NO HABÍA CABALGADO NI MIL METROS hacia el sur, cuando todo se detuvo… suelo, cielo, montañas. Me enfrenté a una lámina de luz blanca. Recordé al extraño de la cueva y sus palabras. Había tenido la impresión de que el mundo se borraba por la tormenta, de acuerdo con una leyenda apocalíptica de la región. Y tal vez fuera así. Quizá eran las ondas del Caos de las cuales habló Brand, que avanzaban hacia aquí, destruyendo y dislocando todo a su paso. Pero esta parte del valle estaba intacta. ¿Por qué se salvaría?

Yo había manipulado la tormenta. Utilicé la Joya, el poder del Patrón en su interior, para que esta pasara de largo. ¿Y si se trataba de algo más que una tormenta normal? El Patrón ya había triunfado sobre el Caos antes. ¿Acaso este valle donde yo detuve la lluvia se había convertido en la única isla en un océano de Caos? Y, en ese caso, ¿cómo podría continuar?

Miré hacia el este, donde nacía el día. No había ningún sol nuevo en el cielo, sino una gran y cegadora corona bruñida, una resplandeciente espada que pendía de él. Desde algún lugar me llegó el canto de un pájaro, eran unas notas muy parecidas a una carcajada. Me incliné hacia adelante y me cubrí el rostro con las manos. Locura…

¡No! Había estado en sombras extrañas antes. Cuanto más lejos viajaras, más peculiares se volvían a veces. Hasta que… ¿Qué fue lo que pensé aquella noche en Tir-na Nog’th?

Me vinieron a la mente dos líneas de un cuento de Isak Dinesen, párrafos que me habían llegado de tal manera que los memoricé, a pesar de que en ese momento yo era Cari Corey: «… Poca gente puede decir que está libre de la creencia de que este mundo que ven a su alrededor no es la creación de su propia imaginación. ¿Entonces nos satisface, estamos orgullosos de él?». Es el resumen perfecto del pasatiempo filosófico favorito de la familia. ¿Creamos nosotros los mundos de Sombra? ¿O están allí, independientes de nosotros, esperando que entremos en ellos? ¿O acaso existe un término medio injustamente desplazado? ¿Es un asunto de más o menos en vez de uno de y dos? Repentinamente, surgió en mi interior una risa seca cuando me di cuenta de que tal vez nunca conocería la respuesta. Pero, tal cómo pensé aquella noche, hay un lugar donde el Yo acaba, un lugar donde el solipsismo deja de ser la respuesta plausible para los mundos que visitamos y las cosas que encontramos. La existencia de este lugar, de estas cosas, indican que, por lo menos, hay una diferencia. Y si ese era el lugar, quizás también se proyectara de regreso a través de nuestras sombras, suministrándoles dicha información y trasladando a nuestros egos de regreso a un escenario más pequeño. Tuve la sensación de que este era uno de esos lugares, donde el «¿Entonces nos satisface, estamos orgullosos de él?», no tenía por qué aplicarse de la manera en que podía ser válido para el dividido valle de Garnath y mi imperante maldición en las cercanías de nuestro hogar. Sin importar qué era lo que yo creía, sentí que estaba a punto de entrar en una tierra dominada completamente por el no-yo. Mis poderes sobre la Sombra tal vez quedaran anulados más allá de este punto.

Me erguí y entrecerré los ojos tratando de ver algo a través de ese resplandor. Le dije unas palabras tranquilizadoras a Star y sacudí las riendas.

Durante un momento, tuve la sensación de que entrábamos en la niebla, una niebla brillante y en la que no se escuchaba ningún sonido. Entonces, comenzamos a caer.

No sé si caíamos o nos movíamos a la deriva. Pasada la sorpresa inicial, era difícil distinguirlo. Al principio, pareció como si descendiéramos… tal vez debido a que Star se asustó, encabritándose. Pero, como no había nada contra lo que patear, transcurrido un rato se quedó quieto, a excepción de su respiración agitada y los temblores que recorrían su cuerpo.

Cogí las riendas con la mano derecha y la Joya con la izquierda. No sé qué proyecté o cómo llegué a su interior, exactamente no lo sabré nunca, pero lo que quería era un camino que me sacara de ese lugar de brillante vacío, donde pudiera reanudar una vez más mi viaje hasta el final.

Perdí el sentido del tiempo. La sensación de caída desapareció. ¿Nos movíamos o, simplemente, flotábamos? No estaba seguro. ¿Era ese resplandor realmente un resplandor? Y el silencio mortal… Sentí un escalofrío. Me embargaba una ausencia sensorial peor que en los días de mi ceguera, allí en mi vieja celda. No había nada… ni siquiera el sonido de un rata escurriéndose, ni el chirrido de la cuchara contra la puerta; ni humedad ni frío, tampoco texturas. Continué la búsqueda…

Un destello.

Parecía haberse producido una ruptura momentánea en el campo de la visión a mi derecha, casi subliminal por su brevedad. Proyecté mi mente y no sentí nada.

Había sido tan fugaz, que no pude asegurar que hubiera sido real. Bien pudo ser una alucinación.

En ese momento surgió otra vez, ahora a la izquierda. No logré determinar qué intervalo de tiempo transcurrió entre las dos.

Entonces escuché una especie de gruñido, sin localización fija. Este fenómeno también fue muy breve.

Lo siguiente que apareció —y tuve la certeza de que por primera vez— fue un paisaje gris y blanco como la superficie de la luna. Duró unos segundos, en una pequeña zona a la izquierda de mi alcance visual. Star bufó.

A mi derecha, cobró forma un bosque inclinado —gris y blanco—, como si nos cruzáramos en un ángulo imposible. Un pequeño fragmento que duró menos de dos segundos.

Luego surgieron fragmentos de un edificio en llamas debajo mío… incoloros…

Y, desde arriba, unos gemidos entrecortados…

Una montaña fantasmal, por cuya cara más cercana subía una procesión con antorchas por un sendero lleno de baches…

Una mujer que colgaba de la rama de un árbol, tensa la cuerda alrededor del cuello, con la cabeza doblada a un lado y las manos atadas a la espalda…

Montañas invertidas, blancas; negras nubes flotando debajo…

Click. Una ínfima percepción vibratoria, como si, momentáneamente, hubiéramos tocado un objeto sólido… Quizás los cascos de Star sobre la roca. Luego desapareció…

De nuevo la luz blanca, ondulante como una ola…

Click. Un destello.

Durante el tiempo de un sólo latido del corazón marchamos por un camino bajo un graneado cielo. En el momento en que desapareció, intenté capturarlo otra vez con la Joya.

Click. Un destello. Click. Un retumbar.

Un sendero pedregoso que atraviesa una alta montaña… El mundo es todavía monocromático… A mi espalda, el rayo…

Retuerzo el poder de la Joya cuando el mundo comienza a desaparecer. Nuevamente, regresa… Dos, tres, cuatro… Cuento el ruido de los cascos y los latidos del corazón contra el paisaje aullante… Siete, ocho, nueve… El mundo se hace más brillante. Respiro profundamente, exhalando ruidosamente. El aire es frío.

Entre el trueno y sus ecos, escuché el sonido de la lluvia. Pero no cayó sobre mí.

Miré hacia atrás.

A unos cien metros de distancia, se erigía una gran muralla de lluvia. Apenas pude distinguir el perfil de la montaña a través suyo. Presionando los flancos de Star con las rodillas, incrementé nuestra velocidad, hasta que llegamos a un trecho llano que conducía a un par de cimas similares a dos torres. El mundo delante nuestro aún era un estudio en negro, blanco y gris. Entramos en el paso.

Comencé a tiritar. Quise tirar de las riendas para descansar, comer, fumar y caminar un poco. Pero todavía me encontraba demasiado cerca de ese frente tormentoso como para permitírmelo.

Los cascos de Star produjeron ecos dentro del paso, donde las paredes rocosas se alzaban verticalmente a ambos lados bajo ese cielo con apariencia de piel de cebra. Esperaba que estas montañas partieran la tormenta, aunque algo me decía que no sería así. No era una tormenta normal, y tenía el desagradable presentimiento de que se extendería por todo el camino hasta Ámbar, y que de no haber sido por la Joya, me habría quedado atrapado y perdido para siempre en ella.

Mientras contemplaba ese extraño cielo, una ventisca de pálidas flores cayó a mi alrededor, iluminando el camino. Un olor agradable inundó el aire. Los truenos a mi espalda se suavizaron. Las rocas de los costados aparecieron veteadas con franjas plateadas. El mundo fue poseído por una atmósfera crepuscular acorde con la iluminación, y cuando salí del paso, contemplé un valle de caprichosas perspectivas —era imposible medir las distancias—, salpicado de chapiteles y minaretes aparentemente naturales, que reflejaban la luz lunar de ese cielo estriado similar a una noche en Tir-na Nog’th, con árboles plateados y algunos estanques parecidos a grandes espejos diseminados por su superficie, tocado aquí y allí por una suave niebla, y atravesado por lo que parecía una extensión del sendero por el que yo cabalgaba, subiendo y bajando, cubierto por una cualidad elegíaca e iluminado por inexplicables puntos resplandecientes, vacío de toda señal de vida.

Sin dudarlo, descendí hacia allí. El terreno a mi alrededor era cretoso y de una palidez ósea… ¿acaso esa fina línea, lejos a mi izquierda, era una leve indicación de la presencia del camino negro? Apenas podía distinguirla.

Bajé despacio, ya que Star estaba agotado. Si la tormenta no cruzaba las montañas demasiado rápido, podríamos descansar un poco al lado de uno de esos estanques del valle. Yo también me encontraba cansado y hambriento.

Observé detenidamente el valle a medida que bajábamos, pero no vi ningún indicio de gente o vida animal. El viento era como un murmullo a mi alrededor. Blancas flores se mecían en las parras que había al lado del sendero. Cuando llegué al nivel más bajo, el follaje se hizo más denso. Miré hacia atrás, pero aún el frente tormentoso no había atravesado las montañas, aunque en las cimas las nubes seguían arracimándose.

Me interné en aquel extraño lugar. Las flores hacía rato que habían dejado de caer, mas un perfume delicado impregnaba el aire. Los únicos sonidos que se escuchaban eran los que producíamos nosotros y la brisa constante que venía de mi derecha. Por doquier se veían formaciones rocosas de peculiares formas y que, por su pureza de líneas, parecían esculpidas. La niebla aún flotaba en la atmósfera. La hierba pálida brillaba en la humedad reinante.

A medida que avanzaba por el sendero hacia el boscoso centro del valle, las perspectivas siguieron cambiando, alterando las distancias y distorsionando el paisaje. De hecho, giré a la izquierda y salí del camino para acercarme a lo que parecía un lago próximo, que dio la impresión de alejarse cuanto más avanzaba yo. Sin embargo, cuando finalmente llegué a su orilla, desmonté y hundí un dedo en su superficie para probar el agua, que era fría pero dulce.

Cansado, y después de beber, me tumbé en la hierba y contemplé a Star pastando mientras yo devoraba una comida fría que saqué de las alforjas. La tormenta todavía pugnaba por atravesar las montañas. La observé un buen rato, preguntándome de dónde vendría. Si Papá había fracasado, aquellos eran los rugidos del Armagedón y todo este viaje era inútil. No me hizo ningún bien ese pensamiento, ya que, pasara lo que pasase, yo tenía que continuar. Pero no pude evitarlo. Tal vez llegara a mi destino y viera que la batalla se había ganado, para nada. No tenía sentido… No. Sí lo tenía. Lo habría intentado y seguiría intentándolo hasta el final. Eso era suficiente, incluso si todo lo demás estaba perdido. De todas formas, ¡maldito sea Brand! Por haber comenzado…

Una pisada.

En un instante me agazapé y me volví en aquella dirección, con mi espada en la mano.

Contemplé a una mujer, pequeña y vestida de blanco. Tenía el cabello largo y de color oscuro al igual que sus ojos, su mirada era intensa; sonreía. Llevaba una cesta de mimbre, que colocó en el suelo entre los dos.

—Debéis tener hambre, Caballero de armas —dijo en un Thari extrañamente acentuado—. Os vi venir. Y os traigo esto.

Sonreí y adopté una posición más normal.

—Gracias —contesté—. Tengo hambre. Me llamo Corwin. ¿Vos?

—Lady —replicó.

Enarqué una ceja.

—Gracias… Lady. ¿Vuestra casa se encuentra en este lugar?

Asintió y se arrodilló para destapar la cesta.

—Sí, mi pabellón se halla cerca del lago —con un gesto de la cabeza, indicó el este… en la dirección del camino negro.

—Ya veo —comenté.

La comida y el vino de la cesta parecían reales, frescos y apetecibles, mucho mejor que mis raciones de viaje. Por supuesto, la sospecha se apoderó de mí.

—¿La compartiréis conmigo? —pregunté.

—Si lo deseáis.

—Lo deseo.

—Muy bien.

Extendió un mantel, se sentó enfrente mío, sacó la comida de la cesta y la distribuyó entre nosotros. Entonces la sirvió, y, rápidamente, probó cada plato. Era un sitio peculiar para que una mujer, aparentemente sola, tuviera su residencia, a la espera de auxiliar al primer extraño que por casualidad pasara por el valle. Dará también me había alimentado la primera vez que nos encontramos; además, con mi viaje casi concluido, me acercaba a los lugares de poder del enemigo. El camino negro estaba demasiado próximo, y varias veces descubrí a Lady contemplando la Joya.

Pero fue un rato agradable, y, a medida que transcurría la cena, cobramos más confianza. Era una compañía ideal, ya que me reía todos los chistes y me hacía hablar de mí mismo. Mantuvo su mirada en la mía la mayor parte del tiempo, y cada vez que nos pasábamos algún plato, nuestros dedos se rozaban. Si me estaba tendiendo una trampa, lo hacía de una manera muy delicada.

No dejé ni un momento de observar ese, en apariencia, inexorable frente tormentoso. Finalmente había atravesado la cima de la montaña, comenzando el lento descenso de su alta ladera. Mientras limpiaba el mantel, Lady notó la dirección de mi mirada y asintió.

—Sí, se acerca —comentó, guardando los últimos utensilios en la cesta y sentándose a mi lado, con la botella y nuestras copas—. ¿Brindamos por ello?

—Beberé contigo, pero no haré ese brindis.

Llenó las copas.

—No tiene importancia —indicó—. No ahora —y, apoyando su mano en mi brazo, me alcanzó una copa.

Cogiéndola, la miré. Ella sonrió. Tocó el borde de mi copa con la suya. Bebimos.

—Vayamos a mi pabellón —dijo, y me cogió la mano—, donde podremos engañar placenteramente las horas que quedan.

—Gracias —repliqué—. En otra ocasión ese engaño hubiera sido un exquisito postre para una gran cena. Desafortunadamente, debo seguir mi camino. El deber me llama y cada vez queda menos tiempo… tengo una misión que cumplir.

—De acuerdo —dijo—. No es tan importante. Sé todo acerca de tu misión. Y ya tampoco lo es.

—¿Oh? Debo confesarte que esperaba tu invitación a una fiesta privada en la que sólo estaría yo, donde pasearíamos al lado de la fría ladera de una colina en caso de que yo aceptara.

Se rio.

—Y yo debo confesarte que mi intención era usarte de esa manera, Corwin. Pero ya no es así.

—¿Por qué no?

Señaló la línea de disolución que se acercaba.

—No hace falta retrasarte. Viendo eso, sé que las Cortes han ganado. No queda nada que alguien pueda hacer para detener el avance del Caos.

Tuve un ligero temblor y ella llenó otra vez nuestras copas.

—Pero preferiría que no me dejaras en un momento así —continuó ella—. Es cuestión de horas que nos alcance. ¿Qué mejor manera de pasar este último instante que en la compañía del otro? Ni siquiera es necesario que vayamos hasta mi pabellón.

Incliné la cabeza y ella se apretó contra mí. Qué demonios. Una mujer y una botella… es así como siempre dije, que me gustaría acabar mis días. Tomé un sorbo de vino. Probablemente, ella tenía razón. Sin embargo… recordé aquella mujer-cosa que me había atrapado en el camino negro cuando dejaba Avalón. En un principio, había ido a ayudarla, y, rápidamente, sucumbí a sus encantos antinaturales… entonces, cuando se quitó la máscara, vi que detrás de ella no había absolutamente nada. Resultó bastante aterrador, por lo menos en ese momento. Pero, para no ponerme demasiado filosófico, todos tenemos una colección completa de máscaras para cada ocasión. Había oído a muchos psicólogos populares hablar en contra de ellas durante años. Sin embargo, traté a mucha gente que me impresionó favorablemente cuando la conocí, a los cuales llegué a odiar cuando descubrí cómo eran detrás de las máscaras que llevaban. Y, a veces, eran como aquella mujer-cosa… vacíos por completo. He descubierto que a menudo la máscara es mucho más aceptable que la alternativa. Así que… Esta muchacha a la que abrazaba tal vez fuera un monstruo —y, con toda probabilidad, lo era—, ¿pero no lo somos la mayoría de nosotros? Se me ocurrían peores maneras de acabar si deseaba abandonar en ese punto. Ella me gustaba.

Acabé el vino. Intentó llenarme de nuevo la copa, pero yo retuve su mano.

Alzó la vista y me miró. Sonreí.

—Casi me convenciste —dije.

Entonces le cerré los ojos con cuatro besos, para no romper el encanto, luego me acerqué a Star, y monté. El junco no estaba marchito, pero tenía razón con respecto a los no-pájaros. Aunque era una manera muy difícil de llevar un ferrocarril.

—Adiós, Lady.

‡ ‡ ‡

Me encaminaba hacia el sur cuando la tormenta cayó con todo su poder sobre el valle. Ante mí se alzaban más montañas, y el sendero conducía hasta ellas. El cielo todavía estaba veteado de negro y blanco, y las franjas parecían moverse un poco; el efecto total seguía siendo el de un crepúsculo, aunque no brillaba ninguna estrella en las zonas negras. Aún persistían la brisa y el perfume a mi alrededor… y el silencio, los monolitos retorcidos y el follaje plateado, bañado por el rocío, que lo hacía brillar. Fragmentos de niebla surgieron ante mí. Intenté manipular el material de la Sombra, pero era difícil y yo estaba cansado. No ocurrió nada. Saqué fuerzas de la Joya y traté de transmitirle también algo a Star. Avanzamos a un paso regular hasta que el terreno comenzó a elevarse ante nosotros; instantes después nos encontramos ascendiendo hasta un paso mucho más escarpado que aquel por el que habíamos entrado antes. Me detuve y eché una mirada hacia atrás, y vi aproximadamente un tercio del valle cubierto por la oscilante pantalla de aquella imparable tormenta-cosa. Me pregunté qué habría ocurrido con Lady y su lago, su pabellón. Sacudí la cabeza y continué.

El camino se hizo más abrupto al acercarnos al paso, y avanzamos más despacio. Sobre mi cabeza, los blancos ríos del cielo cobraron un tono rojizo que se fue intensificando poco a poco. Para cuando llegamos a la entrada del paso, todo el mundo parecía teñido con sangre. Al atravesar aquella ancha y rocosa avenida, me golpeó un fuerte viento. Luchando contra su empuje, el suelo perdió todas sus irregularidades, aunque seguimos subiendo y aún no podía ver nada más allá del paso.

Escuché un ruido en las rocas de mi izquierda. Miré en esa dirección, pero no distinguí nada. Lo descarté, pensando que lo había producido una piedra al caer. Medio minuto más tarde, Star dio un tirón, lanzó un relincho terrible, giró violentamente a la derecha y comenzó a desplomarse sobre el costado izquierdo.

Di un salto, y, a medida que los dos caíamos, vi que una flecha sobresalía por detrás del hombro derecho de Star. Golpeé contra el suelo y di vueltas, y cuando me detuve, alcé la vista en la dirección por la que debió salir el disparo.

Había una figura con una ballesta en la cima del promontorio de mi derecha, a unos diez metros de altura. Colocaba otra flecha y se preparaba para un nuevo disparo.

Supe que no podría alcanzarlo a tiempo para detenerlo. Busqué con los ojos una piedra del tamaño de una pelota de béisbol. Vi una detrás mío. Cogiéndola, traté que mi ira no interfiriera en mi puntería. No lo hizo, e incluso creo que contribuyó con un poco de fuerza.

El golpe le dio en el brazo izquierdo y el hombre, lanzando un grito, soltó la ballesta. El arma cayó ruidosamente por entre las rocas y aterrizó del otro lado del camino, casi enfrente mío.

—¡Hijo de puta! —grité—. ¡Mataste a mi caballo! ¡Te cortaré la cabeza por ello!

Crucé el sendero y busqué la manera más rápida de llegar hasta él. Estaba a la izquierda. Me lancé a toda velocidad hacia allí y comencé a escalar. Un momento más tarde la luz y el ángulo de mi visión fueron los adecuados, lo que me permitió una mejor percepción del hombre, que estaba doblado y se masajeaba el brazo. Era Brand, con el cabello aún más rojo bajo esa sanguinolenta luz.

—Hasta aquí has llegado, Brand —dije—. Lo único que lamento es que alguien no te detuviera hace tiempo.

Se irguió y me contempló un momento mientras ascendía. No sacó su espada. Cuando llegué a la cima, a unos siete metros de él, cruzó los brazos sobre el pecho y bajó la cabeza.

Extraje a Grayswandir de la funda y avancé. Reconozco que estaba preparado para matarlo en esa posición o en cualquier otra. La luz roja se había intensificado tanto que parecimos estar bañados en sangre. El viento aullaba a nuestro alrededor, y desde el valle nos llegó el retumbar de un trueno.

Me quedé quieto un momento y maldije, recordando la historia que decía que él se había convertido en una especie de Triunfo viviente, capaz de transportarse a cualquier lugar en muy poco tiempo.

Escuché un ruido desde abajo…

Me acerqué hasta el borde del promontorio y miré. Star todavía lanzaba coces al aire y chorreaba sangre; eso me partió el corazón. Pero no fue la única visión perturbadora.

Brand estaba allí abajo. Había recogido la ballesta y nuevamente la recargaba.

Busqué otra piedra, pero no encontré nada a mano. Entonces vi una a cierta distancia y me abalancé sobre ella, envainando a Grayswandir y sujetándola. Tenía el tamaño de un melón. Volví hasta el borde y busqué a Brand con los ojos.

No se le veía por ningún lado.

Repentinamente, me sentí muy expuesto. Él podía haberse transportado a cualquier lugar desde el cual tal vez me estuviera vigilando. Me tiré al suelo. Un momento después, escuché que la flecha rebotaba contra una piedra a mi derecha. El ruido fue seguido por la risa seca de Brand.

Me incorporé otra vez, sabiendo que le llevaría un rato recargar su arma. Miré en la dirección por la que vino su risa y lo vi, en la cima del risco que había más allá del paso, enfrente mío… unos cinco metros más alto de donde yo me encontraba, y a unos veinte metros de distancia.

—Siento lo del caballo —dijo—. Te apunté a ti. Pero este maldito viento…

Por entonces, había descubierto un nicho y me lancé a él, llevando conmigo la piedra para usarla como escudo Desde aquella fisura, le contemplé colocar la flecha.

—Un disparo difícil —gritó mientras alzaba el arma—, y un desafío a mi puntería. Pero, ciertamente, vale la pena.

Se rio entre dientes y luego suspiró, disparando.

Me agazapé y sostuve la roca ante mi estómago, pero la flecha golpeó a unos treinta centímetros a mi derecha.

—Supuse que algo así ocurriría —comentó mientras preparaba nuevamente la ballesta—. Tengo que calcular adecuadamente la velocidad del viento.

Busqué algunas piedras más pequeñas que me sirvieran como proyectiles, pero no hallé ninguna cerca. Entonces pensé en la Joya. Se suponía que tenía que salvarme ante la presencia de un peligro inmediato. Pero tuve el presentimiento de que sólo funcionaba cuando existía mucha proximidad, y que Brand lo sabía, por lo que tomaba ventaja de ese fenómeno. ¿Había algo que yo pudiera hacer con la Joya? Estaba demasiado lejos para el truco de la parálisis, pero ya lo había derrotado antes utilizando el control del clima. Me pregunté a cuánta distancia se encontraría la tormenta. Proyecté mi mente. Vi que me llevaría unos minutos que no poseía preparar las condiciones necesarias para que le cayera un rayo. Sin embargo, el viento era otra cuestión. Lo busqué, sintiéndolo…

Brand casi estaba preparado para disparar otra vez. El viento comenzó a aullar en el paso.

No sé dónde cayó su disparo. No fue cerca mío. Volvió a recargar su arma. Y yo preparé los factores para que el rayo le golpeara…

Cuando estuvo listo, cuando volvió a alzar la ballesta, llamé de nuevo al viento. Vi que suspiraba, que inhalaba aire y lo retenía. Entonces bajó la ballesta y me miró.

—Se me acaba de ocurrir —me gritó— que ese viento está bajo tu poder, ¿verdad? Eso es hacer trampas, Corwin —miró a su alrededor—. No te preocupes, encontraré un sitio donde no pueda influirme en nada. ¡Ja!

Yo seguí manipulando la tormenta para que cayera sobre él, pero las condiciones aún no estaban preparadas. Alcé la vista al cielo de franjas rojas y negras, y vi que algo con forma de nube se formaba sobre nuestras cabezas. Faltaba poco…

Brand se hizo transparente y desapareció de nuevo. Frenéticamente, lo busqué por todos lados.

Entonces apareció delante mío. Se había transportado hasta la parte del paso en la que yo me encontraba. Estaba a unos diez metros de mí, con el viento a su espalda. Sabía que no podría cambiarlo a tiempo. Pensé en lanzarle mi roca. Probablemente, la esquivaría, lo que me dejaría sin escudo. Por otro lado…

Alzó el arma y la apoyó contra su hombro.

¡Gana tiempo!, me gritó mi propia voz mentalmente, mientras yo continuaba manipulando los cielos.

—Antes de que dispares, Brand, contéstame una pregunta. ¿De acuerdo?

Dudó, y bajó el arma unos centímetros.

—¿Cuál?

—¿Dijiste la verdad cuando me contaste lo que había ocurrido… con Papá, el Patrón y la venida del Caos?

Echó la cabeza hacia atrás y se rio. Su risa se parecía a una serie de cortos ladridos.

—Corwin —declaró luego—, me satisface más de lo que puedo expresar con palabras ver que vas a morir con la incertidumbre de algo que es tan importante para ti.

Volvió a reírse y comenzó a levantar su arma. Yo me había situado adecuadamente para tirarle la roca y lanzarme sobre él. Pero ninguno de los dos completó su acción.

Desde arriba nos llegó un fuerte graznido, y una parte del cielo pareció desprenderse y caer sobre la cabeza de Brand. Este, lanzando un aullido, soltó la ballesta. Levantó las dos manos para quitarse la cosa que tenía encima. El pájaro rojo, el portador de la Joya, nacido de mi sangre por la mano de mi padre, había vuelto y me estaba defendiendo.

Salí del nicho y avancé hacia él, desenfundando la espada a medida que me acercaba. Brand golpeó al pájaro, que se alejó, ganando altura y girando a su alrededor en busca de otro ataque. Brand alzó las dos manos para cubrirse la cara y la cabeza, pero no antes de que yo viera la sangre que fluía de la cuenca de su ojo izquierdo.

Comenzó a desvanecerse cuando me lancé sobre él. Pero el pájaro descendió como una bomba y sus garras golpearon la cabeza de Brand una vez más. Y entonces el pájaro también se hizo transparente. Brand extendía la mano para atrapar a su correoso atacante mientras este le desgarraba en el momento en que los dos desaparecieron.

Cuando llegué al lugar en el que habían estado, lo único que quedaba era la ballesta caída, que aplasté con la bota.

¡Todavía no hemos acabado, maldición, todavía no! ¿Cuánto tiempo más me acosarás, hermano? ¿Cuánto he de avanzar aún hasta que todo termine entre nosotros?

Volví a bajar al sendero. Star no había muerto aún, y yo tuve que acabar el trabajo. A veces pienso que estoy en la profesión equivocada.