LEYENDAS URBANAS
Bulos con historia
- La historia de la chica de la curva es sólo el más conocido de todo un gigantesco conjunto de relatos populares que ha conformado un nuevo folclore y que los expertos denominan «leyendas urbanas».
- La expresión «leyenda urbana» (del inglés «urban legend») surgió en los años setenta y ochenta entre los folcloristas norteamericanos para designar las anécdotas de la vida moderna contadas como verdaderas pero que en realidad son falsas o dudosas.
- Hay leyendas urbanas que han alcanzado la categoría de mito. Hace mucho que se comenta la existencia de una nutrida colonia de cocodrilos viviendo en el sistema de alcantarillado de la ciudad de Nueva York.
- Las recetas para evitar dar positivo en un control de alcoholemia son un subgénero sumamente prolífico, y así miles de correos electrónicos han circulado por la Red sugiriendo soluciones increíbles.
- Una de las folcloristas más importantes y que con mayor profundidad ha estudiado las leyendas urbanas es la canadiense Edith Fowke, de la Universidad de York, que a finales de la década de los setenta descubrió que el horror era un ingrediente esencial en la mayoría de estos relatos.
La leyenda, como forma de narración surgida espontáneamente y transmitida de forma oral, no es algo propio de tiempos remotos, sino un género literario que en la actualidad goza de extraordinaria salud. De hecho, a sabiendas o sin saberlo, con cierta frecuencia los medios de comunicación terminan haciéndose eco de alguno de estos relatos. Si no, tampoco pasa nada, el boca a boca e Internet colaboran para que estos relatos continúen circulando impunemente por todo el planeta.
Una nueva generación de descabellados relatos circula por el mundo. Antes, lo hacían por carta o de boca en boca. En la era de Internet estos rumores dan la vuelta al mundo con billete de primera, directos a nuestros ordenadores. Son las leyendas urbanas y su origen sigue siendo un misterio. La mayoría lleva circulando desde hace mucho tiempo, como el caso de la autoestopista fantasma, también conocida como la chica de la curva. Según algunos especialistas, ésta es una de las historias más antiguas de Europa. En la actualidad, la historia viene a ser como sigue:
Una pareja viaja de noche por una carretera cuando ven a una jovencita haciendo autoestop. El aspecto angelical e inofensivo de la muchacha les anima a recogerla, así que frenan y le indican que suba al asiento de atrás. Tras las presentaciones, el conductor no puede por menos que preguntar:
—¿Qué hace una chica como tú sola en la carretera a estas horas?
La joven sonríe.
—Es una historia demasiado larga. —A la pareja le impresiona la voz de la chica. Es dulce, pero dotada de una extraña cualidad, de un armónico oculto que la hace sonar como algo irreal—. Por favor, llévenme a casa. Se lo explicaré todo allí.
La dirección que les da les queda de paso, así que aceptan llevarla aunque sin mucha intención de quedarse a escuchar su historia. Apenas han avanzado un kilómetro cuando la chica vuelve a hablar:
—Por favor tenga cuidado en aquella curva. Es muy peligrosa y ha habido muchos accidentes en ella.
Al llegar a la citada curva el conductor aminora la marcha y puede comprobar que el trazado es mucho más cerrado de lo que parecía a simple vista, aparte de estar mal peraltada. Se trata de una curva realmente peligrosa.
El trayecto prosigue sin más incidentes hasta que al final llegan a la dirección indicada y el conductor se gira para decirle a su pasajera que ya han llegado. La sorpresa de la pareja es mayúscula al comprobar que el asiento de atrás está vacío. La única forma de resolver el misterio es preguntar en la dirección que ella les ha indicado, así que llaman repetidas veces al timbre de la casa, confusos por lo extraño de la situación. Tras unas cuantas llamadas, finalmente, la puerta se abre y aparece tras ella un hombre de pelo gris y aspecto entre triste y cansado. La pareja le cuenta la historia y le pregunta si conoce a la chica. La respuesta no puede ser más chocante:
—Esto mismo ha pasado otras veces, siempre los sábados por la noche. Ya sé que es difícil de creer, pero ustedes lo acaban de ver con sus propios ojos. Esa chica que recogieron era mi hija, aquí está su fotografía. Falleció hace cuatro años en un accidente automovilístico en esa misma curva en la que les advirtió que tuvieran precaución.
Ni que decir tiene que la leyenda es completamente falsa. Lo realmente curioso de esta leyenda es que existe desde mucho antes de la invención del automóvil, habiéndose registrado versiones en trenes de vapor e incluso diligencias. De hecho, según algunos especialistas en folclore, ésta es una de las historias más antiguas que circulan por Europa, tan antigua que incluso se encontraría recogida en la Biblia, donde se habla de un etíope que recoge en su carroza a un hombre, el apóstol Felipe, que le bautiza y después desaparece tan misteriosamente como nuestra chica de la curva.
Uno de los temas más populares dentro de las leyendas urbanas españolas relacionadas con el automóvil es el relativo a formas más o menos caseras de evitar las sanciones de tráfico en sus diferentes modalidades. Para pasar sin problemas el control de alcoholemia, en los mensajes de correo electrónico podemos encontrar técnicas tan peregrinas como ponernos un grano de café bajo la lengua, tomarnos un lingotazo de Licor del Polo o tragarnos un antiácido que como por ensalmo hará que los cuatro cubatas que nos hemos bebido desaparezcan de nuestro organismo sin dejar rastro. Tomemos lo que tomemos, si hemos bebido por encima del límite establecido, nos tocará hacer frente a la sanción pertinente.
Los radares de tráfico también son objeto de peculiares inventos que buscan evitar que seamos objeto de la tan temida «foto». En este caso, la inventiva popular aporta soluciones tan originales como la de rociar la matrícula con laca para que brille y no salga en las fotos del radar o colocar un CD en la bandeja trasera para que nos sirva de escudo que refleje el destello del flash de la Guardia Civil. Por cierto, que la propia benemérita recuerda que, aparte de ser completamente inefectivas, todas estas prácticas están prohibidas y son objeto de sanción.
Para terminar, y ya que hemos hablado de discos, desmentir el bulo que afirmaba que en cualquier momento la Guardia Civil estaba facultada para exigirnos que le enseñáramos los discos que llevamos en el coche, y que en caso de ser copias piratas, nos impondrían una fuerte sanción que sólo sería levantada si podíamos presentar los originales en el plazo de tres días. Los que lleven en su vehículo algún material procedente del «topmanta» pueden respirar tranquilos. No existe ninguna normativa en este sentido.
Nuestros amigos los animales
Una de las leyendas urbanas de animales más extendida hace referencia a una familia (en algunas versiones es una adorable ancianita) que va a México a disfrutar de unas merecidas vacaciones. Una de las cosas que más le sorprende es comprobar que la mayor parte de los perros callejeros son pequeños chihuahuas. Como suele suceder, el pequeño de la familia se encariña con uno de estos animales, una criaturita de aspecto frágil y bondadoso ante la que no puede resistir la tentación de recogerlo y llevarlo al hotel donde se alojan. A pesar de la reticencia del padre, finalmente deciden adoptarlo y traerlo consigo en su viaje de regreso a España.
Ya en casa, la familia se vuelca a mimar a su nuevo perrito. El único que parece no estar demasiado conforme con la situación es el gato de la casa, celoso de las atenciones que recibe el nuevo inquilino. Una noche, la familia es despertada por un tremendo escándalo procedente de la cocina. Al encender la luz, descubren al perrito cubierto de sangre junto al cadáver destrozado del gato. Todos suponen que este último ha atacado finalmente a su odiado competidor, el cual se ha defendido con inesperada eficacia.
Al cabo de unas semanas, la familia descubre que su amado perrito está sufriendo una inexplicable metamorfosis. Sus uñas han crecido desmesuradamente, su hocico es cada vez más afilado y su cola, más larga. Asustados, deciden llevar al animal al veterinario. Podemos imaginarnos la cara que ponen los miembros de la familia cuando el doctor les dice que su perrito es en realidad un ejemplar de una especie de rata gigante originaria de Centroamérica.
Llama la atención comprobar que cuando esta leyenda se cuenta en el extranjero, en muchas ocasiones el lugar de procedencia de la rata es España (qué le vamos a hacer). En nuestro país, esta historia comienza a relatarse a mediados de los ochenta, época que coincide con el comienzo del turismo masivo de españoles hacia México y el Caribe. La clave psicológica de esta leyenda urbana es la xenofobia, y su mensaje es claro: «Las cosas del extranjero deben quedarse en el extranjero», lo que incluiría a las personas. Existen pocas alegorías xenófobas tan claras como la del adorable y noble perrito que al pisar nuestro país se convierte en una rata asesina, despreciable y portadora de vaya usted a saber qué enfermedades.
Entre las leyendas históricas que alcanzan la categoría de mito se encuentra, como antes mencionamos, la de la colonia de cocodrilos que habita en las alcantarillas de Nueva York. La presunta razón de esta insólita proliferación se encuentra en la moda de comprar pequeños caimanes como mascota que, al perder con los años su cándido aspecto de lagartijas con el hocico afilado, terminan invariablemente realizando un viaje sin retorno a la red de alcantarillado a través del retrete. La historia es antigua y parece que en los años treinta ya se comentaba algo parecido, recogiéndose en algún libro la surrealista historia de una cacería de caimanes en el subsuelo de la urbe estadounidense. Es cierto que en la agitada historia de la ciudad de los rascacielos ha habido varios casos de incidentes con saurios escapados de zoológicos o fincas privadas, incluso uno de ellos decidió refugiarse en las cloacas, pero de ahí a una colonia de cocodrilos subterráneos hay, nunca mejor dicho, un abismo.
Mis terrores favoritos
Mucho tendrían que aprender guionistas y escritores del género macabro de la capacidad de la imaginación popular a la hora de crear relatos estremecedores. Es notable, en este sentido, la historia que circula con relativa frecuencia en convenciones y reuniones de hombres de negocios que cuenta cómo un ejecutivo, que se encuentra tomando tranquilamente una copa en el bar de un hotel, es abordado por una bella mujer que tiene la evidente intención de mantener una aventura amorosa con él. El tipo, a pesar de estar casado, no desperdicia la ocasión y se lleva a la bella desconocida a la habitación. A la mañana siguiente, la desconocida ha desaparecido, pero ha dejado en el espejo del cuarto de baño un mensaje escrito con lápiz de labios: «Bienvenido al maravilloso mundo del sida». Se trataba de una amargada enferma de sida que había jurado contagiar la enfermedad a todo hombre que se cruzara en su camino.
A pesar de que eventualmente han surgido episodios en diversos países de intentos premeditados de contagiar el sida a terceros, en esencia, esta historia es un mero invento destinado a subrayar el peligro de contagio del sida al mantener relaciones promiscuas.
Igualmente sexuales son las fuentes de las que beben el sinnúmero de historias que relatan el asesinato de una pareja mientras se encuentran en pleno escarceo amoroso. Lo más habitual es que se trate de una joven pareja de novios que se encuentra compartiendo su intimidad en el interior de un automóvil aparcado en algún rincón apartado, de esos que suelen frecuentar los enamorados. Una vez que han terminado, el chico descubre con sorpresa que el automóvil no arranca. Tras una corta discusión, deciden que el muchacho vaya a buscar ayuda mientras ella se queda en el coche con las puertas aseguradas. Según va pasando el tiempo sin que su novio regrese, la muchacha se va alarmando cada vez más. La imaginación se le desboca y se siente acosada por todo tipo de sonidos y sombras amenazantes. Durante toda la noche permanece acurrucada en el interior del automóvil, escuchando aquellos amenazantes sonidos sin que nadie aparezca a rescatarla. Al amanecer, finalmente, llega al lugar una pareja de la Guardia Civil, que saca a la muchacha del coche y la aleja del lugar advirtiéndole que no debe mirar hacia atrás. Pero, como todos sabemos, desde la mujer de Lot u Orfeo hasta nuestros días, nadie a quien se le haya hecho esta advertencia ha dejado de mirar precisamente hacia donde no debía. Es inevitable, forma parte de la naturaleza humana. Allí, justo encima del coche, colgando de una rama, se encuentra el cuerpo sin vida y horriblemente mutilado de su novio. En algunas versiones de la historia, el pelo de la chica se vuelve automáticamente blanco de la impresión.
Diversas variaciones sobre este tema circulan por todo el mundo desde los años sesenta. Los elementos que cambian dependen de la época o de la ubicación geográfica pero, en esencia, la historia es siempre la misma.
Una de las variantes más terribles de este relato es aquella en la que lo que aparece sobre el techo del coche es la cabeza del novio desaparecido. Un ámbito en el que este tipo de relatos se ha hecho muy popular es en las acampadas. No es de extrañar, ya que se trata de una historia que se presta que el que la relata añada toda suerte de elementos de su propia cosecha, como sonidos inquietantes, etc. Es de suponer que estos relatos populares tengan alguna relación con una tradición sustentada en los guiones de las películas de terror, según los cuales la pareja que hace el amor en pantalla muere indefectiblemente. El detalle de no mirar hacia atrás, se trate de esta leyenda o del relato de la mujer de Lot, tiene que ver con la ruptura de los tabúes.
Leyendas de la pantalla
Por su eficacia narrativa, su imaginativa morbosidad y su carencia de derechos de autor, no debemos extrañarnos de que los guionistas de cine (y muy especialmente los de cine de terror) empleen desde hace tiempo las leyendas urbanas como una socorrida fuente de inspiración. Podríamos hacernos eco de numerosos ejemplos de cómo estas historias se han visto reflejadas en la gran pantalla, bien como argumento principal o bien como episodio o digresión paralela al desarrollo de la trama. La naturaleza siniestra de las leyendas urbanas transpira por todos los poros de las obras pertenecientes al subgénero llamado slasher, que se caracteriza por ser una sucesión de asesinatos más o menos imaginativos y siempre sangrientos hilados por una trama muy tenue. Las exitosas series Halloween, Viernes 13 o Pesadilla en Elm Street no son sino la expresión fílmica de estas leyendas, cuyo espíritu ha sido magistralmente captado por directores como Wes Craven. No es por tanto de extrañar que tanto estas películas como las leyendas en que se inspiran hayan tenido tradicionalmente el mismo público: los adolescentes.
En 1988, Edith Fowke, de la Universidad de York y estudiosa del folclore, ofrecía una definición de las leyendas urbanas de la que se desprende que el terror está estrechamente vinculado a esta clase de narraciones: «Truculentos relatos de desventuras o extraños sucesos, (…) usualmente contados como cosa cierta y sucedidos a alguien del vecindario».[14]
Muchos de los anteriores relatos seguramente son conocidos por los lectores, que se preguntarán cómo es posible que historias tan viejas y reputadas como falsas puedan continuar en circulación. Ello es posible gracias a que, por mucho que se propague una leyenda urbana, siempre habrá alguien que no la conozca y esté dispuesto a creerla, en especial entre adolescentes, uno de los núcleos de población en los que estos relatos circulan con mayor profusión.
No obstante, existen algunas historias morbosas que han alcanzado un estatus que va más allá de la simple perpetuación y llegan a calar hondo en el tejido social e incluso a transformarlo. Tal es el caso de los rumores sobre la presunta existencia de cultos satánicos, con numerosos miembros y organizados, entre cuyas actividades se encontraría el sacrificio de seres humanos. Salvo alguna excepción, que podría encuadrarse dentro de lo anecdótico, la existencia de estos grupos es una mera patraña, mezcla de paranoia social, leyenda urbana y miedo alentado por unos medios de comunicación más preocupados por multiplicar sus audiencias a base de morbo que por difundir informaciones veraces. Ello no ha sido óbice para que en diversos países se gastara mucho dinero de los contribuyentes en la investigación de este tipo de grupos, así como en la promulgación de legislaciones específicas contra una amenaza inexistente.[15]
En el fondo, las leyendas urbanas de horror son un espejo en el que se reflejan los miedos de la sociedad. Entre esos miedos, el tráfico y consumo de drogas ocupan un lugar muy significativo que tiene su justa contrapartida en el terreno de las leyendas urbanas. Una de las primeras, que podemos datar a comienzos de la década de los sesenta, narra cómo un grupo de estudiantes, bajo los efectos del LSD, perdió la vista por mirar fijamente al sol durante varios minutos impulsados por la euforia y las alucinaciones. Las historias de «canguros alucinadas» que acaban cocinando a los bebés que cuidaban o traficantes que utilizan cadáveres como método para transportar drogas[16] forman parte del terrorífico folclore asociado a los narcóticos.
En este caso, es especialmente grave que los principales promotores de este tipo de fantasías, y de la alarma social que conllevan, sean las instituciones públicas y privadas implicadas en la lucha contra el tráfico y consumo de drogas, que podrían ver seriamente comprometida su credibilidad si fueran descubiertas por los medios de comunicación.
Elefantes y otras desgracias inverosímiles
Los accidentes son uno de los principales focos de generación de leyendas. Esta temática, como muchas otras del ámbito de las leyendas urbanas, presenta en ocasiones tintes marcadamente racistas. Se dice, por ejemplo, que los gitanos, ante un accidente de tráfico provocado por ellos o ante un control policial que pudiera descubrir la circunstancia de que están circulando sin el preceptivo carné, intentan evitar que caiga sobre ellos el peso de la ley mediante una imaginativa y sencilla artimaña: el conductor del vehículo se coloca precipitadamente en el asiento del copiloto o en el de atrás, haciendo ver que él en realidad es un simple pasajero. Cuando la policía se acerque y pregunte por el conductor, el astuto gitano afirmará que éste ha salido corriendo.
Otras leyendas urbanas referidas a los accidentes son ciertamente macabras, como la que sostiene que el INSERSO organiza accidentes de autocar para que no se desborde el número de pensionistas. En esta historia se hermanan los dos géneros más populares de la nueva tradición oral: la leyenda urbana y la teoría de conspiración. El argumento que usan los defensores de esta teoría no deja de tener cierta lógica, a pesar de que se trate absolutamente de un delirio paranoico.
Con las nuevas tecnologías y avances de la medicina, todos los años aumenta la esperanza de vida de nuestros ancianos. A la mejora de esta calidad de vida ha contribuido considerablemente el INSERSO, que facilita una serie de actividades de ocio para los mayores. La más popular y conocida de estas actividades son los viajes a precio de coste durante temporadas en las que el escaso movimiento turístico permite una mejor atención de los ancianos en las instalaciones hoteleras. Sin embargo, este paradisíaco panorama tiene un reverso: el problema del sostenimiento de las pensiones públicas, un sistema que no estaría preparado para hacer frente a la creciente longevidad de los ciudadanos. Consciente de la catástrofe financiera que se avecina para las arcas públicas, el INSERSO pone en marcha el plan B: la Operación Accidentes, un maquiavélico plan para aliviar la presión sobre las arcas públicas.
Si increíble nos puede parecer que haya quien dé credibilidad a esta historia, mucho más nos lo parecerá esta otra leyenda urbana recogida por el periodista Tom Buckley en un artículo publicado en The New York Times el 5 de mayo de 1975. La peculiar peripecia se inicia cuando una mujer aparca su flamante Volkswagen «escarabajo», rojo cereza, en el parking del neoyorquino Madison Square Garden, con la intención de comprar unas entradas para el circo. Mientras la mujer estaba pacientemente haciendo cola en la taquilla, en el aparcamiento entró un elefante, al que sus cuidadores habían sacado a pasear. De todo el mundo animal, la mente del elefante es una de las más enigmáticas, así que me temo que nunca sabremos qué ignoto mecanismo cerebral llevó al paquidermo a asociar el utilitario con el taburete en el que se sentaba todas las noches como parte de su número. De lo que no cabe la menor duda es que el elefante debía de estar magníficamente adiestrado ya que, una vez identificado el objeto, hizo lo que se suponía que tenía que hacer: plantar sus enormes posaderas sobre el vehículo, hundiéndole completamente el techo. Ante las lógicas protestas de la mujer, los responsables del circo le proporcionaron un atestado en el que se contaba lo ocurrido con todo lujo de detalles y se comprometieron a pagarle la factura del chapista. Sin embargo, el día de aquella mujer estaba marcado para resultar como mínimo poco corriente. Cuando regresaba a su casa, la policía, extrañada por el lamentable estado del vehículo, la detuvo sospechando que había tenido un accidente y se había dado a la fuga. Afortunadamente, nuestra protagonista contaba con el atestado del circo, con el que podría demostrar su inocencia y evitar ser sometida a la prueba de la alcoholemia. De la cara de los policías al leer el informe referente al elefante no sabemos nada.
La pista del elefante
El periodista Tom Buckley comprobó en sus propias carnes lo frustrante que puede ser intentar localizar la fuente de una leyenda urbana. Cuando quiso contrastar aquella extravagante noticia, como marca la buena práctica periodística, se encontró con una cadena interminable de amigos de amigos sin que nadie pudiera dar cuenta de los datos reales de la propietaria del vehículo. La historia del elefante, que si uno la imagina visualmente no deja de tener su punto divertido, se ha universalizado de tal manera que resulta difícil concretar en qué orilla del Atlántico nació.
Un relato del periódico France-Soir del 8 de marzo de 1963, por ejemplo, recoge una surrealista versión de esta leyenda que los franceses ubican precisamente en nuestro país. En ella, un guardia urbano sopla imprudentemente su silbato cerca del lugar donde se encuentra el inevitable elefante. El animal, tomando el pitido por una de las señales de su domador, se sube al primer coche que encuentra y comienza a ejecutar, con pericia y entusiasmo, los bailes que formaban parte de su número. Los empresarios circenses, hábiles como pocos para aprovechar el potencial publicitario de las imágenes, ya han usado alguna vez en su cartelería el icono del elefante encaramado al Volkswagen.
Existen otras historias de accidentes en las que el propósito moralizante es más que evidente. A los autores de leyendas urbanas los ligues fáciles son un tema que no les suele agradar, como se desprende de la historia de un chico que va conduciendo solo por la carretera y tiene un accidente contra otro coche conducido por una chica muy atractiva. A pesar de la violencia del impacto, ninguno de los dos ha sufrido el menor rasguño, un hecho afortunado que linda con lo milagroso. Los coches, sin embargo, no han salido tan bien parados y con toda seguridad ambos serán dados como siniestro total por las respectivas compañías de seguros. Al contrario de lo que pudiera suponerse, la chica no está enfadada y se dirige al conmocionado muchacho en estos términos: «¿Estás bien? Sí, estás bien. Y yo también. No tenemos ni un rasguño. Esto debe de ser cosa del destino. El destino nos ha unido. Es una señal».
El chico sacude la cabeza con desconcierto ante el extraño giro que acaba de dar la situación. Sin embargo, después de mirar dos veces a la muchacha no puede por menos que reconocer que aquel accidente bien puede haber sido en realidad un golpe de suerte, así que le da la razón a la chica: «Sí, sí, debe de ser cosa del destino». La muchacha sonríe y, sin decir nada, se dirige de vuelta hacia los restos del coche, de donde recoge una botella de vino que milagrosamente ha salido del percance igual de ilesa que los conductores. «Creo que necesitamos un trago para pasar el susto y celebrar lo que vendrá a continuación». Él, nervioso como estaba, bebe bastante más de un trago, casi media botella. Sin embargo, cuando se la pasa a ella sucede algo que le desconcierta. La chica se acerca a lo que queda del coche de él y estrella la botella contra el volante: «Ahora esperaremos a que venga la policía…».
Todo lo narrado hasta ahora son casos muy particulares. En general, las leyendas urbanas en las que se recogen accidentes tienden, ante todo, a primar lo grotesco y a potenciar su parte cómica. Jan Brunvand, padre del estudio de las leyendas urbanas, denomina a este tipo de historias «Mack Sennetts», por su obvio parecido con las situaciones descacharrantes de tartazo y cachiporra que aparecían en las películas de este genio del cine mudo.
Si quisiéramos ver algún tipo de moraleja común a todas estas leyendas, ésta radicaría en demostrar la fragilidad de nuestro mundo de convenciones y formalidades. Una fragilidad que puede provocar que en cualquier momento nuestro pequeño universo se desmorone y seamos víctimas de las cómicas desdichas de las que tantas veces nos hemos burlado cuando era a otros a quienes les sucedían.
Muchos de estos relatos se aprovechan de un recurso narrativo bien conocido por los guionistas de humor: el efecto bola de nieve. Un pequeño acontecimiento, aparentemente sin importancia, termina desencadenando una sucesión de accidentes y/o malentendidos cada vez más graves y que desembocan en consecuencias mayores de las que serían de esperar del suceso inicial. Muchas de estas historias de bola de nieve tienen lugar en el hogar de la víctima. Son accidentes domésticos imposibles que nos avisan de que incluso en la aparente seguridad de nuestra propia casa deberíamos estar atentos ante el acecho de la desgracia. Una de ellas, la más famosa, es la que con centenares de variaciones se refiere a un retrete que explota a causa de la volatilidad de los productos de limpieza. Esta historia es especialmente inquietante ya que su protagonista está en el retrete, leyendo tranquilamente su periódico y fumando un cigarrito en ese momento de máxima intimidad del que disfrutan habitualmente miles de españoles. Pero ni siquiera ese último reducto de la privacidad está libre de la posibilidad de que nos alcance la catástrofe, como se lo recuerda amargamente al protagonista una súbita llamarada que le escalda las partes pudendas.
Pánico en la Red
Una gran parte de las leyendas urbanas actuales se centra en Internet y sus peligros. Un rumor que data de principios de los años noventa relata la desgraciada historia del striptease de una mujer, que se desnuda ante la cámara de su PC para enviarle la escena a su amante por correo electrónico a la oficina donde ambos trabajan. Sin embargo, un desgraciado fallo del sistema permite que todos los compañeros puedan disfrutar del espectáculo en sus pantallas. En este caso la historia tiene una moraleja que castiga a la mujer por su inmoralidad. Por otro lado, la leyenda hace referencia a los miedos que suscita Internet respecto a la idea de una futura «sociedad de la vigilancia» en la que la intimidad se vería seriamente comprometida.
En este sentido, conviene recordar que a principios del año 2000 la prensa de todo el mundo dio a conocer la existencia de la red de vigilancia planetaria Echelon, ideada y mantenida por la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense (NSA). Cibernautas de todo el mundo hicieron circular una cadena de mensajes donde se anunciaba que se pretendía saturar esta red, mediante el envió masivo de mensajes que contuvieran palabras susceptibles de ser interceptadas por Echelon, una iniciativa ciertamente ingenua pero que nos habla a las claras de la inquietud que genera en el público este tema.
Una de las leyendas urbanas que mejor ejemplifican este miedo a Internet es la que habla de la existencia de un asesino en serie que escoge a sus víctimas a través de la Red. Esta historia está vinculada a la inquietud que generan las nuevas formas de delito que surgen alrededor de las tecnologías informáticas (fraudes con tarjetas de crédito, estafas en los cajeros automáticos, engaños telefónicos, etc.). La leyenda culmina en la figura del ciberterrorista, que cuenta ya con un abundante folclore de leyendas urbanas propias que hacen referencia a todo tipo de desmanes que estos individuos estarían dispuestos a cometer de forma inminente.
Quizá el caso más evidente de cómo las leyendas urbanas que circulan por la red pueden llegar a contaminar a los medios de comunicación convencionales sea el de una página web satírica que ofrece «cazar mujeres» desnudas para después «montarlas» y que ha creado una leyenda urbana que ha sido tomada como verídica por numerosos medios. Hunting For Bambi (Cazando a Bambi) es una página que simula estar dirigida a hombres ávidos de emociones fuertes a quienes les ofrecen participar en cacerías de mujeres desnudas utilizando armas que lanzan proyectiles de pintura similares a los que se utilizan en los llamados «juegos de guerra».
Lo que nació como una simple broma no tardó en convertirse en una leyenda urbana a la que numerosos medios de comunicación otorgaron credibilidad. El primero de ellos fue una emisora de televisión de Las Vegas (Nevada, Estados Unidos), a la que siguieron Fox News y otras muchas. En España, entre los que tomaron por cierta la polémica actividad lúdica se encontraban periódicos y cadenas de radio y televisión de alcance nacional.
El virus gallego
En principio, esto no debería tener demasiada importancia. Lo que lo convierte en un problema es que los medios de comunicación utilizan cada vez más Internet como fuente primaria de información. No tenemos más que recordar una fotografía escalofriante que consiguió hacerse un hueco en algunos medios de comunicación mundiales. En la foto se ve a un joven arropado con un abrigo invernal, apoyado en la barandilla del mirador que está situado en una de las torres gemelas. Detrás de él, un avión se acerca a la torre en evidente rumbo de colisión. Esta imagen, aprovechada en su día, insistimos, por algunos medios de comunicación, es un fraude fácilmente demostrable. El avión de la foto es un Boeing 757 de American Airlines, mientras que el primero que se estrelló contra la torre era un Boeing 767. Además, el avión está perfectamente definido a pesar de encontrarse muy cerca de la torre y moviéndose a una velocidad cercana a los 800 kilómetros por hora. Ninguna cámara fotográfica es capaz de semejante foto. Existen otros muchos argumentos para desecharla: el mirador estaba cerrado a la hora del atentado, la orientación de la fotografía no coincide y la fecha tiene una definición inferior a la del resto de la imagen, lo que demuestra que fue añadida con posterioridad. Finalmente, el experto en fraudes Don Malcom consiguió encontrar la foto de donde se extrajo el avión, que se encuentra en www.airliners.net. Sin embargo, lo más tremendo de la foto es que, a pesar de todo lo dicho, el afán de sensacionalismo de los directivos de algunos medios les llevara a darle publicidad.
Por otra parte, en la actualidad las leyendas urbanas han dejado de necesitar la ayuda de los medios de comunicación tradicionales para prosperar. Internet ha alcanzado en un tiempo récord la audiencia crítica suficiente como para convertirse en un medio de comunicación de extraordinaria influencia, en especial, tal y como veíamos que sucedía en el caso de los bulos, gracias al correo electrónico. Todos hemos recibido en un momento u otro una alarma de virus que nos alertaba de la amenaza de determinados ficheros adjuntos. En aquellas ocasiones se solía decir que el aviso procedía de alguna prestigiosa institución, como Microsoft, el FBI, el Ministerio de Industria o la Guardia Suiza del Vaticano. Lo realmente curioso en estos casos es que el virus era, en realidad, el propio mensaje. Sin escribir una sola línea de código y valiéndose tan sólo de la credibilidad del receptor, el mensaje conseguía el mismo efecto que cualquier otro virus informático: malgastar ancho de banda, causar molestias al receptor y propagarse a toda velocidad. En algunas ocasiones el mensaje/virus era especialmente destructivo ya que daba instrucciones detalladas para el borrado de determinados ficheros situados en el directorio de Windows, a los que el mensaje acusaba de ser los causantes de la «infección». Los incautos que procedían al borrado no tardaban en descubrir que habían eliminado ficheros imprescindibles para el funcionamiento del sistema. Esto es lo que se denomina el «virus gallego», en referencia a un chiste de origen argentino que circula por la red:
Hola, soy el primer virus gallego. Como somos muy pobres y no hemos podido invertir en I+D, hemos creado el primer virus basado en el honor. Por favor, cuando recibas este mensaje, borra absolutamente todos los ficheros del disco duro de tu ordenador. Gracias por tu colaboración.