152 (Gn 46,26.27). Lo que dice la Escritura con respecto a que entraron sesenta y seis personas con Jacob en Egipto, exceptuando naturalmente a los hijos de José, y lo que luego añade, contando ya a los hijos de José, que eran setenta y cinco personas las que entraron con Jacob en Egipto, hay que interpretarlo de la siguiente manera: éstos son los individuos que estaban en la casa de Jacob cuando entró en Egipto. Porque está claro que a los que encontró allí no los llevó consigo. Pero si indagamos con diligencia la verdad, encontramos que dos, Efraím y Manases, ya habían nacido146cuando entró —cosa que, según se dice, no sólo tienen en este pasaje los códices hebreos, sino que lo afirma la propia versión de los Setenta en el Éxodo147—, y la versión de los Setenta no me parece que se equivoque en esto, pues ésta, por algún significado místico y, utilizando una cierta libertad profética, ha querido completar este número, si viviendo aún Jacob, se propagaron de los dos hijos, Manases y Efraím, aquellos individuos que la versión de los Setenta creyó que debía añadir al número de las personas de la casa de Jacob. Ahora bien, si, por una parte, se sabe que Jacob vivió diecisiete años en Egipto148, por otra, no se sabe cómo pudieron hasta tener nietos los hijos de José, viviendo aún Jacob. Jacob, en efecto, entró en Egipto el segundo año de la escasez149. Los hijos de José, en cambio, nacieron en los años de la abundancia150, aunque no se sepa cuáles son los años de la abundancia en que nacieron. Desde el primer año de la abundancia hasta el segundo año de la escasez, cuando Jacob entró en Egipto, hay nueve años. Si añadimos a éstos los diecisiete años que Jacob vivió allí, tenemos veintiséis años. ¿Cómo pudieron unos jóvenes de menos de veintiséis años tener hasta nietos? Esta cuestión no puede resolverse por ningún texto hebreo. Porque ¿cómo pudo Jacob tener tantos nietos antes de entrar en Egipto, incluso de su hijo Benjamín, que en aquel momento vino donde su hermano José? Pues la Escritura no sólo habla de que Jacob tuvo hijos, sino también nietos y biznietos, todos los cuales hay que añadirlos a aquellas sesenta y seis personas con quienes Jacob entró en Egipto, según lo dice hasta el propio texto hebreo. Hay que considerar también el hecho de que, mientras José y sus hijos sólo son ocho, Benjamín y sus hijos, en cambio, son once en total, no diecinueve entre todos, como efectivamente son ocho más once, sino que la suma arroja la cifra de dieciocho. Y, además, José con sus hijos no son ocho personas, sino que se dice que son nueve, cuando en realidad sólo aparecen ocho151. Estos problemas que parecen insolubles, encierran sin duda un gran significado; pero no sé si podrán concordar todas las cosas literalmente, sobre todo los números que en las Escrituras son absolutamente sagrados y están llenos de misterios, según creemos con toda razón, basándonos en algunos números que hemos podido conocer por ellas.
153 (Gn 46,32-34). Al hablar de los patriarcas se encarece que fueron pastores de ovejas desde su juventud, lo mismo que habían sido sus padres. Y con razón, pues sin duda se da la justa servidumbre y el justo dominio cuando los ganados sirven al hombre y el hombre domina a los ganados. Efectivamente, en la creación del hombre, la Escritura dice así: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra, y tenga poder sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo y sobre todos los ganados que hay sobre la tierra152. Aquí se insinúa que la razón debe dominar sobre la vida irracional. Y la iniquidad o la adversidad hizo que el hombre fuera siervo del hombre. La iniquidad, sin duda alguna, según las palabras de la Escritura: Maldito sea Canaán; será siervo de sus hermanos153. La adversidad también, como le sucedió a José, vendido por sus hermanos como siervo a un extranjero154. Las guerras dieron origen a los primeros a quienes se dio este nombre de siervos en la lengua latina. Pues el hombre vencido por otro hombre, que por derecho de guerra podría haber sido matado, al perdonarle la vida, se convirtió en siervo. También se les llama «mancipia» (esclavo), porque han sido capturados con la mano (manu capta). Hay también un orden natural en los hombres, de modo que las mujeres sirvan a sus maridos y los hijos a sus padres. Porque también en esto hay una justificación, que consiste en que la razón más débil sirva a la más fuerte. Hay, pues, una clara justificación en las dominaciones y en las servidumbres, de modo que quienes sobresalen en la razón, sobresalgan también en el dominio. Pero como en el mundo presente esto se halla perturbado por la iniquidad de los hombres o por la diversidad de las naturalezas carnales, los justos soportan la perversidad temporal, puesto que el día de la muerte han de obtener la felicidad ordenadísima y sempiterna.
154 (Gn 46,34). Porque es una abominación para los egipcios todo pastor de ovejas. Los egipcios, que simbolizan la figura de este mundo en el que abunda la iniquidad, con razón abominan a todo pastor de ovejas, pues el hombre justo es una abominación para el impío.
155 (Gn 47,5-6). Jacob y sus hijos vinieron, pues, a Egipto donde estaba José. Y lo oyó el faraón, rey de Egipto. Y el faraón dijo a José: «Tu padre y tus hermanos han venido a verte. Ahí tienes delante de ti la tierra de Egipto. En lo mejor del país coloca a tu padre y a tus hermanos». Esto es una repetición. No se trata de una cosa olvidada, a la que se vuelve una y otra vez de manera oscura por medio de una recapitulación. Al contrario, es algo sumamente claro. En efecto, la Escritura ya había dicho cómo habían venido al faraón los hermanos de José y qué les había dicho él o qué le habían respondido ellos155. Ahora vuelve a repetir esto mismo como desde el comienzo, para tejer la narración a partir de aquí, desde las palabras que el faraón había dicho a José solo. De todas estas cosas que aparecen en los códices griegos, escritos por hombres más cuidadosos, algunas llevan obelos, que indican las cosas que faltan en el texto hebreo y se encuentran en los Setenta, y otras llevan asteriscos, que indican lo que tienen los códices hebreos y falta en los Setenta.
156 (Gn 47,9). ¿Qué significa lo que Jacob dijo al faraón: Los días de los años de mi vida, en los que habito como extranjero? Así dicen los Setenta. Los códices latinos tienen o ago (paso) o habeo (tengo) o alguna otra palabra parecida. ¿Dijo quizá en los que habito como extranjero (quos incolo), porque nació en una tierra que el pueblo todavía no había recibido en herencia por la promesa divina, y viviendo allí estaba, evidentemente, en tierra ajena, no sólo cuando era peregrino, como en Mesopotamia, sino también cuando estaba allí en donde había nacido? ¿O hay que interpretar estas palabras más bien según lo que dice el Apóstol: Mientras estamos en el cuerpo, somos peregrinos lejos del Señor?156 De acuerdo con esto se entiende también lo dicho en el salmo: Soy un forastero en la tierra y un peregrino como todos mis padres157. Acerca de los días de su vida vuelve a decir otra vez: No han llegado a los días de los años de la vida de mis padres, los días en los que habitaron como extranjeros158. Aquí no ha querido que se entienda otra cosa distinta de lo que dicen los códices latinos: es decir, los años que vivieron. Con esto ha querido indicar que la vida presente es una morada en patria ajena en la tierra, es decir, la morada de un peregrino. Yo creo que esto es conveniente para los santos, a quienes el Señor promete otra vida, que es eterna. Por eso, tenemos que entender bien lo que se dice acerca de los impíos: Vivirán como forasteros y se esconderán ellos; observarán mis pisadas159. Acerca de ellos se entiende mejor eso que dice el salmo que habitan como forasteros para esconderse, es decir, para poner asechanzas a los hijos; no permanecen nunca en casa.
157 (Gn 47,11). Y les dio posesión en la parte mejor del país, en la tierra de Ramsés, como había mandado el faraón. Habría que investigar si la tierra de Ramsés es la misma que la de Gesén. Porque ellos se habían dirigido allí, y el faraón había ordenado que se les diera esa tierra160.
158 (Gn 47,12). Y José cosechaba el trigo para su padre. Su padre, sin embargo, ni le adoró cuando lo vio, ni cuando recibía de él el trigo. ¿Cómo vamos a pensar que el sueño de José161se cumplió ahora y no hemos de creer más bien que hay aquí una profecía de otra cosa mayor?
159 (Gn 47,14). Y José llevó todo aquel dinero al palacio del faraón. La Escritura ha pretendido también en este asunto poner de manifiesto la fidelidad del siervo de Dios.
160 (Gn 47,16). Y José les dijo: «Traed vuestros ganados y os daré alimentos a cambio de vuestros ganados, si faltó el dinero». Puede uno preguntar, si José reunió víveres para alimentar a los hombres, ¿de qué vivían los ganados al aumentar tanto el hambre? Y la pregunta se justifica sobre todo cuando los hermanos de José habían dicho al faraón: Pues no hay pastos para los rebaños de tus siervos, ya que hay un hambre muy grande en la tierra de Canaán162. Y ellos habían añadido que habían venido allí precisamente por esa falta de pastos. Por tanto, si por motivo de esta escasez habían faltado los pastos en la tierra de Canaán, ¿por qué no habían faltado los pastos en Egipto, si esa escasez se había extendido por todas partes? ¿Es que podían no faltar pastos en muchas regiones pantanosas de Egipto, como dicen los que conocen aquellos parajes, habiendo incluso escasez de trigo, dado que esos pastos suelen aparecer después de las inundaciones del Nilo? Se dice que aquellas regiones pantanosas producen pastos tanto más feraces cuanto menos crece el agua del Nilo.
161 (Gn 47,29). Jacob, al morir, dice a su hijo José: Si he encontrado gracia a tus ojos, pon tu mano debajo de mi muslo y me harás misericordia y verdad. Jacob obliga a su hijo con el mismo juramento con que Abraham había obligado a su criado163. Abraham ordenándole de dónde buscaría mujer para su hijo y Jacob encareciendo que enterrasen su cuerpo. En ambos casos se mencionan aquellas dos cosas que han de ser tenidas y apreciadas en mucho, según todos los textos dispersos por las Escrituras y que se encuentran a cada paso; nos referimos a la misericordia y a la justicia, o a la misericordia y al juicio, o a la misericordia y a la verdad, pues en un texto se dice: Todos los caminos del Señor son misericordia y verdad164. En definitiva, estas dos cosas tan recomendadas han de ser muy apreciadas. El criado de Abraham había dicho: Si obráis para con mi señor misericordia y justicia165. Jacob dice a su hijo: me harás misericordia y verdad. Si medimos con parámetros humanos qué significa para un hombre tan importante la recomendación tan solícita de que su cuerpo no sea enterrado en Egipto, sino en la tierra de Canaán, junto a sus padres166, parece extraño y casi absurdo, y no concorde con la excelencia tan grande de una mente profética. Pero si en todas estas cosas se buscan los misterios que encierran, quien los descubra obtendrá el gozo de una admiración mayor. No hay duda alguna de que en la ley, los cadáveres de los muertos significan los pecados, porque los hombres, después de tocarlos o después de cualquier contacto con ellos, estaban obligados a purificarse como si se tratara de una impureza167. De aquí se deriva aquella sentencia: Quien se purifica del contacto con un muerto y le vuelve a tocar, ¿de qué le sirve su purificación? Así es el que ayuna por sus pecados y de nuevo va y hace lo mismo168. Por tanto, el entierro de los muertos significa la remisión de los pecados, de acuerdo con lo que se dice en aquel pasaje: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades les han sido perdonadas y cuyos pecados les han sido cubiertos169. ¿En dónde, pues, habían de ser enterrados los cadáveres de los patriarcas, que significaban estas cosas, sino en aquella tierra en la que fue crucificado aquel por cuya sangre tuvo lugar el perdón de los pecados?170En las muertes de los patriarcas están representados los pecados de los hombres. Se dice que desde el lugar, llamado Abrahamio, en donde están estos cuerpos171, hasta el lugar donde fue crucificado el Señor, hay una distancia de casi treinta millas. De este modo puede comprenderse que hasta ese número significa a aquel que se presentó al bautismo con casi treinta años. Esto y cualquier otra cosa parecida o más sublime puede descubrirse aquí acerca de este tema, con tal de que no creamos que unos hombres de Dios de tal importancia y categoría se preocuparon tan frívolamente de que sus cuerpos fueran enterrados, siendo y debiendo ser para los fieles una total seguridad el hecho de que donde quiera que sean enterrados sus cuerpos o aunque queden incluso sin enterrar por el odio de los enemigos, o aunque sean descuartizados para procurar placer a esos mismos enemigos, no por eso su resurrección va a ser o menos completa o menos gloriosa.
162 (Gn 47,31). Lo que dicen los códices latinos: Y adoró sobre la empuñadura del bastón de él, algunos autores lo corrigen diciendo: Adoró sobre la empuñadura de su bastón, o en la empuñadura de su bastón o en la extremidad o sobre la extremidad. A estos traductores los induce a error la palabra griega que se escribe con las mismas letras, ya sea para traducir eius (de él) o suae (su). Pero, en cambio, los acentos son distintos. Y por eso, los que conocen estas cosas no las desprecian en los códices. Pues sirven para establecer una gran distinción. Aunque podría tener incluso una letra de más, si fuera suae (su), de modo que en griego no fuera autou, sino eautou. De aquí que debamos indagar con toda razón qué es lo que se ha querido decir. Porque entendemos fácilmente que un anciano, que llevaba su bastón, como suelen llevarlo los ancianos, cuando se inclinó para adorar a Dios, lo hiciera naturalmente sobre la extremidad de su bastón. Pues el bastón lo llevaba, de modo que, inclinando su cabeza sobre él, pudiera adorar a Dios. ¿Qué significa, pues, adoró sobre la extremidad del bastón de él, es decir, de su hijo José? ¿Le había quitado quizá el bastón, cuando el propio hijo le hacía juramento, y mientras lo tenía en la mano, adoró en seguida a Dios, después de las palabras del juramento, y cuando aún no se lo había devuelto al hijo? Evidentemente, no le daba vergüenza llevar tanto tiempo el símbolo de la potestad de su hijo, en donde se prefiguraba la imagen de una realidad futura tan grande. En el texto hebreo, la solución parece facilísima, pues este texto dice: Y adoró Israel junto a la cabecera del lecho. El anciano, evidentemente, yacía en su lecho y, puesto así, tenía la posibilidad de orar en él sin esfuerzo alguno, cuando quisiera. Sin embargo, no por eso hay que pensar que lo que dicen los Setenta no tiene sentido o muy poco.
163 (Gn 48,4). Cuando Jacob recuerda las promesas que Dios le hizo, también aquí dice que se le dijo: Te haré una asamblea de pueblos. Con estas palabras se indica más la vocación de los creyentes que la propagación carnal de la estirpe.
164 (Gn 48,5-6). La Escritura afirma que Jacob dijo acerca de Efraím y Manasés lo siguiente: Ahora bien, los dos hijos tuyos, que te nacieron en la tierra de Egipto antes de venir yo a Egipto a reunirme contigo, son míos: Efraím y Manasés. Lo mismo que Rubén y Simeón serán míos —en cambio, si engendraras hijos después de ellos, serán tuyos—; con el nombre de los demás hermanos se les llamará en las suertes de ellos. Este texto engaña a veces a algunos que piensan que en él se afirma algo así como que si José hubiera tenido otros hijos y Jacob hubiera mandado que les llamara con los nombres de éstos. Pero no es así. El orden de las palabras es el siguiente: Ahora bien, los dos hijos tuyos, que te nacieron en la tierra de Egipto antes de venir yo a Egipto a reunirme contigo, son míos: Efraím y Manases. Lo mismo que Rubén y Simeón serán míos. Con el nombre de los demás hermanos se les llamará en las suertes de ellos; es decir, recibirán la herencia junto con sus hermanos, de modo que se les llamará al mismo tiempo hijos de Israel. Esas dos tribus se añadieron con objeto de que fueran doce las tribus que dividieran la tierra y pagaran los tributos, excluyendo a la tribu de Leví, que era tribu sacerdotal. En el texto se intercaló aquello que dijo con respecto a los demás hijos de José, si llegaba a tenerlos.
165 (Gn 48,7). Jacob quiso indicar a su hijo José, como si no lo supiera, dónde y cuándo enterró a su madre, estando también junto con sus hermanos. Pero si José era tan pequeño, que no podía ni preocuparse de aquello ni recordarlo, ¿qué razón hay para que se lo diga ahora? El motivo quizá sea recordar que la madre de José fue enterrada donde Cristo había de nacer.
166 (Gn 48,14-18). Israel bendice a sus nietos, poniendo la mano derecha sobre el menor y la izquierda sobre el mayor. Y cuando José quiere llamarle la atención como si se hubiera equivocado y no se diera cuenta, le responde así: Lo sé, hijo; lo sé. También éste llegará a ser un pueblo y también él será grande; pero su hermano menor será mayor que él y su descendencia será una muchedumbre de gentes172. Esto hay que aplicarlo a Cristo, puesto que también de Jacob y de su hermano se dijo que el mayor servirá al menor173. Según esto, Israel significó algo proféticamente, haciendo que el pueblo que vendría después, por medio de Cristo, con la generación espiritual, superaría al pueblo anterior, que se gloriaba de la generación carnal de los antepasados.
167 (Gn 48,22). Podemos preguntar cómo puede entenderse literalmente lo que dice Jacob que dará Siquem como parte principal a su hijo José, añadiendo que la conquistó con su espada y con su arco. Porque aquella posesión la compró por cien corderos174, no la conquistó por derecho de victoria en una guerra. ¿Se trata quizá de que sus hijos conquistaron Salem, la ciudad de los siquemitas175, y por derecho de guerra pasó a ser de él para que de este modo parezca justa la guerra que hicieron contra aquellos que antes habían cometido una injuria tan grande en la violación de su hija? ¿Por qué no les dio a sus hijos mayores aquella tierra, siendo ellos quienes habían realizado aquella acción? Si ahora, gloriándose de aquella victoria, da aquella tierra a su hijo José, ¿por qué entonces le desagradaron los hijos que realizaron aquella acción? ¿Por qué, finalmente, incluso ahora, al bendecirlos, menciona este hecho, echándoles en cara su conducta?176Es claro, por tanto, que se oculta aquí algún misterio profético, porque incluso José prefiguró a Cristo con una significación principal y se le da aquella tierra en donde Jacob177había destruido y aniquilado a los dioses extranjeros para que se entienda que Cristo había de poseer a los gentiles, los cuales renunciarían a los dioses de sus padres y creerían en él.
168 (Gn 49,33). Vamos a ver por qué las Escrituras dicen de los muertos lo que frecuentemente afirman acerca de ellos: Y fue colocado junto a sus padres o fue colocado junto a su pueblo. Esto se dice de Jacob, ya muerto, pero todavía no enterrado, y no resulta claro saber junto a qué pueblo se le pone. Pues de él nace el pueblo primero que recibió el nombre de pueblo de Israel. Pero entre los que le precedieron se cuentan tan pocos justos, que dudamos darle el nombre de pueblo. Porque si el texto dijera: «Fue puesto junto a sus padres», no se plantearía ningún problema. ¿Se trata quizá del pueblo, no sólo formado por hombres santos, sino del pueblo de los ángeles de aquella ciudad, de acuerdo con lo que se dice en la epístola a los Hebreos: Sino que os acercasteis al monte Sión y a la ciudad de Dios Jerusalén y a las miríadas de ángeles exultantes?178 Se agregan a este pueblo los que terminan esta vida agradando a Dios. Se dice que se agregan cuando ya no queda ninguna preocupación por las tentaciones y ningún peligro de pecados. La Escritura, contemplando esto, dice: Antes de la muerte no alabes a nadie179.
169 (Gn 50,3). Los cuarenta días empleados en la sepultura, que recuerda la Escritura, quizá signifiquen algo relativo a la penitencia por medio de la cual se sepultan los pecados. Por eso, no se establecieron inútilmente los cuarenta días de ayuno que practicó Moisés180, Elías181y el propio Señor182. Y la Iglesia llama cuaresma a la observancia especial de los ayunos. Hasta la traducción del hebreo del profeta Jonás dice así de los ninivitas: Cuarenta días, y Nínive será destruida183. De este modo entendemos que durante esos días, acomodados ciertamente a la humillación de los penitentes, los ninivitas lloraron sus pecados en medio de los ayunos y alcanzaron la misericordia de Dios. Pero no hay que creer que este número sólo conviene al llanto de los penitentes, porque en este supuesto el Señor no hubiera pasado cuarenta días con sus discípulos después de la resurrección, entrando y saliendo, comiendo y bebiendo con ellos184. Y estos días, naturalmente, fueron de alegría. Y no hay que pensar tampoco que la versión de los Setenta, que la Iglesia suele utilizar en sus lecturas, se haya equivocado, no diciendo: cuarenta días, sino tres días, y Nínive será destruida. Adornados, por cierto, estos Setenta hombres de una autoridad mayor que el simple oficio de traductores, poseyeron el espíritu profético. Por eso, sus versiones estaban tan acordes entre sí como si ellos hubieran hablado con una sola boca. Y esto fue un gran milagro. Pues bien, estos hombres pusieron tres días, aunque no ignoraban que los códices hebreos decían cuarenta días. Y esto lo hicieron para que se entendiera que los pecados se borran y desaparecen en la glorificación de nuestro Señor Jesucristo, de quien se dijo: El, que fue entregado por nuestros pecados y resucitó por nuestra justificación185. Pues bien, la glorificación del Señor se conoce en su resurrección y ascensión a los cielos. Por eso nos dio hasta dos veces al Espíritu Santo, aunque es uno y el mismo. La primera vez, después de la resurrección186. La segunda, después de la ascensión a los cielos187. Y puesto que resucitó al tercer día, y subió al cielo después de cuarenta días, una de estas dos cosas, la que sucedió en segundo lugar, la significan los códices hebreos con el número de días. La otra cosa, la que se refiere a los tres días, que tiene relación con el mismo tema, quisieron recordarla los Setenta, no mediante la literalidad de la traducción, sino por la autoridad de la profecía. No digamos, pues, que una de estas dos cosas es falsa y nos peleemos defendiendo a unos traductores contra otros, puesto que los que traducen del hebreo nos demuestran que está escrito lo que ellos traducen. Y la autoridad de los Setenta, que recomienda incluso la autoridad divina con un milagro tan notable, está apoyada en las iglesias por una antigüedad muy grande.
170 (Gn 50,5). Podemos preguntar cómo es verdad lo que José mandó a los dignatarios egipcios para que se lo dijeran de su parte al faraón: Mi padre me tomó juramento diciendo: «En el sepulcro que yo me excavé en el tierra de Canaán, allí me enterrarás»; porque estas palabras del padre de José no aparecen cuando dio órdenes acerca de su sepultura. No obstante, debemos referirlas al contenido, como hemos advertido más arriba al tratar de expresiones o narraciones parecidas. Las palabras deben servir para expresar la propia intención y para darla a conocer. Que Jacob excavó para sí un sepulcro, no lo encontramos afirmado antes en ningún pasaje de la Escritura. Pero si no lo hubiera hecho, estando como estaba en esas tierras, no lo diría ahora la Escritura.
171 (Gn 50,10). ¿Qué significa lo que dice la Escritura cuando iban a enterrar a Jacob: Y llegaron a la era de Atad, que está al otro lado del Jordán? Como dicen los que conocen el lugar, esos hombres fueron más de cincuenta millas más allá del sitio en que tenían que enterrar al muerto. Esta es la distancia que hay más o menos desde el lugar en donde están enterrados los patriarcas, entre ellos Jacob, hasta este lugar adonde llegaron, como dice la Escritura. Después de hacer allí un duelo y un luto muy grande, regresaron al sitio que habían dejado atrás, volviendo a atravesar el Jordán. Alguien, no obstante, puede decir que, para evitar la presencia de enemigos, volvieron con el cuerpo por el desierto, por el mismo lugar por donde fue conducido también el pueblo de Israel por Moisés cuando lo sacó de Egipto. Realmente por aquel camino se da un gran rodeo y a través del Jordán se llega al sitio de Abraham, en donde están los cuerpos de los patriarcas188, es decir, a la tierra de Canaán. Pero de cualquier manera que haya sucedido esto, el hecho de alejarse tanto hacia el oriente, más allá de aquellos lugares, y el hecho de volver a ellos a través del Jordán, hay que entender que se hizo por algún significado, esto es, que por el Jordán llegaría después a aquellas tierras Israel con sus hijos.
172 (Gn 50,10). E hizo duelo por su padre siete días. No sé si se encontrará en las Escrituras que se celebrara un duelo por algún santo durante nueve días, cosa que los latinos llaman novendial. Por tanto, me parece que hay que prohibir esta costumbre a los cristianos si conservan este número de días de duelo para sus muertos, porque es propiamente una costumbre pagana. El número siete, en cambio, goza de autoridad en las Escrituras. Por eso está escrito en otro lugar: El duelo por un muerto dura siete días; por un necio, todos los días de su vida189. El número siete es, sobre todo, señal de descanso a causa del misterio del sábado. Por eso, con toda razón se dice que los muertos descansan. En el duelo de Jacob, los egipcios multiplicaron por diez el número siete: le lloraron efectivamente durante setenta días190.
173 (Gn 50,22-23). Y José vivió ciento diez años. Y José vio los hijos de Efraím hasta la tercera generación. Y los hijos de Makor, hijo de Manases, nacieron sobre las rodillas de José. Como la Escritura dice que José vio a estos hijos de sus hijos o nietos de sus hijos, mientras vivió, ¿cómo puede añadirlos a aquellos setenta y cinco hombres con quienes Jacob dice que entró en Egipto191, dado que José llegó a ver a aquellos hijos en su vejez, y, en cambio, cuando Jacob entró en Egipto, José era joven y cuando murió su padre, José tenía casi cincuenta y seis años de edad? En conclusión, la Escritura ha debido de recomendar ese número setenta y cinco por algún misterio que encierra. Pero si alguno quisiera saber cómo puede ser verdad de acuerdo incluso con la exactitud histórica que Jacob entrara en Egipto con setenta y cinco personas, le digo que no es preciso pensar que entró en aquel único día en que llegó allí. Y el motivo es que, como a Jacob, se le llama muchas veces por el nombre de sus hijos, es decir, de sus descendientes, y consta que él entró en Egipto por medio de José. La entrada de Jacob, por consiguiente, hay que tomarla durante todo el tiempo que vivió José, por cuyo motivo entró él en Egipto. En realidad, durante todo aquel tiempo pudieron nacer y vivir todos los que se mencionan, hasta completar las setenta y cinco personas, contando los nietos de Benjamín. Esto se confirma por lo que dice el texto: Estos son los hijos que Lía dio a luz para Jacob en Mesopotamia de Siria192. Y este texto se refiere también a los hijos que aún no habían nacido. Y alude a ellos porque allí había dado a luz a los padres de quienes nacieron, presentándolos como nacidos allí. Y lo hace así porque allí tuvo origen la causa de que nacieran sus padres, los que Lía dio a luz allí. Pues bien, dado que José fue la causa de que Jacob entrara en Egipto, todo el tiempo que José vivió en Egipto fue el tiempo de entrada de Jacob en Egipto, entrada que realizó por medio de su descendencia, que se propagaba, mientras vivía quien fue la causa de que Jacob entrara.
CUESTIONES SOBRE EL HEPTATEUCO
Traducción: Olegario García de la Fuente
LIBRO II
Cuestiones sobre el Éxodo
[Al final se encuentra la descripción del tabernáculo]
1 (Ex 1,19.20). En relación a la mentira de las parteras, que engañaron al faraón para no tener que matar a los niños hebreos al nacer, diciendo que las mujeres hebreas no daban a luz como las egipcias, suele preguntarse si tales mentiras han sido aprobadas por la autoridad de Dios, puesto que la Escritura dice que Dios favoreció a las parteras. Pero no sabemos si perdonaba la mentira por su misericordia o si juzgaba que era digna de premio. Porque las parteras hacían una cosa, dejando con vida a los niños hebreos, y otra, mintiendo al faraón. Al respetar la vida de los niños, hacían una obra de misericordia; pero utilizaban aquella mentira en favor suyo para que el faraón no las castigara, cosa que pudo pertenecer no a la alabanza, sino a la excusa. Por este texto, según me parece a mí, no se da permiso para mentir a aquellos de quienes se dice: Y no se encontró en su boca mentira¹. Pues la vida de algunos es muy inferior a la actuación de los santos, si tiene estos pecados de mentira, dejándose llevar por su propio impulso e inclinación, sobre todo si no saben esperar los celestes beneficios divinos y, al contrario, están ocupados con los bienes terrenos. Pero los que viven como ciudadanos del cielo², como dice el Apóstol, no creo que deban formar su modo de hablar en el ejemplo de las parteras por lo que respecta a decir la verdad y a evitar la mentira. Pero convendría discutir más ampliamente esta cuestión a causa de otros ejemplos que hay en las Escrituras.
2 (Ex 2,12). Acerca de la acción de Moisés, por la que mató a un egipcio para defender a sus hermanos, ya he discutido lo suficiente en aquella obra que escribí contra Fausto sobre la vida de los patriarcas. Se trata de saber si el carácter de Moisés, que le impulsó a cometer aquel pecado, es digno de alabanza, como, por ejemplo, suele alabarse también la fertilidad de la tierra ante semillas útiles, aunque produzca también hierbas inútiles, o si hay que justificar totalmente el hecho en sí. Esto último no parece aceptable, porque Moisés no tenía aún ninguna potestad legítima, ni recibida de Dios ni otorgada por la sociedad humana. Sin embargo, como dice Esteban en los Hechos de los Apóstoles, él pensaba que sus hermanos comprenderían que Dios iba a darles la salvación por medio de él³, para que por este testimonio se viera que Moisés pudo atreverse a hacer esto amonestado ya por Dios, cosa que la Escritura no dice en este lugar.
3 (Ex 3,4). El Señor le llamó desde la zarza. ¿Le llamó el Señor en forma de ángel? ¿O es el Señor aquel ángel que recibe el nombre de Ángel del gran consejo4 y se interpreta que es Cristo? Porque un poco antes dice el texto: Se le apareció el ángel del Señor en forma de llama de fuego que salía de la zarza5.
4 (Ex 3,8). Para sacarlos de aquella tierra hacia una tierra buena j espaciosa, una tierra que mana leche y miel. ¿Debemos tomar en sentido espiritual esta tierra que mana leche y miel, porque, según la propiedad de nuestro lenguaje, así era la tierra aquella que se dio al pueblo de Israel? ¿O es un modo de expresarse para alabar la fertilidad y la suavidad de aquella tierra?
5 (Ex 3,9). Y he aquí que ahora el clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí. No como el clamor de los sodomitas6, que significa la iniquidad sin temor y sin vergüenza.
6 (Ex 3,22). El Señor mandó a los hebreos por medio de Moisés que pidieran a los egipcios objetos de oro y plata y vestidos, y luego añade: Y despojaréis a los egipcios. Esto no puede tomarse como un mandato de algo injusto. Es un mandato de Dios, que no hay que juzgar, sino que hay que obedecer. En realidad, Dios sabe cuán justamente lo mandó. Al siervo corresponde, pues, hacer obedientemente lo que manda el Señor.
7 (Ex 4,10). Moisés dijo al Señor: Te ruego, Señor, yo no soy hombre elocuente ni antes de ayer ni hace tres días ni desde que comentaste a hablar a tu siervo. Según esto, se entiende que Moisés creía que podía llegar a ser súbitamente un hombre elocuente por voluntad de Dios, pues dice: Ni desde que comentaste a hablar a tu siervo, como si quisiera afirmar que pudo ocurrir que quien no era elocuente antes de ayer o hacia tres días, pudiera llegar a serlo de repente, a partir del momento en que el Señor comenzó a hablar con él.
8 (Ex 4,11). ¿Quién ha hecho al mudo y al que oye, al que ve y al ciego? ¿No soy yo el Señor Dios? Algunos acusan a Dios o a la Escritura del Antiguo Testamento sobre todo, porque Dios dijo que él había hecho al ciego y al mudo. ¿Qué dicen, pues, de Cristo el Señor, que afirma claramente en el Evangelio: Yo he venido para que los que no ven vean y los que ven queden ciegos?7Porque ¿quién cree, a no ser un necio, que le pueda sobrevenir a un hombre un defecto corporal sin que Dios lo quiera? Pero nadie pone en duda que Dios quiere todo con justicia.
9 (Ex 4,12). El Señor dice a Moisés: Pero ahora vete y yo abriré tu boca y te diré lo que has de decir. Aquí aparece con suficiente claridad que es obra de la voluntad y gracia de Dios no sólo la instrucción de su boca, sino también el hecho mismo de abrirla. Pues no le dice: abre tu boca y yo te diré, sino que Dios le promete ambas cosas: Yo abriré y yo te instruiré8. En otro sitio en un salmo se dice: Abre de par en par tu boca y yo la llenaré —aquí se indica que hay en el hombre la voluntad de recibir lo que Dios da al que lo desea. La expresión: Abre de par en par tu boca, se refiere al deseo de la voluntad; y la expresión: Yo la llenaré, a la gracia de Dios—. Aquí, en nuestro texto, se dice: Yo abriré tu boca y yo te instruiré.
10 (Ex 4,14). El Señor, encolerizado por la ira, dijo. Para no repetir siempre lo mismo, cuando la Escritura habla de que Dios se encoleriza, hay que advertir de una vez para siempre cómo se puede entender eso, sabiendo que Dios no lo hace como un hombre por una perturbación irracional. Pero podemos preguntar con toda razón por qué aquí Dios, encolerizado, dijo acerca del hermano de Moisés que él hablaría al pueblo en nombre de Moisés. Parece que, como a uno que desconfiara, no le dio la autoridad total que le había de dar, y que quiso hacer por medio de dos personas lo que podría haber hecho por medio de una sola, si esa persona hubiera tenido fe. No obstante, consideradas todas estas palabras más atentamente, no significan que el Señor, airado, le diera a Aarón como castigo. Pues el texto dice así: ¿No tienes a tu hermano Aarón el levita? Sé que él habla bien9. Por estas palabras se demuestra que Dios le reprendió más bien el que tuviera miedo de presentarse al pueblo por ser menos apto, teniendo como tenía a su hermano para hablar por medio de él al pueblo lo que Dios quisiera, puesto que él era débil de voz y torpe de lengua; aunque tenía que esperar todo de Dios. El Señor repite después lo mismo que había prometido poco antes y después de haberse encolerizado. Efectivamente había dicho: Abriré tu boca y te instruiré. Y ahora dice: Abriré tu boca y su boca y os instruiré sobre lo que tenéis que hacer10. Pero como el Señor añadió: El hablará por ti al pueblo¹¹ parece que se le concedió la apertura de la boca, porque Moisés dice que él es torpe de lengua. Acerca de la debilidad de voz el Señor no quiso conceder nada a Moisés. Para evitarla, le concedió la ayuda de su hermano, quien podría emplear la voz que fuera conveniente para enseñar al pueblo. En relación a lo que dice luego: Y pondrás mis palabras en su boca demuestra que el Señor le daría las palabras que habría de decir. Porque si sólo se las diera para que las oyera como las oye la gente, se las dictaría al oído. Un poco más adelante dice: El hablará por ti al pueblo y él será tu boca. También aquí se sobreentiende «para el pueblo». Y al añadir: Hablará por ti al pueblo, indica suficientemente que Moisés tenía la autoridad y Aarón el ministerio. Finalmente, en relación a lo que dice: Tú, en cambio, serás para él las cosas que son para Dios, quizá haya que ver aquí un gran misterio, cuya representación lleva Moisés como intermediario entre Dios y Aarón, y Aarón como intermediario entre Moisés y el pueblo.
11 (Ex 4,24—26). Y sucedió que en el camino, junto al lugar donde descansaba, se le apareció el ángel e intentaba matarle. Séfora tomó entonces una piedra y circuncidó el prepucio de su hijo y cayó a los pies de Moisés diciendo: «Se paró la sangre de la circuncisión de mi hijo», y el ángel se apartó de él; por eso, ella dijo: «Cesó la sangre de la circuncisión». Con relación a estas palabras de la Escritura se pregunta, primero, si era a Moisés a quien quería matar el ángel, puesto que se dice: Se le presentó el ángel e intentaba matarle, y ¿a quién hemos de creer que se presentó, sino a aquel que iba al frente de toda la gente y que conducía a los demás? O si era al niño a quien quería matar, y la madre lo salvó circuncidándolo. Y en este supuesto, habría que pensar que el ángel quería matar al niño porque no estaba circuncidado, y así se sancionaría el precepto de la circuncisión con la severidad del castigo. Si se trata de esto último, no sabemos de quién se dijo antes: Intentaba matarle, porque, a no ser que aparezca en lo que sigue, se ignora a quién podría decirse antes con una expresión ciertamente rara e inusitada: se le presentó e intentaba matarle, porque antes no había dicho nada acerca de esta persona. Una cosa parecida sucede con las palabras del salmo: Sus cimientos están sobre los montes santos; el Señor ama las puertas de Sión¹². El salmo, en efecto, comienza con esas palabras sin decir nada acerca de aquel o de aquella de cuyos cimientos quiso hablar, cuando dijo: Sus cimientos están sobre los montes santos. Pero como a continuación dice: El Señor ama las puertas de Sión, se concluye que se trata de los cimientos o del Señor o de Sión. Y como el sentido más fácil es el que se refiere a Sión, los cimientos serían los cimientos de la ciudad. Ahora bien, como en el pronombre eius (sus cimientos) el género es ambiguo —puesto que este pronombre puede ser masculino, femenino y neutro—, y en griego, en cambio, en femenino se dice aites y en masculino y en neutro aitou, y el códice griego tiene aitou, nos vemos obligados a admitir que se trata, no de los cimientos de Sión, sino de los cimientos del Señor, es decir, de los cimientos que construyó el Señor, de quien se dice: El Señor que edifica Jerusalén¹³. Anteriormente, al decir: Los cimientos están sobre los montes santos, no había mencionado ni a Sión ni al Señor. Aquí, en nuestro texto, sucede lo mismo: antes de mencionar al niño, se dijo: Se le presentó e intentaba matarle, de modo que podemos saber por lo que sigue de quién se trata. Aunque si alguien quisiera entender ese texto como referido a Moisés, no hay por qué negarlo rotundamente. Más bien habría que entender lo que sigue, si ello es posible, como queriendo decir que el ángel se apartó de matar a cualquiera de ellos precisamente porque la mujer dijo: Cesó la sangre de la circuncisión del niño. En realidad no dice: «se apartó de él» por haber circuncidado al niño, sino porque cesó la sangre de la circuncisión. No porque corrió esa sangre, sino porque cesó con gran misterio, si no me equivoco.
12 (Ex 4,20). Puede uno preguntar cómo pueden ser verdaderas las dos cosas que dice más arriba la Escritura, a saber, que Moisés puso a su mujer y a sus hijos sobre unos medios de transporte para ir con ellos a Egipto, por una parte, y, por otra, que luego su suegro Jetró se le presentó con ellos, después de haber sacado Moisés al pueblo de Egipto14. Habría que pensar que después de aquel intento del ángel de matar a Moisés o al niño, la mujer de Moisés volvería a Egipto, con los hijos. Pues algunos han pensado que el ángel le prohibió que le acompañara la mujer, para que no pusiera obstáculos al ministerio que Moisés realizaba por mandato divino.
13 (Ex 5,1-3). Podemos preguntar por qué se dice al pueblo que Dios ordenó sacar a los israelitas de Egipto para llevarlos a la tierra de Canaán, y, en cambio, al faraón se le dice que el pueblo quiere hacer un viaje de tres días en dirección al desierto para ofrecer sacrificios a su Dios, tal como su Dios se lo ha mandado. En relación a esto hay que pensar que, aunque Dios supiera lo que iba a hacer, porque sabía de antemano que el faraón no consentiría en dejar marchar al pueblo, se dijo primero lo que se haría también primero, en el caso de que el faraón dejara salir al pueblo. Efectivamente, la contumacia del faraón y de los suyos consiguió que todo se hiciera como afirma la Escritura a continuación. Porque Dios no manda con mentira lo que sabe que no hará aquel a quien se le manda, para que se siga un juicio justo.
14 (Ex 5,22-23). Moisés dice al Señor: ¿Por qué has afligido a este pueblo? ¿Por qué me has enviado? Porque desde que fui al faraón para hablarle en tu nombre... contra este pueblo, y tú no has librado a este pueblo. Estas palabras no son palabras de rebelión o indignación, sino de búsqueda y oración. Esto aparece claramente por lo que el Señor le responde. Pues no le reprende su infidelidad, sino que le revela lo que va a hacer.
15 (Ex 6,14-28). No hay duda de que es un misterio el hecho de que la Escritura, queriendo mostrar el origen de Moisés, puesto que su actuación ya era larga, comience su genealogía a partir del primogénito de Jacob, es decir, desde Rubén, y después mencione a Simeón y luego a Leví, pero no siga más adelante, pues Moisés proviene de Leví. En cambio, se mencionan aquí los que ya se mencionaron entre aquellas setenta y cinco personas con las que Israel entró en Egipto. Dios no quiso que ni la primera tribu, ni la segunda, sino la tercera, la tribu de Leví, fuera la tribu sacerdotal.
16 (Ex 6,30). Moisés dice: Mira que yo soy débil de voz, ¿cómo me va a escuchar el faraón? Estas palabras parecen buscar excusas en la debilidad de la voz, no sólo ante una multitud de gente, sino también ante un solo hombre. Es extraño que Moisés tuviera una voz tan débil que ni siquiera le pudiera oír un hombre solo. ¿Acaso la fastuosidad regia no les permitía hablar desde cerca? Pero a Moisés se le dice: Mira que te he constituido como un dios para el faraón, y tu hermano Aarón será tu profeta.
17 (Ex 7,1). Hay que advertir que, cuando Moisés fue enviado al pueblo, no se le dijo: Mira que te he constituido como un dios para el pueblo y tu hermano será tu profeta, sino que se le dijo: Tu hermano hablará por ti al pueblo. También se le dijo: Será tu boca, y tú serás para él las cosas que son para Dios15. No se le dice: Tú serás para él un dios. En cambio se dice que Moisés fue dado al faraón como un dios y, siguiendo la analogía, Aarón se le dio a Moisés como profeta, pero para el faraón. Aquí se insinúa que los profetas de Dios nos dicen las cosas que oyen de parte de Dios y que el profeta de Dios no es más que el anunciador de las palabras de Dios a los hombres, los cuales o no pueden o no merecen oír a Dios.
18 (Ex 7,3). Dios dice con frecuencia: Endureceré el corazón del faraón. Y añade la causa de que obre así: Endureceré —dice— el corazón del faraón y cumpliré mis señales y mis portentos en Egipto, como si el endurecimiento del corazón del faraón fuera necesario para que se multiplicaran o se cumplieran los prodigios de Dios en Egipto. Dios usa bien de los corazones malos para lo que quiere manifestar a los buenos o a los que habrá de hacer buenos. Y aunque la manera de ser de cada corazón en la maldad, es decir, la inclinación al mal que tenga cada corazón, se produzca por propia culpa, que aumenta por decisión de la propia voluntad, sin embargo, para que la voluntad se mueva hacia una parte o hacia otra por esa manera de ser mala, cuando se mueve con maldad hacia una parte o hacia otra, tiene que suceder por aquellas causas que impulsan al ánimo; causas cuya existencia no está en poder del hombre, sino que proceden de la providencia oculta de Dios, ciertamente justísima y sapientísima, que dispone y administra todo lo que ha creado. Por tanto, fue culpa del faraón el tener un corazón que la paciencia de Dios no lo moviera a compasión, sino a la impiedad. Pero fue voluntad de Dios que sucedieran aquellas cosas por las cuales el corazón del faraón resistiera tan malignamente por propia culpa a los mandamientos de Dios —esto es lo que significa «se endureció», es decir, que no consentía con flexibilidad, sino que resistía inflexiblemente—. Y esa voluntad de Dios preparaba para un corazón así una pena no sólo no injusta, sino claramente justa, por medio de la cual se enmendaran los que temen a Dios. Así, por ejemplo, ante la posibilidad de un lucro para cometer un homicidio, el avaro se mueve de una manera y el despreciador del dinero de otra: aquél, para cometer el crimen; éste, para evitarlo. Pero la proposición del propio lucro no estuvo en poder de ninguno de ellos. Así, a los hombres malos les sobrevienen causas que no están, evidentemente, bajo su control, sino que esas causas hacen de ellos como los encontraron ya hechos por propia culpa según su voluntad anterior. Hay que ver, por consiguiente, si se puede interpretar también la frase: Yo endureceré, como si quisiera decir: «Yo demostraré qué duro es».
19 (Ex 7,9). Si el faraón os habla diciendo: «Dadnos alguna señal o prodigio», dirás a tu hermano Aarón: «Toma tu vara y échala delante del faraón y de sus siervos, y se convertirá en dragón. Aquí, ciertamente, no había necesidad alguna de hablar, a pesar de que, según parece, Aarón se le concedió a Moisés como por necesidad, dada la debilidad de su voz. Moisés sólo tenía que tirar la vara para que se convirtiera en dragón. ¿Por qué no lo hizo Moisés? Sin duda porque esta mediación de Aarón entre Moisés y el faraón significa alguna cosa grande.
20 (Ex 7,10). Hay que advertir, además, que, cuando Aarón realizó ante el faraón aquel prodigio, la Escritura dice: Y echó Aarón su vara. Si hubiera dicho «echó la vara», probablemente no hubiera habido ningún problema. Pero el añadir «su», habiéndole dado Moisés a Aarón la vara, podemos pensar que no se ha dicho esto sin motivo. ¿O era aquella vara de ambos, de modo que si se afirmaba que era de cualquiera de ellos, se decía la verdad?
21 (Ex 7,12). Pero la vara de Aarón devoró sus varas. Si se hubiera dicho: «El dragón de Aarón devoró sus varas», se entendería que un verdadero dragón de Aarón no habría devorado aquellas fantásticas figuras, sino las varas. Por eso pudo devorar lo que eran, no lo que parecían ser y no eran. Pero como dice: La vara de Aarón devoró sus varas, un dragón pudo, evidentemente, devorar varas, no una vara. Pero una cosa recibe el nombre del objeto de donde procedió, no del objeto en que se convirtió, porque también regresó a lo mismo. Por eso, debía llamársele lo que fundamentalmente era. Y ¿qué hay que decir de las varas de los magos? ¿Se convirtieron también ellas en verdaderos dragones, pero recibieron el nombre de varas por la misma razón que la vara de Aarón? ¿O parecían más bien ser lo que no eran por un juego de hechicería? ¿Por qué entonces se les llama en ambos casos varas y dragones, de tal modo que no se diferencia en nada el modo de hablar acerca de aquellas figuras? Pero, aunque se hubieran convertido en verdaderos dragones las varas de los magos, es difícil demostrar cómo no fueran los creadores de los dragones ni los magos ni los ángeles malos, con cuyo concurso se realizaban aquellas cosas. Hay, efectivamente, en las cosas corporales distribuidas por todos los elementos del mundo, unas razones seminales ocultas que, cuando se les da la ocasión temporal y causal, originan especies debidas a sus modos y fines. Y así, a los ángeles que hacen estas cosas no se les llama creadores de los animales, como tampoco se les llama creadores de los productos o de los árboles o de cualquier otra cosa que brote de la tierra a los agricultores, aunque sepan aportar ciertas oportunidades y ciertas causas externas para que nazcan esas cosas. Pues bien, lo que éstos hacen visiblemente, los ángeles lo hacen invisiblemente. Pero Dios es solo y único creador, que sembró en las cosas las propias causas y las razones seminales. El tema lo he explicado brevemente. Si lo explicara con ejemplos y con una amplia discusión, para que se comprendiera más fácilmente, necesitaría un largo discurso, que me dispensa de hacerlo la prisa que tengo.
22 (Ex 7,22). Pero hicieron también lo mismo los magos de los egipcios con sus encantamientos, y se endureció el corazón del faraón y no les escuchó, como había dicho el Señor. Al decir esto, parece que el corazón del faraón se endureció porque los magos de los egipcios también habían hecho lo mismo. Pero lo que viene a continuación nos demostrará lo grande que fue aquella dureza de corazón, incluso cuando los magos fallaron.
23 (Ex 8,7). Pero hicieron también lo mismo los magos de los egipcios con sus encantamientos y sacaron las ranas sobre la tierra de Egipto. Podemos preguntarnos de dónde las sacaron si ya estaban por todas partes. Pero una pregunta semejante se presenta para saber cómo convirtieron también el agua en sangre, si toda el agua de Egipto ya se había convertido en sangre. Para responder, es preciso pensar que la región que habitaban los hijos de Israel no fue golpeada por aquellas plagas. Y por eso los magos pudieron o sacar agua para convertirla en sangre, o sacar algunas ranas para la sola demostración del poder mágico, aunque pudieron también hacer esas cosas después de estar ocultas. Pero la Escritura unió sin interrupción la narración de lo que pudo incluso suceder después.
24 (Ex 8,15). El faraón vio que había un respiro. Y se endureció su corazón y no les escuchó, como había dicho el Señor. Estas palabras demuestran que las causas del endurecimiento del corazón del faraón no fueron únicamente el que los magos hicieran cosas parecidas, sino también la propia paciencia de Dios que le perdonaba. La paciencia de Dios, según los corazones de los hombres, para unos es útil en cuanto que conduce a que se arrepientan; para otros es inútil, pues conduce a que resistan a Dios y perseveren en el mal. Pero esa paciencia por sí misma no es inútil; sólo lo es para el corazón malo, como he dicho. Esto mismo dice el Apóstol: ¿Ignorando que la paciencia de Dios te impulsa a la conversión? Por la dureza de tu corazón y por tu corazón impenitente atesoras contra ti ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual dará a cada uno según sus obras16. Y en otro lugar, cuando dijo: Somos el buen olor de Cristo en todo lugar, añadió además lo siguiente: entre los que se salvan y entre los que se pierden17. No dijo que eran buen olor de Cristo para los que se salvan y mal olor para los que se pierden. Sólo dijo que eran buen olor. Sin embargo, aquellos hombres son de tal naturaleza, que perecen hasta con el buen olor, según el modo de ser de su corazón, como he repetido muchas veces; modo de ser que hay que cambiar por la buena voluntad en la gracia de Dios, para que comiencen a aprovecharle los juicios de Dios, que condenan a los corazones malos. Por eso, aquel hombre, con su corazón cambiado hacia mejor cantaba: Vivirá mi alma y te alabará, y tus juicios me ayudarán18. No dice: «tus dones» o «tus premios», sino tus juicios. Pero queda aún mucho para que con sincera confianza pueda decirse: Pruébame, Señor, y tiéntame; quema mis riñones y mi corazón. Y para que no parezca que se atribuye algo proveniente de sus propias fuerzas, añade: Porque tu misericordia está ante mis ojos y me complazco en tu verdad19. Recuerda la misericordia que Dios ha tenido con él, de modo que pueda complacerse en la verdad, porque todos los caminos del Señor son misericordia y verdad20.
25 (Ex 8,19). Los magos dijeron al faraón: El dedo de Dios está aquí. Esto lo dijeron porque no pudieron producir los mosquitos. En relación a esto decimos que, efectivamente, se dieron cuenta de que sus intentos de producir los mosquitos habían sido vanos, pues no habían podido hacerlos, a pesar de que sabían el poder de sus artes malvadas. Pero no lo consiguieron con tales artes. Y entonces Moisés apareció como más poderoso en estas artes, a pesar de que lo hizo con el dedo de Dios, que ciertamente actuaba por medio de Moisés. El dedo de Dios, como clarísimamente dice el Evangelio, es el Espíritu Santo. En efecto, un evangelista narra así las palabras del Señor: Si yo por el dedo de Dios expulso los demonios²¹. Otro evangelista, describiendo esto mismo, quiso decirnos qué es el dedo de Dios, y dijo así: Si yo, por el Espíritu de Dios, expulso los demonios²². Los magos —en cuyo poder confiaba el faraón— confesaron, pues, que el dedo de Dios estaba en Moisés, que los vencía y que frustraba sus encantamientos, pero, no obstante, el corazón del faraón se endureció entonces de un modo verdaderamente extraordinario. Es difícil saber y explicar por qué fallaron los magos en esta tercera plaga, pues las plagas comenzaron desde que el agua se convirtió en sangre. Podían, pues, haber fallado también en el primer prodigio, cuando la vara se convirtió en serpiente, y en la primera plaga, cuando el agua se convirtió en sangre, o en la segunda, relativa a las ranas, si el dedo de Dios, o sea, el Espíritu Santo lo hubiera querido. Porque ¿quién habría tan insensato que dijera que el dedo de Dios pudo hacer fracasar con este milagro los intentos de los magos y no lo pudo con los anteriores? Por tanto, tiene que haber una causa totalmente cierta para explicar por qué se les permitió hacer aquellas cosas hasta este momento. Quizá se insinúa aquí la Trinidad, y —cosa que es verdad— los mayores filósofos de los gentiles, en cuanto se puede saber por sus escritos, filosofaron sin aludir al Espíritu Santo, aunque no omitieron hablar del Padre y del Hijo, dato que hasta Dídimo recuerda en el libro que escribió sobre el Espíritu Santo.
26 (Ex 8,21-23). He aquí que yo envío tábanos contra ti, y contra tus siervos, y contra tu pueblo y contra tus casas, de modo que las casas de los egipcios se llenarán de tábanos, para que sepas que yo soy el Señor Dios de toda la tierra. Pero haré separación entre mi pueblo y tu pueblo. Lo que aquí nos dice la Escritura que ocurrió, para no repetirlo en cada caso, debemos creer que sucedió también en los milagros anteriores y posteriores; es decir, que la tierra habitada por el pueblo de Dios no fue castigada con ninguna de esas plagas. Fue oportuno, sin embargo, ponerlo aquí expresamente, pues ya comenzaron a tener lugar prodigios semejantes a los cuales los magos ni siquiera intentaron hacerlos. Como en todas partes del reino del faraón había habido mosquitos, y, en cambio, no los había habido en la tierra de Gesén, no cabe duda de que allí intentaron hacer algo parecido los magos y no lo consiguieron. Hasta que fallaron, no se había dicho nada de la separación de aquella tierra. Pero desde que comenzaron a suceder estas cosas, ellos ya ni se atrevieron a hacer algo parecido y ni siquiera lo intentaron.
27 (Ex 8,25). En donde los códices latinos dicen: Id e inmolad al Señor vuestro Dios en el país, los códices griegos dicen: Venid e inmolad al Señor vuestro Dios en el país. El faraón no quería que fueran a donde ellos decían. Quería que ofrecieran sacrificios allí, en Egipto. Esto lo demuestran las palabras siguientes de Moisés, en donde se dice que eso no pueden hacerlo por las abominaciones de los egipcios.
28 (Ex 8,26). Las palabras de Moisés: No puede ser así, pues inmolaremos al Señor nuestro Dios las abominaciones de los egipcios, significan: nosotros hemos de ofrecer en sacrificio las cosas que abominan los egipcios y, por tanto, en Egipto no podemos hacerlo. Este sentido lo demuestran las palabras que vienen a continuación: Porque si inmoláramos delante de ellos lo que abominan los egipcios, seríamos apedreados. Algunos de nuestros traductores, que no entendieron este pasaje, lo tradujeron así: No puede ser así; ¿inmolaremos acaso al Señor nuestro Dios las abominaciones de los egipcios? Pero en realidad la Escritura ha dicho más bien que inmolarán lo que ellos abominan. Otros traductores latinos dicen esto: No puede ser así; porque las abominaciones de los egipcios no las inmolaremos al Señor nuestro Dios. La partícula de negación da el sentido contrario, pues Moisés dijo: No puede ser así; pues inmolaremos al Señor nuestro Dios las abominaciones de los egipcios. Por eso decían que querían ir al desierto, en donde los egipcios no verían lo que ellos abominaban. A pesar de todo, hay que ver aquí un sentido místico, como dije también acerca de los pastores, que eran cosa abominable para los egipcios²³, y por eso los israelitas recibieron una tierra separada cuando fueron a Egipto. Los sacrificios de los israelitas también son una abominación para los egipcios, de la misma manera que la vida de los buenos lo es para los malos.
29 (Ex 8,32). Cuando desapareció la langosta, se dijo lo siguiente acerca del faraón: Pero también esta vez el faraón endureció su corazón y no quiso dejar salir al pueblo. Ciertamente aquí no se dice: «Se endureció el corazón del faraón», sino: El faraón endureció su corazón. Así sucedió en todas las plagas; pues el origen de los vicios está en la voluntad del hombre. Los corazones de los hombres se mueven unas veces por unas causas y otras por otras distintas; en muchas ocasiones de manera distinta, según las propias disposiciones, que proceden de la voluntad.
30 (Ex 9,7). Viendo el faraón que no había muerto ningún animal de los hijos de Israel, se endureció el corazón del faraón. ¿Cómo sucedió este endurecimiento del corazón del faraón por causas de las que era de esperar lo contrario? Porque si hubieran muerto los animales de los israelitas, entonces aparecería una causa suficiente para que su corazón se endureciera, despreciando a Dios como si sus magos también hubieran hecho perecer los rebaños de los israelitas. Pues bien, lo que debió ser motivo para temer o para creer, viendo que no había muerto ningún animal de los rebaños de los hebreos, justamente eso fue lo que endureció el corazón del faraón, es decir, la dureza de su corazón llegó incluso hasta ese grado.
31 (Ex 9,8.9). ¿Qué significa lo que Dios dice a Aarón y a Moisés: Tomad unos puñados de ceniza del horno y que Moisés los lance hacia el cielo delante del faraón y delante de sus siervos, y se convierta en polvo en toda la tierra de Egipto. Los prodigios precedentes se hacían con la vara que Aarón, no Moisés, extendía sobre el agua o con la que golpeaba la tierra. Pero ahora, después de los portentos de los tábanos y de la muerte de los animales, en los que ni Aarón ni Moisés hacen nada con la mano, se dice que Moisés debe lanzar ceniza del horno hacia el cielo, ceniza que ambos deben tomar, pero que sólo Moisés debe lanzar, no a la tierra, sino al cielo, como si Aarón, que le había sido dado a Moisés para servir al pueblo, debiera golpear la tierra o extender la mano hacia la tierra o hacia el agua, y en cambio, Moisés, de quien se dijo: Será para ti las cosas que son para Dios24, recibe la orden de lanzar la ceniza al cielo. ¿Qué significan aquellos dos portentos anteriores en los que ni Moisés ni Aarón deben hacer nada con la mano? ¿Qué significa esta diferencia? Evidentemente, significa algo.
32 (Ex 9,16). Por esto se te ha conservado la vida: para que yo muestre en ti mi poder y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra. Estas palabras de la Escritura las adujo también el Apóstol al tratar de aquel pasaje tan difícil, pues allí dice también esto: Pues si Dios, queriendo mostrar su ira y manifestar su poder, soportó con mucha paciencia a los que son objeto de ira —perdonando, evidentemente, a quienes había previsto que serían malos y que llama objetos preparados para la perdición— y para dar a conocer las riquezas de su gloria con los objetos de misericordia25. De aquí la voz de los que fueron objeto de misericordia que aparece en los salmos: ¡Dios mío!, su misericordia me ayudará; mi Dios la demostrará para mí en mis enemigos26. Dios sabe usar bien de los malos. Pero no crea en ellos la naturaleza humana para el mal, sino que los soporta con paciencia, hasta que él sabe que conviene. Y lo hace, no en vano, sino usando de ellos para amonestar o para ejercitar a los buenos. Pues bien, que el nombre de Dios se anunciara en toda la tierra, aprovecha, ciertamente, a los que son objeto de misericordia. Así pues, el faraón fue preservado para su utilidad, como dice la Escritura y como enseña lo sucedido.
33 (Ex 9,19). ¿Por qué mandó Dios que el faraón se diera prisa en recoger su ganado y todo cuanto tenía en el campo para que no pereciera golpeado por el granizo, cuando le amenazó con enviarle una gran granizada? En realidad, este aviso parece estar inspirado más en la misericordia que en la ira. Pero esto no plantea ningún problema, cuando Dios, incluso estando airado, modera la pena. Lo que realmente plantea problema es saber de qué ganado se trata ahora, si es que habían muerto todos los animales en la plaga anterior27, cuando la Escritura dijo que Dios había hecho una separación entre los ganados de los hebreos y los de los egipcios, no muriendo ningún animal de los hebreos y muriendo, en cambio, todos los de los egipcios. ¿Se resuelve quizá la cuestión diciendo que Dios había predicho que morirían los que estuvieran en el campo, entendiendo que morirían todos los que estuvieran en el campo28, y en cambio, se abrían librado los que estuvieran en las casas, animales que pudieron incluso ser recogidos y guardados en casa por los que temieran que fuera verdad lo que Moisés había predicho que iba a hacer el Señor? De entre éstos, a su vez, podían estar en los campos los que ahora aconseja que se recojan en las casas para que no perezcan por el granizo. Y esto lo decimos sobre todo por lo que refiere a continuación la Escritura: Los siervos del faraón que temieron la palabra del Señor, recogieron sus ganados en sus casas. En cambio, los que no prestaron atención a la palabra del Señor, dejaron sus ganados en el campo29. Pudo, pues, acontecer esto, puesto que Dios amenazó también con la muerte de los ganados, aunque la Escritura lo haya omitido.
34 (Ex 9,22). Y dijo el Señor a Moisés: «Extiende tu mano hacia el cielo y caerá granizo en toda la tierra de Egipto». Moisés recibe otra vez el mandato de extender su mano, no hacia la tierra, sino hacia el cielo, como antes, cuando se trató de la ceniza.
35 (Ex 9,27). Cuando el faraón, aterrado por los truenos del cielo, que eran muy fuertes durante la granizada, pidió a Moisés que intercediera por él, confesando su iniquidad y la de su pueblo, Moisés le dijo: Sé que ni tú ni tus siervos teméis aún al Señor30. ¿Qué clase de temor buscaba aquel para quien este temor todavía no era el temor del Señor? Es fácil temer la pena; pero esto no es temer a Dios, naturalmente, con aquel temor de piedad que recuerda Jacob cuando dice: Si el Dios de mi padre Abraham y el temor de Isaac no hubiera estado conmigo, ahora mismo me hubieras despachado sin nada³¹.
36 (Ex 10,1). El Señor dijo a Moisés: «Vete al faraón, pues yo he endurecido su corazón y el de sus siervos para que vengan sobre ellos por su orden estos portentos míos». El texto dice: Yo he endurecido su corazón para que vengan sobre ellos por su orden estos portentos míos, como si Dios necesitara de la malicia de alguien. El texto hay que entenderlo así: «Yo tuve paciencia con él y con sus siervos, de modo que no los quitare de en medio», para que vengan sobre ellos por su orden mis portentos. Puesto que su ánimo malo se hacía más obstinado con la paciencia divina, en lugar de decir «fue paciente con él», dice: endurecí su corazón.
37 (Ex 10,19.20). No quedó ni una sola langosta en toda la tierra de Egipto. Y el Señor endureció el corazón del faraón. La Escritura recuerda el favor, que ciertamente venía de Dios, de hacer desaparecer las langostas, y dice a continuación que el Señor endureció el corazón del faraón. Lo hizo ciertamente por su favor y por su paciencia, que daba origen a aquella obstinación, mientras Dios le perdonaba, como hacen todos los corazones malos de los hombres, que se endurecen usando mal de la paciencia de Dios.
38 (Ex 10,21). Por tercera vez se le dice a Moisés: Extiende tu mano hacia el cielo, para que venga la plaga de las tinieblas. Nunca se le dijo a su hermano Aarón que extendiera su mano hacia el cielo. Con el mandato que se le dio a Moisés, en las palabras: Extiende tu mano sobre la tierra de Egipto y que suba la langosta sobre la tierra³², creo que se ha significado también que puede menos quien puede más, pero que no puede automáticamente hacer cosas mayores aquel a quien se conceden cosas menores.
39 (Ex 11,2). Dios dijo a Moisés: Habla, pues, secretamente al pueblo y que pida cada uno a su vecino y cada una a su vecina objetos de plata y de oro y vestidos. Nadie debe tomar ejemplo de aquí para expoliar al prójimo de esta manera. Dios, que sabía lo que tendría que soportar cada cual, mandó esto. Y los israelitas no cometieron un robo, sino que prestaron un servicio a Dios, que se lo había mandado. Esto es como cuando un ministro del juez mata a quien él ordena matar. Es claro que si lo hace espontáneamente es un homicida, aunque mate a quien sabe que debe ser matado por el juez. Se presenta también aquí la cuestión de saber si los hebreos habitaban en algún lugar aislado en la tierra de Gesén, en donde no había plagas que afligieran al pueblo del faraón, cómo pide cada hombre a su vecino y cada mujer a su vecina oro, plata y vestidos, principalmente teniendo en cuenta que la primera vez que se da esta orden por parte de Moisés, se dice: Y cada mujer a su vecina y compañera de tienda o de tabernáculo —si es que se puede decir así— o a la que convive con ella³³. De aquí se deduce que tampoco en la tierra de Gesén habitaban sólo los hebreos, sino que en ella tenían como convecinos a algunos egipcios, a quienes pudieron llegar también aquellos favores divinos por motivo de los hebreos. Y los egipcios por eso no sólo amarían a estos convecinos, sino que les concederían fácilmente lo que les pidieran. De todas formas, Dios no juzgó que estos egipcios fueran tan ajenos a las injurias y malos tratos que tuvo que soportar el pueblo de Dios para que no fueran golpeados por esta desgracia, ellos que no habían tenido que sufrir aquellas plagas porque Dios había perdonado a aquella tierra.
40 (Ex 11,9). Y dijo el Señor a Moisés: «No os escuchará el faraón, para que yo multiplique mis prodigios y mis portentos en la tierra de Egipto». Se dice esto como si fuera necesaria la desobediencia del faraón para que se multiplicaran aquellos prodigios que se habían realizado útilmente con la finalidad de atemorizar al pueblo de Dios y, por la misma separación, formarle para la piedad. Pero fue obra de Dios que utiliza bien la maldad del corazón del faraón, y no del faraón que usa mal de la paciencia de Dios.
41 (Ex 12,10). Lo que sobre de él, por la mañana lo quemaréis. Podemos preguntar cómo era posible que sobrara algo, si el pueblo había sido advertido de que, si una casa no tenía suficiente gente para comer el cordero, se le juntaran los vecinos34. Pero como se les dijo: No le romperéis hueso alguno, se sobrentiende que quedarían los huesos35, que habría que quemar.
42 (Ex 12,5). El cordero será sin defecto, macho, de un año. Puede llamar la atención esta palabra, como si un cordero pudiera no ser macho. Y esa dificultad se plantea al que no sepa por qué se tradujo así. La traducción literal debiera haber sido oveja, porque en griego aparece la palabra próbaton, que en griego tiene género neutro, y todo lo que viene a continuación pudo encajar bien, como si el autor dijera: El animal será sin defecto, macho, de un año. En latín pudo decirse masculum pecus (animal macho), como se dice mascula tura (granos de incienso fuertes), en género neutro. Pero ovis masculus (oveja macho) no podría decirse, porque oveja tiene género femenino. De la misma manera sería un absurdo si se dijera ovis mascula (oveja «macha»). En cambio, si se pusiera pecus (animal), se entendería también otra cosa y no habría misterio, porque la Escritura, cuando habla de la oveja, dice a continuación: Lo escogeréis entre los corderos y los cabritos. En virtud de lo dicho, se piensa con razón que en este texto está prefigurado Cristo. Porque ¿qué necesidad había de que se les dijera a los israelitas que tomaran la oveja o el cordero de entre los corderos y los cabritos, si no estuviera prefigurado aquel cuya carne no sólo se propagó a través de los justos, sino también de los pecadores? Y esto a pesar de que los judíos intenten interpretar que se puede tomar también un cabrito para celebrar la Pascua. Y piensa que la Escritura dijo que se podía tomar de entre los corderos o de entre los cabritos como si hubiera dicho que es lícito tomar o un cordero de entre los corderos o un cabrito de entre los cabritos, en el caso de que no tuvieran un cordero. Una vez realizadas las cosas aparece en Cristo qué prefiguraba aquel precepto.
43 (Ex 12,14). Y celebraréis este día en vuestras generaciones como día ritual eterno o eternal —en griego aiónion—. Estas palabras no hay que tomarlas en el sentido de que pueda haber un día eterno entre estos días naturales. Lo que es eterno es lo que significa este día. Sucede cuando decimos que Dios es eterno. No decimos, evidentemente, que dicha palabra sea eterna, sino que es eterno lo que significa. Pero hay que investigar atentamente cómo suele llamar la Escritura eterna a una cosa, no sea que haya llamado así solemnemente eterno a algo que no les sea lícito a los israelitas abandonar o cambiar por propia voluntad. Porque una cosa es lo que se manda que se realice —como se mandó que el arca diera siete vueltas alrededor de los muros de Jericó36— y otra cosa distinta cuando se manda observar algo sin que se establezca término alguno para su cumplimiento, que puede ser cada día o cada mes o cada año solemnemente o durante ciertos intervalos de muchos años o de algunos años solamente. En definitiva, o llamó eterno a lo que no deberían atreverse a dejar de celebrar por propia voluntad, o, como dije, no se llaman eternos los signos de las cosas, sino las cosas que se indican con esos signos.
44 (Ex 12,30). Y hubo un gran clamor en la tierra de Egipto, pues no había casa en la que no hubiera un muerto. ¿No pudo haber alguna casa que no tuviera un primogénito? Dado que sólo morían los primogénitos, ¿cómo no había ninguna casa que no tuviera algún muerto? ¿O la presencia de Dios había procurado providencialmente que en todas las casas fueran castigados los egipcios? Naturalmente no hay que creer que se hayan visto liberados de esa plaga los egipcios que vivían en la tierra de Gesén, porque se trataba de una plaga que afectaba a los hombres o a los animales, no a la tierra. Es decir, que morían por un castigo oculto y angélico los primogénitos de los hombres y de los animales. No había sucedido nada en la tierra o en el cielo que afligiera a los que vivían allí, como cuando tuvieron lugar las plagas de las ranas o las langostas o las tinieblas. Como la tierra de Gesén se vio libre de tales plagas, sin duda alguna llegaba el favor de Dios a aquellos egipcios que vivían en la misma tierra que los hebreos. Pero con esta plaga fueron castigados todos sus primogénitos.
45 (Ex 12,35-36). Los hijos de Israel hicieron como les había mandado Moisés y pidieron a los egipcios objetos de oro y de plata y vestidos. Y el Señor hizo que su pueblo encontrara el favor de los egipcios, que les prestaron cosas, y ellos despojaron a los egipcios. Esto ya había sucedido antes de la muerte de los primogénitos de los egipcios. Pero ahora se repite a modo de recapitulación, porque se narró cuando sucedió. Pues ¿cómo podría acontecer ahora que prestaran esas cosas a los hijos de Israel en medio de tanto llanto por la muerte de sus primogénitos? A no ser que uno diga que esta plaga tampoco afectó a los egipcios que vivían con los hebreos en la tierra de Gesén.
46 (Ex 12,22). ¿Qué significa lo que dice la Escritura: Tomaréis, pues, un manojo de hisopo y, mojándolo en la sangre que está junto a la puerta, untaréis el dintel y las dos jambas? Podemos preguntar, efectivamente, de qué sangre, que se halla junto a la puerta, se trata, siendo así que sin duda se refiere a la sangre de aquel cordero con cuya inmolación se celebra la Pascua. ¿Manda quizá de esta manera, aunque lo haya omitido, que el propio cordero sea sacrificado junto a la puerta? O lo que es más creíble, ¿dijo acaso: En la sangre que está junto a la puerta, porque quien había de untar el dintel y las jambas tenía que colocar junto a la puerta el recipiente en el que se recogía la sangre, para tenerlo a mano cuando mojara el hisopo?
47 (Ex 12,37). Partieron, pues, los hijos de Israel de Ramsés hacia Succot en número de unos seiscientos mil hombres de a pie, sin contar el equipamiento o los bienes, si es que se puede traducir así correctamente la palabra griega aposkeuén. Con esta palabra la Escritura no sólo designa las cosas muebles, sino también los seres que se mueven, como dice Judá al dirigirse a su padre: Deja ir al niño conmigo; pues levantándonos iremos para vivir y no morir, ni nosotros, ni tú ni nuestra hacienda37. El texto griego tiene allí aposkeuén. Un traductor latino tradujo esa palabra por substantia (hacienda) y otros también latinos pusieron census (bienes) y yo he puesto instructus (equipamiento), con tal de que esta palabra latina designe a los hombres y a los animales y a todos los rebaños. Lo que no sé es si también hay que englobar allí a las mujeres. La Escritura menciona a seiscientos mil de a pie y luego añade: sin contar el equipamiento o los bienes o la hacienda o cualquier otra palabra que traduzca mejor a aposkeuén. Es evidente que al mencionar esta palabra debe comprender también a los hombres, ya sean esclavos, ya mujeres, ya las personas que tenían una edad no apropiada a la milicia. Y en los seiscientos mil de a pie debemos entender únicamente a los que podían llevar las armas en un ejército de hombres.
Suele plantearse la cuestión de saber si los hebreos podrían haber llegado a un número tan grande durante los años que estuvieron en Egipto, según el cómputo de los mismos que se deduce de las Escrituras. En primer lugar, no es un problema menor saber cuántos años estuvieron allí los hebreos, porque, cuando Abraham hizo aquel sacrificio de una vaca de tres años y de una cabra y de un carnero y de una tórtola38y de una paloma, antes del nacimiento de Isaac y hasta del de Ismael, Dios le dice: Has de saber que tu descendencia será forastera en tierra extraña, y la esclavizarán y la oprimirán durante cuatrocientos años39. Ahora bien, si esos cuatrocientos años los tomamos en el sentido de que ése es el tiempo en que los hebreos estuvieron sometidos a los egipcios, no fue un pequeño espacio de tiempo durante el cual el pueblo hubiera podido multiplicarse. Pero la Escritura atestigua clarísimamente que los hebreos no estuvieron allí durante tantos años.
Algunos piensan que hay que contar cuatrocientos treinta años desde que Jacob entró en Egipto hasta que el pueblo fue liberado de allí por Moisés, porque en el Éxodo se lee: El tiempo que los hijos de Israel estuvieron como forasteros en el país de Egipto y en el país de Canaán, ellos y sus padres, fue de cuatrocientos treinta años40. Estos autores piensan que los años de esclavitud fueron cuatrocientos años por lo que dice el Génesis: Has de saber que tu descendencia será forastera en tierra extraña y la esclavizarán y la oprimirán durante cuatrocientos años41. Pero como los años de esclavitud se cuentan a partir de la muerte de José —ya que durante su vida no sólo no fueron esclavos, sino que incluso llegaron a reinar—, no hay modo de computar los cuatrocientos treinta años de estancia en Egipto. Jacob entró cuando su hijo José tenía treinta y nueve. Porque José tenía treinta años cuando apareció en presencia del faraón42y comenzó a reinar bajo él. Pasados los siete años de abundancia, en el segundo año de escasez, entró Jacob en Egipto con sus otros hijos43. Por eso José tenía entonces treinta y nueve años, y murió a la edad de ciento diez años44. Vivió, pues, en Egipto setenta y un año después de la llegada de su padre. Si restamos estos setenta y un años a los cuatrocientos treinta, tendremos los años de esclavitud, es decir, después de la muerte de José no cuatrocientos, sino trescientos cincuenta y nueve. Y si pensamos que los años se deben contar desde el momento en que José comenzó a reinar bajo el faraón, de modo que interpretamos que Israel en cierto modo entró en Egipto en el momento en que su hijo fue encumbrado allí con un poder tan grande, también en este caso tendremos trescientos cincuenta años. Ticonio dice que estos trescientos cincuenta años pueden considerarse como cuatrocientos, tomando la parte por el todo, es decir, la parte, cincuenta años, por el todo, cien años. Y Ticonio prueba que la Escritura suele utilizar este modo de expresarse.
Pero si consideramos que Israel entró en Egipto cuando José, una vez vendido, empezó a morar allí, cosa que puede afirmarse con alguna mayor probabilidad, tenemos que restar todavía trece años, teniendo en este caso trescientos treinta y siete años en lugar de cuatrocientos. Pues bien, como la Escritura dice que Quehat, hijo de Leví, abuelo de Moisés, entró en Egipto45con su abuelo Jacob y dice, por otra parte, que Quehat vivió ciento treinta años46y que su hijo Amram, padre de Moisés, vivió ciento treinta y siete años47, y dice, además, que Moisés tenía ochenta años cuando sacó al pueblo de Egipto48—aunque Quehat hubiera engendrado al padre de Moisés entonces, en el año en que murió, y el propio Amram hubiera engendrado también a Moisés en el último año de su vida—, sumados los ciento treinta años y los ciento treinta y siete y los ochenta, tenemos trescientos cuarenta y siete años y no cuatrocientos treinta. Y si alguno dice que Quehat, hijo de Leví, nació el último año de la vida de José, pueden añadirse casi setenta años a aquella cantidad, porque José vivió en Egipto setenta y un años después de la entrada de su padre en aquel país. Por lo cual, también de este modo los setenta años de la vida de José desde la entrada de Jacob en Egipto hasta el nacimiento de Quehat, si se afirma que nació entonces, y los ciento treinta años del propio Quehat y los ciento treinta y siete de su hijo Amram, padre de Moisés, y los ochenta años del propio Moisés hacen cuatrocientos diecisiete años, y no cuatrocientos treinta.
Por tanto, aquel cómputo que sin duda siguió Eusebio en su Historia cronológica se apoya en una verdad evidente. En efecto, Eusebio cuenta cuatrocientos treinta años desde la promesa que Dios hizo a Abraham, al llamarle para que saliera de su tierra y fuera al país de Canaán, puesto que también el Apóstol, al alabar a Abraham y ensalzar su fe en aquella promesa en la que se entiende que fue profetizado Cristo, es decir, en la promesa que Dios hizo a Abraham de que en él serían bendecidas todas las tribus de la tierra, dice así: Y yo digo que un testamento confirmado por Dios no lo anula una ley hecha cuatrocientos treinta años después, de modo que la promesa quede anulada49. El Apóstol, por tanto, dice que la ley fue promulgada después de cuatrocientos treinta años a partir de aquella promesa por la que Abraham fue llamado y creyó en Dios, no desde el momento en que Jacob entró en Egipto. Además, el propio texto del Éxodo indica claramente esto mismo. Porque no dice: El tiempo que los hijos de Israel vivieron como forasteros en el país de Egipto fue de cuatrocientos treinta años, sino que dice expresamente: el tiempo que vivieron en el país de Egipto y en el país de Canaán, ellos y sus padres50. Por aquí se ve que hay que computar también el tiempo de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, desde que Abraham comenzó a peregrinar en el país de Canaán, es decir, desde aquella promesa según la cual el Apóstol alaba la fe de Abraham hasta el momento en que Israel entró en Egipto. Durante todo este tiempo, en efecto, los patriarcas peregrinaron por la tierra de Canaán y luego la descendencia de Israel peregrinó por Egipto. Y así se completaron los cuatrocientos treinta años desde la promesa hasta la salida de Israel de Egipto, cuando se promulgó la ley en el monte Sinaí, la cual no anula el testamento, haciendo vanas las promesas.
Como dice la Escritura, Abraham salió hacia el país de Canaán51a la edad de setenta y cinco años y engendró a Isaac a la edad de cien años52. Desde la promesa hasta el nacimiento de Isaac hay, por consiguiente, veinticinco años. A estos años hay que añadirles todos los de la vida de Isaac, es decir, ciento ochenta53, y así llegamos a doscientas cinco años. Jacob tenía entonces ciento veinte. Porque cuando su padre tenía sesenta le nacieron los dos gemelos, es decir, Jacob y Esaú54. Después de diez años, a la edad de ciento treinta55, Jacob entró en Egipto. José tenía entonces treinta y nueve años. Por tanto, desde la promesa hasta la entrada de Jacob en Egipto pasaron doscientos quince. José, por su parte, desde la fecha en que su padre lo encontró en Egipto cuando tenía treinta y nueve años, vivió aún otros setenta y uno, y murió a la edad de ciento diez56. Ahora bien, si a los doscientos cinco años anteriores añadimos estos setenta y uno, tenemos doscientos ochenta y seis. Quedan, pues, ciento cuarenta y cuatro o ciento cuarenta y cinco años, que serían los años que el pueblo de Israel habría vivido esclavizado en Egipto, según se cree, después de la muerte de José. Si ahora nos preguntamos cuánto habría podido multiplicarse el pueblo durante estos años, si tenemos en cuenta la fecundidad humana y la ayuda de quien quiso que se multiplicaran tanto, no parece excepcional que el pueblo haya salido de Egipto con seiscientos mil hombres de a pie, sin contar el resto de los acompañantes, entre los que se hallaban los esclavos, las mujeres y los de edad no apta para la guerra.
Por tanto, lo que Dios dijo a Abraham: Has de saber que tu descendencia será forastera en tierra extraña y la esclavizarán y la oprimirán durante cuatrocientos años57, no hay que interpretarlo en el sentido de que el pueblo de Dios había de permanecer en aquella durísima esclavitud cuatrocientos años. Pero como la Escritura dice: En Isaac llevará tu nombre una descendencia58, desde el año del nacimiento de Isaac hasta el año de la salida de Egipto se cuentan cuatrocientos cinco años. Si a los cuatrocientos treinta años se le quitan veinticinco, que son los años que medían entre la promesa y el nacimiento de Isaac, nada tiene de extraño que la Escritura haya hablado de cuatrocientos años, dando una cifra redonda, en vez de cuatrocientos cinco, porque la Escritura suele aludir a los números de manera que lo que supera un poco por encima o por debajo el número completo, no lo computa. Por consiguiente, lo que dice la Escritura con respecto a que los esclavizarán y los oprimirán, no hay que referirlo a los cuatrocientos años, como si durante todo ese tiempo los hubieran tenido esclavizados. Esos cuatrocientos años hay que referirlos a los que se dice en otro texto: Tu descendencia será forastera en tierra extraña. Efectivamente, aquella descendencia anduvo errante lo mismo en la tierra de Canaán que en Egipto antes de tomar aquella tierra en herencia, según la promesa de Dios. Y esto último sucedió después de la liberación de la cautividad egipcia. Por lo tanto, hay que saber que existe aquí un hipérbaton y que el orden de las palabras debe ser: Has de saber que tu descendencia será forastera en tierra extraña durante cuatrocientos años. Lo que sigue a continuación es una frase intercalada: y la esclavizarán y la oprimirán. De este modo, la frase intercalada no tiene nada que ver con los cuatrocientos años. En realidad, en la última parte de esta suma de años, esto es, después de la muerte de José, sucedió que el pueblo de Dios tuvo que soportar una dura esclavitud en Egipto.
48 (Ex 13,9). ¿Qué significa lo que dice la Escritura al hablar de la Pascua: Y esto te servirá de señal sobre tu mano? ¿Significa quizá sobre tus obras, es decir, lo que debes llevar delante de tus obras? La Pascua, a causa de la muerte del cordero, pertenece a la fe en Cristo y a la sangre que nos redimió. Esta fe hay que anteponerla a las obras, para que esté en cierto modo sobre la mano contra aquellos que se gloriaban en las obras de la ley. De este tema habla y trata mucho el Apóstol, pues desea que la fe se anteponga a las obras. Y esto debe hacerse de modo que las buenas obras dependan de ella y sean precedidas por ella, y no de manera que parezca como que la fe es retribuida por los méritos de las buenas obras59. La fe, efectivamente, pertenece a la gracia; ahora bien, si es gracia, ya no procede de las obras, pues de otro modo la gracia ya no sería gracia60.
49 (Ex 13,17). Cuando el faraón dejó salir al pueblo, Dios no los llevó por el camino de la tierra de los filisteos, porque estaba cerca. Pues Dios dijo: «No sea que se arrepienta el pueblo, al verse atacado, y se vuelva a Egipto». Por este texto aparece claro que deben hacerse todas aquellas cosas que pueden hacerse con justa razón para evitar las cosas adversas, aun en el caso de que sea clarísimamente Dios quien preste su ayuda.
50 (Ex 13,18). A. la quinta generación subieron los hijos de Israel de la tierra de Egipto. ¿Pretende quizá computar la generación como cien años y alude a la quinta generación porque los israelitas salieron de allí después de cuatrocientos treinta años? ¿O hay que entender esto más bien como generaciones humanas desde Jacob, que entró en Egipto, hasta Moisés, que salió con el pueblo? Vemos que el primero fue Jacob, el segundo Leví, el tercero Quehat, el cuarto Amram y el quinto Moisés. El traductor latino llama progenies (progenie) a estos linajes que los griegos denominan geneás y que el Evangelio denomina generaciones, y que se cuentan por las sucesiones de hombres, no por el número de años61.
51 (Ex 14,13). Moisés dijo: Confiad y estad firmes y veréis la salvación que el Señor os dará en este día. Pues como habéis visto hoy a los egipcios, no los volveréis a ver nunca jamás. ¿Cómo hay que interpretar estas palabras, puesto que los israelitas volvieron a ver a los egipcios? Quizá porque los que entonces los vieron, no los volvieron a ver después, dado que también murieron los de la siguiente generación y todos ellos murieron cada uno en el día señalado para él. Porque es claro que los descendientes de los israelitas vieron a los descendientes de los egipcios. ¿O quizá la frase: No los veréis como hoy, hay que entenderla en el sentido de que no los veréis como hoy, persiguiéndoos y como enemigos vuestros y viniendo detrás de vosotros con un ejército tan grande, de modo que no haya en absoluto problema alguno, ni siquiera acerca del tiempo eterno (nunca jamás) del que se habla aquí, porque ciertamente, no se verán como hoy, aunque se verán unos a otros en el día de la resurrección?
52 (Ex 14,15). ¿Qué significa que el Señor diga a Moisés: Por qué clamas a mí, si la Escritura no menciona palabras de Moisés ni alude a que hubiera orado a Dios? Quizá quiera decir que Moisés actuó así en el silencio de su voz, pero clamando en su corazón.
53 (Ex 14,16). Y tú levanta tu vara y extiende tu mano sobre el mar. Esta es aquella vara con la que se realizaban los prodigios, vara que el autor dice ahora que es de Moisés. Antes se decía que era de su hermano, cuando su hermano actuaba por medio de ella.
54 (Ex 15,12). Extendiste tu mano derecha y los tragó la tierra. No debe extrañarnos que se haya puesto la tierra por el agua. Porque a toda esta parte extrema o ínfima del mundo se la denomina con el apelativo de tierra, de acuerdo con aquello que la Escritura dice con frecuencia: Dios que hizo el cielo y la tierra62. En la distribución de seres que hace aquel salmo, cuando ya ha mencionado a los seres del cielo, dice: Alabad al Señor desde la tierra, y a continuación alaban al Señor seres que también pertenecen a las aguas63.
55 (Ex 15,10). Enviaste tu espíritu y los cubrió el mar. Esta es la quinta vez que se menciona el espíritu de Dios, si en este número incluimos el texto que dice: El dedo de Dios está aquí64. La primera vez se menciona en el texto que dice: El espíritu de Dios flotaba sobre las aguas65. La segunda en donde se dice: No permanecerá mi espíritu en estos hombres, porque son carne66. La tercera cuando el faraón dice a José: Porque el espíritu de Dios está en ti67. La cuarta cuando los magos de Egipto dicen: El dedo de Dios está aquí68. La quinta en este cántico: Enviaste tu espíritu y los cubrió el mar69. Recordamos que el espíritu de Dios no se menciona sólo para conceder beneficios, sino también para traer castigos. Pues ¿qué otra cosa quiso decir poco antes cuando afirmó: Y por el espíritu de tu ira se separaron las aguas?70 Así pues, este espíritu de Dios fue el espíritu de su ira contra los egipcios, a quienes destruyó la separación de las aguas. Pues al entrar ellos en las aguas fueron sepultados por las mismas, cuando volvieron a su sitio. En cambio, para los hijos de Israel aquel espíritu no fue el espíritu de la ira de Dios, pues a ellos la separación de las aguas les fue de provecho. De aquí se deduce que, a causa de las distintas actuaciones y efectos, el espíritu de Dios se llama de distintas maneras, a pesar de que es uno solo y el mismo espíritu. Y a este espíritu también se le entiende como Espíritu Santo en la unidad de la Trinidad. Por tanto, pienso que no otro espíritu, sino el mismo es el que se indica con estas palabras del Apóstol: Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para volver de nuevo al temor; sino que recibisteis un espíritu de adopción con el que clamamos: ¡Abbá, Padre!71 Porque por ese mismo espíritu de Dios, es decir, por el dedo de Dios, que escribió la ley en las tablas de piedra72, se les infundió el temor a los que todavía no comprendían la gracia, para que la ley les convenciera de su debilidad y de sus pecados, y la ley se convirtiera para ellos en su pedagogo que los condujera a la gracia que reside en la fe de Jesucristo73. De este espíritu de adopción y de gracia, es decir, de esta obra del espíritu de Dios, a través del cual se da la gracia y la regeneración para la vida eterna, se dice: Pues el espíritu vivifica, cuando poco antes se decía: la letra mata74, es decir, la ley escrita que sólo manda sin la ayuda de la gracia.
56 (Ex 15,23.24). Llegaron, pues, a Mará; pero no podían beber el agua de Mará, porque era amarga. Si el nombre de aquel lugar se llamó «amargura», porque no pudieron beber allí el agua, dado que era amarga —pues Mará significa «amargura»—, por qué fueron a Mará sino porque la Escritura designó con ese nombre el lugar al que llegaron, que ya se llamaba así cuando se escribieron estas cosas? Porque es evidente que estas cosas se escribieron después de aquellos sucesos.
57 (Ex 15,25). Y el Señor le mostró un madero, que él echó al agua y el agua se volvió dulce. ¿Tenía el madero esta capacidad o podía Dios hacer esto con cualquier madero, él que realizaba tantos prodigios? Las palabras: Y le mostró, parecen indicar que existía ya ese madero con el que pudiera realizar aquello. A no ser que se trate de un lugar en el que no había madero alguno, de modo que hasta el hecho mismo de que Dios le mostrara el madero donde no había madero alguno, fuera ya debido a la ayuda divina. Y así por medio del madero hizo que el agua se volviera dulce, prefigurando la gloria y la gracia de la cruz. Pero en esa misma cualidad del madero, ¿a quién hay que alabar sino al que lo creó y al que se lo mostró?
58 (Ex 16,4). Pero el Señor dijo a Moisés: «Mira, yo haré llover sobre vosotros panes del cielo, y saldrá el pueblo a recoger la cantidad de un día cada día, para tentarlos a ver si andan según mi ley o no». Esta tentación es una prueba, no una seducción para pecar. Y no es una prueba para que Dios supiera algo, sino para darlos a conocer a los propios hombres, a fin de que se hagan más humildes para pedir auxilio y para conocer la gracia de Dios.
59 (Ex 16,8). Moisés y Aarón dicen al pueblo entre otras cosas: Porque ha oído el Señor vuestras murmuraciones, que dirigís contra nosotros. Pero ¿qué somos nosotros? Vuestras murmuraciones no van contra nosotros, sino contra Dios. De aquí no se deduce que pretendieran tener tanto poder como Dios, pues dijeron: ¿Qué somos nosotros? Sabían que el pueblo murmuraba contra Dios, que era quien los había enviado y que actuaba por medio de ellos. En cambio, no se trata del mismo asunto en aquella sentencia de Pedro cuando dice a Ananías: ¿Te has atrevido a mentir al Espíritu Santo? No has mentido a los hombres, sino a Dios75. Pero no dice: «¿Te has atrevido a mentirme a mí?» «No me has mentido a mí, sino a Dios». Si hubiera dicho esto, entonces hubiera sido igual que lo anterior. Y Pedro tampoco dijo: «¿Te has atrevido a mentir al Espíritu Santo? No has mentido al Espíritu Santo, sino a Dios». Si hubiera dicho esto, hubiera afirmado que el Espíritu Santo no era Dios. Pues bien, como dijo: ¿Te has atrevido a mentir al Espíritu Santo?, cuando Ananías pensaba que había mentido a los hombres, Pedro demostró que el Espíritu Santo era Dios, al añadir: No has mentido a los hombres, sino a Dios.
60 (Ex 16,12). Dios manda al pueblo por medio de Moisés: A la tarde comeréis carne y por la mañana os hartaréis de pan. Es claro que el pan se menciona aquí no como sinónimo de cualquier alimento, porque, de lo contrario, el pan comprendería también a la carne, ya que también la carne es alimento. Ni tampoco se le llama pan sólo al que se hace de trigo —esto es lo que solemos llamar pan en sentido propio—, sino que da el nombre de pan al maná. Y no carece de importancia lo que se dice respecto a que por la tarde se les dará carne y por la mañana pan. Porque una cosa parecida se indica también en el caso de Elías, cuando un cuervo le llevaba el alimento76. ¿Se simboliza quizá en la carne por la mañana y en el pan por la tarde aquel que fue entregado por nuestros delitos y resucitó por nuestra justificación?77Muerto por la tarde, a causa de la debilidad humana fue enterrado, pero por la mañana apareció a los discípulos78, él que había resucitado con poder.
61 (Ex 16,33.34). Y dijo Moisés a Aarón: «Toma una vasija de oro y pon en ella un gomor lleno de maná y lo colocarás delante de Dios, a fin de guardarlo para vuestros descendientes, como mandó el Señor». Podemos preguntar dónde podría ponerlo Aarón ante Dios, si no había allí imagen alguna ni se había construido todavía el arca de la alianza. ¿Dijo quizá en futuro lo colocarás para que se entendiera que se colocaría delante de Dios cuando estuviera el arca? ¿O se dijo más bien delante de Dios porque se hace por la propia devoción del oferente, fuera cual fuera el lugar en que se colocara? Porque ¿en dónde no está Dios? Pero lo que el autor añade a continuación: Y Aarón lo colocó ante el testimonio para que se conservara, parece más bien confirmar el primer sentido. La Escritura, en efecto, dijo de esta manera por medio de una prolepsis lo que se hizo después, cuando comenzó a existir el tabernáculo del testimonio.
62 (Ex 16,35). Los hijos de Israel comieron el maná durante cuarenta años, hasta que llegaron a la tierra habitada. Comieron el maná hasta que llegaron al territorio de Fenicia. La Escritura indica por medio de una prolepsis, es decir, recordando en este pasaje lo que también se realizó después, que los hijos de Israel no comieron en el desierto más que maná. Esto es lo que significa la frase: hasta la tierra habitada, es decir, la tierra que ya no es desierto, no porque inmediatamente que llegaron a la tierra habitable dejaran de comer el maná, sino porque no lo dejaron antes. Se indica, pues, que el maná cesó una vez pasado el Jordán, en donde comieron el pan de la tierra. Por tanto, cuando llegaron a la tierra habitable, antes de pasar el Jordán, pudieron comer o solamente el maná o el maná y otra comida. El texto, en realidad, puede entenderse así, puesto que no se dice que cesó el maná hasta después de pasar el Jordán. Pero se plantea un grave problema de saber por qué en medio de aquella escasez del desierto desearon también comer carne, puesto que salieron de Egipto con sus abundantísimos rebaños. A no ser que se diga que, como en el desierto no había tantos pastos y por ello parecería que sería menor la fecundidad de los ganados, ellos reservaron sus reses, no fuera que faltándoles todos los animales, les faltaran también los necesarios para los sacrificios. O cualquier otra cosa que pueda presentarse para resolver esta cuestión. No obstante, es más razonable que los hebreos no desearan la carne que podían obtener de los ganados, sino la carne que les faltaba, es decir, la procedente del agua. Esta carne, de hecho, no la encontraban en el desierto. Por eso Dios les envió las ortigómetras, es decir, esas aves que muchos traductores latinos llaman codornices, aunque se trate de un género distinto de aves79. De todas formas, la ortigómetra no es muy distinta de la codorniz. Dios sabía muy bien qué deseaban y con qué clase de carne saciaría su deseo. Pero como la Escritura había dicho que ellos habían deseado comer carne, sin especificar de qué clase, por eso se plantea la cuestión.
63 (Ex 16,35). Comieron el maná hasta que llegaron al territorio de Fenicia. Antes había dicho: Hasta que llegaron a la tierra habitada. Pero como propiamente no había especificado de que tierra se trataba, ahora parece que lo dice más expresamente al añadir: al territorio de Fenicia. Pero conviene recordar que aquella tierra se llamaba así entonces, pero no ahora. En efecto, la que se llama Fenicia, región de Tiro y Sidón, es otra distinta. Y no se dice que los israelitas la hayan atravesado. Aunque es posible que la Escritura llame quizás tierra de Fenicia al lugar en donde ya habían comenzado a aparecer palmeras después de la desolación del desierto, porque en griego palma se dice así. Al comienzo de su viaje encontraron un lugar en donde había setenta palmeras y doce fuentes. Después los acogió la inmensidad del desierto, en donde no había nada de eso, hasta que llegaron a lugares cultivados. Pero la interpretación más probable es pensar que la tierra se llamaba entonces de esa manera. Pues los nombres de muchas tierras y lugares, como los de los ríos y de las ciudades, se han ido cambiando a través de los tiempos por causas muy variadas.
64 (Ex 17,5). Y el Señor dijo a Moisés: «Vete delante del pueblo; pero toma contigo a algunos ancianos del pueblo; y toma en tu mano la vara con que golpeaste el río». El texto dice que fue Aarón, no Moisés, quien golpeó con la vara el río80. Pues Moisés dividió con esa vara el mar, no el río81. ¿Qué significa entonces: Toma la vara con que golpeaste el río? ¿Llamó quizá mar al río? Si es así, hay que buscar un ejemplo de esta expresión. ¿Se atribuye más bien a Moisés lo que hizo Aarón, porque Dios mandaba por medio de Moisés lo que tenía que hacer Aarón, y en Moisés residía la autoridad y en Aarón el servicio? Efectivamente, en sus primeras palabras Dios le dijo así acerca de su hermano: El hablará por ti al pueblo, y tú serás para él las cosas que son para Dios82.
65 (Ex 17,9). Mira que yo estoy sobre la cima del monte con la vara de Dios en mi mano. Estas palabras se las dice Moisés a Josué Nave, al mandarle luchar contra Amalec. Ahora se llama vara de Dios a la que antes se llamaba vara de Aarón y después vara de Moisés. De la misma manera que se llama espíritu de Elías83al que es espíritu de Dios, del cual participó Elías, así también pudo llamarse de ese modo la vara. Se llama también justicia de Dios a la que es justicia nuestra, aunque proceda de Dios. Hablando de ella el Apóstol reprende a los judíos: Ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la suya propia84, es decir, como si fuera preparada por ellos para sí mismos. Contra estas personas dice: ¿Qué tienes que no hayas recibido?85
66 (Ex 18,12). Vino, pues, Aarón y todos los ancianos de Israel a comer con el suegro de Moisés en presencia de Dios, o, como dicen otros códices, delante de Dios, frase que en griego corresponde a enantíon tou zeou. Podemos preguntar «dónde» estuvieron en presencia de Dios, porque ni existía el tabernáculo ni el arca de la alianza, que se hizo después. Y aquí no podemos tomar estas palabras como referidas al futuro, tal como se dijo acerca del maná, que se colocó en un recipiente de oro. Por tanto, la expresión «delante de Dios» hay que tomarla en el sentido de que aquel acto que realizaron lo realizaron en honor de Dios, porque ¿en dónde no está Dios?
67 (Ex 18,15.16). Moisés dice a su suegro: Es que el pueblo viene a mí a buscar un juicio de Dios; pues cuando tienen un litigio y vienen a mí, yo dicto sentencia entre unos y otros y les enseño los preceptos de Dios y sus leyes. Podemos preguntar cómo puede decir esto Moisés si aún no se había promulgado ninguna ley de Dios. La respuesta puede ser que la ley de Dios es eterna y que la toman en consideración todas las mentes piadosas para hacer o mandar o prohibir lo que encuentran en ella, según lo que esa ley prescribe con verdad inmutable. ¿Habrá que pensar quizá que Moisés, aunque Dios hablara con él, solía consultar a Dios todas las cosas que surgían en los litigios de una multitud tan grande y que se dedicaba todo el tiempo, desde la mañana hasta la noche, a esa tarea de juzgar? La realidad es que si no consultara al Señor, que gobernaba su mente, y no atendiera sabiamente a su ley eterna, no encontraría el modo de dictaminar con absoluta justicia entre los litigantes.
68 (Ex 18,18). En relación al consejo que Jetró da a su yerno Moisés de que no se agote de modo tan inaceptable, lo mismo él que el pueblo, ocupándose él solo de los juicios del mismo, la primera cuestión que se plantea es saber cómo es posible que Dios permitiera que un extranjero aconsejara esto a Moisés, que era siervo de Dios, con quien hablaba tantas y tales cosas. Con este dato la Escritura nos enseña que no debemos despreciar a nadie, quienquiera que sea la persona que nos dé un consejo conforme a la verdad. Hay que pensar, además, que a lo mejor Dios quiso amonestar a Moisés por medio de un extranjero en un asunto en el que la soberbia podría haberle tentado, pues Moisés juzgaba él solo a todo el pueblo que le esperaba de pie con toda su altísima autoridad judicial. Esta interpretación la sugiere el hecho de que Jetró le aconsejó elegir para juzgar los litigios del pueblo a quienes se vieran libres de la soberbia86. Por lo demás, este texto demuestra claramente la gran atención que hay que prestar a lo que dice la Escritura en otro pasaje: Hijo, no te metas en múltiples asuntos87. Por último, conviene meditar las palabras que Jetró dice a Moisés para aconsejarle; pues le dice: Así pues, ahora escúchame, y te daré un consejo, y Dios estará contigo88. A mí me parece que aquí se indica que un ánimo demasiado atento a los actos humanos se vacía en cierto modo de Dios, y se llena de él tanto más cuanto más libremente tiende a las cosas superiores y eternas.
69 (Ex 18,19.20.21). A continuación añade: Sé tú el representante del pueblo en las cosas que se refieren a Dios y llevarás sus palabras ante él; y les enseñarás los preceptos de Dios y su ley, y les darás a conocer el camino que deberán seguir y las obras que han de hacer. Estas palabras demuestran que Moisés debía actuar así con todo el pueblo. El texto no dice: lleva ante Dios las palabras de cada uno; sino sus palabras, pues antes había dicho: Sé tú el representante del pueblo en las cosas que se refieren a Dios. Después le aconseja que los asuntos concretos que surjan entre unos y otros sean atendidos naturalmente por unos hombres elegidos y capaces, temerosos de Dios y justos y enemigos de la soberbia, a los que él debe poner al frente de la comunidad, unos como jefes de mil, otros como jefes de cien, otros como jefes de cincuenta y otros como jefes de diez. De esta manera le quitó a Moisés de encima unas pesadas y peligrosas ocupaciones y no gravó a estos hombres, puesto que mil hombres tendrían a uno como jefe, y bajo él habría otros diez y bajo ellos otros veinte y bajo ellos otros cien, de modo que apenas llegaría algún problema a cada uno de estos jefes que le fuera preciso juzgar. Se insinúa además aquí el ejemplo de la humildad, puesto que Moisés, con quien hablaba Dios, no tomó a mal ni despreció el consejo de su suegro, que era un extranjero. Y podemos preguntarnos con toda razón —y yo creo que es lo más probado— si Jetró, aunque no era israelita, ha de ser contado entre los adoradores del verdadero Dios y hombres religiosos, como Job, que tampoco fue israelita. Efectivamente, son ambiguas las palabras relativas a que haya ofrecido sacrificios al verdadero Dios en su pueblo, cuando vio a su yerno, o a que el propio Moisés le haya adorado. Por lo que se refiere a la adoración, aunque expresamente lo haya dicho la Escritura, se trataría de un honor dado a su suegro como suele darse por parte de los patriarcas a hombres determinados para honrarlos. Así se dice que Abraham adoró a los hijos de Het89. Por otra parte, no es fácil saber quiénes son los??????????????????, que vienen detrás de los jefes de diez90, porque esa palabra no la usamos en ningún caso para designar oficios o magistraturas. Algunos la traducen por «doctores», refiriéndose a doctores de letras, los que enseñan a uno el conocimiento de las mismas, como suena literalmente el vocablo griego. Aquí, evidentemente, se señala que los hebreos conocieron el alfabeto antes de recibir la ley. Pero no sé si vale la pena indagar cuándo lo conocieron. Algunos afirman que lo conocieron desde el comienzo de la humanidad y que a través de esos hombres primitivos llegó hasta Noé y después a los padres de Abraham y luego al pueblo de Israel; pero yo no sé cómo se podría probar esto.
70 (Ex 19,1-3). Al tercer mes después de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto, ese mismo día, llegaron al desierto del Sinaí. Partieron de Rafidim y llegaron al desierto del Sinaí, e Israel acampó allí frente al monte. Y Moisés subió al monte de Dios. Y el Señor le llamó desde el monte diciéndole: «Así dirás a la casa de Jacob y anunciarás a los hijos de Israel», etc. Después, un poco más adelante añade: Baja y da testimonio al pueblo y purifícalos hoy y mañana, y que laven sus vestidos y que estén preparados para el tercer día; pues al tercer día bajará el Señor al monte Sinaí delante de todo el pueblo91. En este día se promulgó la ley, escrita por el dedo de Dios en tablas de piedra92, como dice el texto a continuación; se trata del tercer día del tercer mes desde la salida de Israel de Egipto. Así pues, desde el día que celebraron la Pascua, es decir, desde que inmolaron el cordero y lo comieron, que fue el día catorce del primer mes, hasta este mes en que se promulga la ley, transcurren cincuenta días: diecisiete días del primer mes93y los restantes a partir del día catorce; después todos los treinta días del segundo mes, que suman entre todos cuarenta y siete, y tres días del tercer mes, que es el día cincuenta desde la solemnidad de la inmolación del cordero. Por eso, como en esta sombra del futuro, según la fiesta del cordero inmaculado, la ley escrita por el dedo de Dios se promulgó a los cincuenta días, así también en la verdad del Nuevo Testamento, desde la festividad del cordero inmaculado Jesucristo, hay cincuenta días, después de los cuales se nos dio el Espíritu Santo desde los cielos94. Que el Espíritu Santo es el dedo de Dios ya lo dijimos más arriba, probándolo con textos del Evangelio.
71 (Ex 20,1-17). Podemos indagar cómo se han de distribuir los diez mandamientos de la ley: si hay que poner cuatro hasta el mandamiento del sábado, referidos a Dios, y luego los seis restantes, comenzando por el primero que dice: Honra a tu padre y a tu madre95, referidos al hombre; o si, por el contrario, aquellos primeros serían tres, y los restantes serían siete. Los que sostienen que los cuatro primeros forman un bloque, hacen la división comenzando por las palabras: No tendrás otros dioses fuera de mí. Y el siguiente mandamiento comenzaría por: No te harás ídolos96, etc., en donde se prohíbe el culto a los ídolos. Y dicen que es un solo mandamiento el representado por las siguientes palabras: No desearás la mujer de tu prójimo, no desearás la casa de tu prójimo97, y todo lo demás hasta el fin. En cambio, quienes sostienen que los tres primeros forman un bloque y los siete últimos, otro, afirman que constituye un solo mandamiento todo lo relativo al culto de un solo Dios, en donde se excluye el culto de otro Dios fuera de él. Y el último mandamiento lo dividen en dos. El primero sería: No desearás la mujer de tu prójimo, y el otro: No desearás la casa de tu prójimo. Pero que los mandamientos sean diez nadie lo niega, puesto que lo afirma la Escritura.
A mí, en cambio, me parece más congruente tomar, por una parte, aquellos tres, y por otra, estos siete, porque a los que lo consideran con más atención les parece que los tres relativos a Dios insinúan además la Trinidad. En realidad, las palabras: No tendrás otros dioses fuera de mí, explican esto mismo con más claridad, al prohibir el culto de los ídolos. Por otra parte, el deseo de la mujer del prójimo y el deseo de la casa ajena solamente difieren en el modo de pecar, pues a quien la Escritura dice: No desearás la casa de tu prójimo, la propia Escritura le añade: Ni su campo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni ninguno de sus ganados ni nada que sea de tu prójimo98. Por consiguiente, parece que la Escritura distingue entre el deseo de la mujer ajena y el deseo de cualquier cosa ajena, puesto que una y otra prohibición comienzan así: No desearás la mujer de tu prójimo; no desearás la casa de tu prójimo, y a estas dos prohibiciones se añadieron las restantes. Al decir: No desearás la mujer de tu prójimo, el texto no añadió lo restante: ni su casa, ni su campo ni su siervo, etc.; sino que se presentan absolutamente unidas las cosas que parecen encerrarse en un único mandamiento y separadas de aquel en que se menciona la mujer. En cambio, el precepto que dice: No tendrás otros dioses fuera de mí, parece que se realiza mejor en las cosas que se le añaden. Porque ¿a qué se refieren sino al precepto: No tendrás otros dioses fuera de mí, las palabras que siguen: No te harás ningún ídolo ni imagen alguna, ni de lo que hay arriba en el cielo ni de lo que hay abajo en la tierra ni de lo que hay en el agua debajo de la tierra99. No los adorarás ni les darás culto.
Por lo demás, hay también problema en saber en qué se diferencia el precepto: No robarás100 de lo que poco después se ordena acerca de no desear las cosas del prójimo. Evidentemente, no todo el que desea las cosas del prójimo roba. Pero si todo el que roba desea las cosas del prójimo, podía haberse incluido también lo relativo al hurto en aquel precepto general, en el que se prohíbe desear las cosas del prójimo. Surge igualmente la cuestión de saber en qué se distingue el precepto de no cometer adulterio101 del que se menciona un poco más adelante: No desearás la mujer de tu prójimo102. Porque en el precepto: No cometerás adulterio, podía haberse incluido también aquello otro. A no ser que en los dos preceptos relativos al adulterio y al hurto se hayan prohibido los actos, y en estos otros dos, en cambio, el deseo. Y éstas son cosas tan distintas entre sí que a veces comete adulterio quien no desea la mujer del prójimo, si tiene relaciones con ella por otro motivo distinto, y otras veces puede desearla sin tener relaciones con ella por miedo al castigo. Y por eso, la ley quizá ha querido decir que las dos cosas son pecados.
También suele plantearse la cuestión de saber si la palabra moechia (adulterio) comprende también la fornicación. Moechia es una palabra griega que la Escritura emplea ya en latín. Pero en griego se llama moechios solamente a los adúlteros. Naturalmente, esta ley no se ha dado sólo para los hombres, sino también para las mujeres. En efecto, por el hecho de que la Escritura diga: No desearás la mujer de tu prójimo, la mujer no ha de pensar por eso que no se le prohíbe nada aquí, y por tanto, que puede lícitamente desear al marido de su vecina. Por consiguiente, si de lo que se dice aquí al hombre se deduce que el precepto también comprende a la mujer, aunque no se diga expresamente, cuánto más debe referirse a ambos sexos el precepto sobre la prohibición del adulterio, cuando el propio precepto puede referirse sin dificultad a ambos; lo mismo que los mandamientos: No matarás; no robarás103, y otros parecidos que hubiera, que no aludieran expresamente a un sexo, se aplicarían a ambos sexos por igual. Pero cuando se expresa un solo género, entonces se expresa el más noble, es decir, el género masculino, para que a través de él comprenda también la mujer lo que se le manda. Y por eso, si la mujer casada es adúltera teniendo relaciones sexuales con un hombre que no sea su marido, aunque él no esté casado, evidentemente también es adúltero el hombre casado que tenga relaciones sexuales con una mujer que no sea su esposa, aunque ella no esté casada.
Pero surge con razón el problema de saber si quebrantan este precepto quienes tienen esas relaciones sin estar casados, sea el hombre o sea la mujer. Porque si no lo quebrantan, entonces en el Decálogo no estaría prohibida la fornicación. Sólo lo estaría la moechia, esto es, el adulterio, aunque toda moechia se comprende que es también fornicación, como dicen las Escrituras. Pues el Señor dice en el Evangelio: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace adulterar104.
Aquí se llama fornicación a la relación sexual entre una mujer casada con un hombre que no sea su marido, acto que es una moechia, es decir, un adulterio. Por consiguiente, en las Escrituras, toda moechia es también una fornicación. Pero que toda fornicación pueda ser también una moechia, no encuentro de momento ningún ejemplo que lo avale en las Escrituras. Ahora bien, si no toda fornicación puede ser también moechia, ignoro en qué precepto del Decálogo pueda hallarse prohibida aquella fornicación que cometen los hombres no casados con las mujeres no casadas. Y si se llama con propiedad hurto a toda usurpación ilícita de una cosa ajena —pues no permite la rapiña quien prohibió el hurto, sino que quiso explicar el todo por la parte, todo lo que ilícitamente se roba de las cosas del prójimo—, es evidente que, bajo el nombre de moechia, hay que considerar prohibida toda relación sexual ilícita y el uso no legítimo de aquellos miembros.
En relación al precepto: No matarás, no hay que pensar que se actúa contra este mandamiento cuando quien mata es la ley o es Dios quien manda matar a alguien. Porque lo hace el que manda, cuando no es lícito negar la obediencia.
En relación al precepto: No dirás falso testimonio contra tu prójimo105, suele preguntarse si están prohibidas todas las mentiras, no sea que este mandamiento no se dirija contra aquellos que dicen que es lícito mentir cuando la mentira aprovecha a alguien y no perjudica nada a aquel a quien se dice la mentira. Porque esa mentira no iría contra tu prójimo. Y así parecería que la Escritura habría añadido eso, cuando podría haber dicho de manera más breve: No dirás falso testimonio, como antes dijo: No matarás; no cometerás adulterio; no robarás. Pero aquí surge un grave problema, que no pueden solucionar fácilmente los que tienen prisa, como yo, y es el modo de explicar frases como las siguientes: Mandarás a la perdición a todos los que dicen mentiras106 y No digas ninguna mentira107 y, otras frases parecidas.
72 (Ex 20,18). Y todo el pueblo veía la voz y los relámpagos y el sonido de la trompeta y el monte echando humo. Suele preguntarse cómo el pueblo pudo ver la voz, cuando la voz no parece pertenecer al sentido de la vista, sino del oído. Pero, lo mismo que yo acabo de decir videatur (parece), aplicando esta palabra a todas las cosas que dije, así videre (ver) suele usarse en un sentido general, no sólo para referirse a las cosas corporales, sino también a las espirituales. Una cosa parecida sucede con la frase: Viendo Jacob que había comida en Egipto108, cuando en realidad él no estaba en Egipto. Algunos opinan que «ver» la voz no significa más que «entender», acto que es la visión de la mente. Pues bien, como aquí el autor quiso decir brevemente el pueblo veía la voz y los relámpagos y el sonido de la trompeta y el monte que echaba humo, surgiría un problema aún mayor si quisiéramos saber cómo se oían los relámpagos y el monte echando humo, cosas que pertenecen al sentido de la vista. El problema se resuelve diciendo que el autor no tenía que haberlo dicho tan brevemente para poder abarcarlo todo: oía la voz y veía los relámpagos y oía el sonido de la trompeta y veía el monte echando humo. Había, pues, dos clases de voces: las procedentes de las nubes, como los truenos, y la procedente de la trompeta, si es que en realidad se llama voz al sonido que salía de las nubes. Y así, en las cosas referidas al sentido del oído, el autor alude al sentido general, es decir, el de la vista, queriendo la Escritura abarcar brevemente la totalidad, mejor que en las cosas que se refieren al sentido de la vista se hubiera sobrentendido el sentido del oído, pues no solemos hablar de esa manera. En efecto, solemos decir: «mira cómo suena», y no decimos: «oye cómo brilla».
73 (Ex 20,19). Háblanos tú, y que no nos hable el Señor, no sea que muramos. Se dice muchas veces, y con buenos argumentos, que el temor pertenece más bien al Antiguo Testamento, como el amor al Nuevo, aunque en el Antiguo Testamento esté oculto el Nuevo y en el Nuevo Testamento se manifieste el Antiguo. Pero no aparece claramente cómo se atribuye a aquel pueblo el ver la voz de Dios, si esta palabra significa «entender», siendo así que tienen miedo de que les hable Dios, por temor a morir.
74 (Ex 20,20). Y Moisés les dijo: «Estad firmes, pues Dios ha venido a vosotros para tentaros a fin de que su temor esté en vosotros para que no pequéis». Ellos tenían que ser apartados del pecado precisamente por el temor de tener que soportar las penas externas, ya que aún no podían amar la justicia. Y la tentación que el Señor les enviaba para probarlos consistía en que aparecieran lo que eran, no para que Dios los conociera, pues sabía bien cómo eran, sino para que se conocieran entre ellos y a sí mismos. En estos terrores se da a conocer bien la diferencia entre el Antiguo y Nuevo Testamento, cosa que también afirma con toda claridad la epístola a los Hebreos109.
75 (Ex 20,21). Y Moisés entró en la nube donde estaba Dios, es decir, en donde los signos que mostraban a Dios eran más explícitos. Porque ¿cómo estaba en la nube aquel a quien los cielos de los cielos no le abarcan? Estaba como está en todas partes quien no está en ningún lugar.
76 (Ex 20,23). No os haréis dioses de plata ni de oro. Se repite aquí lo que se inculcó en el primer mandamiento. En los dioses de plata y de oro se sobrentiende toda clase de imágenes, lo mismo que se dice en aquel salmo: Los ídolos de los gentiles son plata y oro110.
77 (Ex 21,2). En relación a lo que se manda acerca del siervo hebreo, que sirva seis años y luego se le deje libre sin pagar rescate, para que los siervos cristianos no pidieran a sus señores esto mismo, la autoridad apostólica manda que los siervos estén sometidos a sus señores para que el nombre de Dios y su doctrina no sean blasfemados111. Por aquí se descubre con suficiente claridad que aquello se preceptuó de manera misteriosa, puesto que Dios ordenó incluso que se le horadara la oreja con una lezna junto a la puerta al siervo que rechazara la libertad que se le concedía112.
78 (Ex 21,7-11). Si un hombre vende a su hija por esclava, no marchará como salen las esclavas. Pero si no agrada a su señor, que no le da su nombre, la remunerará. Pero el señor no podrá venderla a gente extranjera, porque hizo desprecio en ella. Y si le diese el nombre de su hijo, la tratará como se trata a las hijas. Y si toma para él otra mujer, no defraudará a la primera las cosas necesarias ni el vestido ni el trato conyugal. Si no le hiciera estas tres cosas, ella saldrá gratis sin rescate alguno. Las palabras y las expresiones inusuales hacen que este texto sea oscurísimo. Nuestros traductores apenas han hallado el modo de explicarlo. En el propio texto griego es muy oscuro lo que aquí se dice. Sin embargo, explicaré, como pueda, lo que a mí parece.
La primera frase: Si un hombre vende a su hija por esclava —es decir, para que sea una esclava, persona que los griegos llaman oikéten— no marchará como salen las esclavas, quiere decir lo siguiente: «No se marchará como se marchan las esclavas hebreas después de seis años», porque debemos pensar que también para la mujer hebrea se ha dado la ley que se aplica a los varones. ¿Por qué, pues, esta mujer no habría de marchar así sino porque se entiende que ha sido humillada durante su esclavitud, habiendo tenido su amo relaciones sexuales con ella? Esto se aclara de algún modo por lo que se dice a continuación. El texto, en efecto, sigue diciendo: Pero si no agrada a su señor, que no le había dado su nombre —es decir, no la hizo su esposa—, la remunerará. Esto equivale a lo que se dijo antes: No marchará como salen las esclavas. Es justo sin duda recibir algo por el hecho de haber sido humillada, ya que el amo no tuvo relaciones sexuales con ella para hacerla su esposa, para darle su nombre. La frase: La remunerará, otros traductores la traducen por: La rescatará, cosa que si en griego se hubiese dicho apolutrósetai se habría escrito como está escrito en el salmo: Y él rescatará a Israel113, porque ahí aparece el verbo apolutrósetai. Pero en este pasaje se lee: apolutrósei que significa que se recibe más de lo que se da por ella para que sea rescatada. ¿A quién dará su amo algo para rescatar a quien posee como esclava? Pero el señor no podrá venderla a gente extranjera, porque hizo desprecio en ella, es decir, no porque el señor hizo desprecio en ella por eso podrá venderla, esto es, la dominará en tanto en cuanto pueda venderla lícitamente incluso a gente extranjera. Por lo demás, «hizo desprecio en ella» (sprevit in ea) equivale a «la despreció» (sprevit eam), y «la despreció» equivale a «la humilló», es decir, tuvo relaciones sexuales con ella sin hacerla su esposa. El griego dice ezétesen, palabra que nosotros traducimos por sprevit (despreció). La Escritura emplea este vocablo en Jeremías: Como desprecia (spernit) una mujer a aquel con quien tiene relaciones sexuales114.