CAPÍTULO 16
—¿Estás segura de que es eso todo lo que recuerdas sobre la teoría de Hadzor? —le preguntó Tycho.
—Así es —le confirmó Shani—. Pero en estos momentos no sé si lo creía o jugaba simplemente con las ideas. Él, desde luego, parecía hablar en serio.
En los días de camino que llevaban juntos habían hablado de muchas cosas. Pero el homúnculo estaba particularmente intrigado por su relato sobre la afirmación de Drew Hadzor de que el Libro de las Sombras podría de algún modo estar vivo.
—Es una idea fascinante —prosiguió Tycho—, aunque se necesitaría tener una concepción bastante amplia de la vida del mundo.
—¿No piensas entonces que resulta algo inverosímil?
—Shani, ¿puedo recordarte que yo mismo no he nacido de una mujer mortal? De hecho, no he nacido tal y como vosotros entendéis el hecho de nacer. Fui creado a partir de unos elementos químicos: un experimento de alquimia para satisfacer el capricho de Avoch-Dar. Por tanto, tengo que creer que la vida puede adoptar muchas formas.
—Yo tiendo a olvidar eso en lo que se refiere a ti. Es decir, a pesar de tu aspecto, pareces tan…
—¿Humano? Acepto eso como un cumplido. Pero de hecho no lo soy. Simplemente comparto la mayoría de esos sentimientos que los humanos llamáis emociones. Aunque si el hechicero deseaba que los tuviera o no, es algo de lo que nunca he estado seguro.
—Pero yo diría que las emociones son lo que definen a un humano. Mucho más que la apariencia.
—Esa es una hipótesis muy interesante, y no cabe duda que debatirla nos llevaría mucho tiempo. Sin embargo, pienso que resulta bastante probable que el libro tenga alguna forma de vida. Si un hombre como Avoch-Dar puede crearme, imagina qué podrá conseguir una raza mucho más avanzada, como la de los demonios.
—Recuerda que Hadzor pensó también que quizá ellos no pudieran ejercer el control total sobre el libro. Ahora bien, considerando lo avanzados que se supone que están, ¿no resulta eso bastante improbable?
—De nuevo, me ofrezco yo como ejemplo. Escapé de la influencia de mi creador y él ya no puede controlarme. Y cuando hablo de los demonios como una raza más avanzada, me refiero a su gran conocimiento de la magia y de otros saberes. No creo que estén por delante de nosotros en cuanto al concepto de la moral. Justamente lo contrario. Los mitos y las leyendas los han mostrado siempre como entidades perversas. Así que el libro quizá no quisiera permanecer bajo su influencia debido a su maldad —comentó Tycho sonriendo—. ¿No se asemeja el libro a mí en eso, Shani? Los demonios son malvados; es lógico que sus creaciones también lo sean.
—No, no es así. Avoch-Dar es malo y te ha creado a ti, que, sin embargo, no lo eres.
—Te repito que él sólo es un hombre. Tiene grandes poderes mágicos y es depravado en exceso, pero continúa siendo un hombre a pesar de todo. Estoy convencido de que el modo en que fui creado es el resultado de un error. No puedo pensar en que la raza del demonio cometa un error semejante.
Se acercaban a una curva del camino, en donde un pequeño bosque les cerraba el paso.
—¿Y qué piensas de la idea de Hadzor sobre que el poder del libro es neutral y puede ser usado tanto para hacer el bien como para hacer el mal? —le preguntó Shani.
—Podría estar en lo cierto, pero sospecho que no. Persistiré en mi creencia de que es maligno hasta que encuentre una evidencia de lo contrario. Pero estamos hablando de misterios sumamente oscuros. Todas nuestras especulaciones quizá no conduzcan a nada.
—Bien puedes decirlo —algo por delante de ellos atrajo su atención—. Un momento, ¿qué pasa ahí?
El sargento que encabezaba el pequeño grupo había detenido su caballo. Alzó una mano y miró hacia atrás. Shani y Tycho se adelantaron y se detuvieron junto a él.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Tycho.
—Allí, señor —dijo señalando a lo lejos del camino que seguían—. Debido a la curva no los he visto hasta ahora.
—¿Puedes ver quiénes son? —le preguntó Shani.
—No a esta distancia —le contestó el sargento—, pero a la velocidad que llevan, estarán aquí en unos minutos.
—Y si nosotros podemos verles, cabe también la posibilidad de que ellos nos vean —dijo Tycho—. Si fueran enemigos, eso significaría habérnoslas con más problemas. ¿Podríamos intentar rebasarlos, sargento?
—Podríamos solamente retroceder por el camino, señor, y en esa dirección el campo está demasiado abierto. Seguramente nos descubrirían.
—Entonces todo lo que podemos hacer es ocultarnos —sugirió Shani— y esperar que no nos vean.
Ordenaron a los soldados que les seguían que se escondieran también a un lado del camino. Shani, Tycho y el sargento cabalgaron hacia la maleza que había al otro lado.
Observaron cómo se acercaban los jinetes. Era evidente que el pequeño ejército seguía, en sentido contrario, el mismo camino. Shani acariciaba sus cuchillos, determinada a iniciar algún tipo de lucha si aquellos hombres eran hostiles. Pero cuando los guerreros a caballo se hallaron lo suficientemente cerca como para poder distinguir sus uniformes, el sargento exclamó:
—¡Son de los nuestros!
—¡Y Dalveen está a la cabeza! —advirtió Shani espoleando a su caballo hacia el camino.
Sus compañeros la siguieron y galoparon para encontrarse con la columna que avanzaba.
—¡Dalveen! —gritó la muchacha.
Leandor levantó la vista.
—¿Shani?
Una amplia sonrisa apareció en su rostro. Dio orden de detenerse y sujetó las riendas de su brioso caballo. Ella llegó a su lado.
—¡Me alegro mucho de verte, Dalveen!
—¡Yo también! Ha pasado mucho tiempo.
—¿Cómo te van las cosas?
—Bien. Ten paciencia durante un momento —se volvió hacia el oficial que se hallaba al otro lado—. Acamparemos aquí. Haz que los hombres desmonten y pon centinelas —devolviéndole toda la atención, le dijo—: tenemos mucho de que hablar para ponernos al día, Shani.
—No sabes lo cierto que es —dijo ella sonriendo.
Tycho se acercó y saludó a Dalveen.
—Quiero oír todas vuestras noticias —les dijo Leandor—. Y después de que hayáis descansado y os hayáis refrescado celebraremos un consejo de guerra.
Los dos días que Hadzor llevaba en los calabozos le habían parecido una eternidad. Ni siquiera estaba seguro de que hubieran sido dos días. Privado de luz, comida, agua y cualquier sonido, excepto los que habría preferido no haber oído, era difícil calcular cuánto tiempo había pasado.
El monje estaba pensando que le iban a dejar allí para que se pudriese, cuando llegaron los guardias para sacarle a rastras. Rehusaron contestar a ninguna de sus preguntas; en realidad no rompieron el silencio en absoluto mientras le condujeron a través de los oscuros corredores del palacio. Al final llegaron a mía gran sala totalmente cubierta de mármol negro. Una luz muy débil de unas teas apenas alteraba el océano de oscuridad.
Hadzor fue obligado a arrodillarse ante un hombre semejante a un cadáver, cuyo mal olor parecía producido por la corrupción del mal. Un hombre cuyos rasgos mezquinos hablaban de una maldad más profunda que cualquier otra que el monje hubiera visto nunca. No había ninguna duda respecto a su identidad. Sólo podía ser el hechicero.
Avoch-Dar alargó una mano que parecía una garra. El medallón que Hadzor le había arrebatado al jinete muerto se encontraba en la palma de su mano.
—Tienes una deuda de sangre por esto —le dijo. Hadzor utilizó basta el último gramo de voluntad para controlar su horror—. Has interferido en mis planes al ponerte al lado de Shani Vanya —prosiguió Avoch-Dar—, y no soy amable con los entrometidos.
Hadzor, templando los nervios, le contestó.
—Yo hice lo que cualquier hombre habría hecho al sentirse amenazado, responder.
—Y ayudar a acabar con la vida de cuatro de mis hombres. Tú hiciste que se frustrara mi objetivo. ¿Ves alguna razón para que no te condene a muerte?
—Tal vez el hecho de que sea miembro de una orden sagrada.
Avoch-Dar se mofó de él soltando una carcajada.
—¡Imbécil! Esa es una razón más para quitarte la vida. Yo siento un odio especial por los de tu clase. Bajo mi gobierno, todos aquellos alineados con los dioses serán los primeros en ser exterminados.
—Tú nunca gobernarás.
—¿Y quién me lo va a impedir? ¿Tú? ¡Me parece que no!
—No tendría por qué ser así. Si lucharas con el mal que te está devorando el alma…
—¡Oh, por favor, ahórrate el sermón!
—Pero el poder del libro puede ser usado para hacer el bien. No necesitaría convertirse en una fuerza de odio y de destrucción.
—¿Qué sabes acerca del libro? ¿Qué te autoriza a pronunciarte sobre su naturaleza?
—Yo… lo he estudiado, y he leído acerca de él. Yo…
—¡Tú no sabes nada! Una cosa es sentarse en polvorientas bibliotecas y otra la experiencia. Como podrás ver.
Hizo una señal a los guardias.
—¡Traédmele!
Avoch-Dar se dirigió al centro de la Gran Sala. Los esbirros instaron a Hadzor con las espadas para que se moviera, y luego fue arrojado delante del altar. Alzó la cabeza y vio el Libro de las Sombras. Su fascinación contrarrestó el miedo que le inspiraba el becbicero, y luego le intimidó. Durante los años que se dedicó al estudio del libro babía soñado muchas veces con que un día podría verlo. Ahora había llegado el momento. Y sabía que Avoch-Dar tenía razón. El estudio no bastaba para prepararle a uno para su contemplación. Era de una antigüedad difícil de concebir; y el trémulo resplandor del brillo azul le confería un aspecto misterioso. Pero no era sólo el aspecto del libro lo que le impresionaba. Recordó lo que Sbani babía dicho acerca de su reacción ante él. Su percepción de que poseía una especie de inteligencia, también le llegó a él. Así como la inquietud que se sentía cuando uno se bailaba cerca del libro. Por primera vez comprendió lo que ella le babía contado. Se sentía una… presencia especicd. Y no era buena.
—¿Puedes ahora dudar de su malevolencia? —le preguntó Avoch-Dar.
Hadzor no pudo contestarle nada.
—He tomado una decisión —anunció el hechicero—. Era mi intención ofrecerte como sacrificio. Pero tu conexión con Vanya, y la suya con Nightsbade, hace que me resultes más valioso como rehén.
—No cooperaré. Me puedes matar, y así acabaremos de una vez.
—¿Cooperar? No tienes nada que opinar sobre este asunto, imbécil. No te engañes pensando que te permitiré una salida fácil.
—Tú eres el único que sufrirá engaños, y no menos, por creer que puedes hacer un pacto con los demonios sin pagar un precio horrible por ello.
—Ah, así que también eres un expelo en los Sygazon —el tono de la voz del hechicero era de pura hurla.
Mientras hablaban, una forma voluminosa se movió hacia ellos a través de las sombras.
—Se llamen como se llamen, ellos te superan con creces en maldad —dijo íladzor, ignorante de la figura que se aproximaba—. Estás haciendo tratos con seres que son maestros en el engaño desde mucho tiempo antes de que los humanos llegaran a este mundo.
—Precisamente por esa razón, no podría tener mejores aliados. Pero, si dudas de mi palabra, ¿por qué no les expones el caso directamente a ellos?
Hadzor se quedó perplejo.
—Sólo tienes que mirar a tu alrededor —añadió el hechicero señalando más allá de donde se encontraba su prisionero. Un escalofrío recorrió la espina dorsal del monje. Se volvió lentamente. Se encontró de frente con la destacada proximidad del horrible cuerpo de Berith. Cedió ante el terror que le produjo, y se le oyó gritar.
Ya era de noche cuando las fuerzas de Leandor acabaron de montar el campamento. Se levantaron las tiendas, se encendieron fuegos y se apostaron centinelas.
Leandor había dispuesto que su tienda se alzara algo apartada del campamento, para que no se le molestara mientras deliberaba con Shani y Tycho. Cenaron ante el fuego e intercambiaron sus respectivas noticias, incluyendo lo que pensaban sobre Drew Hadzor. Una hora más tarde la conversación empezó a tratar sobre la estrategia a adoptar.
—¿Cuáles son exactamente tus planes una vez que lleguemos a Vaynor, Dalveen? —quiso saber Shani.
—Como ocurre en todas las campañas, lo mejor es que los objetivos sean simples. Mi propósito es cortar la cabeza de la serpiente.
—¿Quieres decir ir directamente por Avoch-Dar?
—Sí. Capturarlo o matarlo. Sospecho, no obstante, que será esto último.
—¿Con un ejército tan modesto como éste? Recuerda, además, que lucharemos en su propio terreno. Tus planes pecan de temerarios.
—Un grupo pequeño pero lleno de determinación puede golpear con la misma precisión con la que un cirujano maneja un bisturí. Sin olvidar que el enemigo no espera que le ataquemos de este modo: he traído hombres a los que he elegido personalmente; son los mejores guerreros que tenemos. Mi intención es adoptar la táctica de la guerrilla. Quiero evitar a toda costa la lucha frontal. Algo más tarde, Golear se unirá a nosotros con un ejército mucho mayor.
—¿Por qué no le esperamos antes de actuar?
—Porque el tiempo apremia. Pero no temáis que mi decisión se convierta en una locura. Si, una vez que nos encontremos allí, la desigualdad es abrumadora o las defensas demasiado fuertes, esperaremos a que la fuerza principal del ejército llegue hasta donde nos encontremos. Considerad esto como una avanzadilla, preparada para aprovechar cualquier oportunidad que se nos presente.
—Es un plan excesivamente audaz —dijo Tycho—, pero ¿tienes en cuenta el enfrentamiento con los demonios? No hay medio de conocer qué pueden prepararnos.
—Esa es la razón por la que intento que el plan sea flexible —replicó Leandor. Luego esbozó una sonrisa y añadió—: o, planteándolo de otro modo, ¿por qué no lo preparamos sobre la marcha?
—Pero ahora en serio —interrumpió Shani—, ¿qué ocurriría si nosotros nos encontramos con los… Sygazon, que es como creo que los llamáis?
Leandor asintió:
—Ése es el nombre que utilizó la sombra de Melva. Contestándote sinceramente, no lo sé. Me gustaría poder evitar un enfrentamiento con ellos, si es posible. Espero que una vez que sus aliados humanos hayan sido vencidos, se retiren.
—Ni por asomo.
—Esta expedición está basada por entero en grandes desigualdades, Shani. Pero eso no debería impedir que lo intentásemos.
—De acuerdo. ¿Y qué ocurrirá con el libro? Presumiblemente tú tendrás intención de hacerte con él, y querrás comprobar si puede ayudarte a recuperar el brazo. Pero después, ¿qué?
—Lo destruiremos. Tanto si puede volver a restablecerme el brazo como si no. Es demasiado peligroso para dejar que siga existiendo, y, además, porque podría actuar como una especie de imán para atraer de nuevo a los demonios.
—¿Podrá ser destruido?
—No lo sé. Hay muchas más preguntas que respuestas, Shani.
—Es una pena que no sepamos nada más sobre el arma de la que te habló la sombra de Melva —señaló Tycho—. De todos modos, usaremos cualquier ayuda que se nos ofrezca.
—Desgraciadamente nos dio muy poca información —Leandor se interrumpió—. Shani, ¿qué ocurre?
Ella había vuelto la cabeza y estaba mirando hacia algún lugar más allá del fuego. En su rostro apareció una curiosa expresión.
—No lo sé. ¿Podéis oír vosotros dos algo?
De algún lugar cercano llegaba un débil sonido. Era difícil adivinar qué podría ser. Tal vez solamente el murmullo de las hojas producido por el viento de la noche. O quizá no… Luego, una quietud sobrenatural se extendió a su alrededor.