9

Gracias a una furgoneta aparcada en el callejón situado detrás de la armería, la ruta directa de Leon hacia la comisaría se había convertido en unos cuantos desvíos a través de una cancha de baloncesto infestada de zombis, otro callejón y un autobús aparcado que apestaba por la gran cantidad de cadáveres que había en su interior. Era una pesadilla, resaltada por susurrantes aullidos, el hedor de la podredumbre y, en una ocasión, por una distante explosión que le hizo estremecer las piernas. Aunque se había visto obligado a disparar contra tres más de los muertos andantes y estaba hasta las cejas de adrenalina y de un sentimiento de horror, había logrado mantenerse de algún modo de una pieza gracias a la esperanza de que el edificio de la policía de Raccoon City sería un lugar seguro, de que allí se habría establecido algún tipo de gabinete de crisis, dirigido por la policía y con médicos, gente con autoridad dispuesta a tomar decisiones y a reunir el personal necesario. No era sólo una esperanza: era una necesidad. La posibilidad de que no quedara nadie vivo en Raccoon City con capacidad de mando era sencillamente impensable.

Cuando por fin salió a la calle que daba a la comisaría y vio los coches patrulla ardiendo, sintió que lo golpeaban en el estómago. Pero lo que realmente le arrebató toda esperanza fue la visión de agentes de policía gimoteantes y medio podridos, tambaleándose en mitad de las ondulantes llamas. Sólo había cincuenta o sesenta agentes de policía en la comisaría de Raccoon City, y al menos un tercio de ellos estaban atravesando los restos de los coches o se hallaban ensangrentados y tirados a menos de treinta metros de la entrada de la comisaría.

Leon se obligó a sí mismo a dejar a un lado su desesperación y a fijar su atención en la puerta que llevaba al patio delantero de la comisaría. No importaba si alguien había sobrevivido o no: tenía que aferrarse a su plan e intentar llamar por radio para conseguir ayuda… y también tenía que pensar en Claire. Si se concentraba en sus propios miedos sólo lograría hacer más difícil lo que debía llevar a cabo.

Corrió hacia la puerta, esquivando con agilidad a un agente de uniforme horriblemente quemado que tenía unos huesos ennegrecidos por únicos dedos. Cuando agarró el frío tirador metálico y lo empujó se dio cuenta de que cierta parte de su ser era cada vez más insensible a la tragedia, a la idea de que aquellos seres habían sido antaño ciudadanos de Raccoon City. Las criaturas que recorrían las calles no eran menos horribles por ello, pero el impacto emocional de todo aquello no podía soportarse durante mucho tiempo: había demasiados.

Gracias a Dios, no hay demasiadas por aquí.

Leon cerró la puerta con un fuerte empujón en cuanto pasó, y se apartó un sudoroso mechón de pelo de la frente al mismo tiempo que inspiraba profundamente una gran bocanada de aire casi fresco mientras registraba con la vista el patio. El pequeño y herboso parque a la derecha estaba lo bastante iluminado como para ver que por allí sólo deambulaban unas cuantas de aquellas criaturas que antes habían sido humanas, y que ninguna estaba lo bastante cerca de él como para ser una amenaza. También divisó las dos banderas que adornaban la fachada del edificio y que colgaban inertes en las inmóviles sobras. Aquella visión le hizo recuperar la esperanza que había perdido: al menos, pasase lo que pasase, por lo menos había logrado llegar a un lugar que conocía. Y ese sitio tenía que ser sin duda más seguro que las calles.

Pasó corriendo al lado de un trío de muertos que caminaba en círculos y los esquivó con facilidad. Eran dos hombres y una mujer, que habrían pasado con facilidad por seres humanos con vida si no hubiese sido por sus lamentos hambrientos y su paso trastabillante y sus movimientos descoordinados. Tenían que haber muerto hacía poco tiempo…

Sólo que no están muertos, porque la gente muerta no echa sangre por la boca cuando les disparas. Eso por no mencionar el hecho de dedicarse a ir dando vueltas intentando pegarle un mordisco a las demás personas

Los muertos no andan… y los vivos tienden a caer en redondo al suelo después de recibir varios impactos de una bala de calibre 50 y no soportan tener carne podrida pegada a los huesos. Las preguntas que todavía no había tenido tiempo de hacerse a sí mismo inundaron su mente mientras recorría al trote la distancia que lo separaba de los peldaños que lo llevarían a la entrada principal de la comisaría, unas preguntas para las que no tenía respuesta… pero que pronto descubriría, sin duda alguna. Estaba seguro de ello.

La puerta no estaba cerrada por dentro, pero Leon no se sorprendió por ello. Con todo lo que había pasado desde el momento que había llegado a la ciudad, supuso que lo mejor era procurar no sorprenderse en absoluto y mantener sus esperanzas al nivel más bajo posible. La abrió y entró, con la Magnum por delante y con el dedo en el gatillo.

Vacío. No había signo alguno de vida en la enorme sala de entrada del edificio de la policía de Raccoon City… y tampoco indicio alguno del desastre que había sufrido la ciudad. Leon abandonó sus intentos de no sorprenderse mientras cerraba la puerta a sus espaldas y se adentraba en el interior.

—¿Hola? —dijo en voz baja, pero el eco le devolvió la palabra como un suave susurro.

Todo tenía el mismo aspecto que recordaba de la última vez que había estado allí: tres plantas de un estilo arquitectónico clásico cubiertas de roble y mármol; una estatua de piedra de una mujer llevando un cántaro de agua en la parte inferior de la gran sala; una rampa a cada lado que llevaban a la oficina del recepcionista; el símbolo de la policía de Raccoon City, que brillaba débilmente, como recién pulido, bajo la difusa luz de las lámparas de las paredes y que estaba en el suelo, justo delante de la estatua.

Ningún cuerpo, nada de sangre… Ni siquiera un casquillo de bala. Si aquí se ha producido un ataque, ¿dónde demonios están las pruebas?

Leon comenzó a subir por la rampa de la izquierda, sintiéndose intranquilo por el profundo silencio que reinaba en la enorme sala. Se detuvo al llegar al mostrador de recepción y asomó el cuerpo por encima de él: excepto por el hecho de que no había nadie atendiendo a los recién llegados, todo parecía estar en su sitio y no había nada fuera de lo normal. Vio un teléfono en la mesa de detrás del mostrador, y tomó el auricular, colocándoselo entre el hombro y la oreja mientras pulsaba los números con unos dedos que le parecieron fríos y distantes. Ni siquiera oyó el tono habitual: sólo los latidos de su propio corazón, martilleando con fuerza.

Dejó el auricular de nuevo en su sitio y se giró para no perder de vista la amplia sala mientras decidía hacia dónde dirigirse en primer lugar. Por mucho que deseara encontrar a Claire, antes también quería, y de forma desesperada, unirse a otros policías. Había recibido la copia de un memorándum de la policía de Raccoon City en el que se informaba de la reubicación de numerosos departamentos, pero la verdad es que aquello no tenía mucha importancia: si quedaban policías en el interior del edificio, no estarían precisamente preocupados por mantenerse cerca de las mesas de sus despachos.

Vio tres puertas que salían de la gran sala de entrada y que llevaban a diferentes partes de la comisaría, dos en la parte oeste y una en la parte este. De las dos que daban al oeste, una llevaba a través de una serie de salas y pasillos hacia la parte trasera del edificio, más allá de una hilera de oficinas de archivos y de una sala de reuniones; la segunda conducía a las oficinas de los agentes de uniforme y a los vestuarios, que a su vez estaban comunicados con un pasillo que llevaba a unas escaleras que daban a la segunda planta. La puerta que daba al este, bueno, de hecho, toda la parte este del edificio estaba dedicada a los despachos de los detectives: oficinas, cuartos de interrogatorios, una sala de prensa… También había un acceso a la planta sótano y otra escalera que llevaba al exterior del edificio.

Claire probablemente habrá entrado por el garaje… o por las escaleras de atrás que llevan al tejado…

O podía haber dado la vuelta y haber entrado por la misma puerta que él, eso suponiendo que hubiese logrado llegar hasta la comisaría. Podía estar en cualquier sitio. Y si tenía en cuenta que el edificio casi ocupaba el mismo espacio que una manzana de pisos, tenía mucho terreno que registrar.

Por fin decidió que tenía que empezar por algún lado, así que se dirigió hacia la zona de los policías de uniforme, donde estarían los agentes de a pie y su propio armario personal. Era una elección al azar, pero allí era donde más tiempo había pasado en sus anteriores visitas a la comisaría, entre las distintas entrevistas y las revisiones de los horarios de los turnos del trabajo. Además, era la parte del edificio más cercana, y el silencio de cementerio de la gran sala estaba comenzando a atemorizarlo.

La puerta no estaba cerrada con llave, y Leon la abrió con lentitud, conteniendo la respiración con la esperanza de que la habitación estuviese tan tranquila y despejada como la sala de entrada. Pero lo que vio fue la confirmación de sus primeros y peores temores: las criaturas habían pasado por allí… y se habían cebado con ganas.

La gran estancia estaba arrasada, con las mesas y las sillas hechas pedazos y sus restos esparcidos por todos los rincones. Las paredes estaban decoradas con largas chorreones de sangre seca, como grandes brochazos, y también había grandes manchas rojas y señales de arrastre con la misma sustancia en el suelo, que llevaban hasta…

—Oh, leches…

El policía estaba sentado con la espalda apoyada sobre los armarios personales situados a la izquierda, con las piernas abiertas y separadas de par en par y medio tapadas por una mesa derribada y rota. Al oír la voz de Leon, levantó débilmente una pistola, empuñada por una mano temblorosa, y apuntó con ella hacia donde se encontraba Leon… pero la bajó inmediatamente, como si el esfuerzo lo hubiera dejado exhausto. Su vientre estaba cubierto por completo con sangre fresca, y sus rasgos oscuros estaba retorcidos por el dolor.

Leon se acercó en dos zancadas, se agachó a su lado inmediatamente y le tocó con suavidad en el hombro. No podía ver la herida, pero por la cantidad de sangre que había estaba claro que era muy grave.

—¿Quién eres? —le preguntó el policía con un susurro.

El tono suave y casi somnoliento de su voz atemorizó a Leon tanto como la herida todavía sangrante y la mirada vidriosa de sus ojos: el hombre estaba perdiendo la vida con rapidez. Nunca habían sido formalmente presentados, pero Leon ya le había visto con anterioridad. Le habían hablado del joven policía negro como de un tipo muy inteligente que se estaba haciendo acreedor con mucha rapidez del ascenso a detective.

Marvin. Marvin Branagh…

—Soy Kennedy. ¿Qué ha pasado? —le preguntó sin bajar la mano del hombro de Branagh. La piel del agente desprendía un calor enfermizo a través de la camisa hecha jirones.

—Hace unos dos meses —dijo Branagh con un hilo de voz—… los asesinatos caníbales… los STARS descubrieron zombis en la mansión del bosque…

Tosió débilmente, y Leon pudo ver una pequeña burbuja de sangre formarse en una de las comisuras de sus labios. Leon pensó en decirle que se tranquilizara y que descansara, pero la mirada fija y perdida de Branagh lo hizo desistir: era evidente que el policía estaba decidido a contarle lo que había ocurrido, le costase lo que le costase.

—Chris y los demás descubrieron que Umbrella estaba detrás de todo el asunto… Arriesgaron sus vidas por nosotros y nadie les creyó… y luego ocurrió esto.

Chris… Chris Redfield. El hermano de Claire.

Leon no había relacionado aquellos hechos, aunque sabía algo de los problemas que habían tenido los STARS en la ciudad. Sólo conocía algunos retazos del asunto: la suspensión de empleo y sueldo de los miembros de la Escuadra de Rescate y Tácticas Especiales, después de que se los acusara de negligencia durante la investigación de los casos de asesinatos, había sido la razón de la contratación de más policías para la comisaría de Raccoon City, entre ellos, él. Incluso había leído los nombres de los famosos miembros de los STARS en uno de los periódicos locales, junto a unos historiales de su carrera realmente impresionantes…

Y Umbrella es la que en realidad dirige esta ciudad. Se ha producido algún tipo de escape químico, algo que intentaron ocultar echándole la culpa a los de STARS y librándose así de ellos…

Todo aquello pasó por su mente en una fracción de segundo, y en ese instante, Branagh tosió de nuevo, pero con menos fuerza aún que antes.

—Aguanta un momento —dijo; miró con rapidez alrededor en busca de algo con lo que detener la tremenda hemorragia, mientras se fustigaba en su fuero interno por no haberlo hecho antes.

En uno de los armarios que se hallaba cerca de Branagh, parcialmente abierto, vio una camiseta arrugada tirada en el fondo. Leon la recogió del suelo y la dobló de forma desigual, apretándola contra el estómago de Branagh. El policía colocó una de sus ensangrentadas manos sobre aquel vendaje improvisado, y cerró los ojos cuando comenzó a hablar de nuevo con voz entrecortada.

—No… te preocupes por mí. Hay… tienes que intentar rescatar a los supervivientes…

La resignación en la voz de Branagh era terriblemente evidente. Leon meneó la cabeza, incapaz de aceptar la realidad, deseoso de hacer algo para aliviar el dolor de Branagh, pero el policía herido se estaba muriendo y no había nadie a quien pedirle ayuda.

No es justo. Esto no es justo.

—Vete —pidió Branagh con un susurro y con los ojos todavía cerrados.

Branagh tenía razón: Leon no podía hacer otra cosa, pero no se movió, no pudo moverse durante unos momentos… hasta que Branagh alzó de nuevo su arma, apuntándolo con un repentino arranque de energía que le proporcionó a su voz un tono de mando.

—¡Vete de una vez! —le ordenó, y Leon se puso en pie, preguntándose si él sería tan altruista si se encontrara en la misma situación mientras intentaba a la vez convencerse de que Branagh lograría salir adelante.

—Volveré —dijo con firmeza, pero el brazo de Branagh ya había caído, y su barbilla estaba apoyada sobre su jadeante pecho.

—Rescata a los supervivientes.

Leon retrocedió hacia la puerta, tragando saliva mientras se esforzaba por aceptar un cambio de planes que podría causarle la muerte, pero que no podía rechazar. Hubiera tomado posesión de su cargo o no, era un policía. Si existían otros supervivientes, su deber moral y cívico era intentar encontrarlos y ayudarlos.

Había un almacén de armas en el sótano, cerca del garaje de aparcamiento. Leon abrió la puerta y pasó de nuevo a la sala de entrada, rezando para que los armarios del almacén estuviesen bien provistos… y que quedase alguien con vida para ayudarlo.