24

Leon comenzó a sentirse mejor allí sentado, en la sala de control donde Ada lo había dejado. Había encontrado un botiquín en una de las estanterías cubiertas de polvo, junto a una botella de agua, y le había vendado el hombro. Se había marchado hacía sólo diez minutos, pero la aspirina estaba empezando a surtir efecto y el agua había hecho maravillas.

Estaba sentado delante de una consola repleta de interruptores e intentaba recordar lo que había ocurrido después de la explosión en las alcantarillas. Lo último que realmente recordaba con claridad era la imagen del cuerpo de cocodrilo descabezado desplomándose en el suelo, y luego la sensación de verse asaltado por el mareo y por la debilidad. Ada lo había vendado y lo había llevado hasta allí a través de los pasillos…

Y de lo que parecía un túnel de metro. Estuvimos allí durante un minuto o dos…

Y finalmente habían llegado a aquella habitación, donde ella le había dicho que esperara descansando mientras se marchaba fuera para comprobar algo. Leon había protestado, recordándole que aquél no era un lugar seguro, pero en ese instante todavía estaba demasiado mareado para hacer otra cosa que sentarse donde ella lo había dejado. Jamás se había sentido tan indefenso o tan dependiente de otra persona. Sin embargo, ya se sentía mucho mejor después de beberse el litro y medio de agua de la botella. Al parecer, la pérdida de sangre provocaba deshidratación…

Así que me dio el agua y luego se marchó para comprobar… ¿qué? ¿Y cómo supo el modo de llegar hasta aquí?

Apenas había tenido fuerzas para andar, y mucho menos para empezar a hacer preguntas, pero incluso en su agotado delirio, se había dado cuenta de la seguridad con que caminaba, de cómo había escogido el camino sin dudar y con una precisión infalible. ¿Cómo podía saberlo? Era una marchante de arte en Nueva York, así que, ¿cómo podía conocer absolutamente nada sobre el sistema de alcantarillado de Raccoon City?

Además, ¿dónde está? ¿Por qué no ha regresado ya? Ella lo había ayudado, de hecho, probablemente le había salvado la vida, pero él no podía seguir creyendo que era lo que decía ser. Quería saber exactamente qué estaba haciendo allí, y quería saberlo ya. No sólo porque ella le había estado ocultando algo: Claire estaba en algún lugar de aquellas alcantarillas, y si Ada conocía el camino de salida de la ciudad, Leon debía al menos intentar descubrirlo.

Leon se puso en pie con lentitud, agarrándose al respaldo de la silla, e inspiró profundamente. Todavía estaba débil, pero ya no se sentía mareado, y su brazo tampoco le dolía tanto. Quizá se trataba de la aspirina. Desenfundó la Magnum y se dirigió hacia la puerta de la pequeña estancia polvorienta, prometiéndose a sí mismo que no aceptaría más mentiras ni más sonrisas conciliadoras.

Abrió la puerta y salió a un almacén con un extremo al aire libre y que era lo bastante grande como para guardar un avión. Estaba vacío, y era un lugar decrépito y repleto de sombras, pero la fresca brisa nocturna que lo recorría lo convertía en un sitio casi agradable…

En ese preciso momento, vio a Ada que entraba en una plataforma elevada, justo por fuera del hangar, y desaparecía detrás de lo que parecía el compartimiento de un tren. Era un ascensor de transporte industrial y, por el aspecto de los raíles que recorrían el almacén, era una sección de la fábrica abandonada que no había sido realmente abandonada por completo.

—¡Ada!

Leon corrió hacia el ascensor mientras mantenía apretado su brazo herido contra su costado. Sintió un feroz enfado cuando oyó el zumbido de los motores del transporte, el eco de su fuerte sonido metálico, reverberar en el aire nocturno: Ada se marchaba, no iba a «comprobar» nada…

Pero no se marchará hasta que me diga el motivo.

Leon salió corriendo al espacio abierto bajo la luna, oyendo cómo la puerta del transporte se cerraba de golpe justo cuando pasaba al lado de una consola de control y subía hasta la plataforma metálica que temblaba. Casi tropezó y se cayó en los peldaños de colores brillantes, y el ascensor comenzó a descender antes de que hubiera recuperado el equilibrio. Unos paneles de metal corrugado de casi un metro de alto se alzaron alrededor del tren de transporte, rodeando la gran plataforma mientras se hundía con suavidad en la tierra.

Leon agarró el tirador de la puerta mientras la oscuridad envolvía al transporte que retemblaba, y el cielo se convertía en una mancha estrellada más y más pequeña por encima de su cabeza. La fría y pálida luz de la luna fue reemplazada rápidamente por la luz naranja de las lámparas de mercurio del transporte.

Entró dando tropezones, y vio la expresión de susto y asombro en la cara de Ada mientras se levantaba del banco que estaba atornillado a uno de los lados del ascensor, con la Beretta medio alzada en su dirección. La bajó de nuevo, y él vio un destello de culpabilidad en sus ojos, que desapareció en el tiempo que él tardó en levantar la mano y cerrar la puerta.

Ninguno de los dos pronunció una palabra durante unos momentos, y se quedaron mirándose el uno al otro mientras el ascensor continuaba con su suave descenso. Leon casi pudo ver el esfuerzo de Ada para inventarse una explicación. Decidió que estaba demasiado cansado para estar de humor para tragarse otra mentira.

—¿Adónde vamos? —preguntó, y esta vez no intentó ocultar la cólera que sentía en su voz.

Ada suspiró y se sentó de nuevo. Leon vio cómo se le hundían los hombros.

—Creo que es la salida de este lugar —respondió en voz baja. Levantó la vista y sus ojos castaños buscaron los suyos—. Lo siento. No debería haber intentado marcharme sin ti, pero tenía miedo…

Leon percibió un auténtico arrepentimiento en su voz, lo vio en sus ojos, y sintió que su ira cedía un poco.

—¿Miedo de qué?

—De que no lo lograras. De que yo no lo lograra al intentar mantenernos a los dos a salvo.

—Ada, ¿de qué estás hablando?

Leon se dirigió al banco y se sentó a su lado. Ella bajó la vista hasta sus manos y siguió hablando en voz baja.

—Mientras te estaba buscando, allá en las alcantarillas, descubrí un mapa en una pared —explicó—. Mostraba lo que parecía ser una especie de fabrica o de laboratorio subterráneo y, si el mapa era correcto, existe un túnel que lleva desde allí hasta las afueras de la ciudad. —Ella lo miró a los ojos, y parecía realmente alterada—. Leon, no creí que estuvieras en condiciones de realizar un recorrido como ése, tal como estás. Y también tenía miedo de que si te llevaba conmigo, de que si llegábamos a un callejón sin salida o una de esas criaturas nos atacaba…

Leon asintió con lentitud. Ella había intentado protegerse… y protegerlo a él.

—Lo siento —volvió a decir—. Debería habértelo dicho. No debería haberte dejado allí de ese modo. Después de todo lo que has hecho por mí, yo… yo al menos debía haberte dicho la verdad.

La pena y la culpa que sus ojos mostraban no podían simularse. Leon extendió su mano para tomar la de ella, dispuesto a decirle que lo entendía y que no debía culparse por ello…

Entonces oyó un fuerte golpe en el exterior. Todo el transporte se estremeció, muy ligeramente, pero lo suficiente para que a los dos se les tensara el cuerpo.

—Probablemente se trata de un pequeño salto en los raíles… —sugirió Leon, y Ada asintió, mirándolo con una intensidad que lo hizo sentir agradablemente incómodo. También sintió que un repentino calor empezaba a recorrerle el cuerpo…

¡Baaam!

Y Ada salió despedida del banco, arrojada al suelo por algo curvado que había atravesado la pared del transporte y que había desgarrado la superficie de metal del costado del habitáculo como si en realidad sólo fuera papel. Era un puño, un puño con garras de hueso, cada una de más de treinta centímetros de largo, garras de la que goteaba…

—¡Ada!

La gigantesca mano se retiró, y sus garras ensangrentadas abrieron nuevos agujeros en la pared metálica mientras Leon se dejaba caer al suelo al lado de Ada y agarraba su cuerpo inerte, arrastrándola al centro del transporte. Un terrible aullido recorrió la oscuridad en movimiento del exterior. Leon estuvo seguro de que se trataba del mismo aullido que habían oído antes en la comisaría, sólo que esta vez era mucho más violento, mucho más cercano, e incluso mucho más inhumano que antes.

Leon mantuvo agarrada a Ada con su brazo sano, sintiendo el cálido goteo de la sangre empaparle su costado derecho, sintiendo su peso muerto sobre su pecho jadeante.

—¡Ada, despierta! ¡Ada!

Ninguna respuesta. La dejó otra vez en el suelo con suavidad y luego apartó la tela empapada de su vestido, justo un poco por encima de su cadera. La sangre salía de dos agujeros profundos, aunque no había forma alguna de saber su gravedad real, y Leon arrancó un trozo de tela del reborde de su corto vestido y apretó el tejido doblado sobre sí mismo contra las heridas…

El monstruo aulló de nuevo, y la rabia que desprendía su garganta no era nada comparada con la que Leon sentía en aquel momento mientras miraba los ojos cerrados y la cara inmóvil de Ada. Extendió el vestido sobre el vendaje improvisado para mantenerlo apretado lo mejor que pudo y se puso en pie mientras se descolgaba la Remington del hombro.

Ada lo había cuidado, lo había protegido cuando él no había podido protegerse a sí mismo. Leon empezó a cargar la escopeta con gesto ceñudo, sin sentir ninguna clase de dolor mientras se preparaba para devolverle el favor.

Fue Sherry la que adivinó por dónde podía haberse marchado su madre mientras ella y Claire registraban lo que parecía ser el final de la línea de habitaciones. Habían llegado a otra estancia abierta y sombría, pero sólo había una puerta en ella. No parecía existir otro modo de salir de aquel lugar cavernoso, a menos que la madre de Sherry hubiese saltado del piso elevado sobre el que se encontraban y hubiese atravesado caminando la completa oscuridad que las rodeaba.

Se quedaron al borde de la oscuridad, intentando divisar algo a través de la negrura más absoluta, pero sin resultado. La habitación parecía ser un muelle de carga y descarga. Una plataforma con raíles corría a lo largo de la pared trasera a partir de la puerta y luego acababa de repente, dando paso a lo que parecía ser un abismo sin fondo. O Annette había bajado y había comenzado a recorrer alguna clase de sendero secreto o Claire se había equivocado sobre la dirección que la madre de Sherry había tomado cuando huyó de ella.

¿Y ahora qué hacemos? ¿Regresamos o intentamos seguirla? No quería hacer ninguna de las dos cosas, aunque lo de retirarse le sonaba muchísimo mejor que lo de meterse en un agujero negro que no sabía adonde llevaba. Además, lo más seguro era que Leon estuviese todavía en algún lugar de por allí detrás…

—A lo mejor es un tren. Se parece a una estación de tren —dijo Sherry, y en cuanto pronunció la palabra «tren», Claire se dio mentalmente una fuerte patada en el culo.

Una plataforma que en realidad es un andén, unas vías, un centenar de lo que parecen ser «tuberías» en el techo…

Claire sonrió a Sherry mientras meneaba la cabeza por su propia estupidez. Estaba claro que estaba perdiendo facultades.

—Sí, creo que es eso —asintió—. Pero has sido tú la que lo has adivinado, no yo. Debo de tener el cerebro en huelga…

La pequeña consola de ordenador que estaba a un lado del andén, y que ella había considerado poco importante, era probablemente el panel de mando. Claire se dirigió hacia ella. Sherry la siguió mientras manoseaba de forma inconsciente su colgante de oro y le describía los sonidos que había oído mientras se hallaba en el fondo del pozo de drenaje.

—Y se alejaba, lo mismo que un tren. Me hizo pasar mucho miedo, porque el ruido era muy fuerte.

Allí estaba, justo debajo de la pequeña pantalla del monitor que se encontraba encima de la consola: un código de regreso y un grupo de diez teclas. Claire introdujo el código y pulsó la tecla de «intro»: la cámara se inundó con el sonido del zumbido de la maquinaria que se ponía en funcionamiento. El sonido de un tren.

—Eres una chiquita muy inteligente, ¿sabes? —le dijo Claire, y el rostro de Sherry se iluminó, con toda su cara arrugada por la gran sonrisa que apareció en ella.

Claire le rodeó los hombros con un brazo y regresaron hacia el extremo del andén para esperar la llegada del tren.

Las luces del tranvía aparecieron después de unos cuantos segundos. Los dos pequeños círculos de luz se fueron haciendo más y más grandes mientras los observaban llegar. Después de todos los apuros que habían pasado, Claire decidió que sería todo lo optimista que pudiera sobre aquel acontecimiento. En primer lugar, para alejar cualquier idea sobre cualquier próximo hecho horrible que pudiera ocurrir. El tren las sacaría de la ciudad, sin duda, y estaría repleto de comida y de agua. Tendría duchas y ropas limpias y tibias…

Naaa, olvida eso. Una bañera llena de agua caliente, un par de esos albornoces peludos y unas zapatillas calentitas.

Eso estaría bien, pensó, pero se conformaría con cualquier otra cosa que no incluyera monstruos o gente con trastornos mentales. Miró a Sherry y se dio cuenta de que todavía estaba manoseando el colgante.

—¿Qué es lo que tienes ahí? —preguntó, deseosa de que Sherry sonriera de nuevo—. ¿Tienes una foto de tu novio o algo así?

—¿Aquí dentro? Oh, no, no es un medallón para fotos —contestó Sherry, y Claire se alegró de ver en sus mejillas asomó un ligero tono de rubor—. Mi madre me lo regaló. Es un amuleto de buena suerte… y no tengo novio. Los chicos de mi edad son unos críos todavía.

La sonrisa de Claire se hizo aún más amplia.

—Acostúmbrate, cariño. Por lo que yo he visto, algunos de ellos jamás terminan de crecer.

El tren ya estaba lo bastante cerca para ver su silueta. Se trataba de un único coche de unos cinco o seis metros de largo que avanzaba con suavidad bajo su guía superior.

—¿Adónde crees que lleva? —preguntó Sherry, y antes de que Claire respondiera, la puerta del andén saltó por los aires.

La escotilla estalló hacia dentro, arrancada de cuajo de los goznes con un chillido de metal y un tremendo estampido contra el suelo…

Claire agarró a Sherry y la acercó a su cuerpo, mientras el enorme Señor X entraba, doblando su cuerpo de lado y hacia abajo para pasar a través de la estrecha abertura que representaba para él la puerta. Su mirada sin alma se fijó inmediatamente en ellas.

—¡Ponte detrás de mí! —gritó Claire a Sherry mientras sacaba la pistola de Irons.

Se arriesgó a mirar hacia atrás, al tren que se aproximaba. Diez segundos, lo único que necesitaban eran diez segundos…

Pero el Señor X dio un gigantesco paso hacia ellas, y Claire supo inmediatamente que no los tenía. Su terrible cara sin expresión y sus manos ya alzadas estaban todavía a seis metros de ella, pero eso sólo significaba cuatro de sus inmensas zancadas…

—¡Sube al tren en cuanto llegue! —dijo Claire con otro grito, y apretó el gatillo.

Cuatro, cinco, seis disparos contra su pecho. El séptimo proyectil arrancó un trozo de su blanquecina mejilla, pero el Señor X ni siquiera parpadeó. Tampoco sangró, y tampoco se detuvo. Dio otra gran zancada, y el negro y humeante agujero de su cara fue otra muestra clara de su falta de condición humana. Claire bajó el ángulo de disparo de la pistola y siguió apretando el gatillo.

Piernas, rodillas…

¡Bam! ¡Bam! ¡Bam!

Se detuvo por un momento cuando los proyectiles lo acribillaron. Al menos una de las balas había sido un impacto directo contra su rodilla izquierda, pero sus ojos no dejaron de mirarla, fijos en ella como si se tratase de un proyectil dirigido contra un objetivo…

—¡Aquí! ¡Vámonos!

Sherry le estaba tirando del chaleco, gritando, y Claire comenzó a retroceder, apretando de nuevo el gatillo. Otros dos proyectiles alcanzaron al monstruo en las tripas…

Y, de repente, se encontró en el interior del tren: Sherry había hallado los mandos de apertura de la puerta. La cerró, con un sonido veloz y siseante, y el Señor X quedó encuadrado en la pequeña ventana, sin avanzar más, pero sin llegar a caer. Sin morir.

—¡Sígueme! —le gritó al divisar el tablero de luces intermitentes, que estaba a su derecha. Sabía que la puerta no resistiría ni un segundo si la gigantesca y terrible criatura comenzaba a caminar de nuevo y se lanzaba contra ella.

Corrió hacia el tablero de mandos con Sherry a su lado y, mientras apretaba con mano temblorosa el botón rojo que indicaba «avance», dio gracias a Dios porque el ingeniero que había diseñado el aparato lo había planeado para ser lo más simple posible…

Y el tren se puso en marcha, alejándose con suavidad del andén, alejándose de aquella criatura inhumana e indestructible mientras se internaba en la oscuridad.

Annette estaba sentada en la zona de descanso del personal, en la cuarta planta. Esperaba que el sistema principal respondiera al encendido general mientras discutía consigo misma si iniciar o no la secuencia P-épsilon. En cuanto el sistema de autodestrucción se pusiera en marcha, todas las puertas de los pasillos quedarían desbloqueadas y todas las que estuviesen conectadas electrónicamente quedarían abiertas. Las criaturas que habían permanecido atrapadas a lo largo de los últimos días quedarían libres para salir, y la mayoría estarían muy hambrientas…

Hambrientas e infectadas, supurando virus en su estado más puro a través de su carne putrefacta…

No quería tener ningún encuentro… desagradable al marcharse, pero en cuanto las primeras líneas del código aparecieron en la pantalla, decidió no poner en marcha la secuencia. El gas P-épsilon era sólo un experimento, algo en lo que habían trabajado un par de investigadores de microbiología para dejar tranquilo y satisfecho al personal de control de daños de Umbrella. Si lograba funcionar, dejaría fuera de combate a los Re3 y a todos los humanos infectados por la oleada de virus transportados por el aire, la primera, lo que le garantizaría un trayecto más seguro hasta el túnel del transporte de escape. Sin embargo, los espías estaban cada vez más cerca, y Annette no quería facilitarles el trabajo. Había oído que alguien hacía regresar el ascensor después de que ella saliera trastabillando camino al laboratorio de síntesis. En realidad, aquello era genial: llegarían a tiempo para el gran final, y quería que tuvieran que luchar por sus vidas mientras ella se alejaba a toda velocidad hacia la seguridad, se alejaba de la inmensa explosión que arrasaría las instalaciones de miles de millones de dólares…

Todo arderá, arderá y yo me veré libre de esta pesadilla. Final de la partida, y yo habré ganado. Umbrella perderá, de una vez por todas. Esos cabrones traicioneros y rastreros, asesinos

Se sintió bien, despierta, completamente consciente y sin apenas sentir dolor. Había decidido dirigirse hacia la terminal de ordenador más cercana en cuanto regresara, para poner en marcha el sistema de autodestrucción incluso antes de recoger la muestra, pero apenas había sido capaz de ver lo que tenía delante cuando salió a tropezones del ascensor. Había tenido miedo de olvidarse de algo o, aún peor, de caerse y no poder levantarse de nuevo. Un pequeño paseo hasta el armario de los medicamentos del laboratorio de síntesis había acabado con todo aquello y lo había arreglado. El terrible dolor ya no era más que un recuerdo lejano, y había desaparecido, lo mismo que los extraños procesos mentales que habían dificultado tanto su concentración. Cuando su pequeña combinación de fármacos perdiera su efectividad, pagaría los efectos, pero durante las siguientes dos horas, al menos, estaba muy bien, mejor que como nueva.

Epinefrina, endorfina, anfetamina. ¡Vaya, vaya!

Annette sabía que estaba drogada y que no debía sobrestimar sus capacidades, pero ¿por qué no iba a sentirse contenta? Sonrió a la pequeña pantalla de ordenador que tenía delante y comenzó a teclear los códigos. Sus dedos volaron sobre el teclado, y sintió que los dientes se le iban a partir por la energía que le había proporcionado la adrenalina sintética que su acelerada corriente sanguínea transportaba por sus arterias. Había logrado regresar al laboratorio, William había regresado también, y la muestra, la única muestra viable de virus-G de todo el laboratorio estaba metida en el bolsillo de su bata de investigadora. La había escondido en una de las cápsulas de fusión antes de marcharse en busca de William, y la había recogido de camino a la estancia de descanso del personal…

76E, 43 L, 17A. Tiempo para ponerse a salvo… 20. Aviso vocal/corte de energía, 10. Autorización personal: 0001 Birkin…

Y eso era todo. Annette no pudo dejar de sonreír. No quiso dejar de hacerlo mientras acariciaba con suavidad la tecla de «intro». La sensación de triunfo fue como una espiral tibia y líquida de alegría que recorrió su magullado cuerpo. Un simple apretón, y nada en la Tierra podría detenerlo. Diez minutos después de pulsar la tecla, las cintas grabadas con los avisos comenzarían a ponerse en funcionamiento, y el ascensor de transporte quedaría inmovilizado, aislando las instalaciones del mundo exterior. Las cintas comenzarían la cuenta atrás: cinco minutos para alcanzar en tren la distancia mínima de seguridad, y otros cinco minutos después y…

Buuummm. Veinte minutos antes de la explosión. Tiempo más que suficiente para llegar hasta el túnel y encender el tren, sin importar lo que ande suelto por ahí. Tiempo más que suficiente para alejarme del reloj que avanzará sin detenerse, bajo las calles de la ciudad, a través de las aisladas laderas de las colinas en las afueras de Raccoon City. Tiempo más que suficiente para llegar al final de la vía, salir a la extensión de terreno privado, dar la vuelta… y ver cómo Umbrella lo pierde todo.

Cuando la cuenta del reloj llegase a cero, las cargas de autodestrucción de explosivo plástico instaladas en el reactor central de la planta de energía del laboratorio estallarían. Incluso si sólo estallaba una de las doce cargas instaladas, esa única explosión sería suficiente para activar todas las cargas secundarias colocadas a lo largo de las paredes. El sistema de autodestrucción de Umbrella había sido diseñado para destruirlo absolutamente todo. El laboratorio se convertiría en un infierno en llamas que haría saltar por los aires la ciudad muerta, lo que sería visible a kilómetros de distancia… y ella estaría allí para verlo, para saber que había hecho todo lo posible para hacer justicia. Esto va por ti, William

El pensamiento fue agridulce. Durante cierto tiempo, no habían… disfrutado de su relación como marido y mujer. William era tan inteligente, estaba tan entregado al trabajo, que los placeres de las síntesis y de los desarrollos habían sustituido los hábitos y los deberes diarios de un matrimonio. Ella había llegado a reconocer su genio, a disfrutar de la tarea de apoyarlo sin la incomodidad de las peleas en una relación… Sin embargo, en aquel momento, con el dedo apoyado para acabar con todo para siempre, descubrió de repente que deseaba con todas sus fuerzas que hubiera ocurrido algo mucho más profundo entre ellos a lo largo de los últimos años, algo más aparte de su tremenda adoración por sus increíbles dones, del aprecio de William por su ayuda…

Este es nuestro último beso, amor mío. Esta es mi contribución final a tu trabajo, mi último acto de amor por lo que compartimos.

Sí, exactamente ése era su sentimiento. Annette apretó la tecla con el corazón alegre y vio el código brillar en la pantalla con luz verde.

—Les entrego respetuosamente mi dimisión —dijo en voz baja, y comenzó a reírse.