CAPÍTULO 11

Leandor advirtió la figura que se erguía sobre él. La enorme hacha brilló. La mente del joven se despejó al instante y se dio cuenta de que aún sostenía su espada. La dirigió hacia arriba con la esperanza de alcanzar la parte desprotegida de su enemigo. El hacha ya estaba cayendo, pero el borde de la hoja de la espada se deslizó sobre los nudillos de la mano de Hobbe.

Fue suficiente. El cazarrecompensas gritó. La trayectoria del golpe del hacha se alteró y el filo sólo arrancó un trozo del muro. Leandor se puso en pie, dio unos pasos y se volvió. Hobbe estaba allí, a la distancia de la hoja de la espada. Y su hacha buscó de nuevo herir. Leandor saltó hacia un lado y evitó el impacto. Pero no fue lo suficientemente rápido como para escapar del todo. El filo del hacha se deslizó a lo largo de su brazo, hizo trizas la manga y levantó la piel que se hallaba debajo. La espada le resbaló de las manos y cayó sobre los adoquines. Se echó hacia atrás mientras de la herida brotaba la sangre. Hobbe continuaba acercándose. Una tormenta de golpes asestados con el hacha forzaron a Leandor a retroceder aún más. Luego, algo le hizo detenerse. Se hallaban junto al soporte central del castillete de la torre. Hobbe descargó un golpe en forma circular. Leandor se agachó. El hacha quedó clavada en el poste de madera. Mientras el cazarrecompensas luchaba para poder desprender el arma del poste, Leandor se situó fuera de su alcance.

Después, por primera vez desde que comenzó la lucha, Leandor se fijó en Tycho. El homúnculo tampoco podía coger la espada sin acercarse a Hobbe. Se encontraba en el otro lado del camino, totalmente inmóvil con un brazo extendido. Leandor adivinó lo que estaba intentando hacer. La espada se movió, exactamente un milímetro, sobre la superficie empedrada. Un sonido de astillas atrajo su atención hacia Hobbe. Éste había logrado soltar el hacha a base de tirar, y se llevó un pedazo de madera del poste. Y de nuevo volvía para reanudar el ataque. Bajo el mágico control de Tycho, la espada se alzó lentamente del suelo. Sin advertirlo, con una mirada asesina, Hobbe continuó avanzando. Leandor se preparó para defenderse de la mejor manera posible. Luego, miró el hacha. Un reflejo plateado se elevaba por el aire a la derecha del cazarrecompensas. Hobbe, al verlo, volvió la cabeza y exclamó:

¿Qué demonios…?

Leandor estiró el brazo y agarró la empuñadura de la espada, que se le había acercado por el aire. Sin detenerse, se abalanzó sobre Hobbe, y le dirigió una serie de golpes. Aún perplejo por la demostración del poder de levitación de Tycho, la respuesta del hombre que manejaba el hacha fue muy lenta. Pero esta confusión no duró mucho. Comenzó a repartir golpes y se encontró muy pronto llevando de nuevo ventaja.

Leandor había pensado que su oponente no podría seguir con tal derroche de energía durante mucho tiempo. Pero empezaba a comprender que no iba a ser tan fácil cansar a Hoblie. Tenía que haber un modo de cambiar el curso de la lucha. Entonces advirtió algo que le dio una idea. Fingiría una retirada. A cada golpe asestado por el hacha de Hobbe, él retrocedía un paso o dos y se acercaba hacia la izquierda. Una expresión de triunfo en el rostro del cazarrecompensas mostraba que se estaba tragando el cebo. Si en él crecía la confianza, eso también ayudaría.

Teniendo cuidado de no traicionarse a sí mismo mirando hacia atrás, Leandor continuó retirándose y moviéndose en círculo. Mantuvo el engaño hasta que llegaron al castillete. El plan consistía en colocarse exactamente en el lugar adecuado. Permitió que le llevase hasta las filas de los postes de madera. Se trataba de una estrategia peligrosa. Además de esquivar el hacha, había que abrirse paso entre los obstáculos de madera. Finalmente su espalda entró en contacto con el pilar principal. Confió en que la expresión de tremenda sorpresa que fingió entonces resultara convincente.

Los labios de Hobbe se estiraron en una victoriosa sonrisa, que reveló unos dientes rotos y amarillos. Echó hacia atrás el hacha de doble hoja y dirigió un impresionante golpe al cuello de su víctima. Leandor se esforzó en permanecer absolutamente inmóvil mientras la curvada hoja afilada de trío acero volaba hacia él. En el último segundo se dejó caer como un peso muerto.

El hacha pasó por encima de su cabeza y cortó de un golpe el poste de madera, ya debilitado. Se oyeron una serie de ruidos que anunciaban que algo pesado se agrietaba de forma amenazadora. Hobbe miró hacia arriba y en su rostro apareció una expresión de sorpresa. Leandor no se quedó para saborearlo, y echó a correr precipitadamente por entre las filas de los soportes que estaban sujetos por un número menor de palos y los fue golpeando con su espada. Izquierda, derecha, izquierda: con increíble rapidez iba hundiendo su espada en todos los postes por los que pasaba. La estructura entera crujía y rechinaba. Después corrió hasta donde se encontraba Tycho gritándole:

¡Ponte a cubierto!

Chocó contra el homúnculo y dieron con sus cuerpos en los adoquines. Leandor miró hacia atrás. Hobbe estaba intentando abrirse paso por entre el castillete. Una lluvia de trozos de madera y escombros caía a su alrededor. Un pesado rollo de cuerda le golpeó el hombro. Un tablón se desprendió y cayó a tierra junto a él. El cazarrecompensas levantó su hacha y dio un grito, pero un estruendo que retumbó como un trueno lo ahogó. Y la construcción entera se vino abajo. Leandor y Tycho contemplaron cómo se precipitaban al suelo varias toneladas de madera y escombros. Luego, una espesa nube de polvo y de piedras se dirigió hacia ellos y les obligó a cubrirse el rostro. El ruido clamoroso y ensordecedor dio paso al silencio. Luego se levantaron.

—¿Estás bien? —le preguntó Leandor.

—Perfectamente —respondió Tycho—. Abundando en el tema, ¿cómo te encuentras tú? —y lanzó una mirada a la manga desgarrada de Leandor.

—Bien. He sufrido heridas más graves. Y gracias por ayudarme con la espada —y en ese momento la devolvió a la vaina.

Limpiándose el polvo de las ropas y la piel, se acercaron al pie de la torre. Todo lo que se podía ver de Soma Hobbe eran sus botas asomando entre el revoltijo de escombros.

—Pienso que le parecerá una experiencia algo abrumadora —señaló Leandor secamente.

—No he sido nunca capaz de entender cómo vosotros los humanos podéis bromear en circunstancias de tanto peligro —dijo el homúnculo con el rostro totalmente inexpresivo.

Leandor sonrió.

—Ésa es una de las cosas que nos hace humanos. No te ofendas, Tycho.

—No te preocupes. De verdad que espero que a su debido tiempo pueda desarrollar yo también lo que tú llamas sentido del humor.

Él observaba el desorden.

—Resultará caro arreglar todo esto: un coste que difícilmente podremos afrontar.

—Casi valió la pena.

Tycho se hallaba desorientado.

—¿Toda esta destrucción valía la pena? ¿Cómo es eso?

—Porque me recordó cómo se siente uno en un verdadero combate. He pasado demasiado tiempo golpeando objetivos y luchando en duelos fingidos mientras entrenaba. No hay nada como enfrentarse a alguien determinado a matarte. Eso… te mantiene despierto.

—Tu insistencia en jugar con la muerte es otra cosa más que nunca entenderé de los humanos —dijo Tycho con un suspiro—. Pero lo que prueba esta confrontación es que la sombra del rey estaba en lo cierto al decir que te enfrentarías a enemigos poderosos.

—Sí. Y a pesar de lo que acabo de decir, preferiría no tener más complicaciones. Ya es suficientemente duro esperar el siguiente movimiento de Avoch-Dar.

—Yo lo arreglaré para que todo esto se limpie. Y deberías hacer que te vieran esa herida, no importa lo leve que te parezca.

—Tan pronto como lleguemos al palacio.

Atraídas por el estruendo producido, las gentes se asomaron a las ventanas intentando descubrir qué sucedía. Otros aparecieron a lo largo del camino, pero se mantuvieron a distancia.

Leandor y Tycho emprendieron el regreso a palacio.

—Debemos enfrentarnos al problema de los otros dos cazarrecompensas de los que habló Hobbe —resaltó el homúnculo—. Y por lo que sabemos podría haber más.

—Me mantendré alerta.

—No eres tú solo, Dalveen. Recuerda que Hobbe nos dijo que también habían puesto precio a la cabeza de Shani.

Leandor frunció el ceño.

—¡Malditos! Tienes razón. Y puede que ella no esté al tanto del hecho.

—Sé que es perfectamente capaz de cuidar de sí misma, pero debería ser advertida.

—Estoy de acuerdo. ¿Qué sugieres tú?

—Me gustaría salir a buscarla yo mismo. Mi trabajo aquí puede ser llevado a cabo perfectamente por hombres de mi confianza mientras estoy fuera.

—Pero ¿por qué tú?

—En primer lugar, tengo la ventaja de conocer a Shani. En segundo lugar, como amigo, espero poder persuadirla de que regrese a Allderhaven. Presiento que su presencia podría ser más valiosa de cara a la nueva amenaza de Avoch-Dar. Si no pones ninguna objeción, será así.

Leandor pensó en ello durante un segundo.

—Ninguna —decidió él—. Recibiría con agrado su vuelta. Sin embargo, lo mejor sería establecer un tiempo límite para tu búsqueda. Y no quiero que te aventures por ahí sin ir acompañado de alguien. Escogeré un pequeño grupo de guerreros para que te protejan.

—Gracias, Dalveen.

—¿Cuándo partirás?

—Lo antes posible. Realmente, estoy deseándolo. ¿Quién sabe? Tal vez esté desarrollando yo también un pequeño instinto para la aventura.

—Ya verás cómo hacemos de ti un humano —le dijo Leandor con una sonrisa.