Capítulo 12

—Necesito levantarme —dijo Claire pero no se movió.

—Quédate aquí —recomendó Bernard al separar el cuerpo del suyo y ponerse de pié.

Desnudo. Maravilloso.

—Pero tengo hambre —protestó.

—¿Todavía? —preguntó él con malicia.

—De comida, hombre.

El rió.

—Lo sé. Oí tu estómago protestar.

Bernard estaba con el oído cerca en aquel momento, pero demasiado ocupado para oírlo, pensó Claire. Y lo que hacía era tan delicioso que no merecía ser interrumpido por algo tan prosaico como alimentarse.

Ella no se preocupó por cubrirse. A Bernard le gustaba mirarla y ella adoraba esa mirada de admiración.

Ya eran amantes. Y si esa tarde indicaba algo, ella necesitaría mucha energía para acompañarlo. Tenía que alimentarse.

—Creo que sobró un resto de torta de carne —dijo ella. Bernard se dio vuelta y Claire lo admiró a voluntad.

El tenía nalgas muy bien hechas. Como todos los otros músculos del cuerpo. Y se ponían duros como piedra cuando eran usados. Hasta los de las nalgas. Ella los había sentido bajo sus manos, durante las embestidas. Y ahora los veía ondular mientras él se dirigía al otro lado del cuarto.

Bernard pertenecía a Faxton. El se movía por el solar con la facilidad y la firmeza de un lord. Si su padre no hubiera sido tan avaricioso, Granville...

Intentó no pensar más en los dos. Pero las revelaciones de ese día continuaban dando vueltas en su mente. Las sospechas de Wat y la historia terrible de Bernard eran como nubes negras de una tempestad que amenazaba desaguar sobre la tranquilidad del momento y atormentar a Bernard nuevamente.

El se mostraba satisfecho y ella estaba saciada hasta el punto de sentirse lánguida. Tal vez pudiesen mantener la tempestad lejos por un poco de tiempo.

Bernard volvió con la torta de carne, un jarrito de lata y una garrafa de vino abierta.

—¿De dónde vino eso?

—De Francia —el respondió como si la hubiese comprado allá.

—No has tenido la garrafa en la bolsa todo este tiempo. Lo hubiera notado.

—La compré en Durleigh y pensé en guardarla para una ocasión especial. Esta es la mejor que jamás tendré.

—¿Cuál es la ocasión? —indagó ella.

—Tú

—¡Ah!

Contenta, ella sirvió el vino y puso la garrafa y la jarrita cerca de la rodilla de Bernard. El partió la torta en dos pedazos y le dio el mayor. La costra suave y el relleno sabroso merecían elogios, pero él sólo pellizcaba su parte.

Claire no podía creer que él no tuviera hambre. Ambos no habían comido desde la mañana y el estómago de él también debía estar vacío. Eso sin hablar en la energía gastada en la tarde.

—¿Estás sin apetito?

—Muy poco.

—¿Estas enfermo? Tal vez te has contagiado mi resfriado.

—No. Sólo es falta de hambre.

Bernard parecía preocupado. La tormenta se aproximaba.

Claire temía continuar pensando en el pasado y casi lamentaba haberle insistido para que contara la historia. Casi. Bernard necesitaba deslindar la cuestión del asesinato de sus padres y ella descubrir la parte que su padre había tenido en el crimen.

El acostumbraba tomar medidas drásticas, sus métodos preferidos de castigo eran el potro y el látigo. La posibilidad de perder Faxton ¿lo habría hecho ir demasiado lejos?

Había algo más además de la pérdida de Faxton. Si Granville Fitzgibbons hubiese conseguido la posesión de las tierras directamente del obispo de Durleigh, otros caballeros agrarios hubieran solicitado el mismo privilegio al obispo. Con esos recursos perdidos, Dasset estaría ciertamente en riesgo.

Claire podía entender el razonamiento de su padre, pero no avalaba sus métodos.

Saboreó el último bocado de torta y miró la jarrita. Bernard la llenaba de nuevo. El podía no estar comiendo, pero bebía bien.

—¿Eso ayuda? —ella preguntó apuntando a la garrafa por la mitad.

—No mucho.

El se acostó de espaldas, con los brazos cruzados sobre la frente y las rodillas levantadas. Aunque detestase hacerlo, ella necesitaba instigarlo a hablar nuevamente. El había guardados los recuerdos sombríos por demasiado tiempo. Apoyada en uno de sus codos, se acomodó también en la cama. El otro brazo lo posó sobre el pecho de él.

—Volviste al solar y viste que tus padres estaban muertos. ¿Y después?

Bernard suspiró.

—Claire, me duele la cabeza.

—Son los recuerdos horribles machacando dentro. Deja que salgan.

El giró la cabeza y la miró.

—No hay mucho más para contar. Algunos hombres intentaron seguir el rastro de los caballos pero no lo consiguieron. Las mujeres cuidaron a mis padres. Yo no podía hacer nada más que aferrarme a Lillian. Cerca del amanecer llegó tu padre.

—Wat afirmó que nadie lo había llamado. ¿El no explicó porqué había venido?

—No recuerdo. El y los soldados simplemente aparecieron.

—¿El no podría haber oído la campana? O quien sabe, alguien entre Faxton y Dasset oyó la campana y alertó a mi padre.

Bernard reflexionó sobre las posibilidades.

—Muy lejos para que alguien en Dasset haya oído. En cuanto a que una persona en medio del camino, es posible. Pero creo que Wat habría descubierto eso más tarde, en caso de que hubiese ocurrido así.

Seguramente. El funeral de lord y lady Faxton había sido muy concurrido. Si alguien hubiese avisado al señor feudal, lo hubiera contado a más de una persona, por lo menos y se hubiera difundido. ¿Por qué otra razón su padre podría haber salido de madrugada a no se de que ya supiese del ataque y quisiera aparecer en Faxton poco después?

—¿Entonces mi padre te llevó a Dasset? —ella preguntó para forzarlo a continuar.

—Setton creía que sería mejor para todos si yo iba a vivir allá. Lillian se ofreció para quedarse conmigo, pero él no estuvo de acuerdo. Entonces fui.

Y sólo había vuelto a Faxton catorce años después.

—Yo recuerdo el día en que tú llegaste al castillo. Mamá, mis hermanos, mi hermana y yo volvíamos de misa y estábamos en el patio. Tú estabas sentado en el fondo de una carroza. —Eso la intrigó—. Me pregunto por qué mi padre habrá llevado una carroza.

—¿Recuerdas la primera vez que me viste?

—Sí, pero no dejes que se eso se te suba a la cabeza. Yo siempre tenía curiosidad por las personas nuevas que aparecían en Dasset y un niño triste despertó mi interés.

—También yo recuerdo la primera vez que te vi. Fue al día siguiente. Tu madre los había reunido a ustedes cuatro con sus mejores ropas y los había colocado en la escalera de entrada para saludar a un visitante de la nobleza. Yo te creí demasiado altiva para ser tan pequeña. Pero entonces tú hiciste que cambiara mi impresión al levantar un poco tu falda y hacer una reverencia. Estabas descalza. Tu madre casi se desmayó.

Claire recordaba el incidente.

—Los zapatos me apretaban y me magullaban. Papá había prometido comprar un par nuevo en Durleigh pero... —interrumpió la explicación—. Bernard, por eso mi padre había salido en carroza. Había ido a Durleigh a de compras, pero olvidó mis zapatos.

Bernard se sentó y sorbió otro trago de vino.

—Nunca supe que tu padre fuese al mercado. Las compras siempre eran encomendadas y enviadas a Dasset.

—Es verdad. Pero tal vez él tuviese que tratar algún negocio y resolvió llevarlas. Podía estar camino de Dasset y por alguna razón paró en Faxton.

—Pero Claire, era de madrugada. Setton habría necesitado salir de Durleigh en medio de la noche. Eso levanta sospechas sobre el tipo de negocio que podría haber tratado en la ciudad. Era una oportunidad excelente para contratar mercenarios y encargarles matar a mis padres. Después, de vuelta a Dasset, paró aquí para ver si las órdenes habían sido cumplidas.

Era Plausible. Claire desistió de intentar disculpar el comportamiento de su padre. Cada vez que sugería un motivo inocente para él, Bernard encontraba una razón para incriminarlo.

—Cuando papá va a Durleigh, se queda en la Royal Oak. Si pudiésemos conversar con los propietarios, tal vez nos dijesen por qué él estaba allá y con quien se encontraba. Pero eso nos forzaría a volver a la ciudad y podríamos no tener la suerte de escapar como la última vez.

—Yo estaba pensando en ir a buscar a Simon.

Claire temía la idea de complicar al juez en la cuestión.

—Sé que él es tu amigo, pero él puede sentirse obligado a prenderte. Entonces perderías el rescate y la libertad.

—Cada vez el oro me atrae menos.

Claire se dio cuenta de que Bernard desistiría de él si pudiese probar el crimen de su padre. Pero si hiciese acusaciones sin pruebas, la negación del señor feudal lo perjudicaría como en el caso de la recompensa. Ella casi podía oír a su padre vociferar amenazas.

No quería volver a Dasset antes de la llegada de Marshall o de Julius, en caso de que éste viniera para su casamiento. Necesitaba de alguno de ellos para protegerla contra la ira de su padre. Razón egoísta, admitió. Pero también era del interés de Bernard realizar el plan original.

—Debes recibir el rescate primero. Después, si quieres tratar la otra cuestión, tendrás fondos y libertad para hacerlo. —ella lo aconsejó.

—Desearía tener más respuestas que preguntas.

Claire lo empujó y el volvió a acostarse a su lado.

—Reflexiona por unos dos días. Todavía hay tiempo.

Tiempo para nosotros.

Puso la cabeza en el hombro de Bernard y él la rodeó con los brazos.

—Sí todavía hay tiempo. —dijo él con menos entusiasmo del que ella deseaba.

Tenía que convencerlo de que esperara. Su padre se quedaría horrorizado si supiese que ella incentivaba a Bernard a ser paciente para poder recibir el oro.

Toda la vida había intentado conquistar la aprobación de su padre. Como no lo conseguía, había acabado desistiendo, como Julius. Como su hermano, ella se había esforzado para equilibrar los excesos de su padre. Pagaba un buen precio cuando sus interferencias eran descubiertas, pero se alegraba de aliviar el sufrimiento de otras personas. Eso valía las escoriaciones.

Desde su noviazgo, la situación había mejorado mucho. Su padre no estaba de mal humor con tanta frecuencia.

Hasta que Bernard había llegado a exigir la recompensa.

Claire había pasado a creer enteramente en Bernard. El había confiado en la palabra de Odo Setton porque el obispo Thurstan era testigo del acuerdo. Con la muerte de él, Setton se hallaba libre de la promesa. Teniendo en consideración las posibles acciones del pasado, él le debía mucho más de lo que Bernard había pedido por su rescate.

Bernard merecía quedarse con Faxton. Y con el oro.

Merece quedarse conmigo también.

—No os preocupéis por mí, Bernard. Mientras tú y Garth vais a pescar nuestra comida, Lillian y yo nos quedaremos charlando —afirmó Claire al notar la indecisión de él de dejarla en el chalet.

—Yo preferiría que vinierais con nosotros.

—Pescad y limpiad los peces, que yo los asaré. Pero quedarme esperando a que ellos muerdan el anzuelo no es mi idea de diversión.

—Iremos dentro para preparar hierbas y charlar sobre asuntos de mujeres —dijo Lillian—. Id tranquilos.

—Es por poco tiempo, ellas no correrán peligro. Recordad que mi padre dijo que Setton detuvo las búsquedas. —dijo Garth.

—Está bien. Pero estad atentas a cualquier señal de peligro. Si gritáis bien alto las escucharé. —les recomendó todavía dudando.

—No va a pasar nada —dijo Claire con seguridad.

—Yo quisiera tener la misma certeza —él dijo levantando la mano como si fuese a tocarla pero la bajó—. Tened cuidado. No voy a estar lejos y tampoco por mucho tiempo.

Claire esperó hasta que Bernard y Garth se alejaron para soltar un suspiro de alivio.

—Por un momento pensé que no iba a irse. Pero necesita estar un poco en compañía de Garth. —ella comentó con Lillian.

—Les va a hacer bien a los dos. Por lo que entendí, Garth estuvo en el solar esta mañana —dijo Lillian al entrar al chalet seguida por Claire.

Se sentaron en el banco de trabajo.

—Bernard estaba arreglando el techo y Garth se ofreció para ayudarlo si después iban a pescar. Deberíais haberlos visto, Lillian. Parecían niños ansiosos por terminar el trabajo para irse a jugar.

Lillian rió.

—Ellos siempre hacían eso cuando eran pequeños.

—Fue lo que pensé. Pero no pude convencer a Bernard de que me dejara en casa. Gracias Lillian por invitarme a quedar acá al vernos pasar.

—Mi razón fue egoísta. La última vez que vinieron se fueron de prisa. No pudimos charlar. Y yo tengo curiosidad por saber cómo los dos se metieron en esta confusión.

—Para ser sincera, no recuerdo lo que ya os conté.

—Pues entonces comenzad desde el principio. No importa si repetís algo.

—¿Sabéis de la recompensa que Bernard exigió a mi padre?

Lillian aplastaba romero en un pequeño mortero y el aroma se esparcía por el aire.

—Oí contar que él quería tierras y a vos, pero vuestro padre negó haberle prometido eso.

—Exacto. Bernard se mostró dispuesto a renunciar a mí, pero no a las tierras.

—Típico de un hombre. Tierra, siempre tierra.

—Pero él tenía razón. Pensaba que yo ya estaba casada. Si mi padre no hubiese mencionado a Marshall y Bernard no hubiera entendido mal, él habría insistido en las dos partes de la recompensa.

—Probablemente. Entonces vuestro padre lo encarceló en la mazmorra.

Claire relató el resto de la discusión y el golpe de Henry en la cabeza de Bernard, recordándolo caído en la plataforma, con los cabellos sucios de sangre.

—Advertí a mi padre que sería aconsejable cuidar de un Héroe de la fe —ella contó, volviendo a sentir rabia por haber sido ignorada—. Después, intenté persuadir a los dos a reflexionar. De nada sirvió. Era como querer separar dos carneros decididos a darse cabezazos.

—Pero vuestro padre llevaba ventaja.

—Demasiado grande. Con Bernard en la mazmorra, él podía hacer lo que quisiese y como quisiese. Temí que exagerase. Entonces abrí las esposas de Bernard y le pedí que huyera deprisa y bien lejos. Bien, él no perdió tiempo, pero como usted ve, se quedó cerca.

El la había traído a su casa.

Al verlo trabajando con Garth en el techo, oyéndolos reír, su seguridad de que Faxton era el lugar de él, había aumentado. Aunque recibiera el rescate y comprara otras tierras, jamás sería feliz lejos de allí. Infelizmente, mientras su padre viviera, Bernard no podría vivir en la región.

Lillian puso el pequeño mortero a un costado y fue hasta el hogar donde tomó la tetera con agua caliente. Claire le notó la agilidad. A pesar de ser bastante mayor, sus movimientos continuaban firmes y eficientes. Los montoncitos de hierbas se alineaban con precisión en la mesa. Aunque contaba con la presencia de una visita, ella se distraía pero prestaba atención al trabajo.

Sospechando del accidente de la víspera, Claire preguntó:

—Lillian, ¿Cómo conseguisteis ayer poner fuego en la olla y provocar tanto humo, al punto de alarmar a los vecinos?

La anciana mujer se ruborizó.

—Ya lo expliqué. Fui un poco descuidada.

—No es verdad. Desparramar aquel humo negro en el aire fue lo mismo que tocar la campana. Queríais reunir a Bernard con los otros.

Lillian se ofendió y dejó la olla en la mesa.

—Tenéis demasiada imaginación.

—De alguna forma descubristeis que habíamos vuelto a Faxton y queríais que Bernard se encontrase con los arrendatarios de su padre, especialmente con Wat y Garth. Entonces, los juntasteis de la manera más rápida que conocíais. Creo que queréis lo mejor para Bernard y él ahora sabe que también tiene amigos aquí. Pero es necesario entender que él no puede tomar el lugar de su padre en el solar. Tan pronto como reciba el rescate, tendrá que partir.

—No si compra el derecho al obispo.

—Este no le venderá nada si el pago es hecho con oro ganado a través de un crimen. Bastará que mi padre lo declare fuera de la ley para que todos los hombres, de aquí hasta bastante más lejos que York, se sientan obligados a entregarlo a la justicia.

—Tal vez Bernard debiese buscar al juez y pedirle investigar la muerte de Granville.

Desde la charla de la víspera sobre la posibilidad de Bernard de buscar a Simon, el asunto no había sido mencionado más. Y Claire no quería hacerlo.

—¿Quien sabe? Pero sin pruebas de la implicación de mi padre en la muerte de los Fitzgibbons, el juez no podrá hacer nada.

—Debe existir una manera de que Bernard se quede con el lugar a que tiene derecho. El nació, es de Faxton —insistió Lillian.

—Estoy de acuerdo, pero desgraciadamente mi padre no.

—¿Y Julius?

—No sé. El tiene más sentido de justicia que mi padre. En caso de que venga para mi casamiento, puedo pedirle que interceda a favor de Bernard. Dudo que el esfuerzo de él para calmar la ira de mi padre tenga más éxito que el mío. Además será demasiado tarde. Bernard ya se habrá ido.

—Y vos estaréis casada. Lamentable. Deberíais ser Lady Faxton.

Claire apretó los labios para no ceder a la tentación de estar de acuerdo. Había llegado a la misma conclusión mientras anidaba entre los brazos de Bernard. Pero había apartado la idea lejos de su mente. No sería lady de Faxton sino de Huntingdon.

En verdad admiraba el magnífico castillo de Eustace Marshall, donde las velas brillaban en candeleros de oro, iluminando las paredes revestidas de lujoso mármol.

¿Y las personas que se encontraban allá? Todas exhibían ropas de tejidos finísimos, al estilo de la moda, y joyas preciosas. Apreciaban la poesía y la música además de entretenerse con discusiones sobre la política del momento.

Los trovadores eran bienvenidos. El vino fluía en abundancia. Las fiestas constituían un hábito. La alegría animaba a todos.

Claire había quedado maravillada en su única visita allá. Además sabiendo que reinaría como lady del castillo, por encima de todos. Personas relacionadas con Marshall le habían cuestionado la novia escogida, pues podría haber conseguido otra de posición social más alta.

A ella también le parecía extraño, pero no le importaba el hecho de ser aceptada a cambio de unos acres de tierra que le interesaban. Después de aceptados los términos del noviazgo, Eustace le había dado un beso rápido y ella se había considerado muy afortunada.

Pero mientras se imaginaba en un palacio lindísimo, Bernard soñaba con un acogedor solar de piedra, y con Claire Setton.

Curioso. Ella ahora se daba cuenta de que podría ser tan feliz en un pequeño solar como en un inmenso castillo. Era el hombre y no la residencia lo que hacía la diferencia.

Si Bernard y Eustace estuvieran lado a lado y le pidiesen que escoja a uno de los dos, ella apuntaría a Bernard, el hombre a quien amaba, y no aquel con quien debería casarse.

Claire respiró hondo. ¿Cómo había permitido que esto pasara? ¿Cómo, en poco más de una semana se había enamorado de un hombre que estaba fuera de su alcance? Hasta entonces había admitido afecto. ¿Habría amado a Bernard todo ese tiempo y se habría engañado porque sabía cuanto sufriría cuando la realidad se impusiera?

Si pudiese escoger...

Con esfuerzo, contestó.

—No seré Lady Faxton, Lillian. No importa lo que pase, tendré que casarme con Eustace Marshall. Si este secuestro interfiere con el casamiento y con la alianza con Marshall, mi padre enloquecerá. El perseguirá a Bernard así tenga que usar todos los soldados y gastar hasta su última moneda.