helado servían como calles. Estaban prácticamente desiertas, tal vez porque la gente se encontraba fuera, buscando. Pensó que no le prestarían mucha atención.

Uno de los edificios más sólidos ante los que pasó en la calle principal resultó ser una herrería. El herrero era un hombre grande y afable, y prometió tener al caballo herrado en una hora. También le indicó la única posada que había en la aldea. Resultó ser mucho más acogedora que la última visitada. Había pocos clientes, y un único tema de conversación: la muerte del rey.

La noticia la entristeció, y lamentó no haber estado en Allderhaven para prestar a Dalveen y a Bethan su apoyo. Decidida a llegar allí sin tardanza, se apresuró a terminar su comida. Con cierta tristeza, se dirigió a la herrería. Estaba desierta. El fuego se hallaba aún encendido en la forja, así que pensó que el herrero no tardaría. Su caballo se encontraba en la parte de atrás del edificio, con la herradura cambiada. Como no quería marcharse sin pagar, se sentó sobre el yunque y esperó. Y esperó.

Pensó que era extraño que hubieran dejado abandonado el lugar durante tanto tiempo. Y se impacientó, puesto que quería proseguir viaje cuanto antes. Finalmente decidió dejar el dinero en donde el herrero pudiera verlo. Una mesa de roble que se hallaba a un lado parecía el lugar idóneo para ello. Se dirigió hacia ella mientras sacaba las monedas del bolsillo. Entonces advirtió algo parcialmente escondido entre una pila de heno. Curiosa, se arrodilló para ver qué era y apartó el forraje a un lado con las manos. Encontró el cuerpo del herrero. Alrededor de su cuello una línea roja indicaba que había sido estrangulado. La ausencia de otras heridas mostraba que no había tenido ocasión de resistirse. Sólo un hombre muy fuerte y hábil podría haber hecho eso a un tipo tan robusto. Era el sello de un asesino profesional.

Shani se preguntaba qué hacer cuando se dio cuenta de que no estaba sola. Alzó la vista. Una mujer caminaba hacia ella desde el gallinero que se hallaba en la parte de atrás del edificio. Su apariencia era llamativa. Joven, aunque probablemente un par de años mayor que Shani, era alta y tenía un cuerpo atlético. Lucía un largo cabello de color rojo que le caía en cascada sobre los hombros. Iba vestida enteramente de negro: llevaba unos pantalones ajustados de cuero y un chaleco, y calzaba unas botas altas que le llegaban por encima de las rodillas. Las mangas y la parte delantera de su chaleco se hallaban adornadas con tachones de plata. Llevaba también una cinta de piel alrededor del cuello salpicada con unos clavos pequeños, y unos brazaletes claveteados en las muñecas, sobre sus guantes.

De una vaina sujeta a la cintura colgaba una espada con la hoja curvada, y llevaba también un látigo enrollado.

—Nos encontramos al fin, Shani Vanya —dijo la mujer.

Su expresión era dura y fría, y sus labios dibujaban una mueca cruel.

Shani se preguntó por qué toda la gente con la que se encontraba últimamente parecía conocerla.

—¿Quién demonios eres ?

—Mi nombre es Yocasta Marrell. Aunque no te molestes en aprendértelo: no vivirás lo suficiente como para hacer uso de él.

Shani ignoró la amenaza y señaló al herrero muerto.

—¿Es obra tuya?

—Pensé que necesitábamos algo de intimidad. Ahora, ¿vas a levantarte y enfrentarte a mí, o prefieres morir de rodillas?

—Bien, tú hablas de pelea como si yo la estuviera buscando. ¿Qué es lo que he hecho exactamente para molestarte?

—¿No crees que estas charlas son muy aburridas? —con un movimiento de muñecas sordo desenrolló el látigo—. Mejor que malgastar mi aliento, te mataré sencillamente, y así acabaré con esto.

—¡Me gustaría ver cómo lo intentas! —exclamó Shani dando un salto.

Súbitamente el látigo de la mujer golpeó el brazo izquierdo de Shani. El punzante dolor la hizo retroceder.

Marrell la golpeó con el látigo de nuevo. Shani lo esquivó como pudo, y el siguiente golpe se acercó peligrosamente a su rostro. La rapidez y la violencia del ataque la había pillado por sorpresa. Pero debía hacer algo mejor que retirarse torpemente. Necesitaba tomar la iniciativa. Apartándose para evitar otro latigazo, sacó un cuchillo y lo lanzó. El lanzamiento no fue malo, pero no tuvo efecto alguno. Debería haber acabado en el pecho de su oponente, pero no pudo llegar allí. Rápida como el rayo, Marrell utilizó el látigo lanzándolo hacia fuera y golpeando la hoja, que salió volando, se desvió y giró sin causar daño alguno.

Shani quedó sorprendida. Y, a pesar de su irritación e ira, sintió una gran admiración por la habilidad de la mujer.

—¿Es eso lo mejor que sabes hacer, Vanya? —le dijo Marrell con tono burlón—. Tu reputación te sobrepasa.

Otro latigazo. Otro tiro errado, y también demasiado cerca para sentirse aliviada. Shani sacó un segundo cuchillo y lo lanzó directamente a la cabeza de Marrell.

La mujer se movió con la suficiente rapidez como para evitar el golpe. Muy justo. Le pasó rozando el hombro y se clavó en el muro de madera que se hallaba detrás de ella. Sus ojos se llenaron de odio e inmediatamente quiso desquitarse. Como un contorno borroso, el látigo fue lanzado muy bajo, y envolvió con su extremo la rodilla derecha de Shani. Lo sintió como si le hubieran hundido un hierro candente.

¡Por todos los diablos! —gritó.

Se hallaba a punto de estallar. De ningún modo permitiría que aquella mujer la derrotara. Agarró un tercer cuchillo y lo lanzó con toda la fuerza de que era capaz.

Marrell ya preparaba el látigo para golpear de nuevo, pero la rapidez del lanzamiento la cogió desprevenida. Se tiró a un lado, pero no pudo evitar por completo el cuchillo, que se clavó en la parte superior de su mano enguantada.

¡Maldición! —gritó.

Shani ya había sacado un cuarto cuchillo. Pero se dio cuenta de que debía cambiar de estrategia. Giró alrededor de la otra mujer con suma cautela. Se observaban con respeto.

A Shani le pareció que la lucha continuaría del mismo modo a menos que hiciera algo audaz. Tenía que arrebatarle el látigo y terminar así el enfrentamiento.

Súbitamente Marrell atacó con renovado vigor. Shani evitó los primeros golpes; luego, se preparó para actuar. Le dolía como si la abrasara, pero no había ningún otro modo de hacerlo.

Dejó que el siguiente latigazo la golpeara. Le habría dado de lleno en el cuchillo si en el último momento no hubiera subido la mano que le quedaba libre. El látigo la envolvió, y el dolor fue atroz. Rápidamente apretó el puño, hizo un bucle con la correa alrededor de la muñeca y tiró con todas sus fuerzas. Marrell dio un gruñido de sorpresa muy poco femenino y voló hacia delante. Shani la esperaba con los nudillos del otro puño, y le propinó un fuerte puñetazo en la barbilla. Marrell perdió el equilibrio y dejó caer el látigo. Shani lo arrojó lejos y preparó el cuchillo, pero su rival se recobró inmediatamente, se levantó y desenfundó la espada, aunque en realidad era un arma corta, diseñada para el combate cuerpo a cuerpo. A continuación se abalanzó golpeando salvajemente.

Espadín y cuchillo se encontraron con un sonido metálico. Y eso era todo lo que Shani podía hacer para resistir con su modesta hoja frente a las estocadas de un arma más larga. Intentó evitar el contacto, repartiendo golpes y lanzando cuchilladas, sin apenas entrever una brecha en las defensas de su oponente. Lucharon acercándose a la puerta y continuaron en la calle. No dio cuartel, ni lo esperaba.

Después, un desafortunado golpe hizo que el cuchillo se le cayera a Shani de las manos.

Marrell aprovechó la ventaja golpeando continuamente y acosando a Shani de tal modo que no tuvo tiempo de sacar otro cuchillo por miedo a ser atravesada. Marrell le lanzó una estocada dirigida al corazón. Shani giró, la agarró por las piernas y le pegó un puntapié. Cayeron ambas al suelo. Marrell perdió la espada.

Shani sujetaba un puñado del cabello de la mujer. Tiró tan fuerte que le echó la cabeza hacia atrás. Marrell intentó lo mismo, pero el pelo de Shani era demasiado corto para conseguirlo. Rodaron sobre el barro cubierto de nieve dándose patadas y puñetazos.

¡Shani!

La voz sonaba lejana, y durante un momento pensó que la había imaginado. Luego, la oyó de nuevo.

Lanzó una mirada a la calle y vio a cuatro jinetes en la distancia cabalgando hacia allí. Marrell también les vio, y se aprovechó de la distracción. Propinó a Shani dos golpes contundentes en la mandíbula y se separó de ella, después se puso en pie de un salto y se fue corriendo.

Perpleja, Shani se arrodilló. Divisó a Marrell, espada en mano, en el interior de la herrería. Recogió el látigo y desapareció en el oscuro edificio.

Los jinetes llegaron entonces. Tres de ellos llevaban un uniforme que Shani reconoció. El cuarto vestía ropas grises y una capucha que cubría casi enteramente su rostro.

En ese momento Marrell salió precipitadamente de la herrería a toda velocidad y marchó corriendo. Dos de los hombres salieron al galope para intentar capturarla. El jinete vestido con ropas de calle desmontó y se echó hacia atrás la capucha.

—¡Tycho! —exclamó ella.

—¿Estás bien? —le preguntó con ansiedad agarrándola del brazo.

—Nunca he estado mejor —le dijo sonriendo, a pesar del dolor—. Y mucho mejor viéndote ahora, viejo amigo.

Luego, le abrazó.

La turbación del homúnculo fue tan evidente que ella se echó a reír.

—¿Estás segura de que no te ha herido? —le preguntó él.

—Nada demasiado grave. Aunque esa gata era buena. Muy buena. Pero no me preguntes quién era.

—Creo que lo sé, Shani.

—¿De verdad? Y dime qué demonios estás haciendo aquí.

—Buscándote.

—Ese parece ser un deporte muy popular en estos momentos.

—¿Qué quieres decir?

—No te preocupes. Te lo explicaré más tarde.

Los dos jinetes volvieron al galope y se pararon delante de ellos.

—Lo siento, señor —se disculpó uno de ellos—. Se nos adelantó y no hay ninguna señal suya. ¿Queréis que sigamos buscando más lejos?

Tycho miró a Shani.

—No os molestéis —dijo ella.

—No, dejarlo por ahora —ordenó Tycho—. Descansaremos aquí un rato.

—Ella mató al herrero —le explicó Shani.

Su cuerpo se hallaba allí.

—Entonces será mejor que nos marchemos antes de que la gente comience a hacer preguntas inoportunas. Al ser extraños aquí nos considerarán culpables —dijo Tycho—, y mi apariencia ayudaría poco en nuestra defensa. ¿Te encuentras bien como para cabalgar?

Ella asintió.

—Entonces te sugiero que hablemos por el camino.

—¿Camino de Allderhaven?

—Sí. A menos…

—Era hacia donde me encaminaba.

—Bien. Tu presencia resultará de lo más útil, estoy seguro.

—Algo importante se está preparando, ¿no es cierto, Tycho?

—Creo que sí. Tengo muchas cosas que contarte.

—Eso es lo que yo estaba a punto de decirte.

Ella fue cojeando por su caballo.

Avoch-Dar y Beritb miraban juntos a través del agua. Los otros demonios se hallaban presentes. Pero, como solían hacer, permanecían en los escondrijos y rincones mal iluminados. Beritb no estaba muy contento con el hechicero.

—¿Por qué razón persistes en mostrarte ante Nightshade? —preguntó el demonio—. ¿Intentas hacer algo más que hurlarte de él desde lejos?

—Pretendo eliminarle. Como vas a ver. Me mofo de él antes porque eso me produce placer.

—Esa es una costumbre… muy humana. Tu progreso en las enseñanzas secretas pondrá fin a emociones tan insignificantes. Te desprenderás de tu humanidad, y eso será lo mejor.

—Podría haber matado fácilmente a Leandor cuando aparecí ante él en Torpoint, ya lo sabes —se lamentó amargamente Avoch-Dar—. Habría podido hacer algo más que destruir la bola de cristal.

—Como ya te expliqué, proyectarte físicamente en otro lugar y, además, herir a alguien es un procedimiento mágico complicado. No estás preparado todavía para intentarlo sin que tu vida corra algún riesgo. Hasta entonces, debes trabajar a través de otros.

—¿Por qué no usáis vuestra magia para acabar con Leandor vosotros mismos? Seguramente eso resultaría tarea fácil para los Sygazon.

—Tenemos nuestras razones —algo en el tono de Berith impedía hacer nuevas preguntas—. Ahora, procedamos.

Avoch-Dar se tragó su irritación. Debía recordar que el poder por él perseguido requería una gran paciencia. Inclinándose hacia delante, conjuró el hechizo que necesitaba. El fluido verde burbujeaba y se agitaba. Luego, se aquietó al formarse una imagen. Apareció Leandor en un patio de Torpoint. El trío de guardaespaldas marchaba tras él. Con una sonrisa demoníaca, el hechicero se puso a trabajar.

A Leandor no le agradaba mucho tener a tres miembros de la Guardia Real siguiéndole a todas partes. Se le ocurrió un modo divertido y práctico de utilizar su presencia.

Aún se sentía un poco cansado después de su encuentro con Hobbe, pero sabía por experiencia que la práctica del combate era un buen modo de entrenamiento, así que optó por una hora de lucha con espada. Eligió uno de los patios más pequeños. La gente se hallaba ocupada con sus obligaciones en otros lugares, por lo que estaba desierto.

Los guardias se turnarían para caizar las espadas con él. Lanzaron una moneda al aire para determinar quién sería el primero, y el ganador dio un paso hacia delante. Sus camaradas se sentaron en un banco. Leandor y su oponente sacaron las espadas y se cuadraron. El duelo comenzó con mucha caballerosidad. Intercambiaron movimientos de serie, emplearon las tácticas clásicas, se defendieron ambos de las estocadas del otro. Al cabo de unos minutos, Leandor deseó que su compañero pusiera un poco más de ardor.

Casi inmediatamente, el hombre forzó la lucha. Su ofensiva llevaba más fuerza, el arco de sus movimientos se hizo más amplio. Empezó a dirigirle golpes a zonas vulnerables. Golpes que, de haber ido encadenados, habrían podido hacer daño de verdad.

Leandor tuvo que emplearse cada vez más a fondo para defenderse del ataque. Comenzó a nacer en él la idea de que algo iba mal. El suave y casi amable despliegue de habilidades del principio estaba empezando a parecer una lucha real. Se preguntaba qué habría hecho surgir la creciente ferocidad del hombre. Juzgando que era el momento de tomarse un descanso, dio un paso atrás y bajó la espada. Su oponente ignoró el gesto y dirigió su arma hacia la cabeza de Leandor, que tuvo que agacharse.

—Ya es suficiente —le dijo.

El hombre continuó presionándole, lanzándole estocadas con gran ferocidad e intentando romper sus defensas.

—¡Detente! —le ordenó Leandor—. ¡Te digo que pares ya!

Parecía no oírle. Entonces Leandor advirtió su mirada. Mostraba furia en su determinación. Y sus ojos estaban… como perdidos. Parecía como si se hallara en trance por su expresión. Reflejaban algo así como una fría y dolorosa falta de vida. Como los ojos de un muerto.

La ficción se había desvanecido. Aquel oficial era un compañero de armas, alguien a quien Leandor conocía bien y con quien había luchado, entrenándose en múltiples ocasiones. Ahora, aquel hombre estaba intentando matarle. Leandor advirtió el movimiento que se producía en el banco. Lanzó una mirada hacia allí. Los otros dos guardaespaldas se pusieron en pie. Se dirigían también hacia él. Y sus ojos se hallaban como muertos.