Capítulo 21

¿Dónde estará? ¿Dónde demonios estará?

Esto ya empieza a pasar de castaño oscuro. Llevo días buscando. He recorrido todas las tiendas de época que conozco, susurrando «¿Sadie?» entre los colgadores. He llamado a todas las puertas del edificio y gritado desde el umbral «¡Estoy buscando a mi amiga Sadie!» lo bastante alto para que pudiera oírme. He ido al club Flashlight y he husmeado entre la gente que bailaba en la pista. Pero ni rastro.

Ayer me presenté en casa de Edna aduciendo que se me había perdido el gato y acabamos recorriendo la casa y llamando: «¿Sadie? ¡Gatita, gatita!» Pero no dio resultado. Edna estuvo encantadora y prometió que me llamaría si veía algún gato extraviado por el barrio. Lo cual no es que me sirva de mucho, que digamos.

Buscar fantasmas perdidos es una auténtica lata, la verdad. Nadie los ve. No puedes pegar una foto en un árbol: «Desaparecido fantasma de ojos verdes. Responde por Sadie.» Tampoco puedes andar preguntando a todo el mundo: «¿No ha visto a mi amiga fantasma? Viste en plan años veinte y tiene una voz chillona, ¿le suena?»

Ahora mismo estoy en la Filmoteca. Proyectan un clásico en blanco y negro y, desde la última fila, atisbo las cabezas de los espectadores. Pero es inútil. ¿Cómo voy a ver algo en medio de esta oscuridad?

Me deslizo casi a gachas por el pasillo, mirando a izquierda y derecha los perfiles apenas iluminados.

- ¿Sadie? -cuchicheo.

- ¡Chist!

- ¿Sadie, estás ahí? -susurro-. ¿Sadie?

- ¡Silencio!

Ay, Dios, así no funciona. Sólo me queda una salida. Armándome de valor, me incorporo, inspiro hondo y grito con todas mis fuerzas:

- ¡Sadie! ¡Soy Lara!

- ¡Chissssst!

- ¡Levanta la mano si me oyes! Ya sé que estás enfadada, y lo siento mucho, pero quiero que volvamos a ser amigas.. .

- ¡Silencio! ¡Cállate de una vez! -Hay una oleada de manos levantadas y cabezas vueltas y exclamaciones de protesta, pero Sadie no responde.

- Disculpe. -Ha aparecido un acomodador-. Voy a tener que pedirle que abandone la sala.

- Está bien, perdone. Ya me voy. -Lo sigo por el pasillo hacia la salida, pero me vuelvo de repente para hacer un último intento-. ¿Sadie? ¡Sadie!

- ¡Guarde silencio, por favor! Esto es una sala de cine.

Escruto aún la oscuridad, pero no veo sus brazos esbeltos y pálidos, ni oigo el tintineo de sus collares, ni distingo unas plumas oscilantes por encima de las cabezas.

El acomodador me acompaña hasta la puerta, soltándome advertencias y sermones durante todo el trayecto. Me deja en la acera y yo me siento como un perro expulsado a patadas.

Desanimada, me pongo la chaqueta y echo a andar arrastrando los pies. Tomaré un café para recobrarme un poco. A decir verdad, casi se me han agotado las ideas. Al dirigirme hacia el río, diviso el London Eye, que se eleva en el cielo y sigue girando airosamente, como si nada. Desvío la mirada con tristeza. No quiero ver el London Eye. No quiero que me recuerde aquel día. Sólo a mí se me ocurre tener un recuerdo tan amargo en una de las atracciones más destacadas de Londres. ¿No podría haber escogido al menos un sitio más apartado que ahora pudiese evitar?

Entro en un café, pido un capuchino doble y me desplomo en una silla. Esta búsqueda está acabando conmigo. La adrenalina que me impulsaba al principio se me ha agotado. ¿Y si nunca llego a encontrarla?

Pero no puedo permitirme ningún derrotismo. Debo continuar. En parte porque me niego a aceptar la derrota, en parte porque cuanto más tiempo pasa desde la desaparición de Sadie, más preocupada estoy por ella, y en parte también, en honor a la verdad, porque me aferró a esta búsqueda como a un clavo ardiendo. Mientras trato de encontrarla, es como si todo lo demás quedase en espera. No he de pensar en qué-hago-ahora-con-mi-carrera. Ni en qué-les-digo-a-mis padres. Ni en cómo-he-podido-ser-tan-estúpida-con-Josh.

Sin contar lo de Ed, que me atormenta cada vez que me viene a la cabeza. Así que mejor no pensarlo. Me centro únicamente en Sadie, mi Santo Grial. Ya sé que es absurdo, pero tengo la sensación de que, si logro localizarla, todo lo demás se arreglará por sí solo.

Despliego, pues, mi lista de Ideas para Encontrar a Sadie, aunque la mayoría ya están tachadas. La visita al cine era la más prometedora. Las únicas que me quedan son «probar en otras salas de baile» y «residencia de ancianos».

Considero esta última posibilidad mientras me tomo el café. Sadie no volvería a ese lugar, seguro. Lo detestaba. Ni siquiera quiso entrar la anterior vez. ¿Por qué habría de estar allí ahora?

Aunque por probar no se pierde nada.

Poco me ha faltado para disfrazarme antes de llegar a la residencia Fairside. Me he ido poniendo nerviosa por momentos. O sea, resulta que aquí está la chica que acusó al personal de asesinato, presentándose una vez más como si nada.

¿Sabrán que fui yo? Sigo preguntándomelo mientras llamo. ¿Les habrá dicho la policía: «Fue Lara Lington quien mancilló vuestro buen nombre»? De ser así, voy a pasarlas canutas. Se me echará encima una manada de enfermeras enfurecidas y me patearán con sus zuecos, mientras los ancianos me atizan con los andadores. Me lo tendré bien merecido.

Pero cuando Ginny abre la puerta no muestra ningún indicio de reconocer a la farsante. Al contrario, en su rostro se dibuja una cálida sonrisa y yo, como es natural, me siento más culpable que nunca.

- ¡Lara! ¡Qué sorpresa! ¿Te ayudo a llevar todo esto?

Vengo cargada con varias cajas y un gran ramo de flores, que casi se me escurre de las manos.

- Gracias -le digo, tendiéndole una caja-. Traigo bombones para todo el mundo.

- ¡Cielos!

- Y también estas flores para el personal.. . -La sigo por el vestíbulo perfumado con cera de abeja y dejo el ramo en una mesa-. Sólo quería darles las gracias a todos por haber cuidado tan bien de mi tía abuela. -Y no por asesinarla, me gustaría añadir. Nunca se me pasó semejante idea por la cabeza.

- ¡Qué amable! ¡Todo el mundo se sentirá conmovido!

- Bueno -digo torpemente-. Mi familia está muy agradecida y lamenta no haberla visitado.. . más a menudo. -O sea, nunca.

Mientras Ginny abre los bombones, soltando exclamaciones de placer, me acerco subrepticiamente a las escaleras y miro por el hueco.

- ¿Sadie? -susurro-. ¿Estás ahí? -Oteo el descansillo.

- ¿Y esto qué es? -Ginny observa la otra caja-. ¿Más bombones?

- No. Son CD y DVD para los residentes.

La abro y saco los CD: Melodías de charlestón, Grandes éxitos de Fred Astaire, 1920-1940.

- He pensado que tal vez les gustaría escuchar la música que bailaban en su juventud -digo tímidamente-. Sobre todo a los más ancianos. Quizá les levante el ánimo.

- ¡Qué detalle, Lara! ¡Vamos a poner uno ahora mismo!

Me conduce hasta la sala de estar, llena de ancianos sentados en sillas y sofás. En el televisor tienen a todo volumen un programa de entrevistas. Busco con la mirada entre las cabezas blancas.

- ¿Sadie? -cuchicheo-. Sadie, ¿estás aquí?

No hay respuesta. Tendría que haber sabido que era una idea absurda. Será mejor que me vaya.

- ¡Allá vamos! -dice Ginny, incorporándose, tras meter un CD en la ranura.

Apaga el televisor y las dos permanecemos inmóviles, esperando la música. Y entonces empieza a sonar. Una orquesta chirriante de los años veinte, interpretando una desenfadada melodía de jazz. No se oye demasiado y, al cabo de un momento, Ginny pone el volumen a tope.

En la otra punta de la sala, un anciano sentado bajo una manta a cuadros escoceses, y con una bombona de oxígeno al lado, vuelve la cabeza. Poco a poco, todas las caras se van iluminando. Alguien empieza a tararear la melodía con voz temblorosa. Una mujer sigue el ritmo con la mano mientras su rostro se transfigura de placer.

- ¡Les encanta! -dice Ginny-. ¡Qué gran idea! ¡Lástima que no se nos haya ocurrido antes!

Se me hace un nudo en la garganta mientras los contemplo. Todos son Sadie por dentro, ¿no? Todos siguen viviendo en la veintena. El pelo blanco y las arrugas son sólo la superficie. El anciano de la bombona de oxígeno fue seguramente un galán de lo más elegante. Y esa mujer de ojos legañosos y mirada perdida tal vez fue una joven picara que no paraba de hacerles travesuras a sus amigos. Eran todos jóvenes: con sus amores, sus aventuras y sus fiestas, y con una vida interminable por delante.. .

Y entonces, mientras sigo mirando, ocurre algo muy raro. Es como si pudiera verlos tal como eran. Sus figuras jóvenes y vibrantes se desprenden de sus cuerpos, se sacuden la vejez y empiezan a bailar a un ritmo endiablado, alzando alegremente los talones, y tienen otra vez el pelo oscuro y los miembros ágiles. Se ríen, se cogen de las manos y echan la cabeza atrás, deleitándose con la música.. .

Parpadeo. La visión se ha desvanecido. Veo de nuevo la sala llena de ancianos inmóviles.

Le lanzo una mirada a Ginny, pero ella sigue sonriendo y tarareando la melodía (algo desafinada).

El CD continúa sonando y sus ecos deben de llegar a todos los rincones de la residencia. Sadie no puede estar aquí. Ya habría venido a ver qué pasaba. Otra posibilidad tachada.

- ¡Ya sé lo que quería preguntarte! -dice Ginny de repente-. ¿Encontraste el collar de Sadie?

El collar. En cierto modo, con Sadie desaparecida, ese asunto parece haber quedado muy lejos.

- No, no lo encontré. -Intento sonreír-. Una chica que está en París iba a enviármelo.. . Aún no he perdido la esperanza.

- ¡Pues crucemos los dedos!

- ¡Eso, ya los he cruzado! En fin, será mejor que me vaya. Sólo venía a saludar.

- Ha sido un placer volver a verte. Te acompaño.

Mientras cruzamos el vestíbulo, conservo en la retina la imagen de los ancianos, jóvenes y felices, bailando alegres. No puedo quitármela de la cabeza.

- Ginny -le pregunto impulsivamente cuando abre la puerta principal-. Tú debes de haber visto morir a muchos ancianos.

- Sí -admite con tono prosaico-. Es uno de los peajes de este trabajo.

- ¿Y tú crees.. . ? -Toso, azorada-. ¿Crees en la otra vida? ¿Que hay espíritus que vuelven y todo eso?

Antes de que responda, mi móvil suena de un modo estridente. Ginny me indica con un gesto que atienda.

Lo saco y miro la pantalla: es mi padre.

Oh, Dios. ¿Por qué me llamará? Claro, se habrá enterado de que he dejado el trabajo. Estará de los nervios y querrá saber qué planes tengo. Y ni siquiera puedo pasar de la llamada con Ginny mirándome.

- Hola, papá -le digo deprisa-. Me pillas en medio de una conversación. ¿Puedo ponerte en espera un minuto?

Pulso una tecla y levanto otra vez la vista.

- Lo que me preguntas -dice Ginny con una sonrisa- es si creo en fantasmas, ¿no?

- Eh.. . sí, supongo.

- ¿Hablando en serio? No, no creo. Me parece que está todo en nuestra mente. Son cosas que la gente quiere creer. Pero entiendo que sea un consuelo para quienes han perdido a sus seres queridos.

- Ya -asiento, asimilando sus palabras-. Bueno.. . adiós. Y gracias.

Se cierra la puerta y recorro la mitad del sendero antes de acordarme de papá. Cojo el teléfono.

- ¡Hola, papá! ¡Perdona por la espera!

- No, cariño. No me gusta molestarte en el trabajo.

¿En el trabajo? Entonces no sabe nada.

- ¡Claro! -digo, cruzando los dedos-. Desde luego. -Suelto una risita-. Aunque ahora mismo no estoy en el despacho.. .

- Quizá sea el momento apropiado entonces. -Titubea-. Ya sé que te sonará raro, pero he de hablar contigo de algo bastante importante. ¿Podemos vernos?