DURANTE UN MOMENTO, desapareció todo el dolor y la fatiga que sentía. Cuando observé la hermosa forma blanca que teníamos delante, en mi interior nació un leve destello de esperanza. Una parte de mí quiso correr a su encuentro, pero una voluntad mucho más fuerte me mantuvo quieto en mi lugar, a la espera.

No estoy seguro del tiempo que permanecimos así. Abajo, sobre las pendientes, las tropas se preparaban para continuar la marcha. Los prisioneros fueron atados, los caballos cargados y el equipo asegurado. Pero este vasto ejército que ya estaba listo, repentinamente, se había detenido. No era natural que se hubieran percatado tan rápidamente, mas cada cabeza que vi estaba vuelta en esta dirección, contemplando al Unicornio perfilado contra aquel salvaje cielo.

Súbitamente, me di cuenta de que el viento a mi espalda se había paralizado, aunque escuchaba las rugientes explosiones del trueno y los fogonazos del relámpago lanzaban sombras danzantes delante mío.

Recordé la otra ocasión en la que había visto al Unicornio… el día que recuperamos el cuerpo del doble de Caine, aquel día que perdí la pelea con Gérard. Pensé en las historias que había oído… ¿Nos podría ayudar realmente?

El Unicornio avanzó un paso y se detuvo.

Era una visión tan bella, que su sola presencia me levantó el ánimo. Aunque despertaba una sensación de dolor; era un tipo de belleza que era necesario tomar en pequeñas dosis. Percibí la inteligencia antinatural que había en aquella cabeza nevada. Anhelaba tocarlo, pero supe que no podría hacerlo.

Miró a su alrededor. Sus ojos me iluminaron y, si hubiera podido, habría apartado mi vista. Sin embargo, no fue posible, y le devolví esa mirada en la que leí una comprensión que estaba más allá de la mía. Era como si conociera todo sobre mí, y en ese instante hubiera comprendido todas mis recientes ordalías… posiblemente simpatizando con ellas. Durante un momento, creí ver algo parecido a la piedad y un fuerte amor reflejados en sus ojos… y quizá también un toque de humor.

Entonces continuó su escrutinio y el contacto se rompió. Lancé un suspiro involuntario. En ese instante, bajo el fogonazo del relámpago, me pareció ver un destello brillante a un lado de su cuello.

Avanzó otro paso y observó al grupo que formaban mis hermanos. Bajó la cabeza y dio unos golpes a la tierra con la pezuña frontal de su pata derecha.

Sentí la presencia de Merlín a mi lado. Pensé en lo que perdería sí todo acababa aquí.

Inició unos gráciles pasos. Sacudió la cabeza. Parecía que no le agradaba la idea de acercarse a un grupo tan grande de gente.

Con su siguiente paso, vi de nuevo el resplandor. Un diminuto destello rojo traspasó la piel de su cuello y brilló. Llevaba la Joya del Juicio. No podía imaginar cómo la había recuperado. Tampoco importaba. Si nos la entregaba, sabía que sería capaz de romper la tormenta… o, al menos, protegernos en este lugar hasta que pasara por completo.

Pero esa única mirada había sido todo. No me prestó más atención. Lenta y cuidadosamente, como si estuviera dispuesto a marcharse a la menor perturbación, se acercó hasta el lugar donde Julián, Random, Bleys, Fiona, Llewella, Benedict y varios nobles permanecían.

Debí percatarme de lo que ocurriría, pero no lo hice. Simplemente, observé los lustrosos movimientos del animal a medida que avanzaba, recorriendo la periferia del grupo.

Se detuvo una vez más y bajó la cabeza. Entonces sacudió la crin y dobló las rodillas delanteras. La Joya del Juicio quedó suspendida de su cuerno dorado. Su extremo casi rozaba a la persona ante la cual se había arrodillado.

Súbitamente, con el ojo de mi mente, vi la cara de mi padre en el cielo, y sus palabras sonaron otra vez: «Con mi muerte, el problema de la sucesión recaerá sobre vosotros… no me queda más elección que confiar en el cuerno del Unicornio».

Un murmullo recorrió el grupo cuando noté que el mismo pensamiento cruzaba por la cabeza de los demás. El Unicornio no se inmutó ante esta perturbación, sino que continuó como una estatua suave y blanca, parecía que no respiraba.

Lentamente, Random estiró el brazo y cogió la Joya del cuerno. Su susurro me llegó hasta donde yo estaba.

—Gracias —dijo.

Julián desenfundó la espada y la colocó a los pies de Random cuando se arrodilló. Luego le siguieron Bleys, Benedict y Caine, Fiona y Llewella. Yo me uní a ellos. Lo mismo hizo mi hijo.

Random permaneció en silencio un buen rato. Luego dijo:

—Acepto vuestra fidelidad. Ahora poneos de pie, todos.

Mientras lo hacíamos, el Unicornio dio media vuelta y se lanzó como una exhalación hacia la pendiente. En unos segundos había desaparecido.

—Nunca esperé que algo así ocurriera —repuso Random, que mantenía la Joya a la altura de sus ojos—. Corwin, ¿puedes detener la tormenta con esta piedra?

—Ahora es tuya —le dije—, además, desconozco hasta dónde llega. Me parece que en la condición en la que me encuentro, no seré capaz de resistir el tiempo suficiente para salvar nuestras vidas. Creo que este será tu primer acto real.

—Tendrás que enseñarme a usarla. Pensé que necesitábamos un Patrón para sintonizar con ella.

—No lo creo. Brand me indicó que una persona que ya lo estuviera podía sintonizar a otra. He pensado en ello y me parece que sé cómo hacerlo. Vayamos a algún lugar apartado.

—De acuerdo.

Algo nuevo se había apoderado ya de su voz y su postura. Era como si el súbito papel le hubiera cambiado inmediatamente. Me pregunté qué tipo de rey y reina serían él y Vialle. Era demasiado. Mi mente se sentía disociada. Demasiados acontecimientos en muy poco tiempo. No podía contener los últimos acontecimientos en un sólo proceso mental. Únicamente quería arrástrame a algún lugar apartado y dormir veinticuatro horas. En vez de eso, le seguí hasta un sitio donde ardía un pequeño fuego.

Removió las brasas y arrojó un poco de leña al fuego. Entonces se sentó cerca de él y me hizo un gesto para que lo imitara. Me aproximé y me senté a su lado.

—Corwin, con respecto a este asunto de ser rey —observó—, ¿qué voy a hacer? Me cogió totalmente desprevenido.

—¿Hacer? Probablemente un muy buen trabajo —repliqué.

—¿Crees que provoqué muchos resentimientos?

—Si los hubo, nadie los mostró —comenté—. Fuiste una buena elección, Random. Han pasado tantas cosas últimamente… De hecho, Papá nos protegió demasiado, tal vez más de lo que nos convenía. El trono, obviamente, no es ninguna tarea fácil. Te-espera mucho trabajo duro. Creo que los demás también se han dado cuenta de esto.

—¿Y tú?

—Lo quise sólo porque Eric lo deseaba. Entonces no me di cuenta de ello, pero es la verdad. Era el premio del juego que practicamos a lo largo de los años. En realidad, el fin de una venganza. Y lo hubiera matado por conseguirlo. Me agrada que haya encontrado otra manera de morir. Nuestras similitudes era mayores que nuestras diferencias. Tampoco me di cuenta de ello hasta mucho después. Pero, una vez que murió, descubrí demasiadas razones para no tomar el trono; hasta que, finalmente, me percaté de que no era lo que realmente quería. No. Es tuyo. Gobierna bien, hermano. Estoy seguro de que así será.

—Si Ámbar todavía existe —dijo después de un rato—, lo intentaré. Vamos, comencemos con la Joya. La tormenta está desagradablemente cerca.

Asentí y cogí la piedra de sus dedos. La sostuve de la cadena con el fuego como telón de fondo. La luz la atravesó; su interior pareció claro.

—Acércate y mira dentro de la Joya conmigo —le indiqué.

Lo hizo, y mientras los dos contemplábamos la gema, le pedí que pensara en el Patrón, al tiempo que yo mismo lo hacía, tratando de invocar en la mente sus giros y curvas, sus líneas de brillo pálido.

Me pareció detectar una leve imperfección en el corazón de la piedra. La analicé mientras pensaba en las vueltas, en los circuitos, los Velos… Imaginé la corriente que me recorría cada vez que atravesaba aquel complejo camino.

La imperfección en la piedra se hizo más ciara.

Proyecté mi voluntad sobre ella, ordenándole que creciera en su totalidad. Cuando esto ocurrió, me invadió un sentimiento familiar. Era el mismo que se apoderó de mí el día que sintonicé con la Joya. Sólo esperaba tener la suficiente fuerza para vivir la experiencia una vez más.

Extendí el brazo y lo apoyé en el hombro de Random.

—¿Qué ves? —le pregunté.

—Algo parecido al Patrón —respondió—, aunque parece tridimensional. Yace en el fondo de un mar rojo…

—Ven conmigo, entonces —dije—. Debemos ir hacia él.

De nuevo esa sensación de movimiento, al principio como a la deriva para luego caer con creciente velocidad hacia las sinuosidades nunca vistas por completo del Patrón dentro de la Joya. Con el deseo de mi voluntad, nos proyecté hacia adelante, a la vez que sentía la presencia de mi hermano a mi lado, y el resplandor de rubí que nos rodeaba se oscureció, convirtiéndose en la negrura de una noche con cielo claro. Este Patrón especial creció con cada latido del corazón. El proceso pareció más fácil que la primera vez… quizá se debiera a que yo estaba sintonizado ya.

Notando a Random junto a mí, lo arrastré conmigo al mismo tiempo que esa forma conocida crecía y su punto de partida fue visible. Mientras nos movíamos en esa dirección, una vez más intenté abarcar la totalidad del Patrón y me perdí de nuevo en lo que parecían sus circunvoluciones dimensionales. Grandes espirales y curvas y líneas aparentemente anudadas giraron a nuestro alrededor. El sentido de perplejidad que sentí antes se apoderó de mí, y, en algún lugar muy cerca, lo noté también en Random.

Nos aproximamos a su inicio hasta que fuimos arrastrados. Había un brillo parpadeante en derredor nuestro que relampagueó emitiendo chispas cuando quedamos entrelazados en la matriz de luz. Esta vez, mi mente estaba totalmente absorta en el proceso y París pareció muy distante…

Una memoria subconsciente me recordó las zonas más difíciles, y ahí utilicé mi deseo —mi voluntad, si lo prefieres— para ganar velocidad a lo largo de esa ruta deslumbrante, extrayendo de manera temeraria fuerza de Random para acelerar el proceso.

Era como si avanzáramos por el elaborado interior luminoso de una enorme y circular concha marina. Sólo que nuestro paso era silencioso, siendo nosotros mismos puntos incorpóreos de consciencia.

Nuestra velocidad parecía aumentar constantemente, al igual que un dolor mental que no recordaba de mi anterior recorrido por el diseño. Tal vez estuviera relacionado con mi fatiga, o con mis esfuerzos por acelerar el proceso. Atravesamos las barreras; fuimos rodeados por unas continuas y ondulantes murallas de brillo. Sentí que me mareaba, que mi vista se hacía borrosa. Pero no podía permitirme el lujo de la inconsciencia, como tampoco perder velocidad con la tormenta tan próxima como la recordaba. De nuevo, y lamentándolo, extraje fuerza de Random… esta vez para continuar en el juego. Proseguimos a toda velocidad.

En ese momento no sentí el hormigueo y la sensación ardiente de ser modelado. Habrá sido un efecto de mi sintonización. Mi paso previo a través de la Joya seguramente me dio una especie de inmunidad en este aspecto.

Después de un intervalo atemporal, percibí que Random titubeaba. Quizá supuse una pérdida demasiado grande de sus energías. Me pregunté si le dejaría con la suficiente fuerza para manipular la tormenta si me apoyaba nuevamente en él. Decidí no hacerlo más. Habíamos avanzado bastante ya. Siempre que fuera necesario, podría proseguir sin mí. Yo tendría que resistir lo más posible. En todo caso, era mejor que me perdiera yo allí, y no los dos.

Continuamos. Mis sentidos se rebelaban; el mareo regresó. Centré mi voluntad en nuestra marcha y aparté todo lo demás de mi mente. Me pareció que nos acercábamos al término, cuando comenzó un oscurecimiento que supe que no pertenecía a la experiencia. Ahogué el pánico.

No sirvió de nada. Sentí que me deslizaba. ¡Tan cerca! Tenía la certeza de que casi habíamos acabado. Sería tan fácil…

Todo se desvaneció. Lo último que noté fue la preocupación de Random.

Un parpadeo anaranjado y rojo entre mis pies. ¿Estaba atrapado en algún infierno astral? Seguí mirando a medida que mi mente se aclaraba. La luz estaba rodeada de oscuridad y…

Había voces conocidas…

El panorama se hizo claro. Yacía de espaldas con los pies hacia el fuego.

—Todo está en orden, Corwin. Está bien.

Era la voz de Fiona. Giré la cabeza. Estaba sentada en el suelo encima mío.

—¿Random…? —pregunté.

—Está bien… padre.

Merlín se encontraba sentado a la derecha.

—¿Qué sucedió?

—Random te trajo de vuelta —replicó Fiona.

—¿Funcionó la sintonización?

—El cree que sí.

Me esforcé por sentarme. Ella trató de que siguiera tumbado, pero igualmente me senté.

—¿Dónde está?

Me hizo un gesto con los ojos.

Miré, y vi a Random. Se hallaba de pie, a unos treinta metros de distancia, y nos daba la espalda; se enfrentaba a la tormenta. Se había aproximado mucho, y los vientos sacudían su ropa. Senderos luminosos relampagueaban ante él.

El trueno rugía casi constantemente.

—¿Cuánto tiempo… ha estado allí? —pregunté.

—Sólo unos minutos —replicó Fiona.

—¿Eso es lo único que ha transcurrido… desde nuestro regreso?

—No —contestó—. Has permanecido inconsciente bastante tiempo. Random primero habló con los demás, y luego ordenó una retirada de tropas. Benedict se los ha llevado a todos al camino negro para cruzarlo.

Giré la cabeza.

Se veía movimiento a lo largo del camino negro, una oscura columna que se dirigía hacia la ciudadela. Finos filamentos flotaban en el aire; y unas chispas saltaban en el extremo más alejado, alrededor de la anochecida masa. Encima de nuestras cabezas, el cielo había rotado completamente hasta que la zona sombría nos cubrió. Nuevamente tuve la extraña sensación de que había estado aquí hace mucho, mucho tiempo, y que este, y no Ámbar, era el verdadero centro de la creación. Busqué el fantasma de un recuerdo. Se desvaneció.

Escudriñé en la penumbra que me rodeaba, iluminada por el relámpago.

—¿Se han ido… todos? —le pregunté—. Tú, yo, Merlín, Random… ¿somos los últimos que quedamos aquí?

—Sí —replicó Fiona—. ¿Quieres que nos marchemos ya?

Sacudí la cabeza.

—Me quedo con Random.

—Sabía que dirías eso.

Me puse de pie al mismo tiempo que ella. Merlín nos imitó. Fiona dio una palmada y un caballo blanco se acercó al trote.

—Ya no necesitas mis cuidados —comentó—. Así que me marcho a reunirme con los otros en las Cortes del Caos. Tenéis caballos amarrados cerca de aquellas rocas —me indicó con un gesto—. ¿Vienes, Merlín?

—Permaneceré con mi padre, y con el rey.

—Que así sea. Espero veros pronto allí.

—Gracias, Fi —dije.

La ayudé a montar y vi cómo se alejó.

Me arrimé al fuego y me senté otra vez. Contemplé a Random, que permanecía inmóvil ante la tormenta.

—Tenemos mucha comida y vino —observó Merlín—. ¿Te traigo algo?

—Buena idea.

La tormenta estaba tan próxima que si caminaba unos minutos la podría haber tocado. No sabía aún si los esfuerzos de Random surtían algún efecto. Suspiré cansinamente y dejé que mi mente vagara.

Todo concluía. De una u otra forma, todas mis luchas desde Greenwood habían finalizado. La necesidad de la venganza se evaporaba. Sí. Teníamos un Patrón intacto, tal vez dos. La causa de todos nuestros problemas, Brand, estaba muerto. Cualquier residuo que quedara de mi maldición, seguramente sería borrado con las convulsiones masivas que recorrían la Sombra. Y yo había entregado lo mejor de mí para redimirme. Encontré un amigo en mi padre y nuestra relación mejoró antes de su muerte. Teníamos un nuevo rey, con la aparente bendición del Unicornio, y todos le juramos lealtad. Este juramento me pareció sincero. Me había reconciliado con toda mi familia. Sentí que mi deber estaba cumplido. Ahora ya nada me impulsaba. Me había quedado sin motivaciones y estaba más cerca que nunca de mi concepto de paz interior. Con estos sentimientos, supe que si tenía que morir en ese momento, lo haría tranquilamente. No protestaría tan estentóreamente como lo hubiera hecho en cualquier otra ocasión.

—Te encuentras muy lejos de aquí, padre.

Asentí, y luego sonreí. Acepté algo de comida y me enfrasqué en ella. Mientras comía, contemplé la tormenta. Era demasiado pronto para estar seguro, pero creí que ya no avanzaba.

Estaba demasiado cansado para dormir. O algo parecido. Todos mis dolores habían desaparecido y una insensibilidad maravillosa se apoderó de mí. Me sentía como si estuviera empotrado en un cálido algodón. Los acontecimientos pasados y sus reminiscencias hacían que mi reloj mental girara sin control en mi interior. Era, en muchos sentidos, un sentimiento delicioso.

Terminé de comer y eché un poco de leña al fuego. Bebí el vino y observé la tormenta, como a través de una ventana cubierta de escarcha que mostraba una exhibición de fuegos artificiales. La vida era maravillosa. Si Random tenía éxito en frenar a la tormenta, mañana cabalgaría hacia las Cortes del Caos. No imaginaba lo que podía esperarme allí. Tal vez fuera una trampa enorme. Una emboscada. Un truco. Desterré ese pensamiento. En aquel momento no parecía tener importancia.

—Habías empezado a hablarme de ti, padre.

—¿De verdad? No recuerdo lo que te dije.

—Me gustaría llegar a conocerte mejor. Cuéntame más cosas.

Llené los pulmones de aire y lo solté lentamente por la boca, encogiéndome de hombros.

—Entonces háblame de todo esto —hizo un gesto—. De este conflicto. ¿Cómo empezó? ¿Qué parte tuviste tú en él? Fiona me comentó que tú viviste en la Sombra durante mucho años sin recordar quién eras. ¿Cómo recuperaste la memoria y localizaste a los demás, cómo retornaste a Ámbar?

Me reí entre dientes. Miré una vez más a Random y a la tormenta. Tomé un sorbo de vino y me arrebujé en la capa.

—¿Por qué no? —dije—. Si te gustan las historias largas… Supongo que el mejor lugar para empezar es el Hospital Privado Greenwood, en la Tierra de sombra de mi exilio. Sí…