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Ada se quedó sentada sobre el borde de la atestada mesa del despacho del jefe de detectives mientras dejaba descansar sus doloridos pies y miraba sin ver la vacía caja fuerte que se encontraba en una esquina. Se le estaba agotando la paciencia. No sólo no lograba encontrar la muestra del virus-G por ningún lado, sino que además empezaba a pensar que Bertolucci había salido volando de allí. Había registrado la sala de descanso, la oficina de los STARS, la biblioteca… De hecho, estaba más que segura de que había registrado todos los lugares a los que el periodista habría tenido acceso con facilidad, y ya había vaciado dos cargadores completos para ello. No es que le fuera a faltar munición. Lo que la molestaba era la pérdida de tiempo que representaban las balas disparadas: veintiséis proyectiles y ningún resultado positivo, excepto que ahora había una docena más de cadáveres cargados de virus tumbados en el suelo. Y dos de los extraños híbridos de Umbrella…
Ada se estremeció al recordar la deforme y retorcida carne roja y los resonantes aullidos de las estrambóticas criaturas contra las que se había enfrentado en la sala de prensa. Nunca se había preocupado por la avaricia de las corporaciones para las que trabajaba, pero lo cierto es que Umbrella había llegado a realizar experimentos ciertamente inmorales. Trent le había advertido sobre los especímenes del proyecto Tirano, seres que, por suerte, todavía no habían aparecido, pero las criaturas humanoides de extensa lengua y largas garras eran toda una afrenta para su sensibilidad. Por no mencionar el hecho de que eran mucho más difíciles de matar que los humanos infectados. Si aquellos seres eran producto de la experimentación con el virus-T, tendría que mantener los dedos cruzados para que Birkin no hubiera puesto a prueba todavía su última creación. Según le había dicho Trent, la serie G todavía no había sido inyectada a ningún ser vivo, pero se suponía que era el doble de potente que la T…
Ada dejó que su mirada vagara por los alrededores y estudió con la vista la oficina práctica y funcional. No era el lugar más propicio o acogedor para tomarse un descanso, pero al menos estaba bastante libre de manchas de sangre y similares. Además, con la puerta cerrada apenas podía oler a los agentes muertos en la sala principal. Ya estaban bastante muertos cuando ella los había matado del todo, y se encontraban en aquella especie de estado húmedo y sin huesos que, al parecer, precedía al colapso total.
Tampoco es que importe mucho si yo puedo olerlos a ellos. A estas alturas, mi pelo y mis ropas han absorbido el maldito hedor. Y cuando las cosas empiezan a ir mal todo parece ocurrir de repente…
Deseó haberse preocupado por aprender algo más sobre el virus-T en el plano científico. Sabía para qué utilizaban el virus-T, pero no había creído necesario investigar sobre los efectos fisiológico-químicos. ¿Para qué preocuparse, cuando no tenía razón alguna para pensar que Umbrella soltaría toda una carga de aquella mierda en su propia ciudad? Estaba obteniendo un montón de información de primera mano sobre lo bien que funcionaba, pero le hubiera venido bien saber exactamente qué ocurría en la parte del cuerpo y de la mente que resultaban infectadas, qué era lo que convertía a una persona en un devorador de carne sin mente ni razón. En lugar de eso, sólo podía almacenar en su mente la información que iba obteniendo por el camino e intentar adivinar la verdad.
Por lo que había visto, antes de que pasara una hora la persona infectada por el virus se convertía en un zombi. A veces, antes de eso la víctima caía en una especie de coma febril, lo que presumiblemente quemaba ciertas partes de su cerebro y reforzaba la impresión de que se estaban levantando de entre los muertos cuando se alzaban en busca de carne fresca. Los síntomas del ataque del virus eran los mismos para todos, pero no la rapidez con que causaba estragos. Había visto al menos tres casos en los que la víctima se había convertido en una criatura sedienta de sangre a los pocos minutos de ser infectada, en la etapa que ella había empezado a llamar «tener cataratas». Una de las características comunes era que los ojos de todas las víctimas quedaban tapados por una capa de mucosa blanca parecida a la clara de huevo cuando se convertían definitivamente en zombis, y aunque el proceso de putrefacción comenzaba inmediatamente, algunos tardaban más que otros en descomponerse…
¿Y por qué demonios estás pensando en todo eso? Tu misión no incluye buscar una vacuna para esto, ¿verdad?
Suspiró y se agachó para frotarse los dedos de los pies. Aquello último era completamente cierto. De todas maneras, era algo en lo que merecía la pena pensar. Concentrarse en todo momento en permanecer viva era una tarea agotadora y absorbente. No tenía ocasión de considerar todas las circunstancias mientras se dedicaba a limpiar de zombis los pasillos. Estaba con los nervios de punta y necesitaba que su cerebro se despejara un poquito pensando en los aspectos más inquietantes y extraños de la misión.
Y existen algo así como un millar con los que distraerse… Trent, lo que Bertolucci puede o no puede saber… los STARS. ¿Qué demonios le ha ocurrido a todo ese equipo?
Por los artículos que Trent había incluido en el memorándum de información sobre su trabajo sabía que los STARS habían sido suspendidos de empleo y sueldo. Si tenía en cuenta lo que habían estado investigando, no hacía falta ser un genio para imaginarse que Umbrella se había encargado de quitarlos de en medio por descubrir parte, si no toda, su operación con armas biológicas. Probablemente, Umbrella ya se habría ocupado de eliminarlos por completo, eso si ellos no se habían escondido. Se preguntó si Trent había tenido algo que ver con la pequeña desgracia de los STARS, o si había intentado ponerse en contacto con ellos antes de lo ocurrido o después.
De lo que estaba segura era de que él no se lo diría. Trent era un auténtico enigma, sin duda alguna. Sólo había tenido un encuentro cara a cara con él, aunque se había puesto en contacto con ella varias veces antes de que Ada partiera hacia Raccoon City, sobre todo por teléfono. Lo curioso era que, aunque ella se jactaba de su capacidad para saber lo que pensaba y sentía la gente, no había tenido ni la más remota idea de qué era lo que realmente le interesaba a aquel tipo, para qué quería el virus-G o cuáles eran sus conexiones con Umbrella. Era obvio que tenía alguna clase de contacto con ellos, ya que sabía demasiado sobre el funcionamiento interno de la compañía, pero si ése era el caso, ¿por qué no tomaba su puñetera muestra propia y luego se marchaba? Reclutar a un agente exterior era la acción que llevaría a cabo alguien que no quisiese involucrarse, pero ¿involucrarse en qué? No era su deber preguntar por qué…[5]
Un buen principio para seguir en la vida: a ella no le pagaban por adivinar qué pensaba Trent. La verdad es que dudaba mucho que fuera capaz de adivinarlo aunque le pagaran por hacerlo: jamás había encontrado a nadie que tuviera una capacidad de autocontrol semejante a la de Trent. Cada vez que habían hablado o se habían encontrado, ella había tenido la sensación de que se reía por dentro, como si supiera algún secreto muy divertido sólo conocido por él. Y, sin embargo, no le había parecido arrogante ni prepotente. Era un tipo tranquilo, y su genialidad era tan natural que ella se había sentido un poco intimidada. Puede que ella no supiera sus motivos con precisión, pero había visto aquel tipo de humor calmado: era el rostro del auténtico poder, de una persona con un plan y con los medios para llevarlo a cabo.
Así que, ¿ha estropeado sus planes, cualesquiera que sean, el escape del virus? ¿O estaba preparado para esta contingencia? Puede que no lo haya planeado, pero no creo que la expresión «pillar desprevenido» esté en el vocabulario de Trent…
Ada se reclinó hacia atrás y giró suavemente su cabeza y su cansado cuello antes de bajarse de la mesa y ponerse de nuevo sus incómodos zapatos. Ya había descansado lo suficiente. No podía dedicarle más que unos pocos minutos a sus dolores e incomodidades, y tampoco creía que fuera a averiguar mucho más hasta que se marchase de Raccoon City. Todavía tenía un par de zonas que registrar en busca de Bertolucci antes de dirigirse a las alcantarillas, y había visto que las barricadas de la primera planta no eran tan sólidas como a ella le hubiera gustado. No le apetecía nada ver su camino interrumpido por un nuevo grupo de seres infectados procedentes del exterior.
También existían los pasillos «secretos» del ala este y las celdas de detención más allá del garaje de aparcamiento. Si no lograba encontrarlo en ninguno de esos dos lugares, tendría que admitir que había abandonado la comisaría y centrar sus esfuerzos en recuperar la muestra.
Decidió probar suerte en el sótano en primer lugar. Le parecía poco probable que él hubiera descubierto los pasillos secretos. Por lo que había leído en los informes, ni siquiera era un periodista lo bastante bueno como para encontrar su propio culo. Y si estaba escondido en las celdas de detención o cerca de ellas, no tendría que seguir dando vueltas por la comisaría, a la espera de la inevitable invasión de zombis. La entrada al subsótano se encontraba justo abajo, así que si no surgían complicaciones, podría dirigirse directamente hacia el laboratorio.
Ada salió de la oficina y frunció la nariz por la vaharada a podrido que la asaltó, empujada por el lento rotar de las aspas de los ventiladores del techo. En aquella estancia repleta de mesas tenía que haber unos siete u ocho cuerpos, todos ellos policías, y al menos los tres contra los que ella había disparado estaban ya bastante podridos…
¿No había cinco infectados todavía caminando cuando pasé antes por aquí?
Ada se detuvo un instante en el exterior de la gran estancia y miró de nuevo el estrecho pasillo que comunicaba con la escalera trasera. ¿Habían sido cinco? Sabía que había acabado con un par en su primera visita. Los demás habían sido demasiado lentos como para incomodarla, y ella creía que había visto cinco. Y sin embargo, sólo había tenido que acabar con tres cuando había regresado para tomarse un descanso.
Había chico. Puede que no esté en el mejor momento de mis facultades físicas y mentales, pero todavía sé contar.
No solía dudar de su capacidad para registrar mentalmente aquellos detalles, y el hecho de que se hubiera dado cuenta hacía sólo un minuto era una demostración de lo cansada que estaba. Dos días antes, se hubiera dado cuenta inmediatamente. No tenía forma alguna de saber si los otros cuerpos habían sido acribillados a balazos o simplemente se habían desintegrado por sí solos sin que ella se expusiera al contacto físico: estaban demasiado descompuestos, pero lo mejor era considerar que todavía quedaban unos cuantos supervivientes por el edificio.
Pero no por mucho tiempo, ya sea de un modo u otro…
No importaba si los zombis lograban entrar o no: Umbrella no tardaría mucho en actuar, si no lo había hecho ya. Lo que había ocurrido en Raccoon City era la peor pesadilla de cualquier accionista, y lo que Ada tenía muy claro era que Umbrella no iba a dejar de lado el problema. Probablemente ya habrían planificado un enorme desastre que lo borrara todo y luego le proporcionarían su propia historia a la prensa. También estaba segura de que intentarían recuperar una muestra del virus-G, el último descubrimiento de Birkin, antes de provocar el desastre que tenían preparado, lo que significaba que ella debía tener mucho cuidado. Al parecer, Birkin había mantenido bastante en secreto todo su trabajo, y Trent le había informado de que Umbrella finalmente no tardaría en enviar un equipo para recuperar la muestra, y con Raccoon City convertida en zona de guerra, aquella posibilidad había aumentado sus probabilidades de cumplirse.
Con suerte un equipo formado por miembros humanos. Puedo enfrentarme a eso. Pero con un Tirano… No necesito esas dificultades.
Ada se alejó de la estancia, caminando hacia la puerta cerrada que la llevaría a la escalera hacia el sótano. «Tirano» era el nombre en clave de una serie de investigaciones de Umbrella para obtener un arma biológica orgánicamente compleja, unos experimentos que comprendían las aplicaciones más destructivas del virus-T. Según Trent, los científicos de White Umbrella, los que trabajaban en los laboratorios secretos, habían comenzado las pruebas para crear una especie de sabueso humanoide, diseñado para perseguir un determinado olor o sustancia para el que se lo hubiera programado, todo ello con unas capacidades inhumanas y con un tesón implacable. Un perdiguero Tirano, un ser casi indestructible compuesto por carne podrida y mecanismos implantados de forma quirúrgica, exactamente lo que enviarían para encontrar algo así, por poner un ejemplo, como una muestra del virus-G…
En cuanto encontrara la muestra que quería Trent, saldría pitando de allí y se marcharía con su dinero a alguna playa lejana para beber margaritas[6]. Y no importaba lo que sintiera o dejara de sentir sobre ese asunto, ni cuántos inocentes habían muerto ni para qué quería Trent la muestra del virus-G. Ése era otro punto en la lista en el que no necesitaba pensar para realizar el trabajo.
Con sus defensas emocionales bien altas, Ada comenzó a bajar hacia el sótano para intentar encontrar al incómodo y problemático periodista.
Leon se ajustó las cinchas, de pie y delante del saqueado armario del sótano donde se guardaban las armas, mientras intentaba pensar dónde podía estar Claire en esos momentos.
Por lo poco que había podido ver hasta llegar al sótano, la comisaría no era tan peligrosa como había pensado. Hacía frío, apestaba, estaba fatalmente iluminada y había montones de cadáveres por los pasillos, pero no existía tanto peligro como en las calles. No era para dar saltos de alegría, pero se conformaba con lo poco que pudiera sacar de bueno de la situación.
Había matado a dos de sus colegas de uniforme y a una mujer con un uniforme de la patrulla de tráfico completamente hecho jirones en su camino hasta el sótano. A los dos policías les había disparado en la planta superior, y a la mujer fuera del depósito de cadáveres, a unos pocos metros de la pequeña habitación donde se guardaba el armamento de la policía de Raccoon City. Sólo tres zombis desde que había entrado en la comisaría, sin incluir los pocos que había logrado esquivar en las dependencias de los detectives, pero había pasado por encima de al menos una docena de cadáveres y había visto agujeros de balas en la mitad de ellos, justo a través de los ojos o directamente en mitad de la frente. Gracias al número de criaturas «liquidadas» con tanta limpieza y al número de armas que faltaban del armario, Leon tuvo la esperanza de que Branagh estuviese en lo cierto y de que hubiese supervivientes…
Marvin Branagh… que a estas alturas probablemente estará muerto. ¿Significa, eso que se convertirá en un zombi? Si Umbrella está realmente detrás de todo esto, entonces tiene que ser una especie de plaga o enfermedad. Son una compañía farmacéutica… Pero ¿cómo se contagia? ¿Es algo que se contagia por contacto directo, o sólo con respirar ya puedes…?
Leon dejó de pensar en eso. El sótano era un lugar fresco y húmedo, pero la sola idea de que podría infectarse con la enfermedad de los zombis lo hizo sudar. ¿Qué pasaba si toda Raccoon City todavía era zona de contagio y él había enfermado sólo con entrar en ella en el coche? Las atestadas estanterías del almacén parecieron echarse ligeramente sobre él, en un repentino ataque de ansiedad de proporciones épicas.
Sin embargo, antes de que el pánico tuviera siquiera tiempo de asentarse, una voz en su mente le recordó la realidad, y con ella llegó su aceptación, lo que le permitió dejar pasar de largo el miedo y el temor.
Si estás enfermo, estás enfermo. Puedes pegarte un tiro en la boca antes de llegar a ponerte realmente malo. Si no estás enfermo, tal vez sobrevives para contarles a tus nietos lo que está sucediendo. De todas maneras, probablemente ya no puedes hacer nada… excepto intentar comportarte como un buen policía.
Leon asintió suspirando. Ese plan era mejor que quedarse allí preocupándose de forma inútil, y ahora tenía el equipo necesario para llevarlo a cabo con mayores probabilidades. Alguien había abierto a balazos el cerrojo electrónico del depósito de armas, lo que le había ahorrado la necesidad de buscar la tarjeta de acceso o tener que abrirla a balazos él mismo. Era bastante obvio que la puerta exterior había sido forzada: los cerrojos y el tirador de la puerta estaban prácticamente destrozados. Había quedado desilusionado después del primer registro que había efectuado en el lugar, aunque lo más correcto sería decir descorazonado. No quedaba absolutamente ninguna pistola, y muy poca munición en los mellados cajones, pero al menos había encontrado una caja entera de cartuchos de escopeta y, después de una segunda y mucho más desesperada búsqueda, había descubierto una escopeta del calibre 12 oculta detrás de un montón de cajas. También vio un par de arneses de hombro para la Remington que acababa de encontrar, que todavía estaban colgados en la pared de enfrente, además de un cinturón de trabajo con una capacidad aún mayor que el que llevaba puesto. Incluso encontró una pequeña bolsa de cadera con capacidad suficiente para meter todos los cargadores de su Magnum.
Dio un apretón final al arnés y decidió que lo mejor era buscar en primer lugar en los lugares más obvios: cada uno de los pasillos que comunicaban con cada entrada. Regresaría en primer lugar a la sala de entrada, buscaría algo donde dejar un mensaje y…
¡Bam! ¡Bam! ¡Bam!
Unos disparos, y cercanos. El eco le indicó que se habían producido en el garaje que se encontraba justo al otro lado de donde él estaba. Leon desenfundó la pistola de un tirón y corrió hacia la puerta, donde perdió unos segundos preciosos forcejeando con el destrozado tirador.
El lugar estaba despejado, con excepción de la policía de tráfico muerta que se hallaba a la derecha, justo delante tenía la entrada al garaje, y Leon se apresuró a acercarse, recordándose a sí mismo que debía tener cuidado y avanzar con precaución para evitar que alguien armado con una pistola y completamente enloquecido por el temor le abriera un agujero de bala.
Poco a poco, echa un buen vistazo antes de seguir adelante, identifícate con claridad…
La puerta, en la pared de la derecha, estaba abierta de par en par, y cuando Leon asomó la cabeza por un momento, con el cuerpo protegido por la pared de hormigón, vio algo que lo sorprendió tanto que se olvidó por completo de que allí había alguien armado con una pistola. El perro. Es el mismo maldito perro.
Era imposible y, sin embargo, el animal tendido sin vida en el suelo en mitad del lugar repleto de coches tenía exactamente el mismo aspecto. Incluso con la breve visión que había tenido de él, el demonio con forma canina de aspecto pegajoso y con una piel húmeda, que había estado a punto de provocarle un accidente a diez kilómetros de la ciudad, podría ser de la misma camada que el que tenía delante. Bajo las chasqueantes luces de las bombillas fluorescentes que iluminaban el frío garaje lleno de manchas de aceite, Leon advirtió lo anormal que era ese perro.
No parecía haber nada en movimiento, y no se oía nada excepto el zumbido de las bombillas, así que Leon entró en el garaje, sin dejar de empuñar su Magnum, decidido a echarle un vistazo más detenido a la criatura… cuando vio un segundo perro al lado de un coche patrulla aparcado, tan muerto al parecer como el primero. Ambos estaban tendidos sobre pegajosos charcos de su propia sangre, con los miembros despellejados despatarrados.
Umbrella. Los ataques de los animales salvajes, la enfermedad… ¿Cuánto tiempo lleva toda esta mierda ocurriendo? ¿Y cómo lograron mantenerlo oculto después de todos aquellos asesinatos?
Lo que más lo confundía era el hecho de que Raccoon City no estuviese ya llena hasta los topes con el equipo de los servicios de apoyo. Puede que Umbrella hubiese sido capaz de mantener oculta su relación con los asesinatos «caníbales», pero ¿cómo habían podido impedir que los ciudadanos de Raccoon City llamasen para pedir ayuda al exterior de la ciudad?
Y ahora estos perros, como fotocopias el uno del otro… ¿quizás otra cosa que los de Umbrella han creado en sus laboratorios?
Frunciendo el entrecejo, dio otro paso hacia las criaturas parecidas a perros, sin gustarle ni un pelo las teorías de la conspiración que se estaban formando en su cabeza, pero sin ser capaz de desecharlas. Lo que le gustó aún menos fue el aspecto de las manchas de aceite que había en el suelo de cemento: tenían un color rojo oxidado, y había demasiadas como para poder contarlas. Se agachó para echar un vistazo desde más cerca, y estaba tan concentrado en no confirmar la terrible y creciente sospecha, que no oyó el disparo hasta que la bala pasó silbando a escasos centímetros de su cabeza.
¡Bam!
Leon se giró hacia la izquierda mientras levantaba la Magnum y gritaba, todo al mismo tiempo…
—¡No dispare!
Entonces vio que quien disparaba bajaba su arma. Era una mujer con un vestido rojo corto y unas medias negras que estaba de pie al lado de una furgoneta aparcada al lado de la pared más alejada. Comenzó a andar hacia él, contoneando sus bien formadas caderas, con la cabeza bien alta y los hombros echados hacia atrás, como si se encontrara en una fiesta de copas.
Leon sintió una momentánea oleada de ira al ver que mostraba tanta calma aun después de estar a punto de matarlo… pero, en cuanto ella estuvo un poco más cerca, descubrió que estaba más que dispuesto a perdonarla. Era preciosa, y mostraba una expresión de alegría genuina al verlo. Era una visión maravillosa después de ver tanta muerte.
—Lo siento mucho —se disculpó—. Cuando vi el uniforme, pensé que era otro de esos zombis.
De rasgos asiáticos, era bastante alta aunque de huesos delicados, y su pelo corto y espeso lanzaba unos atractivos destellos negros. Su voz profunda y melodiosa era casi un ronroneo, lo que provocaba un extraño contraste con el modo en que lo miraba. La ligera sonrisa en sus labios no parecía estar reflejada en sus ojos almendrados, que parecían estudiarlo a fondo.
—¿Quién es usted? —preguntó Leon.
—Ada Wong.
Aquel ronroneo de nuevo. Inclinó un poco la cabeza hacia un lado, sin dejar de sonreír en ningún momento.
—Me llamo Leon Kennedy —dijo por puro reflejo, sin saber qué decir o por dónde empezar—. Yo… ¿Qué está haciendo aquí abajo?
Ada señaló con un gesto de la barbilla la furgoneta que estaba a su espalda, un vehículo para el transporte de prisioneros de la policía de Raccoon City que estaba obstruyendo el paso a la zona de las celdas para detenidos.
—Vine a Raccoon City en busca de un hombre, un periodista llamado Bertolucci. Tengo razones para pensar que está en una de esas celdas de ahí atrás, y creo que puede ayudarme a encontrar a mi novio… —su sonrisa se desdibujó un poco mientras fijaba su mirada electrizante en los ojos de Leon—. También creo que sabe todo lo que ha pasado aquí. ¿Me ayudará a mover la furgoneta?
Leon estaba más que dispuesto a ayudarla si así podía conocer a ese periodista encerrado al otro lado de la pared, sobre todo porque podría contarles qué había ocurrido. No estaba seguro de cómo tomarse la historia de Ada, pero tampoco podía imaginarse ningún motivo por el que ella tuviera que mentir. La comisaría no era un lugar seguro, y estaba buscando supervivientes, exactamente lo mismo que él estaba haciendo.
—Sí, claro —le contestó, sintiéndose un poco desconcertado por su forma tan directa de hablarle, aunque fuera de un modo tan suave y tan dulce. Tenía la sensación de que ella había tomado el control de su encuentro, mediante alguna manipulación sutil pero deliberada que la había puesto al mando… y, por el modo tan desenfadado y despreocupado con el que se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la furgoneta, como si estuviese segura por completo de que él la seguiría, Leon se dio cuenta de que ella lo sabía de sobra.
No seas paranoico. También existen mujeres de carácter fuerte. Y cuanta más gente podamos encontrar, de más ayuda dispondré para encontrar a Claire.
Quizás había llegado el momento de dejar de hacer planes y de mantenerse a la expectativa. Leon enfundó su pistola y la siguió, con la esperanza de que el periodista estuviera donde Ada creía y de que todo comenzara a tener sentido de una vez.