Capítulo 24
Es enorme. Radiante. Mil veces mejor que el de la casa parroquial.
Llevo sentada dos horas delante del retrato genuino. No puedo moverme de aquí. Con la frente despejada y sus aterciopelados ojos verde oscuro, Sadie contempla la sala desde el cuadro como la diosa más bella que hayas visto jamás. El uso que Cecil Malory hace de la luz en su piel es magistral. Lo sé porque he oído a una profesora de arte explicárselo a sus alumnos hace media hora. Luego todos se han acercado para distinguir el retrato en miniatura de la cuenta del collar.
Desde que estoy aquí, casi un centenar de visitantes se han parado a contemplarla, suspirando de placer, sonriéndose unos a otros. O simplemente tomando asiento para observarla, absortos.
- ¿No es maravillosa? -me dice una mujer morena con un impermeable, sentándose a mi lado-. Es mi retrato preferido de todo el museo.
- Y el mío -coincido.
- Me pregunto qué estará pensando.
- Yo creo que está enamorada. -Examino otra vez los ojos relucientes de Sadie y el rubor de sus mejillas-. Y me parece que es feliz. Feliz de verdad.
- Seguramente.
Guardamos silencio, disfrutando del retrato.
- Tiene algo muy positivo, ¿no cree? -dice la mujer-. Vengo con frecuencia a mirarla a la hora del almuerzo. Me levanta el ánimo. En casa también tengo un póster de ella. Me lo regaló mi hija. Pero el original es insuperable, ¿verdad?
Se me hace un nudo en la garganta, pero consigo sonreír.
- Sí. El original es insuperable.
Mientras hablo, una familia japonesa se acerca al cuadro. La madre le señala el collar a su hija. Las dos suspiran, felices, y luego adoptan una pose idéntica, los brazos cruzados y la cabeza ladeada, y se quedan mirándola.
Sadie adorada por toda esta gente. Decenas, cientos, miles de personas. Y ella no tiene ni idea.
La he llamado hasta quedarme ronca, una y otra vez, asomada a la ventana, a lo largo de la calle. Pero no me oye. O no quiere oírme. Me pongo de pie bruscamente y miro el reloj. Debo irme. Ya son las cinco. Tengo una cita con Malcolm Gledhill, el director de la colección.
Me dirijo al vestíbulo, le doy mi nombre a la recepcionista y aguardo entre una manada de escolares franceses. Al cabo, oigo una voz a mi espalda.
- ¿Señorita Lington?
Al volverme, veo a un hombre con camisa morada. Tiene ojillos brillantes, una barba castaña y unos mechones de pelo alborotados. Parece Papá Noel antes de envejecer y me resulta simpático en el acto.
- Hola. Sí, soy Lara Lington.
- Malcolm Gledhill. -Me sonríe-. Acompáñeme por aquí.
Me guía por una puerta disimulada detrás del mostrador de recepción, y luego por unas escaleras hasta un despacho que abarca toda una esquina desde la que se domina el Támesis. Hay postales y reproducciones de cuadros por todas partes: colgadas de las paredes, apoyadas contra los libros de las estanterías y adornando su enorme ordenador.
- Bueno. -Me tiende una taza de té y toma asiento-. Creo que ha venido a verme por La chica del collar, ¿no? -Me observa con cautela-. No acabé de entender en su mensaje cuál era la cuestión. Pero sí que era muy.. . ¿urgente?
Vale, quizá le mandé un mensaje algo exagerado. No quería verme obligada a contarle toda la historia a un recepcionista cualquiera, de manera que me limité a decir que tenía que ver con La chica del collar y que era un asunto de vida o muerte, una cuestión de Estado, de seguridad nacional.
En fin. Para el mundo del arte, probablemente sí es todas esas cosas.
- Bastante urgente -asiento-. Y lo primero que quiero decir es que no era una simple «chica». Era mi tía abuela. Mire.
Busco en el bolso y saco la fotografía de Sadie en la residencia, con el collar puesto.
- Observe el collar -añado al dársela.
Sabía que me gustaba el tal Malcolm Gledhill, porque reacciona exactamente como cabía esperar. Los ojos se le salen de las órbitas y se pone rojo de pura excitación. Me mira fijamente y vuelve a examinar la foto. Estudia el collar que lleva Sadie. Luego carraspea ruidosamente, como temiendo haber delatado demasiado su interés.
- ¿Me está diciendo -pregunta al fin- que esta anciana de aquí es la «Mabel» del cuadro?
Debo acabar de una vez con esta tontería de Mabel.
- No se llamaba Mabel. Ella aborrecía ese nombre. Se llamaba Sadie. Sadie Lancaster. Vivía en Archbury y era amante de Stephen Nettleton. Ella fue el motivo de que lo enviaran a Francia.
Se hace un silencio. Sólo se oye el resoplido de Malcolm Gledhill. Sus mejillas parecen dos globos desinflados.
- ¿Tiene pruebas de ello? -dice por fin-. ¿Algún documento, alguna fotografía antigua?
- Lleva puesto el collar, ¿no? -Siento una punzada de frustración-. Lo conservó toda la vida. ¿Qué más pruebas necesita?
- ¿Existe aún el collar? ¿Lo tiene usted? ¿Ella vive todavía? -En cuanto se le ocurre la idea, los ojos vuelven a desorbitársele-. Porque eso sí sería.. .
- Acaba de morir, por desgracia -lo interrumpo antes de que se emocione más-. Y no tengo el collar. Pero estoy intentando encontrarlo.
Malcolm Gledhill saca un pañuelo de cachemir y se seca la frente perlada de sudor.
- Obviamente, en un caso como éste, debe llevarse a cabo una cuidadosa investigación antes de alcanzar una conclusión definitiva.. .
- Es ella -digo con firmeza.
- Así pues, si me lo permite, la remitiré a nuestro equipo de investigación. Ellos analizarán su testimonio con sumo detenimiento y examinarán las pruebas disponibles.
Hay que seguir los pasos oficiales, lo comprendo.
- Hablaré con ellos encantada -digo con educación-. Y sé que me darán la razón. Es ella.
De pronto, entre las postales apoyadas en su ordenador veo La chica del collar. La tomo y la pongo al lado de la foto que le sacaron a Sadie en la residencia. Los dos las observamos en silencio. Ojos radiantes y orgullosos en la primera; ojos cansados y caídos en la otra. Y el collar reluciente vinculando como un talismán ambas imágenes.
- ¿Cuándo murió su tía abuela? -pregunta en voz baja.
- Hace pocas semanas. Pero vivía en una residencia desde los años ochenta y no tenía mucho contacto con el mundo exterior. Nunca se enteró de que Stephen Nettleton se había hecho famoso. Nunca supo que ella misma era famosa. Se consideraba una persona insignificante. Y precisamente por eso quiero que el mundo conozca su nombre.
Gledhill asiente.
- Bueno, si nuestro equipo de investigación llega a la certeza de que era la modelo del retrato.. . entonces, créame, el mundo sabrá de ella. Hace poco llevamos a cabo un estudio, y resulta que La chica del collar es el retrato más popular del museo. Hay un proyecto para darle más protagonismo. La consideramos un bien muy valioso.
- ¿De veras? -Me sonrojo de orgullo-. A ella le habría encantado saberlo.
- ¿Me permite que llame a un colega para que vea la fotografía? -Sus ojos se iluminan-. Es un estudioso de Malory y su testimonio le interesará mucho.
- Espere -replico, alzando una mano-. Antes de llamar a nadie, hay otro asunto del que debo hablar con usted. Quisiera saber cómo consiguieron el cuadro inicialmente. Porque pertenecía a Sadie, era suyo. ¿Cómo llegó a ustedes?
Él se pone un poco tenso.
- Ya suponía que esta cuestión surgiría tarde o temprano. Después de su llamada, busqué el expediente del cuadro y examiné los detalles de la adquisición. -Abre una carpeta que ha tenido delante desde el principio y despliega una hoja-. Nos lo vendieron en los años ochenta.
¿Que se lo vendieron? ¿Quién podría haberlo vendido?
- Pero si se perdió en un incendio.. . Nadie sabía dónde estaba. ¿Quién demonios se lo vendió?
- Me temo.. . -Hace una pausa-. Me temo que el vendedor exigió en su momento que todos los detalles de la transacción se mantuvieran en secreto.
- ¿En secreto? -Lo miro ceñuda-. Pero si el cuadro era de Sadie. Se lo dio Stephen. La persona que se hizo con él, fuese quien fuese, no tenía derecho a venderlo. ¡Deberían comprobar estas cosas!
- Las comprobamos -responde a la defensiva-. La procedencia se consideró correcta en su momento. El museo hizo todo lo que estaba en su mano para verificar que quien lo ofrecía tenía derecho a venderlo. De hecho, se firmo un documento en que éste daba todas las garantías necesarias.
Sus ojos descienden una y otra vez al papel que sostiene. Debe de estar viendo ahora mismo el nombre del vendedor. Esto es exasperante.
- Bueno, dijera lo que dijese esa persona, mentía. -Lo miro furibunda-. ¿Y sabe qué? Yo pago mis impuestos y contribuyo a financiarlos. Y por lo tanto exijo saber quién les vendió el cuadro. Ahora mismo.
- Me temo que se equivoca -replica suavemente-. Nuestro museo no es de titularidad pública y usted no es propietaria del mismo. Créame, a mí me gustaría aclarar este asunto tanto como a usted. Pero debo respetar nuestro acuerdo de confidencialidad. Tengo las manos atadas.
- ¿Y si vengo con abogados y la policía? -Pongo las manos en jarras-. ¿Y si denuncio que el cuadro ha sido robado y lo obligo a revelar el nombre?
Malcolm Gledhill alza sus espesas cejas.
- Obviamente, si hubiera una investigación policial, colaboraríamos totalmente.
- Bien, perfecto. Pues la habrá. Tengo amigos en la policía, ¿sabe? -añado con aire enigmático-. El inspector James estará muy interesado en toda esta historia. Ese cuadro era de Sadie y ahora es de mi padre y mi tío. Y no vamos a quedarnos de brazos cruzados -me altero. Pienso llegar hasta el fondo de este asunto. Los cuadros no aparecen por arte de magia.
- Comprendo su inquietud. -Titubea-. Créame, el museo se toma muy en serio la legitimidad de la propiedad de las obras expuestas.
No se atreve a mirarme a los ojos. Los suyos vuelan una y otra vez al documento que tiene delante. El nombre está ahí. Lo sé. Podría abalanzarme y arrebatárselo.. .
No, mejor no.
- Bueno, gracias por su tiempo -digo con formalidad-. Volveré a ponerme en contacto con usted.
- Por supuesto. -Cierra la carpeta-. Antes de que se vaya, ¿me permite que llame a mi colega, Jeremy Mustoe? Tendrá mucho interés en conocerla y en ver la fotografía de su tía abuela.. .
Instantes más tarde, un tipo flacucho con los puños de la camisa gastados y una nuez de Adán prominente, se inclina sobre la foto murmurando «¡Extraordinario!» una y otra vez.
- Ha sido extremadamente difícil descubrir datos nuevos sobre esta pintura -dice Jeremy Mustoe, levantando la vista-. Hay muy pocos archivos y fotografías de la época, y cuando los investigadores acudieron a su pueblo natal, ya habían pasado casi dos generaciones y nadie recordaba nada. Naturalmente, se daba por supuesto que la modelo se llamaba Mabel.. . -Arruga el entrecejo-. A principios de los noventa se publicó una tesis según la cual la modelo de Malory era una doncella de la casa y los padres se habrían opuesto a la relación por motivos de clase, lo que los indujo a enviarlo a Francia.
Me entran ganas de reírme. Alguien se inventó una versión equivocada y tuvo el descaro de llamarla «tesis».
- Había una Mabel, sí -explico con paciencia-, pero ella no fue la modelo. Stephen llamaba «Mabel» a Sadie para tomarle el pelo. Eran amantes -añado-. Por eso lo enviaron a Francia.
- ¿De veras? -Jeremy Mustoe me mira con renovado interés-. Entonces.. . ¿su tía abuela sería la «Mabel» de las cartas?
- ¡Las cartas! -exclama Malcolm Gledhill-. ¡Claro! Se me habían olvidado. ¡Hace tanto tiempo que las examiné!
- ¿Cartas? -Los miro-. ¿Qué cartas?
- En nuestro archivo conservamos un fajo de cartas escritas por Malory -explica Mustoe-. Son de los pocos documentos que se rescataron después de su muerte. No está claro si llegó a enviarlas o no, pero es seguro que una de ellas fue remitida y devuelta. Por desgracia, la dirección está tachada con tinta azul oscuro y, pese a toda la tecnología actual, no hemos podido.. .
- Perdone que le interrumpa -salto, procurando disimular mi agitación-. ¿Podría verlas?
Una hora después, cuando salgo del museo, la cabeza me da vueltas. Si cierro los ojos, lo único que veo es esa escritura descolorida y enloquecida que llena montones de cuartillas.
No he leído todas las cartas. Resultan demasiado íntimas y, además, sólo he tenido unos minutos para examinarlas. Pero sí he leído lo suficiente para estar segura. Él la amaba, incluso después de marcharse a Francia, incluso después de enterarse de que se había casado con otro.
Sadie se pasó toda su vida aguardando la respuesta a una pregunta. Y ahora sé que él también. Y aunque la historia ocurrió hace más de setenta años y ya no se puede hacer nada, me siento llena de tristeza e indignación. Fue todo tan injusto, tan fatídico.. . Tendrían que haber acabado juntos. Es evidente que alguien interceptó las cartas para que Sadie no las recibiera. Seguramente esos malvados padres Victorianos que tenía.
Así que ella esperó sin tener ni idea de la verdad, creyendo que había sido utilizada. Demasiado orgullosa para seguir a Stephen y averiguarlo por sí misma, aceptó la propuesta de matrimonio del tipo del chaleco como un estúpido gesto de despecho. Quizá esperaba que Stephen apareciera en la iglesia. Incluso mientras se vestía para la boda, debía de de albergar esperanzas, seguro. Y él la decepcionó.
No puedo soportarlo. Quisiera retroceder en el tiempo y solucionarlo todo. Si al menos Sadie no se hubiera casado con el tipo del chaleco. Y si Stephen no se hubiera ido a Francia. Y si sus padres no los hubieran sorprendido in fraganti. Y si.. .
Basta de «y si». No tiene sentido. Él lleva muerto mucho tiempo y ella ha fallecido. Fin de la historia.
Una riada de gente pasa por mi lado hacia la estación de metro de Waterloo, pero yo no me siento con fuerzas para volver a mi apartamento. Necesito respirar aire fresco, tomar un poco de distancia. Me abro paso entre un grupo de turistas y empiezo a cruzar el puente de Waterloo. La última vez que pasé por aquí, el cielo estaba nublado, Sadie se había subido al parapeto y yo gritaba desesperada.
Pero esta tarde hay un aire templado y agradable. El Támesis está todo azul y apenas se ve algún que otro trazo de espuma. Pasa una embarcación de recreo lentamente y un par de turistas saludan con la mano hacia el London Eye.
Me detengo en el mismo punto que la otra vez y miro en dirección al Big Ben, sin ver nada. Mi mente sigue en el pasado. Continúo viendo la letra irregular de Stephen, escuchando sus frases anticuadas. Lo imagino sentado en lo alto de un acantilado francés, escribiéndole a Sadie. Incluso me llegan retazos de un charlestón interpretado por una banda de la época.. .
Alto ahí.
Sí hay una banda tocando música de los años veinte.
De pronto, reparo en la escena que se desarrolla un poco más abajo, a un centenar de metros. En Jubilee Gardens, una multitud ocupa el gran recuadro de césped. Han levantado un quiosco de música y un grupo interpreta jazz. La gente está bailando. ¡Claro, el festival de jazz! El que anunciaban aquel día. Todavía tengo la entrada en el monedero.
Contemplo el espectáculo. Suena música de charlestón. Hay chicas vestidas de época bailando en el escenario, creando un remolino de flecos y collares. Distingo el movimiento de los pies, el balanceo de las plumas de sus tocados. Y súbitamente, entre la multitud veo.. . me parece distinguir.. .
No.
Me quedo paralizada. Y enseguida, sin permitirme un pensamiento, sin dejar que asome siquiera una brizna de esperanza, doy media vuelta, echo a andar con calma por el puente y bajo las escaleras. Me obligo a no apresurarme ni a correr. Camino dejándome llevar por la música, casi sin aliento, con los puños apretados.
Encima del quiosco cuelga una pancarta y racimos de globos plateados, y ahora un trompetista de chaleco reluciente se ha puesto de pie y toca un solo vertiginoso. La gente se agolpa alrededor, mirando a los bailarines del escenario, y una parte del público baila también en la pista montada sobre la hierba: algunos con tejanos y camisetas, otros con atuendos estilo años veinte. Todo el mundo los señala con admiración, pero para mí son meros disfraces. Incluso los vestidos de las chicas del estrado son simples imitaciones, con plumas falsas y perlas de plástico y zapatos modernos y maquillaje del siglo XXI. No se parecen en nada a los auténticos. No se parecen en nada a las chicas años veinte. No se.. .
Me paro en seco, con el corazón en la boca. No, no me equivocaba.
Está junto al escenario, bailando como una posesa. Lleva un vestido amarillo pálido, con una cinta a juego ciñendo su pelo oscuro. Parece más que nunca un espectro. Tiene la cabeza echada atrás y los ojos cerrados, como aislándose del mundo. La gente que baila la atraviesa, la pisotea y le da codazos, pero ella no parece notarlo siquiera.
Dios sabe qué habrá estado haciendo estos últimos días.
Mientras la contemplo, desaparece detrás de dos chicas con chaqueta tejana que no paran de reírse. Siento un espasmo de pánico. No puedo perderla otra vez, después de todo lo que he pasado.
- ¡Sadie! -Empiezo a abrirme paso entre la gente-. ¡Sadie! ¡Soy yo, Lara!
La vislumbro un momento. Mira alrededor con unos ojos como platos. Me ha oído.
- ¡Sadie! ¡Aquí! -Agito los brazos frenéticamente y varias personas se vuelven para ver a quién le estoy gritando.
Ella me ve por fin y se queda paralizada. Su expresión resulta insondable y, al acercarme, experimento una aprensión repentina. En cierto modo, mi manera de verla ha cambiado en los últimos días. Sadie no es una chica cualquiera, ni únicamente mi ángel de la guarda, si es que lo fue alguna vez. Es un personaje de la historia del arte. Es famosa. Y ni siquiera lo sabe.
- Sadie.. . -Trago saliva. No sé por dónde empezar-. Perdona. Te he buscado por todas partes.. .
- ¡Pues no debes de haberte esmerado mucho! -Está contemplando a los músicos y parece indiferente a mi aparición.
A mi pesar, empieza a crecerme una indignación bien conocida.
- ¡Ya lo creo que sí! ¡Llevo días buscándote, por si te interesa saberlo! ¡Llamándote a gritos, mirando por los rincones! ¡No sabes todo lo que he pasado!
- Sí que lo sé. Vi cómo te echaban de aquel cine -dice con una sonrisa socarrona-. Fue divertidísimo.
- ¿Estabas allí? -me sorprendo-. ¿Y por qué no respondiste?
- Aún seguía enfadada. -Alza la barbilla con orgullo-. No tenía por qué responder.
Típico de ella. Debería haber deducido que me guardaría rencor durante días.
- Di vueltas por todas partes. Y también hice un viaje muy revelador. Tengo que contártelo.
Estoy buscando la manera de aproximarme con tacto al asunto de Archbury, Stephen y el cuadro, cuando ella me suelta:
- Te he echado de menos.
Me llevo tal sorpresa que no sé cómo reaccionar. Siento un picor repentino en la nariz y empiezo a rascarme torpemente.
- Y yo. También yo te he echado de menos. -Extiendo impulsivamente los brazos para abrazarla y sólo entonces recuerdo que no es posible. Los dejo caer otra vez-. Escucha, Sadie, tengo algo que contarte.
- ¡Y yo también! Sabía que vendrías aquí. Te estaba esperando.
Por lo visto se cree una divinidad omnipotente.
- No podías saberlo -replico-. Ni siquiera yo lo sabía. Andaba casualmente por la zona, oí la música y me acerqué.. .
- Yo lo sabía -insiste-. Y si no hubieras aparecido, pensaba ir a buscarte para obligarte a venir. ¿Y sabes por qué? -Sus ojos centellean mientras escudriña la multitud.
- Sadie, escúchame, por favor. Tengo algo muy importante que decirte. Vayamos a un sitio más tranquilo para que puedas escucharme con calma. Es posible que te lleves una impresión.. .
- ¡Pues yo tengo algo muy importante que mostrarte! -Ni siquiera me escucha-. ¡Allí! -Señala-. ¡Allí! ¡Mira!
Sigo su mirada, entornando los ojos.. . y el corazón me da un vuelco.
Ed.
Está junto a la pista con un vaso de plástico en la mano. Observa a la banda y se mueve al ritmo de la música, aunque aparenta hacerlo por obligación. Se lo ve tan poco entusiasmado que me reiría si no fuera porque deseo encogerme y desaparecer.
- Sadie. -Me llevo las manos a la cabeza-. ¿Qué has hecho?
- Venga, habla con él. -Me hace un gesto enérgico.
- No -digo horrorizada-. No seas tonta.
- ¡Vamos!
- No puedo hablar con él. Me detesta. -Me escondo detrás de un grupo antes de que él pueda divisarme. Sólo de verlo me vienen recuerdos que preferiría olvidar-. ¿Por qué lo has hecho venir? -mascullo-. ¿Qué pretendías conseguir?
- Me sentía culpable. -Me lanza una mirada acusadora, como sí yo fuese la responsable-. No me gusta sentirme así. Tenía que hacer algo.
- O sea, que fuiste a buscarlo y te pusiste a gritarle. -Muevo la cabeza, incrédula.
Lo que me faltaba. Está claro que lo ha traído a rastras y bajo coacción. Seguramente Ed tenía planeada una velada tranquila en casa y, en cambio, ahora se encuentra en medio de un estúpido festival de jazz, solo entre un montón de parejas que bailan alegremente. Lo más probable es que esté pasando la peor noche de su vida. Y Sadie pretende que vaya a hablar con él.
- Pero creía que él era tuyo. Creía que yo lo había estropeado todo.. . ¿Qué ha pasado desde entonces?
Se estremece levemente, pero mantiene la cabeza alta. Mira a Ed entre la multitud con un brillo anhelante en los ojos. Es sólo un momento; enseguida se da la vuelta.
- No es mi tipo, a fin de cuentas -dice secamente-. Está demasiado.. . vivo. Como tú. Así que encajáis a la perfección. ¡Anda, muévete! Pídele que baile contigo.
Intenta empujarme hacia Ed otra vez.
- Sadie, Sadie, te agradezco tu empeño. Pero yo no puedo arreglar las cosas con él sin más. No es momento ni lugar para eso. Y ahora, ¿podemos ir a hablar a otro lado?
- ¡Pues claro que es el momento y el lugar! -replica-. ¡Por eso está aquí! ¡Y por eso tú estás aquí!
- ¡Yo no estoy aquí por eso! -Empiezo a perder los estribos. Ojalá pudiera sacudirla por los hombros-. ¿Es que no me escuchas? ¡Tengo que hablar contigo! ¡Hay novedades muy importantes! Haz el favor de prestar atención. Olvídate de Ed y de mí. ¡Tiene que ver contigo! ¡Con Stephen! ¡Con tu pasado! ¡He descubierto lo que ocurrió! ¡He encontrado el cuadro!
Advierto demasiado tarde que los músicos han hecho un alto. Todo el mundo ha dejado de bailar y un tipo está pronunciando un discurso en el escenario. O al menos lo intenta, porque la multitud se ha vuelto para verme gritar al vacío como una loca.
- Perdón. -Trago saliva-. No pretendía interrumpir. Continúe, por favor. -Casi sin atreverme, me vuelvo hacia donde estaba Ed con la esperanza de que se haya ido. Pero no tengo esa suerte. Sigue ahí: mirándome fijamente como todo el mundo.
Tierra, trágame. La piel empieza a picarme de un modo mortificante mientras él se abre paso hacia mí. No sonríe. ¿Me habrá oído pronunciar su nombre?
- ¿Has encontrado el cuadro? -A Sadie sólo le sale un murmullo ahogado y me mira con expresión desorbitada-. ¿El cuadro de Stephen?
- Sí -murmuro tapándome la boca con la mano-. Tienes que verlo, es increíble.. .
- Lara. -Ed aparece a mi lado.
Me asalta toda clase de sentimientos encontrados.
- Ah. Hummm.. . hola -acierto a decir.
- ¿Dónde está? -Sadie intenta tirarme del brazo-. ¿Dónde?
Ed parece tan incómodo como yo. Tiene las manos en los bolsillos y el ceño habitual.
- Así que has venido. -Me mira a los ojos un instante-. No sabía si te decidirías.
- Pues.. . -Carraspeo-. He pensado.. . ya me entiendes.
Intento decir algo coherente, pero me resulta casi imposible con Sadie revoloteando alrededor.
- ¿Qué has descubierto? -Ahora se ha puesto delante de mí y habla con voz aguda y perentoria. Como si hubiera despertado bruscamente y comprendido que tal vez tengo algo de auténtica importancia para ella-. ¡Dímelo! ¡Dímelo!
- Ya te lo diré. ¡Espera! -le respondo con disimulo, hablando entre dientes. Pero Ed es avispado. No se le escapa una.
- ¿Decirme, qué? -pregunta, observándome con recelo.
- Hummm.. .
- ¡Dímelo! -exige Sadie.
Vale. No aguanto más. Tengo a Sadie y a Ed prácticamente encima, ambos mirándome con expectación. Mis ojos corren enloquecidos del uno al otro. En cualquier momento, Ed va a llegar a la conclusión de que estoy loca de verdad y se largará.
- ¿Lara? -Ed se acerca un poco más-. ¿Estás bien?
- Sí. O sea, no. Es decir.. . -Inspiro hondo-. Quería decirte que lamento haber abandonado nuestra cita tan precipitadamente. Lamento que creyeras que era todo una argucia para venderte un nuevo puesto. No fue así. Y espero que me creas.
- ¡Deja de hablar con él! -chilla Sadie hecha un basilisco, pero yo no muevo una ceja.
Ed me clava su mirada sombría; no puedo apartar los ojos de los suyos.
- Te creo -dice-. Y también yo debo disculparme. Reaccioné de una manera exagerada. No te ofrecí ninguna oportunidad y después lo lamenté. Me di cuenta de que había echado a perder.. . una amistad que era.. .
- ¿Qué?
- Una buena amistad. -Tiene una expresión inquisitiva-. Creo que había algo estupendo entre nosotros, ¿no?
Es el momento de asentir y decir que sí. Pero no quiero que quede en eso. No me conformo con una buena amistad. Quiero recuperar aquella sensación, cuando me estrechó entre sus brazos y me besó. Lo deseo. Ésa es la verdad.
- ¿Quieres que sea sólo.. . tu amiga? -Me cuesta decirlo, pero veo un cambio en su rostro.
- ¡Basta! ¡Contéstame a mí! -Sadie se revuelve y le grita a Ed al oído-: ¡Deja de hablar con Lara! ¡Desaparece! ¡Largo, venga!
Por un instante percibo aquella mirada abstraída. La ha oído. Pero no se mueve del sitio. Sus ojos se entornan en una cálida y tierna sonrisa.
- ¿Quieres saber la verdad? Creo que eres mi ángel de la guarda.
- ¿Que soy.. . ? -Intento reír, pero no lo consigo.
- ¿Sabes lo que es que alguien aterrice en tu vida sin previo aviso? -Sacude la cabeza-. Cuando apareciste en la oficina reaccioné con un «¿y ésta de dónde sale?», pero me zarandeaste de arriba abajo. Me devolviste a la vida cuando estaba hundido en un limbo. Eras justo lo que necesitaba. -Titubea y añade-: Eres justo lo que necesito. -Habla en voz baja y ronca, y su mirada me provoca un hormigueo por todo el cuerpo.
- Bueno, yo también te necesito. -Tengo un nudo en la garganta-. Así que estamos igual.
- No, no es cierto. -Sonríe con tristeza-. Tú estás bien.
- Vale -vacilo-. Quizá no te necesito. Pero.. . te deseo.
Un momento de silencio. Tiene los ojos fijos en los míos. El corazón me palpita enloquecido. Seguro que él también lo oye.
- ¡Lárgate, Ed, no seas pesado! -le grita Sadie al oído-. ¡Déjalo para después!
Él parpadea y yo tengo un presentimiento siniestro. Si Sadie me estropea esto.. . yo.. . yo.. .
- ¡Vete! -le grita sin parar-. ¡Dile que la llamas después! ¡Fuera! ¡Vuelve a tu casa!
Me asalta una rabia ciega. «¡Para ya! -ansió espetarle-. ¡Déjalo en paz!» Pero me siento impotente. No me queda otro remedio que contemplar cómo a Ed se le ponen los ojos vidriosos mientras percibe los gritos de Sadie. Es como lo de Josh. Mi bendita tía abuela ha vuelto a estropearlo todo.
- ¿Sabes?, a veces uno oye una voz interior -dice Ed de repente, como si se le acabara de ocurrir-. Como.. . un instinto.
- Ya -asiento, abatida-. Oyes una voz y tiene un mensaje. Te dice que te vayas. Lo comprendo.
- Me está diciendo lo contrario. -Se acerca y me toma por los hombros-. Me dice que no te deje escapar. Me dice que eres lo mejor que me ha pasado y que esta vez me esmere en no perderlo.
Y antes de que pueda respirar siquiera, se inclina y me besa. Sus brazos me rodean con decisión y seguridad.
No puedo creerlo. No se marcha. No le hace caso a Sadie. Sea cual sea la voz que oiga en su interior, no es la de ella.. .
Finalmente, se separa y sonríe mientras me aparta de la cara un mechón de pelo. Le devuelvo la sonrisa, aún sin aliento, reprimiendo la tentación de seguir besándolo.
- ¿Te apetece bailar, chica años veinte? -me dice.
Sí, quiero bailar. Y algo más que bailar. Quiero pasar toda la velada y toda la noche con él.
Echo un vistazo a Sadie, que se ha apartado un poco y se mira los zapatos cabizbaja, retorciéndose las manos como una adolescente. Levanta la vista fugazmente y se encoge de hombros, admitiendo la derrota.
- Baila con él -dice-. No pasa nada. Esperaré.
Lleva años y años esperando averiguar la verdad sobre Stephen. Y está dispuesta a aguardar un poco más para que su sobrina nieta baile con Ed.
Siento una punzada en el corazón. Cuánto me gustaría abrazarla.
- No. -Muevo la cabeza-. Es tu turno. Ed.. . -digo, inspirando hondo-. He de hablarte de mi tía abuela. Murió hace poco.
- Ah, vaya. No lo sabía. -Parece sorprendido-. ¿Quieres que lo hablemos mientras cenamos?
- No. Necesito hablarlo ahora mismo. -Lo arrastro hacia el borde de la pista, lejos de los músicos-. Es muy importante. Se llamaba Sadie y estaba enamorada de un tal Stephen en los años veinte. Creía que él era un cerdo que la había utilizado y luego olvidado. Pero él la amaba. Me consta que la amaba. Incluso después de irse a Francia, siguió amándola, siempre. -Las palabras me salen a borbotones. Miro a Sadie. He de hacerle llegar mi mensaje. Tiene que creerme.
- ¿Cómo lo sabes? -Alza la barbilla, más altiva que nunca, pero le tiembla voz-. ¿De qué estás hablando?
- Lo sé porque él le escribió un montón de cartas desde Francia -digo a Ed-. Y porque él se retrató en el collar. Y porque nunca pintó otro retrato. La gente le suplicaba, pero él siempre respondía: J’ai peint celui que j’ai voulu peindre. Y cuando ves el cuadro, comprendes por qué. ¿Cómo iba a querer pintar a nadie después de Sadie? -Se me forma un nudo en la garganta-. Ella era la chica más preciosa que hayas visto. Radiante. Y llevaba ese collar.. . Cuando ves el collar en el cuadro todo encaja. Sí, él la amaba. Aunque ella haya pasado toda la vida sin saberlo. Aunque haya vivido ciento cinco años sin recibir una respuesta. -Me seco una lágrima de la mejilla.
Ed se ha quedado desconcertado. No me extraña. Hace un minuto estábamos besándonos y ahora lo abrumo con un culebrón familiar.
- ¿Dónde has visto el cuadro? ¿Dónde está? -Sadie se acerca, pálida, temblando de pies a cabeza-. Se había perdido. Se quemó en el incendio.
- ¿Y conocías mucho a tu tía abuela? -Ed recupera el habla.
- No la conocí en vida. Pero tras su muerte fui a Archbury, donde ella se había criado. Él era un pintor famoso -digo, volviéndome hacia ella-. Stephen es un pintor famoso.
- ¿Famoso? -Sadie se queda boquiabierta.
- Hay un museo dedicado a él. Se hacía llamar Cecil Malory. Lo descubrieron muchos años después de su muerte. Y el retrato también se ha hecho famoso. Consiguieron salvarlo y está en una galería de arte, y le encanta a todo el mundo.. . Tienes que verlo. Tienes que verlo.
- Ahora -musita Sadie casi inaudiblemente-. Por favor, vamos ahora.
- Estoy impresionado -dice Ed educadamente-. Tenemos que ir a verlo un día. Podríamos recorrer varias galerías, almorzar y.. .
- No. Vamos ahora. -Le cojo la mano-. Ahora mismo -repito, mirando a Sadie-. En marcha.
Estamos sentados los tres en un banco tapizado de cuero. Sadie a mi derecha y Ed a mi izquierda. Ella no ha abierto la boca desde que entramos. Creí que iba a desmayarse cuando vio el retrato. Parpadeó, se quedó mirándolo y por fin soltó el aire como si llevase una hora aguantando la respiración.
- Los ojos son asombrosos -murmura Ed. No cesa de mirarme con cautela, como inseguro respecto a qué debe decir.
- Asombrosos -repito, pero no puedo prestarle atención-. ¿Estás bien? -Miro a Sadie, inquieta-. Supongo que ha sido un golpe brutal para ti.
- Perfectamente. -Ed parece perplejo-. Gracias por preguntar.
- Estoy bien -dice Sadie con una sonrisa lánguida, y vuelve a concentrarse en el cuadro. Antes se ha acercado para atisbar el retrato de Stephen oculto en el collar y su rostro se ha contraído en una sobrecogedora mueca de amor y pena. He tenido que mirar para otro lado.
- Han hecho un estudio en el museo -le digo a Ed- y resulta que su retrato es el más popular. Van a lanzar una gama de productos con su imagen. Carteles, tazas de café.. . ¡Va a hacerse famosa!
- ¿Tazas de café? ¡Qué vulgaridad! -dice Sadie sacudiendo la cabeza, aunque detecto un brillo de orgullo en sus ojos-. ¿Dónde más saldré?
- Paños de cocina, puzles.. . -añado, como informando a Ed-. En fin, una amplia variedad. Si Sadie pensó alguna vez que no iba a dejar huella en este mundo.. . -Dejo la frase en el aire.
- ¡Qué pariente más famosa tenéis! -Ed arquea las cejas-. Tu familia debe de sentirse orgullosa.
- No tanto -replico-. Pero lo estará.
- Mabel. -Ed consulta la guía que se ha empeñado en comprar en la entrada-. Aquí pone: «Se cree que la modelo del cuadro se llamaba Mabel.»
- Eso es lo que creían. Porque en la parte de detrás pone: «Mi Mabel.»
- ¿Mabel? -Sadie me mira tan horrorizada que se me escapa una carcajada.
- Ya les he dicho que era una broma privada -me apresuro a explicar-. Era el apodo que le puso Malory, pero todo el mundo creyó que se llamaba así.
- ¿Acaso tengo cara de Mabel?
Percibo un movimiento en la entrada. Al levantar la vista, veo sorprendida a Malcolm Gledhill, que viene con un maletín y me sonríe tímidamente.
- Ah, señorita Lington. Después de nuestra conversación de esta tarde se me ha ocurrido echarle otro vistazo al cuadro.
- A mí también. Permítame que le presente a.. . -¡Cuidado, ésta es Sadie!-. A Ed -rectifico a tiempo volviéndome hacia el otro lado-. Sí, a Ed Harrison. -¡Fiu!-. Éste es Malcolm Gledhill, el director de la colección.
Malcolm se sienta con nosotros tres y todos contemplamos la obra maestra.
- Así que tienen este cuadro desde mil novecientos ochenta y dos -dice Ed, todavía leyendo la guía-. ¿Por qué quiso desprenderse de él la familia? Una extraña decisión.
- Buena pregunta -dice Sadie, despertando-. Me pertenecía a mí. Nadie debería haber sido autorizado a venderlo.
- Buena pregunta -repito-. Era de Sadie. Nadie debería haber sido autorizado a venderlo.
- Y lo que me gustaría saber es quién lo vendió -añade ella.
- Y me gustaría saber quién lo vendió.
- Sí, ¿quién lo vendió? -repite Ed.
Malcolm Gledhill se remueve inquieto.
- Como ya le he dicho antes, señorita Lington, hay una cláusula de confidencialidad. Mientras no se produzca una reclamación legal, el museo no puede.. .
- Vale, vale. Ya lo he entendido, no puede decírmelo. Pero voy a averiguarlo. El cuadro pertenecía a mi familia. Tenemos derecho a saberlo.
- A ver si lo entiendo bien. -Ed empieza a interesarse por fin en la historia-. ¿Alguien robó el cuadro?
- No lo sé. -Me encojo de hombros-. Desapareció durante años y ahora he descubierto que estaba aquí. El museo lo compró en los ochenta, eso es lo único que sé, pero no quién lo vendió.
- ¿Usted lo sabe? -Ed mira Gledhill.
- Sí, claro que lo sé.
- ¿Y no puede decírselo?
- No.. . Bueno.. . de momento no.
- ¿Es una especie de secreto de Estado? -pregunta Ed-. ¿Tiene algo que ver con armas de destrucción masiva? ¿O con una cuestión de seguridad nacional?
- No exactamente. -El director parece nervioso-. Pero el acuerdo incluye una cláusula de confidencialidad.. .
- Entiendo. -Ed se pone automáticamente en modo consultor-de-negocios-tomando-el-mando-. Pondré a un abogado a trabajar en el asunto mañana mismo. Es absurdo.
- Totalmente absurdo -remacho, animada por su actitud-. Y no vamos a consentirlo. ¿Sabía que mi tío es Bill Lington? Estoy segura de que utilizará todos sus recursos para desenmascarar este.. . absurdo secreto. Es nuestro cuadro.
Malcolm Gledhill parece acorralado.
- El acuerdo establece con toda claridad.. . -empieza. Pero se detiene en seco. Los ojos se le van hacia el maletín.
- ¿Tiene el expediente aquí? -digo con súbita inspiración.
- Casualmente, sí -responde con cautela-. Me llevo los papeles a casa para estudiarlos. Copias, por supuesto.
- O sea, que podría enseñarnos el acuerdo -dice Ed, bajando la voz-. Nosotros no vamos a chivarnos.
El pobre hombre casi se cae del banco, horrorizado.
- ¡No puedo enseñarles nada! Se trata de una información confidencial.
- Desde luego -repongo con tono tranquilizador-. Eso lo comprendemos. Pero tal vez podría hacerme el pequeño favor de comprobar la fecha de la transacción. Eso no es ningún secreto, ¿verdad?
Ed me lanza una mirada inquisitiva, pero yo sigo impertérrita. Se me acaba de ocurrir otra idea. Un plan que él nunca podría comprender.
- Fue en junio del ochenta y dos, eso sí lo recuerdo -dice Gledhill.
- Pero ¿la fecha exacta? ¿No podría echarle un vistazo al documento? -Abro unos ojos candorosos-. Por favor. Podría sernos de mucha utilidad.
Él me observa con suspicacia, pero no se le ocurre ningún motivo para negarse. Se inclina, abre con un clic el maletín y saca una carpeta.
Busco la mirada de Sadie y le hago un gesto rápido hacia Gledhill.
- ¿Qué? -dice.
Por el amor de Dios. Y luego dirá que yo soy lenta.
Vuelvo a señalar con la cabeza al director, que está alisando una hoja.
- ¿Qué pasa? -Sadie se impacienta-. ¿Qué quieres decirme?
- Aquí está -murmura él, calándose unas gafitas-. Déjeme ver la fecha.. .
Me va a entrar tortícolis con tanto gesto furtivo. Y me va a dar algo de frustración. Toda la información está ahí, a la vista de cualquiera que posea una naturaleza fantasmal e invisible. Pero Sadie sigue mirándome con cara de no enterarse.
- ¡Mira! -musito entre dientes-. ¡Míralo! ¡A él!
- ¡Córcholis! -Por fin se le enciende la bombilla. Una millonésima de segundo después ya está fisgando por encima del hombro de Gledhill.
- Que mire qué -dice Ed, perplejo, pero sólo tengo ojos para Sadie, que lee, frunce el entrecejo, da un gritito y levanta la vista.
- ¡William Lington! -exclama-. Lo vendió por quinientas mil libras.
- ¿William Lington? -La miro estúpidamente-. ¿Quieres decir.. . tío Bill?
El efecto de mis palabras en Malcolm Gledhill es brutal e instantáneo. Da un respingo, se lleva la hoja al pecho, se pone blanco, luego rojo, mira la hoja y vuelve a pegársela al cuerpo.
- ¿Qué.. . qué ha dicho?
A mí también me cuesta asimilarlo.
- William Lington vendió el cuadro al museo -digo con voz insegura-. Ése es el nombre que figura en el acuerdo.
- ¡Joder! ¿Bromeas? -A Ed le brillan los ojos-. ¿Tu propio tío?
- Por medio millón de libras.
El director parece a punto de echarse a llorar.
- No sé cómo ha obtenido esa información. Usted será testigo -le dice a Ed- de que yo no he revelado ninguna información a la señorita Lington.
- ¿O sea, que es verdad lo que ella ha dicho? -responde Ed, alzando las cejas. Lo cual sólo sirve para provocarle aún más pánico al pobre Malcolm.
- No puedo responder.. . -Enmudece bruscamente y se seca la frente-. En ningún momento, que quede bien claro, el acuerdo ha salido de mi vista; en ningún momento lo he puesto ante sus ojos.. .
- No hacía falta -le dice Ed, tranquilizador-. Tiene poderes.
La cabeza me da vueltas mientras procuro comprenderlo todo. El tío Bill tenía el cuadro. El tío Bill vendió el cuadro. Las palabras de papá me vienen de golpe: «Se salvaron algunas cosas. Las guardaron en un almacén y allí quedaron durante años.. . Fue Bill quien se ocupó.. . Por entonces no tenía nada que hacer y yo estaba con los exámenes de contabilidad.. . » Debió de encontrar el cuadro en esa época, comprendió que tenía valor y se lo vendió a la London Portrait Gallery mediante un acuerdo secreto.
- ¿Te encuentras bien, Lara?
Ed me toca el brazo, pero yo estoy paralizada. Mi mente se mueve en círculos cada vez más amplios. Estoy sumando dos y dos. Y me salen millones.
Bill abrió Lingtons Café en 1982.
El mismo año en que obtuvo medio millón vendiendo el cuadro.
Y ahora, por fin, todo encaja. Todo cobra sentido. Tenía quinientas mil libras de las que nadie sabía nada. Quinientas mil libras de las que nunca ha hablado. En ninguna entrevista. En ningún seminario. En ningún libro.
Me siento mareada. Comienzo a captar la enormidad del asunto. Es todo una mentira colosal. El mundo entero lo considera un genio de los negocios que empezó con dos monedas. Con medio millón de libras, más bien.
Y trató de borrar el rastro para que nadie se enterase. Dedujo nada más verlo que era un retrato de Sadie, y que le pertenecía a ella. Pero se las ingenió para hacer creer al mundo que era el retrato de una criada llamada Mabel. Seguramente él mismo divulgó esa historia. De esta manera, a nadie se le ocurriría acudir a algún Lington para preguntar por la chica del cuadro.
- ¿Lara? -Ed agita una mano ante mis ojos-. Háblame. ¿Qué te pasa?
- Mil novecientos ochenta y dos. -Levanto la vista, medio aturdida-. ¿Te suena? Fue cuando mi tío Bill fundó Lingtons Café, ¿lo sabías? Con la famosa historia de las Dos Pequeñas Monedas -añado-. Pero creo que en realidad empezó con medio millón de libras. Detalle que olvidó mencionar. De entrada, porque no eran suyas.
Se hace un silencio. Ed también ata cabos.
- ¡Joder! -exclama-. Esto es una bomba. Una auténtica bomba.
- Ya. -Trago saliva-. Una bomba.
- Entonces.. . toda la historia de las monedas, los seminarios, el libro, el DVD, la película.. .
- Todo tonterías.
- Si yo fuera Pierce Brosnan llamaría ahora mismo a mi agente -dice arqueando las cejas cómicamente.
Me reiría si no tuviese ganas de llorar. Si no estuviera triste, furiosa y asqueada por el comportamiento de mi tío.
El cuadro era de Sadie. Sólo ella podía decidir si lo vendía o lo conservaba. Pero él se lo apropió, lo utilizó y nunca dijo una palabra. ¿Cómo se atrevió? ¿Cómo pudo tener tanta desfachatez?
Con una claridad espeluznante visualizo un universo paralelo en el cual otra persona, alguien decente como mi padre, hubiera encontrado el cuadro y actuado correctamente. Veo a Sadie sentada en la residencia, con el collar puesto, disfrutando de su precioso retrato durante toda su vejez, hasta el último instante.
O quizá lo habría vendido. Pero habría sido por decisión propia. Habría sido un momento de gloria para ella. Me la imagino saliendo de la residencia con una enfermera para ir a ver el cuadro en la London Portrait Gallery. Me figuro toda la alegría que eso le habría proporcionado. E incluso la veo sentada, escuchando cómo alguien le lee las cartas de Stephen.
El tío Bill le robó años y años de posible felicidad. Y yo nunca se lo perdonaré.
- Ella debería haberlo sabido. -Ya no puedo contener la rabia-. Sadie debería haber sabido que estaba colgado aquí. Falleció en la más completa ignorancia. No hay derecho.
Le echo un vistazo a Sadie, que se ha apartado un poco y no parece interesada en la conversación. Se encoge de hombros, como sacudiéndose mi rabia y mi angustia.
- Cariño, no te lamentes tanto. Menuda lata. Al menos lo he encontrado. Ahora sé que no fue destruido. Y además.. . no salgo tan gorda como recordaba -añade con repentina animación-. Los brazos se me ven preciosos, ¿verdad? Yo siempre tuve los brazos bonitos.
- Demasiado esqueléticos para mi gusto -le suelto.
- Al menos no parecen morcillas.
Me mira y sonreímos. Pero sus fanfarroneos no me engañan del todo. Está pálida y agitada, se nota que el descubrimiento la ha conmocionado. Sin embargo, sigue alzando la barbilla, más orgullosa que nunca.
Malcolm Gledhill sigue profundamente turbado.
- Si hubiéramos sabido que vivía.. . Si alguien nos lo hubiera dicho.. .
- Ustedes no podían saberlo -le digo, ya más calmada-. Ni siquiera nosotros estábamos al tanto de toda la historia.
Porque el tío Bill no dijo una palabra. Porque lo tapó todo para salirse con la suya. Ahora entiendo por qué quería apoderarse del collar: era lo único que vinculaba a Sadie con el retrato, lo único que podría haber destapado su artimaña. Este cuadro debe de ser para él como una bomba de relojería. Ha seguido haciendo tictac en la sombra todos estos años y ahora, por fin, ha estallado. ¡Bum! Todavía no sé cómo, pero voy a vengar a Sadie. Será digno de verse.
Lentamente, los cuatro nos hemos vuelto de nuevo hacia el cuadro. Es casi imposible sentarse en esta sala y no acabar contemplándolo hipnotizado.
- Ya le he dicho que es nuestro cuadro más popular -comenta Malcolm Gledhill al cabo de un rato-. Hoy he hablado con los de promoción y van a convertirlo en la imagen oficial del museo. Saldrá en todas las campañas.
- Me gustaría aparecer en un pintalabios -dice Sadie-. En un precioso y reluciente pintalabios.
- Debería utilizar su imagen en un pintalabios -le sugiero al director-. Y ponerle su nombre. Es lo que a ella le habría gustado.
- Veré qué puede hacerse. -Parece algo apurado-. Ése no es mi terreno.. .
- Ya le informaré de todas las cosas que a ella le habrían gustado. -Le hago un guiño a Sadie-. De ahora en adelante, actuaré extraoficialmente como si fuese su agente.
- Me gustaría saber qué está pensando -dice Ed, sin apartar la vista del lienzo-. Tiene una expresión intrigante.
- Yo también me lo pregunto a menudo -interviene Gledhill-. Parece desprender tal serenidad y tal felicidad.. . Por lo que usted ha explicado, tenía cierta relación sentimental con Malory. A veces he pensado que quizá él le leía poesía mientras la retrataba.. .
- Menudo idiota -murmura Sadie, burlona-. Es obvio lo que estoy pensando. Miro a Stephen y pienso: «Qué ganas tengo de echarle un polvo.»
- Tenía ganas de echarle un polvo -le digo al director.
Ed me lanza una ojeada, incrédulo, y estalla en carcajadas.
- Debería irme ya.. . -murmura Gledhill, que obviamente ha tenido más que suficiente de nosotros por hoy. Recoge su maletín, nos hace un gesto y se aleja con paso vivo. Unos segundos más tarde oímos que baja la escalinata de mármol prácticamente corriendo.
Miro a Ed y sonrío.
- Perdona todo este lío.
- No importa. -Me observa con aire socarrón-. ¿Alguna otra obra maestra que descubrir esta noche? ¿Alguna escultura de la familia perdida durante décadas? ¿Alguna otra revelación de tus poderes paranormales? ¿O nos vamos a cenar?
- A cenar. -Me levanto y me vuelvo hacia Sadie, que permanece sentada, con los pies sobre el banco y el vestido amarillo alrededor. Se contempla a sí misma, a su yo de veintitrés años, con tal avidez que parece querer beberse el cuadro.
- ¿Vienes? -digo en voz baja.
- Claro -responde Ed.
- Aún no -dice ella, sin volver la cabeza-. Ve tú. Nos veremos luego.
Sigo a Ed hacia la salida. Me doy la vuelta una vez más y le echo un último vistazo a Sadie, para asegurarme de que está bien. Pero ella ni siquiera se da cuenta. Sigue absorta, como si quisiera pasar toda la noche con el cuadro para recuperar el tiempo perdido.
Como si, finalmente, hubiera encontrado lo que buscaba.
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