UN CASO PRÁCTICO
Las armas de destrucción masiva
- La invasión de Iraq supuso un grado de manipulación propagandística inédito en la historia de los conflictos bélicos.
- Al menos 50 noticias relevantes sobre la guerra de Iraq fueron falsificadas por los expertos en propaganda de la Administración norteamericana.
- Uno de ellos fue el rescate de la soldado Jessica Lynch, un mero guión cinematográfico que nada tuvo que ver con lo sucedido.
- El derribo de la estatua de Saddam Hussein, que se erigía frente al hotel que albergaba a la prensa internacional, fue una premeditada operación de propaganda.
- Los nombres en clave —«Operación Águila Noble», «Operación Libertad Duradera», «Operación Libertad Iraquí»…— son parte del márketing con el que se pretende vender el producto más sórdido de todos: la guerra.
Lo visto hasta ahora respecto a la capacidad de los medios de comunicación para manipular la opinión pública puede quedar sintetizado en un espectacular caso práctico, cuyas terribles consecuencias aún venimos arrastrando. La guerra de Iraq ha sido terreno abonado para la desinformación, el engaño, la manipulación y la mentira.
El 9 de abril de 2003, los tanques estadounidenses hicieron su entrada triunfal en Bagdad, permitiendo que los telespectadores de Estados Unidos obtuvieran su primera satisfacción de aquella guerra: el derribo de la gigantesca estatua de Saddam Hussein que se alzaba en la plaza Fedaous, la misma en la que se halla el hotel Palestina, que servía de base para la mayor parte de la prensa internacional. Justo a la hora del desayuno, una de las de mayor audiencia en Estados Unidos, los estadounidenses pudieron presenciar, en riguroso directo, el momento «histórico» que se desarrollaba al otro lado del planeta. En las imágenes, se presentaba lo que parecía una multitud que pretendía derribar la descomunal efigie del dictador, algo que se consiguió sólo con la ayuda de los estadounidenses. Muy alegórico y muy conveniente para la Administración Bush, que durante meses se había empeñado en convencer a sus compatriotas de que los soldados de ese país serían recibidos como libertadores y que no habría una ocupación con pérdida de vidas humanas.
En la NBC, el locutor Tom Brokaw, hasta aquel momento escéptico con la guerra[92], comparaba la escena con la caída de las estatuas de Lenin en las antiguas repúblicas soviéticas. Al día siguiente, los principales periódicos del mundo —en especial los estadounidenses— se hacían eco de la noticia con la imagen en sus portadas y titulares, que hacían referencia al júbilo de la población iraquí ante sus libertadores.
Los españoles tuvimos un poco más de suerte. Ya el día anterior, desde las cámaras de Telecinco, Jon Sistiaga —que dando una lección de pundonor periodístico permanecía en su puesto a pesar del reciente asesinato de su compañero y amigo José Couso— nos revelaba la primera panorámica general de la plaza, un encuadre que los medios estadounidenses, y alguno español, se resistían a utilizar. En la imagen se apreciaba que la presunta multitud enardecida se limitaba a, como mucho, ciento cincuenta personas, la mayor parte miembros de la milicia de Ahmed Chalabi, la persona designado por los estadounidenses para ser el nuevo presidente iraquí.[93] Una cifra muy pequeña comparada con los centenares de miles que, sólo nueve días más tarde, se manifestarían por las calles del Bagdad ocupado exigiendo la retirada de las tropas norteamericanas. Pero poco importaban ya las protestas de los iraquíes. El anuncio de la plaza Fedaous había producido el efecto deseado, tranquilizando las conciencias de muchos estadounidenses en cuanto a la dudosa moralidad de aquella guerra. Como posible cerebro de esta puesta en escena se ha señalado al consultor de relaciones públicas John W. Rendon[94], entre cuya selecta clientela se cuentan desde hace años la CIA o el Pentágono, y quien se define a sí mismo de la siguiente manera:
No soy un estratega de la seguridad nacional ni un táctico militar. Soy un político y una persona que emplea la comunicación para la consecución de objetivos en el terreno público y corporativo. De hecho, soy un guerrero de la información y un gestor de las percepciones.[95]
No era la primera vez que se llevaba a cabo un esfuerzo semejante de relaciones públicas. Durante la anterior contienda contra Iraq, Hill and Knowlton, por aquel entonces la mayor empresa de relaciones públicas del mundo, había sido contratada para asegurar un clima favorable de la opinión pública estadounidense respecto a la intervención en Kuwait. Ellos fueron los culpables de una de las más cínicas manipulaciones propagandísticas de la historia. El 10 de octubre de 1990, comparecía ante los medios de comunicación Nayirah, una joven de apenas quince años que iba a aportar un testimonio que conmovería al mundo entero. Entre sollozos, describió una escena terrible que había presenciado «con sus propios ojos» en un hospital en Kuwait City:
Trabajaba como voluntaria en el hospital al-Addan. Mientras estaba allí, vi cómo soldados iraquíes entraban al hospital con armas y se dirigían a la sala donde se encontraban los bebés en las incubadoras. Sacaron a los bebés de las incubadoras, se llevaron las incubadoras y dejaron a los bebés en el frío suelo hasta que murieron.[96]
Según la testigo fueron «cientos» los niños inmolados de esta forma. Durante los tres meses siguientes, la historia de la joven Nayirah fue repetida hasta la saciedad: el presidente Bush la incluyó en sus discursos, el Congreso la introdujo en sus informes oficiales, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas la escuchó en sus reuniones y hasta Amnistía Internacional la recogió en una publicación de 1990.[97] Todos ellos debieron llevarse una tremenda decepción cuando, después de la guerra, se descubrió que la inocente Nayirah era en realidad la hija de Nasir al-Sabbah, embajador kuwaití en Washington y miembro de la familia real. La joven vivía en Estados Unidos desde mucho antes de la guerra y nunca había prestado sus servicios en hospital alguno. Aún así, un equipo de investigadores se desplazó hasta el hospital al-Addan para comprobar la historia. El Dr. Mohamed Matar, director del centro, les confirmó la absoluta falsedad del relato.
Estados Unidos Marca registrada
Los ataques terroristas del 11-S pusieron de manifiesto, de la peor forma posible, una realidad de espaldas a la cual habían vivido los estadounidenses desde hacía mucho tiempo: en buena parte del mundo, el antiamericanismo era una fuerza poderosa, tan poderosa como para haber llevado el terror al corazón mismo de Estados Unidos.
La necesidad de mejorar la imagen pública de la nación norteamericana se hizo patente y quedó reflejada en la promulgación de la Freedom Promotion Act of 2002, que destinaba para este fin una partida presupuestaria de 135 millones de dólares. Una de las primeras medidas que se tomaron fue el nombramiento como subsecretaría de Estado en Asuntos Públicos y Diplomacia Pública —algo así como el departamento de relaciones públicas del Gobierno norteamericano— de Charlotte Beers, una conocida y prestigiosa ejecutiva publicitaria. El siempre oportuno Colin Powell justificó el nombramiento de la siguiente manera:
No tiene nada de malo contratar a alguien que sabe cómo vender algo. Estamos vendiendo un producto. Necesitamos a alguien que pueda cambiar la imagen de marca de la política exterior estadounidense, cambiar la imagen de marca de la diplomacia. Además, [dijo] me convenció de comprar el arroz de Unele Ben.[98]
Así las cosas, no es de extrañar que el antiguo primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, haya sugerido utilizar el poderío mediático estadounidense, en lugar del militar, para terminar con el régimen islámico de Irán.[99] Su teoría es que los centenares de miles de antenas parabólicas que hay en Irán podrían ser aprovechadas para desatar una revolución contra el clero iraní a través de la emisión no ya de consignas políticas o subversivas, sino de series como Melrose Place o Sensación de vivir, en las que se retrata una sociedad en las antípodas de la iraní, con jóvenes de belleza imposible en diversos grados de desnudez y materialistas llevando vidas de ensueño e involucrándose en todo tipo de relaciones sexuales promiscuas: «Los niños de Irán querrán las ropas de diseño que se muestran en esos programas. Querrán las piscinas y los estilos de vida de fantasía».
Sin embargo, vender las contradicciones de la política exterior estadounidense es un poco más complicado que todo esto. Pensemos en la reciente campaña de Iraq, puesta en marcha con todas sus dramáticas consecuencias con el único pretexto de neutralizar unas armas de destrucción masiva que, no sólo ya no existían, sino que en su momento hubieran sido imposibles de desarrollar sin la inestimable ayuda de los propios estadounidenses.[100] La tecnología para el desarrollo de semejante arsenal le fue cedida en época de Ronald Reagan, un bonito periodo de hermanamiento en el que Saddam era presentado ante la opinión pública estadounidense como el único baluarte frente al fanático integrismo islámico de los ayatolás. La prensa no sólo silenciaba el empleo de estas armas sino que en algunos casos incluso lo justificaba, como cuando desde el Washington Post se llegó a decir que no debía de extrañar el empleo de gases mortales en aquella guerra, dada la imparable ferocidad del enemigo iraní.
El 16 de marzo de 2003, apenas unos días antes de la invasión estadounidense de Iraq, el mismo Washington Post informó de que Estados Unidos y Francia fueron quienes en la década de los ochenta proporcionaron la totalidad de las muestras de gérmenes empleadas para crear las armas biológicas que una vez formaron parte del arsenal iraquí.
Charlotte Beers debió darse cuenta pronto de que aquello iba a ser más duro que vender arroz. A pesar de ello, decidió recurrir a algunos de los trucos más viejos del oficio y basar su estrategia comunicativa con el mundo árabe, no en la justificación racional —si es que tal cosa es posible— de estas contradicciones ni en el incondicional apoyo norteamericano a Israel, sino en pretender implantar una idílica imagen de marca que pudiera ser aceptada por el público musulmán. Para ello, se utilizó el testimonio de estrellas del deporte, de religión islámica y que triunfan en Estados Unidos, y se lanzó una serie de anuncios publicitarios, a cual más cursi y relamido, sobre la maravillosa vida de los musulmanes estadounidenses. Esta campaña fue emitida por la práctica totalidad de las cadenas musulmanas. Según las encuestas, los resultados no pudieron ser más decepcionantes, incluso en países amigos como Kuwait, sólo el 28 por ciento de los encuestados manifestaron tener una opinión favorable a Estados Unidos; Marruecos, con un escueto 22 por ciento de aceptación, y Arabia Saudita, con sólo el 18 por ciento de sus habitantes mirando con simpatía a Estados Unidos. Con semejantes cifras en su haber, a nadie extrañó que Charlotte Beers dimitiera el 13 de marzo de 2003, dos semanas antes del ataque estadounidense a Iraq, alegando razones de salud.[101]
Vendiendo la guerra
Con toda probabilidad, el fracaso de Charlotte Beers hubiera sido mucho menos estrepitoso de no haber sufrido la interferencia de otra operación de relaciones públicas a gran escala, patrocinada por la Administración estadounidense. Coincidiendo con el primer aniversario de los ataques del 11 de septiembre, la Oficina de Comunicaciones Globales de la Casa Blanca inició una campaña, presupuestada en 200 millones de dólares, para convencer a las audiencias de todo el planeta de la necesidad de derrocar el régimen de Saddam Hussein. El eje de esta acción consistiría en establecer una relación —inexistente en la práctica— entre el terrorismo de Al Qaeda y el Gobierno de Bagdad.
Esta peculiar estrategia de relaciones públicas de la Casa Blanca recibió múltiples críticas dentro de los propios Estados Unidos. Una de las más feroces vino de la mano del antiguo embajador, Joseph Wilson, quien desde las páginas del New York Times demostró la falsedad de la afirmación del Gobierno Bush respecto a la adquisición por parte de Iraq de uranio procedente de la República de Níger. La represalia de la Casa Blanca no se hizo esperar y, a los pocos días, un alto funcionario reveló a la prensa que la esposa de Wilson era en realidad una agente de la CIA.
Pero si la Administración Bush pensaba que con esto iba a hacer callar al díscolo diplomático, se equivocaba. Unas semanas más tarde, el antiguo embajador comenzó a hacer circular un embarazoso informe en el que se detallaba hasta qué punto se habían cometido irregularidades a la hora de presentar ante la opinión pública las circunstancias que rodearon a la guerra de Iraq.
Se trataba de un documento de 56 páginas, elaborado por el coronel de la Fuerza Aérea estadounidense Sam Gardiner y que lleva por título Truthfrom These Podia: Summary of a Study of Strategic Injluence, Perception Management, Strategic Information Wafare and Strategic Psychological Operations in Gulf II. El autor de este informe es una de las personalidades más reputadas en ese campo a nivel mundial y ha sido docente en algunas de las academias militares de enseñanza superior más prestigiosas de Estados Unidos, como el National War College, el Air War College o el Naval Wafare College.[102] En él se detallan cómo al menos 50 historias y noticias sobre la guerra de Iraq fueron falsificadas por los expertos de propaganda de la Administración estadounidense, con el fin de hacer la campaña bélica más atractiva de cara a la opinión pública.
Según este documento, no han sido los fallos de inteligencia los que han provocado los sonoros errores de la campaña de Iraq, en especial la inexistencia de las tan cacareadas armas de destrucción masiva, sino que esos errores han sido el amargo fruto de «un esfuerzo orquestado que comenzó antes de la guerra», diseñado para confundir a la opinión pública mundial. La investigación de Gardiner le lleva a concluir que Estados Unidos y Gran Bretaña conspiraron para propagar historias y hechos que sabían a ciencia cierta que eran falsos. El autor aclara que esta conspiración ha tenido lugar por primera vez en la historia estadounidense y señala al respecto:
[…] hemos permitido que las operaciones estratégicas de carácter psicológico se conviertan en parte de los asuntos públicos. Lo que ha sucedido es que la guerra informativa, la influencia estratégica y las Operaciones psicológicas estratégicas han interferido en el importante proceso de informar a los pueblos de nuestras dos democracias.[103]
El ministerio de la verdad
En otoño de 2001[104], el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, hizo públicas sus intenciones de crear una Oficina de Influencia Estratégica. «Influencia estratégica» era un eufemismo para describir actividades de desinformación. Este organismo fue el responsable directo de una de las manipulaciones más vergonzosas de toda la guerra, el rescate de la soldado Jessica Lynch, al que Gardiner dedica una parte sustancial de su estudio, reconociendo que ha sido en gran medida la inspiración que le llevó a emprender este trabajo. La historia de la captura y posterior rescate de la soldado Jessica Lynch es el ejemplo perfecto para ilustrar hasta qué punto se pudo llegar a mentir en todo lo referente a la guerra de Iraq, convirtiendo cada movimiento, cada acción, en una pieza de la maquinaria propagandística del Pentágono.
Según la versión oficial, la soldado Lynch y sus compañeros fueron víctimas de una emboscada tendida por elementos de élite de la Guardia Republicana iraquí. A raíz de esta emboscada, se inició un feroz tiroteo en el que la soldado Lynch resultó herida, a pesar de lo cual se mantuvo firme en su puesto y no fue capturada hasta que agotó toda la munición que llevaba consigo. Orgullosos de su trofeo, los oficiales iraquíes decidieron trasladarla a un hospital de alta seguridad donde sería custodiada por un elevado número de efectivos armados. Pero cuando un soldado estadounidense cae en manos del enemigo no hay fuerza capaz de evitar que sea rescatado. Así, un comando de especialistas del ejército estadounidense emprendió una operación relámpago de rescate que, con impecable limpieza, consiguió burlar las medidas de seguridad iraquíes y poner a salvo a la soldado no sin antes lanzar un ataque relámpago contra sus custodios. Final feliz, fundido en negro, música triunfal y títulos de crédito.
La película no sólo quedó preciosa, sino además bastante creíble. Hasta los más escépticos picamos y nos deshicimos en alabanzas hacia la profesionalidad de los guerreros del Pentágono. Tuvieron que pasar algunos meses para que una investigación oficial terminara admitiendo que, entre la versión difundida y la realidad, existían ciertas diferencias. Juzgue el lector por sí mismo.
La unidad de la soldado Lynch, una pequeña columna de vehículos logísticos, estaba perdida. Los sistemas de navegación y comunicaciones habían fallado. Llegados a un cruce de caminos, dudan sobre qué senda seguir. Como no podía ser menos y, en estricta aplicación de la ley de Murphy, eligieron el camino equivocado, el que les conduciría al centro urbano de Nasiriya, ciudad que aún no había sido ocupada por las fuerzas estadounidenses. Poco a poco los miembros de la unidad se van haciendo conscientes de su error y discuten sobre qué hacer, cuando resuenan unos disparos que parecen cercanos. En realidad, no son dirigidos contra ellos sino que proceden de una batería antiaérea, lo cual no impide que se desate el pánico entre los desorientados soldados y la unidad se disperse en un caótico «sálvese quien pueda». Minutos después, el panorama es desolador. La unidad ha dejado de existir como tal y sus vehículos se encuentran desperdigados por las calles de Nasiriya, averiados o faltos de combustible. Uno de ellos es el de la soldado Jessica Lynch, que ha sufrido un aparatoso accidente provocado por la precipitación de la huida. Herida de cierta consideración, los militares iraquíes la trasladan a un hospital civil cercano, en el que se la atiende con todo el esmero posible dada la escasez de medios con la que contaban los médicos en aquel momento. Cuando los soldados estadounidenses acuden a rescatar a su camarada, no hallan presencia militar alguna que ofrezca resistencia.
Guerra, mentiras y cintas de vídeo
Al día siguiente, el Pentágono comenzó a «filtrar» informaciones sobre el rescate de la soldado Lynch. Estas primeras versiones fueron reproducidas por periódicos de la categoría del Washington Post, donde se llegó a publicar que la soldado había recibido múltiples impactos de bala, a pesar de lo cual luchó con valentía y acabó con la vida de varios soldados enemigos, disparando sin parar hasta agotar la munición. Llama la atención que en aquellos primeros momentos de confusión, la única nota discordante la diera la familia de la soldado Lynch, que acudió a los medios de comunicación para desmentir que Jessica hubiera sufrido herida de bala alguna. Tras este desliz inicial, la familia no volvió a comparecer ante la prensa hasta mucho tiempo después, alegando que «se les había dicho» que no hicieran declaraciones. Ni tan siquiera la propia implicada pudo hacer nada por que la verdad saliera a flote, como nos lo cuenta la conocida autora Naomi Klein:
En muchos casos, las versiones falsas de los eventos han prevalecido aún cuando la verdad está disponible. La verdadera Jessica Lynch —quien le dijo a Diane Sawyer «nadie me torturó, nadie me abofeteó, nadie, nada»— no pudo contra su doppelganger, creado por los medios y los militares, a la que mostraron cacheteada por sus crueles captores en la película de NBC, Salvando a Jessica Lynch.[105]
Aparte de la ficticia gesta de la soldado Lynch, la investigación de Sam Gardiner sacó a la luz una larga serie de más de cincuenta historias cocinadas en los despachos del ministerio de propaganda de Rumsfeld y que contribuyeron, en mayor o menor medida, a que la opinión pública mundial se llevase una impresión distorsionada de los pormenores del conflicto de Iraq. Entre ellas:
- El vínculo entre el terrorismo islámico, Iraq y el 11-S.
- El inexistente encuentro entre agentes de la inteligencia iraquí y el terrorista Mohammed Atta, uno de los participantes en los ataques del 11-S.
- La presunta posesión de Iraq de armas químicas y biológicas.
- La compra por parte del Gobierno iraquí de material nuclear procedente de Níger.
- El desarrollo de armas nucleares por parte de Iraq.
- La compra realizada por Iraq de tubos de aluminio destinados a la fabricación de armas nucleares.
- La posesión que tienen los iraquíes de aviones no tripulados, bombas de fragmentación de gran potencia y misiles Scud.
- El rumor de que Iraq estaba a punto de lanzar una serie de ataques cibernéticos contra objetivos estadounidenses.
- La rendición en pleno de una brigada iraquí compuesta por 5000 hombres.
- La ejecución de prisioneros estadounidenses por parte del ejército iraquí.
- La presencia de soldados iraquíes ataviados con uniformes estadounidenses que cometían toda suerte de atrocidades.
- La «localización exacta» de las armas de destrucción masiva de Saddam.
- El traslado a Siria de las citadas armas de destrucción masiva.
Jugando con los sentimientos
Todas y cada una de estas historias han sido documentadas como falsas, lo cual no fue óbice para que fueran recogidas con pelos y señales por los principales medios de comunicación del planeta. Según palabras de Gardiner:
Soy plenamente consciente de la seriedad de lo que estoy planteando. Precisamente por eso, he evitado llegar a estas conclusiones con ligereza. Yo no voy a interpretar la razón por la cual se hizo esto. Es algo que no he llegado a comprender, ni siquiera después de completada la investigación. […] No obstante, el hecho es que funcionarios muy brillantes e incluso bien intencionados encontraron cómo controlar el proceso del Gobierno de formas que hasta entonces resultaban imposibles.[106]
En las conclusiones de su estudio, Gardiner señala que la mayor parte de las manipulaciones cometidas por la Administración Bush tenían como propósito el planteamiento de la guerra de Iraq como un conflicto entre el bien y el mal, algo simple que pudiera ser comprendido sin dificultad por el público estadounidense, a pesar de estar basado en una monumental mentira: la presunta relación del régimen de Saddam Hussein con los sucesos del 11-S.
Esta versión de los hechos fue mantenida, no obstante, en los medios de comunicación, con una obstinación que no se arredraba por la sucesiva aparición de pruebas que ponían cada vez más de manifiesto la magnitud del embuste. Es más: los disidentes que apuntaban la menor discrepancia respecto a la versión oficial eran atacados y señalados ante la opinión pública como poco menos que traidores.
La eficacia a corto plazo de estas técnicas fue indudable y durante las operaciones militares de la campaña de Iraq ésta tuvo un amplio apoyo popular por parte de la población norteamericana, un porcentaje importante de la cual declaraba en las encuestas su creencia de que las célebres armas de destrucción masiva no sólo existían, sino que ya habían sido encontradas. Los propagandistas del Pentágono contaban con la experiencia del trabajo llevado a cabo durante la guerra de Afganistán por el Centro de Información de la Coalición (CIC). Este órgano de propaganda del ejército estadounidense organizó aquella campaña donde nació el maquiavélico plan de ganarse la simpatía de la opinión pública mundial hacia la guerra, centrando el debate en las penosas condiciones en las que vivían las mujeres afganas bajo el régimen de los talibanes.
El esfuerzo coordinado de propaganda que llevaron a cabo Estados Unidos y Gran Bretaña llegó incluso a utilizar como recurso a las primeras damas de ambos países. El 17 y el 20 de noviembre de 2001, Laura Bush y Cherie Blair expresaron su horror ante la presunta práctica de los talibanes de arrancar las uñas de las mujeres que osaran pintárselas, algo que jamás ocurrió pero que, en cambio, sí hicieron los invasores soviéticos con muchos de sus prisioneros afganos. Jim Wilkinson, uno de los principales responsables del CIC, se congratulaba diciendo que la campaña de las mujeres afganas era de lo mejorcito que había hecho su departamento.
Una vez cumplido su propósito propagandístico, las mujeres afganas fueron olvidadas por la coalición. No se ha implementado ningún programa para la mejora de sus condiciones de vida y, en la mayor parte de los casos, siguen siendo víctimas de las mismas costumbres atávicas que imperaban en la época de los talibanes.[107]
Embusteros sin fronteras
Fueron innumerables las veces en que los reporteros norteamericanos se hicieron eco de informaciones filtradas por el CIC. Desde las inexistentes armas de destrucción masiva hasta fantásticos planes para llevar a cabo ataques biológicos en el centro de las principales ciudades estadounidenses, los sucesivos bulos convertidos en noticia sirvieron para elevar el nivel de alarma de la población y con él su apoyo a una guerra cuya planificación databa de fechas muy anteriores a los ataques del 11 de septiembre de 2001. Incluso los ataques con ántrax, que tuvieron lugar con posterioridad a la tragedia de las Torres Gemelas y cuya atribución a grupos cercanos a la extrema derecha estadounidense ha sido demostrada más allá de toda duda por el propio FBI, fueron presentados como «prueba» de la vinculación entre el régimen iraquí y la organización terrorista Al Qaeda.
En aquellos días, la doctrina de la Administración Bush era que si una versión de los hechos beneficiaba a las tesis gubernamentales, no había por qué desmentirla, aunque se supiera a ciencia cierta su falsedad. Con semejante ejemplo, y dada la comunión ideológica que en aquellos días había entre el Gobierno español y el norteamericano, no es de extrañar que por estos lares se intentara en más de una ocasión la aplicación de semejantes principios, si bien en este caso los resultados fueron bastante más decepcionantes. Así, los embustes ideados en Washington cruzaban el Atlántico y terminaban aterrizando en Madrid, previa escala londinense.
En beneficio de la corrección propagandística, el propio lenguaje oficial sufrió una profunda operación de maquillaje. La intervención armada en Iraq nunca fue denominada guerra, sino que se trataba de un «conflicto». Jamás se dijo que Saddam Hussein presidiera un Gobierno, sino un «régimen». Para preparar sus intervenciones en los medios de comunicación, los representantes gubernamentales de los países patrocinadores del «conflicto» contaban con argumentos elaborados por sus asesores, que en algunos casos provenían de las propias fuerzas armadas, como el Grupo 15 de Operaciones Psicológicas del ejército británico.
El remate de este proceso de «marketinización» llegó cuando el equipo propagandístico de Washington decidió extender su control semántico del conflicto a terrenos antaño reservados a los propios militares. En el pasado, los nombres en clave de las operaciones militares eran escogidos por razones de seguridad. En la actualidad, esos rimbombantes nombres en clave que aparecen en los medios de comunicación son parte de la imagen de marca con la que se pretende vender el producto más miserable de todos: la guerra. Así, hubo una Operación Águila Noble, Operación Ataque Valiente, Operación Proveer Comfort, Operación Libertad Duradera, Operación Apoyar la Democracia y Operación Libertad Iraquí… Títulos para las películas que pretendían vendernos desde Washington.
¿Quién capturó a Saddam Hussein?
Ni siquiera el episodio culminante de esta guerra, la captura de Saddam Hussein, se libra de esta espesa nube de mentiras que planeó sobre todo el conflicto, al menos si hemos de creer lo publicado en su día por el rotativo británico Sunday Herald. En este periódico se afirmaba que el antiguo sátrapa iraquí había sido puesto a buen recaudo no por un comando de supersoldados estadounidenses, sino por un modesto grupo de guerrilleros kurdos. Fuentes cercanas a la inteligencia israelí ahondaban más en esta versión de los hechos y relataban cómo los kurdos capturaron a Saddam y lo retuvieron en el zulo, donde fue encontrado hasta tener en sus manos la recompensa prometida por los estadounidenses. Tal vez éste fuera el último embuste de una guerra llena de mentiras. En las primeras etapas del conflicto, Estados Unidos anunciaba orgulloso su victoriosa y rápida ofensiva, que se había encontrado con escasa resistencia por parte del ejército iraquí, algunos de cuyos efectivos incluso saludaban a las tropas occidentales como «libertadores», dándoles la bienvenida.
Nada más lejos de la verdad. Cuando se dieron estas noticias, el sábado 22 de marzo de 2003, las fuerzas americanas no habían alcanzado ni siquiera el límite sur de la zona de exclusión aérea, una línea imaginaria que pasa a través del paralelo 32 a la altura de la ciudad de An Najaf, a 150 kilómetros al sur de Bagdad. Así que, en realidad, las tropas americanas habían estado cruzando un territorio que ya tenían asegurado desde hacía años y ejercían sobre él un absoluto control aéreo. Resumiendo: los marines no habían empezado a luchar todavía. Esto quedaría de manifiesto durante las semanas siguientes, cuando comenzó la resistencia del ejército iraquí y, con ella, las primeras imágenes de muertos y prisioneros estadounidenses.
Algo similar sucedió respecto a los familiares de las tropas, presentados en la televisión estadounidense como partidarios entusiastas de la guerra de Bush, conscientes patriotas dispuestos a aceptar sin rechistar cualquier sacrificio, incluida la inmolación de sus seres queridos en el campo de batalla. Desde semanas antes de las operaciones bélicas, se desarrolló en los medios de comunicación una campaña para preparar a la opinión pública respecto a las bajas que aún se producirían e imposibilitar los disentimientos potenciales entre los familiares de las futuras víctimas.
También en este caso, la verdad discurría por caminos muy diferentes a lo que aparecía por televisión. Lo cierto era que un número alarmantemente creciente de familias de militares estaba rebelándose contra la política de Bush. Por todo el país, parientes de militares organizaban protestas para impedir que sus maridos e hijos fueran enviados a ultramar. Algunas eran ciertamente originales. Un grupo de esposas de soldados había puesto en marcha, a través de Internet, una campaña llamada «la cuenta atrás de Bush» con un reloj en el que se contabilizaba el tiempo que quedaba hasta que el presidente dejase su cargo, momento en el que planeaban celebrar una gran fiesta a nivel nacional. Este grupo también ideaba una magna campaña contra Bush en las próximas elecciones para asegurar su derrota, y que así nunca más pudiera poner en peligro las vidas de sus seres queridos.
Cuando un joven marine de Baltimore murió en la mañana del 22 de marzo, el popular programa de televisión Today Show quiso presentar la noticia con el giro usual en estos casos como el de «ha caído un guerrero, un héroe, su familia está orgullosa de que sacrificase su vida», etc. Pero la televisión local WBAL consiguió ofrecer a sus espectadores la historia real que, claro está, se suprimió en Estados Unidos, si bien pudo ser vista en Europa. Gracias a esta pequeña emisora, los televidentes de todo el mundo pudimos ver al padre sosteniendo un retrato de su hijo fallecido mientras decía: «Quiero que el presidente Bush eche una buena mirada a esto, una mirada muy detenida. Éste es el único hijo que tenía, mi único hijo». En ese momento, el hombre se alejó deshecho en lágrimas, con su familiar detrás de él. La mirada de aquel padre hablaba con mayor elocuencia que lo que pudiéramos escribir. Parecía decir: «¿Estás mirando, Bush? ¿Realmente te importa algo lo que le ha pasado a mi hijo?».
El señor Water-Bey, el padre de este soldado caído, es negro… como lo suele ser un número desproporcionado de las bajas estadounidenses. En la mañana del 23 de marzo, la periodista Katie Couric entrevistó a Water-Bey en el Today Show, intentando extraer el talante patriótico de la afligida familia que se sentaba ante ella con un rostro pétreo de intenso sufrimiento… Fue en vano. Ya había dicho todo lo que tenía que decir. Sin embargo, el día 24, el señor Water-Bey se puso nuevamente ante las cámaras para realizar una sorpresiva declaración de disculpa por lo que le había dicho a Bush. Algo había sucedido entre la tarde del 22 y la del 24 de marzo y sólo podemos suponer el tipo de presiones que sufrió el padre de este soldado muerto.
En aquella misma fecha, el 22 de marzo, algunos soldados declararon que se negarían a luchar porque consideraban que la intervención estadounidense en Iraq era una guerra inmoral y perversa. En su cobertura de la noticia, USA Today atentó contra todos los principios de la objetividad periodística al solicitar en su titular que estos soldados fueran condenados por cobardes. El titular fue alterado unas horas más tarde con la supresión de esta desafortunada frase, debido a una oleada de llamadas telefónicas de lectores indignados.
En el otro extremo de estas manipulaciones se encuentra el conocido caso de las cartas de los soldados estadounidenses destinados en Iraq. En octubre de 2003, diversos soldados enviaron cartas a los diarios de sus respectivas ciudades natales, en las que describían los éxitos de la reconstrucción de Iraq. El único problema es que todas estas cartas eran idénticas. Al menos once misivas de soldados del 2° Batallón del 503 Regimiento de Infantería Aerotransportada, también conocido como «La Roca», aparecieron en diversos periódicos del país. Para colmo, algunos diarios recibieron incluso dos de estas cartas, lo que hizo que se dispararan las sospechas.[108]
La carta, de cinco párrafos, habla de los esfuerzos de los soldados para restablecer la policía y el cuerpo de bomberos, así como restituir el suministro de agua y el alcantarillado en la ciudad de Kirkuk, al norte de Iraq: «La calidad de vida y la seguridad ciudadana han sido en su mayor parte restablecidas, y somos en gran parte los responsables de que eso haya sido así», se puede leer en la carta, que describe a los iraquíes saludando con la mano al paso de las tropas, a los niños corriendo para estrechar sus manos y decirles «gracias». Aún no ha sido aclarada la autoría de la carta, ni quién se encargó de los envíos. Algunos de los soldados firmantes de las cartas han declarado, directamente o a través de sus familias, que están de acuerdo con el contenido de la misiva, si bien ninguno de ellos reconoció haberla escrito e incluso varios de ellos confesaron que ni tan siquiera la habían firmado.
Christopher Shelton, uno de los firmantes, declaró que su sargento de pelotón había distribuido la carta y pidió a los soldados que dieran los nombres de los periódicos de su ciudad natal. Los soldados recibieron instrucciones de firmar la carta, si estaban de acuerdo con ella. Evidentemente, todos firmaron. El sargento Todd Oliver, portavoz del 503 Aerotransportado, sólo pudo comentar a la prensa que le constaba que la carta era obra de uno de los soldados de la unidad, aunque no sabía precisar concretamente quién. En cualquier caso, negó que estuviera implicada la unidad de relaciones públicas de la brigada. Sin embargo, resulta bastante sospechoso que las cartas aparecieran justo cuando las encuestas comenzaban a sugerir que los estadounidenses se mostraban progresivamente escépticos respecto de la presencia prolongada de las tropas estadounidenses en Iraq.
La mentira del cincuenta por ciento
La mentira del cincuenta por ciento es un clásico cuando se trata de manifestaciones. En nuestro país ha sido utilizada en diversas ocasiones, en especial en lo referente al conflicto vasco, donde tanto uno como otro bando la han empleado en diversas ocasiones en función de sus intereses del momento. En lugar de ofrecer el número real de manifestantes que toman las calles para protestar por determinada causa, la estrategia consiste en informar de que se manifestaron grupos tanto a favor como en contra, sin especificar el volumen de cada uno de los grupos, lo que da la sensación de que existió un número similar de manifestantes en ambos bandos. Esta clásica técnica de desinformación se usa para inflar la opinión sustentada por un determinado medio de comunicación, al tiempo que se minimiza el disentimiento contra esa opinión. Para agregar aún más cinismo al fraude, los perpetradores suelen presentar estas noticias como procedentes de «fuentes imparciales».
Veamos un ejemplo: en el momento culminante de las protestas internacionales contra la guerra, en las que intervinieron millones de personas en todo el mundo, un titular de la página principal de America Online describió esta situación histórica como una reacción «de división ante la guerra a nivel mundial». ¿Reacción de división? La realidad es que el número de manifestantes contrarios a la guerra en todo el mundo excedió al número de manifestantes a favor, en una proporción de 1000 a 1. La mayor manifestación a favor de la guerra que se pudo contabilizar en todo el planeta tuvo lugar cerca de Valley Forge, Pennsylvania, y contó con la presencia de seis mil personas. El colmo del descaro informativo llegó el 22 de marzo, cuando Fox Televisión ofreció imágenes de los centenares de miles de manifestantes que en Nueva York abarrotaron Broadway y Times Square con un titular que rezaba: «Protestas a favor y contra la guerra por todo el país».
En la NBC (conocida en los círculos de la izquierda estadounidense como la Nazi Broadcast Corporation), la situación fue aún peor. La cadena informó de la protesta de Nueva York —más de 200 000 personas— presentándola en paralelo a una diminuta manifestación de extrema derecha en un pueblo de California. Poco después, los presentadores afirmaban, sin el menor rubor, que la protesta de Londres —por encima de quinientos mil manifestantes— no había sido tan concurrida como se esperaba. Una manifestación antibelicista en Beirut fue presentada por el comentarista de la NBC como «a favor de Saddam Hussein», a pesar de las múltiples pancartas de «no a la guerra» que aparecían en las imágenes. Como colofón a esta farsa, el presentador Tom Brokaw comentó que lo que se acababa de presentar eran las pruebas de un «mundo profundamente dividido».
Otra técnica similar es presentar en los sondeos callejeros un número igual de declaraciones a favor de ambas posturas, cuando no existe esa proporción. En una información imparcial y exacta, el número de declaraciones presentado debe reflejar la situación real. Lo contrario es falsear algo que se suele presentar como «la opinión de la calle».
Quizá la cadena que mostró una posición más tendenciosa durante el pasado conflicto de Iraq fue la Fox, que ya durante la guerra de Afganistán se reveló como la sucesora de la CNN en cuanto a depositarla de la «versión oficial» de los militares estadounidenses. Un ejemplo de esto es un curioso anuncio propagandístico, emitido en su momento por la Fox, en una pausa publicitaria tras la información de las protestas antibelicistas. En el anuncio aparecían cinco presuntos estudiantes universitarios que decían… «Nosotros hablamos… nosotros escuchamos… nosotros nos unimos… en apoyo a nuestras tropas…».Al final del anuncio, no se hacía ninguna referencia respecto a quién había sido el patrocinador.
Tal vez sea oportuno modificar la legislación internacional y considerar a los responsables que diseminan a sabiendas información falsa o suprimen datos fundamentales para la opinión pública antes, durante o después de un conflicto armado —en resumen, que desinforman— como culpables de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, debiendo estar sujetos a responsabilidades penales.
Las mentiras del Gobierno
Los últimos acontecimientos que han sacudido al mundo parecen haber dado la razón más que nunca al periodista norteamericano I. F. Stone, cuando en uno de los momentos más tensos de la Guerra Fría dijo: «Todos los gobiernos están dirigidos por mentirosos, y nada que salga de ellos debe ser creído». En el arsenal secreto del que dispone el Gobierno estadounidense, la mentira es una de las armas más socorridas, sutiles y destructivas que existen, enmarcada en un estado general de las cosas que trazan el signo de nuestros tiempos.
El Premio Nobel portugués José Saramago describe el contexto actual a la perfección:
La manipulación de las conciencias ha llegado a un punto intolerable… Forma parte de una operación de banalización que es cultivada sistemáticamente. Revistas que antes eran de reflexión y pensamiento son ahora frívolas; la televisión, que puede ser un instrumento de educación extraordinario, se ha convertido en eso que algunos llaman muy bien «telebasura». Y hay gente muy interesada en ello, en que sea así. En el fondo esto no es nuevo. Ya en la época de los romanos se daba la política de «pan y circo». Un golpe de efecto genial de las sociedades modernas ha sido convertirnos a todos en actores. Todo hoy es un gran escenario: es la panacea universal, porque ha hecho que todos estemos interesados en aparecer como actores. Y desvelamos nuestra intimidad sin pudor: se relatan miserias morales y físicas, porque pagan por ello. Vivimos en un mundo que se ha convertido en un espectáculo bochornoso, en el que se muestra en directo la muerte, la humillación…[109]
El Gobierno estadounidense miente, altera y manipula invocando el sacrosanto principio de la seguridad nacional. George Kennan, uno de los padres de la CIA, desarrolló en 1947 el concepto de «mentira necesaria» como componente esencial de la diplomacia norteamericana de posguerra. Kennan propugnaba la puesta en pie de una tupida red mundial de complicidades intelectuales, culturales y periodísticas que permitieran a Estados Unidos expandir sus criterios a escala mundial. Los jefes de esa red no deberían dudar en recurrir a la mentira, la manipulación y la intoxicación informativa cuando ello conviniera a los intereses norteamericanos.
Durante la Guerra Fría, el Gobierno de los Estados Unidos destinó amplios recursos económicos a un sofisticado programa de guerra cultural, un programa que, al contrario de lo que pudiera pensarse, no estaba dirigido a las masas de la opinión pública, sino a convencer a los intelectuales de los cinco continentes de las bondades de la causa norteamericana. En opinión de Saunders:
Lo que la Agencia se proponía era formar personas que, a partir de sus propios razonamientos, estuvieran convencidas de que todo lo que hacía el gobierno de los Estados Unidos era correcto.[110]
El objetivo era vacunar al mundo frente al contagio del comunismo, y favorecer los intereses de la política exterior de Estados Unidos. La pieza clave de la red de acciones fue el Congreso por la Libertad Cultural, establecido en 1950, con sede en París y oficinas en 35 países. El resultado fue una red de personas, la mayor parte de ellas de buena fe y sin ser conscientes de haber sido sometidas a una manipulación, que trabajaban en la promoción del ideal de supremacía estadounidense. Así se explica que antiguos activistas e intelectuales de izquierda, como Arthur Koestler, desencantados por los sórdidos rigores del régimen estalinista, terminaran finalmente trabajando para la CIA y beneficiándose de las campañas propagandísticas de Estados Unidos.
Periodistas a sueldo
En 1977, en un artículo para Rolling Stone, el periodista Carl Bernstein —famoso junto a Bob Woodward por su investigación del escándalo Watergate— denunció que más de 400 periodistas estadounidenses colaboraban secretamente con la CIA brindando una gran variedad de servicios clandestinos, desde la simple localización de información hasta el trabajo como enlace con espías en países comunistas, pasando por la publicación de informaciones falsas o tendenciosas. A veces, se pretendía modificar la opinión pública doméstica o de otros países por medios tan simples como efectivos, como cartas a los directores de los principales periódicos adoptando la personalidad de ciudadanos indignados por tal o cual tema. Otras, cuando la situación así lo requería, se emprendían acciones mucho más serias, como informes de pruebas nucleares soviéticas que nunca se efectuaron.
La CIA también operaba sus propias emisoras radiofónicas, como Radio Free Europe (Radio Europa Libre), Radio Free Asia (Radio Asia Libre), Free Cuba Radio (Radio Cuba Libre) y Radio Swan.[111] En la década de los sesenta se decía en broma que si alguna organización filantrópica o cultural estadounidense llevaba las palabras «libre», «privada» o «independiente» en su denominación, era seguro que pertenecía a la CIA.
Uno de los más aventajados aplicadores de la doctrina Kennan fue el presidente Ronald Reagan. Cuando su Administración fue sorprendida repetidas veces difundiendo informaciones inciertas sobre el Gobierno libio, el secretario de estado George Shultz recurrió a una cita de Winston Churchill para justificarse: «En tiempo de guerra, la verdad es tan preciosa que debe ser protegida por una guardia de mentiras». Pero Estados Unidos no estaba en guerra con Libia, por lo que Shultz repuso que, si bien esto era cierto, se encontraban «muy cerquita».
Históricamente, las agencias de inteligencia británica y estadounidense llevaban años empeñadas en minar interior y exteriormente al régimen libio, llegando al extremo de trazar planes para el asesinato del presidente de este país, el coronel Muammar Gaddafi. El prosovietismo y el panislamismo de Gaddafi irritaban a Estados Unidos. La Administración Reagan le acusó invariablemente de dar cobijo a terroristas internacionales, de financiar sus atentados y sostener campamentos de adiestramiento para grupos revolucionarios de todo el mundo, el IRA, ETA, los separatistas musulmanes filipinos o los Panteras Negras.
La culminación de este estado de cosas llegó en abril de 1986, con el bombardeo de Trípoli por parte de la aviación estadounidense. La justificación para esta incursión aérea fue la presunta implicación del Gobierno libio en un atentado que le costó la vida a varios militares norteamericanos en Berlín, algo que está muy lejos de haber sido demostrado. El ataque se saldó con la muerte de decenas de víctimas civiles inocentes, incluida Hanna, la hija adoptiva de Gaddafi.
A partir de entonces el conflicto rebrotó esporádicamente y lo cierto es que Gaddafi moderó progresivamente sus diatribas antioccidentales, al tiempo que sus actividades exteriores se hicieron más discretas. Así pues, parece que lo que había colocado a Estados Unidos «muy cerquita» de una guerra con Libia había sido precisamente la «guardia de mentiras», elaborada para justificar la escalada de tensión con el régimen de Gaddafi. Es de suponer que no era precisamente eso lo que tenía en mente Churchill el día que pronunció su célebre frase.
En mayo de 2002, la Administración norteamericana comenzó a utilizar la misma táctica para acosar al régimen de Fidel Castro, incluyendo a Cuba en el llamado «eje del mal» y acusando a su Gobierno de la fabricación y distribución de armas químicas y biológicas. La gravedad potencial de la situación hizo que el propio Castro tuviera que salir a la palestra para desmentir esta afirmación, comprometiéndose públicamente a que cualquier científico que su Gobierno encontrara trabajando en ese terreno sería acusado de traición. Castro desafió a los estadounidenses a que presentaran «la más mínima prueba»: «No tienen ninguna y no la tendrán, porque no existen».
Mentiras necesarias
Cientos de funcionarios de la CIA, con abundantes contactos en los medios de comunicación, trabajan en todo el planeta difundiendo estas «mentiras necesarias» y, cada día, vemos el fruto de su trabajo en nuestros medios de comunicación. Una de las más viejas recetas, utilizadas por la CIA para desinformar a sus propios ciudadanos, consiste en colocar una determinada noticia en un medio de comunicación extranjero y esperar tranquilamente a que llegue al propio país, merced a la colaboración de periodistas amigos.
Un informe de 1977 recogido por el New York Times asegura que esta práctica fue habitual durante la guerra de Vietnam para apaciguar los ánimos pacifistas de buena parte de la población estadounidense, haciéndoles llegar noticias tranquilizadoras atribuidas a fuentes desinteresadas. Lo mismo sucedió con la información que recibieron los estadounidenses respecto a la dictadura de Pinochet en Chile y a la intervención de su país en el golpe de estado que derrocó a Salvador Allende, parcial e inexacta gracias a la oportuna intervención de la CIA.
En este punto resulta sumamente ilustrativa la historia de John Stockwell, antiguo jefe de la oficina de la CIA en Angola, que en un momento consiguió colocar en la prensa africana una historia falsa sobre soldados cubanos violando a mujeres angoleñas y vio con satisfacción cómo, a los pocos días, la misma historia aparecía reproducida en las primeras planas de los principales diarios estadounidenses.[112]
Resulta difícil hacerse una idea de hasta qué punto está mediatizada, desde tiempos muy remotos, la prensa de los Estados Unidos. Ya en 1914, durante un desayuno en el prestigioso Club de Prensa de Nueva York, John Swinton —antiguo jefe de la redacción del New York Times— hizo esta confesión espontánea:
No existe la prensa independiente. Vosotros lo sabéis y yo lo sé. No hay uno de vosotros que se atreva a escribir sus opiniones sinceras, y si lo hacéis, entonces sabéis de antemano que nunca aparecerán impresas. Se me paga semanalmente para mantener mis opiniones sinceras lejos de la publicación con la que estoy vinculado. Vosotros cobráis sueldos similares pagados por cosas semejantes, y cualquiera de vosotros sabe que sería tonto escribir opiniones sinceras, si no se quiere terminar en la calle buscando otro trabajo.
Si permito que mis opiniones sinceras aparezcan en mis escritos antes de veinticuatro horas, mi trabajo se habría esfumado. El trabajo del periodista es destruir la verdad; mentir categóricamente; pervertir; vilipendiar; actuar servilmente a los pies de Mammon, y vender a su país para ganarse el pan diario. Vosotros lo sabéis y yo lo sé la tontería que supone hacer prensa independiente. Somos herramientas y vasallos de los hombres poderosos que actúan detrás de la escena. Somos los muñecos que brincan por medio de un hilo, tiran de la cuerda y nosotros bailamos. Nuestros talentos, nuestras posibilidades y nuestras vidas son propiedad de otros hombres. Somos prostitutas intelectuales.[113]
Dado lo que hemos visto hasta el momento en el presente capítulo, parece que existe justificación para la pesimista apreciación de este veterano periodista estadounidense. Pero si a alguien aún le caben dudas, quedan más casos por mencionar.
El 8 de febrero de 2000, el programa 20/20 de la cadena ABC difundió una historia firmada por John Stossel en la que se afirmaba que los productos que se pueden comprar en tiendas de alimentos orgánicos y dietéticos no son más seguros que la comida adquirida en supermercados convencionales. Stossel afirmó que las pruebas encargadas a la cadena de televisión estadounidense demostraron que la comida comprada en las tiendas naturistas contenía tasas superiores de contaminación bacteriana y cantidades equivalentes de pesticidas.
Una investigación, llevada a cabo por el grupo ecologista Environmental Working Group, reveló que los análisis de los que se hablaba en el reportaje no habían llegado siquiera a encargarse. La cadena obligó a Stossel a disculparse públicamente. Se daba la circunstancia de que no era la primera vez que sobre este periodista planeaba la sospecha de defender en su conveniencia los intereses de grandes compañías. Hace años, difundió informaciones tendenciosas en el famoso caso de Erin Brockovich, la mujer de California que encontró Cromo 6 en el agua potable de su localidad y cuya peripecia fue llevada al cine.
Pagando favores
Como hemos visto, son muchos los favores que le debe el Gobierno estadounidense a los medios de comunicación de su país. Un posible pago podría ser la última revisión de la normativa que ha llevado a cabo la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), organismo presidido por el republicano Michael Powell —hijo del actual secretario de Estado, Colin Powell—.[114] El 2 de junio, en una decisión que tomaba por sorpresa tanto a periodistas como a asociaciones de defensa de la libertad de expresión, la Comisión levantaba la prohibición que durante 28 años ha impedido que un periódico pudiera adquirir una emisora de radio o televisión en la misma ciudad, y situaba en un 45 por ciento el porcentaje máximo de audiencia que podía controlar una compañía. Esa frase fue pronunciada, no sin sorpresa, por Ted Turner, fundador de la cadena de noticias CNN, parte del conglomerado mediático AOL Time Warner, que lleva el apellido del exvicepresidente del grupo y quien fue uno de los mayores magnates de la comunicación hasta su reciente retiro.
Ésta es la mayor desregulación que ha vivido el sector de la comunicación en Estados Unidos en toda su historia. Las nuevas reglas permitirán, si no lo impide el Senado, que en algunas ciudades una sola cadena controle tres cadenas de televisión, ocho emisoras de radio, un periódico diario y un operador de cable. Quien crea que esto es un mero asunto económico, se equivoca. Incluso la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) ha protestado, ya que considera la medida como una grave amenaza al pluralismo de opinión en Estados Unidos.
El problema que pretende atajar la comisión es doble: económico y propagandístico. En la década de los setenta, las grandes cadenas (fundamentalmente ABC, CBS y NBC) controlaban el 95 por ciento de la audiencia. Hoy, debido a la tremenda expansión de la televisión por cable en Estados Unidos, este porcentaje se ha reducido a la mitad. Esto ha fragmentado las audiencias, lo cual provoca que, al igual que lo que sucediera en su día con Internet, aquéllas accedan a la televisión y puntos de vista que antes eran marginales. En el aspecto económico, las grandes cadenas han visto descender en picado sus ingresos publicitarios en la misma medida en que lo han hecho sus audiencias.