UNA VEZ QUE ATRAVESÉ EL PASO, contemplé el valle que apareció ante mí. De hecho, fui yo el que asumió que era un valle, ya que no pude ver más allá de la nube/niebla que lo cubría. En el cielo, una de las franjas rojas se tornó amarilla; otra, verde. Esto me levantó ligeramente el ánimo, porque cuando visité el fin de la realidad, el cielo, más allá de las Cortes del Caos, se había comportado de una manera similar.
Recogí las alforjas y bajé por el sendero. El viento amainó a medida que bajaba. A lo lejos, escuché el retumbar de un trueno en la tormenta de la que huía. Me pregunté a dónde se habría ido Brand. Tuve el presentimiento de que no volvería a verlo durante un tiempo.
A mitad de camino, mientras la niebla comenzaba a enroscarse por mi cuerpo, divisé un árbol viejo, del que corté una rama para hacerme un bastón. El árbol pareció aullar cuando le corté la rama.
—¡Maldito seas! —exclamó algo parecido a una voz desde su interior.
—¿Tienes consciencia? Lo siento…
—Tardé mucho tiempo en desarrollar esa rama. ¿Supongo que la usarás como leña?
—No —contesté—. Necesitaba un bastón. Me espera una larga caminata.
—¿A través de este valle?
—Así es.
—Acércate más, para que pueda sentir tu presencia. Hay algo en ti que resplandece.
Di un paso adelante.
—¡Oberon! —exclamó—. Conozco tu Joya.
—No soy Oberon —dije—. Soy su hijo. Aunque la llevo porque él me encomendó esta misión.
—Entonces puedes llevarte mi apéndice, junto con mi bendición. He dado cobijo a tu padre en muchos días extraños. ¿Sabes?, él me plantó.
—¿De verdad? Plantar un árbol es una de las pocas cosas que nunca vi hacer a Papá.
—No soy un árbol corriente. Me puso aquí para marcar un límite.
—¿De qué tipo?
—Soy el fin del Caos y del Orden, depende desde qué lado me mires. Establezco una división. Más allá de mí, gobiernan otras reglas.
—¿Cuáles?
—¿Quién lo sabe? Yo, no. Sólo soy una torre de madera consciente que crece. Sin embargo, mi bastón tal vez te conforte. Si lo plantas, puede florecer en climas extraños. Aunque quizá no. ¿Quién lo sabe? Pero, llévalo contigo, hijo de Oberon, hacia aquel lugar al que te diriges ahora. Siento que se acerca una tormenta. Adiós.
—Adiós —dije—. Gracias.
Di media vuelta y bajé por el sendero, internándome en la profunda niebla. Sacudí la cabeza cuando pensé en el árbol, pero el bastón resultó útil durante los siguientes trescientos metros, donde el descenso fue particularmente complicado.
Entonces, la atmósfera se aclaró un poco. Rocas, un estanque de aguas sucias, unos árboles pequeños y escuálidos recubiertos por tiras de moho, un olor a podredumbre… Me di prisa. Una oscura ave me observaba desde uno de los árboles.
Cuando la miré, alzó el vuelo, dirigiéndose en mi dirección despreocupadamente. Como los acontecimientos recientes me habían vuelto precavido hacia los pájaros, retrocedí cuando voló en círculos encima de mi cabeza. Pero en ese instante se posó en el sendero delante de mí, ladeando la cabeza y contemplándome con su ojo izquierdo.
—Sí —anunció luego—. Eres tú, al que yo espero.
—¿Para qué? —pregunté.
—Para acompañarte. No te importa que un pájaro de mal agüero te siga, ¿verdad, Corwin?
Entonces emitió una risa apagada a la vez que interpretaba una pequeña danza.
—De antemano, no sé cómo podría detenerte. ¿Cómo es que conoces mi nombre?
—He estado esperándote desde el comienzo del Tiempo, Corwin.
—Debió ser aburrido.
—No ha sido tan largo… en este lugar. El tiempo es lo que tú creas.
Emprendí otra vez la marcha. Pasé al lado del pájaro y lo dejé atrás. Momentos más tarde, pasó como una exhalación por mi costado y aterrizó en una piedra a mi derecha.
—Me llamo Hugi —indicó—. Veo que llevas un trozo del viejo Ygg.
—¿Ygg?
—Ese estirado árbol viejo que está a la entrada de este lugar y no deja a nadie descansar sobre sus ramas. Apuesto que gritó cuando se lo arrancaste —y entonces emitió unas cortas risitas.
—Fue bastante considerado al respecto.
—Sí, lo supongo. Tampoco le quedaba mucha elección una vez que lo hiciste. Para lo que te va a servir.
—Me ayuda —dije, blandiéndolo levemente en su dirección.
Con un aleteo se apartó de él.
—¡Eh! ¡Eso no fue gracioso!
Me reí.
—Para mí, sí.
Reanudé el paso.
Durante un buen rato, me abrí camino a través de una zona pantanosa. Alguna ráfaga ocasional de aire despejaba el paisaje. Entonces me apresuraba a cruzarlo antes de que la niebla se cerrara otra vez. En ocasiones, creí escuchar algo de música —no sabía de qué dirección provenía—, lenta y ligeramente majestuosa, producida por un instrumento de cuerda.
Mientras avanzaba, chapoteando, alguien me habló desde algún punto a mi izquierda:
—¡Desconocido! ¡Detente y mírame!
Con cautela, me detuve. Pero no pude ver nada a través de la maldita niebla.
—Hola —dije—. ¿Dónde estás?
En ese momento la niebla se abrió por un instante y contemplé una cabeza enorme, con sus ojos a la misma altura que los míos. Pertenecían a lo que parecía un cuerpo gigantesco, hundido hasta los hombros en una ciénaga. La cabeza era calva y la piel pálida como la leche, con una leve textura rocosa. Los oscuros ojos posiblemente parecieran más oscuros de lo que en realidad eran debido al contraste.
—Ya veo —comenté entonces—. Te encuentras en un apuro. ¿Puedes liberar los brazos?
—Si me esfuerzo mucho —me llegó la respuesta.
—Bueno, deja que busque algo que sea lo suficientemente sólido para que puedas asirlo. Debes tener una buena envergadura.
—No. No es necesario.
—¿No quieres salir de ahí? Creí que gritaste por ese motivo.
—Oh, no. Sólo quería que me contemplaras.
Me acerqué y lo observé, ya que la niebla comenzaba a alzarse de nuevo.
—Muy bien —comenté—. Ya te he visto.
—¿No te apena mi condición?
—No particularmente, y menos si no quieres aceptar ayuda ni te la proporcionas tú.
—¿En qué me beneficiaría salir de aquí?
—Es tu pregunta. Respóndetela tú mismo.
Me di media vuelta para marcharme.
—¡Espera! ¿A dónde te diriges?
—Al sur, para actuar en una obra de contenido moral.
En ese momento, Hugi surgió volando de la niebla y aterrizó encima de la cabeza. Picoteándola, se rio.
—No pierdas tu tiempo, Corwin. Aquí hay mucho menos de lo que ve el ojo —dijo.
Los labios gigantescos formaron mi nombre. Luego preguntaron:
—¿Es él de verdad?
—Exacto —replicó Hugi.
—Escucha, Corwin —pidió el gigante hundido—. Lo que intentas es detener al Caos, ¿correcto?
—Sí.
—No lo hagas. No vale la pena. Yo quiero que las cosas lleguen a su fin. Deseo la liberación de esta condición.
—Ya te ofrecí mi ayuda. Y tú la rechazaste.
—No ese tipo de liberación. Quiero el fin de todo.
—Eso se arregla fácilmente —dije—. Sumerge la cabeza y no respires.
—No sólo deseo mi fin personal, sino el fin de todo este estúpido juego.
—Creo que hay unas cuantas personas que desearían tomar sus propias decisiones al respecto.
—Deja que también todo acabe para ellas. Llegará el momento en que se encuentren en mi situación y sentirán lo mismo.
—Entonces, tendrán la misma opción que tú. Buenos días.
Di la vuelta y me alejé.
—¡Tú también llegarás a mi situación! —gritó detrás mío.
Me encontraba caminando por aquel cenagal cuando Hugi vino volando y se posó en el extremo de mi bastón.
—Qué agradable es sentarse en la rama del viejo Ygg ahora que ya no puede… ¡Ay!
Hugi se lanzó al aire y voló en círculos.
—¡Me quemó la pata! ¿Cómo lo habrá hecho? —gritó.
Me reí.
—No tengo ni idea.
Revoloteó durante unos segundos y luego se posó en mi hombro derecho.
—¿Te importa si descanso aquí?
—Adelante.
—Gracias —y se acomodó—. ¿Sabes? La Cabeza está realmente loca.
Me encogí de hombros, lo que provocó que extendiera las alas en busca de equilibrio.
—Busca algo en la oscuridad, a tientas —continuó—, pero se equivoca al creer que el mundo es responsable de sus propios fracasos.
—No busca nada. Ni siquiera quiso que yo lo sacara de la ciénaga —dije.
—Estaba hablando filosóficamente.
—Oh, esa especie de cenagal. Es un caso perdido.
—Todo el problema reside en el «yo», en el ego, y su relación… por un lado con el mundo, y por otro con el Absoluto.
—¿Es así?
—Sí. Verás, apenas rompemos el cascarón, vagamos a la deriva en la superficie de los acontecimientos. A veces, creemos que de verdad influimos en las cosas, lo cual hace que nos esforcemos. Y este es un gran error, ya que alimenta los deseos y edifica un ego falso cuando la simple existencia debería ser suficiente. Lo cual conduce a más deseos y a más luchas, y así quedas atrapado.
—¿En la ciénaga?
—Metafóricamente hablando. Lo único que uno necesita es fijar con firmeza la visión en el Absoluto, aprendiendo a ignorar los espejismos, las ilusiones, el falso sentido de identidad que únicamente te aísla, transformándote en un irreal islote de consciencia.
—Una vez tuve una identidad falsa. Me ayudó mucho a convertirme en el absoluto que soy ahora… yo mismo.
—No, eso también es falso.
—Entonces, el «yo» que quizá exista mañana me lo agradecerá, de la misma manera que yo lo hice con aquel otro.
—No captas el mensaje. Ese otro «yo» tuyo, también será falso.
—¿Por qué?
—Porque aún estará lleno de deseos y luchas, los mismos que desde el principio te apartaron del Absoluto.
—¿Y qué hay de malo en ello?
—Que permaneces solo en un mundo de extraños: en el mundo de los sentidos.
—Me gusta estar solo. Estoy bastante a gusto conmigo mismo. También me gustan los sentidos.
—Sin embargo, el Absoluto siempre estará ahí, llamándote, produciéndote angustia.
—Bien, entonces no hay necesidad de apresurarse. Y sé lo que quieres decir. Me estás hablando de ideales. Todo el mundo tiene algunos. Si lo que me indicas es que debería perseguirlos, estoy de acuerdo contigo.
—No, los ideales son sólo distorsiones del Absoluto; únicamente te conducen a luchar por conseguir algo más.
—Eso es correcto.
—Veo que tienes que deshacerte de muchas cosas ya aprendidas.
—Si te refieres a mi vulgar sentido de la supervivencia, olvídalo.
El sendero ascendió, hasta que llegamos a un lugar llano que parecía pavimentado y se encontraba salpicado de arena. La música había aumentado de volumen y continuó haciéndolo a medida que yo avanzaba. Entonces, a través de la niebla, vi borrosas figuras que se movían con lentitud, al son del ritmo. Me llevó varios segundos darme cuenta de que estaban bailando.
Seguí avanzando hasta que pude distinguir con claridad a las siluetas —gente hermosa, de aspecto humano, vestidos elegantemente—, que se movían de acuerdo con la lenta melodía de unos invisibles músicos. El baile que ejecutaban era precioso y complicado, y me detuve para observarlos.
—¿Qué celebración —le pregunté a Hugi— es la excusa para una fiesta en mitad de ninguna parte?
—Bailan —me contestó— para festejar tu paso. No son mortales, sino los espíritus del Tiempo. Comenzaron este estúpido espectáculo cuando entraste en el valle.
—¿Espíritus?
—Sí. Observa.
Abandonó mi hombro y sobrevoló el lugar donde bailaban, defecando sobre ellos. Los excrementos pasaron a través de varios bailarines como si fueran hologramas, sin manchar el brocado de una manga o la seda de una camisa, sin conseguir que ninguna de las sonrientes figuras diera un paso en falso. Entonces Hugi graznó varias veces y voló de regreso.
—Eso no era necesario —comenté—. Es una danza muy hermosa.
—Decadente —dijo—, y no deberías verla como un cumplido, ya que anticipa tu fracaso. Lo único que desean es una celebración final antes de que acabe el espectáculo.
De todas formas, la contemplé durante un rato, a la vez que descansaba apoyado en mi bastón. El esquema que trazaban los bailarines lentamente cambió, hasta que una de las mujeres —una belleza de cabello rojizo— estuvo muy cerca de mí. Pero, en ningún momento, los ojos de los bailarines se posaron en los míos. Era como si yo no estuviera presente. Aunque aquella mujer, en un gesto perfectamente calculado, arrojó con su mano derecha un objeto que cayó a mis pies.
Me incliné y descubrí que era sólido. Era una rosa de plata —mi propio emblema— lo que sostenía en la mano. Me erguí y la fijé al cuello de mi capa. Hugi miró en la otra dirección y no dijo nada. No llevaba ningún sombrero que pudiera quitarme, pero me incliné ante la dama. Me pareció percibir muy levemente un guiño de su ojo derecho cuando daba la vuelta para marcharme.
A medida que me alejaba, el suelo perdió su suave regularidad y, finalmente, la música desapareció. El sendero se hizo más agreste, y siempre que la niebla se disipaba un poco, lo único que podía ver eran rocas. Extraje fuerza de la Joya, ya que de otra manera me hubiera derrumbado, y me di cuenta de que su energía cada vez duraba menos.
Después de un rato, sentí hambre y me detuve para comer las raciones que me quedaban.
Hugi se quedó de pie en el suelo y me miró mientras comía.
—Debo reconocer que siento una cierta admiración por tu persistencia —comentó—, e incluso por lo que dejaste entrever cuando hablaste de los ideales. Pero eso es todo. Estábamos hablando de la futilidad del deseo y la lucha…
—Eras tú el que lo hacía. No es una preocupación importante en mi vida.
—Debería serlo.
—He tenido una vida larga, Hugi. Me insultas al asumir que nunca he considerado estas notas a pie de cualquier manual universitario de primero de Filosofía. El hecho de que veas la realidad común como algo estéril, me dice más sobre ti que sobre la realidad. Para ser franco: si crees lo que estás diciendo, siento pena por ti, ya que por alguna razón inexplicable te encuentras aquí deseando y luchando por influir en este falso ego mío en vez de liberarte de tales tonterías y seguir tu camino hacia tu Absoluto. Y si no crees en ello, me indica que te han enviado para retrasarme y desanimarme, en cuyo caso pierdes el tiempo.
Hugi emitió un ruido ahogado. Luego dijo:
—¿Eres tan ciego que niegas el Absoluto, el comienzo y el fin de todo?
—No es indispensable para una educación liberal.
—¿Admites la posibilidad?
—Tal vez la conozco mejor que tú, pájaro. El ego, tal como yo lo veo, existe en un estadio intermedio entre el raciocinio y la existencia como un acto reflejo. Sin embargo, negarlo es un retroceso. Si tú vienes de ese Absoluto —donde el «yo» cancela el Todo—, ¿por qué deseas regresar? ¿Te desprecias tanto que temes a los espejos? ¿Por qué no haces que el viaje valga la pena? Desarróllate. Aprende. Vive. Si te han enviado a ti en este viaje, ¿por qué quieres abandonarlo todo y correr de vuelta al punto de partida? ¿Acaso tu Absoluto cometió un error cuando mandó a alguien de tu calibre? Si admites esa posibilidad, es el fin de nuestra conversación.
Hugi me miró irritado, luego se elevó en el aire y se alejó. Tal vez fuera a consultar su manual…
Escuché el retumbar de un trueno cuando me incorporé. Reanudé la marcha. Tenía que mantenerme delante de la tormenta.
El sendero se estrechó y ensanchó varias veces antes de desaparecer por completo, dejándome en una planicie pedregosa. A medida que continuaba el viaje, me sentí más y más deprimido, aunque de todas formas traté de mantener mi compás mental en el rumbo correcto. Casi me alegré con los sonidos de la tormenta, ya que al menos me proporcionaban una idea aproximada de la dirección del norte, pero aun así no estaba seguro, ya que la niebla me confundía bastante. Y los truenos aumentaban de intensidad y de volumen… Maldición.
… Y me había afectado la pérdida de Star, así como me molestó la futilidad de Hugi. Definitivamente, este no era un buen día. Ya no estaba seguro de si llegaría a completar mi viaje. Si algún habitante sin nombre de este oscuro lugar no me tendía una emboscada antes, existía una gran posibilidad de que vagara por aquí hasta que mis fuerzas me abandonaran o la tormenta me alcanzara. No sabía si podría recurrir a la Joya para cancelar la tormenta una vez más. Lo dudaba.
Intenté emplear la Joya para dispersar la niebla, pero sus facultades parecieron embotadas. Quizás por mi propia debilidad. Sólo pude despejar una pequeña zona; sin embargo, debido al ritmo al que marchaba, pronto la atravesé. Mi sentido de la Sombra estaba adormecido en este lugar, que parecía, de alguna manera, la esencia de la Sombra.
Era una pena. Hubiera sido agradable morir como en una ópera —con un gran final wagneriano, bajo unos cielos extraños y luchando contra oponentes dignos— y no dando manotazos de ciego en una tierra yerma cubierta por la niebla.
Pasé al lado de un promontorio rocoso que me resultó familiar. ¿Acaso avanzaba en círculos? Existe ese riesgo cuando se está completamente perdido. Me detuve para escuchar un trueno y orientarme otra vez. De manera perversa, reinó el silencio absoluto. Me acerqué hasta el promontorio y me senté en el suelo, apoyando la espalda contra la roca. No tenía ningún sentido seguir dando vueltas sin dirección. Esperaría hasta que sonara un trueno y me indicara el rumbo. Saqué mis Triunfos. Papá había dicho que durante un tiempo no funcionarían, pero no tenía nada mejor que hacer.
Uno a uno los fui pasando, y con todos traté de establecer contacto, excepto con Brand y Caine. Nada. Papá tenía razón. A las cartas les faltaba esa textura fría tan conocida. Entonces las mezclé todas y, allí mismo, en la arena, me leí el futuro. Obtuve una lectura imposible, así que las guardé de nuevo. Me recliné contra la piedra y deseé que me quedara algo de agua. Durante un buen rato atendí a los sonidos de la tormenta. Sólo oí unos pocos rugidos, pero no parecían provenir de ninguna dirección fija. Los Triunfos me hicieron pensar en mi familia. Se encontraban más adelante y me esperaban. ¿Qué esperaban? Yo llevaba la Joya. ¿Para qué serviría? En un principio pensé que sus poderes serían necesarios en la batalla. Si esto era cierto, y si yo era el único que podía emplearlos, nos encontrábamos en un aprieto. Luego pensé en Ámbar, y temblé, presa del remordimiento y una especie de terror. El fin no debería llegar para Ámbar, nunca. Tenía que haber un modo de que el Caos retrocediera…
Tiré una piedra con la que había estado jugando. Cuando la arrojé, voló muy lentamente.
La Joya. De nuevo surgía su efecto de cámara lenta…
Concentré más energía y la piedra cobró velocidad. Me pareció que sólo hacía un rato había sacado fuerzas de la Joya. Así como esta dosis me despertó el cuerpo, mi mente seguía obnubilada. Necesitaba dormir mucho… Si estuviera descansado, este lugar no parecería tan peculiar.
¿Cuán próxima estaba mi meta? ¿Justo detrás de la siguiente montaña o mucho más allá? ¿Y qué posibilidades tenía de mantenerme delante de la tormenta, sin importar la distancia que me faltara? ¿Y mi familia? ¿Y si la batalla ya hubiera concluido con nuestra derrota? Tuve visiones de que llegaba demasiado tarde, con el tiempo justo para servir de enterrador… Huesos y soliloquios, Caos…
¿Y dónde demonios se encontraba ese maldito camino negro, ahora que podía serme útil? Si lo encontrara, podría seguir su curso. Tuve el presentimiento de que se hallaba en algún lugar a mi izquierda…
Una vez más proyecté mi mente y partí la niebla, haciéndola retroceder… Nada…
¿Una silueta? ¿Moviéndose?
Era un animal, quizá un perro grande, que permanecía en el interior de la niebla. ¿Me acechaba, esperando mi caída?
La Joya comenzó a palpitar cuando empujé la niebla aún más atrás. El animal quedó expuesto, y pareció encogerse. Luego avanzó en línea recta hacia mí.