Capítulo 26

Una auténtica bomba, sí señor. Ha salido en la portada de todos los periódicos. De todos.

Bill Dos Pequeñas Monedas Lington ha «aclarado» su historia. La gran entrevista apareció en el Daily Mail y el resto de la prensa se abalanzó de inmediato.

Ha confesado lo de las quinientas mil libras. Aunque, por supuesto, siendo el tío Bill, se apresuró a argumentar que el dinero era sólo una parte de la historia y que sus ideas seguían teniendo vigencia para cualquiera que empezara con dos pequeñas monedas. En el fondo nada cambiaba, adujo, ya que en cierto sentido da lo mismo medio millón que dos pequeñas monedas: es sólo la cantidad lo que cambia. (Luego se dio cuenta de que ésa era una idea condenada al fracaso y se retractó. Aunque demasiado tarde, ya lo había dicho.)

Para mí, la verdadera cuestión no es el dinero. La cuestión es que, al final, ha tenido que reconocerle a Sadie su mérito. Le ha hablado al mundo de ella, en lugar de negarla y ocultarla. La cita que han reproducido la mayoría de los medios ha sido: «Me hubiera resultado imposible obtener todo mi éxito sin la ayuda de mi preciosa tía Sadie Lancaster, con la que siempre estaré en deuda.» Una frase que le dicté yo, palabra por palabra.

El retrato de Sadie ha salido en todas las portadas y la London Portrait Gallery ha recibido una enorme afluencia de público. Sadie es como la nueva Mona Lisa. Sólo que mejor, porque el cuadro es tan grande que pueden contemplarlo montones de personas a la vez. (Y además era mucho más mona, sin ánimo de ofender.) Hemos ido unas cuantas veces para ver esas multitudes y escuchar los piropos que le dedican a Sadie. Incluso hay una página web de sus fans.

En cuanto al libro del tío Bill, él podrá decir lo que quiera de sus principios para el éxito, pero no le servirá de nada. Dos Pequeñas Monedas se ha convertido en un objeto de escarnio general. Lo han parodiado todos los periódicos populares, y no hay humorista de televisión que no haya hecho un chiste a su costa. Los editores están tan abochornados que se han ofrecido a devolver el importe del libro a los compradores. Y en torno a un veinte por ciento han aceptado, por lo visto. Supongo que los demás prefieren conservarlo como recuerdo, o dejarlo en la repisa de la chimenea para reírse de vez en cuando.

Estoy leyendo un editorial sobre el tío Bill en el Daily Mail de hoy cuando un pitido del móvil me anuncia un mensaje de texto.

Hola, te espero fuera. Ed.

Ésta es una de las muchas cosas buenas que tiene Ed. Nunca llega tarde. Recojo alegremente mi bolso, cierro la puerta de mi apartamento y bajo las escaleras. Kate y yo nos trasladamos hoy a nuestra nueva oficina, y Ed me ha prometido pasar a verla antes de ir a su trabajo. Salgo a la calle y me lo encuentro con un enorme ramo de rosas rojas.

- Para la nueva oficina -dice, entregándomelas con un beso.

- ¡Gracias! -Sonrío encantada-. Todo el mundo me mirará en el metro.. .

Ed me interrumpe tocándome el brazo.

- Esta vez podemos ir en mi coche -me dice como quien no quiere la cosa.

- ¿Tu coche?

- Ajá. -Señala un elegante Aston Martin negro aparcado muy cerca.

- ¿Ese coche es tuyo? -Lo miro con ojos desorbitados-. Pero.. . ¿desde cuándo?

- Me lo he comprado. Ya sabes: un concesionario, una tarjeta de crédito.. . lo típico. He pensado que sería mejor comprar uno británico -añade con una sonrisita irónica.

¿Se ha comprado un Aston Martin? ¿Así como así?

- Pero si tú nunca has conducido por la izquierda.. . -observo con cierta alarma-. ¿Has venido conduciendo?

- Tranquila. Pasé el examen la semana pasada. Chica, tenéis un sistema ridículo y peligroso.

- No, qué va -protesto.

- El cambio de marchas es un invento diabólico. Y mejor no hablar de vuestras normas de giro a la derecha.

No puedo creérmelo. Se lo tenía muy calladito; no me había dicho una palabra de coches, de clases de conducción ni de nada.

- Pero.. . ¿por qué? -le suelto.

- Alguien me dijo una vez -explica muy serio- que si piensas vivir en un país, durante el tiempo que sea, debes involucrarte a fondo en él. ¿Qué mejor manera que aprender a conducir en ese país? Bueno, ¿vamos o no?

Abre la puerta con un gesto galante y yo, todavía pasmada, me instalo en el asiento del pasajero. Es un coche elegante de verdad. Ni siquiera me atrevo a apoyar las rosas para no arañar los revestimientos de cuero.

- También he aprendido todos los insultos británicos -añade en cuanto arranca-. ¡Mueve el culo, merluzo! -dice imitando el acento cockney. A mí se me escapa la risa.

- Muy bien -asiento-. ¿Y qué tal: «¡Ni se te ocurra, mamón!»?

- A mí me dijeron: «¡Te vas a enterar, mamón!» ¿Me han informado mal?

- No, también está bien. Pero tienes que pulir el acento. -Lo observo mientras cambia de marcha con destreza y deja atrás un autobús-. Aunque no acabo de entenderlo. Este coche es muy caro. ¿Qué piensas hacer con él cuando.. . ? -Me interrumpo justo a tiempo y finjo una tos.

- ¿Cuando qué? -Podrá estar conduciendo, pero no se le escapa una, como de costumbre.

- Nada. -Bajo la cabeza hasta hundirla casi entre las flores. Iba a decir: «Cuando vuelvas a Estados Unidos.» Pero ése es un asunto del que no hablamos.

Se hace un silencio. Me lanza una mirada críptica.

- ¿Quién sabe lo que haré?

Mostrarle la oficina no nos lleva mucho tiempo. En realidad, a las 9.05 ya hemos terminado. Ed examina cada detalle con atención y todo le parece fantástico. Me da una lista de contactos que podrían serme útiles y luego se marcha a su oficina. Al cabo de una hora, justo cuando estoy poniendo las rosas en un jarrón que he corrido a comprar, aparecen mis padres, también con flores y una botella de champán (y una caja de clips: una bromita de papá).

Aunque acabo de enseñarle el despacho a Ed, y aunque sea una sola habitación con una ventana, un tablón de anuncios, dos puertas y dos mesas, no puedo dejar de sentir un hormigueo de satisfacción mientras se lo muestro todo. Es mío. Mi despacho. Mi propia empresa.

- Es muy elegante. -Mamá se asoma a la ventana-. Pero, cariño, ¿seguro que puedes permitírtelo? ¿No te habría convenido quedarte con Natalie?

Por favor.. . ¿Cuántas veces tendré que explicarles que mi ex mejor amiga era una víbora odiosa y sin escrúpulos?

- Me conviene más trabajar por mi cuenta, mamá. De verdad. Mira, éste es mi plan de negocios.

Le tiendo un documento encuadernado tan chulo que casi no puedo creer que lo haya preparado yo. Cada vez que le echo un vistazo siento un espasmo de excitación. Si consigo que Consultoría Mágica sea un éxito, mi vida estará completa.

Se lo he dicho esta mañana a Sadie mientras leíamos un artículo sobre ella en el periódico. Se quedó un momento en silencio y, para mi sorpresa, se puso de pie con un brillo extraño en los ojos y dijo: «¡Soy tu ángel de la guarda! Yo me encargaré de que sea un éxito.» Y desapareció sin más. Así que sospecho que anda tramando algo. Espero que eso no incluya más citas a ciegas.

- ¡Impresionante! -dice papá, hojeando el plan.

- Ed me ha dado algunos consejos -admito-. También me ha ayudado mucho en el asunto del tío Bill. Me echó una mano para redactar la declaración. Y la idea de contratar a un publicista para manejar a la prensa fue suya. Por cierto, ¿has visto el artículo que publica hoy el Daily Mail?

- Ah, sí -murmura débilmente, intercambiando una mirada con mamá-. Lo hemos leído.

Si digo que mis padres se han quedado turulatos con todo lo que ha pasado me quedaría corta. Nunca los había visto tan pasmados como cuando me presenté de improviso en su casa y les dije que el tío Bill quería hablar con ellos. Y más todavía cuando me volví hacia la limusina y dije: «Vamos, entra», haciendo un gesto con la mano. Entonces el tío Bill se apeó sin decir palabra e hizo lo que yo le había pedido.

Mis padres se quedaron sin habla. Como si yo tuviera monos en la cara o algo así. Incluso cuando el tío Bill ya se había ido y les dije: «¿Alguna pregunta?», ellos no abrieron la boca. Permanecieron en el sofá mirándome, atontados y maravillados a partes iguales. Incluso ahora, cuando ya se han relajado un poco y la historia se ha hecho pública y ha dejado de ser una conmoción, siguen mirándome asombrados.

Bueno, ¿y por qué no? He estado impresionante, aunque quede mal decirlo. Yo misma me he encargado, con ayuda de Ed, de ponerlo todo al descubierto ante los medios. Y ha salido perfecto, al menos desde mi punto de vista. Quizá no desde el del tío Bill y la tía Trudy. El día que se publicó la historia, la pobre se fue a Arizona e ingresó de modo indefinido en un balneario. A saber si volveremos a verla.

Diamanté, por su parte, ha sacado partido del asunto. Ya ha hecho una sesión de fotos para la revista Tatler, en las que posa igual que Sadie en el cuadro, y está valiéndose de todo el alboroto para publicitar su marca. Lo cual es de pésimo gusto, por cierto, pero también bastante inteligente. No puedo dejar de admirarla por su caradura. O sea, tampoco es culpa suya que su padre sea un gilipollas, ¿no?

Me gustaría que Diamanté y Sadie se conocieran. Estoy segura de que congeniarían. Tienen mucho en común, aunque seguramente las dos se horrorizarían ante la mera idea.

- Lara. -Papá se acerca. Parece incómodo y no cesa de echarle miraditas a mamá-. Queríamos hablar contigo de la tía Sadie.. . -Carraspea.

- ¿Sobre qué?

- Sobre el funeral -precisa mamá, bajando la voz.

- Exacto -confirma papá-. Teníamos intención de sacar el tema hace días. Obviamente, una vez que la policía se ha asegurado de que la pobre no fue.. .

- .. . asesinada -lo ayuda mamá.

- Eso es. Una vez cerrado el caso, la policía la ha.. . liberado.. . es decir.. .

- Los restos -susurra mamá.

- ¿No lo habréis hecho ya? -Siento un acceso de pánico-. Decidme por favor que no habéis celebrado el funeral.. .

- ¡No, no! En principio estaba previsto para este viernes. Pensábamos decírtelo en algún momento.. .

Ya, vale.

- Pero eso era antes -añade mamá.

- Exacto. Evidentemente, la situación ha cambiado -prosigue él-. Así que si quieres participar en el modo de organizarlo.. .

- Sí, me gustaría participar -digo con firmeza-. De hecho, creo que voy a encargarme de todo.

- Bien. -Papá le echa una mirada a mamá-. Fantástico. Perfecto. Creo que sería lo lógico, dado lo mucho que has.. . investigado sobre su vida.

- Pensamos que eres un prodigio, Lara -me dice mamá con repentino fervor-. Descubrir todo eso.. . ¿Quién lo habría averiguado de no ser por ti? ¡Quizá nunca habría salido a la luz! ¡Nos habríamos muerto todos sin saber la verdad!

Sólo a ella se le ocurriría mezclar todas nuestras muertes en el asunto.

- Aquí tienes los detalles de la funeraria.

Papá me da un folleto justo cuando suena el interfono. Miro la pantallita y veo una imagen en blanco y negro llena de granulado. Parece un hombre, pero la imagen es tan mala que podría ser igualmente un elefante.

- ¿Sí?

- Soy Gareth Birch, de Print Please -dice el tipo-. Le traigo las tarjetas.

- Estupendo. Suba.

Bueno. Ahora sí que somos una empresa de verdad. ¡Ya tengo tarjetas!

Hago a pasar a Birch, abro la caja y reparto tarjetas a todos. «Lara Lington - Consultoría Mágica», ponen; debajo, la imagen de una varita mágica en relieve.

- ¿Cómo es que ha venido a traerlas personalmente? -le digo mientras firmo el albarán-. Vamos, es muy amable de su parte, pero.. . ¿ustedes no están en Hackney? ¿No iban a mandarlas por correo?

- He pensado que estaría bien -responde él con mirada vidriosa-. Aprecio mucho el encargo que me ha hecho, es lo mínimo que podía hacer.

- ¿Cómo? -Lo miro sin entender.

- Aprecio mucho su encargo -repite como un robot-. Es lo mínimo que podía hacer.

Ay, Dios. Sadie.

- Bueno.. . muchas gracias -le digo con apuro-. Se lo agradezco. ¡Y lo recomendaré a todos mis amigos!

El hombre se retira y yo me entretengo desempaquetando las cajas, consciente de que mamá y papá me miran sin dar crédito a lo que ven.

- ¿Te las ha traído él mismo desde Hackney? -exclama papá.

- Eso parece -digo, como si eso fuera normalísimo. Por suerte, suena el teléfono y me apresuro a responder.

- Consultoría Mágica.

- Con Lara Lington, por favor. -Es una mujer, pero no reconozco su voz.

- Yo misma -digo, sentándome en una de las sillas giratorias nuevas. Espero que no haya oído el crujido del plástico-. ¿En qué puedo ayudarla?

- Me llamo Pauline Reed. Soy la directora de recursos humanos de Wheeler Foods. Nos interesaría que se pasara por aquí para conocernos. He oído grandes cosas sobre usted.

- Muy amable. -Sonrío muy ufana-. ¿Quién le ha hablado de mí, si no es indiscreción? ¿Janet Grady?

Se hace un silencio.

- No recuerdo bien -dice al cabo-. Pero tiene usted una fama excelente en la selección de ejecutivos y me gustaría conocerla. Algo me dice que podría ser muy útil para nuestra empresa.

Sadie.

- De acuerdo. -Procuro concentrarme-. Déjeme ver mi agenda.. . -La abro y anota la cita.

Cuando cuelgo, mamá y papá me observan ansiosos.

- ¿Buenas noticias, cariño?

- Pse.. . la jefa de recursos humanos de Wheeler Foods -digo, como si nada-. Quiere que nos veamos.

- Wheeler Foods.. . ¿no son los de las galletas de avena? -dice mamá, asombrada.

- Sí. -Se me escapa una sonrisa-. Parece que mi ángel de la guardia está cuidando de mí.. .

- ¡Tachán! -Es la voz alegre de Kate, que entra con un gran ramo de flores-. ¡Mira lo que acaban de traer! ¡Hola, señor y señora Lington! -añade, educada-. ¿Les gusta el nuevo despacho? ¿A que está muy bien?

Cojo las flores y saco la tarjeta del sobrecito.

- «Para el personal de Consultaría Mágica -leo en voz alta-. Confiamos en llegar a conocerlos como clientes y como amigos. Atentamente, Brian Chalmers. Jefe de recursos humanos de Dwyer Dunbar.» Y nos deja su número directo.

- ¡Increíble! -Kate abre unos ojos como platos-. ¿Lo conoces?

- No.

- Pero conocerás a alguien de Dwyer Dunbar.. .

- Pues no.

Mamá y papá han vuelto a quedarse sin habla. Será mejor que los saque de aquí antes de que sigan ocurriendo locuras.

- Vamos a almorzar a la pizzería -le digo a Kate-. ¿Vienes?

- En un minuto. -Sonríe-. Antes tengo que terminar unas cosas.

Me llevo a mis padres, bajamos las escaleras y salimos a la calle. En la acera, justo delante del portal, hay un viejo párroco con alzacuello y sotana que parece un poco perdido. Me acerco.

- Hola. ¿Sabe dónde está? ¿Necesita orientarse?

- Bueno.. . sí, no soy de esta zona. Busco el número cincuenta y nueve.

- Es este edificio, mire -digo, señalando nuestro portal, en cuyo cristal hay estampado un 59.

- ¡Vaya, es aquí! -Su expresión se ilumina y se acerca. Pero no entra; sólo alza la mano y empieza a hacer la señal de la cruz-. Señor, te ruego que bendigas a todos los que trabajan en este edificio -dice con voz temblorosa-. Bendice todos sus esfuerzos y todas sus empresas, muy en particular a la Consultoría.. .

No puede ser.

- ¡Vamos! -Cojo del brazo a mamá y papá-. Venga, hora de comernos una pizza.

- Lara -musita papá mientras prácticamente lo arrastro por la calle-. ¿Me he vuelto loco o ese párroco estaba.. . ?

- Yo tomaré una Cuatro Estaciones -digo, haciéndome la sorda-.¿Y vosotros?

Creo que mis padres se han dado por vencidos. Simplemente se dejan llevar. Pero en cuanto bebemos una copa de vino Valpolicella, sonreímos y cesan las preguntas embarazosas. Hemos pedido las pizzas y entretanto devoramos bollitos con ajo y perejil. Me siento de maravilla.

Incluso cuando aparece Tonya no me pongo tensa. Ha sido idea de mamá y papá decirle que viniera. Aunque a veces me saque de quicio, no deja de ser parte de la familia. Ahora empiezo a valorar lo que eso significa.

- ¡Oh, Dios mío! -exclama nada más llegar. Unas veinte cabezas se vuelven para mirarnos-. ¡Oh, Dios mío! ¿Podéis creerlo? ¡Todas esas historias sobre el tío Bill!

Obviamente, esperaba una reacción más aparatosa por nuestra parte.

- Hola, Tonya -digo-. ¿Qué tal los chicos? ¿Cómo está Clive?

- ¿Podéis creerlo? -insiste-. ¿Habéis leído los periódicos? O sea.. . no puede ser. Es todo basura. Ha de ser una maniobra.

- Creo que es verdad -la corrige papá suavemente-. Él mismo lo reconoce.

- Pero ¿no habéis visto las cosas que dicen?

- Sí. -Mamá se sirve más Valpolicella-. Lo hemos visto. ¿Vino, querida?

- Pero.. . -Tonya se desploma en una silla y nos mira desconcertada, incluso algo ofendida. Debía de creer que nos encontraría en pie de guerra en defensa del tío Bill. Y no alimentándonos alegremente.

- Ten. -Mamá le pasa una copa de vino-. Ahora te pedimos una pizza.

Mientras Tonya se quita la chaqueta y la cuelga del respaldo, percibo que su mente trabaja a toda velocidad. Está tratando de calibrar la situación. Si tiene que ser la única, no va a empeñarse en defender al tío Bill.

- Bueno, ¿y quién ha destapado todo? -pregunta al fin, tras beber un sorbo de vino-. ¿Un periodista de investigación?

- Ha sido Lara -responde papá con una sonrisita.

- ¿Lara? -De pronto parece más airada que antes-. ¿Qué quieres decir?

- Investigué sobre el cuadro y sobre la tía Sadie -explico-. Y sólo tuve que sumar dos y dos.

- Pero.. . -resopla de incredulidad- pero tu nombre no ha salido en los periódicos.

- He preferido permanecer en el anonimato -digo en tono críptico, como uno de esos superhéroes que se desvanecen en la oscuridad, sin buscar otra recompensa que hacer el bien.

A decir verdad, me habría encantado salir en los periódicos. Pero nadie se ha molestado en venir a entrevistarme, y eso que me alisé expresamente el pelo por si acaso. Todos los reportajes se limitan a decir que el descubrimiento lo realizó «un miembro de la familia».

Un miembro de la familia.. . Uff.

- Pero no lo entiendo. -Tonya me taladra con una hosca mirada-. ¿Por qué te dio por fisgonear?

- Un sexto sentido me decía que había gato encerrado en el caso de la tía Sadie. Pero nadie quería hacerme caso -añado con toda intención-. En el funeral, todo el mundo creyó que me había vuelto loca.

- Tú dijiste que la habían asesinado -objeta-. Y no era cierto.

- Aun así, mi instinto me decía que algo no cuadraba. Así que decidí seguir el hilo de mis sospechas. Y al final se vieron confirmadas. -Todos están pendientes de mis palabras, como si estuviera dando una clase magistral-. Entonces hablé con los expertos de la London Portrait Gallery y ellos verificaron mi descubrimiento.

- Ya lo creo que sí. -Mi padre me sonríe.

- ¿Y sabes qué? -añado orgullosa-. Van a tasar el cuadro.. . ¡y el tío Bill le dará a papá la mitad de su valor!

- ¡No! -Tonya se queda boquiabierta-. Increíble. ¿Cuánto podría reportar?

- Millones, por lo visto -murmura papá, incómodo-. Bill parece muy decidido.

- Es lo que te corresponde, papá -le repito por enésima vez-. ¡Él te lo robó! ¡Es un vulgar chorizo!

Tonya se ha quedado sin palabras. Coge un bollo y lo mordisquea.

- ¿Leísteis el editorial del Times? -dice al fin-. Era brutal.

- Más bien salvaje. -Papá hace una mueca-. Lo sentimos por Bill, a pesar de todo.. .

- ¡De eso nada! -salta mamá-. ¡Se lo tiene merecido!

- ¡Pippa! -Se ha quedado atónito.

- No me da ninguna pena -insiste mamá, desafiante-. Estoy.. . enfadada. Sí, muy enfadada.

La observo boquiabierta. Nunca la había visto reconocer sin ambages que está enfadada. Tonya también se ha quedado de piedra. Alza las cejas, preguntándome, y yo le respondo con un encogimiento de hombros.

- Lo que hizo es imperdonable -prosigue-. Vuestro padre siempre procura ver el lado bueno de las personas y buscar excusas. Pero a veces no hay lado bueno. A veces no hay excusa.

Nunca la he visto tan combativa. Tiene las mejillas encendidas y coge la copa de vino como si fuese a estampársela a alguien en la cara.

- ¡Bien dicho, mamá! -exclamo.

- Y si vuestro padre se empeña en seguir defendiéndolo.. .

- No lo defiendo -dice papá-. Pero es mi hermano, sangre de mi sangre. Resulta muy difícil.. . -Da un suspiro. El disgusto le acentúa las arrugas bajo los ojos. Papá siempre quiere ver el lado positivo. Es parte de su carácter.

- El éxito de tu hermano ha arrojado una larga sombra sobre el resto de la familia. -A mamá le tiembla voz-. Nos ha afectado a todos de diversas maneras. Ahora ha llegado el momento de liberarnos. Eso es lo que creo. Y punto.

- Pues yo recomendé la biografía del tío Bill a mi club de lectura -tercia Tonya-. Logré que vendiera ocho ejemplares. -Parece más indignada por eso que por cualquier otro motivo-. ¡Y era una sarta de mentiras! ¡Tío Bill es despreciable! Y si tú no piensas lo mismo, papá -añade mirándolo-, si no estás furioso, es que eres bobo.

La aplaudo para mis adentros. A veces, el estilo directo y expeditivo de Tonya es muy adecuado.

- Estoy furioso -admite papá-. Claro que lo estoy. Pero aún tengo que hacerme a la idea. Darme cuenta de que mi hermano pequeño es un egoísta sin principios y.. . un cerdo. -Suelta un resoplido-. Claro, eso implica que.. .

- Implica que hemos de olvidarnos de él -lo ayuda mamá-. Dejarlo atrás. Empezar a vivir el resto de nuestras vidas sin sentirnos ciudadanos de segunda.

Nunca se ha expresado con tanta vehemencia. ¡Hurra, mamá! ¡Así se habla!

- Bueno, ¿y quién ha negociado con él? -Tonya frunce el entrecejo-. Debe de haber resultado difícil.

- Lara se ha ocupado de todo -informa mamá con orgullo-. Habló con Bill, negoció con el museo, resolvió cada detalle.. . ¡y ha abierto una nueva empresa! ¡Ha estado inconmensurable!

- ¡Vaya hermanita! -Tonya sonríe de oreja a oreja, pero se le nota la irritación-. Muy bien, Lara. -Bebe un sorbo de vino y lo remueve pensativamente en la boca. Está buscando algún punto vulnerable, ya lo veo; algún modo de volver a ganar ascendiente-. ¿Y cómo va la cosa con Josh? -Adopta su expresión compasiva-. Papá me ha contado que volviste con él unos días, pero que enseguida rompisteis definitivamente. Debe de haber sido duro. Como para estar destrozada.

- Qué va. -Me encojo de hombros-. Ya está superado.

- Pero has de sentirte muy herida, ¿no? -insiste, clavando sus ojos vacunos en los míos-. Tiene que haber sido un golpe terrible para tu autoestima. Tú recuerda sobre todo que eso no significa que no seas atractiva. ¿Entiendes? -Mira a mamá y papá, poniéndolos por testigos-. Hay muchos otros.. .

- Bueno, mi nuevo novio me ha levantado bastante la moral -digo jovialmente-. Yo en tu lugar no me preocuparía.

- ¿Novio nuevo? -Se queda boquiabierta-. ¿Tan pronto?

No hacía falta que aparentase tanta sorpresa, la verdad.

- Es un consultor americano destinado en Londres. Se llama Ed.

- Muy atractivo -dice papá, apoyándome.

- ¡La semana pasada nos invitó a comer! -añade mamá.

- Vaya. -Tonya parece ofendida-. ¡Genial! Pero será un poco duro cuando vuelva a Estados Unidos, ¿no? -Se le ilumina la expresión-. Las relaciones a distancia se rompen con mucha facilidad. Todas esas llamadas transatlánticas, más la diferencia horaria.. .

- Quién sabe lo que sucederá -me oigo responder con toda tranquilidad.

- ¡Yo haré que se quede! -La voz de Sadie me sobresalta una vez más, no logro acostumbrarme. La veo flotando a mi lado, con la mirada brillante y resuelta-. Soy tu ángel de la guarda. ¡Conseguiré que se quede!

- Perdonad un momento -digo a todos, levantándome-. He de enviar un mensaje.

Saco el móvil y me pongo a teclear, colocando la pantalla de manera que Sadie la vea.

Tranquila. No hace falta que hagas nada. ¿Dónde te habías metido?

- ¡O hacer que te pida en matrimonio! -añade sin prestar atención a mi pregunta-. ¡Será más divertido! Sí, le diré que te lo pida, y me encargaré de que escoja un anillo despampanante. Nos lo pasaremos bomba con los preparativos de boda.. .

«¡No, no y no! -escribo a toda prisa-. ¡Basta, Sadie! No le hagas hacer nada. Quiero que sea él quien tome sus decisiones. Quiero que escuche su propia voz.

Sadie carraspea mientras lee.

- Bueno, yo creo que mi voz es más interesante -dice, y a mí se me escapa una sonrisa.

- ¿Estás enviándole un mensaje a tu novio? -interviene Tonya, observándome.

- No. A una amiga, una buena amiga. -Me doy la vuelta y tecleo: «Gracias por todo lo que has hecho para ayudarme. No tenías por qué.»

- Pero ¡yo quería hacerlo! ¡Es divertido! ¿Habéis tomado ya el champán?

«No -escribo, aguantándome la risa-. Sadie, eres el mejor ángel de la guarda que ha existido.»

- Me precio de serlo -se ufana-. Bueno, ¿y dónde me siento?

Cruza la mesa flotando y ocupa una silla libre, justo cuando aparece Kate, roja de excitación.

- ¡Lara! -exclama-. ¡El tipo de la licorería de la esquina nos ha enviado una botella de champán! ¡Dice que es para darnos la bienvenida! Y has recibido un montón de llamadas; he anotado todos los números.. . Y ha llegado el correo, reenviado desde tu apartamento. No lo he traído todo, pero había algo que me ha parecido importante. Viene de París.. . -Me entrega un sobre acolchado, se sienta y sonríe a todo el mundo-. ¿Ya habéis pedido? ¡Me muero de hambre! Hola, creo que no nos conocemos.. .

Mientras Kate y Tonya se presentan y papá sirve más vino, me quedo mirando el sobre con una aprensión repentina. De París. La dirección está escrita con una letra aniñada. Al palparlo noto algo duro y desigual. ¿Un collar?

Levanto la vista lentamente. Sadie me mira desde el otro extremo de la mesa. Está pensando lo mismo.

- Venga -me dice, asintiendo.

Lo abro con manos temblorosas. Atisbo una masa de papel de seda. La aparto y vislumbro un destello amarillo iridiscente. Miro otra vez a Sadie.

- Está ahí, ¿verdad? -Se ha puesto lívida-. Lo has conseguido.

Asiento y, sin saber muy bien lo que hago, echo la silla atrás.

- He de.. . hacer una llamada -digo con voz ronca-. Salgo un momento. Enseguida vuelvo.. .

Sorteo las mesas hasta el fondo del restaurante, que da a un patio pequeño y aislado. Salgo por la puerta de incendios y voy a un rincón. Abro otra vez el sobre, saco el envoltorio de papel de seda y lo desenvuelvo.

Después de todo este tiempo, al fin en mis manos.

Tiene un tacto más cálido de lo que esperaba. Más sólido, en cierto sentido. Los diamantes de imitación destellan al sol y las cuentas de cristal relucen con un brillo trémulo. Es tan impresionante que siento el impulso de ponérmelo. Pero me contengo y miro a Sadie, que me observa en silencio.

- Aquí lo tienes. Es tuyo. -Intento colocárselo alrededor del cuello, como si fuese una medalla olímpica. Pero mis manos se hunden en su cuerpo y lo atraviesan. Pruebo otra vez, y otra, en vano-. ¡Maldición! -Tengo ganas de reír y llorar-. ¡Es tuyo! ¡Deberías llevarlo tú! ¡Nos haría falta la versión fantasmal!

- ¡Para! -Sadie alza la voz, súbitamente en tensión-. ¡No di.. . ! -Se le corta la voz y se aleja unos pasos, con los ojos fijos en las losas del patio-. Ya sabes lo que debes hacer.

Se produce un silencio. Sólo se oye el rumor del tráfico, que nos llega amortiguado desde la avenida principal. No puedo mirarla. Permanezco aferrada al collar. Soy consciente de que esto es lo que buscábamos, perseguíamos y deseábamos desesperadamente. Pero ahora que lo tenemos.. . Ojalá no hubiera llegado este momento. Todavía no. El collar es el motivo de que Sadie se me haya aparecido. Una vez que lo recupere.. .

Mi pensamiento se desvía bruscamente. No quiero pensar en eso. No quiero.

Una ráfaga de viento remueve las hojas caídas en el suelo. Sadie levanta la vista, pálida y decidida.

- Dame un poco de tiempo.

- De acuerdo. -Trago saliva. Guardo el collar en el sobre y vuelvo al restaurante. Sadie ya ha desaparecido.

No puedo tragar la pizza. Ni seguir la conversación. Tampoco logro concentrarme cuando vuelvo al despacho, aunque recibo seis llamadas de jefes de recursos humanos de primera línea que quieren concertar citas conmigo. Tengo el sobre en el regazo y la mano metida dentro, aferrando el collar. No puedo soltarlo.

Le envío un mensaje a Ed diciéndole que me duele la cabeza y que necesito estar sola. Cuando llego a casa, Sadie no está, lo cual no me sorprende. Preparo algo de cena y al final no la tomo. Me echo en la cama, con el collar alrededor del cuello, y me dedico a retorcer sus cuentas mientras veo una película tras otra en el canal de cine clásico, sin hacer siquiera el intento de dormirme. Finalmente, hacia las cinco y media, me levanto, me visto de cualquier manera y salgo a la calle. La suave luz grisácea del alba empieza a teñirse de un rosa vivo cuando asoma el sol. Me quedo inmóvil, contemplando las vetas rosadas del cielo, lo que me reconforta un poco el ánimo. Compro un café para llevar, subo al autobús que va a Waterloo y paso el rato mirando absorta por la ventanilla las calles silenciosas. Al llegar, ya son casi las seis y media. Empieza a aparecer gente por el puente y las calles aledañas. La London Portrait Gallery está cerrada todavía. Cerrada y vacía. No hay un alma ahí dentro. O eso es lo que uno diría.

Me siento en un murete y bebo el café, que ya está tibio pero me resulta delicioso, con el estómago vacío. Estoy dispuesta a quedarme aquí sentada todo el día, pero cuando suenan las ocho en un campanario cercano, la veo aparecer en la escalinata, de nuevo con la mirada abstraída. Lleva otro vestido asombroso, esta vez gris perla, con una falda de tul cortada en forma de pétalos. Va tocada con un sombrero gris y tiene los ojos fijos en el suelo. No quiero alarmarla, así que espero hasta que repara en mí.

- Lara.

- Hola. -Alzo una mano-. He pensado que andarías por aquí.

- ¿Dónde está el collar? -dice, asustada-. ¿Lo has perdido?

- ¡No! No te preocupes, lo tengo. Mira.

No hay nadie a la vista, pero vigilo a uno y otro lado antes de sacar el collar. A la clara luz de la mañana resulta aún más espectacular. Lo deslizo entre mis dedos y las cuentas tintinean suavemente. Ella lo contempla con ternura; tiende las manos como si quisiera cogerlo y luego las retira.

- Ojalá pudiera tocarlo -murmura.

- Ya. -Se lo acerco como si estuviese haciendo una ofrenda. Ojalá pudiera colocárselo alrededor del cuello, lograr que volviera a reunirse con ella.

- Quiero recuperarlo -dice en voz baja-. Quiero que me lo devuelvas.

- ¿Ahora?

Me mira a los ojos.

- Ahora.

Siento un nudo en la garganta. No consigo decir nada de lo que quería decirle, pero creo que ella ya lo sabe.

- Quiero recuperarlo -repite, suave pero firmemente-. He pasado demasiado tiempo sin él.

- Está bien. -Asiento con la cabeza varias veces, agarrando las cuentas con tanta fuerza que temo magullarme los dedos-. Entonces debes recuperarlo.

El trayecto me resulta muy corto. El taxi se desliza con fluidez por las calles. Me gustaría decirle al taxista que reduzca la velocidad. Me gustaría que se detuviera el tiempo. Me gustaría que quedáramos atrapadas seis horas en un atasco.. . Pero, de pronto, nos detenemos en una calleja. Hemos llegado.

- Qué rápido, ¿no? -Sadie suena alegre y decidida.

- Ya -digo con una sonrisa forzada-. Increíblemente rápido.

Mientras bajamos, siento la garra del miedo en el pecho. Sigo aferrando el collar, me va a dar un calambre en los dedos. Sin embargo, no me atrevo a aflojarlos, ni siquiera mientras hago malabarismos para pagar con una sola mano.

El taxi se aleja. Sadie y yo nos miramos. Estamos delante de varios locales; uno de ellos es una funeraria.

- Es ahí. -Señalo un rótulo que reza «Capilla de Reposo»-. Parece cerrado.

Se desliza hasta la puerta y atisba el interior.

- Será mejor que esperemos. -Se encoge de hombros y vuelve a mi lado-. Sentémonos por aquí.

Nos acomodamos en un banco de madera y guardamos silencio. Miro el reloj. Nueve menos cinco. Abren a las nueve. La sola idea me da pánico, así que mejor no pensarlo. Aún no. Mejor concentrarse en el aquí y el ahora. Aquí estoy, sentada con Sadie.

- Bonito vestido, por cierto. -Creo que ha sonado casi normal-. ¿A quién se lo has birlado?

- A nadie -dice, ofendida-. Era mío. -Me echa un vistazo y comenta de mala gana-: Esos zapatos también son bonitos.

- Gracias. -Querría sonreír, pero mis labios no ceden del todo-. Los compré el otro día. Ed me ayudó a elegirlos. Fuimos de compras a medianoche al centro comercial Whiteleys. Tenían cantidad de ofertas especiales.. .

No sé ni lo que digo. Es sólo para distraer la espera. Miro otra vez el reloj. Nueve y dos. Vienen con retraso. Me siento absurdamente agradecida, como si nos hubiesen concedido un indulto.

- Es bastante bueno a la hora de darse un meneo, ¿no? -me suelta tan campante-. Ed, quiero decir. Bueno, la verdad es que tú tampoco eres tan mala.

¿Darse un meneo?

¿No querrá decir.. . ?

¡No, por favor!

- ¡Lo sabía! ¡Nos has espiado!

- ¡Qué dices! -Procura fingir, pero acaba estallando en carcajadas-. ¡Fui muy discreta! Ni siquiera percibiste mi presencia.

- ¿Y qué viste? -gimo.

- Pues todo. Fue un espectáculo la mar de divertido, te lo aseguro.

- ¡Sadie, eres incorregible! -Me llevo las manos a la cara-. ¡No se espía a la gente cuando está practicando el sexo! ¡Hay leyes que lo prohíben!

- Sólo tengo una pequeña crítica que hacer -dice, sin hacerme caso-. O más bien una sugerencia. Una cosa que usábamos en mi época.

- ¡Basta ya! ¡Déjate de sugerencias!

- Tú te lo pierdes. -Se encoge de hombros y se examina las uñas, echándome miraditas de soslayo.

Por el amor de Dios. Ahora me ha picado la curiosidad. Quiero saber de qué se trata.

- Vale -digo-. Cuéntame esa genialidad sexual de los veinte. Espero que no incluya ningún pegamento indeleble.

- Bueno.. . -empieza, acercándose más.

Entonces miro por encima de su hombro y me quedo rígida. Un anciano enfundado en un grueso abrigo está abriendo la funeraria.

- ¿Qué pasa? -Sadie sigue mi mirada-. Ah.. .

- Sí. -Trago saliva.

El hombre acaba de verme. Supongo que no podía pasarle inadvertida, sentada justo delante y, encima, mirándolo fijamente.

- ¿Se encuentra bien?

- Eh.. . hola. -Me pongo de pie haciendo un esfuerzo-. He venido para.. . bueno, para una visita.. . para presentar mis respetos. A mi tía abuela. Sadie Lancaster. Creo que usted.. . que es aquí.. .

- Ajá. -Asiente con aire sombrío-. Sí.

- ¿Podría.. . sería posible.. . verla?

- Ajá. -Vuelve a asentir-. Deme un minuto para abrir y poner un poco de orden y enseguida estoy con usted, señorita.. .

- Lington.

- Lington, ya. -Ha reconocido el apellido-. Claro, claro. Si quiere pasar y esperar en la salita.. .

- Voy enseguida. -Esbozo una especie de sonrisa-. Antes he de hacer una llamada.

El hombre desaparece en el interior. Quiero prolongar este instante. No quiero que sigamos adelante. Si me hago la distraída, tal vez no llegue a suceder.

- ¿Tienes el collar? -pregunta Sadie a mi lado.

- Aquí está. -Lo saco del bolso.

- Estupendo. -Sonríe, aunque está tensa. Es evidente que ya no piensa en las técnicas sexuales de los años veinte.

- Bueno, ¿lista? -Procuro hablar con desenfado-. Estos sitios suelen ser bastante deprimentes.. .

- Yo no pienso entrar -dice con calma-. Te espero aquí sentada. Será lo mejor.

- Bien -asiento-. Buena idea. O sea, que no quieres.. .

Se me apaga la voz. No soy capaz de continuar, pero tampoco de decir lo que pienso de verdad. La idea que me ronda la cabeza como una melodía siniestra y cada vez más atronadora.

¿No vamos a decirlo ninguna de las dos?

- Bueno. -Trago saliva.

- Bueno qué. -Su voz suena brillante y nítida como un trocito de diamante. Y deduzco que también ella lo está pensando.

- ¿Qué crees que ocurrirá cuando.. . cuando.. . ?

- ¿Quieres saber si finalmente te librarás de mí? -me ayuda Sadie, con más ligereza que nunca.

- ¡No! Quería decir.. .

- Ya. Tienes prisa por deshacerte de mí. Estás harta de verme. -Le tiembla la barbilla, pero me lanza una sonrisa-. Pues no creas que lo conseguirás tan fácilmente.

Me mira a los ojos y leo el mensaje con claridad. «No pierdas los papeles. Nada de lamentos. La cabeza bien alta.»

- Así que estoy condenada a aguantarte. -Me las arreglo para adoptar un tono burlón-. Fantástico.

- Me temo que sí.

- Lo que me faltaba. -Pongo los ojos en blanco-. Un fantasma mandón acosándome toda la eternidad.

- Un ángel de la guarda mandón -me corrige.

- ¿Señorita Lington? -El viejo se asoma por la puerta-. Cuando quiera.

- Gracias. Sólo un segundo.

Cuando se cierra la puerta, me ajusto la chaqueta varias veces, aunque no haga falta, para ganar tiempo.

- Entonces dejo el collar allí y nos vemos en un par de minutos, ¿de acuerdo? -digo en tono práctico.

- Te espero aquí. -Sadie da unas palmaditas al banco.

- Y luego nos vamos a ver una película. O algo así.

- De acuerdo.

Doy un paso.. . y me detengo. Sé que estamos fingiendo y no quiero dejarlo así. Me giro en redondo, decidida a no perder los papeles, a no decepcionarla.

- Pero.. . por si acaso. Por si no.. . -No me atrevo a decirlo, ni siquiera a pensarlo-. Sadie, ha sido.. .

No puedo decirlo. No hay palabras suficientes. Nada que pueda describir lo que ha representado para mí conocerla.

- Ya lo sé -murmura, con los ojos centelleantes como dos estrellas oscuras-. También para mí. Venga, muévete.

Cuando alcanzo la puerta, miro atrás por última vez. Está sentada muy erguida, en una postura impecable. Su cuello largo y pálido, el vestido ciñendo su figura esbelta. Mira directamente al frente, con los pies juntos y las manos enlazadas sobre las rodillas, como esperando.

No puedo imaginar lo que debe de estar pasando por su cabeza.

Advierte que estoy mirándola, alza la barbilla y me dirige una sonrisa encantadora y desafiante.

- ¡Al ataque! -me anima.

- ¡Al ataque! -respondo. Le lanzo un beso impulsivamente, me vuelvo y abro la puerta con súbita determinación. Ha llegado la hora.

El encargado de la funeraria me ha preparado una taza de té y un platito con un par de mantecados. Es un hombre de barbilla huidiza que ante cualquier comentario reacciona con un «Ajá» musitado y sombrío, antes de formular la respuesta. Algo que resulta irritante.

Me conduce por un pasillo de tono pastel y se detiene ante una puerta con el rótulo «Suite de los Lirios».

- La dejo sola unos momentos. -Abre la puerta con un diestro giro de muñeca y la entorna antes de añadir-: ¿Es cierto que ella había sido la chica de ese cuadro tan famoso? ¿El que ha salido últimamente en los periódicos?

- Así es.

- Ajá. -Baja la cabeza-. Qué extraordinario. Cuesta creerlo. Una dama tan anciana.. . Ciento cinco, ¿no? Una edad muy avanzada.

Sé que trata de mostrarse amable, pero sus palabras me hieren en lo más vivo.

- Yo no pienso en ella de esa manera -replico-. No la imagino anciana.

- Ajá. -Se apresura a asentir-. Naturalmente.

- En fin. Quiero dejar una cosa.. . en el ataúd. No hay inconveniente, ¿verdad? ¿Ningún riesgo?

- Ajá. Ningún riesgo, descuide.

- Y no debe saberlo nadie -le advierto-. No quiero que entre ninguna persona después de mí. Si alguien se lo pidiese, avíseme primero. ¿De acuerdo?

- Ajá -dice, cabizbajo y respetuoso-. Desde luego.

- Gracias. Voy a.. . entrar.

Entro, cierro la puerta y permanezco inmóvil unos segundos. Ahora que estoy aquí me flaquean un poco las piernas. Trago saliva, tratando de dominarme para no dejarme impresionar. Tras un minuto, hago un esfuerzo y doy un paso hacia el enorme ataúd. Y luego otro.

Ésta es Sadie. La Sadie real. Mi tía abuela de ciento cinco años. Que vivió y murió sin que yo llegara a conocerla. Al inclinarme sobre el féretro con respiración agitada, veo un mechón de pelo blanco y distingo una porción de piel vieja y reseca.

- Aquí lo tienes, Sadie -murmuro.

Suavemente, con infinito cuidado, le deslizo el collar alrededor del cuello. Ya está.

Por fin. Ya está.

Se la ve tan diminuta y encogida. Tan vulnerable. Pienso en todas las veces que he querido tocar a Sadie, en todas las veces que he intentado apretarle la mano o darle un abrazo.. . y aquí la tengo ahora. En carne y hueso. Con cautela, le acaricio el pelo y le arreglo el vestido, deseando que llegue a sentir mi contacto. Este cuerpo anciano y frágil a punto de desmoronarse fue la morada de Sadie durante más de un siglo. Era ella.

Procuro respirar con calma y que mis pensamientos sean serenos y apropiados. Quizá debiera decir unas palabras. Quiero hacer las cosas bien, pero al mismo tiempo siento un impulso urgente y cada vez más intenso. Mi corazón, la verdad sea dicha, no está aquí.

He de irme.

Con piernas temblorosas, alcanzo la puerta y me precipito fuera, para sorpresa del encargado, que esperaba paseándose por el pasillo.

- ¿Va todo bien? -pregunta.

- Todo bien. -Trago saliva-. Perfecto, muchas gracias. Seguiremos en contacto. Ahora debo irme.. .

Noto una opresión tan fuerte en el pecho que apenas puedo respirar. Me bullen extrañas ideas en la cabeza. He de salir de aquí. Cruzo el pasillo y el vestíbulo casi corriendo. Salgo a la calle.. . y me detengo en seco, jadeante, sosteniendo aún la puerta.

El banco está vacío.

Y entonces lo sé.

Claro que lo sé.

No obstante, las piernas me llevan a todo correr a la acera de enfrente. Busco, desesperada, por todos lados. Grito «¿Sadie? ¡Sadie!» hasta quedarme ronca. Me seco las lágrimas, esquivo las amables preguntas de varios desconocidos y vuelvo a mirar a derecha e izquierda, sin darme por vencida. Luego me siento en el banco y lo aferró con ambas manos. Por si acaso. Y espero.

Finalmente, al anochecer, cuando empiezo a tiritar, lo asumo en el fondo de mí misma, que es donde importa.

No volverá. Ha seguido adelante.