CUESTIONES SOBRE EL HEPTATEUCO

Traducción: Olegario García de la Fuente

http://www.augustinus.it/spagnolo/questioni_ettateuco/index2.htm

TOMADO DEL LIBRO DE «LAS REVISIONES» (II 81 [55])

SOBRE LA PRESENTE OBRA

1. Por aquellas mismas fechas escribí también una obra en siete libros consistente en cuestiones acerca de las mismas Escrituras divinas. Quise intitularla precisamente Cuestiones, porque, más que dar solución a lo que allí se discutía, hice propuestas de investigación. No obstante, en mi opinión, son muchos los temas que han sido tratados tan exhaustivamente que puede considerarse con razón que han hallado solución y exposición. De idéntica manera había comenzado ya a examinar los Libros de los Reyes, pero, apenas iniciados, centré mi atención en otras ocupaciones de mayor urgencia.

2. En el primer libro, al tratar de la diversidad de varas que Jacob colocaba en el agua, para que las ovejas preñadas las viesen al beber y pariesen crías de diverso color¹, no indiqué correctamente el motivo por el que sólo se las ponía a las que iban a parir por primera vez, y no a las que concibieran después, es decir, a las que parieran nuevas crías (I 93). En efecto, al exponer otra cuestión en la que se pregunta por qué dijo Jacob a su suegro: Has sustraído de mi paga diez corderas (I 95)², esclarecida de forma suficientemente acorde con la verdad, se demuestra que la otra no obtuvo la solución que debía.

3. En el libro tercero se considera cómo engendraba sus hijos el sumo sacerdote. En efecto, tenía que entrar necesariamente dos veces al día en el Santo de los Santos, donde se hallaba el altar del incienso, incienso que tenía que ofrecer de mañana y de tarde. Por otra parte, conforme a lo establecido por la ley, no podía entrar siendo impuro³, situación que, según la misma ley, sobrevenía al hombre a través del acto conyugal. Al que se hallaba en ese estado de impureza se le ordenaba lavarse con agua, pero, aun lavado —sigue diciendo la ley—, continuaba impuro hasta la tarde4. Por esa razón dije: «De aquí se sigue o que guardaría la continencia, o que por algunos días se interrumpía la ofrenda del incienso» (III 82), sin advertir entonces que no existía tal consecuencia. En verdad, la expresión será impuro hasta la tarde puede entenderse en el sentido que excluye la impureza durante la tarde, afirmándola sólo hasta que ésta comienza, de manera que, purificado ya, podía ofrecer el incienso por la tarde, no obstante que, con vistas a la procreación de los hijos, se hubiese unido a su mujer tras la ofrenda matutina del incienso.

4. De idéntica manera, a la pregunta de cómo se prohibía al sumo sacerdote acercarse al cadáver de su padre, siendo así que, cuando había un sumo sacerdote solo, no pareció oportuno que el hijo asumiese el sacerdocio sino después de la muerte del padre5, respondí: «Por lo cual era necesario que inmediatamente después de la muerte de éste, incluso antes de ser sepultado, se constituyese (sacerdote) al hijo como sucesor de su padre, para que pudiese continuar la ofrenda del incienso, que necesariamente había de tener lugar dos veces al día» (III 83). A este sacerdote, pues, se le prohibía acercarse a su padre muerto, mas aún no sepultado. Pero presté poca atención al hecho de que esto se pudo mandar pensando sobre todo en aquellos que habían de ser sumos sacerdotes no de forma hereditaria, sino por pertenecer a los hijos, es decir, a los sucesores de Aarón, si se diese el caso de que o bien el sumo sacerdote no tuviese hijos o fuesen tan perversos que ninguno de ellos mereciese suceder a su padre. Tal fue el caso de Samuel, que sucedió al sumo sacerdote Helí sin ser hijo del sacerdote, pero perteneciendo a los hijos, esto es, a la descendencia de Aarón6.

5. Hablando del ladrón a quien se le dijo: Hoy estarás conmigo en el paraíso7, afirmé como casi cierto que no había recibido el bautismo visible (III 84). Pero no hay certeza alguna de ello; antes bien, es preciso creer que fue bautizado, como yo mismo expuse luego en otro lugar.

6. Asimismo es cosa cierta, pero está fuera de lugar, lo que dije en el libro quinto al tratar de las madres en las generaciones narradas en los evangelios, a saber: que ellas sólo fueran mencionadas junto con los padres (V 46). Se trataba de los que tomaban las esposas de sus hermanos o parientes cercanos que habían muerto sin hijos, a propósito de los dos padres de José, uno mencionado por Mateo, y otro por Lucas. Sobre el caso he hablado más detenidamente en esta misma obra en el apartado correspondiente a mi escrito Contra Fausto maniqueo.

7. Esta obra comienza así: Cum Scripturae sanctae, quae appellantur canonicae.

CUESTIONES SOBRE EL HEPTATEUCO

Traducción: Olegario García de la Fuente

LIBRO I

Cuestiones sobre el Génesis

Cuando leí con una cierta rapidez las Sagradas Escrituras llamadas canónicas y comparé las traducciones con otros códices que se ajustaban a la versión de los Setenta, me pareció útil recoger en un escrito algunas cuestiones que me venían a la mente para que no se me olvidaran, ya se tratara de recordarlas brevemente, ya sólo de proponerlas incluso con algún detenimiento, ya de solucionarlas de algún modo, aunque fuera muy rápidamente. No se trataba de explicarlas exhaustivamente, sino de poder echar un vistazo cuando tuviera necesidad de hacerlo, o para comprobar qué tenía aún que investigar, o para estar no sólo dispuesto para pensar, sino también preparado para responder, según mis posibilidades, a partir de lo que me parecía ya suficientemente investigado.

Así pues, si hay alguien a quien no le moleste leer estas páginas a causa de mi estilo descuidado por la precipitación con que las he escrito, si encuentra problemas propuestos y no resueltos, no por eso piense que no hay en este escrito nada de provecho para él. Pues una parte de la investigación consiste en saber lo que uno debe investigar. Y cualquiera que sea la explicación de los temas, no por eso desprecie el estilo sencillo, sino alégrese más bien de tener alguna participación en la doctrina que se contiene, ya que no es la verdad la que no busca la discusión, sino la discusión la verdad.

Por ello, dejando de lado aquellos puntos del principio, cuando se narra que Dios hizo el cielo y la tierra, hasta la expulsión de los primeros padres del paraíso, asuntos que pueden tratarse de muchas maneras, y de los cuales ya he hablado en otro lugar, según mis posibilidades, he aquí los temas que he querido poner por escrito, conforme se me iban presentando a medida que las leía.

1 (Gn 4,17). Podemos preguntarnos cómo pudo fundar Caín una ciudad, si una ciudad está constituida por un cierto número de hombres, y, en cambio, en la Escritura se dice que sólo había dos padres y dos hijos, que un hermano mató al otro, y luego se añade que nació otro hijo para ocupar el lugar del que había sido asesinado. Quizá surge el problema precisamente porque los lectores del texto piensan que entonces sólo existían aquellos dos hombres que recuerda la Sagrada Escritura y no advierten que los dos que nacieron primero o incluso aquellos a quienes ellos engendraron vivieron tanto tiempo que engendraron a otros muchos.

Efectivamente, el propio Adán no engendró sólo a aquellos cuyos nombres leemos en la Escritura, pues la Escritura, cuando habla de él, termina diciendo que engendró hijos e hijas¹. Por tanto, dado que aquellos hombres vivieron muchos más años de los que los israelitas estuvieron en Egipto, ¿quién no ve la gran cantidad de hombres que pudieron nacer, hasta llenar aquella ciudad, si los hebreos pudieron multiplicarse tanto en un tiempo mucho menor?

2 (Gn 5,27). Suele preguntarse cómo Matusalén, según el cómputo de sus años, pudo vivir después del diluvio, si, como dice la Escritura, perecieron todos los hombres, fuera de los que entraron en el arca. Con respecto a esto hay que decir que la cuestión surge a causa de la mala conservación de los códices, pues no sólo los códices hebreos contienen diferentes números, sino que algunos códices de la versión de los Setenta, pocos pero los mejores, dicen que Matusalén murió seis años antes del diluvio.

3 (Gn 6,4). Suele preguntarse también cómo pudieron los ángeles tener relaciones sexuales con las hijas de los hombres, de las cuales se dice que nacieron los gigantes, aunque algunos códices, no sólo latinos, sino también griegos, no hablan de los ángeles, sino de los hijos de Dios. Para resolver esta cuestión algunos han afirmado que se trata de hombres justos, y por eso pudo también decirse de ellos que eran ángeles. La Escritura, por ejemplo, dice acerca de Juan, que era un hombre: He aquí que yo envío mi ángel ante ti para que prepare tu camino².

Pero el problema está en saber cómo pudieron nacer gigantes de las relaciones sexuales de los hombres, o cómo aquellos individuos pudieron unirse a mujeres, si no fueron hombres, sino ángeles.

Con respecto a los gigantes, es decir, a hombres muy grandes y muy fuertes, pienso que no hay nada de extraño en que hayan podido nacer de hombres, porque incluso después del diluvio existen de hecho y en nuestros mismos días han existido también algunos individuos humanos increíblemente grandes, no sólo hombres, sino también mujeres.

Por tanto, es más creíble que hombres justos, llamados ángeles, o hijos de Dios³, movidos por la concupiscencia, pecaran con mujeres, en lugar de que ángeles, que carecen de cuerpo, pudieran cometer ese pecado; aunque de ciertos demonios, malignos con las mujeres, se dicen tantas cosas y por parte de tantas personas, que no es fácil decidirse por una opinión en esta cuestión.

4 (Gn 6,15). Acerca del arca de Noé suele preguntarse si tendría la capacidad suficiente para albergar a todos los animales que se dice que entraron en ella y los alimentos respectivos. Esta cuestión la resolvió Orígenes recurriendo al codo geométrico, pues sostuvo que la Escritura no dice sin motivo que Moisés estuvo adornado con toda la sabiduría de los egipcios4, quienes tuvieron en gran estima la ciencia geométrica. Y él dice que el codo geométrico equivale a seis codos de los nuestros. Por tanto, si pensamos que los codos eran tan grandes, no hay problema alguno en admitir que la capacidad del arca era tan grande que pudo contener todo aquello.

5 (Gn 6,15). Algunos se preguntan también si un arca tan grande pudo construirse en cien años por cuatro hombres, esto es, Noé y sus tres hijos. Ahora bien, si ellos solos no pudieron construirla, no tiene nada de extraño que emplearan a otros obreros, los cuales, una vez recibido el importe de su trabajo, no se preocuparon de si Noé hacía el arca con algún motivo razonable o sin motivo, y, por tanto, no entraron en ella, al no creer lo que Noé había creído.

6 (Gn 6,16). ¿Qué significa lo que dice la Escritura hablando de la construcción del arca: Le harás la parte inferior, otra de dos estancias y una tercera de tres? Evidentemente, la parte inferior no debía de ser de dos y tres estancias. En esta distinción el autor quiso que se percibiera toda su estructura, de modo que tuviera una parte inferior; tuviera otra superior a la anterior, de la que dice que era de dos estancias, y otra superior a ésta, con tres. Pues en el primer recinto, es decir, en la parte inferior, el arca tenía una única estancia; en el segundo, situado sobre el inferior, tenía ya dos estancias, y, en consecuencia, en el tercero, situado sobre el segundo, había, sin duda, tres.

7 (Gn 6,21). Puesto que Dios dijo que los animales no sólo vivieran en el arca, sino que se alimentaran en ella, y ordenó a Noé que tomara de todos los alimentos que le habrían de servir a él y a los animales que entrarían con él en el arca, surge la cuestión de saber cómo pudieron alimentarse allí los leones o las águilas, que suelen comer carne; es decir, se trata de saber si Noé introdujo en el arca otros animales, además de los que allí se mencionan, para que sirvieran de alimento a aquellos otros, o si introdujo algunas otras cosas, además de la carne —cosa que parece la más aceptable—, que sirvieran también de alimento conveniente para tales animales, y si esta medida la tomó por ser él un hombre previsor o por inspiración divina.

8 (Gn 7,8). En relación a lo que está escrito: De las aves puras y de las impuras, y de los animales puros y de los impuros y de todos los seres que se arrastran sobre la tierra —«puros e impuros» lo que a continuación no se dice, pero se sobreentiende— y a lo que sigue: entraron con Noé en el arca dos de cada especie, macho y hembra5, puede uno preguntarse por qué antes distinguió dos de cada especie de los impuros y, en cambio, ahora, dice que entraron dos de cada especie, lo mismo de los animales puros que de los impuros.

La respuesta es que esto no se refiere al número de los animales puros e impuros, sino al macho y a la hembra, porque en todos ellos, lo mismo en los puros que en los impuros, hay dos, el macho y la hembra.

9 (Gn 7,15). Hay que advertir que la frase: En el cual hay espíritu de vida, se refiere no sólo a los hombres, sino también a los animales. Algunos autores quieren ver aquí una alusión al Espíritu Santo por aquello que se dice en otro lugar: Y sopló Dios en su rostro espíritu de vida6. No obstante, algunos códices traducen mejor la expresión por soplo de vida.

10 (Gn 7,20). Hay una dificultad respecto a la altura de los montes, recordando la leyenda del Olimpo. Está escrito que el agua superó quince codos la cumbre del monte más alto.

Ahora bien, si la tierra pudo invadir el espacio de aquel aire tranquilo, en donde se dice que ni se ven las nubes ni se sienten los vientos, ¿por qué no pudo llegar hasta allí el agua en su crecida?

11 (Gn 7,24). En relación a la frase: Y el agua creció sobre la tierra ciento cincuenta días, se trata de saber si creció hasta ese día o si permaneció durante todos esos días en la altura que adquirió, porque otros traductores parecen más bien decir esto último. Aquila, por ejemplo, dice: alcanzó; Símaco: sobresalieron, las aguas, se entiende.

12 (Gn 8,1.2). En relación a lo que está escrito: que después de ciento cincuenta días vino viento sobre la tierra y cesaron las aguas y se cerraron las fuentes del abismo y las cataratas del cielo, y paró la lluvia del cielo, se presenta la cuestión de saber si tuvieron lugar estas cosas después de ciento cincuenta días o se recuerdan a modo de recapitulación todas aquellas cosas que comenzaron a suceder después de cuarenta días de lluvia, de modo que sólo pertenezca a los ciento cincuenta días el hecho de que el agua creció durante esos días, o bien porque provenía de las fuentes del abismo, al cesar ya la lluvia, o porque permaneció en su altura, mientras el viento no la secó.

En cambio, las demás cosas que se dicen allí no se realizaron todas ellas después de los ciento cincuenta días, sino que el autor recuerda todas esas cosas que comenzaron a realizarse a partir del momento en que acabaron los cuarenta días.

13 (Gn 8,6-8). Respecto a lo que está escrito: que Noé soltó un cuervo y no volvió, y luego soltó una paloma y volvió, porque no encontró donde posarse, suele preguntarse si el cuervo murió o si pudo vivir de algún modo. Porque en realidad si había tierra donde posarse, también la paloma pudo posarse. Por eso, muchos opinan que el cuervo pudo posarse sobre algún cadáver, cosa que la paloma rehúye por instinto.

14 (Gn 8,9). Podemos preguntarnos, además, por qué la paloma no encontró lugar donde posarse si ya habían aparecido las cumbres de los montes, como se deduce del orden en que se narran las cosas. Y la pregunta anterior parece que puede resolverse diciendo que el autor, a modo de recapitulación, narró después las cosas que habían sucedido antes, o más bien porque aún no se había secado la tierra.

15 (Gn 8,21). ¿Qué significa lo que dice el Señor: No volveré a maldecir la tierra por motivo de las obras de los hombres, porque la mente del hombre está inclinada al mal desde la juventud. No volveré, pues, a castigar a ningún ser viviente como lo hice, y luego añade que da a los hombres indignos según su generosa bondad? ¿Está figurado quizá aquí el perdón del Nuevo Testamento y que la venganza pasada pertenece al Antiguo7, es decir, una cosa a la severidad de la ley y la otra a la bondad de la gracia?

16 (Gn 9,5). ¿Qué significa: Y de la mano del hombre hermano reclamaré la vida del hombre? ¿Se referirá quizá a todo hombre, hermano de todo hombre según el parentesco aquel por el que todos procedemos de uno solo?

17 (Gn 9,25-27). Podemos preguntarnos por qué Cam, que pecó ofendiendo a su padre, no recibe la maldición en sí mismo, sino en su hijo Canaán. Y la respuesta sería que este hecho es en cierto modo una profecía relativa a que los cananeos, expulsados de la tierra de Canaán y vencidos, dejarán paso libre a los israelitas, procedentes de la estirpe de Sem.

18 (Gn 10,8). Puede uno preguntarse por qué se dice acerca de Nebroth: Este fue el primer gigante de la tierra, dado que la Escritura recuerda que también antes los había habido. ¿Será quizá porque después del diluvio se menciona otra vez la novedad de la restauración del género humano, en la cual este hombre comenzó a ser gigante sobre la tierra?

19 (Gn 10,25). ¿Qué significa: Y Héber tuvo dos hijos; el nombre de uno fue Falec, porque en sus días se dividió la tierra? Quizá quiera decir que en su tiempo existió aquella diversidad de lenguas que originó la dispersión de las gentes.

20 (Gn 11,1). Y en toda la tierra había un solo lenguaje. ¿Cómo puede entenderse esto, cuando poco antes se dijo que los hijos de Noé o los hijos de sus hijos se desparramaron8por la tierra según sus tribus y según sus gentes y según sus lenguas? Quizá haya que entender que el autor menciona después, a modo de recapitulación, lo que existía anteriormente. Pero presenta una cierta oscuridad el hecho de que el autor haya utilizado este género literario, como si continuara el relato de lo que sucedió después.

21 (Gn 11,4). Venid; edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cima llegue al cielo. Si aquellos hombres pensaron que podían hacer esto, se descubre en ellos una estupidísima audacia e impiedad. Y puesto que Dios se vengó de ellos por esta causa, diferenciando sus lenguas, no es un absurdo creer que lo pensaron.

22 (Gn 11,7). Venid; bajemos y confundamos allí su lengua de modo que no entiendan unos las palabras de los otros. ¿Hay que entender esto en el sentido de que Dios se lo dijo a los ángeles? ¿O hay que entenderlo más bien de acuerdo con lo que se lee al principio del Génesis: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra?9 Como a continuación el texto sigue en singular: Porque allí confundió el Señor las lenguas de la tierra10, así también allí, cuando se dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen, no continuó en plural: «hicieron», sino en singular: hizo Dios»¹¹.

23 (Gn 11,12.13). En relación a lo que dice la Escritura: Y Arfaxad. tenía ciento treinta y cinco años cuando engendró a Cainán, y vivió Arfaxad después de engendrar a Cainán cuatrocientos años, o, como dice el griego: trescientos años, surge la cuestión de saber cómo dijo Dios a Noé: Y serán los años de la vida de ellos ciento veinte años¹², pues todavía no había nacido Arfaxad cuando Dios dijo eso ni estuvo en el arca con sus padres. ¿Cómo se han de entender, por tanto, a partir de entonces los mencionados ciento veinte años de la vida humana, puesto que se encuentra un hombre que vivió más de cuatrocientos? Habrá que interpretar el pasaje en el sentido de que veinte años antes del comienzo de la construcción del arca —construcción que duró cien años— Dios dijo esto a Noé, preanunciándole ya que enviaría el diluvio, y que no predijo el tiempo de la vida humana que tendrían los hombres que nacieran después del diluvio, sino el tiempo de la vida humana de los hombres que iba a aniquilar con el diluvio.

24 (Gn 10,21). ¿Por qué se dice que Sem era el padre de todos los hijos de Héber¹³, dado que Héber aparece ocupando el quinto lugar a partir de Sem, hijo de Noé? ¿Será porque se dice que los hebreos recibieron de él su nombre? Por él efectivamente pasa la línea de generaciones hasta Abraham. Pero podemos preguntarnos con toda razón qué es más probable: que los hebreos se hayan llamado así por motivo de Héber, como variante de hebreos, o que lo hayan sido por motivo de Abraham, como variante de Abraheos.

25 (Gn 11,26.32). ¿Cómo se ha de entender lo que dice la Escritura de que Tharra, padre de Abram, engendró a Abram a los setenta años y luego permaneció con todos los suyos en Harrán y vivió doscientos cinco años en Harrán y murió, y que el Señor mandó a Abram que saliera de Harrán14y salió de allí, teniendo Abraham setenta y cinco años? La respuesta sería que la Escritura dice a modo de recapitulación que el Señor habló estando aún vivo Tharra y que, estando aún vivo su padre, Abram salió de Harrán, según el precepto del Señor, a la edad de setenta y cinco años, cuando su padre tenía ciento cuarenta y cinco, si los años de la vida de su padre fueron doscientos cinco, de modo que está escrito que los años de la vida de Tharra fueron doscientos cinco en Harrán15, porque allí cumplió todos los años de toda su vida.

La cuestión, por consiguiente, se soluciona recurriendo a la recapitulación, pues quedaría sin resolver si consideráramos que después de la muerte de Tharra mandó el Señor a Abram que saliera de Harrán, porque no podía tener sólo setenta y cinco años cuando murió su padre, que le engendró a los setenta, de modo que Abram tendría ciento treinta años, después de la muerte de su padre, si todos los que éste vivió fueron doscientos cinco. En resumen, si se tiene en cuenta este tipo de recapitulación que emplea la Escritura, se resuelven muchos problemas que de otra manera parecen insolubles, según hemos dicho más arriba respecto a otras cuestiones, que también las hemos resuelto acudiendo a ella.

No obstante, hay otros que resuelven de distinta manera el problema, diciendo que los años de vida de Abram se computan a partir del momento en que fue liberado del fuego de los caldeos, en el que le echaron por no haber querido dar culto al mismo según su superstición. Y aunque la Escritura no diga que fue liberado de ese fuego, lo recuerda la tradición judía.

Puede también resolverse el problema de la siguiente manera: El texto que dice: Cuando Tharra tenía setenta y cinco años engendró a Abram, a Nacor y a Harán16, no significa, evidentemente, que engendró a los tres a la edad de setenta años, sino que la Escritura recuerda el año a partir del cual comenzó a tener hijos.

Pero puede ser que Abram haya sido engendrado después, y en razón de su excelencia, por la que se le encarece con frecuencia en la Escritura, se le haya mencionado antes, lo mismo que el profeta mencionó primero al menor: Amé a Jacob y odié a Esaú17. Y en el libro de los Paralipómenos, a Judas se le menciona el primero18, a pesar de ocupar el cuarto lugar en el orden de nacimiento, porque es él el que da el nombre a la estirpe judía por ser su tribu la tribu regia. En definitiva, para resolver las cuestiones difíciles se encuentran bastante cómodamente distintas soluciones.

Hay que tener en cuenta, evidentemente, el relato de Esteban19sobre este asunto, para ver cuál de estas exposiciones concuerda más con él. Y esto, ciertamente, nos obliga a no pensar, como parece indicar el Génesis20, que Dios mandó a Abram salir de su familia y de la casa de su padre después de la muerte de Tharra, sino a entender que, estando en Mesopotamia, antes de vivir en Harrán, Dios le habló durante aquel viaje, una vez que había salido naturalmente de la tierra de los caldeos.

Pero lo que Esteban dice a continuación: Entonces Abram, saliendo de la tierra de los caldeos, habitó en Harrán, y luego, una vez muerto su padre, lo puso, en esta tierra²¹, presenta no pequeñas dificultades a esta explicación, que se basa en una especie de recapitulación. Pues parece que recibió el mandato del Señor, que le había hablado en el viaje desde Mesopotamia, una vez que salió de la tierra de los caldeos y cuando iba a Harrán, y que después de la muerte de su padre cumplió obedientemente este mandato, cuando se dice: Y habitó en Harrán. Y luego, cuando murió su padre, lo puso en esta tierra. Por eso, continúa el problema de saber cómo puede ser verdad que tuviera setenta y cinco años cuando salió de Harrán, como evidentemente dice el texto del Génesis.

Quizá las palabras de Esteban: Entonces Abram salió de la tierra de los caldeos y habitó en Harrán, no haya que entenderlas así: Salió entonces, después de haberle hablado el Señor —pues ya estaba en Mesopotamia, como se ha dicho antes, cuando oyó aquello de parte del Señor—. Pero Esteban, con esa regla de la recapitulación, quiso unir ambas cosas y decir simultáneamente de dónde había salido y en dónde habitó, al añadir: Entonces Abram salió de la tierra de los caldeos y habitó en Harrán. Dios le habló en el intermedio, es decir, entre la salida de la tierra de los caldeos y su establecimiento en Harrán.

En relación a lo que luego añade Esteban: Y después de la muerte de su padre lo puso en esta tierra, hay que advertir que no dijo: Y después de morir su padre salió de Harrán, sino: Después lo puso Dios en esta tierra, de tal modo que se le puso en la tierra de Canaán después de habitar en Harrán. Así pues, no salió después de la muerte de su padre, sino que se le puso en la tierra de Canaán después de la muerte de su padre, de modo que el orden de las palabras es: Habitó en Harrán, y luego lo puso en esta tierra después de la muerte de su padre.

Así pues, hay que entender que a Abram se le puso o se le colocó en la tierra de Canaán cuando allí recibió a aquel vástago, cuya descendencia entera habría de reinar allí, según la promesa que Dios le hizo de darle aquella tierra en herencia. Pues allí nació del propio Abram Ismael²², el hijo de Agar. Allí nacieron también los hijos de Quetura, a los cuales no pertenecería la herencia de aquella tierra. De Isaac nació también Esaú²³, quien igualmente fue privado de aquella herencia. Pero todos los hijos que le nacieron a Jacob, hijo de Isaac, es decir, toda su descendencia perteneció a aquella herencia. Por lo tanto, si se entiende correctamente el hecho de que Abram fue puesto y colocado en aquella tierra porque vivió hasta el nacimiento de Jacob, el problema queda resuelto a través de una recapitulación, aunque tampoco se pueden rechazar otras soluciones.

26 (Gn 12,12.14). Y sucederá que, cuando te vean los egipcios, dirán: «Es su mujer». Sucedió que, tan pronto como entró Abram en Egipto, vieron los egipcios que la mujer era muy hermosa. ¿Cómo hay que entender el hecho de que Abram, al llegar a Egipto, quisiera ocultar que Sara era su mujer, según todo lo que está escrito sobre este asunto? ¿Se trata de algo conveniente a un varón tan santo o hay que pensar en una cierta falta de fe, como algunos han opinado?

Ya traté de este tema en la obra Contra Fausto. Y el presbítero Jerónimo expuso más ampliamente que yo por qué no es necesario que, aunque Sara pasara algunos días en casa del rey de Egipto, haya que admitir que cometiera un pecado carnal con él. Efectivamente, era costumbre de los reyes admitir de vez en cuando a sus mujeres en sus palacios. Pero ninguna entraba al rey si antes, durante bastante tiempo, no se lavaba y perfumaba el cuerpo con todo esmero. Pues bien, mientras tendrían lugar estos preparativos, el faraón fue castigado por Dios24para que devolviera intacta a su marido la esposa que éste había encomendado a Dios ocultando que era su esposa, pero sin mentir, al decir que era su hermana, para evitar lo que podía, cuanto el hombre podía, y para encomendar a Dios lo que no podía evitar a fin de que, si también ella sólo encomendaba a Dios las cosas que podía evitar, no diera la impresión de que no creía en Dios, sino más bien que tentaba a Dios.

27 (Gn 13,10). El hecho de que la tierra de Sodoma y Gomorra, antes de ser destruida, se compare al paraíso de Dios, porque estaba regada, y a la tierra de Egipto, a la que baña el Nilo, demuestra suficientemente, creo yo, cómo ha de entenderse que era, aquel paraíso que plantó Dios, en el que puso a Adán. Porque no veo de qué otro paraíso de Dios se pueda tratar. Y si, como piensan algunos, los árboles frutales del paraíso hay que entenderlos como si fueran las virtudes del alma, sin que haya existido en la tierra ningún paraíso real, adornado con verdaderos árboles, entonces no se diría de esta tierra que era como el paraíso de Dios.

28 (Gn 13,14.15). Contemplando con tus ojos, mira desde el lugar en que estás hacia el norte y hacia el sur y hacia el oriente y hacia el mar, porque toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia por los siglos. Se presenta aquí la cuestión de saber cómo se entiende la promesa hecha por Dios a Abram y a su descendencia de darle tanta tierra cuanta pudiera contemplar con sus ojos mirando hacia los cuatro puntos cardinales. Porque ¿qué cantidad de tierra pueden abarcar los ojos corporales en su visión? Pero el problema desaparece si advertimos que no se prometió esto sólo, ya que Dios no dijo: te daré tanta tierra cuanta ves, sino: te daré la tierra que ves. Pues como se le daba también después tierra por todas partes, evidentemente se le daba sobre todo la que se veía. Además, hay que prestar atención a lo que sigue. Porque para que el propio Abram no pensara que sólo se le prometía la tierra que pudiera ver o contemplar alrededor de él, le dice: Levántate y recorre la tierra a lo largo y a lo ancho, pues te la daré25, de tal modo que caminando llegara a la tierra que no podía ver con sus ojos, si se quedaba quieto en su lugar.

Con estas palabras se indica aquella tierra que recibió el primer pueblo de Israel, descendencia de Abram según la carne, no aquella descendencia más dilatada según la fe; para que no se olvidara, se le dijo que sería como la arena del mar26, utilizando, evidentemente, una hipérbole, pero descendencia tan grande que nadie podría contarla.

29 (Gn 14,13). Anunció a Abram el del otro lado del río. Los ejemplares griegos indican también con bastante claridad que Abraham recibía el nombre de «el del otro lado del río». La razón de que se le llamara así parece haber sido el hecho de que vino de Mesopotamia, atravesando el río Eufrates, y puso su sede en Canaán. Se le llamó «el del otro lado del río» por la región de donde venía. Por eso Jesús Nave dice a los israelitas: ¿Qué? ¿Queréis servir a los dioses de vuestros padres que están al otro lado del río?27

30 (Gn 15,12). El texto de la Escritura: Cercana la puesta del sol, cayó sobre Abram un pavor y le sobrevino un temor muy grande, plantea una cuestión que hay que discutir por motivo de aquellos que afirman que estas perturbaciones no vienen sobre el ánimo del hombre sabio. Podemos preguntarnos si es verdad lo que cuenta A. Gelio en los Libros de las Noches Áticas. Se trata de un filósofo que había perdido la calma, encontrándose en una nave durante una gran tempestad en el mar, y que fue reprendido por un joven disoluto, que le insultaba, después de haber pasado el peligro, por el hecho de que el mencionado filósofo hubiera perdido la calma tan pronto —mientras él ni había tenido miedo ni había palidecido—. El filósofo respondió que el joven no había perdido la calma precisamente porque no tenía nada que temer para su alma tan pervertida, ya que ni siquiera era digna de que se temiera algo por ella.

A los demás, preocupados, que habían estado con él en la nave, y que aguardaban una respuesta, les presentó un libro del estoico Epicteto, en el que se decía que no había sido del agrado de los estoicos afirmar que ninguna perturbación semejante incide en el ánimo del sabio, como si nada parecido se hallara en sus afectos. Pues ellos dicen que hay una perturbación cuando la razón cede ante tales sensaciones. Cuando no cede, no hay por qué hablar de perturbación. Pero hay que tener en cuenta cómo dice esto A. Gelio y aducirlo a la explicación con prudencia.

31 (Gn 17,8). Y te daré a ti y a tu descendencia después de ti la tierra que habitas, toda la tierra cultivable, como posesión eterna. Podemos preguntar por qué dijo «eterna», siendo así que a los israelitas se les dio temporalmente. Se trata de saber si se la llamó eterna según el mundo presente, de modo que dijo aíónion derivándolo del griego aíón, que también significa «siglo», como si en latín pudiera decirse «saeculare» (secular), o nos vemos obligados a entender aquí, en este texto, algo de acuerdo con la promesa espiritual, de modo que se le haya llamado eterna precisamente porque a partir de este texto se indica algo eterno. ¿O no se tratará más bien de una expresión propia de la Escritura? Es decir, que el autor llama eterno a algo cuyo término no se fija, o a algo que no se hace de modo que después no haya que hacerlo, en la medida en que pertenece al cuidado o a la potestad del que lo hace, como dice Horacio:

«Será eternamente siervo quien no se contente con poco». Porque no puede ser eternamente siervo aquel cuya vida, por medio de la cual es siervo, no puede ser eterna. Yo no aduciría este testimonio si no fuera porque se trata de una locución, ya que estos autores son para mí autores de palabras, no de cosas o de sentencias. Ahora bien, si las Escrituras se defienden interpretándolas según sus propias locuciones, que se llaman idiotismos, ¡cuánto más hallarán defensa interpretadas según las locuciones que tienen en común con otras lenguas!

32 (Gn 17,16). Queremos saber por qué se dijo a Abraham acerca de su hijo: Y procederán de él los reyes de las naciones. Se trata de que, dado que no tuvo su origen según los reinos de la tierra, debe entenderse según la Iglesia, o porque sucedió también literalmente a causa de Esaú.

33 (Gn 18,2.3). Y al verlos corrió ante ellos desde la puerta de su tienda y los adoró postrándose en tierra y dijo: «Señor, si he encontrado gracia delante de ti, no pases de largo de la casa de tu siervo». Podemos preguntar por qué, siendo tres los que se le aparecieron, le llama Señor en singular, diciendo: Señor, si he encontrado gracia delante de ti. ¿Es quizá porque creyó que uno de ellos era el Señor y los otros ángeles? ¿O más bien, percibiendo en los ángeles al Señor, eligió hablar al Señor antes que a los ángeles, porque al quedar después uno solo con Abraham, los otros dos son enviados a Sodoma y Lot les habla como si hablara al Señor?

34 (Gn 18,4.5). Que traigan un poco de agua y laven vuestros pies; tomad el fresco bajo este árbol. Yo traeré pan; vosotros comed. Podemos preguntar: Si Abraham creyó que eran ángeles, ¿cómo pudo invitarles a esta acción humana, necesaria, si, para la reparación de las fuerzas corporales de un cuerpo mortal, pero no para la inmortalidad de los ángeles?

35 (Gn 18,11). Pero Abraham y Sara se hicieron mayores y de edad avanzada; y a Sara comenzaron a faltarle las reglas. La edad de los mayores es menor que la de los viejos, aunque a los viejos también se les llama mayores. Por tanto, si es verdad lo que afirman ciertos médicos que un hombre mayor no puede tener hijos con una mujer mayor, aunque la mujer tenga aún la menstruación, se comprende que Abraham se admirara de la promesa de tener un hijo28, y que el Apóstol considere eso como un milagro. Así podemos aceptar la razón que da de que el cuerpo de Abraham estaba muerto29. Ahora bien, que el cuerpo estuviera muerto no hay que tomarlo en el sentido de que no tuviera en absoluto posibilidad alguna de engendrar, si la mujer tuviera una edad juvenil. Estaba muerto en cuanto que ya no podía tener hijos de una mujer de edad avanzada, pero podía tener descendencia de Quetura, que era una mujer joven.

Los médicos dicen que un hombre cuyo vigor generativo haya decaído no puede tener hijos con una mujer de edad avanzada, aunque esa mujer tenga aún la menstruación; pero sí puede tenerlos con una joven. Y, por otra parte, una mujer de edad avanzada, aunque todavía tenga la menstruación, no puede tener hijos con un hombre de edad avanzada; pero sí puede tenerlos con un joven. Por tanto, aquel hecho de Abraham fue un milagro, porque, según lo que llevamos dicho, el cuerpo de aquel hombre ya estaba muerto, y la mujer era de una edad tan avanzada que ya no tenía la menstruación.

Ahora bien, si alguien quisiera insistir en interpretar literalmente lo que dice el Apóstol de que «el cuerpo de Abraham ya estaba muerto», y, al decir, muerto lo entiende en el sentido de que ya no tenía alma, sino que era un cadáver, se equivocaría lamentablemente. Por consiguiente, la cuestión se resuelve como decimos. Por otro lado, con toda razón nos llama la atención el hecho de que el Apóstol hable de un cuerpo muerto y diga que fue un milagro que tuviera descendencia, siendo como era Abraham un hombre de mediana edad, de acuerdo con lo que los hombres vivían entonces, y además, después tuviera hijos con Quetura.

36 (Gn 18,13). Y el Señor dijo a Abraham: «¿Por qué Sara se echó a reír dentro de sí misma diciendo: luego voy a dar a luz de verdad? Yo en realidad ya soy vieja». Algunos se preguntan por qué el Señor reprendió solamente a Sara, siendo así que Abraham también se rió. La razón es que la risa de Abraham fue de admiración y alegría. La de Sara, en cambio, fue originada por la duda, y Dios, que conoce los corazones de los hombres, pudo distinguir una risa de otra.

37 (Gn 18,15). Sara lo negó diciendo: «No me he reído»; pues tuvo miedo. ¿Cómo podían pensar que era Dios el que hablaba si Sara se atrevió a negar que se había reído, como si Dios pudiera ignorarlo? Quizá Sara pensaba que aquellos personajes eran hombres; Abraham, en cambio, creía que era Dios. Pero también él, al realizar aquellas acciones humanitarias de las que he hablado antes, que no podían ser necesarias más que para la frágil carne, ha debido de pensar al principio que eran hombres. Pero quizá dirás que Abraham creyó que era Dios el que hablaba a través de ciertos signos presentes y visibles de la divina majestad, como atestigua la Escritura que se vieron muchas veces en hombres de Dios. Pero continúa aún el problema de saber, si la cosa es así, cómo conocieron después que eran ángeles. Y la respuesta es que tal vez lo supieron cuando fueron al cielo en su presencia.

38 (Gn 18,19). Pues sabía que mandaría a sus hijos y a su casa después de él, y que guardarían los caminos del Señor, practicando la justicia y el juicio, para que el Señor hiciese venir sobre Abraham todas las cosas que le prometió. Aquí promete el Señor a Abraham no sólo premios, sino también la obediencia de la justicia por parte de sus hijos, de modo que también respecto a ellos, se hagan realidad los premios prometidos.

39 (Gn 18,21). Voy a bajar a ver si lo han hecho según el clamor que llega hasta mí; y si no lo han hecho, para saberlo. Estas palabras, si no se toman en el sentido de uno que duda cuál de las dos cosas va a suceder, sino en el sentido de uno que está airado y amenaza, no plantean problema alguno; pues Dios, en la Escritura, habla a los hombres a la manera de los hombres, y los hombres, que realmente pudieron comprender este misterio, supieron entender la ira de Dios sin que hubiera en Dios perturbación alguna. En realidad, solemos también nosotros hablar de esta manera amenazando: «Veamos si no te hago esto» o «veamos si no se lo habré de hacer», y «si no podré o sabré hacértelo»; es decir, probaré esto para ver si no puedo; cosa que, como se dice en tono amenazador, no porque se ignore la cosa, aparece que la persona está afectada por la ira. Pero Dios no puede sufrir perturbación. Se trata, pues, de una expresión humana y de un modo humano de hablar y que es consecuente con la debilidad humana, y Dios adapta su modo de hablar al nuestro.

40 (Gn 18,32). Suele plantearse la cuestión de saber si lo que Dios dijo acerca de Sodoma, a saber, que no castigaría a aquel lugar si se encontraran allí sólo diez justos, ha de entenderse únicamente de aquella ciudad o, de un modo más general, de cualquier lugar, de modo que Dios perdonaría a un lugar cualquiera en el que se encontraran sólo diez justos. Yo pienso que en esta cuestión no nos vemos obligados a aceptar que el texto haya que interpretarlo de cualquier lugar. Sin embargo, esto pudo decirse perfectamente de Sodoma, pues Dios sabía que no había allí ni siquiera diez justos. Y por eso, respondió de esa manera a Abraham, para indicar que no se podían hallar allí ni esos diez, exagerando así su maldad.

Pues Dios no tenía necesidad alguna de perdonar a aquellos hombres tan malvados para no castigar con ellos a los justos, ya que podía dar a los impíos dignos castigos, excluyendo a los justos. Pero, como he dicho, para poner de manifiesto la maldad de aquella muchedumbre, dijo: Si encuentro allí a diez justos perdonaré a toda la ciudad. Como si dijera: «Ciertamente puedo no castigar a los justos con los impíos, sin por ello perdonar a los impíos; porque, liberados y separados de allí los justos, puedo dar a los impíos su merecido; y, sin embargo, si se encuentran allí esos justos, los perdono», sabiendo que ni siquiera se encontraba allí ese número.

Una cosa parecida se encuentra en Jeremías, cuando dice: Recorred las calles de Jerusalén y mirad y buscad en sus plazas y ved: si encontráis a uno que practique la justicia y busque la fidelidad, perdonaré sus pecados30, es decir, hallad uno sólo y perdonaré a los demás. De este modo exagera y demuestra que ni uno siquiera podría encontrarse allí.

41 (Gn 19,1). El hecho de que Lot se presente ante los ángeles y los adore postrándose, parece indicar que creyó que se trataba de ángeles. Pero cuando los invita a reponer sus fuerzas, cosa necesaria para los mortales, parece indicar que creía que eran hombres. Así pues, la cuestión se resuelve de la misma manera como se resolvió a propósito de aquellos tres que vinieron al encuentro de Abraham, es decir, que aparecería por algunos signos que habían sido enviados por Dios, pero de modo que se creyera que eran hombres. Esto mismo dice la Escritura, en la epístola a los Hebreos, cuando habla de la virtud de la hospitalidad: Por ella algunos, sin saberlo, recibieron en su casa a los ángeles³¹.

42 (Gn 19,8). Lot dice a los sodomitas: Tengo dos hijas que todavía no han conocido varón; os las sacaré; servíos de ellas como queráis; únicamente no hagáis nada malo a estos hombres, estando dispuesto a prostituir a sus hijas a cambio de que sus huéspedes no sufrieran un ataque de esta naturaleza por parte de los sodomitas. Al respecto surge con toda razón la cuestión de saber si se puede admitir un cambio de actos deshonestos o de cualquier pecado, de modo que hagamos una cosa mala para que otro no haga un mal mayor, o hay que atribuir más bien a una perturbación, y no a una deliberación, el que Lot haya dicho eso. Naturalmente, es sumamente peligroso admitir este cambio. Ahora bien, si se atribuye a una perturbación humana y a una mente impresionada por una maldad tan grande, no por eso hay que imitarlo.

43 (Gn 19,11). Pero a los hombres que estaban a la puerta de la casa los dejaron ciegos. Los Setenta se sirven de la palabra aorasía, que significa propiamente —si puede hablarse así— una invidencia que no comporta una pérdida total de la visión, sino que únicamente impide ver lo que no es necesario ver. Por eso, con razón nos causaría extrañeza el que pudieran desfallecer buscando la puerta, si hubiesen sido castigados con una ceguera tal que les impidiese toda visión. En este caso, turbados por su calamidad hubiesen dejado de buscar la puerta. Con esta misma aorasía fueron castigados también los que buscaban a Elíseo³². Y esta misma ceguera tuvieron también los que, caminando con el Señor³³, después de su resurrección, no lo reconocieron en el camino, aunque allí no aparece mencionada esta palabra, tratándose, no obstante, de la misma cosa.

44 (Gn 19,18.19). Pero Lot les dijo: Puesto que tu siervo ha hallado gracia ante ti y tú has manifestado tu gran justicia para conmigo al dejarme con vida, te suplico, Señor: yo no puedo salvarme en el monte; temo que me alcancen los males y muera. A causa de la perturbación que le producía el miedo, no confiaba ni en el Señor a quien reconocía en los ángeles. A causa de esa perturbación había dicho también lo relativo a la prostitución de sus hijas, para que comprendamos que no hay que dar autoridad a lo que dijo referente a la deshonra de sus hijas. Y tampoco hay que aceptar como preceptivo que el hombre no ha de confiar en Dios.

45 (Gn 19,29). Y Dios se acordó de Abraham y sacó a Lot de en medio de la destrucción. La Escritura recuerda que Lot fue liberado por los méritos de Abraham más que por los suyos propios, para que así comprendamos que a Lot se le llama justo según cierto modo de hablar, principalmente porque adoraba a un solo Dios verdadero, y también si se le compara con los pecados de los sodomitas, ya que, viviendo entre ellos, no llevó una vida como la suya.

46 (Gn 19,30). Subió Lot desde Segor y se quedó en el monte. Se trata, evidentemente, del mismo monte al que subió por su cuenta y al que no quería subir cuando el Señor se lo mandó. Porque no hay ningún otro monte o no aparece cuál puede ser.

47 (Gn 19,30). Pues tuvo miedo de vivir en Señor. Ante la flaqueza y temor de Lot, el Señor le había concedido vivir en el lugar que el propio Lot había elegido, y en él le había dado la seguridad de que por él perdonaría a la ciudad. Pero también tuvo miedo de vivir allí. Así pues, su fe no era muy fuerte.

48 (Gn 20,2). Dijo, pues, Abraham de Sara, su mujer: «Es mi hermana», pues tuvo miedo de decir: «Es mi mujer», no fuera que le mataran los habitantes de aquella ciudad por causa de ella. Suele preguntarse cómo Abraham podía tener miedo aún de hallarse en peligro a causa de la belleza de Sara, dada la edad que él tenía. La respuesta es que hay que admirar más el vigor de aquella hermosura, que podía aún ser deseada, que no pensar que se trata de una cuestión difícil.

49 (Gn 20,6). En relación a lo que Dios dijo a Abimélek por causa de Sara: Te he impedido pecar contra mí, cuando le advirtió que la que él creía hermana de Abraham era en realidad su esposa, hay que tener en cuenta y prestar atención a que en realidad se peca contra Dios cuando se cometen actos que los hombres juzgan cosas leves, como los pecados carnales.

Con respecto a lo que le dijo: Mira que vas a morir34, hay que prestar atención a que Dios le dice lo que le dice para amonestarle, como prediciendo algo que sin duda iba a suceder, para que así tomara precauciones a fin de evitar el pecado.

50 (Gn 21,8). Surge con toda razón la pregunta de por qué Abraham no hizo fiesta ni el día que le nació el hijo ni el día que lo circuncidó, sino el día que lo destetó. Y la cuestión no tiene solución si no se refiere el hecho a alguna significación espiritual. Porque es evidente que sólo entonces debe haber un gran gozo por la edad espiritual cuando ha nacido el nuevo hombre espiritual, es decir, no un hombre como el que el Apóstol describe con estas palabras: Os he dado a beber leche y no alimento sólido; pues aún no podíais soportarlo. Pero ni siquiera ahora podéis, pues todavía sois carnales35.

51 (Gn 21,10). Se presenta la pregunta de saber por qué Abraham se entristece al oír las palabras de Sara: Echa a esa esclava y a su hijo, pues no va a ser heredero el hijo de esa esclava con mi hijo Isaac, siendo así que él, evidentemente, debía saber mejor que Sara que aquello era una profecía36. Así pues, tenemos que pensar o que Sara dijo esto por revelación, en cuanto que se le había revelado primero a ella, y que Abraham, al saberlo después, porque Dios se lo manifestó, se conmovió, lleno de afecto paterno, por la suerte de su hijo; o bien que ambos ignoraban al principio el significado de aquello, y Sara, que lo ignoraba, lo dijo proféticamente, movida por su animosidad femenina a causa de la soberbia de la esclava.

52 (Gn 21,13). Hay que advertir que también Ismael es llamado por Dios descendiente de Abraham, de acuerdo con las palabras, que, según el Apóstol, hay que tomar en este sentido: En Isaac será tu descendencia; es decir, se cuentan como descendencia, no los hijos según la carne, sino los hijos según la promesa37. Y esto lo dice para que pertenezca con toda propiedad a Isaac, que no fue hijo según la carne, sino hijo según la promesa, momento en que esa promesa se hace con referencia a todos los pueblos.

53 (Gn 21,14). Se levantó, pues, Abraham de mañana, tomó unos panes y un odre de agua y se lo dio a Agar; y le puso al hombro también el hijo y la despidió. Suele hacerse la pregunta de cómo le puso al hombro un niño tan grande. Porque Ismael había sido circuncidado a los trece años, antes de que naciera Isaac, cuando Abraham tenía noventa y nueve años38. Isaac había nacido cuando su padre ya tenía cien años. Ismael jugaba con Isaac39cuando Sara le vio con preocupación, siendo Isaac ya grandecito, puesto que ya había sido destetado. Por todo esto, es evidente que Ismael tenía más de dieciséis años cuando fue expulsado con su madre de la casa de su padre.

Ahora bien, aunque consideremos que se dijo a modo de recapitulación el que jugara con Isaac cuando todavía era muy niño, antes de ser destetado, no obstante, resulta demasiado absurdo creer que un niño, aun en este caso de más de trece años, haya sido puesto al hombro de su madre, con un odre y unos panes. La cuestión se resuelve facilísimamente si no entendemos «puso», sino «dio». Pues Abraham, como está escrito, dio a su madre unos panes y un odre, que ella misma puso al hombro. Cuando se añadió y se dijo: también al niño, debemos entender se lo «dio» el mismo que le dio los panes y el odre, y no se «lo puso al hombro».

54 (Gn 21,15-18). Pero faltó el agua del odre y echó al niño bajo un abeto. Y ella se separó y fue a sentarse enfrente de él a una distancia como de un tiro de arco, pues decía: «No quiero ver morir a mi hijo». Y se sentó enfrente. El niño comentó a llorar a gritos. Y Dios escuchó la voz del niño desde el lugar en que estaba. Y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo y le dijo: «¿Qué te pasa, Agar? No temas, pues Dios oyó la voz de tu hijo desde el lugar en que está. Levántate, toma al niño y tenle de la mano, porque voy a convertirle en una gran nación». Suele hacerse la pregunta de cómo, teniendo el niño más de quince años, le echó su madre bajo un árbol y se fue a una distancia de un tiro de arco para no verle morir. El texto parece indicar como si hubiese arrojado al suelo el niño que llevaba, sobre todo considerando lo que sigue: el niño se echó a llorar. Pero hay que entender aquí que el niño fue arrojado, no por la que lo llevaba, sino, como suele suceder, por el ánimo, pensando que iba a morir.

Porque en relación a estas palabras de la Escritura: He sido arrojado de la presencia de tus ojos40, tampoco era llevado por nadie el que dijo esto. Por otra parte, en el lenguaje ordinario existe la costumbre de decir algo parecido cuando uno dice que es arrojado por otro con quien estaba, para que él no le vea o permanezca con él. Hay que entender, pues, que la Escritura omitió decir que la madre se separó del hijo de modo que el niño no supiera adonde había ido la madre, y que ella se ocultó entre las matas del bosque para no ver al hijo morir de sed.

¿Qué tiene, pues, de extraño que él, incluso con la edad que tenía, se echara a llorar al no ver a su madre durante tanto tiempo y pensara que se había perdido en el lugar en donde él permanecía solo? En relación a lo que luego dice la Escritura: Toma al niño, no se le dijo que lo tomara del suelo, como si estuviera allí tirado, sino que se reuniera con él y le diera luego la mano para acompañarle, tal como estaba, cosa que hacen habitualmente los que caminan juntos de cualquier edad que sean.

55 (Gn 21,22). Sucedió por aquel tiempo que Abimélek dijo, etcétera. Puede uno preguntarse cómo se ajusta a la verdad el cuándo hizo Abraham un pacto41con Abimélek y llamó pozo del juramento42 al pozo que excavó. Y la razón es que Agar, expulsada de la casa de Abraham con su hijo, andaba errante, como se dijo, junto al pozo del juramento43, pozo que, según dice la Escritura, hizo Abraham mucho después. Allí, por consiguiente, Abimélek y Abraham hicieron el juramento, cosa que, evidentemente, aún no había tenido lugar cuando Agar fue expulsada con su hijo de la casa de Abraham. Según esto, ¿cómo podía andar errando junto al pozo del juramento? ¿Hay que pensar quizá que ya se había hecho y luego, a modo de recapitulación, se recuerda lo que hizo Abraham con Abimélek? Aunque también puede ser que el que escribió el libro mucho después designó con el nombre de pozo del juramento a la región en que andaba errante la madre con su hijo, como si dijera: andaba errante en aquella región en donde se hizo el pozo del juramento, aunque el pozo se hubiera hecho después, pero mucho antes de la época del escritor. Sin embargo, el pozo se llamaba así cuando el libro se escribió, reteniendo el nombre antiguo que Abraham le había dado. Pero si es el mismo pozo que vio Agar al abrir los ojos, no queda otra solución que resolver la cuestión acudiendo a la recapitulación.

Y no debe extrañarnos que Agar no conociera el pozo que había excavado Abraham, si el pozo fue excavado antes de que ella fuera expulsada. Pues pudo muy bien suceder que, por causa de sus rebaños, Abraham excavara el pozo lejos de la casa en que vivía con los suyos, pozo que ella no conocía.

56 (Gn 21,33). Podemos preguntarnos cómo pudo Abraham plantar un terreno junto al pozo del juramento, si en aquella tierra, como dice Esteban, no había recibido aún la herencia y ni siquiera el espacio de un pie44. Hay que interpretar, pues, que se trata de la herencia que Dios le habría de dar por su bondad, no la comprada por dinero. Se comprende que el espacio en torno al pozo perteneciera a aquel pacto de compra45, en el que se habían entregado siete corderas, cuando Abimélek y Abraham se hicieron también mutuamente juramento.

57 (Gn 22,1). Y Dios tentó a Abraham. Suele preguntarse cómo puede ser verdad esto cuando Santiago dice en su carta que Dios no tienta a nadie46. La respuesta es que el lenguaje de las Escrituras suele emplear la palabra «tentar» con el significado de «probar». En cambio, la tentación de que habla Santiago sólo se entiende referida a aquella por la que uno cae en las redes del pecado. Por eso dice el Apóstol: No sea que os haya tentado el tentador47. Pues también está escrito en otro lugar: Os tienta el Señor vuestro Dios para saber si le amáis48. Naturalmente, con esta expresión se dice: para saber, como si se dijera: «para haceros saber», porque la fuerza del propio amor se le oculta al hombre, si Dios no se la da a conocer a través de una prueba suya.

58 (Gn 22,12.14). La voz de un ángel del cielo dijo a Abraham: Ni pongas tu mano sobre el niño ni le hagas nada; ahora sé que temes a Dios. Esta cuestión se resuelve también con una expresión semejante. Pues la frase: ahora sé que temes a Dios significa: «ahora te he hecho saber». Este género de expresión aparece evidentemente a continuación, cuando se dice: Y Abraham llamó aquel lugar «El Señor ha visto», de modo que aún hoy se dice: En el monte «El Señor se ha aparecido»49. Ha visto está en lugar de «se ha aparecido». Ha visto quiere decir que Dios «hizo que se le viera», indicando por la causa el efecto, como al frío se le denomina perezoso, porque hace perezosos.

59 (Gn 22,12). Y no perdonaste a tu hijo amado por mí. ¿Se trata de que Abraham no perdonó a su hijo por un ángel o por Dios? La solución es que o bajo el nombre de un ángel se ha de entender que era nuestro Señor Jesucristo, que sin duda es Dios, y el profeta le llama expresamente Ángel del gran consejo50, o que Dios estaba en el ángel y el ángel hablaba en nombre de Dios, como suele hacerlo también por medio de los profetas.

Parece que esto se ve más claramente a continuación, cuando se lee: Y el ángel del Señor llamó de nuevo a Abraham desde el cielo diciendo: «Por mí mismo he jurado, dice el Señor»51. No se ve fácilmente cómo el Señor Jesucristo llama Señor al Padre, como si fuera su Señor, sobre todo en aquella época, antes de hacerse hombre. De acuerdo con el hecho de que tomó forma de siervo, no parece que esto se diga de manera incongruente. Pues según la profecía de este acontecimiento futuro se lee en el salmo: El Señor me dijo: «Tú eres mi hijo»52. Ni siquiera en el Evangelio encontramos fácilmente que Cristo llamara Señor a Dios Padre, porque fuera su Señor; aunque encontramos la palabra Dios en aquel pasaje en donde se dice: Voy a mi padre y a vuestro padre, a mi Dios y a vuestro Dios53.

Con respecto a lo que dice la Escritura: Dijo el Señor a mi señor54, hay que decir que el texto se refiere al mismo que hablaba, es decir, Dijo el Señor a mi señor, esto es, el Padre al Hijo. Y el autor dijo: Hizo llover el Señor de parte del Señor55, como su señor de parte de su señor, es decir, que hay que entenderlo en el sentido de que nuestro Señor hizo llover de parte de nuestro Señor, esto es, el Hijo de parte del Padre.

60 (Gn 22,21). En relación al hecho de que entre los hijos que se anunciaron a Abraham que le habían nacido a su hermano se mencione también a Quemuel, padre de los sirios, es evidente que no pudieron anunciar al padre de los sirios los que le dieron a Abraham la noticia, porque la estirpe de los sirios se propagó mucho después de la de Abraham. Esto lo dijo el autor que narró estas cosas después de tantos años y las describió como dijimos antes que lo hizo con respecto al pozo del juramento.

61 (Gn 23,7). Levantándose, pues, Abraham, adoró a la gente de aquella tierra. Podemos preguntarnos cómo está escrito: Adorarás al Señor tu Dios y a él sólo servirás56, si Abraham mostró reverencia hacia un pueblo gentil hasta el punto de adorarle.

Para responder al problema hay que tener en cuenta que en ese precepto no se dice: Solamente adorarás al Señor tu Dios, como sí se dice: Y a él solo servirás, palabra que en griego corresponde a latreúseis. Porque tal servidumbre sólo se debe dar a Dios. Por eso se condena a los idólatras, es decir, a los que dan a los ídolos el tipo de servidumbre que se debe a Dios. Y no debe causarnos problema el hecho de que en otro pasaje de la Escritura un ángel prohíbe a un hombre que le adore y le advierte que es al Señor a quien hay que adorar57. En efecto, el ángel se había manifestado de tal modo que podría ser adorado como un Dios, y por eso tuvo que ser amonestado el adorador.

62 (Gn 24,2.3). El hecho de que Abraham mande a su criado poner su mano debajo de su muslo y le jure así por el Señor Dios del cielo y Señor de la tierra, suele llamar la atención a los poco informados, que no se dan cuenta de que existió esta gran profecía acerca de Cristo, es decir, que el propio Señor Dios del cielo y Señor de la tierra habría de venir en aquella carne que se propagó de aquel muslo.

63 (Gn 24,14). Hay que investigar en qué se diferencian las hechicerías ilícitas de aquella petición de un milagro hecha por el criado de Abraham para que Dios le mostrara que la esposa de su señor Isaac habría de ser aquella a la que él le pidiera de beber y ella le contestara: Bebe también tú y daré de beber a tus camellos hasta que sacien su sed.

Porque una cosa es pedir algo extraordinario, que sea señal por el propio milagro, y otra observar lo que sucede, que en realidad no es extraordinario, pero que los adivinos interpretan con una vanidad supersticiosa. Ahora bien, el hecho mismo de que se pida algo extraordinario, a través de lo cual se signifique lo que uno quiere conocer, plantea un problema no pequeño, a saber, si uno se debe atrever a pedirlo.

Desde aquí se entiende que se diga que tientan al Señor quienes no lo hacen correctamente. El propio Señor, al ser tentado por el diablo, adujo un testimonio de las Escrituras: No tentarás al Señor tu Dios58. En efecto, al Señor se le sugería, en cuanto hombre, que él mismo indagara con algún milagro cuán grande era, es decir, el gran poder que tenía ante Dios, cosa que es pecado hacer.

De esto se distingue lo que hizo Gedeón cuando amenazaba el peligro de un combate59. Porque aquella consulta fue más que una tentación de Dios. Ajaz mismo, según Isaías, temió pedir una señal para que no pareciera que tentaba a Dios, cuando el propio Señor le advirtió esto por el profeta60—creo yo—, pensando que el profeta mismo indagaría si recordaba el precepto que prohíbe tentar a Dios.

64 (Gn 24,37.38). El criado de Abraham, contando lo que su señor le había ordenado, declara que le dijo: No tomarás esposa para mi hijo de las hijas de los cananeos, en cuyo país resido; sino que irás a la casa de mi padre y a mi tribu y tomarás de allí la esposa para mi hijo, etc. Si estas palabras se leen como se le mandaron al criado, la idea es la misma, aunque no se le dijeran ni todas las palabras ni las mismas ni de esta manera. Cosa que he creído útil advertir a causa de ciertos hombres necios e indoctos, que calumnian a los evangelistas porque no concuerdan totalmente en algunas palabras, aunque no discrepen en nada en las cosas y en las ideas.

Ahora bien, es evidente que este libro lo escribió un único hombre, porque las cosas que dijo más arriba, cuando Abraham se lo mandaba, pudo ponerlas así, incluso volviéndolas a repetir, si considerara que pertenecían al caso, puesto que la verdad de la narración exige la verdad de las cosas y de las palabras, a través de las cuales se pone suficientemente de manifiesto la voluntad, que es la que impone determinadas palabras.

65 (Gn 24,41). Con respecto a las palabras que aduce el criado de Abraham, y que le había mandado su señor, en donde los códices latinos tienen: Entonces quedarás libre de mi juramento o de mi jura, los códices griegos dicen: de mi maldición, pues orkos; significa «juramento» ará «maldición», y por esto también katáratos y epikatáratos significan «maldito». De aquí surge la cuestión de saber de qué manera aquel juramento puede entenderse como una maldición. Y la razón tiene que ser porque es maldito quien actúa contra un juramento.

66 (Gn 24,49). Así pues, si practicáis la misericordia y la justicia para con mi señor, decídmelo. Esas dos palabras, misericordia y justicia, que aparecen tantas veces en otros pasajes de las Santas Escrituras, y sobre todo en los Salmos —y lo mismo vale para la misericordia y la verdad61—, ya comienzan a usarse a partir de este pasaje.

67 (Gn 24,51). Ahí tienes delante a Rebeca; tómala y vete; y sea ella la mujer del hijo de tu señor, como ha dicho el Señor. Preguntamos cuándo lo dijo el Señor. Quizá se trate o de que habían sabido que Abraham era profeta y reconocían que el Señor le había dicho proféticamente lo que por medio de él había sido dicho, o de que el signo aquel, que el criado dijo que se le había dado62, lo llamaron oráculo del Señor, y esto se refirió más bien a Rebeca. Ahora bien, lo que Abraham había dicho no lo había dicho de Rebeca, sino de una mujer de su tribu o de su parentela63. Y esto se refiere a lo uno y a lo otro, para que el criado quedara libre del juramento, sí no lo hubiera conseguido. Cosa que en realidad no se dice cuando se hace una profecía; pues la profecía conviene que sea una cosa cierta.

68 (Gn 24,60). El hecho de que sus hermanos le dijeran a Rebeca, al marchar: Eres hermana nuestra; que crezcas hasta convertirte en millares de millares y que tu descendencia consiga en herencia las ciudades de sus enemigos, no significa que sus hermanos fueran profetas o que desearan cosas tan grandes por vanidad. Es claro que no pudo ocultárseles lo que Dios había prometido a Abraham.

69 (Gn 24,63). En relación a estas palabras de la Escritura: Una tarde salió Isaac a hacer ejercicio por el campo, los que no conocen la palabra griega correspondiente, piensan que se trata de un ejercicio corporal. Pero el griego dice: adolesjesai. Ahora bien, adolesjesein se refiere al ejercicio del espíritu y muchas veces se considera algo vicioso; pero las Escrituras suelen usar esa palabra la mayor parte de las veces en buen sentido. Algunos de nuestros traductores traducen esa palabra por «ejercicio»; otros la traducen por «charlatanería» o casi «verborrea». Y esta palabra verborrea (verbositas), por lo que respecta a la lengua latina, nunca o casi nunca se encuentra usada en buen sentido. Pero, como acabo de decir, en las Escrituras la palabra griega se emplea muchas veces en el bueno, y a mí me parece que significa un movimiento del alma que piensa algo movida por un grandísimo ardor con placer del pensamiento. A no ser que piensen otra cosa los que conocen mejor estas palabras griegas.

70 (Gn 25,1). Abraham volvió a tomar otra mujer llamada Quetura. La cuestión que surge aquí es si sería esto un pecado, pensando sobre todo en los antiguos, que se dedicaban a la propagación de la prole. Aquí se puede pensar cualquier cosa, menos la incontinencia de un hombre tan destacado, teniendo en cuenta además su edad tan avanzada. Ya dije antes por qué tuvo hijos de Quetura, cuando de Sara sólo los tuvo por milagro. Aunque hay algunos que opinan que el don que recibió Abraham, consistente en una especie de rejuvenecimiento corporal para engendrar hijos, permaneció en él durante mucho tiempo, de modo que pudiera procrear también otros. Pero es muchísimo más fácil que un hombre de edad avanzada pudiera tener hijos de una jovencita que no tenerlos un hombre de edad avanzada de una mujer de edad igualmente avanzada, si Dios no hubiera hecho en él un milagro, teniendo en cuenta, sobre todo, no sólo la edad de Sara, sino también su esterilidad. En realidad, puede llamarse hombre de edad avanzada incluso a un hombre mayor, y, como dice la Escritura, a uno lleno de días64; esto es lo que se entiende por presbítes, que es lo que se dijo de Abraham cuando murió.

Por tanto, todo hombre mayor es también un presbítes, pero no todo presbítes es un hombre mayor, porque ordinariamente este nombre se da a la edad que, sin llegar a ella, se halla cercana a la senectud, y de aquí que también en la lengua latina reciba su nombre de la senectud, de modo que al presbítes se le llama «sénior». En griego, en cambio, principalmente en el lenguaje de la Escritura, se llaman presbíteroi y neóteroi incluso si se comparan las edades de los jóvenes, lo que nosotros llamamos mayor y «júnior».

Sin embargo, el hecho de que Abraham, después de la muerte de Sara, tuviera hijos de Quetura, no hay que tomarlo en el sentido de que se deba esto a costumbre humana y al deseo únicamente de tener una prole más numerosa. Porque así podrían interpretar los hombres también lo que sucedió con Agar, si el Apóstol no nos hubiera advertido que aquellas cosas acaecieron proféticamente, de modo que en las personas de esas dos mujeres y de sus hijos el sentido alegórico representara los dos testamentos para revelación de las cosas futuras65.

Por eso, en este hecho de Abraham hay que buscar también algo parecido. Aunque este sentido no aparezca fácilmente, yo, entre tanto, digo lo que pienso: Los dones66que recibieron los hijos de las concubinas me parece que significan ciertos dones de Dios ya en los misterios, ya en ciertos signos dados también al pueblo carnal de los judíos y a los herejes, como hijos de las concubinas, mientras que el don de la herencia, que es la caridad y la vida eterna, sólo pertenece a Isaac, esto es, a los hijos de la promesa67.

71 (Gn 25,13). ¿Qué significan estas palabras: Estos son los nombres de los hijos de Ismael según los nombres de sus generaciones? Ya que no está suficientemente claro por qué añadió: Según los nombres de sus generaciones, puesto que sólo se nombra a los que él engendró, y no a los engendrados por los otros. Quizá con estas palabras: Según los nombres de sus generaciones se pretenda indicar que las naciones salidas de ellos se denominan por sus nombres respectivos.

Aunque, entendiéndolo de esta manera, aquellas naciones recibirían sus nombres de éstos, no éstos de aquellas naciones, puesto que ellas vinieron a la existencia después de ellos. De ahí que hay que notar la expresión, ya que después se dice de ellos: Doce jefes según sus naciones68.

72 (Gn 25,22). Respecto a lo que dice la Escritura acerca de Rebeca, que fue a consultar al Señor cuando sus hijos se movían en su seno, podemos preguntarnos adonde, porque entonces no había ni profetas ni sacerdotes, según el orden del tabernáculo o del templo del Señor. De ahí que nos preguntemos con toda razón a dónde iría; a no ser que hubiera ido al lugar en donde Abraham había erigido un altar69.

Pero la Escritura no dice absolutamente nada sobre el modo como se daban allí las respuestas, si por medio de algún sacerdote —parece increíble que no se hubiera mencionado, en el caso de que hubiera allí alguno, y que no se haga mención alguna de que hubiera allí sacerdotes—, ¿o quizá una vez que hubieran expuesto allí sus deseos por medio de la oración, esperaban durmiendo para recibir la respuesta en sueños? ¿O vivía aún Melquisédek, cuya excelencia era tan grande, que algunos dudan de si fue hombre o ángel? ¿O había a lo mejor en aquel tiempo hombres de Dios como él, por medio de los cuales pudiera consultársele? Sea lo que fuere de estas opiniones y de otra cualquiera que se me haya pasado por olvido, lo cierto es que la Escritura no puede mentir cuando dice que Rebeca fue a consultar al Señor y que el Señor le respondió70.

73 (Gn 25,23). En la respuesta que el Señor da a Rebeca: Dos naciones hay en tu vientre y dos pueblos se dividirán de tus entrañas; un pueblo oprimirá al otro pueblo, y el mayor servirá al menor, según el sentido espiritual, los hombres carnales del pueblo de Dios están significados por el hijo mayor, y los hombres espirituales por el hijo menor, porque, como dice el Apóstol: No es lo espiritual lo primero que aparece, sino lo animal, y después viene lo espiritual71.

La frase anterior suele también entenderse de la siguiente manera: En Esaú está figurado el pueblo de Dios mayor, es decir, el pueblo de Israel según la carne. Jacob, en cambio, figura el propio Jacob según la descendencia espiritual. Pero incluso con exactitud histórica esta respuesta se realizó completamente cuando el pueblo de Israel, esto es, Jacob, el hijo menor, venció a los idumenos, es decir, a la nación que nació de Esaú, y los hizo tributarios por medio de David, situación en la que permanecieron durante mucho tiempo hasta que llegó el rey bajo cuyo mandato los idumeos se rebelaron y alejaron de su cuello el yugo de los israelitas, según la profecía del propio Isaac, cuando bendijo al menor en lugar de al mayor. Puesto que todo esto se lo dijo al mayor, cuando le bendijo también a él después de haber bendecido a su hermano72.

74 (Gn 25,27). Jacob era un hombre sencillo que vivía en casa. Lo que el texto griego califica de aplastos, los latinos lo tradujeron por simplicem (sencillo). Pero aplastos significa propiamente «no fingido». Por eso, algunos traductores latinos vertieron esa palabra por sirte dolo (sin dolo, sin engaño), dando a la frase el siguiente sentido: Jacob era un hombre sin engaño, que vivía en casa. De aquí surge el gran problema de saber cómo recibió la bendición por medio de un engaño quien era considerado hombre sin engaño. La respuesta es que la Escritura anticipó esto para significar algo grande. Por eso, nos vemos totalmente obligados a entender algo espiritual en este pasaje, porque era un hombre sin engaño quien actuó con engaño.

En un sermón que he tenido ante el pueblo ya he explicado suficientemente lo que yo opino sobre esto.

75 (Gn 26,1). Hubo hambre en el país —además del hambre que había habido antes en tiempo de Abraham—, e Isaac fue a Guerar, a donde Abimélek, rey de los filisteos. En relación a este texto podemos preguntar cuándo tuvo lugar este hecho: ¿Después de haber vendido Esaú la primogenitura por un plato de lentejas —pues esto empieza a narrarse después de aquel suceso—? ¿O, como suele suceder, el narrador volvió a ese asunto mediante la recapitulación, cuando, abandonando el relato sobre sus hijos, volvió a aquel pasaje que hemos mencionado del plato de lentejas?

Nos preguntamos, además —porque aparece aquí el mismo Abimélek, que incluso había deseado a Sara73, y se mencionan también aquí su acompañante y el jefe de su tropa, quienes se mencionan también allí— si todos estos podían aún estar vivos, porque, cuando se hizo amigo de Abraham, aún no había nacido Isaac, pero sí estaba ya prometido su nacimiento. Supongamos que aquello sucedió un año antes de que naciera Isaac —después Isaac, a la edad de sesenta años, tuvo hijos; pero ellos eran jóvenes cuando Esaú vendió su primogenitura—. Supongamos también que tuvieran unos veinte años. Entonces, la edad que podía tener Isaac, cuando tuvo lugar el suceso aquel de sus hijos, sería de unos ochenta años. Supongamos que Abimélek fuera un joven cuando deseó a Sara y se hizo amigo de Abraham; pudo, por consiguiente, tener ya casi cien años, si marchó a aquella tierra empujado por el hambre después de aquel suceso de sus hijos.

De lo que antecede no se sigue necesariamente que haya que pensar que la salida de Isaac hacia Guerar se ha narrado a modo de recapitulación. Pero como el texto dice que Isaac estuvo allí mucho tiempo, que excavó pozos74y litigó a causa de ellos, y que se enriqueció, es extraño que se mencionen estas cosas si el autor no lo hace recurriendo a la recapitulación. Y estas cosas se habrían omitido precisamente para que la narración sobre los hijos de Isaac llegara justamente hasta el pasaje del plato de lentejas.

76 (Gn 26,12.13). El texto que sigue nos indica que lo que la Escritura dice acerca de Isaac: Y el Señor le bendijo, y el hombre fue exaltado y progresivamente se iba haciendo cada vez mayor hasta que se hizo muy grande, hay que entenderlo referido a la felicidad terrena. Pues el narrador pasa revista a los bienes por medio de los cuales se hizo rico. De aquí se sigue que Abimélek, impresionado por ello, temió su presencia en aquel lugar, no fuera que su poder llegara a ser peligroso para él75.

Por eso, aunque esto significa algo espiritual, no obstante, por lo que aconteció, se dijo previamente que el Señor le bendijo, y así comprendemos rectamente que incluso estos bienes temporales sólo puede darlos Dios y solamente deben esperarse de Él, aunque quienes los deseen sean los más humildes. De modo que quien es fiel en lo más pequeño, también lo sea en lo grande, y, quien ha sido hallado fiel en las riquezas injustas, merezca asimismo recibir la verdadera riqueza, como dice el Señor en el Evangelio76.

Tales cosas se dijeron también de Abraham, puesto que le llegaron los dones de Dios. De aquí se deduce que esta narración sirve no poco para la edificación de la recta fe de quienes entienden el pasaje con piedad, aunque no pueda probarse ningún significado alegórico en el pasaje.

77 (Gn 26,28). Haya una execración entre ti y nosotros, es decir, un juramento que obligue con maldiciones, que han de sobrevenirle a quien se atreva a perjurar. Hay que advertir que también el criado de Abraham actuó según ese juramento, diciéndoselo a aquellos de quienes recibió la mujer para su señor Isaac.

78 (Gn 26,32.33). ¿Qué significa lo que dice la Escritura que cuando vinieron los criados de Isaac y le dijeron: Hemos excavado un pozo y no hemos encontrado agua, Isaac llamó a aquel pozo «juramento»? Aunque la cosa haya sucedido así, sin duda hay que ver aquí un significado espiritual, porque literalmente no tiene sentido alguno que llamara a aquel pozo «juramento», precisamente por no haber encontrado agua en él.

Otros traductores han dicho que los criados de Isaac le dijeron más bien lo contrario, es decir, que se había encontrado agua. Pero, aun suponiendo esto, ¿por qué se le llama «juramento», si no se había hecho ningún juramento?

79 (Gn 27,1-20). Puesto que un patriarca tan grande pide a su hijo, antes de morir, que le traiga la caza y comida que a él le gusta, considerando esto un gran favor, y le promete su bendición, pensamos que este texto no carece en modo alguno de un significado profético. Y más teniendo en cuenta que su mujer le da prisa al hijo menor, preferido de ella, para que reciba aquella bendición. Otras cosas que se narran allí nos orientan sobradamente a que entendamos o busquemos en ellas cosas mayores.

80 (Gn 27,33). En donde los códices latinos dicen: expavit autem Isaac pavore magno valde (pero Isaac se puso a temblar con un temor muy grande), los códices griegos dicen: exéste dè Isaák ekstasin megálen sódra. En este texto se entiende, pues, una conmoción tan grande que produciría una especie de enajenación mental. Esta enajenación se llama propiamente éxtasis. Y puesto que el éxtasis suele darse en las revelaciones de cosas muy importantes, hay que entender que en esta revelación se dio una amonestación espiritual para confirmar la bendición que Isaac había de dar a su hijo menor, contra quien más bien debería haberse airado, puesto que le engañó.

El mismo caso se da cuando, a propósito de Adán, se profetiza ese gran misterio de que habla el Apóstol con estas palabras: Y serán los dos una sola carne77, misterio que se realiza entre Cristo y la Iglesia. Allí se afirma que a este hecho precedió un éxtasis.

81 (Gn 27,42). ¿Cómo se anunciaron o indicaron a Rebeca las palabras con que Esaú amenazó matar a su hermano78, siendo así que la Escritura afirma que él lo pensó en su interior? La explicación es que por esto sabemos que todas las cosas se les revelaban por influjo de Dios. Por tanto, el hecho de que Isaac quisiera bendecir a su hijo menor en vez de al mayor es algo que encierra un gran misterio.

82 (Gn 28,2). Donde los códices latinos tienen estas palabras de Isaac a su hijo: Vete a Mesopotamia, a la casa de Batuel, padre de tu madre, y toma de allí mujer para ti, los códices griegos no tienen la palabra vete, sino huye, es decir, apódrazi. Por aquí se ve también que Isaac conoció lo que su hijo Esaú dijo en su interior acerca de su hermano.

83 (Gn 28,16.17). Y Jacob se despertó de su sueño y dijo: «El Señor está en este lugar y yo no lo sabía». Y se asustó y dijo: «¡Qué temible es este lugar! Esto no es otra cosa sino la casa de Dios; esta es la puerta del cielo». Estas palabras son proféticas, porque allí iba a estar el tabernáculo que estableció Dios entre los hombres en su primer pueblo. La puerta del cielo hay que entenderla en el sentido de que desde allí entrarían los creyentes para conseguir el reino de los cielos.

84 (Gn 28,18). El hecho de que Jacob erigiera la piedra que le había servido de cabezal, constituyéndola como estela, y derramara aceite sobre ella no significa que hiciera algo parecido a un acto de idolatría. Porque no visitó ni entonces ni después la piedra para adorarla o para ofrecerle sacrificios, sino que aquello fue una señal establecida como una profecía evidentísima relacionada con la unción. No hay que olvidar que el nombre de Cristo viene de crisma (unción).

85 (Gn 28,19). Y Jacob llamó a aquel lugar: «Casa de Dios». Anteriormente el nombre de la ciudad era Ulamaus. No hay problema alguno en este texto si se entiende que durmió junto a la ciudad. Pero si se piensa que lo hizo en la ciudad, entonces resulta difícil saber cómo pudo establecer aquella estela.

El hecho de que Jacob hiciera un voto si Dios le ayudaba en sus idas y venidas y prometiera pagar el diezmo a la casa de Dios que iba a haber en aquel lugar79, es una profecía sobre la casa de Dios, en donde él mismo, al volver, ofreció sacrificios a Dios, no llamando Dios a aquella piedra, sino casa de Dios; es decir, que en aquel lugar iba a surgir una casa de Dios.

86 (Gn 29,10). En relación al hecho de que Raquel viniera con las ovejas de su padre y que, como dice la Escritura, cuando Jacob vio a Raquel, hija de Labán, hermano de su madre, se acercó y quitó la piedra de la boca del pozo, hay que advertir que la Escritura omite algo que debemos entender antes que suscitar un problema. Se sobrentiende que aquellos con quienes Jacob hablaba al principio, interrogados acerca de quién era la que venía con las ovejas, dijeron que era la hija de Labán, a quien Jacob, evidentemente, no conocía. Pero la Escritura, al omitir esto, quiere que se sobrentienda la pregunta de él y la respuesta de ellos.

87 (Gn 29,11.12). En relación al texto que dice: Y Jacob besó a Raquel y estalló en sollozos. Y le indicó que era hermano de su padre e hijo de Rebeca, hay que notar que había entonces la costumbre, dada sobre todo la sencillez de los antiguos, de que los parientes se besaran entre sí, como aún hoy se hace en muchos sitios.

Pero podemos preguntarnos cómo pudo ella aceptar un beso de un desconocido, si sólo después Jacob le indicó su parentesco. Así, hay que pensar o que él, que ya había oído quién era ella, se lanzó con toda confianza a besarla, o que la Escritura narra después, a modo de recapitulación, lo que había acontecido antes, es decir, que Jacob ya había dicho quién era.

Es algo parecido a lo que sucede con el relato del paraíso. En él se narra cómo lo hizo Dios, después de haber dicho ya antes que lo había plantado80y que había puesto en él al hombre que había formado. Hay otros muchos ejemplos que hay que interpretar como presentados a modo de recapitulación.

88 (Gn 29,20). En relación a lo que está escrito: Y Jacob sirvió por Raquel siete años, y le parecieron como unos pocos días de tanto que la quería, se puede preguntar cómo pudo el autor decir eso cuando precisamente a los amantes suele parecerles muy largo hasta un corto período de tiempo. Estas palabras se refieren, pues, a la fatiga de la servidumbre, que el amor hacía fácil y llevadera.

89 (Gn 29,27). Si se presta poca atención a la narración de este suceso se pensará que Jacob, después de casarse con Lía, sirvió todavía otros siete años por Raquel y sólo entonces se casó con ella. Pero la realidad no es así, sino que Labán le dijo: Cumple, pues, la semana de ésta, y te daré también a ésta por el servicio que me prestarás todavía otros siete años. Las palabras, cumple, pues, la semana de ésta, se refieren a la celebración de las nupcias, que solían durar siete días. Dice, pues, lo siguiente: cumple los siete días del matrimonio que corresponden a ésta con quien te has casado, y te daré también a la otra por el servicio que me prestarás aún durante otros siete años. Luego continúa: Jacob lo hizo así, y cumplió la semana —es decir, los siete días de las nupcias con Lía— y Labán le dio a su hija Raquel como esposa. Y Labán dio su esclava Bala como esclava a su hija Raquel. Y Jacob se unió también a Raquel, y amó a Raquel más que a Lía, y sirvió a su tío otros siete años81.

Aparece claramente que, después de casarse con Raquel, sirvió por ella otros siete años. Realmente fue demasiado duro y muy injusto que, además de engañar a Jacob, Labán retrasara aún otros siete años la entrega y sólo entonces entregara a quien debió dar desde el principio.

Que la boda solía celebrarse durante siete días lo demuestra también el libro de los Jueces, cuando habla de Samsón82, que celebró un banquete durante siete días. Y la Escritura añade que así solían hacer los jóvenes. Hizo, pues, esto a causa de su boda.

90 (Gn 30,3.4.9). No se distingue fácilmente a quiénes llama la Escritura concubinas y a quiénes esposas, pues a Agar se la llama esposa y después recibe el nombre de concubina, y así también Quetura83y las esclavas que dieron a su esposo Raquel y Lía. Según el lenguaje habitual de la Escritura, quizá se le llame esposa a toda concubina y no a toda esposa concubina, es decir, que Sara y Rebeca y Lía y Raquel no pueden llamarse concubinas; en cambio, Agar y Quetura y Bala y Zilfa pueden llamarse esposas y concubinas.

91 (Gn 30,11). En relación a lo que según los códices latinos Lía dijo al nacerle el hijo de Zilfa: Soy feliz o bienaventurada, los códices griegos tienen: eutíje, que significa más bien «buena fortuna». De aquí parece que se ofrece una ocasión a los que no comprenden bien el texto de afirmar que aquellos hombres adoraban a la fortuna o que la autoridad de las Escrituras introdujo el uso de esta palabra.

Ahora bien, o la palabra fortuna hay que entenderla en relación a aquellas cosas que parecen suceder fortuitamente, no porque haya alguna divinidad, puesto que las mismas cosas que parecen suceder fortuitamente suceden en realidad por razones ocultas, porque Dios así lo dispone —de ahí se deriva que existen palabras que nadie puede arrancar del uso lingüístico, como forte (quizá), fortasse (quizá) y forsitan (tal vez) y fortuito (fortuitamente), y una cosa semejante parece resonar también en la lengua griega al utilizar la palabra tája, como derivada de tíje. O seguramente Lía habló de esa manera, porque aún conservaba las costumbres paganas. Pues esto no lo dijo Jacob. Por eso no hay que pensar que él dio autoridad a esa palabra.

92 (Gn 30,30). En relación a las palabras de Jacob: Y el Señor te bendijo a mi llegada, hay que prestar mucha atención y advertir el sentido de las Escrituras, no sea que parezca como que profería augurios, cuando aquello era una expresión normal. Así, importa mucho resaltar lo que añade: El Señor te bendijo a mi llegada; pues quiso que se entendiera «cuando yo entré», dando gracias a Dios por ello.

93 (Gn 30,37-42). En relación con el hecho de que Jacob descortezara unas varas, quitándole la parte verde, para que apareciera con motas lo blanco y así, al ser concebidas las ovejas, variaran las crías mientras las madres bebían agua de los abrevaderos y engendraran crías moteadas al ver aquellas varas, hay que advertir que se dice que muchas de estas cosas suceden de la misma manera en las crías de los animales. Se dice incluso que sucedió a una mujer —cosa que se encuentra en los libros de Hipócrates, el médico aquel tan antiguo y tan famoso—, que iba a ser castigada por sospecha de adulterio, al haber dado a luz un hijo guapísimo, sin parecido alguno con ninguno de sus padres ni con la parentela de una y otra parte, si el mencionado médico no hubiera resuelto el problema, aconsejándoles que preguntaran, no fuera que hubiera en la habitación alguna pintura semejante. Cuando hallaron la pintura, la mujer quedó libre de sospecha.

Mas para aclarar el asunto de Jacob, no aparece en modo alguno qué utilidad podría tener con vistas a multiplicar las diversas especies de ganados la utilización de tres varas, tomadas de diversos árboles, pues para el asunto que nos ocupa no tiene la menor importancia que las varas tomadas de un solo árbol fueran distintas o que fueran tomadas de distintos árboles, ya que sólo se busca la variedad de árboles. Por eso, este hecho nos obliga a ver aquí una profecía y algún significado figurado, que sin duda le dio Jacob a aquel hecho como profeta. Y por tanto, tampoco se le puede acusar de fraude, ya que hay que creer que él no haría una cosa semejante si no hubiera sido por revelación espiritual.

Por lo que atañe a la justicia, como otros traductores lo dicen con más claridad no ponía las varas cuando las ovejas concebían por segunda vez, cosa que han dicho los Setenta, tanto más oscura, cuanto más brevemente: Porque cuando habían parido, no las ponía84. Esta afirmación hay que entenderla en el sentido de que tan pronto como habían parido por primera vez dejaba de hacerlo, para que no se piense que solía ponerlas cuando iban a parir una segunda vez, a fin de que él no se llevara todas las crías, cosa que sería una injusticia.

94 (Gn 31,30). En relación a lo que dice Labán: ¿Por qué has robado mis dioses?, habría que pensar quizá en el hecho de que había dicho que él hacía augurios y que su hija había aludido a la buena fortuna. Hay que notar que desde el comienzo del libro encontramos aquí por primera vez la mención de los dioses de los gentiles. En los textos anteriores de la Escritura sólo se menciona a Dios.

95 (Gn 31,41). ¿Qué significa lo que Jacob dice a su suegro: Y tú has sustraído de mi jornal diez corderas? Pues la Escritura no dice ni cuándo ni dónde se hizo esto. Pero evidentemente tuvo que suceder lo que Jacob menciona. Pues se lo dijo incluso a sus esposas, cuando las hizo venir al campo. Lamentándose del padre de ellas, dice entre otras cosas: Y cambió mi paga en diez corderos85. Sucedía, pues, que en cada una de las épocas de parto de las ovejas, cuando Labán veía que habían nacido las crías que habían acordado que pertenecerían a Jacob, Labán cambiaba fraudulentamente el pacto y decía que Jacob tendría como paga otros colores distintos de las ovejas que parirían en el futuro86. Entonces Jacob no hincaba las varas moteadas y no nacían crías moteadas, sino crías de un solo color, que Jacob quitaba del nuevo pacto. Cuando Labán se daba cuenta de esto, cambiaba de nuevo fraudulentamente el pacto para que las reses moteadas pertenecieran a Jacob. Y estas reses nacían moteadas por haber hincado Jacob aquellas varas.

Luego, lo que Jacob dice a sus esposas: Cambió mi paga en diez corderos, y después a Labán: Sustrajiste de mi jornal diez corderos, no lo dice como si el propio fraude hubiera aprovechado a su suegro, ya que afirma que Dios estuvo de su parte en contra de su suegro, de tal modo que el fraude no le aprovechara.

Pero aludió a diez corderos o diez corderas para indicar las diez veces que parieron durante un sexenio las ovejas que guardaba; pues parían dos veces al año. Sucedió que el primer año que hicieron el pacto y acordaron que por apacentar las ovejas Jacob recibiría tal paga, parieron una sola vez al final del año, porque cuando aceptó la paga, ya habían parido una vez. El sexto año, es decir, el último, cuando habían parido una sola vez, viéndose obligado a marchar, lo hizo efectivamente antes de que parieran la segunda vez. Así pues, como el año primero y el último sólo tuvieron, estando él, dos partos, es decir, cada año uno, y, en cambio, los cuatro años de en medio tuvieron dos en cada uno, hacen en total diez partos.

No debe extrañarnos que estos diez momentos reciban el nombre de los corderos que nacieron en esos momentos. Algo así como si uno dijera: durante tantas vendimias o tantos meses, por medio de los cuales se entiende el número de años. Por eso cierto autor dice: después de algunas espigas, significando por medio de las espigas las mieses y por medio de las mieses los años. Por otra parte se dice que la fecundidad del ganado de aquella región era tan grande como la de Italia, en donde el ganado paría dos veces al año.

96 (Gn 31,45). Y tomó Jacob una piedra y la erigió como estela. Hay que prestar mucha atención al hecho de que erigían estas estelas en recuerdo de una cosa cualquiera; y no para darles culto como a divinidades, sino para significar algo a través de ellas.

97 (Gn 31,47.48). Los que conocen la lengua siria y la lengua hebrea dicen que se debe a las propiedades de cada una de ellas el hecho de que Labán y Jacob llamaran de distinta manera al montón de piedras que habían levantado entre ellos, pues Labán lo llamaba «montón del testimonio» y Jacob «montón testigo». Sucede a veces, efectivamente, que una lengua no expresa con una sola palabra lo que otra sí puede expresar, y así una cosa recibe su nombre porque tiene un significado cercano. En efecto, después se dice: Por eso tuvo por nombre «el montón atestigua». Esta expresión está a medio camino, de modo que pueda satisfacer a uno y a otro: al que había dicho montón del testimonio y al que había dicho montón testigo.

98 (Gn 31,48.49). ¿Qué significan las palabras que Labán dice a Jacob: Este montón es testigo y esta estela es testigo; por eso recibe el nombre de «el montón atestigua», y la visión que dijo: «que vea Dios entre mí y entre ti?» Quizá el orden deba ser: y la visión, que dijo Dios, vea entre mí entre ti. Porque Dios le había dicho en una visión que no hiciera daño a Jacob.

99 (Gn 31,50). ¿Qué significa lo que dice a continuación Labán: Mira, nadie está con nosotros? Quizá se refiera a que no había con ellos ningún extraño, o lo ha dicho en atención al testimonio de Dios. Al tenerlo a él debían considerar como que no había nadie más, cuyo testimonio pudiera añadirse al suyo.

100 (Gn 31,53.42). Y Jacob juró por el temor de su padre Isaac. Por el temor, evidentemente, con que temía a Dios, temor que también menciona antes, cuando dice: El Dios de mi padre Abraham y el temor de mi padre Isaac87.

101 (Gn 32,2). El campamento de Dios, que vio Jacob en su viaje, fue sin duda alguna una multitud de ángeles, pues así se llama en las Escrituras al ejército del cielo.

102 (Gn 32,6ss). Cuando Jacob recibió el anuncio de que su hermano venía a su encuentro con cuatrocientos hombres, se turbó y se angustió. Efectivamente, el miedo se apoderó de él. Y según le podría parecer a un hombre turbado como él, dividió a su gente, distribuyéndola en dos campamentos. Al llegar aquí podemos preguntar cómo pudo tener fe en las promesas de Dios si dijo: Si mi hermano llega al primer campamento y lo destruye, se salvará el otro88. Pero también pudo acontecer que Esaú destruyera sus campamentos y, no obstante, después de aquella aflicción, Dios le socorriera y le librara y cumpliera lo que había prometido. Este ejemplo nos debe servir de amonestación, para que, aunque creamos en Dios, hagamos, no obstante, lo que deben hacer los hombres para proteger su vida, no sea que omitiendo esas medidas parezca que tentamos a Dios. Por último, después de esto hay que meditar en las palabras que dijo el propio Jacob: ¡Oh Dios de mi padre Abraham y Dios de mi padre Isaac!, Señor, que me dijiste: «Vuelve a la tierra de tus parientes y seré bueno contigo». Eres bueno para conmigo por toda la justicia y toda la verdad que has hecho a tu siervo. Con sólo este cayado que llevo en la mano pasé este Jordán. Y ahora he venido a formar dos campamentos. Líbrame de la mano de mi hermano, de la mano de Esaú, porque le tengo miedo. No sea que venga y me hiera a mí y a las madres, además de a los hijos. Pues tú me dijiste: «Seré bueno contigo y haré tu descendencia como la arena del mar, que no puede contarse por su cantidad»89. Queda bien patente en estas palabras la debilidad humana y la fe piadosa.

103 (Gn 32,20). Los códices latinos dicen acerca de Jacob: Pues dijo: «Voy a aplacar su rostro con los regalos que le preceden». Pero estas palabras hay que entenderlas de la siguiente manera: El escritor del libro pone esto en boca de Jacob: Pues dijo: «Voy a aplacar su rostro», y luego añade de su cosecha: con los regalos que le preceden. Es como si dijera: Con los regalos que precedían a Jacob aplacaré el rostro de mi hermano. El orden de las palabras de Jacob es, pues el siguiente: Voy a aplacar su rostro y luego veré su cara; porque tal vez me ponga buena cara. El autor intercaló de su cosecha las palabras: con los regalos que le preceden.

104 (Gn 32,26). El hecho de que Jacob desee recibir la bendición de aquel ángel al que venció en la lucha encierra una gran profecía acerca de Cristo. Pues nos indica que hay aquí un sentido místico, por el hecho mismo de que todo hombre quiere ser bendecido por alguien superior a sí mismo. Y entonces, ¿cómo pudo Jacob querer ser bendecido por alguien a quien venció en la lucha? Jacob venció a Cristo, o más bien pareció vencerle por medio de aquellos israelitas que crucificaron a Cristo. Y sin embargo, Jacob es bendecido en aquellos israelitas que creyeron en Cristo, entre quienes se encontraba el que decía: Pues también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de benjamín90. Así pues, el único y el mismo Jacob quedó cojo y fue bendecido. Cojo a todo lo largo del muslo, como si se tratara de la muchedumbre de su raza, de la que está escrito: Cojeando se apartaron de sus caminos91. Bendecido en aquellos de quienes se dijo: Por la elección de la gracia un resto se ha salvado.

105 (Gn 33,10). ¿Qué significa lo que Jacob dice a su hermano: Pues he visto tu rostro como cuando uno ve el rostro de Dios? ¿Es posible que las palabras de una persona atemorizada y perturbada hayan llegado a un grado tal de adulación? ¿Pueden tomarse quizá como dichas sin culpa alguna para indicar algún sentido especial? Tal vez, en efecto, puesto que hasta a los dioses de los gentiles, que son demonios92, se les llama dioses no se juzgue mal al hombre de Dios por estas palabras, pues no dijo: «como si yo viera el rostro de Dios», sino como cuando uno ve. Pero no sabemos quién es ese «uno» a quien podría significar. Y quizá se han moderado las palabras para que el propio Esaú recibiera con agrado el honor tan grande que le hacía su hermano. Y los que sean capaces de interpretarlas incluso de otra manera, no se atrevan a acusar de ningún pecado a quien las dijo. Porque aunque estas palabras, dichas con buena intención, son fraternales, y puesto que hasta el propio miedo había desaparecido después de que el hermano las había recibido bien, pudo emplearse esa expresión, igual que, por ejemplo, también Moisés fue llamado dios del Faraón93, de acuerdo con lo que dice el Apóstol: Aunque hay quienes se llaman dioses o en el cielo o en la tierra, como hay muchos dioses y muchos señores94. Y puede decirse así sobre todo teniendo en cuenta que en griego esa palabra no lleva artículo, porque éste suele emplearse evidentísimamente para indicar al único Dios verdadero. En realidad no dijo: prósopon tou zeou, sino: prósopon zeou. Ahora bien, los que suelen oír y entender la lengua griega, comprenden fácilmente la diferencia que hay entre esas dos expresiones.

106 (Gn 33,14). Nos preguntamos si Jacob prometió con engaño a su hermano que, aunque se demorara, llegaría hasta donde estaba él en Seír, siguiendo los pasos de los suyos por el camino. Pero, como dice la Escritura a continuación, Jacob no lo hizo, sino que se fue por el camino que conducía hacia los suyos. ¿Se trata acaso de que prometió eso diciendo la verdad y luego, pensando otra cosa, cambió de parecer?

107 (Gn 34,2.3). La Escritura dice que Siquem, hijo de Emor, el horrita, príncipe de aquella tierra, vio a Dina, hija de Jacob, se la llevó, se acostó con ella y la humilló. Su alma se prendó de Dina, hija de Jacob, se enamoró de ella, que era virgen, y habló con ella como una virgen. ¿Cómo puede decir la Escritura que era virgen, si ya se había acostado con ella y la había humillado? La respuesta es que quizá la palabra virgen se emplea para indicar la edad, de acuerdo con la expresión hebrea. ¿O quizá se trate más bien de una recapitulación por medio de la cual el autor dice después lo que sucedió antes? En efecto, pudo prendarse primero de ella y amarla, siendo virgen, y hablar con ella como con una virgen, y después acostarse con ella y humillarla.

108 (Gn 33,5). Hablando Jacob poco antes con su hermano Esaú dice que sus hijos son todavía niños. Esa palabra en griego corresponde a paidía. Siendo esto así nos preguntamos cómo pudieron causar tanta ruina y destrucción en la ciudad, matando a causa de su hermana Dina a aquellos que aún sufrían el dolor de la reciente circuncisión. La respuesta está en que hay que saber que Jacob vivió allí mucho tiempo hasta que su hija llegó a ser una muchacha y sus hijos unos jóvenes. Pues la Escritura dice así: Y Jacob llegó a Salem, la ciudad de los siquemitas, ubicada en la tierra de Canaán, cuando vino de Mesopotamia de Siria y acampó frente a la ciudad. Y compró a Emor, padre de Siquem, por cien corderos, la parcela de campo en donde había desplegado su tienda. Erigió allí un altar e invocó al Dios de Israel. Dina, la hija que Lía había dado a Jacob, salió para ver a las mujeres del país95, etc. Por estas palabras se ve que Jacob permaneció allí no de una manera pasajera, como suele hacer un viajero, sino que compró un campo, estableció una tienda, erigió un altar, y por eso vivió en aquel lugar por mucho tiempo. Su hija, cuando llegó a la edad de poder tener amigos, quiso conocer a las hijas de los ciudadanos del lugar. Y por motivo de ella tuvo lugar aquella espantosa matanza y aquel pillaje, que ya no plantea problema, como espero. Había, efectivamente, una multitud no pequeña con Jacob, que se había enriquecido mucho. Se menciona a sus hijos en esta fechoría, porque fueron los principales causantes del hecho.

109 (Gn 34,30). Jacob, temiendo la guerra de los habitantes del país, cuando vivía en la ciudad de Salem que destruyeron sus hijos, dice: Pues yo soy pequeño en número, y ellos, reuniéndose contra mí, me matarán. Por miedo al ataque de muchos, que podían levantarse contra él, dice que dispone de un pequeño número de hombres. No dice que tenga muchos menos de los necesarios para la conquista de aquella ciudad, puesto que a los suyos los dividió en dos campamentos durante su viaje de vuelta.

110 (Gn 35,1). Dijo Dios a Jacob: «Levántate y sube al sitio de Betel y vive allí, y haz allí un altar al Dios que se te apareció cuando huías de la presencia de tu hermano Esaú». ¿Por qué no dice: y haz allí un altar para mí, que me he aparecido a ti, sino que es Dios quien dice: Haz allí un altar al Dios que se te apareció? ¿Apareció allí acaso el Hijo, y Dios Padre dijo esto? ¿O hay que atribuirlo a algún género especial de expresión?

111 (Gn 35,2.4). Jacob, al subir a Betel, en donde recibió la orden de construir un altar, dice a los de su casa y a todos los que le acompañaban: Retirad de en medio de vosotros los dioses extraños que hay entre vosotros, etc. Después añade: Ellos entregaron a Jacob los dioses extraños, que tenían en su poder, y los pendientes que tenían en las orejas. Podemos preguntar por qué entregaron también los pendientes, que si eran objetos de adorno, no tenían relación con la idolatría. La razón tiene que ser que eran amuletos de dioses extraños; porque la Escritura atestigua que Rebeca recibió pendientes del criado de Abraham96, cosa que no hubiera sucedido si no les hubiera estado permitido llevar pendientes para adorno personal. Por consiguiente, aquellos pendientes que fueron entregados con los ídolos, como se dijo, eran amuletos de ídolos.

112 (Gn 35,5). Y un pánico de Dios cayó sobre las ciudades que los rodeaban, y así no persiguieron a los hijos de Israel. Comencemos advirtiendo cómo actúa Dios en las mentes de los hombres. Porque ¿quién provocó aquel pánico de Dios sobre aquellas ciudades sino quien defendía las promesas que había hecho a Jacob y a sus hijos?

113 (Gn 35,6). Jacob llegó a Luz, que está en la tierra de Canaán, que es Betel. Recordemos que ya han aparecido tres nombres de esta ciudad: Ulamaus, nombre que tenía antes de que Jacob llegara a Mesopotamia97, pasando antes por allí; Betel, nombre que el propio Jacob le puso98, y que significa «casa de Dios»; y Luz, que acaba de mencionarse ahora mismo. Esto no debe extrañarnos, pues sucede en otros muchos pasajes, tanto por lo que respecta a ciudades como a ríos, y a cualquier lugar de la tierra, pues por unas causas o por otras, o se han añadido o se han cambiado nombres, como ha sucedido también con los propios hombres.

114 (Gn 35,10). Dios se apareció otra vez a Jacob en Luz y le dijo: Tu nombre ya no será Jacob, sino que tu nombre será Israel. Esto se lo dice Dios a Jacob otra vez en una bendición. Y esta repetición confirma la gran promesa que encierra este nombre. Llama la atención en efecto, que los que recibieron una vez un nombre, ya no se les vuelva a llamar como se les llamaba, sino que se les da un nuevo nombre, sin volver a llamarlos más por aquel primero. En adelante se les llama por el nombre nuevo. En cambio, a Jacob se le llamó Jacob durante toda su vida y después de muerto, a pesar de que Dios le había dicho: Ya no te llamarás Jacob, sino que tu nombre será Israel99. Así se comprende perfectamente que este nombre pertenezca a aquella promesa por la que Dios será visto como no fue visto antes por los padres. Allí no existirá ya el nombre antiguo. No quedará nada, ni siquiera en la propia realidad antigua, y la visión de Dios será el premio supremo.

115 (Gn 35,11). Entre las promesas hechas a Jacob se encuentra la siguiente: Naciones y asambleas de naciones saldrán de ti. ¿Se dice «naciones» según la carne, y «asambleas de naciones» según la fe, o ambas cosas por la fe de los gentiles, si las naciones no pueden llamarse una sola nación de Israel según la carne?

116 (Gn 35,13-15). Y Dios subió de junto a él, del lugar en donde habló con él. Y Jacob erigió una estela en el lugar donde había hablado Dios con él, una estela de piedra. Derramó sobre ella una libación y vertió sobre ella aceite. Y Jacob llamó Betel al lugar en que había hablado Dios con él. ¿Sucedió esto otra vez en el mismo lugar en que había sucedido antes? ¿O se menciona otra vez? Sea de ello lo que fuere, Jacob hizo libaciones sobre la estela, no a la estela. No actuó, pues, como suelen hacer los idólatras, que erigen altares delante de las estelas y hacen libaciones a las estelas como si fueran divinidades.

117 (Gn 35,26). Cuando se menciona a los doce hijos que le nacieron a Israel se dice así: Estos son los hijos de Israel, que le nacieron en Mesopotamia. Ahora bien, Benjamín nació bastante después, cuando ya habían pasado Betel y se acercaban a Belén. Algunos autores intentan en vano solucionar el problema, y para ello dicen que no hay que leer le nacieron, como tienen la mayoría de los códices latinos, sino le llegaron —en griego dice egénonto—, pretendiendo comprender también a Benjamín, quien, aunque no hubiera nacido allí, sin embargo, allí le había llegado, dado que ya había sido engendrado en el vientre de su madre, pues se piensa que Raquel había salido de allí embarazada. De este modo, aunque se leyera le nacieron, se podría decir que ya había nacido en el vientre, puesto que ya había sido concebido. Como ejemplo se aduce lo que se le dijo a José respecto a la Virgen María: Porque lo que ha nacido en ella es del Espíritu Santo100.

Pero hay otra razón que impide esta solución del problema. Porque si Benjamín ya había sido concebido allí, los hijos de Jacob que salieron de aquel lugar ya mayorcitos, apenas podrían tener doce años. Pues Jacob pasó allí veinte años. De esos veinte, los siete primeros los pasó soltero, esperando casarse sirviendo a Labán. Suponiendo que el año que se casó le nació un hijo, el mayor podía tener unos doce años, cuando salieron de allí. Por tanto, si Benjamín ya había sido concebido, todo aquel viaje tuvo que realizarse dentro de los diez meses y lo mismo todo lo que en el viaje se escribió acerca de Jacob. De aquí se sigue que sus hijos, unos niños tan pequeños, habrían realizado una matanza tan grande con motivo de lo de su hermana Dina, habrían matado a una gran cantidad de hombres y así se habrían apoderado de la ciudad101. Entre esos hijos, Simeón y Leví, que fueron los primeros que atacaron con sus espadas a aquellos hombres y los mataron, el uno tendría once años, y el otro diez —según los datos anteriores—, suponiendo que la mujer de Jacob hubiera dado a luz cada año sin interrupción alguna. Pues bien, es increíble que unos niños de esa edad hubieran podido hacer todas esas cosas, cuando la propia Dina apenas tendría aún seis años.

Por tanto, hay que buscar otra solución a este problema para que se entienda correctamente lo que se dijo acerca de los doce hijos mencionados: Estos son los hijos de Jacob, que le llegaron en Mesopotamia de Siria102. Porque entre todos esos hijos, que eran tantos, había uno que no había nacido allí, pero que tuvo motivo para nacer en aquel lugar, puesto que su madre se había casado allí con su padre. Pero esta solución del problema hay que confirmarla con algún ejemplo de otra expresión parecida.

No hay solución más fácil para esta cuestión que recurrir a una sinécdoque. Así, cuando en un todo una parte es mayor o más importante, suele designarse también con su nombre lo que no pertenece al propio nombre. Por ejemplo, el caso de Judas, que ya no pertenecía a los doce apóstoles, porque ya había muerto cuando resucitó el Señor de entre los muertos103, y no obstante, el Apóstol mantiene en su carta el número de doce, cuando dice que el Señor se apareció a los doce. Los códices griegos tienen esta palabra con artículo, de tal modo que no pueden entenderse doce personas cualesquiera, sino los conocidos por ese número. Pienso que pertenece a este mismo género de expresión lo que dijo el Señor: ¿No os he elegido yo a vosotros, los doce? Y uno de vosotros es un diablo104. Y lo dice para que no parezca que también él pertenece a los elegidos. No es fácil hablar de elegidos con referencia al mal, a no ser cuando los malos son elegidos por otros malos. Pero si pensáramos que también Judas fue elegido para que por medio de su traición se realizara la pasión del Señor, es decir, si pensáramos que su maldad fue elegida para algo, puesto que Dios usa bien incluso de las cosas malas, prestemos atención a estas otras palabras: No me refiero a todos vosotros; yo sé a quiénes elegí105. Aquí declara que sólo los buenos pertenecen a los elegidos. Y por eso, aquello que el Señor dijo: Yo os elegí a vosotros doce, lo dijo por medio de una sinécdoque, de manera que bajo la denominación de la parte mayor y mejor se comprendiera también lo que no pertenece a la propia denominación.

Este modo de expresarse se encuentra en este mismo libro cuando Emor sale a hablar con Jacob en favor de su hijo Siquem para obtener que se casara con Dina, la hija de Jacob. Vinieron también los hijos de Jacob, que estaban ausentes, y Emor dice a todos: Mi hijo Siquem se ha prendado de vuestra hija; dádsela, pues, por esposa106. Como la persona del padre era la más importante, al decir, por sinécdoque, vuestra hija, comprende también bajo esa denominación a los hermanos, de quienes Dina no era hija. A este mismo género pertenece también la expresión: Ve a las ovejas y tráeme de allí dos cabritos107. Pues pastaban a la vez las ovejas y los cabritos. Y dado que las ovejas son más importantes, bajo esa denominación englobó también a las cabras. Pues bien, como el número once de los hijos de Jacob, que le habían nacido en Mesopotamia, era el más importante, al mencionarles a ellos la Escritura, comprendió también a Benjamín, que no había nacido allí. Y por eso dice: Estos son los hijos de Jacob, que le llegaron en Mesopotamia de Siria.

118 (Gn 36,1-5). El hecho de que después del relato de la muerte de Isaac se hable de las mujeres que tuvo Esaú y del número de hijos que engendró, hay que entenderlo como una recapitulación. Efectivamente, eso no comenzó a suceder después de la muerte de Isaac, cuando Esaú y Jacob ya tenían ciento veinte años, pues Isaac los tuvo a los setenta años108y vivió en total ciento ochenta años109.

119 (Gn 36,6). Surge la cuestión de saber cómo la Escritura puede decir que Esaú, a la muerte de su padre Isaac, se retiró de la tierra de Canaán y fue a vivir al monte Seír, cuando en otro pasaje se lee que, al venir su hermano Jacob de Mesopotamia, ya vivía allí. Por tanto, hay que encontrar la razón de por qué se dice esto, para no creer que la Escritura se equivoca o nos engaña. La explicación es ésta: Esaú, después de que su hermano marchó a Mesopotamia, no quiso vivir con sus padres, ya fuera por motivo del enfado que le atormentaba de verse privado por engaño de la bendición, ya fuera por causa o de sus mujeres, que veía que eran odiosas a sus parientes, o por cualquiera otra razón, y se fue a vivir al monte Seír. Posteriormente, después de la vuelta de su hermano Jacob y una vez hecha la paz entre ambos, volvió110incluso él con sus padres, y se marchó de nuevo a Seír, dando origen allí al pueblo de los idumeos, después de enterrar juntos a su padre, que había muerto. Y el motivo de marcharse fue que aquella tierra que, como dice la Escritura, los había enriquecido tanto, ya no era suficiente para ambos111.

120 (Gn 36,21). Las palabras de la Escritura: Estos son los hijos de Seír, príncipe horrita, en la tierra de Edom, se refieren al tiempo en que vivía el autor. Porque cuando Seír, que los engendró, habitaba allí, antes de venir Esaú a aquella tierra, evidentemente todavía no se llamaba tierra de Edom. Es claro que no fue nadie más que Esaú quien dio el nombre a aquella tierra, ya que la misma persona se llamaba Esaú y Edom. Y de él traen su origen los idumeos, es decir, la nación de Edom.

121 (Gn 36,31). Las palabras de la Escritura: Estos son los reyes que reinaron en Edom, antes que reinara rey alguno en Israel, no significan que se hayan mencionado todos los reyes hasta el momento en que empezaron los reyes de Israel, el primero de los cuales fue Saúl. Pues existieron muchos reyes en Edom hasta la época de Saúl e incluso hasta la de los Jueces, que fueron anteriores a la monarquía israelita. Pero de todos éstos, Moisés sólo pudo mencionar a los que existieron antes de su muerte112. Y no tiene nada de extraño que, contando desde Abraham pasando por Esaú, progenitor de los edomitas, y por Raguel, hijo de Esaú, y por Zara, hijo de Raguel, y por Jobab, hijo de Zara, a quien sucedió en el reino Balac, que es el primero que se menciona como rey en el país de Edom, hasta el último rey que pudo mencionar Moisés, se encontraran más generaciones de las que se cuentan desde Abraham, pasando por Jacob, hasta Moisés. Pues en aquella genealogía se encuentran unas doce. En ésta, en cambio, hasta Moisés, unas siete. Pudo suceder que en aquella genealogía se mencionaran más, porque muriendo más personas, se sucederían más rápidamente unas a otras. Algo parecido sucede con Mateo, que, siguiendo otro orden, enumera cuarenta y dos generaciones desde Abraham hasta José113, mientras que Lucas, siguiendo un orden distinto en la enumeración de las generaciones, no a través de Salomón, como Mateo, sino a través de Natán, menciona cincuenta y cinco generaciones desde Abraham hasta José114. Pues bien, en el orden aquel en el que se cuentan más personas, murieron más rápidamente que en este otro orden en el que se cuentan menos.

Para que nadie se sienta extrañado de que entre los reyes de Edom se mencione a Balac, hijo de Beor, y porque tengan el mismo nombre, piense que se trata de aquel Balac que se opuso a Moisés cuando conducía al pueblo de Israel, sepa que aquel Balac fue moabita, no idumeo, y que fue hijo de Sefor, no de Beor. Y que existió también allí entonces un Balaam, hijo de Beor, no de Balac, al cual Balaam había llevado el propio Balac para maldecir al pueblo de Israel115.

122 (Gn 37,2). Es difícil saber, de cualquier manera que uno lo examine, cómo pudo José116tener diecisiete años cuando murió su abuelo Isaac, como parece suponer la Escritura, según el orden en que narra los hechos. No quiero decir que no se pueda averiguar, no sea que se me escape algo que a otros no se les escapa. Si, después de la muerte de su abuelo Isaac, José tenía efectivamente diecisiete años cuando sus hermanos lo vendieron a Egipto, sin duda alguna su padre Jacob tenía ciento veinte años cuando su hijo José tenía diecisiete años. Porque Isaac engendró a sus hijos a los sesenta años, como dice la Escritura117. Isaac, por tanto, vivió después ciento veinte años, porque murió a los ciento ochenta118. Por consiguiente, dejó hijos con ciento veinte años y a José con diecisiete. Ahora bien, dado que José tenía treinta años cuando se presentó al faraón119y siguieron siete años de abundancia y dos de escasez hasta que vinieron a verle su padre y sus hermanos, es evidente que José tenía treinta y nueve años cuando Jacob entró en Egipto. Entonces Jacob, según él dice personalmente al faraón, tenía ciento treinta años120y, por tanto, tenía ciento veinte cuando José cumplía diecisiete, cosa que de ninguna manera puede ser verdad. Porque si Jacob tenía ciento veinte años cuando José cumplía los diecisiete, cuando José cumplió los treinta y nueve, Jacob, evidentemente, no tenía ciento treinta, sino ciento cuarenta y dos. Ahora bien, si José aún no tenía los diecisiete años cuando murió Isaac, sino que cumplió los diecisiete algún tiempo después de la muerte de su abuelo, edad que tenía, según la Escritura, cuando sus hermanos lo vendieron a Egipto, su padre tenía que tener bastante más de ciento cuarenta y dos años cuando fue a reunirse con su hijo en Egipto. La Escritura, efectivamente, después de narrar el último año de la vida de Isaac, es decir, sus ciento ochenta años, su muerte y su entierro121, habla a continuación de la separación de Esaú de su hermano Jacob y su marcha de la tierra de Canaán hacia el monte Seír, y entrelaza la mención de los reyes y príncipes de la estirpe en la que se constituyó o que propagó Esaú122.

Después de estos datos, introduce así el relato sobre José: Jacob, por su parte, habitaba en el país de Canaán. Esta es la descendencia de Jacob. José tenía diecisiete años y apacentaba las ovejas con sus hermanos123. Después se narra cómo por causa de sus sueños, se hizo odioso a sus hermanos y lo vendieron. Así pues, o vino a Egipto al cumplir los diecisiete años o incluso siendo algo mayor. Y por eso, sea como sea, permanece el problema. Porque si tenía diecisiete años después de la muerte de su abuelo, cuando su padre tenía ciento veinte, evidentemente a los treinta y nueve, cuando Jacob fue a Egipto, Jacob tenía que tener ciento cuarenta y dos; pero Jacob sólo tenía entonces ciento treinta años. Por eso, si José fue vendido a Egipto a la edad de diecisiete años, fue vendido doce años antes de morir su abuelo. Porque sólo podía tener diecisiete años doce antes de la muerte de Isaac, cuando su padre Jacob tenía ciento ocho años. Añadiendo a éstos los veintidós años que José pasó en Egipto hasta la llegada de su padre, vemos que José tenía treinta y nueve años y Jacob ciento treinta, y no hay problema. Pero como la Escritura narra estas cosas después de la muerte de Isaac, se piensa que José tenía diecisiete años después de la muerte de su abuelo. Por tanto, debemos pensar que la Escritura no dijo nada acerca de la vida de Isaac, como de un anciano ya muy decrépito, cuando comenzó a hablar de Jacob y de sus hijos. José, no obstante, comenzó a cumplir diecisiete años cuando aún vivía Isaac.

123 (Gn 37,10). Jacob dice a José: ¿Qué sueño es ese que has soñado? ¿Es que yo y tu madre y tus hermanos vendremos a adorarte sobre la tierra? Si no se toman estas palabras como algo dicho figuradamente, ¿de qué modo pueden aplicarse a la madre de José, que ya había muerto? Por tanto, tenemos que aceptar que esto no se realizó en Egipto, cuando José estaba en la cumbre de la fama, porque ni su padre le adoró, cuando fue a verle a Egipto, ni pudo hacerlo su madre, muerta desde hacía tiempo. Puede entenderse fácilmente aplicándolo a la persona de Cristo, a quien adoraron incluso los muertos, según las palabras del Apóstol: Le dio un nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los abismos124.

124 (Gn 37,28). Queremos saber por qué la Escritura llama también madianitas a los ismaelitas, a quienes fue vendido José, por sus hermanos, pues es sabido que Ismael era hijo de Abraham a través de Agar, mientras que los madianitas lo eran a través de Quetura. ¿Habría que pensar quizá que formaron un solo pueblo, puesto que la Escritura había dicho que Abraham había dado regalos a los hijos de sus concubinas, es decir, Agar y Quetura, y los había despedido de junto a su hijo Isaac, mandándolos hacia la región de oriente?125

125 (Gn 37,35). La Escritura dice lo siguiente acerca de Jacob cuando lloraba por José: Todos sus hijos y sus hijas se reunieron y vinieron a consolarle. ¿Qué hijas tenía fuera de Dina? ¿Dice acaso hijos e hijas, contando a los nietos y a las nietas? Pues sus hijos, ya mayores, pudieron tener hijos.

126 (Gn 37,35). Vero rehusaba consolarse diciendo: «Bajaré llorando al infierno donde mi hijo.» Suele presentarse un grave problema para interpretar la palabra «infierno». ¿Bajan allí solamente los malos o también los buenos? Si bajan sólo los malos, ¿cómo Jacob dice que quiere bajar llorando donde su hijo? Evidentemente, no cree que su hijo se encuentre en las penas del infierno. ¿O se trata de palabras de una persona perturbada y que se lamenta y que por eso mismo exagera sus males?

127 (Gn 37,36). Y vendieron a José en Egipto a Putifar, eunuco jefe de los cocineros. Algunos no traducen jefe de los cocineros, que corresponde al griego arjimágeiros, sino jefe de la milicia, que tendría el poder de matar. Así se denomina también a aquel que envió Nabucodonosor126, que parece que tenía más bien la jefatura de la milicia.

128 (Gn 38,1-3). Sucedió en aquel tiempo que bajó Judá de junto a sus hermanos para dirigirse a un hombre odolamita, llamado Ira. Y vio allí Judá a la hija de un cananeo, llamado Sava, y la tomó por esposa y se llegó a ella y concibió y dio a luz un hijo, etc. Queremos saber cuándo pudieron suceder estas cosas. Porque si sucedieron después de bajar José a Egipto, ¿cómo en el espacio de unos veintidós años —porque después de tanto tiempo es claro que pudieron ir a Egipto con su padre para ver a su hermano—, pudo suceder que todos los hijos de Judá de aquel tiempo pudieran casarse? Porque, una vez muerto su hijo primogénito, dio por esposa a su nuera Tamar a otro de sus hijos127. Muerto este segundo, esperó a que creciera el tercero. Cuando llegó a mayor, no se la dio por esposa, temiendo que también él muriera. Por lo cual sucedió que ella se entregó a su propio suegro128. Con toda razón se plantea, pues, el problema de saber cómo en tan pocos años pudieron suceder tantas cosas. La explicación pudiera ser que, como suele suceder a veces, la Escritura pretendiera decir a modo de recapitulación que todo esto comenzó a suceder algunos años antes de la venta de José, porque el texto está redactado de la siguiente manera: Sucedió en aquel tiempo. A pesar de todo, si José tenía diecisiete años cuando fue vendido, surge la cuestión de saber cuántos años podría tener Judá, cuarto hijo de Jacob, dado que el propio primogénito, Rubén, podría tener, como mucho, unos cinco o seis más que su hermano José. Pero está claro que la Escritura dice que José tenía treinta años cuando se dio a conocer al faraón129. Ahora bien, si se piensa que fue vendido a los diecisiete años de edad, habría pasado trece años en Egipto desconocido para el faraón. A estos trece años habría que añadir los siete de abundancia, y así llegamos a los veinte años. A éstos habría que añadir los dos años de escasez, porque Jacob fue a Egipto con sus hijos el segundo año de la escasez. Y así tenemos veintidós años, durante los cuales José estuvo lejos de su padre y de sus hermanos. Pues bien, es difícil saber cómo en este intermedio de tiempo pudieron suceder todas las cosas que se narran acerca de la mujer, los hijos y la nuera de Judá. A no ser que pensemos —pues bien pudo suceder— que Judá, inmediatamente que llegó a la adolescencia, se enamoró de la mujer con quien se casó, antes de que José fuera vendido en Egipto.

129 (Gn 38,14). Ella se quitó de encima sus ropas de viuda. Este texto insinúa que también en la época de los patriarcas las viudas llevaban unos determinados vestidos, distintos de los que llevaban las mujeres casadas.

130 (Gn 39,1). La Escritura vuelve a repetir que José fue llevado a Egipto y lo compró Putifar, eunuco del faraón. Con esta frase el texto sagrado vuelve al orden de donde se había apartado, para narrar lo que hemos expuesto anteriormente.

131 (Gn 40,16). Algunos códices latinos tienen: Tres canastos de espelta. Los códices griegos tienen jondriton, que traducen por «pan de baja calidad» los que saben la lengua griega. Pero podemos preguntar cómo es posible que el faraón tuviera por comida un pan de baja calidad. Pues el texto dice que en el canasto de arriba había de todo lo que comía el faraón en cuestión de panadería. Pero hay que saber que ese canasto contenía también panes de baja calidad, porque la Escritura menciona tres canastos de jondriton y dice que encima estaba aquel canasto lleno de toda clase de cosas de panadería en el mismo canasto de arriba130.

132 (Gn 41,1). El faraón pensaba que estaba de pie sobre el río. El criado de Abraham empleó la misma expresión: Aquí estoy yo de pie sobre la fuente de agua131. El texto griego, en el segundo pasaje, dice: epi tes peges; de la misma manera que en el primero se dice: epi tou potamou. Si esta expresión se entiende correctamente en el salmo que dice: Que fundó la tierra sobre el agua132, no hay necesidad de pensar que la tierra nade sobre las aguas como una nave. En realidad, según esta expresión, se entiende perfectamente que la tierra es más alta que el agua. En efecto, es elevada por encima de las aguas para que habiten en ella los animales de la tierra.

133 (Gn 41,30). Las palabras de la Escritura: Y se olvidarán de la abundancia futura en toda la tierra de Egipto, hay que entenderlas en el sentido de que no es una abundancia futura para quienes tienen que soportar el hambre, como si después hubiera de venirles la abundancia. Sino que esa abundancia era futura entonces, cuando el autor hablaba. Es como si dijera: los hombres se olvidarán de esta abundancia que las vacas gordas y las espigas buenas significaron como cosa futura, durante la escasez que significaron las vacas flacas y las espigas malas.

134 (Gn 41,38). ¿Encontraremos acaso a otro hombre como éste, que tenga133en sí el espíritu de Dios? Si no me equivoco, ésta es ya la tercera vez que se nos insinúa en este libro el Espíritu de Dios, es decir, el Espíritu Santo. La primera vez fue donde se dice: Y el espíritu de Dios era llevado sobre el agua134. La segunda vez, en donde Dios dijo: No permanecerá mi espíritu en estos hombres, porque son carne135. La tercera vez aquí, cuando el faraón dice que José tiene el espíritu de Dios. Pero todavía no se dice Espíritu Santo.

135 (Gn 41,45). El faraón dio a fosé el nombre de Psonthomplanech. Se dice que este nombre significa «reveló las cosas ocultas». Evidentemente es porque José reveló al rey sus sueños. Dicen que en la lengua egipcia este nombre significa «salvador del mundo».

136 (Gn 41,45). Y le dio por esposa a Asenet, hija de Putifar, sacerdote de la ciudad del sol. Suele preguntarse quién era este Putifar, es decir, si era aquel de quien fue servidor José u otro. Lo más probable es que fuera otro. En efecto, hay muchas razones para pensar que no se trate de aquel primero. En primer lugar, porque la Escritura no menciona algo que podía reportar no pequeña gloria a aquel joven, pareciéndonos queno ha podido omitir una cosa semejante, a saber, que se casara con la hija de aquel hombre en cuya casa sirvió. En segundo lugar, ¿cómo pudo tener una hija un eunuco? A esto se responde: ¿Y cómo pudo tener una esposa? Así pues, se cree que quedó eunuco o por motivo de alguna herida o por propia voluntad. Además hay que considerar el hecho de que ni siquiera se mencione su cargo, como suele hacerse, y que fue el de arjimágeiros, título que los traductores latinos tradujeron por jefe de los cocineros y otros traducen por jefe de la milicia. Pero a esto se responde también diciendo que tuvo esos dos cargos, el sacerdocio del Sol y la jefatura de la milicia.

Sin embargo, en otro lugar se recuerda de manera apropiada el cargo que ostentaba y que convenía a tales actos, y aquí, después de manifestarse en José una no pequeña cualidad divina, debió de mencionarse ese cargo por parte de su suegro, pues era una cualidad divina no pequeña, según la opinión de los egipcios, ya que ostentaba el sacerdocio del Sol. Ahora bien, en todo esto, puesto que era además jefe de la guardia de la cárcel, parece demasiado increíble que un sacerdote estuviera al frente de este oficio. Además, la Escritura no dice simplemente que fuera sacerdote del Sol, sino de la ciudad del Sol, llamada Heliópolis. Se dice que esta ciudad dista más de veinte millas de la ciudad de Memfis, en donde residían de modo especial los faraones, es decir, los reyes. ¿Cómo pudo, pues, servir valientemente al rey en la jefatura de la milicia, abandonando el oficio de sacerdote? Hay que añadir, además, que, según se dice, prestaron siempre sus servicios solamente en los templos de los dioses y no desempeñaron ningún otro oficio. Pero por si acaso las cosas sucedieron entonces de otra manera, que cada cual opine lo que quiera, ya que no hay problema que no tenga solución, ya se trate de que haya habido un solo Putifar o dos. Ninguna de estas dos hipótesis que uno admita, es peligrosa para la fe ni contraria a la verdad de las Escrituras de Dios.

137 (Gn 41,49). Y José recogió grano como la arena del mar, muchísimo, hasta no poder contarlo, porque era innumerable. Las palabras porque era innumerable significan que la cantidad era tan grande, que excedía todo número habitualmente usado y no sabían cómo se llamaba ese número. Pero ¿cómo puede darse que no haya un número para indicar una cantidad enorme, pero finita? A pesar de todo, esto ha podido decirse a modo de hipérbole.

138 (Gn 42,9). Y José se acordó de los sueños que había visto. Sus hermanos, efectivamente, se habían postrado ante él. Pero hay algo más excelso en aquellos sueños que es preciso indagar. Es evidente que ni en su padre, ni en su madre, que ya había muerto, puede agotarse el significado de todo lo que había visto acerca del sol y de la luna, y que su padre, que aún vivía, había oído y por eso le había reprendido136.

139 (Gn 42,15-16). ¿Cómo es posible que José, hombre tan prudente y tan alabado, no sólo por el testimonio de los hombres entre quienes vivía, sino por la afirmación de la propia Escritura, jure de esa manera por la salud del faraón que sus hermanos no saldrían de Egipto si no venía con ellos su hermano menor? ¿Es que hasta para un hombre bueno y fiel era despreciable la salud del faraón, a quien guardaba fidelidad igual que antes en todo como a su señor? ¡Y cuánto más debía guardársela a ese mismo que le había colocado en un puesto tan importante, si se la guardó a aquel que le poseía como a siervo que había comprado! Y si no le preocupaba la salud del faraón, ¿no debió evitar un perjurio por la salud de cualquier hombre? ¿Es que no es un perjurio? Retuvo a uno de sus hermanos hasta que viniera Benjamín y se cumplió lo que había dicho: No saldréis de aquí, a no ser que venga vuestro hermano. Porque esas palabras suyas no pudieron referirse a todos sus hermanos, pues ¿cómo iba a venir Benjamín si no hubieran vuelto algunos para traerlo? Pero las palabras que vienen a continuación plantean un problema aún mayor, cuando jura de nuevo diciendo: Enviad a uno de vosotros y traed a vuestro hermano. Mientras tanto, los demás quedaréis aquí presos hasta que vuestras palabras sean comprobadas, para ver si decís la verdad o no. Que si no, ¡por la salud del faraón! que sois unos espías137, es decir, si no decís la verdad, es que sois unos espías. Ratificó estas palabras con un juramento, porque si no hubieran dicho la verdad, serían espías, esto es, serían acreedores al castigo de los espías, esos hombres que, a pesar de todo, sabía él que decían la verdad. En realidad, uno no es perjuro si dice a alguien, que sabe que es una persona absolutamente casta; «si has cometido este adulterio del que se te acusa, Dios te condena», añadiendo un juramento a estas palabras. Este individuo jura una cosa totalmente verdadera, porque se da allí la condición que empleó, al decir: si lo has hecho, cuando sabe perfectamente que no lo ha hecho. Pero alguien puede decir: es verdad, porque, si cometió el adulterio, Dios le condena. En cambio, ¿cómo puede ser verdad esto: si no decís la verdad, sois espías, cuando, aunque mintieran, no serían espías? Pues bien, esto es lo que dije que afirma la Escritura: sois espías, como si hubiera dicho: sois merecedores del castigo de los espías, es decir, seréis considerados como espías por motivo de vuestra mentira. Que la palabra sois ha podido emplearse en vez de «seréis tenidos por» o «seréis considerados como» lo demuestran otras muchas expresiones parecidas, como aquella de Elías: El que escuche en el fuego, ése será Dios138. No quiere decir que entonces será Dios, sino que entonces será tenido por tal.

140 (Gn 42,23). ¿Qué significan las palabras de la Escritura: Ellos ignoraban que José les entendía, porque había un intérprete entre ellos? Las palabras se refieren a la conversación que, arrepentidos, tuvieron los hijos de Israel acerca de su hermano José, en el sentido de que habían obrado mal contra él, y de que Dios les castigaba por ello, pues veían que se hallaban en peligro. Este texto hay que interpretarlo en el sentido de que los hermanos pensaban que José no les entendía, porque veían al intérprete que se interponía entre ellos. Y no le decían nada de lo que hablaban, creyendo que el intérprete se hallaba allí precisamente porque José ignoraba su lengua. Ellos pensaban que el intérprete no se preocupaba de decir al que le había puesto allí, las cosas que no decían para él, sino que las comentaban entre sí.

141 (Gn 42,24). De nuevo se acercó a ellos y les dijo. El texto no añade qué les dijo. Por tanto, se entiende que les diría lo mismo que les había dicho antes.

142 (Gn 42,38). Y haréis bajar mi vejez con tristeza al infierno. ¿Bajaría al infierno precisamente porque bajaba con tristeza? ¿O, aunque estuviera ausente la tristeza, dice esto quizá como queriendo indicar que al morir bajaría al infierno? Acerca del infierno hay un gran problema, y por eso hay que estudiar todos los pasajes en que se menciona esta palabra.

143 (Gn 43,23). Lo que les dice el mayordomo de la casa: Vuestro Dios y el Dios de vuestros padres puso los tesoros en vuestros sacos; vuestra plata de buena ley ya la tengo, parece una mentira, pero debemos pensar que significa algo. En efecto, la plata que se les da y que no disminuye precisamente porque se dice que es plata de buena ley, significa seguramente lo que acerca de ella se afirma en otro texto: Las palabras del Señor son palabras sinceras, plata probada a fuego, limpia ya en la tierra, purificada siete veces139, es decir, perfectamente purificada.

144 (Gn 43,34). Ellos bebieron y se emborracharon con él. Los borrachos suelen aducir este texto, no fijándose en aquellos hijos de Israel, sino en José, que es considerado como un hombre muy prudente. Pero las Escrituras suelen aducir estas palabras para indicar también la saciedad, como puede encontrar en muchos pasajes quien lea atentamente. Un ejemplo: Tú has visitado la tierra y la has embriagado; la has colmado de riquezas140. Como estas palabras se dicen para ensalzar la bendición y se recuerda en ellas el don de Dios, es claro que con esta embriaguez se indica la saciedad. Pues la tierra no se emborracha como se emborrachan los bebedores, ya que esto no sería útil para ella, porque una humedad mayor de la que necesita no la sacia, sino que la estropea. Así es la vida de los borrachos, que no se llenan por la saciedad, sino que se sumergen en la inundación.

145 (Gn 44,15). José dice a sus hermanos: ¿No sabéis que un hombre como yo tenía que adivinarlo sin falta? Acerca de esta adivinación les mandó recado también por medio de un mensajero. Pues bien, ¿qué significa esto? Puesto que esas palabras no se dijeron en serio, sino en broma, como demostró el final, ¿hay que pensar que no se trata de una mentira? Las mentiras, en efecto, los mentirosos las dicen en serio, no en broma. En cambio, no se consideran mentiras las cosas que se dicen en broma y no existen. Pero el problema mayor lo plantea el significado de la actuación de José con sus hermanos, al burlarse tantas veces de ellos y al mantenerles en suspenso hasta que descubrió quién era. Porque aunque la actuación, cuando se lee, es tanto más suave cuanto más inesperada resultaba para aquellos a quienes se dirigía, sin embargo, dada la gravedad de la prudencia de José, si no hubiera algún significado importante en esta especie de juego, entonces ni él lo hubiera hecho ni lo narraría la Escritura, que tiene una autoridad y una santidad tan grandes y una penetración tan aguda de las cosas futuras que se anunciarán mediante profecía. No es mi intención ahora desarrollar este punto; sólo pretendo advertir qué es lo que conviene indagar aquí. Porque opino que ni siquiera carece de sentido el que no diga: Yo adivino, sino: adivina un hombre como yo. Y si esto es un modo especial de expresión, hay que encontrar algo parecido en los textos de la Escritura.

146 (Gn 44). Pienso que no hay que tomar a la ligera el hecho de que José mantuviera mientras quiso el sufrimiento tan grande que originaba la turbación de sus hermanos y que lo prolongara todo el tiempo que quiso; naturalmente no estaba haciendo desgraciados a sus hermanos, puesto que pensaba incluso en la llegada de una alegría futura tan grande para ellos, y todo lo que hacía para que su gozo se retrasara, lo hacía con la intención de que resultara mayor precisamente a causa del retraso. Era como si los sufrimientos que soportaron durante todo aquel tiempo de angustia no fueran comparables con la gloria futura del gozo, que se había de manifestar en ellos cuando reconocieran a su hermano, a quien creían perdido.

147 (Gn 44,18-34). En el relato de Judá se dicen muchas cosas de manera distinta a cómo José había actuado con sus hermanos, a pesar de que José hubiera hablado con él. Y esto llega hasta tal punto que no se dice absolutamente nada de aquella acusación de que eran espías. Pero no aparece claro si se callaron cosas voluntariamente o si esta omisión la provocó el olvido, debido a la preocupación. Porque incluso lo que dijeron acerca de que José les había preguntado por su padre y por su hermano, y que ellos le contestaron esas cosas cuando se las preguntaba, resulta extraño que esta narración pueda llegar incluso hasta un punto de vista que conste que es verdadero. No obstante, aunque hay algunas cosas falsas en el relato, el autor pudo equivocarse por olvido más bien que atreverse a mentir, tratándose sobre todo de uno a quien el autor incluía en el relato, no como a quien no sabía nada, sino como a uno que, incluso las cosas que sabía, las sabía para mover su misericordia.

148 (Gn 45,7). ¿Qué significa lo que dice José: Pues Dios me ha enviado delante de vosotros para que permanezcan sobre la tierra vuestros restos y para hacer crecer grandemente vuestros supervivientes. Esto no concuerda totalmente con la realidad, de modo que nos veamos obligados a pensar que Jacob y sus hijos fueron unos meros supervivientes o unos restos, pues todos ellos quedaron a salvo. ¿Significa quizá aquello que con profundo y secreto misterio dice el Apóstol: Por la elección de la gracia un resto se ha salvado141, cosa que el profeta había predicho diciendo: Y si el número de los hijos de Israel fuera como la arena del mar, se salvará sólo un resto?142 Cristo fue muerto por los judíos y entregado a los gentiles como José fue entregado por sus hermanos a los egipcios para que un resto de Israel se salvara. Por eso dice el Apóstol: Pues también yo soy israelita, y Hasta que entre la totalidad de los gentiles, y así todo Israel sea salvado143, se trata, pues, del resto de Israel, según la carne, y de la totalidad de los gentiles, que son Israel por la fe en Cristo, según el Espíritu. O también de la gente de Israel si conserva la plenitud de la fe, de la que procede el resto, en el cual se salvaron entonces también los apóstoles. Todo esto se presagiaba por aquella plenitud de la liberación de Israel que recibieron por medio de Moisés, cuando los sacó de Egipto.

149 (Gn 46,6-7). ?Entraron en Egipto Jacob y toda su descendencia, sus hijos y los hijos de sus hijos, sus hijas y las hijas de sus hijas. Preguntamos cómo puede decir sus hijas y las hijas de sus hijas, cuando la Escritura afirma que Jacob sólo tuvo una hija. La respuesta es que, como antes dijimos, por hijas pueden entenderse las nietas, lo mismo que todos los hijos de Israel designan, a su vez, a todo el pueblo propagado a partir de él. Pero en este caso, cuando dice las hijas de sus hijas, aludiendo a Dina únicamente, pone el plural por el singular, como suele usarse también el singular por el plural. También puede aceptarse que las nueras pudieran haber recibido el nombre de hijas.

150 (Gn 46,15ss). En relación a lo que dice la Escritura, que Lía engendró tantas almas, o que tantas y tantas almas salieron del muslo de Jacob, hay que advertir cómo se responde a quienes intentan confirmar por este texto que los padres propagan las almas al mismo tiempo que los cuerpos. Pues bien, nadie puede dudar que con esta expresión el autor habla de almas para referirse a las personas, como cuando uno menciona la parte para referirse al todo. A pesar de ello, existe el problema de separar la parte que ha dado nombre al todo, es decir, el alma, cuyo nombre designa al hombre completo, de lo que el texto dice a continuación: salieron de sus muslos144. Pues bien, aunque sólo se mencionan las almas, hay que aceptar que únicamente salió de Jacob la carne. Pero para resolver el problema hay que investigar los modos de expresión de las Escrituras.

151 (Gn 46,15). Estos son los hijos que Lía dio a Jacob en Mesopotamia de Siria y también su hija Dina. Sus hijos y sus hijas fueron en total treinta y tres almas. ¿Nacieron de Lía todas estas treinta y tres personas en Mesopotamia de Siria? Ciertamente nacieron seis hijos y una hija, y se mencionan los nietos que le dieron. Ahora bien, si antes había surgido la cuestión acerca de Benjamín solamente, cuando al contar los doce hijos Jacob y nombrarlos se dijo: Estos son los hijos de Jacob que le llegaron en Mesopotamia de Siria145, ¡cuánto mayor problema se presenta ahora para saber cómo nacieron de Lía treinta y tres personas en Mesopotamia de Siria, a no ser que se recurra a aquella expresión como si quisiera decir que hubieran nacido allí todos aquellos cuyos padres nacieron allí! Por lo demás, ya no hay duda alguna de que al mencionar a las hijas se refiere a una sola hija, y por tanto, se usa el plural en vez del singular.