Capítulo 11

¡Las cosas van mejorando! Es una corazonada. Incluso esa segunda cita con Ed será algo positivo. Las ocasiones hay que pillarlas al vuelo, como decía tío Bill. Y de eso se trata en este caso. Asistir a la cena de Business People será una oportunidad única para mí. Conoceré una cohorte de profesionales de alto nivel y podré repartir mi tarjeta e impresionar a la gente. Natalie siempre andaba diciendo que tenía que «destacar por ahí» y mantener un «perfil alto». Muy bien, pues ahora la que va a destacar soy yo.

- ¡Kate! -digo nada más entrar en el despacho el lunes por la mañana-. Necesito mis tarjetas; tendría que comprarme uno de esos tarjeteros.. . Y pásame los números atrasados de Busin.. . -Ella tiene el teléfono en una mano y con la otra me hace aspavientos alarmados-. ¿Qué pasa?

- ¡La policía! -dice tapando el auricular-. Los tengo al teléfono. Quieren venir a verte.

- Ah, vale.

Siento como si un trozo de hielo me bajara hasta el estómago. Maldición. Tenía la esperanza de que se olvidasen de mí. Miro alrededor para ver si Sadie anda por aquí, pero no. Durante el desayuno me habló de una tienda de objetos de época que hay en Chelsea; quizá haya ido allí.

- ¿Te paso la llamada? -Kate está al borde del soponcio.

- Sí, ¿por qué no? -Finjo seguridad, como si la cosa no fuera conmigo y estuviera acostumbrada a tratar todos los días con la policía.

- Hola. Lara Lington al aparato.

- Lara, soy la detective Davies.

En cuanto oigo su voz me veo a mí misma en aquel cuartito, diciéndole que me estoy entrenando para las Olimpiadas en la modalidad de marcha atlética, mientras ella tomaba notas con aire impasible. ¿En qué estaría yo pensando?

- Hola. ¿Qué tal?

- Bien, gracias. -Amable pero enérgica-. Estoy por la zona y me gustaría pasarme por su oficina para hablar un momento. ¿Está libre ahora mismo?

Ay, Dios. ¿Hablar con una poli? No me apetece nada.

- Sí, estoy libre -digo con voz chillona-. ¡Me encantará! Nos vemos aquí.

Cuelgo, sofocada. ¿Por qué se empeña en investigar? ¿No dicen que la policía sólo se dedica a poner multas de tráfico y pasa olímpicamente de los asesinatos? ¿Por qué no pasan también de este caso?

Kate me mira con unos ojos como platos.

- ¿Nos hemos metido en un lío?

- Descuida -la tranquilizo-. No hay por qué preocuparse. Es sólo por el asesinato de mi tía abuela.

- ¿Asesinato? -Se tapa la boca con una mano.

Se me olvida una y otra vez cómo suena la palabra «asesinato» si la dejas caer sin previo aviso en una conversación.

- Eh.. . sí. Bueno. ¿Cómo te ha ido el fin de semana?

La artimaña no funciona. El aire patidifuso de Kate no varía. Se agrava un poquito, de hecho.

- ¡No sabía que a tu tía abuela la habían asesinado! ¿Era la del funeral al que asististe hace poco?

- Hummm.

- No me extraña que estuvieras tan disgustada. Ay, Lara, qué horror. ¿Cómo la mataron?

Ay, Dios. No quiero entrar en detalles, de verdad que no. Pero no veo otra manera de salir del aprieto.

- Veneno -murmuro.

- Pero ¿quién?

- Pues.. . -carraspeo- de momento no han encontrado al culpable.

- ¿Que no.. . ? -se indigna-. Pero ¿están investigando? ¿Encontraron huellas dactilares? Dios mío, la policía no sirve para nada. Se pasan la vida poniéndote multas de aparcamiento, y cuando resulta que asesinan a alguien ni siquiera les importa.. .

- Creo que se están esmerando -me apresuro a tranquilizarla-. Supongo que vienen para ponerme al día. De hecho, es posible que hayan detenido al culpable.

Incluso antes de terminar la frase, se ocurre una idea espantosa: ¿y si es cierto? ¿Y si la detective Davies viene a contarme que han encontrado al tipo de la cicatriz y la perilla trenzada? ¿Qué voy a hacer entonces?

Me viene la imagen de un hombre demacrado de ojos enloquecidos (con perilla y cicatriz), encerrado en una celda y gritando: «¡Han cometido un error! ¡Ni siquiera conocía a esa vieja!», mientras un joven agente lo observa de brazos cruzados por la mirilla y comenta: «¡Pronto se desmoronará!»

Siento un acceso de culpa. ¿Qué habré desencadenado?

Suena el interfono y Kate se levanta de un brinco.

- ¿Preparo un poco de té? -pregunta tras pulsar el botón-. ¿Me voy o me quedo? ¿Te hace falta apoyo moral?

- No; puedes irte. -Procuro no perder la calma, pero al echar la silla atrás derribo con el codo un montón de cartas-. Todo saldrá bien, ya verás.

Sí, todo saldrá bien, me repito febrilmente. Tampoco hay que exagerar.

Pero es superior a mí. En cuanto veo aparecer a la detective Davies con sus recios zapatos, sus pantalones holgados y su aire de autoridad, toda mi calma se convierte en pavor infantil.

- ¿Han encontrado al asesino? -le suelto, ansiosa-. ¿Han encerrado a alguien?

- No -responde con una mirada extraña-. No hemos encerrado a nadie.

- Gracias a Dios -suspiro aliviada, aunque al punto reparo en lo mal que debe de haber sonado-. Quiero decir.. . ¿cómo que no? ¿Qué hacen todo el día?

- Las dejo a solas -susurra Kate, retirándose y diciéndome «¡inútiles!» con los labios a espaldas de la detective.

- Tome asiento. -Le indico una silla y me atrinchero detrás de mi escritorio, procurando recobrar mi pose profesional-. Bueno, ¿cómo va la investigación?

- Lara. -Me mira con severidad-. Hemos llevado a cabo unas pesquisas preliminares y no hemos encontrado el menor indicio de que su tía abuela fuese asesinada. Según el informe médico, murió por causas naturales. Básicamente, debido a su avanzada edad.

- ¿A su avanzada edad? -repito, consternada-. Eso es ridículo.

- A menos que podamos encontrar pruebas que sugieran otra cosa, el caso será archivado. ¿Usted tiene alguna prueba?

- Hummm.. . -Hago una pequeña pausa, como sopesando la cuestión desde todos los ángulos-. No lo que usted llamaría una prueba. No en ese sentido.

- ¿Qué me dice del mensaje que dejó por teléfono? -Saca un trocito de papel-. «Las enfermeras no fueron.»

- Ah, eso. Sí. -Asiento varias veces, para ganar tiempo-. Me di cuenta de que había un pequeño error en mi declaración. Sólo quería aclarar las cosas.

- ¿Y ese «hombre con perilla»? Un hombre que ni siquiera figuraba en su primera declaración.

Es un sarcasmo, no hay duda.

- En efecto. -Toso-. El caso es que lo recordé de repente. Recordé que lo había visto en el pub y que su aspecto me resultó sospechoso.. . -Se me apaga la voz y la cara me arde.

Ella me mira como la maestra que te pilla copiando en pleno examen de Geografía.

- Lara, no sé si lo sabrá -dice con calma-, pero hacer perder el tiempo a la policía es un delito que puede acarrear penas de cárcel. Si ha hecho una acusación con malas intenciones.. .

- ¡No eran malas intenciones! -salto, horrorizada-. Yo sólo.. .

- ¿Qué? -Clava los ojos en los míos. No me va a dejar escapar así como así. Ahora sí que estoy asustada de verdad.

- Oiga, lo siento. No pretendía hacerles perder el tiempo. Sencillamente, tenía la poderosa impresión de que mi tía abuela había sido asesinada. Pero quizá, pensándolo bien y ya más en frío.. . quizá estuviera equivocada. Quizá murió a causa de su avanzada edad. Por favor, no me procesen -farfullo.

- No vamos a acusarla por esta vez. -Alza las cejas-. Pero considérelo una advertencia.

- De acuerdo. -Trago saliva-. Gracias.

- El caso queda cerrado. Necesito que firme este impreso, confirmando que hemos mantenido esta conversación.. . -Me tiende un papel con un párrafo que viene a decir: «Yo, la abajo firmante, he recibido una reprimenda y he aprendido la lección y no volveré a molestar a la policía.» Aunque no exactamente así.

- De acuerdo. -Asiento, sumisa, y estampo mi firma-. ¿Y qué pasará ahora con el.. . ? -No consigo decirlo-. ¿Qué pasará con mi tía abuela?

- El cuerpo será devuelto a los parientes más cercanos a su debido tiempo -dice en tono práctico-. Y ellos organizarán otro funeral, supongo.

- ¿Cuánto tiempo calcula usted, más o menos?

- El papeleo podría prolongarse un poco -responde, guardando el impreso-. Quizá un par de semanas; tal vez un poco más.

¿Dos semanas? Qué horror. ¿Y si para entonces todavía no he encontrado el collar? Dos semanas pasan volando. Necesito más tiempo. Sadie necesita más tiempo.

- ¿No podría.. . postergarse un poco?

- Lara. -Me mira ceñuda y suelta un suspiro-. Sé que le tenía mucho cariño a su tía abuela. Yo perdí a mi abuela el año pasado y sé cómo es. Pero postergar un funeral y hacerle perder el tiempo a todo el mundo no es la solución. -Hace una pausa, y añade en tono más suave-: Debería aceptarlo. Ella se ha ido.

- ¡Qué va! -digo impulsivamente-. Quiero decir.. . necesita más tiempo.

- Tenía ciento cinco años. -Me sonríe con amabilidad-. Tuvo tiempo de sobra, ¿no cree?

- Pero es que.. . -Suspiro frustrada. Todo lo que diga resultará inútil-. Bueno, gracias por su ayuda.

Una vez que se ha ido, me quedo mirando embobada la pantalla del ordenador hasta que oigo a Sadie a mi espalda.

- ¿A qué ha venido la policía?

Me vuelvo y la veo sentada sobre un archivador, con un vestido crema de talle bajo y un sombrero a juego, también crema, con plumas negro azuladas alrededor.

- ¡He salido de compras! Te he encontrado el chal más divino que puedas imaginar. Tienes que comprártelo. -Se arregla la estola de piel y parpadea-. ¿Por qué estaba aquí la policía?

- ¿Has oído la conversación?

- No. Ya te lo dicho, estaba de compras. -Entorna los párpados, suspicaz-. ¿Pasa algo?

No puedo contarle la verdad. No puedo decirle que le quedan dos semanas antes de que.. .

- Nada. Sólo una visita de rutina. Querían comprobar unos detalles. Me gusta tu sombrero -añado para distraerla-. A ver si me encuentras uno parecido.

- Tú no podrías llevar un sombrero como éste -replica con suficiencia-. No tienes los pómulos adecuados.

- Bueno, pues un sombrero que me siente bien.

Abre los ojos de par en par.

- ¿Me prometes que comprarás el que yo te elija? ¿Y que te lo pondrás?

- ¡Claro! ¡Vamos! ¡A ver qué encuentras!

En cuanto desaparece, abro el cajón de mi escritorio. He de encontrar el collar de Sadie. No puedo perder más tiempo. Saco la lista de nombres y arranco la última hoja.

- Kate -le digo cuando vuelve al despacho-. Una tarea nueva. Hemos de encontrar un collar. Largo, de cuentas de vidrio, con un colgante en forma de libélula. Una de estas personas podría haberlo comprado en un mercadillo de la residencia de ancianos Fairside. Encárgate de llamar a los de esta página, ¿vale?

Tras un ligero parpadeo de sorpresa, coge la lista y asiente sin hacer preguntas, como un soldado leal.

- Por supuesto.

Recorro con el dedo los nombres tachados y marco el número siguiente. Atiende una mujer.

- ¿Sí?

- Hola, Me llamo Lara Lington. No nos conocemos, pero.. .

Han pasado dos horas cuando cuelgo finalmente y miro a Kate con desánimo.

- ¿Has tenido suerte?

- No -suspira-. ¿Y tú?

- Nada.

Me arrellano en la silla y me froto la cara. Toda mi adrenalina se ha evaporado hace cosa de una hora, para dar paso a una desilusión creciente a medida que me acercaba al final de la lista. Hemos descartado todos los números y no sé por dónde seguir. ¿Qué voy a hacer ahora?

- ¿Voy a buscar unos sándwiches? -sugiere Kate tímidamente.

- Sí, claro. -Esbozo una sonrisa-. Pollo con aguacate, por favor. Gracias.

- No hay de qué. -Se muerde el labio, preocupada-. Espero que lo encuentres.

En cuanto sale, apoyo la cabeza en la mesa y me masajeo la nuca. Ya me veo volviendo a la residencia para hacer más preguntas. Tiene que haber otros caminos que explorar. Tiene que haber una respuesta. Hay algo que no encaja. El collar estaba allí, Sadie lo llevaba puesto.. .

Súbitamente se me ilumina la cabeza. Esa visita que tuvo, Charles Reece. No le he seguido la pista. No estaría de más probar por ese lado. Saco el móvil, busco el número de la residencia y marco con cansancio.

- Residencia Fairside -responde una voz femenina.

- Soy Lara Lington, la sobrina nieta de Sadie Lancaster.

- ¡Hola!

- Me gustaría saber si alguna enfermera podría darme más datos sobre la visita que mi tía recibió justo antes de morir. Un tal Charles Reece.

- Aguarda un momento.

Mientras espero, saco el dibujo del collar y lo estudio una vez más, buscando alguna pista. Lo he mirado tantas veces que casi podría dibujar cada cuenta de memoria. Y cuanto más lo conozco, más hermoso me parece. No soporto la idea de que Sadie lo pierda.

Quizá debería encargar una copia en secreto, pienso. Una réplica exacta. Podría pedir que le dieran una pátina antigua y decirle a Sadie que es el original. Quizá se lo tragaría.. .

- ¿Lara? -Una voz jovial interrumpe mis pensamientos-. Soy Sharon, una de las enfermeras. Yo estaba con Sadie cuando Charles Reece la visitó. Fui yo, de hecho, quien lo hizo firmar en el registro. ¿Qué quiere saber de él?

«Sólo si birló el collar.»

- Bueno, ¿cómo fue la visita?

- Normal. Estuvo sentado a su lado un rato y luego se fue. Nada más.

- ¿En la habitación de Sadie?

- Sí, claro. En las últimas semanas apenas salía de allí.

- Ya. Entonces.. . ¿él podría haberle quitado el collar?

- Bueno, posible es, desde luego -dice dubitativa.

Es posible. Ya es algo. Un comienzo.

- ¿Podría decirme cómo era? ¿Qué edad tenía?

- Unos cincuenta, diría yo. Un tipo apuesto.

Esto se vuelve cada más intrigante. ¿Quién demonios será? ¿El joven amante de Sadie?

- Si apareciese de nuevo, o si telefonease, ¿serían tan amables de avisarme? -Anoto en un papel: «Charles Reece, cincuentón apuesto»-. ¿Y pedirle su dirección?

- Lo intentaremos.

- Gracias. -Suspiro desanimada. ¿Cómo voy a localizar a este tipo?-. ¿No recuerda nada más de él? -añado-. ¿Algún rasgo peculiar? ¿Alguna cosa en que se haya fijado?

- Bueno -dice, y emite una risita-. Es curioso que usted se llame Lington.

- ¿Por qué?

- Ginny me dijo que usted no tiene nada que ver con el Lington de los cafés, ese tipo millonario, ¿no?

- Eh.. . ¿por qué lo dice? -respondo, súbitamente alerta.

- Porque el señor Reece era igualito que él. Se lo comenté entonces a las chicas. Aunque llevaba gafas oscuras y una bufanda, se veía claramente. Era la viva imagen de Bill Lington.