13
Sherry Birkin se había marchado, desapareciendo a través del túnel de ventilación, y Claire no cabía de ninguna manera en aquel estrecho conducto, por lo que no pudo ir detrás de ella. Fuese lo que fuese lo que había lanzado aquel grito espeluznante que había aterrorizado tanto a Sherry, no había aparecido, pero la chiquilla ya no estaba, y quizá todavía se encontraba gateando frenéticamente en algún oscuro y polvoriento túnel. Al parecer, llevaba escondida cierto tiempo al lado del conducto del aire. Claire encontró envoltorios de chocolatinas y una manta vieja debajo de la abertura, en el patético escondite situado detrás de las tres armaduras que estaban de pie.
Claire se apresuró a regresar a la oficina de Irons en cuanto se dio cuenta de que Sherry no iba a regresar. Tenía la esperanza de que quizás él le pudiera indicar dónde terminaba en túnel de ventilación… pero Irons había desaparecido, junto con el cuerpo de la hija del alcalde.
Claire se quedó allí, de pie en mitad del despacho del jefe de policía, vigilada por los ojos de cristal de expresión vacía de las morbosas piezas de decoración, y por primera vez desde que llegó a la ciudad se sintió realmente insegura con respecto a lo que debía hacer a continuación. Había comenzado todo aquello para encontrar a Chris, una preocupación que se había transformado en esquivar zombis, seguir pegada a Leon y evitar todo posible contacto innecesario con el macabro jefe de policía Irons, por ese preciso orden. Pero en algún punto entre el momento en que encontró a aquella chiquilla y el instante en que había oído aquel estremecedor aullido, sus prioridades habían cambiado de forma repentina y completa. Una niña se había visto atrapada en aquella pesadilla, una criatura dulce y pequeña que creía que un monstruo la estaba persiguiendo.
Y que quizás existe de verdad. Si tu mente puede aceptar que existen zombis en Raccoon City, ¿por qué no un monstruo? Demonios, ¿por qué no ya vampiros o robots asesinos?
Quería encontrar a Sherry, pero no sabía por dónde empezar. También quería encontrar a su hermano mayor, pero tampoco tenía ni idea de dónde podía encontrarlo… y empezaba a preguntarse si él realmente tendría alguna idea de lo que había ocurrido en Raccoon City.
Él había evitado responder a sus preguntas sobre el motivo de la suspensión de los STARS la última vez que había hablado con él. Chris le había insistido en que no había nada por lo que preocuparse, que su equipo y él se habían enfrentado con ciertos problemas de índole política en la oficina y que habían salido malparados, pero que todo se iba a arreglar. Ella ya se había acostumbrado a sus manías protectoras, pero cuando lo recordó de nuevo, ¿no era más bien que había sido muy evasivo? Y los STARS habían estado investigando los asesinatos caníbales, así que tampoco era necesario ser un genio para relacionar aquello con toda la actividad devoradora de carne que se estaba desarrollando por aquellos alrededores…
Y eso significa… ¿qué? ¿Qué significa? ¿Que Chris y sus compañeros habían descubierto algún plan malvado y me lo estaba ocultando?
No tenía ni idea. Lo único que sabía era que no creía que él estuviera muerto, y que su plan de encontrar a Chris o a Leon había quedado en segundo plano frente a su necesidad de encontrar a Sherry. Por mala que fuera la situación, Claire disponía de unas cuantas defensas: tenía un arma, tenía cierta madurez emocional y, después de casi dos años de carreras de diez kilómetros diarias, estaba en una excelente forma física. Sin embargo, Sherry Birkin no podía tener más de once o doce años, a lo sumo, y parecía frágil, en todos los sentidos de la palabra, desde su pelo rubio lleno de polvo y suciedad hasta la desesperada ansiedad de sus grandes ojos azules. La chiquilla había despertado todos los instintos protectores de Claire y…
¡Thump!
Una vibración pesada y hueca recorrió todo el techo de la estancia e hizo temblar la gran lámpara del despacho de Irons. Claire miró instintivamente hacia arriba mientras empuñaba su pistola con más fuerza por puro reflejo. No se veía nada más que madera y escayola, y el sonido no se repitió.
Algo en el tejado… ¿pero qué demonios puede haber causado un ruido como ése? ¿Un elefante aterrizando en paracaídas?
Quizá se trataba del monstruo de Sherry. El feroz rugido que había oído en la sala de exposiciones de armaduras había llegado a través del conducto de ventilación o de la chimenea, así que había sido imposible determinar su punto de origen, pero perfectamente podía haber sido el tejado. Claire no estaba muy dispuesta ni muy deseosa de encontrarse cara a cara con el ser que había lanzado aquel aullido, pero Sherry estaba segura de que la criatura la estaba siguiendo…
¿Así que si encuentras al que aúlla, encuentras a Sherry? No es mi ideal de un plan perfecto, pero no tengo mucho donde escoger en este momento. Puede que sea el único modo de encontrarla…
O quizás era Irons el que estaba allí arriba. A pesar del mal sabor de boca que le había dejado su encuentro con él, lamentaba no haber intentado sacarle algo más de información. Loco o no, no le había parecido estúpido. Puede que no fuera tan mala idea encontrarse de nuevo con él, al menos para hacerle unas cuantas preguntas sobre el sistema de ventilación.
No sabría nada hasta que se pusiese en movimiento. Claire se dio la vuelta y salió por la puerta del despacho que daba al pasillo exterior, donde había apagado el incendio provocado por la colisión del helicóptero. El humo se había disipado en el pasillo de al lado, y aunque el aire todavía estaba caliente, ya no era el calor de un incendio en toda regla. Al menos, con aquello había tenido éxito…
Claire regresó al pasillo principal, esquivando con la mirada lo que quedaba del cadáver del piloto, cuando…
¡Crraaaacc!
Se detuvo en seco al oír un tremendo crujido provocado por una gran superficie de madera al astillarse, seguido por los pasos pesados de alguien que debía ser enorme y que estaba atravesando el pasillo que había más allá de la siguiente esquina. Todos los ruidos tenían un matiz deliberado y atronador.
El tío debe de pesar una tonelada, y… Oh, Dios, dime que no era el ruido de una puerta al ser arrancada de cuajo…
Claire miró rápidamente hacia atrás, hacia el pequeño pasillo que llevaba de vuelta al despacho de Irons, con todos sus instintos gritándole que echara a correr al mismo tiempo que su parte racional le recordaba que aquella ruta de escape no tenía salida, por lo que su cuerpo se quedó paralizado entre ambas reacciones contrapuestas…
Y justo en ese instante, apareció el hombre más grande que jamás hubiera visto, ante su atónita mirada, medio oculto por las escasas volutas de humo que quedaban en el pasillo. Estaba vestido con un largo abrigo de color verde oliva, como los del ejército, que resaltaba su enorme tamaño. Era tan alto como una de las estrellas de la liga de baloncesto… No, era más alto, pero su cuerpo era proporcionado, por lo que su tamaño era enorme. Pudo ver un gran cinturón de trabajo alrededor de su cintura, y aunque no distinguió arma alguna, sintió la violencia que emanaba de él en oleadas invisibles. Vio su cara de tez blancuzca y enfermiza, su cráneo sin cabello… y de repente, Claire estuvo segura de que aquello era realmente un monstruo, un asesino con puños cubiertos de guantes negros, puños tan grandes como una cabeza humana normal.
¡Dispara! ¡Dispárale!
Claire le apuntó, pero dudó por un segundo, temiendo cometer un terrible error… hasta que aquello dio un largo paso hacia ella con sus piernas como troncos y oyó el crujir de la madera astillándose bajo sus grandes botas como las del monstruo de Frankenstein, y vio sus ojos negros rodeados de rojo. Eran como pozos repletos de lava rodeados por un peñasco blanco desigual, sin expresión pero con capacidad de ver. Su mirada se encontró con la de ella… y alzó un tremendo puño: la amenaza era inconfundible.
Dispara-dispara-dispara…
Apretó el gatillo una, dos veces, y vio los impactos: un trozo de la solapa de su abrigo saltó en pedazos cuando la bala se hundió debajo de su garganta y un poco hacia un lado, y el segundo proyectil atravesó por completo un lado de la garganta…
El monstruo dio otro paso sin que apareciera el menor rastro de emoción en sus rasgos tallados en piedra, con el puño todavía en alto, en busca de un objetivo, con la intención de aplastarlo…
El agujero negro y humeante en su garganta no estaba sangrando. ¡Oh, mierda!
Claire sintió un acelerón en su cuerpo debido a la descarga de adrenalina provocada por el terror y apuntó la pistola hacia el corazón de la criatura. Apretó el gatillo una y otra vez mientras el gigante daba otro paso avanzando hacia la lluvia de proyectiles sin ni siquiera pestañear…
Claire perdió la cuenta de los disparos, incapaz de creer que siguiera avanzando hacia ella, que estuviera a menos de tres metros mientras los proyectiles se estrellaban contra su mastodóntico pecho…
La pistola se quedó sin balas, justo en el momento en que el monstruo dejó de dar sus enormes pasos y comenzó a bambolearse como un enorme tronco mecido por el viento. Claire sacó otro cargador de su chaleco sin apartar la vista del oscilante monstruo y manoteó intentando meterlo en la pistola mientras su cerebro procuraba darle un nombre a aquel aborto andante.
Terminator, el monstruo del doctor Frankenstein, el Doctor Malvado, el Señor X…
Fuese lo que fuese, las más de siete balas semiperforantes que habían atravesado su pecho habían cumplido su misión.
La tremenda criatura cayó poco a poco y en silencio hacia la derecha, desplomándose contra una pared ennegrecida por el humo. Se quedó allí, medio reclinada, sin caer tumbada, pero sin moverse más tampoco.
Ha caído en un ángulo raro, eso es todo, pero está muerto, sólo se ha quedado así por su propio peso…
Claire no se acercó y mantuvo su arma apuntada hacia el gigante inmóvil. ¿Había sido él quien había gritado de esa manera? No lo creía, a pesar de su aspecto inhumano y poderoso. No era el demonio furibundo y primitivo que debía haber lanzado aquel grito en su búsqueda de sangre. Este ser era más bien una máquina sin alma, una carne sin sangre que podía hacer caso omiso al dolor… o aceptarlo sin problemas.
—Ya está muerto, así que ya no importa-susurró Claire, tanto para tranquilizarse a sí misma como para cortar la interminable sucesión de pensamientos sin sentido.
Tenía que pensar, que averiguar qué era aquello… Eso no era alguna especie de zombi mutante, así que ¿qué demonios era? ¿Por qué no había caído antes? Casi había vaciado un cargador completo… ¿Habría alguien oído los disparos? ¿Quizá Sherry, o Irons, o incluso Leon? Quizás alguno de ellos o cualquiera que estuviese rondando todavía por la comisaría los habría oído y se acercaría para saber quién era. ¿Debería quedarse allí?
La criatura a la que ella ya había comenzado a llamar como el Señor X ya no respiraba, y su musculoso cuerpo estaba inmóvil, con los ojos cerrados y el rostro inerte como la máscara de la muerte. Claire se mordió el labio inferior mientras contemplaba a la increíble criatura medio apoyada en la pared e intentaba pensar en algo con claridad en mitad de sus aterradas sensaciones… cuando vio que sus ojos se abrían, sus brillantes ojos negros y rojos. Sin mostrar gesto alguno de esfuerzo o dolor, el Señor X se inclinó hacia atrás para recuperar el equilibrio y ponerse en pie, bloqueando todo el pasillo y levantando de nuevo sus gigantescas manos…
Con un tremendo movimiento, balanceó los brazos y sus puños atravesaron velozmente el aire, pasando a escasos centímetros de ella justo cuando trastabillaba dando un paso atrás. El impulso fue suficiente para que sus dos manos atravesasen la pared en la que había estado apoyada momentos antes. El impacto hizo que los dos puños se enterrasen y sus brazos quedasen atascados en la madera y la escayola hasta los codos.
Mi cuerpo, podría haber sido MI cuerpo…
Si huía hacia la oficina de Irons, quedaría atrapada. Sin pensarlo dos veces, Claire echó a correr hacia el Señor X, pasando como una exhalación a su lado, y su brazo llegó a rozar su abrigo, con su corazón perdiendo un latido cuando el tejido rozó su piel.
Siguió corriendo, dobló a la izquierda y atravesó lo que quedaba de pasillo cargado de humo, intentando recordar qué había detrás de la sala de espera, intentando no oír los inconfundibles ruidos de movimiento a su espalda cuando el Señor X sacó de un tirón sus brazos de la pared. Dios, ¿qué es ESO?
Claire llegó a la sala de espera y cerró la puerta tras de sí de golpe mientras seguía corriendo y decidió que ya lo pensaría más tarde. Corrió, sin dejar de pensar en otra cosa que no fuera cómo lograr correr con mayor rapidez aún.
Ben Bertolucci estaba oculto en la última celda de la habitación más alejada del garaje, metido en un pequeño camastro de metal y roncando con fuerza. Ada mantuvo la expresión de su cara cuidadosamente neutral y dejó que Leon lo despertara. No quería parecer ansiosa por hablar con él, y si algo había aprendido en sus relaciones con los hombres era que siempre resultaba más fácil manejarlos si creían que estaban al mando. Ada miró a Leon con una paciencia que en realidad no sentía y esperó.
Habían registrado una perrera vacía y un sinuoso pasillo de cemento antes de encontrarlo, y aunque el aire estancado apestaba a sangre y a podredumbre, no habían tropezado con ningún cuerpo, lo que era extraño, si se tenía en cuenta la matanza que, ella sabía, se había producido en el garaje. Pensó en preguntarle a Leon si él sabía lo que había pasado, pero luego decidió que cuanto menos hablara, mejor. No tenía sentido que él se acostumbrara a que ella estuviera cerca. Había visto un portillo de acceso a las zonas inferiores en una de las perreras, con una reja oxidada y en un rincón oscuro, y se había sentido más tranquila después de ver una palanqueta en un armario abierto cercano. Cuando por fin había visto a Bertolucci roncando delante de ellos, pensó que por fin la situación empezaba a estar bajo control.
—Déjame adivinar —dijo Leon en voz bien alta, mientras extendía la mano para golpear los barrotes de metal con la culata de su pistola—. Tú debes de ser Bertolucci, ¿verdad? Levántate, ahora.
Bertolucci gruñó y se levantó lentamente para quedarse sentado por último mientras se frotaba la barba sin afeitar de varios días. Ada resistió la tentación de sonreír al verlo con aquel aspecto tan horrible, con las ropas completamente arrugadas y su lacia coleta despeinada, mirándolos a ella y a Leon con el entrecejo fruncido y el aspecto de estar algo confuso.
Pero todavía lleva puesta su corbata. El pobre idiota probablemente piensa que le da más apariencia de periodista.
—¿Qué queréis? Estoy intentando dormir.
Parecía malhumorado, y Ada tuvo que contener de nuevo una sonrisa. Se lo merecía por ser tan difícil de encontrar.
Leon la miró, también con aspecto de estar un poco confundido.
—¿Es éste el tipo que buscas?
Ella asintió, y de repente se dio cuenta de que Leon probablemente creía que Bertolucci era un preso. La conversación disiparía rápidamente aquella idea, pero ella no quería que Leon supiera más de lo necesario, de modo que tendría que escoger con cuidado sus palabras.
—Ben —dijo mientras imprimía sus palabras con un ligero tono de desesperación—. Les dijiste a los agentes que sabías lo que estaba ocurriendo en la ciudad, ¿verdad? ¿Qué les dijiste?
Bertolucci se puso en pie y se quedó mirándola, frunciendo los labios.
—¿Y quién demonios eres tú?
Ada hizo caso omiso del comentario y subió un grado su tono de desesperación, pero sólo un poco. No quería pasarse en su actuación como hembra indefensa: aquello no pegaba nada con el hecho de que hubiera sobrevivido durante tanto tiempo.
—Estoy intentando encontrar a… a un amigo mío, John Howe. Trabajaba en una oficina de Umbrella con sede en Chicago, pero desapareció hace unos cuantos meses, y me han dicho que estaba aquí, en esta ciudad…
Dejó la frase en el aire, observando con detenimiento la expresión de Bertolucci. Estaba claro que sabía algo, pero ella no creía que lo fuera a soltar con tanta facilidad.
—No sé nada de nada —repuso con un tono de voz gruñón y áspero—. Y aunque lo supiera, ¿por qué iba a decírtelo?
Muy original. Si el poli no estuviese aquí estorbando, probablemente le dispararía aquí mismo y ahora.
La verdad es que ella sabía que en realidad no lo haría. No le gustaba matar por matar o por pura diversión, y pensaba que probablemente obtendría toda la información que necesitaba con alguno de sus métodos más persuasivos: si sus considerables encantos femeninos no funcionaban, siempre le quedaba el recurso del tiro en la rodilla. Por desgracia, no podía hacer nada con el agente Leon por allí cerca. No había planeado su encuentro, pero, por el momento, no le quedaba más remedio que permanecer a su lado.
Era bastante obvio que al agente de policía no le había gustado ni un pelo la respuesta de Bertolucci.
—Bueno, yo voto por que lo dejemos aquí dentro —dijo con voz molesta, dirigiéndose a Ada pero sin dejar de mirar a Bertolucci con un gesto de irritación más que evidente.
Bertolucci sonrió a medias mientras metía una mano en uno de sus bolsillos y sacaba un manojo de llaves plateadas: las llaves de las celdas en su correspondiente llavero circular. Ada no se sorprendió, pero Leon pareció aún más cabreado.
—Por mi bien —dijo Bertolucci con aire satisfecho—. De todas maneras, no pienso abandonar esta celda. Es el lugar más seguro de todo el edificio. Por ahí rondan otros seres que no son zombis, podéis creerme.
Por el modo en que lo dijo, Ada pensó que probablemente tendría que matarlo de todas maneras. Las instrucciones de Trent habían sido muy claras: si Bertolucci sabía algo sobre el trabajo de Birkin con el virus-G, debía eliminarlo. No conocía el motivo exacto, ni siquiera estaba segura de sospecharlo, pero ésa era su misión. Si lograra quedarse unos cuantos momentos a solas con él, podría asegurarse de cuánto sabía realmente.
La cuestión era, ¿cómo lograrlo? No quería tener que dispararle a Leon. Por regla general, no mataba a gente inocente y, además, le gustaban los policías. No es que fueran necesariamente el tipo de personas más inteligentes con las que se había encontrado, pero cualquiera que aceptara un trabajo en el que era necesario poner la propia vida en juego merecía su respeto. Y, para colmo, tenía buen gusto por lo que se refería al armamento: la Desert Eagle era una elección excelente, una de las mejores de su lista…
Así que, ¿por qué lo racionalizas todo? Si lo despisto y luego regreso no significa que me esté volviendo blanda…
¡Raaaarghaaahggg!
Un aullido inhumano y repleto de violenta ferocidad resonó en el tenso silencio. Ada se giró inmediatamente con la Beretta en alto, apuntando hacia la puerta que llevaba a la salida a través de la zona de celdas vacías. Fuese lo que fuese, era algo que estaba en el sótano…
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Leon a su espalda con un susurro.
Ada deseó conocer la respuesta. El eco todavía resonante del aquel feroz aullido no se parecía a nada que hubiese oído antes en toda su vida… y nada para lo que ella estuviera preparada para oír, aun sabiendo como sabía en qué consistían los experimentos de Umbrella.
—Como ya he dicho antes, no pienso abandonar esta celda —repitió Bertolucci, con voz ligeramente temblorosa—. ¡Ahora, largaos antes de que atraigáis a lo que sea eso hasta mí!
Cobarde rastrero…
—Mira, es posible que yo sea el único policía que queda con vida en este edificio —le dijo Leon.
Algo en la mezcla de miedo y fuerza en el tono de su voz hizo que Ada mirara hacia atrás, hacia él. La mirada del agente estaba fija en Bertolucci, y sus ojos azules mostraban una expresión dura y aguda.
—Así que si quieres seguir con vida, tendrás que venir con nosotros.
—Olvídalo —respondió Bertolucci con brusquedad—. Me quedaré aquí hasta que lleguen los refuerzos… y, si sois listos, haréis exactamente lo mismo.
Leon meneó lentamente la cabeza.
—Pueden pasar días antes que llegue nadie, así que nuestra mejor oportunidad de sobrevivir es encontrar un modo de salir de Raccoon City. Y ya has oído ese aullido. ¿De verdad quieres recibir una visita de esa criatura?
Estaba impresionada: alguna de las criaturas más monstruosas creadas por Umbrella estaba cerca de ellos en ese instante, y Leon estaba intentando salvar el despreciable pellejo del periodista.
—Me arriesgaré —dijo Bertolucci—. Buena suerte en lo de salir. Vais a necesitarla…
El desastrado periodista se acercó hasta los barrotes y paseó su mirada del uno al otro mientras se pasaba la palma de la mano por el grasiento cabello.
—Escuchad —dijo con voz más amable—. Existe una perrera en la parte trasera del edificio que tiene un portillo de acceso. Podéis llegar hasta las alcantarillas desde allí. Probablemente es el modo más rápido de salir de la ciudad.
Ada suspiró en su interior. Estupendo: se acabó su ruta secreta de acceso a los laboratorios de Umbrella. Si dejaba atrás a Leon y lo despistaba, sólo tardaría cinco minutos en encontrarla de nuevo.
Siempre puedes matarlo, si no queda más remedio. También puedes despistarlo en el interior de las alcantarillas y regresar luego por Bertolucci mientras él te despeja el camino.
A diferencia de Bertolucci, no quería ver ni de lejos a la criatura que había lanzado aquel aullido espantoso, y ahora que sabía que el periodista no se iba a mover de allí, el siguiente paso lógico era despistar al policía.
Hay que ver las cosas que llego a hacer para evitar inútiles derramamientos de sangre…
—Muy bien, voy a comprobarlo —dijo, y, sin esperar la respuesta de Leon, se dio la vuelta y echó a correr hacia la puerta.
—¡Ada! ¡Ada! ¡Espera!
Ella hizo caso omiso de sus gritos y pasó corriendo al lado de los calabozos hasta llegar al frío garaje, aliviada al ver que el pasillo todavía estaba despejado, y también sintiéndose un poco nerviosa por su repentina resistencia a simplificar la situación. El asunto sería mucho más fácil si se limitaba a eliminarlos a ambos. Era una decisión que habría tomado sin dudarlo ni un segundo si las circunstancias hubieran sido diferentes, pero estaba harta de ver tanta muerte, harta y cansada y asqueada con Umbrella por lo que habían llegado a realizar. No iba a matar al policía a menos que no le quedara más remedio.
¿Y qué ocurriría si llegaba a tener que hacerlo? ¿Y si se daba el caso de que tuviera que elegir entre la vida de un inocente y el éxito de su trabajo?
El solo hecho de estar haciéndose aquella pregunta le indicaba más sobre su estado mental de lo que estaba dispuesta a admitir. Llegó a la puerta de la perrera e inspiró profundamente, expulsando todo rastro de duda de su mente. Entró en las alcantarillas para esperar a Leon Kennedy.