CAPÍTULO 12

Harvard notaba que PJ. lo estaba mirando. El estaba en la parte delantera de la sala en la que se había reunido el equipo para recibir la información. Estaban en un destructor de la Marina de los Estados Unidos llamado USS Irvin, y se dirigían hacia su destino.

Habían tomado un vuelo de las Fuerzas Aéreas hasta Corea del Sur. Y en aquel momento se aproximaban por mar a la diminuta nación isla donde iba a tener lugar la operación de entrenamiento. Durante el trayecto, el capitán iba a darles una perspectiva general, aunque breve, sobre la misión.

—Hay un grupo de seis marines que han estado trabajando con los locales para formar una fuerza combinada de militares y oficiales de policía para detener el tráfico de drogas en esta parte del mundo. Parece que esta isla se usa como puerto de escala para los grandes tratos del comercio de heroína del sureste de Asia. El teniente Hawken ha pasado mucho tiempo en este país, y él nos va a dar información sobre el terreno y la cultura dentro de unos minutos, después de que les explique la organización de esta operación.

Joe Cat se sentó en el escritorio y miró a los agentes y a los SEAL.

—Los marines van a representar a unos terroristas que han tomado como rehén a un oficial de los Estados Unidos. El rehén también será representado por un marine. Nuestro equipo combinado debe trasladarse a la isla al amanecer, localizar el campamento de los terroristas, entrar en las instalaciones y liberar al rehén, todo ello sin ser detectado. Tendremos de nuevo armas de paint hall, pero si la misión se lleva a cabo eficazmente, no habrá que usarlas. Los marines han planeado y preparado todo el ejercicio. No va a ser fácil. Estos tipos van a hacer todo lo posible por vencernos. Por si no lo sabíais, mequetrefes, hay un enfrentamiento por la superioridad entre marines y SEAL.

Los SEAL se rieron mientras comentaban que estaba muy claro quién era superior.

—En otras palabras —prosiguió el capitán—, no les caemos bien, y van a hacer todo lo posible, incluso hacer trampas, para asegurarse de que fracasamos. De hecho, no me sorprendería que el rehén se hubiera vuelto hostil. Tenemos que estar preparados por si da la alarma y nos delata.

Tim Farber alzó la mano.

—¿Y para qué vamos a molestarnos en hacer esto si van a hacer trampas, si no va a seguir las reglas?

Harvard dio un paso hacia delante.

—¿De verdad cree que los terroristas no hacen trampas, señor Farber? En el mundo real no hay reglas.

—Y no es nada extraordinario que un rehén haya sufrido un lavado de cerebro y apoye la causa de los hombres que lo tienen cautivo. Tener un rehén hostil es una situación para la que siempre hay que estar preparado —añadió Blue.

—El Escuadrón Alfa ha hecho operaciones de entrenamiento contra marines más veces —les dijo Lucky a los agentes de la FInCOM—. La única vez que hemos perdido fue una en la que trajeron a veinticinco hombres y nos tendieron una emboscada.

—Bueno —intervino Joe—. ¿Alguien tiene alguna pregunta? Señorita Richards, usted siempre tiene algo que preguntar.

—Sí, en realidad sí, señor. ¿Cómo vamos a ir desde el barco hasta la isla? ¿Y cuántos van a participar de verdad en la operación? ¿Cuántos van a quedarse en segundo plano, como observadores?

—Todo el mundo va a participar de algún modo —le dijo el capitán—.Y, para responder a todas sus preguntas, vamos a ir a la isla en dos botes hinchables justo antes del amanecer.

—Volviendo a su primera respuesta —dijo P.J.—, ha dicho que todo el mundo iba a participar. ¿No podría ser más concreto?

Harvard sabía exactamente lo que ella estaba preguntando. Tenía curiosidad sobre si iba a estar en el campo con los hombres o en la retaguardia, participando de un modo más administrativo. Harvard veía, prácticamente, los engranajes de su cerebro funcionando a toda máquina, mientras se preguntaba si la iban a dejar atrás.

—Vamos a dividir el equipo en cuatro subequipos —explicó Joe Cat—. Tres equipos de tres integrantes se aproximarán al campamento terrorista, y un equipo de dos permanecerá aquí en el barco, monitorizando las comunicaciones, poniéndonos al resto al corriente de cualquier nueva información que nos remitan por satélite y controlando nuestro progreso.

PJ. asintió. Harvard vio la resignación en sus ojos. Estaba muy segura de que iban a dejarla atrás.

—En realidad —dijo Blue—, yo soy parte del equipo que se quedará en el USS Irvin. Será mi voz la que oirás si hay algún motivo para suspender la operación. Yo tendré el poder definitivo de terminar con el entrenamiento en cualquier momento —dijo con una sonrisa—. Pensad en que soy la voz de Dios. Yo digo algo, y vosotros obedecéis, o lo pagaréis caro.

—Crash, ¿por qué no nos hablas de lo que sabes sobre la isla? —sugirió Joe.

El comandante Hawken se adelantó. PJ. estaba intentando disimular su decepción por todos los medios, pero Harvard la veía tras su escudo. Había llegado a conocerla bastante bien, y sabía que, pese a que estaba desilusionada, haría todo lo posible por cumplir lo que le fuera asignado.

Crash describió la isla con detalle. Era tropical, con playas estrechas que se extendían a los pies de las montañas volcánicas. Los caminos interiores eran traicioneros, y la selva, muy densa. El medio de transporte más común eran carros tirados por cabras, aunque algunos de los habitantes más ricos de la isla tenían camionetas.

Crash abrió un mapa, y todos se acercaron al escritorio mientras él iba señalando las tres ciudades más grandes de la isla, todas ellas en la costa.

El teniente habló sobre las grandes cantidades de heroína que pasaban por aquella isla de camino a Londres, París, Nueva York y Los Angeles. La situación política del país era inestable. Estados Unidos tenía un acuerdo con la isla; a cambio de la ayuda de Estados Unidos, el gobierno local y el ejército estaban prestando su ayuda en los esfuerzos realizados para detener el tráfico de drogas.

Pero los señores del narcotráfico tenían más control sobre el país que el propio gobierno. Tenían ejércitos privados, más fuertes que el ejército gubernamental. Y cuando los señores se enfrentaban entre sí, cosa que hacían frecuentemente, podían instigar una guerra civil.

Harvard escuchó atentamente todo lo que decía Crash, y cada vez se sentía más inquieto. Aquella desconfianza era un sentimiento poco corriente en él. Sólo se trataba de una operación de entrenamiento, y él había participado en operaciones mucho más peligrosas sin parpadear.

Se preguntó si sentiría aquella preocupación si PJ. no estuviera en el grupo. Sin embargo, lo cierto era que su seguridad se había hecho demasiado importante para él. PJ. había empezado a importarle demasiado.

No le gustaban aquellos sentimientos.

—¿Alguna pregunta? —dijo Crash.

—Sí —dijo Harvard—. ¿Cuál es la situación actual entre las facciones hostiles de la isla?

—Según Inteligencia, las cosas llevan tranquilas desde hace semanas —respondió Joe.

PJ. no pudo mantenerse durante más tiempo en silencio.

—Capitán, ¿cuáles son los equipos que se han formado?

—Bobby y Wes están con el señor Schneider —le dijo Joe—. Lucky y yo estamos con el señor Greene.

Harvard estaba observándola, y detectó un brillo de desilusión en sus ojos. De nuevo, lo disimuló bien. De hecho, era una maestra disimulando sus emociones.

—Entonces, yo estoy con el jefe sénior y el teniente Hawken, ¿no? —preguntó Farber.

—No, tú estás conmigo, Timmy —le dijo Blue McCoy con una sonrisa—. Alguien tiene que ayudarme a cuidar del almacén.

Al otro extremo de la sala, P.J. no reaccionó. No parpadeó, no se movió, no dijo una sola palabra. Parecía que era incluso mejor ocultando su satisfacción que su decepción.

A Farber no se le daba bien disimular nada.

—Pero... no puede ser verdad. Richards debería quedarse atrás, no yo.

Joe Cat se irguió.

—¿Por qué, señor Farber?

El mequetrefe se dio cuenta de que había metido la pata en las aguas de la incorrección política.

—Bueno —dijo—, es que... yo pensaba...

PJ. intervino, por fin.

—Dilo, Tim. Piensas que yo debería quedarme atrás porque soy una mujer.

Harvard, Joe Cat y Blue se volvieron a mirar a PJ.

—Dios mío —dijo Harvard, con su mejor cara de desconcierto—. ¿Os habíais dado cuenta? Richards es una mujer. Yo no me había percatado. Será mejor que la dejemos atrás, capitán. Podría ser presa del síndrome premenstrual y volverse loca.

—Podríamos usar eso para ventaja nuestra —dijo Joe Cat—. Ponerle un arma en las manos y señalarle la dirección correcta. El enemigo echará a correr despavorido.

—Ella dispara mejor que nadie de esta sala —dijo Blue, sonriendo—. Corre más y es más lista.

—Pero estoy seguro de que lanza como una chica —dijo Harvard—. Lo cual, en estos días, significa que podría estar en la liga de primera.

—Salvo que no le gusta el béisbol —le recordó Joe Cat.

PJ. se estaba riendo, y Harvard sintió un estallido de pura alegría. Adoraba el sonido de su risa y el brillo de diversión y de placer de sus ojos. Se quitó de encima toda la aprensión que había sentido. Trabajar con ella en aquella misión iba a ser muy divertido.

Y cuando la misión terminara...

Farber no estaba tan contento.

—Capitán, todo esto es muy divertido, pero saben igual que yo que el ejército no aprueba por completo situar a las mujeres en escenarios que podrían convertirse en primera línea de acción.

Harvard salió de su ensimismamiento y puso a aquel hombre en su sitio.

—¿Está poniendo en cuestión el juicio del capitán, señor Farber?

—No, sólo estaba...

—Bien —dijo Harvard, interrumpiéndolo—. Preparémonos para el trabajo.

PJ. se sentía como un elefante mientras avanzaba por los matorrales haciendo ruido.

Tenía la mitad de tamaño que Harvard, y sin embargo, comparado con ella, él se movía sin esfuerzo, con sigilo. PJ. no podía respirar sin romper una o dos ramitas.

Y Crash... parecía que se había dejado el cuerpo en el USS Irvin. Se movía de un modo etéreo, como si fuera un jirón de niebla en la oscuridad. El iba en cabeza, y desaparecía durante varios minutos de vez en cuando, para explorar el camino marcado a través de aquella jungla tropical.

PJ. le hizo un gesto a Harvard para que esperara.

«¿Estás bien?», le preguntó él por signos.

Ella se acercó el micrófono a los labios. Se suponía que no debían hablar por radio a menos que fuera imprescindible.

Era imprescindible.

—Te estoy ralentizando —susurró—.Y hago demasiado ruido.

—No puedes hacerlo igual que nosotros porque no has tenido el mismo entrenamiento —respondió él.

—Entonces, ¿por qué estoy aquí? —preguntó—. ¿Para qué estamos aquí los agentes de la FInCOM? Deberíamos volver al USS Irvin. Nuestro papel debería ser dejar que los SEAL trabajen sin interferencias.

Harvard sonrió.

—Sabía que eras lista. Dos horas después de empezar el primer ejercicio los dos y ya has aprendido todo lo que tenías que saber.

—¿Dos ejercicios?

El asintió.

—Este, el primero, va a salir mal con toda seguridad. No es que vayamos a estropearlo a propósito, pero ya es difícil de por sí para el Escuadrón Alfa tener éxito en una misión como ésta cuando no estamos cargados con exceso de equipaje, si me perdonas la expresión.

PJ. hizo un gesto con la mano para descartar aquellas palabras, menos que sutiles. Sabía muy bien que era cierto.

—¿Y el segundo?

—El segundo ejercicio será de SEAL contra marines. Tiene como objetivo demostrar que el Escuadrón Alfa puede hacerlo bien si se nos permite trabajar sin interferencias, como tú bien has dicho.

PJ. lo miró fijamente.

—Entonces, lo que me estás diciendo es que los SEAL nunca tuvieron intención de hacer que funcionara el equipo combinado de SEAL y agentes de la FInCOM. El asintió.

—Desde el principio fue evidente que este equipo no iba a ser nada más que fuente de frustración para los SEAL y para los mequetrefes.

Ella intentó entenderlo.

—Entonces, ¿qué hemos estado haciendo durante todas estas semanas?

—Demostrar que esto no funciona. Esperábamos que tú fueras nuestra mensajera. Queremos que le digas a Kevin Laughton y al resto de los mequetrefes que la única ayuda que los SEAL necesitan de la FInCOM es que reconozca que podemos hacer nuestro trabajo mejor sin ellos —admitió Harvard—. Así que supongo que lo que hemos estado haciendo es intentando ganar tu confianza y educarte.

El teniente Hawken apareció a la vista, como una figura de sombras que apenas se distinguía entre el follaje, con la cara pintada de verde y marrón.

—Así que yo tenía razón en cuanto a aquella partida de póquer.

P.J. asintió lentamente, intentando reprimir el ramalazo de decepción e ira que la sacudió. ¿Acaso su amistad con aquel hombre no había sido otra cosa que un intento de manipulación? Tuvo que carraspear antes de poder hablar de nuevo.

—Pero tengo curiosidad por saber una cosa. Esas veces en las que me has metido la lengua en la boca... ¿también fue para ganarte mi confianza y educarme?

Crash desapareció entre los árboles.

—Me conoces bien como para pensar eso —respondió Harvard con calma.

Ninguno llevaba ya las gafas protectoras. No estaban tan cerca del campamento de los supuestos terroristas como para preocuparse porque les alcanzaran las bolas de pintura. El cielo del este se estaba iluminando con el amanecer, y P.J. podía ver los ojos de Harvard. Y en ellos vio todo lo que estaban diciéndole sus palabras, y más.

—Tenemos dos relaciones separadas —dijo él—.Tenemos una relación de trabajo, un respeto mutuo y una amistad sincera que surgió de nuestra necesidad de llevarnos bien.

Levantó una mano y le acarició ligeramente los labios.

—Pero también tenemos esta relación —añadió con una sonrisa—. Esta en la que me encuentro constantemente deseando meterte la lengua en la boca, y en otros sitios, también. Y te aseguro que mis motivos para desear eso son puramente egoístas. No tienen nada que ver con los SEAL, ni con la FInCOM.

PJ. carraspeó nuevamente.

—Quizá podamos hablar más tarde de esto, y después podrás contarme cuál es la relación que queréis de verdad entre el Escuadrón Alfa y la FInCOM. Si voy a ser tu mensajera, vas a tener que ser sincero y contármelo todo. Y me refiero a todo —dijo, y se colocó la cinta del rifle de asalto al hombro—. Sin embargo, ahora creo que tenemos una cita para que nos maten como parte de una matanza de paint hall para demostrar que un equipo combinado de estas características no funciona. ¿Tengo razón?

Harvard sonrió. Tenía una mirada muy cálida.

—Puede que estemos a punto de morir, pero tú y yo somos de la misma clase, y no vamos a dejarnos matar sin luchar.